14
—Te necesito, Marina. Por favor.
—Chis, tranquilo. Estoy aquí.
Le aparté el pelo sudado de la frente y seguí besándolo. Oí que se desabrochaba los botones de los vaqueros y apreté los muslos alrededor de su cintura. Él gimió pegado a mis labios, me mordió y después pasó la lengua por la herida. Una mano fuerte, que no dejaba de temblar, se deslizó entre los dos y segundos más tarde noté su erección acariciándome el sexo por encima de las bragas. Apartó la tela furioso y me penetró lentamente.
—Dios, Marina. Te he echado tanto de menos… —gimió, casi sin ser consciente de ello.
Entraba y salía de mi cuerpo con desesperación, sin rastro del amante sofisticado que podía estar horas atormentándome sin dejar que alcanzase el orgasmo. El que estaba ahora haciéndome el amor era un hombre con demasiados sentimientos, no uno que intentaba mantenerlos a raya.
—Yo también a ti —le susurré al oído, antes de besarle el cuello.
Rafferty bajó la cabeza hacia mi cuello, pegó su mejilla a la mía y noté que le temblaba el pulso. Su miembro se estremecía al entrar y salir lentamente de mi cuerpo, buscando la manera de alargar esa tortura y desesperado por acabar al mismo tiempo.
—Tranquilo —le dije de nuevo en voz baja—, te quiero, Raff.
—Dios —farfulló él.
Le acaricié la nuca. Volver a sentirlo dentro de mí era maravilloso. El amor que sentíamos el uno por el otro era como un bálsamo que curaba las heridas causadas por nuestra discusión en Italia y los meses de ausencia. Y ese sentimiento iría a más, averiguaría cómo hacer feliz a ese hombre tan dulce y al que la vida le había hecho tanto daño. Descubriría la verdad sobre él y le demostraría que se merecía tanto amor que con el mío no bastaba, que también tenía que amarlo James.
Me estremecí al pensar en éste y en lo que me gustaría que algún día sintiesen el uno por el otro. No iba a conformarme con que se gustasen, ni con que fuesen amigos: James y Rafferty tenían que amarse.
Rafferty estaba saliendo de mi cuerpo y apreté los labios de mi sexo para retenerlo; ahora que había descubierto la profundidad de mis deseos, tenía que estar conmigo.
—Te quiero, Raff —repetí—, quiero dártelo todo, pero yo sola no puedo.
Le tiré del pelo para echarle la cabeza hacia atrás y poder besarlo. Él me engulló con sus labios. Estaba perdido, el sudor le cubría la cara y tenía los ojos cerrados con fuerza. Sentí su desesperación. Nuestras bocas se pelearon, buscaron un beso más intenso. Cuando él volvió a apartarse y a esconder el rostro en mi cuello, le susurré al oído:
—Si él estuviese aquí ahora, te acariciaría la espalda. —Su erección creció en mi interior—. Te quitaría el jersey y la camiseta y te besaría el cuello y los hombros.
Apretó las manos que tenía en mis nalgas y me mordió el cuello. Cada vez estaba más excitado, más entregado al deseo.
Seguí, aunque a mí también me costaba hablar de lo cerca que estaba del orgasmo.
—Te lamería la espalda, te desabrocharía los vaqueros. O… —me mordí el labio inferior—… o tal vez me desnudaría a mí, me tocaría los pechos mientras tú me sujetabas. O… —no podía seguir—… o quizá me besaría una vez en los labios y después te besaría a ti.
Rafferty se tensó entonces y buscó mis labios para besarme, morderme, lamerme, mientras eyaculaba con una brutalidad que nunca había visto antes. Mi clímax fue igual de intenso. Me sujeté a él y me dejé llevar por su cuerpo, por nuestro amor, y por la presencia innegable de James en nuestras mentes. No había dicho su nombre en ningún momento, pero no tenía la menor duda de que Rafferty sabía a qué él me refería.
A medida que el orgasmo fue retrocediendo, también disminuyó la carnalidad del beso y sus labios se tornaron tiernos y suaves. Me besaba con reverencia, pidiéndome perdón con cada uno de los besos. Me robó el corazón con esa ternura. Le sujeté el rostro entre las manos y lo aparté de mí para mirarlo.
—Todo saldrá bien, ya lo verás —le dije.
Él me miró confuso un segundo y después arrugó las cejas. Me dejó en el suelo y, con cuidado, salió de mi interior. Se abrochó los vaqueros sin mirarme, estaba tan preocupado que casi podía oírlo pensar.
Lo habría abrazado de nuevo desde la espalda y le habría dado un beso en el omóplato, por encima de la ropa, pero él se alejó de mí.
—Te espero el viernes.
Me dolió esa fingida indiferencia, el distanciamiento sin disimulo, y que no mencionase a James. Me aparté de la pared, pensé que era un hombre herido y que necesitaba recuperarse de la cantidad de emociones que lo habían bombardeado. Aunque eso no le daba derecho a ser cruel y a hacerme daño.
—Aquí estaremos —le contesté, mientras abría la puerta.
Esperé unos segundos a ver si me contestaba, si corregía el uso del plural o si sencillamente se daba la vuelta. No hizo ninguna de esas cosas; subió la escalera y desapareció.
Yo hice lo mismo. Cerré la puerta, negándome a derramar ni una sola lágrima. Bajé los peldaños hasta la calle y sollocé aliviada al ver a James esperándome.
Estaba apoyado en una farola, la preocupación era más que evidente en su rostro y también el esfuerzo que había tenido que hacer para quedarse allí sin hacer nada. Se apartó en cuanto me vio y se acercó a mí con los brazos abiertos.
—Marina, ¿estás bien?
—Sí. —Acerqué la nariz a los botones de su camisa y respiré hondo. Su olor, mezclado con el de mi jabón, con el que se había duchado, me tranquilizó—. Lo siento.
—No tienes de qué disculparte —me contestó él, besándome la cabeza—. Si Rafferty te necesitaba, has hecho bien en quedarte y estar con él —adivinó—, pero si te ha hecho daño, tendrá que vérselas conmigo.
—No, no es eso —le aseguré—. Es que nos necesita tanto y está tan empeñado en negarlo… —Expresé mi frustración sujetando las solapas de su chaqueta.
—Ha accedido a que cenemos los tres juntos el viernes —dijo él—. Es un paso importante.
—Intentará ignorarte, o te insultará.
—Lo sé, pero no se lo voy a permitir. Y tarde o temprano tendrá que reconocer que estoy aquí y que no pienso irme a ninguna parte.
—No lo sé, James. No quiero que te haga daño, y tampoco quiero hacértelo yo. Tal vez sería mejor que te olvidaras de mí, de nosotros.
—Eso jamás. —Me abrazó con más fuerza—. Jamás, ¿me oyes? Estás cansada, has tenido un día muy difícil. Te llevaré a tu casa, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
Me soltó y detuvo un taxi que pasaba. Nos subimos y le dio mi dirección al conductor. Cuando el vehículo se puso en marcha, me acercó a él y me abrazó para que pudiese descansar apoyada en su torso. Pensé que no iba a dormirme, jamás me había dormido en un taxi, pero cuando abrí los ojos y vi que estábamos estacionados frente a la verja de mi apartamento, me sonrojé.
James pagó al taxista y me ayudó a bajar. Subimos juntos a casa, pero él en ningún momento insinuó que buscase una invitación. Me preparó un té mientras yo me quitaba las botas, e insistió en que me pusiese cómoda.
Salí cinco minutos más tarde con mi bata puesta y me bebí el té mientras él tecleaba a mil por hora mensajes en su móvil. Tras dos o tres bostezos, estuve a punto de quedarme dormida en el sofá, pero James me sonrió y me llevó a la cama.
—Duérmete. Conozco el camino y me puedo ir solo. —Me besó y me acarició el pelo—. Te llamaré mañana y te recordaré que me siento increíblemente unido a ti, para que no se te ocurra pensar las tonterías de antes. El viernes no tardará en llegar, ya lo verás, y entonces convenceremos a Rafferty de que deje de comportarse como un cretino herido y malcriado.
Sonreí y me gané otro beso. El último de esa noche.
Me quedé dormida en cuanto oí que James cerraba la puerta y no me desperté hasta la tarde del día siguiente.
Rafferty me llamó y me invitó a cenar con él, Daniel y Amelia esa noche. Acepté porque me apetecía ver a mi amiga, pero le dejé claro que iba a contárselo a James y que eso no cambiaba los planes de los tres para el viernes.
Rafferty fingió no oírme.
James, por su parte, me dijo que lo pasase bien esa noche y que le diese recuerdos suyos a Amelia. Antes de despedirme de él, le aseguré que no me iría con Rafferty después de cenar.
Había decidido que hasta que hablásemos los tres el viernes no volvería a acostarme con ninguno de los dos.
Aunque podía justificar los anteriores encuentros, y ambos habían sido maravillosos, no me gustaba tener la sensación de que los estaba engañando. Y no sólo a ellos, sino también a mí misma.
Había momentos en los que seguía dudando sobre si de verdad me había enamorado de los dos o si había fabricado esos sentimientos para justificar mi deseo, pero en el fondo de mi alma sentía que no podía seguir haciendo el amor con Rafferty por la mañana y con James por la tarde, o al revés. Eso sólo complicaba las cosas para todos y me hacía sentirme infiel.
James me escuchó con atención. Nos habíamos reunido en su despacho para hablar del informe de la petrolera y me había guardado esa conversación para el final.
Durante la reunión, los dos fuimos capaces de concentrarnos en el trabajo, si bien el beso que me dio en cuanto llegué no fue para nada profesional y sí muy personal. Cuando llegamos al último punto de la lista que nos habíamos marcado como objetivo, James descolgó el teléfono para decirle a su secretaria que no le pasase llamadas y que se asegurase de que no lo molestaba nadie.
Después de colgar, se acercó a donde yo estaba sentada y me dio otro beso muy lento. Cuando se apartó, me miró a los ojos y me preguntó:
—¿Qué te preocupa?
Entonces le conté que iba a cenar con Rafferty y le hablé de mi decisión de no volver a acostarme con ninguno de los dos hasta que hubiésemos cenado los tres juntos el viernes. Al terminar, esperé nerviosa, aunque intenté disimularlo. Estaba decidida y ni Rafferty ni James iban a hacerme cambiar de opinión, pero no quería tener que discutir con ellos.
—No quiero que te arrepientas de haber hecho el amor conmigo —empezó a decir James—, y aunque a una parte de mí le duele y le molesta no haber estado cuando hiciste el amor con Rafferty, puedo entender que él te necesitara tanto como yo. —Soltó el aliento—. Y me alegro de que estuvieras a su lado, así que tampoco quiero que te arrepientas de haber hecho el amor con él.
—No me arrepiento, pero creo que será mejor para todos que no vuelva a pasar hasta que sepamos si esto que sucede entre los tres es posible o es sencillamente una locura.
—Es posible y una locura. —Me sonrió—. Lo cierto es que te entiendo, y si es tu decisión, la respeto. Pero puedo seguir besándote, ¿no?
—Por supuesto —le aseguré aliviada.
James se acercó a mí y me dio un beso más sensual que el anterior, tremendamente erótico.
—Piensa en mí esta noche, y dale recuerdos a Amelia, y también a Rafferty.
—Lo haré.
Me levanté, recogí mis cosas y me fui de Britania Oil con un cosquilleo en los labios por los besos de James.
Pasé por la ONG y seguí trabajando en el informe de la petrolera una hora más; había recopilado mucha información e intenté ponerla en orden.
Amelia no estaba en su despacho, esa tarde tenía una reunión en un hospital al que ayudábamos a enviar medicamentos a zonas bélicas y probablemente seguía allí o ya se había ido a su casa a cambiarse para la cena de esa noche.
Acabé el documento en el que estaba trabajando y decidí terminar mi jornada laboral. Al salir, paseé por la calle a paso lento para observar los escaparates y relajarme. Estaba ilusionada por la cena y también un poco nerviosa.
Cuando llegué al apartamento, imágenes de James en el salón y en mi cama se mezclaban con otras en las que aparecía Rafferty. Todavía no tenía ninguna de ellos dos, y no quería tenerla hasta que llegase el momento adecuado, porque sabía que si aparecía en mi mente no podría arrancármela.
Me duché y me vestí pensando sólo en lo agradable que sería cenar con Amelia y Daniel, o al menos intentándolo.
Media hora antes de la cena, sonó el timbre. Rafferty había insistido en recogerme y yo no me había negado.
Entró, su colonia invadió el vestíbulo, y me dio un beso.
—Estás preciosa.
—Gracias —contesté con los labios húmedos—. ¿Te duele la ceja? —Levanté una mano para tocarle la herida y, a diferencia del día anterior, me lo permitió.
—No, sólo me escuece un poco.
Fui a por el abrigo y el bolso y dejé a Rafferty observando el jardín por la ventana del salón. Cuando salí del dormitorio, estaba tan pensativo que ni siquiera me oyó.
—¿En qué piensas? —le pregunté.
—¿Le has dicho lo que sucedió ayer entre tú y yo antes de que te fueras de mi casa? —No me miró, mantuvo la vista fija donde la tenía y las manos en los bolsillos.
Los hombros se le veían tensos, como soportando demasiado peso.
—No, no hizo falta —le contesté—. Me estaba esperando, lo supo en cuanto me vio.
—¿Se enfadó?
Me acerqué y le acaricié la espalda; él se erizó, sorprendido por la caricia.
—No, no se enfadó. Si quieres saber cómo se siente, puedes llamarlo por teléfono, ¿lo sabes, no?
Me pareció que asentía, pero fue un gesto tan breve que quizá me lo imaginé. Echó los hombros hacia atrás, sacudiéndose de encima las preocupaciones junto con aquella conversación.
—Será mejor que nos vayamos.
Me cogió el abrigo y me ayudó a ponérmelo antes de abandonar el apartamento.
La cena fue muy agradable. Ver a Rafferty con Daniel siempre me había gustado, porque tenía la sensación de que en presencia de su amigo se atrevía a relajarse de una manera como no lo hacía estando solo conmigo. Era como si Daniel conociese una parte del pasado de Rafferty a la que yo no tenía acceso.
Daniel, quien al principio no había sido santo de mi devoción, había resultado ser un hombre magnífico que hacía muy feliz a mi mejor amiga. Además, era tan influyente en Londres que resultaba divertido cenar con el señor Bond y ver cómo el restaurante entero se quedaba mirándonos. Rafferty solía burlarse de él por ello. Raff, aunque también gozaba de mucha popularidad por ser quien era, no inspiraba el temor que inspiraba Daniel.
Tras la cena, Amelia y Daniel se despidieron de nosotros y vi cómo se besaban mientras esperaban que el aparcacoches del restaurante les trajese el suyo. Al ver ese beso, en principio tan inocente y romántico, se me encogió el corazón.
¿Qué pasaría si al final estaba de verdad enamorada de James y de Rafferty y conseguíamos hacer funcionar una pareja de tres? Nunca podría besarlos a los dos mientras esperábamos que nos trajeran el coche. La clandestinidad con la que tendríamos que vivir nuestra relación me sacudió de golpe y un escalofrío me recorrió la espalda. Rafferty lo vio y me abrazó.
—¿Tienes frío?
—No.
Jamás había podido mentirle. Me miró y siguió mi mirada hasta Daniel y Amelia. Adivinó que los observaba con envidia.
—Lo que tienen ellos dos es muy difícil de conseguir —me dijo.
—Lo sé, pero han luchado mucho para lograrlo. Yo también estoy dispuesta a luchar.
—¿Crees que vale la pena? —Entre su sarcasmo noté la desesperación.
—Por supuesto.
—¿Con quién, con James o conmigo? —me retó.
—Con los dos.
Entonces me soltó y se dirigió al aparcacoches, que ya había entregado el vehículo a Daniel y a Amelia, para darle el resguardo del suyo. El chico desapareció y Rafferty volvió a mi lado.
—Aun en el caso de que exista la manera de tenernos a ambos, jamás podrás llevar una vida normal. ¿Te imaginas qué dirán de ti si se sabe que estás con dos hombres al mismo tiempo?
Tragué saliva. Me negaba a sentirme mal por mis sentimientos y por un segundo odié a Rafferty por utilizar ese vil argumento en mi contra.
—Me da igual, las críticas malintencionadas o los chismes no pueden hacerte compañía de noche o cuando tienes problemas. El amor de tu vida sí.
—El amor de tu vida es singular.
—No tiene por qué serlo.
—No sé si eres inocente o si te estás buscando una excusa para sernos infiel.
—¿A quién?
—A James y a mí.
—Vaya, veo que ahora sí puedes decir su nombre y que por fin reconoces que tenéis algo en común.
Rafferty se sonrojó y el ruido del motor interrumpió lo que iba a decirme. Nos subimos al coche y él condujo en silencio hasta mi apartamento. Al llegar allí, paró el motor y se bajó para abrirme la puerta y acompañarme.
Yo seguía ofendida por su último comentario, pero no fui capaz de apartarme de él cuando me puso una mano en la espalda y se inclinó para darme un beso.
—Lo siento —dijo—, no quería ofenderte. Es que me cuesta entender que me echases de tu vida porque te pedí un ménage à trois y ahora afirmes estar enamorada de James y de mí.
Me dio un vuelco el corazón al oír el modo en que dijo su nombre esa vez. Tal vez él no lo supiera, pero empezaba a sentir algo por James. Quizá sólo fuera curiosidad, pero al menos era un principio.
—Es distinto y tú deberías comprender la diferencia mejor que nadie. Tu ménage nos habría distanciado, era una medida de protección que querías utilizar para no enamorarte de mí del todo, para no depender de mí. Lo que yo quiero es darte más amor, no limitarlo.
—¿Más amor?
—El mío y el de James.
Se detuvo en el portal y me dio otro beso. Yo se lo devolví y le acaricié la nuca.
—No creo que eso suceda, Marina, pero estaré aquí cuando te des cuenta. Buenas noches.
Se apartó y se dirigió sombrío hacia el coche, tenía los hombros caídos y caminaba despacio.
—Buenas noches. Acuérdate de la cena del viernes —le dije, levantando un poco la voz para que pudiese oírme a pesar de la distancia.
—No la he olvidado.
Se sentó al volante y se alejó de allí.