17
Tras desayunar, James insistió en que teníamos que ducharnos los tres juntos. Todo empezó después de que viese la enorme ducha que Rafferty tenía en su cuarto de baño y, para mi sorpresa, éste no se opuso, sino que enumeró todas las ventajas de una ducha colectiva.
Yo estaba tan feliz de verlos contentos, bromeando entre ellos, tomándose un café que ya se había enfriado y riéndose de mí porque me había quemado con una tostada, que no supe (ni quise) decirles que no.
En la ducha, se turnaron para enjabonarme y cuando creía que iba a perder la cabeza de deseo, James me cogió en brazos y me penetró apoyándome en la pared de baldosas. Me hizo el amor mientras el agua caía sobre nosotros y mientras Rafferty me acariciaba los pechos entre los brazos de James, tocando el torso y la espalda de éste para hacerle rugir de esa manera que al parecer nos volvía locos a los dos.
Rafferty no se había atrevido todavía a besarlo, pero lo tocaba con cariño y sensualidad, y se excitaba muchísimo al hacerlo. Y con cada caricia se volvía más atrevido.
Yo estaba a punto de alcanzar el clímax, James entraba y salía con fuerza de mi cuerpo y me besaba o mordía el cuello bajo el agua de la ducha. Entonces, Rafferty, que le estaba acariciando la espalda, no se detuvo al llegar a las nalgas, sino que también se las tocó.
James adelantó con fuerza las caderas y me penetró más profundamente.
—Estás jugando con fuego, Ra, sigue así y cuando termine te quemarás —le advirtió.
Él se limitó a sonreírle y a acariciarle la mejilla, algo que había aprendido que excitaba enormemente a James, que terminó en aquel preciso instante; gritó mi nombre justo antes de besarme y me poseyó de tal manera que yo me precipité con él a un orgasmo que parecía no tener fin.
Cuando acabamos, salió de dentro de mí con cuidado y me dejó en la banqueta de baldosas que había pegada a la pared. Me besó aún dos o tres veces, le costaba apartarse de mí, pero entonces Rafferty debió de tocarlo, porque interrumpió el beso y me guiñó un ojo.
—Creo que tendrás que ayudar a Ra a que no se caiga —me dijo.
Tardé unos segundos en comprender la frase, que no parecía tener demasiado sentido. Hasta que vi que James se volvía y, con toda su envergadura, sujetaba a Rafferty por la cintura, se ponía de rodillas delante de él y atrapaba su pene erecto entre los labios.
Rafferty estuvo a punto de caerse al suelo de la fuerza con que lo sacudió el placer; ninguna mujer podría hacerlo de esa manera, con tanta profundidad, y, efectivamente, lo sujeté por la espalda antes de que se desplomase, y lo guié como pude hasta la banqueta donde yo también había estado sentada.
James no dejó de succionar su miembro ni un segundo, su cabeza subía y bajaba con devoción y de sus labios salían delicados sonidos de placer. Dios, si a pesar de que acababa de eyacular dentro de mí, su pene volvía a excitarse lentamente ante mis ojos. Y yo también, pensé entonces, al ver que me costaba respirar y que no podía apartar la vista del beso tan íntimo que compartían esos dos hombres.
Me puse en pie temblorosa y cerré el agua, quería oírlos y verlos sin que nada me molestase.
—James… —gemía Rafferty y abría y cerraba los puños, como si tuviera miedo de tocar la cabeza o los hombros de James.
Me acerqué a él despacio y le susurré al oído:
—Tócale, él también te necesita.
Rafferty gimió, fue un sonido ronco y de abandono, y colocó las manos en la cabeza de James para acariciarle el pelo con dulzura. Éste no interrumpió lo que estaba haciendo, pero gimió de un modo distinto y apretó los dedos en la cintura de Rafferty.
—Lo has hecho muy bien, Raff —volví a susurrarle—. Soy tan feliz de veros juntos. Gracias por darnos una oportunidad.
Él gimió de nuevo y volvió la cabeza en busca de la mía. Me besó desesperado, imitando con la lengua los movimientos que seguramente imprimía a sus caderas, y me entregué a ese beso con absoluto abandono.
Me estaba excitando muchísimo, los sonidos de James, la respuesta de Rafferty, estar allí los tres juntos, compartiendo nuestros cuerpos y nuestro deseo. Yo también gemí y cerré los ojos para dejarme llevar, pero después del orgasmo de antes y de la noche anterior, necesitaba más.
—Tócate —oí decir a James y tuve que abrir los ojos.
Había apartado los labios de Rafferty unos segundos, aunque seguía acariciando su miembro con una mano, y me estaba mirando. Rafferty tenía la cabeza echada hacia atrás, rendido a lo que James le estaba enseñando, y seguía acariciándole el pelo y los hombros, como si no pudiese dejar de hacerlo ni fuera consciente de ello.
—Tócate —repitió James—, puedo oler tu deseo y me está volviendo loco. Ahora necesito darle esto a Ra, él lo necesita y yo también. Y también tú. Pero si sigo oliéndote, no podré terminar. Hazlo por mí, princesa, tócate y deja que oiga cómo te das placer. Por favor.
James inclinó la cabeza y, tras besar la erección de Rafferty y recorrerla con la lengua, la engulló de nuevo haciéndolo gemir y que prácticamente se levantara de la banqueta.
—Hazlo, Marina, cariño —me suplicó entonces Raff—. Yo también lo necesito.
Separé las piernas y deslicé una mano entre ellas para tocarme y alcanzar el orgasmo al mismo tiempo que los dos hombres que estaban entregándose el uno al otro frente a mí. A medida que mi respiración se fue entrecortando, también lo hizo la de Rafferty y vi que James apartaba una mano de la cintura de éste, que ahora ya no se movía, sino que buscaba desesperado la boca del otro hombre, para sujetar su propia erección y también masturbarse.
—Raff, James… —gemí sus nombres una y otra vez, mientras miraba alternativamente a uno y a otro, fascinada por su belleza y por lo que me hacían sentir con ella.
Rafferty fue el primero en gritar. Tanto James como yo le habíamos estado esperando, porque ese momento era sólo para él. Cuando pronunció nuestros nombres con voz ronca por los gemidos, James también eyaculó y siguió besando y lamiendo a Raff. Y yo, al verlos a los dos perdidos en esa pasión, en ese acto del que me habían hecho partícipe, no porque así fuera más erótico, sino porque ambos lo necesitaban, también alcancé otro orgasmo.
Después, James y yo ayudamos a Rafferty a ponerse en pie y nos duchamos. Éste parecía incapaz de mirar a aquél a los ojos, pero minutos más tarde, cuando los tres nos habíamos envuelto con toallas y estábamos frente al espejo, sucedió algo hermoso.
Yo me estaba cepillando los dientes con un cepillo que había dejado meses atrás, durante mi relación fallida con Rafferty.
James no decía nada, pero con la mirada buscaba un tercer cepillo, uno nuevo, tal vez uno de esos de cortesía que regalan en los hoteles.
—Toma, puedes utilizar el mío —le dijo entonces Rafferty, tendiéndoselo—. No tengo más.
—Gracias.
Ambos se sonrojaron, como si utilizar el cepillo del otro tuviese más importancia que lo que acababa de suceder en la ducha. Y tal vez la tuviese.
Nos despedimos, porque James tenía que ir al hotel a cambiarse de ropa y a terminar unos asuntos de trabajo.
Yo también quería irme a casa para descansar y pensar en todo lo que acababa de suceder; quería asumirlo despacio, sin prisas. Y Raff probablemente era de los tres el que más espacio necesitaba. Nos dijimos adiós con la promesa de vernos al día siguiente.
Promesa que cumplimos.
Fueron unos días increíbles. A Rafferty seguía costándole iniciar cualquier clase de intimidad con James, aún no se habían besado, pero cuando estábamos juntos en la cama, el deseo no tardaba en eliminar sus miedos o sus reticencias y ya tocaba y acariciaba a James con total libertad. De hecho, parecían fascinarlo todas las reacciones que conseguía arrancarle a James.
Cuatro días después del episodio de la ducha, cuando los tres volvíamos a estar en la cama, Rafferty insistió en que quería hacerle a James lo que él le había hecho; besarlo y lamerlo hasta hacerlo enloquecer.
James y yo casi alcanzamos el orgasmo allí mismo, sólo con oír a Raff explicar todo lo que quería hacer, y cuando por fin lo hizo, aunque tuvo que superar algún que otro problema fruto de los nervios, fue espectacular.
James gritó como nunca cuando Rafferty le rodeó el pene con la boca y me pidió, me suplicó, que lo besase y le sujetase las manos con fuerza, porque tenía miedo de perder el control y agarrar a Rafferty de una manera que pudiese asustarlo.
Éste lamió a James mientras yo le retenía las manos y lo besaba y, cuando eyaculó, temblando y gritando nuestros nombres sin parar, nos pidió que por favor no terminásemos con él e hiciésemos después el amor a su lado. Y sí, con James saciado y con una sonrisa de oreja a oreja, Rafferty me hizo el amor como un animal salvaje.
Yo gritaba el nombre de los dos mientras James me pellizcaba los pechos y Raff entraba y salía de mí, apoyando su peso sobre las manos para no aplastarme.
James aprovechó también la ocasión para acariciar la espalda de Rafferty, que se movía como un gato en busca de las caricias de su amo.
Habíamos hecho el amor los tres, tal vez el único que había estado dentro de mí había sido Raff, pero habíamos hecho el amor los tres.
James estaba siendo muy paciente con el tema de los besos y también con otros más complejos. No nos lo había dicho, pero yo podía intuir que quería entrar dentro de Rafferty, que quería hacerle el amor también de esa manera, y que deseaba que Raff se lo hiciese a él. Podía verlo en cómo se movía, en cómo nos miraba cuando creía que no lo veíamos.
Una parte de mí lo entendía: estar dentro del cuerpo de otra persona simbolizaba sin duda el máximo grado de unión que podía existir entre ellas, pero otra parte tenía miedo de que esa petición fuese más de lo que Rafferty podía aceptar.
Un viernes, cuando entré en casa de este último con mi bolsa, para pasar allí el fin de semana, los encontré a los dos discutiendo.
—¡Nunca tienes suficiente! —gritaba Rafferty—. Siempre tienes que pedir más y más.
—¡Nunca me das nada! —le contestó James—. Siempre tengo que suplicar para conseguir cualquier muestra de afecto de tu parte.
—Hola —los saludé, entrando en la cocina—. ¿Qué os pasa?
Rafferty se apartó de James furioso y se acercó a mí.
—James quiere que vayamos los tres juntos a una cena de tu trabajo.
—¿La gala para la recaudación de fondos? —les pregunté confusa.
—Sí, la misma —contestó James, más calmado que Rafferty—. Britania Oil ha recibido una invitación y he pensado que si tengo que asistir, quiero hacerlo con las dos personas más importantes de mi vida.
—Yo le he dicho que está loco —intervino Rafferty.
—¿Loco porque quiero ir acompañado de la mujer y del hombre que amo?
Rafferty palideció y se volvió hacia él a punto de estallar.
—Tú no me amas. Retíralo.
James se rió apesadumbrado.
—Esto no es un patio de colegio, Rafferty. Y lamento decirte que no tienes ningún poder sobre mis emociones.
Bastante poder te he dado ya por desgracia en otros ámbitos de mi vida, pero en mi corazón sigo mandando yo.
El mío latía desbocado, James había dicho que nos amaba a los dos.
—Mira, Cavill, no sé a qué te refieres, pero tú no me amas.
—Puedes llamarme por mi apellido tantas veces como quieras, Ra, eso no cambiará lo que siento.
—¡Estás loco, no puedes haberte enamorado de mí y no puedes pretender que vayamos los tres a una gala!
—¿Por qué? —insistió James, cruzándose de brazos.
—¡Porque no es normal, joder! ¡Porque pensarán que Marina es una puta y tú y yo unos viciosos pervertidos!
Me quedé sin respiración y James palideció.
—Eso es lo que piensas tú —dijo luego, acercándose a Rafferty y mirándolo a los ojos—. Niégalo, dime que no es lo que piensas. Dime que esta estupidez no es el motivo por el que no me besas y por el que no quieres hacer el amor conmigo. ¡Dime que no es verdad que no quieres acompañarnos a Marina y a mí por el miedo al que dirán!
¡Dímelo!
Rafferty no dijo nada, tragó saliva y se apartó de él, dejándolo solo con su furia.
—Tanto Marina como tú o yo tenemos un trabajo que nos hace muy visibles —añadió luego— y debemos cumplir nuestras responsabilidades.
—Chorradas —replicó James.
—¿Ahora cuál de los dos se está comportando como un niño? No puedes creer que podemos presentarnos los tres cogidos de la mano en una cena de gala e irnos sin que pase nada. Saldremos en los periódicos, nos despedirán, nos humillarán.
—Todo eso pasará si nosotros se lo permitimos. Si somos los primeros en avergonzarnos de nuestros sentimientos, ¿cómo podemos defenderlos frente a los demás? En cambio, si nos mostramos orgullosos de lo que somos, de lo que sentimos, nadie se atreverá a atacarnos, Ra.
—¿Qué somos? Y no me llames Ra.
James reaccionó como si Rafferty lo hubiese golpeado.
—No puedo creer que cuando por fin me enamoro de verdad lo haya hecho de un cobarde, Rafferty. Marina tú y yo somos una familia. Y eso nos legitima para defendernos de cualquier ataque, para luchar por nuestra felicidad. Pero está visto que tú no lo crees, así que dime, ¿qué somos ella y yo para ti?
Raff tenía los ojos abiertos como platos y se pasaba las manos por el pelo. Desvió la mirada hacia mí un segundo, y al ver el reproche y la decepción que brillaba en mis ojos, la apartó de inmediato.
—Marina es la mujer que quiero —contestó entonces, sirviéndose un vaso de agua.
—¿Y yo? —insistió James—. ¿Qué soy yo? ¿El hombre con el que haces un trío? ¿El hombre con el que descubres nuevas facetas sexuales y nada más? ¿Soy sólo eso, un juguete sexual que compartir y con el que experimentar?
—Exacto.
—No… —balbuceé al ver el rostro de James.
—No te preocupes, Marina. Estoy bien —afirmó él, mirándome—. Sé que miente y que es un cobarde, y por eso mismo voy a irme ahora de aquí, antes de que diga algo de lo que me arrepienta de verdad.
Y cogió una bolsa de viaje que había en el suelo.
Igual que yo, había llegado a la casa con intención de pasar allí el fin de semana.
—No te vayas, James. Por favor —intenté retenerlo.
—Es mejor así, princesa. Estaré en el hotel si me necesitas. Llámame o ven cuando quieras. —Se acercó a mí y me dio un beso largo y algo triste—. No dejes que esto nos estropee nada, Marina.
Me dio otro beso y se apartó para dirigirse a Rafferty.
—¿Qué? —lo retó él a la defensiva—. ¿A mí también vas a decirme que puedo llamarte o ir a verte cuando quiera?
—No.
Rafferty se entristeció un instante, aunque de inmediato intentó ocultarlo. James soltó la bolsa en el suelo y, antes de que pudiésemos adivinar qué se proponía, cogió a Raff por el cuello y tiró de él para besarlo.
Yo me quedé boquiabierta y de inmediato noté que se me aceleraba el corazón y se me erizaba la piel. James le sujetaba el rostro entre las manos y movía los labios con una determinación y una fuerza que nunca había ejercido conmigo. Adiviné que en mi caso se contenía y que con Rafferty, que era tan alto y fuerte como él, no tenía que hacerlo.
Ver toda esa fuerza en estado libre, sin barreras, era muy sensual. Raff se mantuvo inmóvil un segundo y levantó las manos como si fuera a apartarlo, pero cuando lo tocó, lo abrazó con fuerza y lo pegó a él. Podía verlo flexionar los dedos en la espalda de James. Separó los labios para darle mejor acceso y gimió con voz ronca.
James movía la lengua y los labios, la mandíbula le temblaba con cada cambio de movimiento. Rafferty intentaba imitarlo, podía ver su lengua entrando y saliendo de la boca del otro hombre, sus labios persiguiendo los otros con desesperación. Hambrientos de sus caricias.
James lo soltó con la misma brusquedad con que había empezado el beso y lo miró a los ojos.
—Ahora dime que no te ha gustado. —Vio que Raff iba a abrir la boca y lo detuvo—. Te recuerdo que tu erección está a punto de reventarte los pantalones.
Rafferty entrecerró los ojos y lo miró furioso.
Durante un segundo, temí que fuera a pegarle de nuevo, pero entonces James se le acercó de nuevo y volvió a sujetarle el rostro entre las manos.
Rafferty respiraba como un animal acorralado y le temblaban los brazos de la tensión que lo recorría. James inclinó despacio la cabeza y le dio otro beso. Este segundo duró sólo un instante, fue lento, le recorrió los labios con la lengua y suspiró sobre ellos. Cuando terminó, apoyó la frente en la suya y cerró los ojos.
—Y ahora dime que no me quieres.
Raff no dijo nada, pero no se apartó, se quedó allí como una estatua, y cuando no pudo soportarlo más, se dio la vuelta y pasó junto a mí de camino a la escalera.
James se quedó abatido donde estaba, respirando pesadamente, intentando contener la rabia. Me acerqué a él y lo abracé.
—Tranquilo, James. Estoy aquí.
Me rodeó por la cintura y apoyó una mejilla en mi cabeza.
—No sé qué más podemos hacer, Marina. No podemos obligarle a reconocer sus sentimientos. Dios, si fuera capaz de irme, me iría, pero te amo y a ti no quiero perderte. Si tengo que renunciar a él, no tendré más remedio que aceptarlo. Supongo que en el fondo no le he tenido nunca, pero a ti no puedo perderte.
—A mí no vas a perderme, James. Yo también te amo. Y si Rafferty no entra en razón, nos perderá a los dos. No me digas que crees que, tratándote así, lo elegiré a él antes que a ti.
—De él te enamoraste antes.
—De ti me enamoré después.
—Gracias, Marina.
—No me las des, vámonos de aquí. No quiero quedarme si Rafferty se empeña en convertir nuestra historia de amor en algo sórdido de lo que tenemos que avergonzarnos.
James me soltó y me miró a los ojos.
—No lo hagas por mí. Si crees que debes quedarte con él, quédate.
—No lo hago por ti, lo hago por nosotros. Vamos, puedes venir a mi casa. No quiero que estés en ese hotel.
James se rió y me dio un vuelco el corazón al ver que había logrado animarlo.
—Ese hotel es el mejor de Inglaterra, princesa.
—Sí, tal vez, pero yo no estaré en él.
—En eso tienes razón.
Se agachó para recoger la bolsa del suelo y cogió también la mía de camino a la puerta. Paramos un taxi y cuando llegamos a mi apartamento, fingimos que no había sucedido nada. Vimos una película malísima en la tele y comimos una pasta que prepararé con salsa de tomate.
Nos acostamos y nos besamos, pero no hicimos el amor, porque los dos echábamos de menos a aquel idiota que se empeñaba en negarnos.