18
No llamé a Raff. Quería que supiera que yo también estaba dolida por lo que le había dicho y hecho a James.
Pero cuando me llamó él días más tarde, no estaba preparada para escuchar lo que me dijo.
Nunca había oído a Rafferty tan preocupado ni alterado y lo primero que me preguntó cuando contesté el teléfono fue:
—¿Dónde está James?
Habían pasado tres días desde nuestra discusión y su tono de voz me puso en alerta y me asustó.
—No lo sé, en su despacho, supongo. ¿Por qué?
—Tenemos que encontrarlo. Puede estar en peligro.
—¿Qué estás diciendo, Rafferty? ¿Se trata de un broma cruel?
—¡No! —Lo oí soltar el aliento—. Por supuesto que no, aunque supongo que me merezco el comentario. Sólo asegúrate de que está bien y llámame, por favor.
—Llámalo tú.
—Éste no es momento para discusiones, Marina. Te juro que es importante. Llámalo, por favor. Y vuelve a llamarme.
Colgó y de inmediato marqué el número del móvil de James. Comunicaba. En otras circunstancias habría esperado, pero tras la llamada de Rafferty, opté por telefonear a su despacho en Britania Oil. Me contestó su secretario y me dijo que el señor Cavill no estaba, que había tenido que volver al hotel.
Me extrañó, pero no era la primera vez en esos meses que James tenía una reunión o una cita de negocios en el hotel donde se hospedada. Llamé a Rafferty de inmediato.
—No está en su despacho y no me contesta al móvil.
—Mierda.
—¿Qué diablos está pasando, Raff? Me estás asustando.
—Ve a su hotel; yo también voy para allí.
—¿¡Qué está pasando!?
—Mi padre ha venido a verme hace un rato, tenía fotos nuestras. De distintos días. En algunas, James y yo nos estamos mirando o dando la mano, en otras apareces tú y en muchas los tres. Me ha dicho que el hijo del propietario del Financial no puede tener un escándalo sexual de ninguna clase. Y me ha amenazado con destruir a James si no pongo punto final a nuestra relación. Lo sabe todo de él, Marina, cosas que tú y yo ignoramos.
—Dios mío. —Me llevé una mano a los labios—. ¿Tu padre sería capaz de hacerle daño? —Cogí el bolso, frenética, y cerré la puerta de casa.
—No creo, pero no estoy seguro. Por eso quiero encontrar a James. ¿Dónde estás? ¿Ya has llegado al hotel?
—No, acabo de salir de casa. ¿Y tú?
—Estoy a una esquina del hotel. Te voy a colgar, quiero echar a correr.
Colgué enseguida, no quería seguir perdiendo tiempo ni que lo perdiese él.
«Date prisa, date prisa, date prisa», repetí en mi mente, mientras detenía un taxi en plena calle y le daba apresurada la dirección del Clarendon.
Al ver mi urgencia, el conductor pisó el acelerador y tardamos escasos minutos en llegar allí. Le pagué y prácticamente salté del vehículo. Subí en el ascensor, que parecía estar esperándome en el vestíbulo, y en cuanto se abrieron las puertas, corrí hacia la habitación de James.
Cuando llegué, sentí tal alivio al verlos a él y a Rafferty que tuve que apoyarme en la puerta para no caerme.
Raff había llegado antes que yo y, a juzgar por el estado en que ambos se encontraban (el uno en brazos del otro), había empezado a besar a James sin detenerse siquiera a cerrar la puerta.
—Gracias a Dios que estás bien —farfulló Rafferty, interrumpiendo un beso para iniciar de inmediato otro.
Sujetaba la cabeza de James con las manos y lo tenía prisionero entre su torso y la pared del dormitorio.
—Estoy bien —repuso él, devolviéndole el beso y sujetándolo por la cintura para retenerlo contra su cuerpo—. Bésame.
—Eso hago —contestó Rafferty—. No puedo parar.
James sonrió y a mí se me aceleró el corazón al verlo recuperar la sonrisa después de la tristeza del viernes. Necesitaba recibir los besos de Rafferty tanto como éste dárselos y yo verlos. Sólo así iba a completarse nuestra unión de tres, nuestro amor a tres bandas.
James gimió y Rafferty enloqueció. Se comportaba como un animal herido al que han intentado arrebatarle a su pareja, besándolo sin parar posesivamente, marcándolo de un modo distinto a como lo marcaba yo, pero igual de intenso.
—Tenía tanto miedo… —susurró Rafferty—. Tanto miedo…
—Tranquilo, estoy aquí.
Sonreí al recordar el día en que James me dijo a mí esa misma frase. Su abrazo y sus besos eran tan emotivos que me eché a llorar sin darme cuenta y, al oír mi leve sollozo, los dos se interrumpieron y me miraron.
—No llores, princesa —susurró James—. Todo está bien.
Rafferty corrió hacia mí y me levantó del suelo, donde me había quedado sentada con las rodillas dobladas y también me besó.
—A ti tampoco puedo perderte nunca —me dijo, antes de besarme con la misma salvaje intensidad con que había besado a James—. Me volvería loco sin ti.
Lo abracé y le devolví el beso: yo también necesitaba sentirlo. Noté la presencia de James a mi espalda y, segundos más tarde, sus brazos rodeándonos a ambos por la cintura.
Rafferty se soltó entonces y nos miró a James y a mí casi en estado de trance. Ese abrazo que nos había incluido a los tres le había recordado los motivos de aquel justificado ataque de pánico.
—¿Qué pasa, Ra? —James se percató enseguida del cambio—. ¿Qué sucede?
—No… —Tuvo que tragar saliva y humedecerse los labios para continuar—: No podemos seguir juntos. Es peligroso.
James se erizó igual que haría una pantera y frunció el cejo.
—¿De qué estás hablando? —Al ver que Rafferty se mantenía en silencio, se volvió hacia mí y repitió la pregunta con la misma determinación—. ¿De qué está hablando?
—Su padre le ha enseñado fotografías nuestras y ha amenazado con destruirte —contesté lo poco que sabía.
—¿Qué fotografías? ¿Cómo diablos piensa destruirme y qué le hace creer que podrá conseguirlo?
—Son fotografías de distintos días —empezó a decir entonces Rafferty en tono distante, preparándose para la partida y el abandono—. De distintos momentos.
—¡Ese hijo de puta ha osado entrometerse en nuestra intimidad! —James cerró los puños—. Sé quién es tu padre, Ra, y lo siento, por ti estoy dispuesto a hacer cualquier cosa, pero no pienso permitir que nos espíen.
—Ya te dije que no podíamos tener una relación normal.
—¡Por supuesto que podemos, cariño! —James sujetó el mentón de Rafferty y por primera vez lo llamó de esa manera tan dulce.
A mí me emocionó. Al parecer, yo era su princesa y Rafferty era Ra o cariño. James se había lanzado en cuerpo y alma a nuestra relación y parecía dispuesto a defenderla ante cualquier adversidad, pero iba a necesitar mi ayuda.
—No, no podemos —insistió Rafferty apartándose.
—James tiene razón, Raff. Nosotros somos los primeros que debemos sentirnos orgullosos de lo que tenemos. No le hacemos daño a nadie y nos amamos mucho más que millones de parejas «normales». No podemos permitir que nos arrinconen por no seguir las reglas.
Entonces James se me acercó y, tras cogerme de la mano, tiró de mí para besarme en los labios.
—Gracias, princesa.
—De nada, lucho por nosotros. Tal como tú me has enseñado.
—Vosotros dos podéis seguir juntos —dijo Rafferty entonces, con el corazón desgarrado. Fue más que evidente en su mirada que le dolía darnos permiso para seguir sin él—. Si yo desaparezco, mi padre os dejará en paz.
—¿Es lo que hiciste hace años, desaparecer? —adivinó James—. Porque tienes que saber que no voy a permitirlo. No sé con quién estabas cuando te fuiste a esconder a Francia, pero no me importa, y lo cierto es que estás mejor sin ellos. Si no lucharon por ti, no te merecían. Pero yo, Ra, iré a buscarte.
—Y yo también —dije yo.
—No, no podéis hacerlo —insistió él—. No os quiero de la manera que vosotros necesitáis. Jamás seré capaz de entrar en una sala y decir: «Éste es mi marido y ésta es mi mujer».
Tanto James como yo nos quedamos sin aliento al oír esa frase. La imagen que evocaba era nuestro anhelo más querido.
—Entonces, ¿qué? ¿Vas a dejarnos para protegernos? ¿Para evitar que tu padre me destruya? —lo retó James.
—Sí, eso es exactamente lo que voy a hacer. Lo sabe todo de ti, James. Todo.
—¿Y qué? ¿Acaso crees que me importa? En Britania Oil conocen todo mi conflictivo pasado en Japón y no les importa. Lo único que les importa es la cantidad de dinero que les he hecho ganar todos estos años. Pero si no lo supieran, o si decidieran despedirme por ello, me daría igual, Ra. Tengo dinero de sobra para vivir; la compañía aseguradora pagó una gran cantidad de dinero tras la muerte de mis padres. Sólo os quiero a ti y a Marina, y a los hijos que podamos tener juntos. Nada más.
Siempre había creído que jamás tendría suficiente, que nunca sentiría esta sensación de plenitud, de felicidad.
Pero con vosotros la siento, y no quiero perderla. Te quiero, Ra. Y también quiero a Marina.
—No me digas esto, James. Por favor. No me lo digas. Voy a irme y vas a tener que cuidar a ella por mí.
—No. Maldita sea, Ra. ¿No ves que no hace falta que te sacrifiques? Lo estás utilizando como excusa para dejarnos y alejarte de nosotros.
—¡No es verdad!
Vi que James iba a decir algo más, pero me coloqué entre los dos y les puse una mano en el torso. El corazón les latía desbocado.
—A mí tampoco me importa el pasado de James, Raff. Y si tu padre quiere empezar a publicar fotos de los tres besándonos, lo único que haré será llamar a mis padres y a mis hermanos para decirles que soy la mujer más afortunada del mundo, porque me he enamorado de dos hombres maravillosos que también me quieren a mí.
El resto no me importa y en la ONG no van a despedirme.
Dios, si defendemos todas las causas de discriminación imaginables… Y aunque lo hicieran, te digo lo mismo que James, no me importaría. Lo único que quiero es estar contigo y con él, con los hombres que amo y con los hijos que podamos tener juntos.
—No, Marina, por favor. Deja que haga esto. Tengo que hacerlo. Desde que empezamos, yo he sido el que os ha hecho infeliz, nuestras discusiones siempre han sido culpa mía y ahora es mi padre el que nos amenaza. Voy a dejaros, os echaré muchísimo de menos, pero tenéis que permitir que me vaya.
—Si tan poco te importamos que no estás dispuesto a luchar por nosotros, vete —replicó James furioso y dolido.
—No —insistí yo—, entre los tres podemos arreglarlo. Podemos ir a hablar con tu padre y demostrarle que no tiene de qué preocuparse, que nuestra historia jamás causará ningún escándalo, porque nos queremos de verdad. Nadie encontrará fotografías sórdidas de los tres porque no existen, sólo verán a tres personas enamoradas.
Podemos hacerlo, Raff.
—No, a él no le importa la verdad. Sólo le interesa tener un hijo perfecto, sin emociones ni sentimientos, una estatua a la que enseñar cuando le conviene. Es lo mejor para todos, creedme. Os quiero demasiado para perjudicaros de esta manera.
—No te permito que digas eso, Ra y tampoco que te vayas. No te lo permito —masculló James—. Pero si vas a hacerlo, vete de una vez.
Rafferty dejó caer la cabeza y soltó el aliento entre los dientes.
—Sí, tienes razón. Será mejor que me vaya. Cuida de Marina. Y tú, Marina, cuida de él. Los dos seréis siempre lo mejor de mi vida.
Me eché a llorar desconsolada y me volví hacia James para abrazarlo. Él me rodeó con los brazos, como si así pudiera protegerme del dolor que corría por mis venas a una velocidad de vértigo. Noté que también temblaba y dijo:
—Vete, Rafferty, pero no creas que esto ha acabado.
Tal vez tú estés dispuesto a rendirte, pero yo no. Y Marina tampoco. Nos recuperaremos de este golpe e iremos a buscarte. Y esa vez de nada te servirán las excusas.
Oí los pasos de Rafferty alejándose y la puerta de la habitación que se abría y cerraba, y mi llanto aumentó.
Daniel, el prometido de Amelia y mejor amigo de Rafferty, me había insinuado que en la universidad Raff también había vivido pendiente de satisfacer a su padre. Y ahora de mayor, cuando por fin podía tocar la felicidad, la había sacrificado una vez más por temor a ese hombre.
Yo no le había mentido cuando le había dicho que estaba dispuesta a enfrentarme a cualquier escarnio o comentario de mal gusto por ellos dos. Mi trabajo no dependía de mi reputación, sino de mi capacidad de lucha y de mis principios, y éstos los había demostrado de sobra, y mi familia siempre había querido lo mejor para mí. Sí, seguro que la abuela y la tía tardarían un poco en acostumbrarse, pero, en cuanto nos vieran a los tres juntos, lo entenderían y se convertirían en nuestras mayores defensoras.
—No te preocupes, Marina. —James me acarició la espalda—. Llora tanto como quieras, yo estoy aquí contigo.
Lo abracé con fuerza y lo solté para poder echarme hacia atrás y mirarlo a la cara.
—¿Y tú?
—Yo también lloraré, pero después pensaremos qué podemos hacer para eliminar las amenazas del padre de Rafferty y demostrarle a él que nosotros no vamos a abandonarlo. ¿De acuerdo?
—De acuerdo. Te amo, James, pase lo que pase.
Él tuvo que tragar saliva antes de contestarme:
—Yo también te amo, Marina. Pase lo que pase.
Me besó suavemente y me cogió en brazos. Me llevó a la cama, donde los dos nos tumbamos vestidos. Me contó la historia que al parecer ya conocían Rafferty y su padre, la que éste pretendía utilizar para hacerle daño.
Después de la muerte de sus padres, había entrado en una espiral de autodestrucción y frecuentó muy malas compañías. Una de ellas era el propietario del sable cuya herida le cruzaba el torso. Jugar con la mafia japonesa siempre es peligroso, me explicó James, pero en esa época él estaba empeñado en flirtear con el peligro a diario, en busca de alguna emoción fuerte que lo hiciera reaccionar del estupor en que se había sumergido tras el accidente.
Por fortuna, esa herida de sable no lo mató, pero sí fue lo bastante grave como para que tuviese que estar varios meses en un hospital. Allí, solo en aquella cama blanca, se dio cuenta de que no quería morir en soledad y de que no quería desperdiciar su vida. Cuando le dieron el alta, vendió la casa de Japón y regresó a Inglaterra para estudiar y seguir adelante. Y nunca había vuelto la cabeza para mirar atrás.
—No me avergüenzo de mi pasado —susurró—, sencillamente, tengo la sensación de que ya no forma parte de mí. Por eso no te lo conté.
—No te preocupes, lo entiendo. Sé a qué te refieres.
Desde que estoy contigo y con Rafferty, yo sólo quiero pensar en el futuro, en lo que crearemos juntos.
—Lo sé, princesa. —Me dio otro beso—. Te prometo que encontraré la manera de darte ese futuro. Te lo prometo.