13
—¿Rafferty? —contesté al teléfono.
—Sí, soy yo.
Tenía la voz ronca, como con restos de cristales rotos y noches en vela.
—¿Dónde estás? —Sujeté el aparato con fuerza y caminé hasta quedar frente al ventanal que daba al jardín.
—En casa. —Oí un sonido extraño de fondo, que tardé varios segundos en identificar: la puerta del congelador al abrirse, seguido por el de unos cubitos de hielo cayendo sobre el mármol de la cocina. Había estado en casa de Rafferty y podía imaginármelo a la perfección—. Acabo de llegar del gimnasio, Daniel me ha dado una paliza.
Sabía que Rafferty y Daniel solían boxear juntos en el gimnasio que regentaba el fisioterapeuta que había ayudado a Daniel a recuperarse, pero nunca había visto a Rafferty llegar con un golpe o una herida.
—¿Te has hecho daño?
Después del modo en que se había ido de la ONG no sabía si le molestaría que me preocupase por él, pero no me importó. Estaba preocupada y quería que lo supiera.
Iba a tener que acostumbrarse. Ese hombre estaba sufriendo y me había hecho sufrir muchísimo, pero había llegado el momento de cambiar nuestra manera de actuar y buscar lo que necesitábamos para ser felices.
Yo ya había empezado. Noté la presencia de James a mi espalda y sus manos deslizándose por mis brazos para reconfortarme. No dijo nada, tal vez porque no quería que Rafferty lo oyese, pero me abrazó y me envolvió con su fuerza.
—Me ha partido la ceja, pero ha sido culpa mía —reconoció—. ¿Podemos vernos? Me gustaría hablar contigo de ese Cavill.
Se me erizó la piel al oírlo mencionar a James con tanta rabia. Rafferty era un hombre apasionado, cierto, pero socialmente era afable y se avenía con todo el mundo. La tensión con la que había hablado dejaba claro que James lo afectaba visceralmente. Yo estaba a punto de salir en su defensa, pero él, que había oído la conversación porque estaba pegado a mí, me miró y negó con la cabeza.
Confié en él y seguí su consejo.
—Por supuesto que podemos vernos —le contesté a Rafferty y James asintió satisfecho—. Si quieres, puedo ir a tu casa.
—Gracias, Marina. —Suspiró e intuí que le quitaba un peso de encima—. Dame media hora e iré a buscarte a la oficina.
—No —lo detuve—, no hace falta. Además, tienes que cuidarte la ceja —añadí convincente.
No quería explicarle por teléfono que no me estaba en la ONG y que tenía compañía.
—¿Estás segura?
—Completamente.
—Está bien —accedió a regañadientes—, te espero aquí.
Me colgó y yo me di la vuelta entre los brazos de James. Éste llevaba el torso desnudo, pero vi que antes de salir del dormitorio y venir a mi encuentro se había puesto los calzoncillos.
Permanecimos en silencio unos segundos, él acariciándome la espalda, yo dejando que sus manos me reconfortasen.
—Está furioso —susurré.
—Lo sé.
—Ha ido a boxear con Daniel y le ha partido una ceja.
Las manos de James se tensaron.
—¿Está bien?
—Sí, creo que sí, pero quiere verme para hablarme de ti. Ha pronunciado tu nombre con tanta animadversión…
—Es normal, son muchas cosas. Acaba de conocerme y te he besado delante de él. —Suspiró—. Tal vez me he precipitado.
—No digas eso. Si no me lo hubieras hecho, me habría costado mucho más aceptar lo que sucede entre nosotros. Has sido muy valiente, James.
—Quería besarte, siempre quiero besarte. Y cuando he visto los ojos de Rafferty, he sentido que también era lo que él quería. Espero, por el bien de los tres, que no me haya equivocado.
Asentí y me abracé a su cintura con más fuerza.
—Rafferty no es como tú, él no acepta el placer, el amor o la felicidad como un regalo. Opone resistencia, no sé por qué. Después de discutir y separarnos en Italia, durante unas semanas estuve demasiado triste como para pensar en él o en lo que me había dicho, pero ahora creo que lo que me pidió, lo de compartirme con otro hombre, era sólo un modo más de distanciarse.
James me acarició la espalda y me dio un beso en la cabeza.
—No conozco a Rafferty, pero cuando he ido tras él y hemos discutido, he podido sentir que está lleno de emociones y de sentimientos. No me ha parecido un hombre que quiera o necesite estar solo… todo lo contrario. Quizá le hicieran daño en el pasado y por eso desconfía del amor y de las relaciones, tal vez por eso está empeñado en boicotearlas desde el principio, aunque sea de un modo inconsciente.
—¿Qué vamos a hacer, James? Tengo que ir a verlo, me necesita. Pero no sé qué decirle y no voy a mentirle ni a permitir que te insulte.
—Vamos a ir a verlo juntos. Tú y yo. Ahora ya no estás sola. —Me apartó de él y buscó mis ojos—. Y Rafferty tampoco.
Tenía un nudo en la garganta y me costó tragar, mi mirada se perdió en la de James y en ella encontró refugio. Tenía muchas dudas, pero ninguna acerca de que su sugerencia era acertada.
—Y tú tampoco —susurré.
—No, yo tampoco —reconoció con voz ronca—. Vamos, ve a ducharte. Yo llamaré a la oficina y les diré que hoy no cuenten conmigo.
Se inclinó para darme un beso en los labios, un beso que prolongó unos segundos, hasta que se apartó despacio.
Lo observé mientras sacaba el móvil del bolsillo interior de su chaqueta, que antes había dejado encima de la mesilla; desprendía tanta fuerza y seguridad que me tranquilizaba sólo mirarlo. Levantó la vista y me sonrió, y yo tuve que irme a la ducha, porque si me hubiese quedado allí un instante más, lo habría besado y no lo habría soltado nunca.
El agua caliente me relajó. Durante esos minutos, intenté dejar mi mente en blanco. Íbamos a ver a Rafferty; éste me necesitaría para entender y aceptar lo que James y yo íbamos a decirle. Sabía que, para Rafferty, yo iba a ser lo que James había sido para mí: un ancla, el faro en mitad de la tormenta.
Cerré el grifo y, al apartar la cortina, me encontré con una toalla perfectamente doblada esperándome. Yo no la había dejado allí preparada, así que me dio un vuelco el corazón ante el detalle de James.
Me sequé y me dirigí a mi dormitorio para vestirme, vi que él tecleaba concienzudo algo en su teléfono.
—Gracias por la toalla.
—De nada. —Apretó una última letra y se levantó de la cama—. Iré a ducharme. —Me besó al pasar junto a mí—. No tardaré.
Me olió el pelo y me acarició la cintura por encima de la toalla.
—De acuerdo.
—Aunque quiero que sepas que, si no fuera porque Rafferty no está esperando, te metería en la ducha conmigo.
Se apartó y vi que sus ojos se oscurecían hasta adquirir el color plateado con el que me habían cegado mientras hacíamos el amor.
Oí el agua correr y me sonrojé al darme cuenta de que me había quedado allí petrificada mientras él se encerraba en el cuarto de baño. Sacudí la cabeza para quitarme de encima el estupor, aunque el deseo se quedó conmigo, y me planté frente al armario para vestirme.
Elegí un vestido, era el tipo de prenda con el que mejor me sentía y sabía que a Rafferty le gustaban.
Era un vestido nuevo, de colores morados y malva, lo había comprado una semana antes, después de pasarme días y días viéndolo en el escaparate de una tienda, cerca del trabajo. Me puse la ropa interior, un conjunto que combinaba encaje rosa y violeta, las medias y las botas y me dirigí al baño para maquillarme y peinarme.
Abrí la puerta y al ver a James con una toalla anudada a la cintura en mi pequeño y femenino cuarto de baño, me ruboricé.
—Estás preciosa —me dijo.
—Gracias.
Él se peinó con los dedos y, tras darme un beso, me dejó sola. Siempre que pasaba por mi lado me besaba, como si no pudiese dejar escapar la oportunidad. Respiré hondo y me dispuse a secarme el pelo y maquillarme.
Si me detenía a pensar, me pondría nerviosa y eso no ayudaría a nadie, ni a Rafferty, ni a James ni a mí, así que me concentré en arreglarme. Tardé diez minutos, todavía tenía las puntas del pelo húmedas y el maquillaje era suave, lo justo para sentirme cómoda.
Cuando salí, James me estaba esperando de pie, con la mirada fija en el jardín que se veía desde la ventana que había junto al sofá. Evidentemente, llevaba el mismo traje de antes, pero en el cuello de la camisa podía ver restos de las gotas de agua que le habían resbalado del pelo.
—Ya estoy lista.
James se dio la vuelta decidido; si estaba preocupado, logró ocultármelo y me ofreció sólo su fuerza.
Bajamos a la calle y detuvo un taxi. Una vez dentro, le di la dirección de Rafferty al conductor.
Me cogió la mano durante el trayecto y me explicó que había concertado una cita con una inmobiliaria para buscar casa en Londres cuanto antes. Britania Oil lo había instalado en un lujoso hotel en el centro, pero él, ahora que había decidido echar raíces, estaba impaciente por encontrar un sitio al que poder llamar «hogar» e ir moldeándolo poco a poco.
—La casa de Rafferty es preciosa —le dije—, intenté preguntarle por qué había elegido una tan grande para él solo, pero eludió el tema. Tiene un jardín precioso en la parte trasera y está rodeada por una verja. Es un lugar de ensueño, pero parece un proyecto a medias.
Tiene habitaciones aún vacías y creo que incluso hay unas por remodelar.
—Averiguaremos la historia de esa casa —propuso él.
El taxi dobló la última esquina y apreté los dedos de James porque los nervios que hasta entonces había contenido mínimamente me sobrepasaron.
—¿Y si nos echa?
—No se lo permitiremos. —Se volvió hacia mí—. Será difícil, ni por un momento me he imaginado a Rafferty dándome la bienvenida, pero sé que lo que he sentido en tu despacho y después, cuando lo he seguido, era de verdad. Aunque si quieres ir sola, si prefieres que no te acompañe, me quedaré fuera.
»Probablemente me costará contenerme: mis instintos me piden que te cuide y te proteja, y estoy impaciente por conocer a Rafferty. Pero si tú me lo pides, me quedaré en la calle, ¿de acuerdo? Ahora lo más importante sois Rafferty y tú.
El taxi se detuvo, James me soltó la mano y pagó al conductor. Bajó del vehículo, oí el ruido de su puerta, pero no conseguí reaccionar hasta que abrió la mía y me tendió la mano para ayudarme a bajar. El coche negro se alejó y él me sujetó la cara entre las manos.
—Tú decides, cariño. —Me dio un beso y se apartó.
Era un hombre magnífico. La tensión que reflejaban sus hombros evidenciaba lo mucho que le estaba costando hacerse a un lado y esperar, pero iba a hacerlo si yo se lo pedía.
De repente pensé que no quería hacer nada sin él; aunque era capaz de enfrentarme a cualquier situación sola, no quería hacerlo si podía tenerlo a mi lado. Le cogí una mano y subimos los escalones que conducían a la puerta de Rafferty.
Llamé al timbre. James se colocó justo detrás de mí, transmitiéndome su fuerza y, con una mano en mi cintura, también esos sentimientos tan intensos que crecían sin parar entre los dos.
Oí abrir la cerradura y, cuando apareció Rafferty, me sonrió durante un segundo, hasta que vio a James detrás de mí.
—¿Qué hace él aquí?
No intentó cerrar la puerta, pero entrecerró los ojos y la apretó tan fuerte que los nudillos se le pusieron blancos.
—Déjanos entrar, Raff. —Levanté una mano para acariciarle la herida de la ceja, pero se apartó antes de que pudiera tocarlo—. Por favor.
Él siguió inmóvil y en silencio.
—Estoy aquí porque quiero asegurarme de que Marina está bien —intervino James.
—Yo jamás le haría daño —se defendió Rafferty, sintiéndose insultado.
—Lo sé y sabes perfectamente que eso no es lo que he insinuado. Lo sabes. —James apretó la mano que tenía en mi cintura—. Déjanos entrar o cierra la puerta, porque Marina no entrará sin mí.
Me notaba el corazón en la garganta y estaba aguantando la respiración. Quería abrazar a Rafferty y decirle que no tenía motivos para estar tan a la defensiva, quería curarle la herida y darle un beso. Y también quería darle otro a James por ser tan fuerte por los tres. Sin él no habría tenido el valor de seguir adelante.
A Rafferty le tembló un músculo en la mandíbula, pero se apartó y nos dejó pasar. Cerró la puerta de golpe y casi lo oí gruñir detrás de nosotros.
Me dirigí al salón. Hacía meses que no estaba en esa casa y seguía pareciéndome preciosa. Al lado de la escalera que subía a los dormitorios —y a unas habitaciones vacías— había una maleta y una bolsa de deporte y deduje que Rafferty ni siquiera había deshecho aún el equipaje.
—No me esperaba esto de ti, Marina —dijo furioso—. Creía que al menos me merecía una conversación a solas, pero ya veo que no. Y ya veo que has elegido al señor Sin Escrúpulos, dispuesto a tirarse a todo lo que se le pone delante, hombres incluidos.
»Me parece perfecto, pero si crees que con él vas a tener tu familia feliz, me parece que estás muy equivocada, a no ser que estés dispuesta a…
—Ni se te ocurra terminar esa frase, Rafferty —lo amenazó James, volviéndose de golpe hacia él—. Te permito que me insultes porque todavía no me conoces y porque entiendo que te cuesta aceptar lo que está pasando, pero no te atrevas a insinuar que Marina no es la mejor mujer que has conocido nunca. Tú más que nadie deberías saber lo hermosa e increíble que es.
—Yo también lo creía, pero está visto…
James caminó hacia él, deteniéndose a escasos centímetros.
—Está visto que estás dolido y que no puedes pensar con claridad, pero si insultas a Marina, a esa mujer que está dispuesta a luchar por ti, te juro que te arrepentirás, ¿de acuerdo? —Me señaló con un dedo mientras mantenía la mirada fija en la de Rafferty.
Yo los observé atónita. Era la primera vez que los veía juntos tan de cerca y entendí lo que James me había dicho sobre la atracción que existía entre los dos. No dependía de mí, y era lo más bello y sensual que había visto nunca.
El torso de Rafferty subía y bajaba con dificultad, como si le costase respirar, y tenía los puños cerrados a los costados. Si los hubiese abierto, no sé si habría empujado a James o lo habría acercado a él para besarlo.
Parecía capaz de hacer ambas cosas, y los ojos le brillaban igual que si en su interior se estuviese librando una batalla sobre qué opción tomar.
Entonces desvió la vista hacia mí y soltó el aliento muy despacio.
—Lo siento, Marina. No he pretendido ofenderte —me dijo.
—Lo sé, no te preocupes.
Se apartó de Rafferty y se acercó a mí. Me cogió las manos, que yo me había estado retorciendo nerviosa, y me dio un beso en los labios.
—¿Por qué has venido con él, Marina? —me preguntó Rafferty, evidenciando su confusión y su cansancio—. ¿De verdad tenías miedo de que fuera a hacerte daño?
—No, por supuesto que no. —Solté a James y me acerqué a él. Pensé que me rechazaría, igual que había hecho al abrir la puerta, pero esta vez permitió que lo abrazase—. Te he echado mucho de menos —suspiré.
Rafferty se tensó, completamente a la defensiva, pero después respiró despacio y, al cabo de unos segundos, se relajó un poco y me abrazó.
—Yo también, por eso he vuelto.
Cerré los ojos, podía oír su corazón latiendo bajo mi mejilla.
—¿Por qué has venido con él? —insistió.
—Porque lo necesito aquí conmigo, y tú también.
Rafferty cogió aire y, tras soltarlo, me alejó con cuidado.
—Yo a él no lo necesito, sólo te necesito a ti —me dijo, mirándome con tristeza a los ojos.
—No es verdad. En Italia me dijiste que necesitabas que nos acostáramos con otro hombre. No sólo me necesitas a mí.
Suspiró frustrado y se pasó una mano por el pelo.
—Lo que te pedí en Italia no tiene nada que ver con él. Jamás te pediría que te enamorases de otro hombre.
—Tú querías que dejase que otro me tocase sin sentir nada por él —respondí, intentando contener las lágrimas—, pero si te hubiese dicho que sí, habrías encontrado la manera de distanciarte de mí, de dejarme.
—No, eso nunca. Si hubieras accedido a ello, jamás te habría dejado.
—Pero tampoco te habrías comprometido del todo, nunca me habrías amado. Lo que me pediste me habría alejado de ti, habrías encontrado la manera de convertir lo nuestro en una relación sin futuro, estancada en esa clase de encuentros.
—¿Y enamorándote de él me has hecho un favor? —El sarcasmo flotó en el aire.
—Él se llama James, Rafferty. ¿Te has fijado en que eres incapaz de pronunciar su nombre, de mirarlo? ¿Por qué crees que es?
—¡Porque te has acostado con él! ¡Porque me ha arrebatado a la mujer que quiero!
—Tal vez —reconocí para apaciguarlo un poco—, pero también porque te sientes atraído por él.
—Yo no me siento atraído por James.
Éste, que se había mantenido en silencio durante nuestra conversación, se acercó en ese momento a nosotros y dijo:
—Esta mañana, en el despacho de Marina, podrías haberme apartado de ella. Eres tan alto como yo y probablemente igual de fuerte. ¿Por qué no lo has hecho?
¿Por qué has dejado que la besara mientras ella estaba en tus brazos?
—Estaba aturdido por el viaje y me has pillado por sorpresa. Además, no quiero hablar de estas cosas contigo.
Se apartó y caminó por delante de la chimenea.
—Raff, mírame, por favor —le pedí—. En Italia me hiciste mucho daño, me ha llevado meses recuperarme, pero sé que si no me hubieras contado la verdad también habríamos acabado separados. Yo, a pesar del amor que sentía y siento por ti, tampoco era feliz. Conocer a James me ha salvado. Es un hombre maravilloso y lo que estoy empezando a sentir por él es tan fuerte como lo que siento por ti.
—¿Qué estás diciendo? ¿Que estás enamorada de los dos? —Le costó formular esta pregunta y tuvo que humedecerse los labios—. No digas estupideces, Marina.
No sé qué diablos te ha dicho este gilipollas para convencerte, pero no puedes amar a dos hombres al mismo tiempo.
Respiré hondo para no reñirlo por haber insultado a James; era evidente que estaba dolido y reaccionaba atacando al hombre al que consideraba su enemigo, no su aliado.
—Digo que puedo estar enamorada de los dos y que me niego a renunciar a uno de vosotros. Tú me pediste que dejase que otro hombre tocase mi cuerpo, yo quiero pedirte que dejes que James te conozca. —Lo vi abrir los ojos con desesperación y con algo que identifiqué como una mezcla de miedo y anhelo—. Quiero que dejes que llegue a tu corazón.
—¡Jamás! Tienes que elegir, Marina. O él o yo.
—¿Tanto miedo tienes de darme una oportunidad, Rafferty? —intervino entonces James con voz ronca.
—No seas engreído, Cavill. No te tengo miedo, sencillamente, no me van los hombres. Me parece genial que a ti te guste todo, así tienes más donde elegir, supongo, pero eso no va conmigo.
—Claro, entiendo. —James vino a mi lado, pero no me tocó, toda su atención estaba fija en Rafferty, que seguía frente a nosotros, con la chimenea tras él—. Y cuando hacías tríos no te gustaba ver el cuerpo del otro hombre que estaba en la cama contigo.
Rafferty entrecerró los ojos, me miró de soslayo un segundo y vi que los pómulos se le oscurecían. No supe si era de vergüenza o de deseo.
—Me gustaba ver lo que hacía ese hombre con el cuerpo de la mujer —contestó—. Prácticamente nunca me fijaba en ellos, para mí eran como un instrumento.
—Y esas relaciones no llegaban nunca a nada —señaló James—. Porque ¿qué puede haber más seguro que acostarte con una mujer a la que le da placer otro hombre, una mujer que nunca llega a ser sólo tuya y un hombre que tampoco te afecta? —Se acercó a Rafferty, deteniéndose a milímetros de él—. Nada, no existe nada más seguro y más vacío. Nunca has tenido que jugarte el corazón. Pero hasta ahora nunca te habías enamorado de una mujer como Marina, y tampoco… —se acercó un poco más, los labios de ellos dos casi se tocaban y yo tuve que humedecerme los míos— habías conocido a un hombre como yo.
Pensé que James lo iba a besar, que iba a demostrarle lo real que era esa atracción que yo incluso podía saborear, pero se apartó de golpe y le dio la espalda. Lo vi apretar la mandíbula frustrado y cómo Rafferty apenas podía respirar.
—No quiero perderte, Raff. —Lo vi tan perdido que le ofrecí una salida—. Y no quiero perder a James. Danos una oportunidad.
—Tú no me la diste —replicó. Le temblaban las manos y la voz. Echó los hombros hacia atrás y se dirigió hacia la puerta de la casa—. Marchaos de aquí. Los dos.
Me mordí el labio inferior para no echarme a llorar allí mismo. Habíamos fracasado. Rafferty apenas nos había escuchado y se había negado en redondo a darnos una oportunidad. Miré hacia arriba para contener las lágrimas y, justo cuando creía que iba a perder la batalla, James me acarició la espalda.
—Le dijiste a Marina que necesitabas que en vuestra cama hubiese un tercer hombre, ¿no es así, Rafferty? Al menos, ten el valor de reconocer la verdad también delante de mí.
Raff se detuvo en el pasillo y se dio media vuelta.
—Sí, así es —reconoció furioso.
—Pues bien, si de verdad estás dispuesto a conformarte con eso, de acuerdo, acepto, pero antes tenemos que ir a cenar los tres.
Se me encogió el estómago al oír sus palabras y tuve que recordarme que me había pedido que confiase en él.
Desde donde estaba, podía ver que a Rafferty le costaba respirar.
—¿Tú estás de acuerdo, Marina? —preguntó entonces, mirándome con desconfianza—. ¿Te acostarás conmigo y con James aunque él y yo no nos soportemos?
—No asumas nada sobre mí, Rafferty —intervino James antes de que yo pudiese contestar—. Habla por ti.
—Confío en James —dije, tras humedecerme los labios. A Rafferty no le gustó mi respuesta, pero James se lo merecía—, y a ti te he echado mucho de menos. Me gustaría mucho que pudiésemos cenar los tres juntos. No sé qué sucederá después de la cena.
—Me parece bien —accedió Raff finalmente—. Podemos cenar juntos el viernes, pero no quiero ir a ningún restaurante. Venid aquí a las ocho. Y ahora —se dirigió a la puerta y la abrió—, quiero que te vayas, James. —Lo miró a los ojos—. Marina, tú puedes quedarte si quieres.
James se tensó, pero noté que, aunque le costaba, procuraba mantener la calma. Se alejó de mí y se dirigió solo hacia la puerta, dándome, sin decirme nada, la posibilidad de quedarme. Se detuvo frente a Rafferty y la tensión de antes apareció al instante. Se quedó allí los segundos necesarios para obligar a Rafferty a reconocerla, a pesar de que no hizo nada al respecto.
Cuando los ojos de éste cambiaron de color y no tuvo más remedio que apartarlos, James reanudó la marcha y salió de la casa cerrando la puerta a su espalda.
Me habría gustado quedarme, pero Rafferty estaba muy alterado y algo me decía que necesitaba estar solo, que si me quedaba utilizaría lo que sucediera entre nosotros como excusa para no enfrentarse a lo que le estaba pasando con James.
Respiré hondo y me acerqué a él, que seguía inmóvil junto a la puerta. Me detuve igual que había hecho James y me puse de puntillas para darle un beso en los labios. En cuanto nuestras bocas se tocaron, Rafferty reaccionó sujetándome por la cintura y devorando mis labios. Me besó furioso, con una pasión teñida de dolor y de miedo, con rastros de unas emociones que ya habían aparecido en algunos de nuestros besos. Le temblaban los labios y flexionaba los dedos en mi cintura.
Estaba excitado, mucho más de lo que justificaría ese único beso. Y me necesitaba. Le rodeé el cuello con los brazos y noté que la piel le quemaba, el sudor le empapaba la nuca y el torso le subía y bajaba apresuradamente contra el mío. Me levantó del suelo y me apoyó la espalda en la pared del pasillo. Un cuadro se movió junto a mi cabeza por la fuerza del golpe, aunque él se aseguró de ponerme la mano en la nuca para protegerme del impacto.
—Te necesito, Marina. Ahora.
—Sí, sí.
No me planteé que estuviese haciéndole daño a James por estar de esa manera con Rafferty horas después de haber hecho el amor con él. Lo nuestro era nuevo y delicado, pero en el fondo de mi corazón sabía que James sería el primero en decirme que si Rafferty me necesitaba no podía abandonarlo.