Capítulo 30

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Los nueve titanes


Urza estaba parado en una duna de arena con vistas a los terrenos del duelo. Su capa ondeaba con la brisa de la noche. Una mano agarraba su bastón guerra y la otra jugueteaba en el borde de su capa. Era un momento importante.

Debajo, los guerreros colmaban el arenoso campo del duelo y la cubierta de la encallada nave gritando su emoción a los cielos. En medio de ellos estaba Eladamri, victorioso por encima de un Agnate caído. La ancha espada del elfo goteaba sangre Metathran. Le había cortado un trozo superficial a lo largo de los bíceps del guerrero, una herida que un humano podría curar en una semana y un Metathran en un día. No significaba nada y sin embargo todo. Eladamri lideraría a la mitad del ejército Metathran guiando a guerreros que creerían en él. Pero lo que quizás era más importante: completaría a Agnate. Era obvio que Eladamri nunca podría reemplazar a Tadeo pero podría volver a despertar el espíritu de lucha en esos soldados vencidos. Eso sería suficiente.

Victoria en la arena y derrota en la nave. Incluso desde donde él se encontraba Urza podía sentir la muerte de Hanna. Los planeswalkers podían curar casi todas las enfermedades con un pensamiento pero no la plaga Pirexiana. Un pesar inútil fluyó a través de él, un deseo de haber estudiado los procesos de la enfermedad en lugar del artificio. Era una tontería. Sus máquinas salvarían millones de vidas, ellas no podían ser razonablemente intercambiadas para esta sola vida. Aun así, se trataba de una pérdida. Hanna había anclado a Gerrard. Sin ella, él sería un hombre diferente, un hombre menor. Urza sólo deseó que Gerrard todavía fuera suficiente para el papel que tenía que realizar.

"Tendré que decirle a Barrin de la muerte de su hija," razonó el caminante de planos, "una vez que haya ganado la batalla de Urborg."

Victoria en la arena y derrota en la nave. Aquella era una hora trascendental. Las propias acciones de Urza en los próximos minutos serían críticas. Tomando un último aliento del polvo de Koilos… una fragancia que lo llevó de vuelta a los días con su hermano… Urza utilizó sus poderes de planeswalker para desparecer de la duna.

No entró en el caos del entre-mundos. Aquel era un lugar para los mortales. Urza no tenía que viajar por esos lados aunque a veces visitaba las Eternidades Ciegas cuando necesitaba tiempo para pensar.

Pero ahora no.

El caminante apareció en una crepuscular ladera boscosa. Estaba de pie en las tierras natales de los minotauros. An-Havva yacía debajo pero él no tenía ningún interés en las ciudades de los minotauro. Había una sola cabaña sobre la colina. Era pintoresca, similar a la simple cabaña de un leñador. Un camino de piedras ondulaba entre flores silvestres y unos troncos cortados se veían sobre un montón de paja. Una misteriosa pequeña chimenea soplaba alegremente humo en el aire. Aunque estaba destinada a parecer pintoresca y pequeña su propietario había construido una cabaña que era más grande por dentro que por fuera.

Urza caminó por el sendero y a través de las plantas de sus botas sintió el frío de sus piedras. Estas estaban reportando su acercamiento al hombre en su interior. Algunos intrusos habían caído muertos en el camino. Otros que habían atravesado las flores silvestres habían sucumbido en un sueño que resultó ser eterno. Urza no era susceptible a tales protecciones. Tampoco quería burlar al propietario e incurrir en el resentimiento de otro planeswalker.

La puerta era robusta y semicircular. Urza la golpeó con la reluciente cabeza de su bastón de guerra.


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"Buenas tardes, Taysir. Llegó la hora."

Sin hacer ruido la puerta se abrió de pronto hacia el interior. Un hombre bajo y delgado estaba allí alzando sus tupidas cejas hasta su punto máximo en un gesto dubitativo. Aunque era algo calvo el hombre tenía una regular melena de pelo blanco y su barba estaba ceñida a su esternón. Parpadeó con ojos profundos y quejumbrosos y su voz resopló con la intensidad de un bibliotecario.

"¿Hora? ¿Hora?"

"Sí," respondió Urza. "La hora ha llegado. Dominaria pende de un hilo."

"¿No es así siempre?" respondió secamente Taysir.

"¿Quién es, Padre?" preguntó una mujer joven que apareció al lado de Taysir. Parecía una tatara tatara tataranieta de él. Su pelo negro le caía hasta los hombros junto a las hileras de trenzas de él y su cara era lisa y brillante junto al arrugado rostro del hombre. Vio a Urza y frunció el ceño. "Oh, eres tú." TAYSIR


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Disculpándose con una sonrisa Urza hizo una leve reverencia a la mujer. "Hola, Daria. Es hora de que tu padre venga a defender al mundo."

"Si te lo llevas, yo también iré."

El rostro de Urza se ensombreció. "Eso nunca fue parte del acuerdo."

"Ahora lo es," dijo con tranquilidad Taysir frotándose la garganta, pliegues de piel debajo de su barba. Y con voz más alta, continuó. "Lo hemos acordado.

DARIA Iremos todos juntos o nada."

"Tu nunca discutiste eso conmigo," protestó Urza en voz baja.

"Necesitas planeswalkers," dijo Taysir. "Ella es de nuestra estirpe y poderosa incluso en su juventud."

Urza lo pensó. "Es verdad que necesito a alguien que reemplace a Teferi."

Taysir sonrió. "¿Teferi expulsó a Teferi?"

Resoplando irritadamente Urza dijo: "Cierren sus puertas. Apaguen sus velas y fuegos. Ambos vienen conmigo."

Daria sonrió de mala gana y abrazó a su padre. "Voy a buscar nuestras cosas," dijo volviéndose a agachar a través de la puerta.

El resplandor en las ventanas de la cabaña quedó a oscuras y el repentino flujo de vapor que salía de la chimenea olió a ceniza fría. Poco después, apareció Daria con un par de paquetes sobre sus hombros. Parecían pequeños pero, tratándose de Taysir, serían más grandes dentro que fuera. Daria espantó a su padre de la puerta y salió al azulado crepúsculo de la ladera.

Jadeando ligeramente dijo: "Estamos listos, Urza Planeswalker."

"¿Estás lista, Daria Planeswalker?" se burló Urza moviendo su ceja irónicamente. "Entonces llévanos al reino de Freyalise."

Inclinando la cabeza hacia un lado Daria alargó las manos y dijo: "Agárrense."

Los dos antiguos caminantes de planos colocaron sus manos en las de ella y la crepuscular ladera de la montaña se desvaneció como los colores de una acuarela borrándose de una página. La realidad formó un charco y se volvió a reformar desplegándose en un nuevo diseño.

El lugar parecía una explosión estrellada. De hecho era una flor de cardo enorme. Verde y oro se extendía bajando desde un núcleo brillante. Las brisas susurraban entre plumosas vainas de semillas. De vez en cuando se desprendía un tallo para salir volando lejos. Tan pronto como un penacho salía flotando otro crecía en su lugar.

Los tres caminantes de planos flotaron al lado de esa gigantesca flor pareciendo pequeños mosquitos.

"El Santuario Interior," dijo Urza parpadeando ante el gran cardo. "Yo no soy bienvenido aquí."

"Nosotros si lo somos," contestó Daria con una gran sonrisa. Colocando una mano ahuecada a su boca la joven llamó: "Freyalise, llegó la hora."

No se observó ningún cambio en el descomunal cardo. Ninguna puerta se abrió aunque una presencia emergió desde el núcleo de la flor. Ni uno solo de los vellosos penachos cambió, sin embargo, saliendo de un grupo de ellos se formó una escultural mujer con rasgos tan delicados que parecía una niña. Su rubio cabello estaba rapado y teñido de una forma idéntica al de los elfos de Hoja de Acero. A lo largo de su cara se enroscaban intrincados tatuajes con motivos forestales: hojas y flores cuyos tallos se extendían hasta su garganta y debajo de la camisa blanca que llevaba. Un anillo brillaba en una ventana de su nariz y la luz la envolvía.

Freyalise sonrió. Sus labios mostraban casi el mismo capricho que los de Daria. Estaba claro que esas dos se habían convertido en aliadas en lo que Urza llamaría una travesura. Aún así, Freyalise era un ser muy antiguo. Era la protectora de Fyndhorn y diosa de la Orden del Enebro, salvadora de los Elfos de Llanowar y Señora Patrona de la Orden de la Hoja de Acero. También no era particularmente amiga de Urza.

"¿Llegó la hora?" preguntó Freyalise parpadeando como si despertara de un sueño.

"Eso es lo que Daria dijo," se presentó Taysir.

"Sí, llegó la hora," respondió Urza. "Se acerca una batalla crucial, un ensayo para nuestro último objetivo…"

Ignorando a Urza, Freyalise extendió las manos hacia sus amigos y los llevó a sus brazos.

"¿Cómo van tus estudios, niña? Tu padre es un maestro exigente, los minotauros lo han hecho así. No, eso no es cierto. El ya era exigente antes de los minotauros. En todo caso, ellos redondearon sus bordes ásperos." Y dirigiéndose a Taysir dijo: "Y hablando de asperezas, ¿a que no sabes quién me ha visitado?"

Los ojos del anciano se pusieron en blanco y con infinita resignación dijo: "Kristina."

"¡Sí!" dijo Freyalise alegremente. "Oh, no me digas que todavía estás enamorado de ella."


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"No. Los Ancestros de ​​Anaba también se encargaron de eso. Me dijeron que no podría tener mi cuerpo hasta que me apartara de esa cerrada ‘rutina’. Yo lo hice. Me encerré. De ‘toda’ rutina."

Freyalise rió.

"Ejem," les interrumpió Urza tosiendo en la mano.

Freyalise se volvió y levantó una ceja. "Oh, eres tú."

"¡Eso es lo mismo que le he dicho yo!" respondió Daria alegremente.

FREYALISE

"¿Planeando otra Era Glacial, Urza?" se burló Freyalise.

Urza hizo una mueca. "Te recuerdo que tu hechizo para acabar la Era Glacial fue tan devastador como el mío… y lo lanzaste con la misma indiferencia."

"Ustedes dos…" dijo Taysir.

Urza continuó: "Tengo entendido que no me tienes mucho aprecio. Tampoco espero ninguno. Pero se que tienes aprecio por el mundo y sus criaturas y es por eso que hemos venido. Hemos jurado, incluso ese bastardo de Szat, luchar por Dominaria. Es por eso que hemos venido unidos."

Freyalise caminó tranquilamente a través del aire hasta que se detuvo delante de él. "No me acuerdo de tu juramento de luchar por Dominaria, sólo contra Pirexia."

"No hay ninguna diferencia," dijo Urza.

La risa se escuchó una vez más. "Si tuvieras la menor idea de por qué eso que has dicho es gracioso entonces entenderías por qué tenemos poco aprecio por ti." Se encogió de hombros y prosiguió."Oh, bueno. Ha llegado el momento." Cerró sus ojos por un momento y el aire a su alrededor brilló en una silenciosa conversación. "Kristina estará justo ahí fuera."

"¿Kristina?"

"Necesitarás ocho planeswalkers para darle poder a esos artilugios tuyos, ¿no?" preguntó Freyalise. "Kristina es una planeswalker. Deshazte de Szat."


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Urza negó con la cabeza. "No, necesito a Szat. Me desharé de Parcher. Es un poco lunático."

"¿Un poco?" dijo Freyalise y Daria al unísono. Ambas intercambiaron miradas y Freyalise dijo: "Esto va a ser más divertido de lo que pensaba."

Otra presencia brillante apareció. Kristina tenía una piel profundamente bronceada y largo pelo castaño arreglado con perlas. Tenía la intensidad angular de un mago y la presencia de un oráculo. Tomando forma junto a Taysir puso su mano entre las suyas y su voz sonó melodiosa y tranquila.

"Es tan bueno verte de nuevo, Taysir. Nos estaremos viendo mucho durante los próximos meses."

El se inclinó en el aire y respondió: "Nada me haría más feliz."

Sintiéndose vagamente enfermo Urza pasó su brazo en un amplio gesto sobre el conjunto KRISTINA

flotante de planeswalkers y el vilano Santuario Interno de Freyalise se derritió.

Una espesa brisa salada estalló sobre ellos elevándose de un oleaje de cinco metros de alto. Más allá de las bordas el mar era negro debajo de l a Luna Brillante y jirones de nubes se arrastraban por el cielo. Una cubierta de madera resistente se solidificó bajo los pies del grupo. El barco navegaba sin luz a través de los mares nocturnos. Un barco pirata que resulto inmediatamente familiar a todos.


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"¿Bo Levar?" preguntó dubitativamente Freyalise. "¿El contrabandista de cigarros?"

Urza parpadeó y sus ojos de piedras preciosas refulgieron en la oscuridad. "Él prefiere que lo llamen ‘comerciante interplanar’. Después de todo las leyes de embargo continental no deben extenderse entre mundos."

"Cualquiera que sea su título, es un patriota," dijo Taysir lamiendo sus labios. "Espero que tenga una caja de

BO LEVAR excelentes puros de Urborg."

"Por supuesto," dijo Bo Levar saltando hacia abajo desde el oscuro castillo de popa a la luz entre los planeswalkers. Tenía el aspecto de un hombre joven con pelo rubio, bigote recortado y perilla. "Pueden quedarse con dos. El resto ya tiene destino a Mercadia. Los Ramosanos se han encariñado realmente con ellos."

"Llegó la hora," dijo Urza.

"No hace falta que me lo digas," respondió Bo sacudiendo la cabeza. "Fue bastante fácil traspasar un bloqueo Benalita pero esas naves de peste Pirexianas no son tan amables." Y luego de suspirar agregó. "Aún así, los negocios no pueden esperar. Llevaré estos al Mar Exterior de Mercadia, le daré instrucciones a mi tripulación y me reuniré con todos ustedes en… ¿dónde?"

"En Tolaria, en la grieta Pirexiana."

Bo hizo una mueca simulando tener arcadas. "¿Todavía estás trabajando en ese agujero apestoso?"

"Corrección, apestoso no, de tiempo rápido," respondió Urza a la defensiva. "Allí dentro obtengo diez días por cada uno fuera."

"Igual apesta," dijo Bo. "Llevaré una caja de incienso para aromatizar el aire."

Urza le dio una palmada al hombro genuinamente. "Es bueno tenerte con nosotros." Y extendiendo el brazo hacia los demás, dijo, "Te vemos allí en un momento."

Incluso mientras Bo Levar respondía el cielo nocturno, el oleaje y la nave entre ellos se desvanecieron hasta desparecer.


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En su lugar se formó una gran biblioteca. Las filas de estantes se extendían hasta el infinito. Sus bordes se curvaban en una distancia azul. Se decía que alguien que caminara en línea recta a través de la Biblioteca del Comodoro Guff terminaría volviendo sobre sus propios pasos. Más alarmante aún era que cada volumen de ese lugar infinito era la historia de algún lugar en el multiverso y el viejo comodoro los había leído a todos.

El Comodoro Guff apareció a medida que los planeswalkers se materializaban entre los libros. Tenía una gran cantidad de cabello rubio rojizo, una barba y cejas agresivas y un atento ojo detrás de su monóculo. El vidrio cayó de allí y se posó sobre el libro que sostenía. En el mismo movimiento el Comodoro Guff quedó boquiabierto.

"¿Están aquí para pedir prestado o devolver?" COMODORO GUFF

"Llegó la hora," dijo simplemente Urza.

El Comodoro Guff frunció el ceño. "No…" El hombre sacó un reloj de bolsillo del chaleco rojo que llevaba puesto, un dispositivo que el joven Urza había construido como aprendiz en Yotia. "¡Caramba!. Es verdad que ya es hora."

Daria le dirigió una mirada dudosa. "Ni siquiera sabe de lo que estamos hablando."

"Ahí estás equivocada jovencita," resopló el comodoro. "Estamos hablando de tiempo y yo sé todo sobre tiempo. Yo sé lo que se supone que debe suceder en el y lo que en realidad sucede en el. Conozco la diferencia entre historia y realidad. He dedicado toda mi vida en hacer que la realidad se ajuste más estrechamente a la historia."

La expresión de Daria sólo se hizo más dudosa. "¿Cómo puede haber historias para cosas que ni siquiera han pasado ya?"

Agitando un dedo al lado de su oreja peluda el Comodoro Guff dijo: "Y yo te preguntaría ¿cómo puede ser que las cosas sucedan a menos que exista la historia?"

"Maldita sea," dijo Urza con una ira creciente. "Estamos perdiendo el tiempo."

"¡Sí! Maldita sea," dijo el Comodoro Guff dándole golpecitos a su reloj de bolsillo. "¡Maldita sea! ¡Maldita sea!" Deslizó el dispositivo en un bolsillo del chaleco y este pareció desaparecer. Le dio unas patadas iracundas al piso e irritado miró hacia arriba. "¿Sabes lo que hizo Teferi? ¡Hizo salir de fase a Zhalfir y Shiv! Nos va a llevar alrededor de un siglo solucionarlo… ese pequeño sabandija."

"Cada cosa a su tiempo," dijo Urza tratando de calmar al hombre.

"Sí." El Comandante Guff asintió con la cabeza y agregó tranquilamente: "Maldita sea…"

"De acuerdo, una última parada," dijo Urza abarcando a sus compañeros en una ‘caminata’ súbita. La infinita biblioteca del Comodoro Guff dejó de existir aunque el caballero vestido con una chaquetilla todavía agarraba un libro de ella. Cerró el volumen de golpe y notando que le faltaba su monóculo se palmeó de nuevo el chaleco.

El grupo llegó en una oscuridad total. El azufre perfumaba el aire. Era normal que los caminantes de planos pudieran ver en los rincones más oscuros. Cuando les negaban la vista, aquel que lo hacía era de su misma estirpe.

En ese momento ese ser los rodeó. Su presencia era titánica. Su carne era gélida y elástica. El indicio de un largo tentáculo se escabulló en la oscuridad impenetrable. Un hombro escamoso apareció y desapareció. Un funesto ojo los observó a todos y luego llegó la clara impresión de dientes situados en una afilada sonrisa.

"¡Caramba!" dijo el Comodoro Guff jadeando en la oscuridad.


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"¿Tevash Szat? ¿Desde cuándo él quiere hacer de Dominaria otra cosa más que un cubito de hielo?"

La voz que contestó fue furiosamente alegremente. "Ya me conocen. Sí. Una vez traté de congelar el mundo…y no gracias a ti, Freyalise… sólo quería preservarlo en una memoria perfecta. Yo lucho por Dominaria. ¿Como se lo puede preservar si esta invadido por… cucarachas?"

El comodoro olió. "Tú

TEVASH SZAT mismo has estado relacionándote con esas cucarachas."

"Sí," consintió la voz en voz baja. "Cuando me convino. Perder el mundo a manos de Yawgmoth no me conviene."

"Todos estamos de acuerdo en eso," dijo Urza. "Szat será nuestro agente encubierto. Él conoce mejor a Pirexia aun mas que yo."

"Has hablado de ocho guardianes de Dominaria aparte de ti mismo, Urza," le señaló Taysir. "¿Quién es el último?"

"Lord Windgrace. En estos momentos está ayudando a Barrin en la batalla de Urborg. Le llamaré cuando las islas estén aseguradas. En cuanto al resto de nosotros…" el gesto fue invisible aunque abarcó incluso al oscuro Tevash Szat.


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Repentinamente todos estaban parados en un cañón profundo y oscuro. Su suelo y sus paredes eran de basalto negro y una cúpula de energía resplandeciente brillaba por encima. Una meseta volcánica dominaba el centro de la hendidura. En esa prominencia descansaba una extraña ciudad construida de obsidiana. Hubo una vez en que ese valle había estado lleno de Pirexianos atrapados dentro de una grieta LORD WINDGRACE

de tiempo rápido. Habían construido, y habían sido purgados, la Ciudad de K'rrick. Desde entonces la garganta se había convertido en laboratorio privado de Urza. En ella, nueve nuevas maravillas habían tomado forma.

"Yo les llamo: Titanes," dijo Urza respirando con alegría.


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Contra las paredes del cañón estaban sentadas nueve siluetas monumentales. Parecían enormes guerreros descansando. En realidad cada coloso era una poderosa armadura. Una cantidad enorme de armamentos llenaba las manos y los hombros y los pies de las máquinas: cañones de rayos, armas de plasma, ballestas de piedras de poder, bombardas de energía, generadores de choque sónico, halcones mecánicos y un sinnúmero de otras innovaciones.

"Caramba," dijo el Comodoro Guff pasando páginas a través del libro que sostenía. "Aun no hay una sola palabra escrita sobre estos."

"En estos trajes lanzaremos nuestro ataque contra Pirexia. Sin embargo, primero vamos a ayudar a la coalición de ejércitos Metathran, elfos, y Benalitas en la Batalla de Koilos."

Daria se burló, "Nos tomará meses aprender a utilizar estos trajes."

"Por suerte, tenemos esos meses: dos para ser exactos. Las fuerzas de la coalición planean realizar un ataque a las Cuevas de Koilos en dos semanas del tiempo normal. Vamos a estar listos para ese entonces."

"Ya es hora," dijo el Comodoro Guff con decisión. "¡Maldita sea, ya es hora!"