Capítulo 16

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Victoria.


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Desde el Corazón de Yavimaya hasta los mares de los alrededores hubo victoria en el bosque. Los elfos llenaron las copas, sus canciones unieron a todos sus hermanos en el refrescante viento. Las hadas volaron en enjambres tan copiosos que parecían candeleros iluminando el bosque. Los druidas caminaron por sendas antiguas entre bulbos de raíces profundas. Sus odas de alegría fueron tranquilos zumbidos que reverberaron a través de húmedas grutas. Incluso debajo de ellas, en las cuevas volcánicas del Túmulo Mori, los lagartos Kavu volvieron a dormir. Se habían empachado de Pirexianos y su saciedad duraría varios años.

Muchos Pirexianos habían encontrado su fin en las barrigas de los Kavus o de los leviatanes que nadaban en los cañones de aguas profundas. Otros habían sido destrozados por los hechizos de los druidas o con sus pieles desgarradas en pedazos por los enjambres de hadas con lanzas o con sus cuerpos cubiertos por las flechas de los elfos. En esos momentos sus restos estaban siendo limpiados del bosque. Los elfos encendieron piras que convirtieron al último de los monstruos en cenizas. Las ardientes teas prendieron fuego a la podredumbre que había acribillado a los magnigoths y los negros remolinos de humo llevaron el hedor de la aceitosa sangre Pirexiana fuera del dosel del bosque.

Yavimaya no perderían todo el sabor de esas criaturas. Los elfos y hadas purgaron naturalmente toda la oscuridad que pudieron pero el bosque había tomado concientemente algo del mal en sí mismo. Yavimaya había adquirido una especie de inmunidad. Llevaba el recuerdo de Pirexia y conocía sus debilidades.

La batalla final por el bosque había sido llevada a cabo por hombres de madera, gente que alguna vez había sido Pirexiana. Combinaron el poder fanático de su herencia con la paciente fortaleza del bosque. Eternos defensores. Una vez que las batallas terminaron, los hombres de madera se aferraron contra los enormes troncos del bosque y se quedaron allí, inmóviles durante días o semanas. Respirarían a través de los estomas de las hojas y solo se nutrirían del sol y la lluvia. Manadas de cabras arbóreas pasaron junto a ellos sin saberlo. Arañas de la madera tejieron sus telas sobre sus cabezas nudosas. Sin embargo, si otro Pirexiano se atrevía a descender en el bosque los hombres de madera despertarían y los matarían.

Victoria. Multani respiró en ella. Durante esa guerra le había pedido ayuda a menudo a Gaia siempre recibiendo una silenciosa pero innegable respuesta. Ahora ya no era momento de peticiones sino de alabanzas. Multani desplegó su mente bajando por el gran árbol donde se puso de rodillas. Su conciencia se expandió y la identidad individual dio paso al alma colectiva, al arquetipo, a la divinidad. Tomó el cuerpo del bosque. Y cada árbol se convirtió en una sola fibra muscular, cada enredadera en una neurona en un vasto y agradecido pensamiento. Sin embargo, una idea se entrometió antes de que ese pensamiento estuviera totalmente formado.

Una criatura perfecta caminando por la tierra. Pero no caminaba por Yavimaya sino por otro bosque antiguo más allá del mar: Llanowar. Una criatura perfecta, su espíritu había sido forjado en un gran horno rojo y se había templado en la guerra.

Multani nunca había sentido a una criatura así, ni siquiera en todas las millones de cosas que se arrastraban en su bosque. Ahí estaba un hombre, un elfo, con la implacable perfección de un sueño, pero él era real.

Gaia, ¿qué es esta visión caminante?

Multani supo que debía permanecer quieto y en silencio para detectar a esta criatura en Llanowar a través del mar.

Este ser perfecto había aparecido por primera vez entre los endrinos vigilantes de Verdura. Había aparecido saliendo del aire un mes atrás arrastrando el hedor de los espacios Pirexianos. Saliendo de la corrupción había nacido incorruptible. Alto, con largas trenzas de cabello plateado, una armadura de acero y unos ojos tan duros como este metal el elfo surgió bañado en aceite iridiscente y sangre. Cayó de rodillas y el polvo se adhirió a él. El escape de su antigua prisión había sido desesperado.

Eladamri era su nombre, llamado el Korvecdal en Rath: un unificador entre su propio pueblo.

Detrás de él venía una mujer quien pareció caminar alrededor de un rincón invisible. Había nacido del mismo vientre oscuro que él pero era humana. Con un pelo rojo como la llama y músculos alineados sobre un cuerpo delgado era una niña de los hornos Pirexianos. El elfo la había salvado del infierno en donde había vivido. Su nombre era Takara, prisionera de Volrath, hija de Starke.

Al otro lado de Eladamri había otra mujer de pie. Estaba tan cansada como sus compañeros pero no se dejó caer. Al ser una mujer guerrera se quedó con su arma, un dispositivo constituido por una cadena y una cuchilla llamado toten-vec, preparada en el aire pulsante. Sus ojos y cabellos eran oscuros, su rostro intenso, su cuerpo una tensa coalición de músculos y huesos. Ella también era una huérfana criada en Rath. Los padres malvados hacían monstruos de algunos y héroes de otros. Pero esta era un héroe cuyo nombre era Liin Sivi y protegería a sus compañeros hasta la muerte.

Gaia, estos no son gente perfecta. Es verdad que son héroes pero no son divinidades. Este Eladamri no es más puro que un Kavu, emparentado con la hoja y la llama a partes iguales. Esta Takara ha sido envenenada por su largo encarcelamiento. Esta Liin Sivi… las cadenas y cuchillas ya son innumerables en Dominaria. ¿Qué hace divinos a estos tres?

El sabía que debía guardar silencio y estarse quieto y sentirlos.

Marcharon a través de Verdura y buscaron los bosques de Llanowar siguiendo las historias de los viajeros con los que se encontraron. Entraron en cada aldea y la gente les preguntó dónde habían estado, cómo habían llegado a Verdura. Eladamri les contó su historia, simple y cierta. Les advirtió del reino infernal que estaba por venir, de los demonios que caerían de las nubes de tormenta y de los cataclismos que rasgarían Dominaria. Al principio lo tomaron como un tonto con el cerebro cocinado vagando en el polvo con otros dos lunáticos.

Luego llegaron informes de demonios lloviendo desde las nubes sobre Benalia y Yavimaya, sobre Zhalfir y Shiv y Keld.


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Los pobladores acudieron a Eladamri. Si aquel hombre había sabido de los monstruos que se avecinaban seguramente sabría cómo luchar contra ellos. Y Eladamri lo sabía. Él les dijo qué hacer, cómo hacer flechas que perforaran el caparazón de sus cráneos, cómo mezclar veneno contra el aceite iridiscente, cómo apuñalar todos los corazones de un sabueso vampiro. La gente escuchó cada palabra. Cuándo él dijo que no podía demorarse en su camino hacia Llanowar escucharon que tenía una misión mesiánica allí. Le Siguieron. Le precedieron. Los mensajeros se adelantaron a los reinos del bosque contando las glorias del elfo que iba a venir, que había levantado un ejército en el camino y que lucharía con los monstruos que venían a destruir Llanowar.

Fhedusil, Rey de Staprion, envió guerreros hoja de acero que interceptaran a este hombre y su ejército. Salvajemente tatuados y rapados los elfos se agazaparon en los aleros del bosque. Pasando por los claros de Freyalise los arqueros observaron el acercamiento del hombre.

Eladamri caminó con severidad. El sudor brillaba en su frente y sus ojos chispeaban debajo. Takara permaneció en su mano derecha permitiendo que los peticionarios se acercaran al hombre de uno en uno. Liin Sivi se quedó a su izquierda alejando al resto de la multitud.

Los elfos de Hoja de Acero emergieron del bosque para impedirles el paso pero fueron inmediatamente rodeados por la creyente muchedumbre. Aquello hubiera sido suficiente para influir en la mayoría de los hombres pero estos eran elfos. En el nombre del Rey Fhedusil le exigieron a Eladamri que detuviera su ejército humano y los hiciera volver a Verdura. Sus seguidores se ofendieron.

Eladamri no lo hizo y sólo dijo esto: "Espero que logren sobrevivir a la plaga que se acerca." Y se giró para irse.

Los Hoja de Acero no se lo permitieron. Le exigieron en el nombre de Staprion Elfhogar que Eladamri los acompañara a ver al Rey Fhedusil pero que debía despedir a su ejército humano. Los seguidores de Eladamri se ofendieron una vez más.

Y, una vez más, Eladamri no lo hizo y les dijo a sus seguidores: "Vayan a defender sus hogares. Yo tengo un ejército propio esperándome aquí." E hizo un gesto hacia los árboles donde los guerreros de Hoja de Acero se agrupaban en una multitud mirando a través de sus estilizadas gafas.

En ese momento los sentidos de Multani viajaron en medio de la multitud de elfos. Se dirigieron entre columnatas de árboles majestuosos y subieron las escaleras en espiral que se enrollaban alrededor de los troncos. Arriba, justo debajo de las orgullosas coronas de verde, se extendían pueblos y ciudades de madera, con torres cónicas y plazas ampliamente curvas, puestos de vigilancia y acogedoras cabañas. En su centro se encontraba el exaltado palacio del Jefe Staprion.

Gaia, yo también tengo que ir. Tengo que ver a este salvador de los elfos.

Moverse por el mundo era más difícil que moverse a través de Yavimaya ya que un mar cubría cada límite del bosque.

Multani saltó por encima de olas brillantes, montado en corrientes de polen. La enrarecida vida de esas pequeñas esporas apenas lo podía sostener. Sería un largo salto hasta la tierra más cercana.


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Debajo apareció una gran selva de algas marinas. Multani se dejó caer del polen y se introdujo saltando a través de las plantas. Sus hojas coronaban la superficie de las olas así que tuvo dieciséis kilómetros de respiro salado antes de volver a subir al polen de los vientos alisios.

La tierra apareció por delante, una línea negra demasiado quieta para ser agua. Y donde había tierra, había verde. Multani la alcanzó con una sola idea y se zambulló en los bosques que coronaban una colina como un niño dejándose caer en un montón de hojas otoñales.

Aquello no era Llanowar. Aquellos árboles no eran más que matorrales en el borde de campos desparramados, una protección contra los vientos y nada más. Sin embargo, Llanowar no estaba lejos. Un mosaico de nogales y zumaques lo llevaría a través de los campos ondulantes. Multani saltó a través de ellos y se movió con el rápido movimiento creciente del agua. Más allá había cercis y alisos que a su vez le llevaron a enebros y abetos. Finalmente Llanowar se vislumbró en el horizonte y Multani estuvo allí en un momento.

Respiró otra vez. Estar entre aquellos grandes árboles, entre esa maraña de raíces y columnatas y coronas, era casi como estar en su propio Yavimaya. Los magnigoth fueron reemplazados por los quosumic, Gaia por Freyalise, el volcánico Túmulo Mori por las Cavernas de los Sueños, pero por lo demás, aquello podría haber sido Yavimaya.

Salvo que Llanowar tenía un espíritu propio. Reservado refinado, reticente, el alma de Llanowar miró a Multani a través de sus hojas.

Perdona por mi intrusión, honorable Molimo.

¿Por qué has venido aquí, Multani de Yavimaya? dijo un pensamiento que fue tanto una acusación como una pregunta.

Multani pudo sentir el iracundo calor en el duramen cuando circuló a través de la corteza de un gigantesco árbol. He venido a ver a este hombre, este Eladamri.

Al igual que todos los forasteros, él no es nada, fue la respuesta.


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Él no es nada, pero Gaia cree en él, dijo Multani. Vengo a sus órdenes. Aquello fue sólo una ligera exageración.

Al oír el nombre de Gaia, un rumor agitado llegó a la gran mente de Molimo. Freyalise es quien reina en Llanowar, no Gaia

Gaia gobierna todo Dominaria, incluso si tus elfos no lo saben, respondió Multani. Freyalise no es una diosa. Ella no

MOLIMO es más que una planes…

¡Entonces se rápido, Multani! Ve lo que debas ver. Haz lo que debas hacer y vete.

Sí, Molimo. Como tú mandes.

Sonriendo interiormente, Multani continuó su camino. Ahora Molimo sufriría su presencia porque no tenía otra opción. Pero más adelante él sufría otra presencia cuando los demonios comenzaran a caer del cielo.

En el tiempo que a Multani le había tomado saltar al otro lado del océano, Eladamri y su séquito casi habían alcanzado las copas de los árboles. No había forma de pasar por alto el camino que había tomado. Cada zorro evitó los pasos del cortejo, cada conejo asomó su inquisidora cabeza ante la vista de el. Eladamri marchó en la delantera de la compañía de guerreros de Hoja de acero y su elegante jauría de sabuesos.

Era en ese momento cuando comenzaron a ascender hacia el palacio del Rey Fhedusil.


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Multani se enrolló a través de enormes enredaderas, algunas tan gruesas como los árboles del lugar y subió a la alta corte de Staprion Elfhogar.

Este era un glorioso palacio de madera blanca crecido a través de complejos hechizos y tallado de la propia corona de un árbol quosumic. Las ramas del árbol se abrían ampliamente: una enorme mano sosteniendo al palacio en el aire. El follaje se alborotaba a través de los murales de madera forestal y subía por altas torres cubiertas con tejados de paja. Verdes banderines azotaban entre las hojas. Anchos patios, jardines colgantes, glorietas llenas de flores, era una hermosa corte en las copas de los árboles. Yavimaya no tenía tales cámaras mágicamente construidas. Un elfo de la patria de Multani podría haber pensado que todo aquello era muy pretencioso, aunque a él sólo le pareció maravilloso.


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Multani se filtró en las hojas del quosumic y lo vio todo.

Eladamri pasó por debajo de una puerta de vides trepadoras y salió al patio principal. A su lado derecho caminaba Takara. Sus ojos eran severos bajo su mata de pelo rojo. A mano izquierda caminaba Liin Sivi, agarrando su toten-vec contra su cintura. Alrededor de todos ellos marchaban guerreros tatuados. Caminaron con él como si fueran sus guardaespaldas y sus brillantes pelos teñidos formaron jardines salvajes en torno al elfo. Este siguió subiendo por el sinuoso camino hacia la corte en las alturas.

Las puertas de la sala alta se abrieron de par en par. Más guardias, los guerreros de élite del Rey Fhedusil, se apartaron para dejar pasar a los visitantes.

Multani se retiró de las hojas, se deslizó hacia la paja viviente del techo del gran palacio y miró hacia abajo.

La corte en su interior estaba opulentamente construida en madera tallada con incrustaciones de oro y plata. En su extremo más lejano, sobre una alfombra de color rojo y respaldado por una pared de cristal había un gigantesco trono negro. Allí estaba sentado el Rey Fhedusil. Antiguo pero poderoso, el jefe tenía pelo blanco sobresaliendo en puntas dentro de su corona. Sus miembros eran largos y delgados con la misma fuerza vigorosa de las raíces de un árbol. A través de un nudillo retorcido llevaba el anillo de la nobleza Staprion.

El Rey Fhedusil miró con paciente asombro al hombre que había sido llamado la Semilla de Freyalise.

Eladamri entró en la sala del trono y Takara y Liin Sivi lo acompañaron al igual que una veintena de guerreros Hoja de Acero. El resto mantuvo a la multitud detrás de una muralla de picas.

Eladamri se acercó a la tarima del rey y le hizo un gesto a Takara y Liin Sivi para que se quedaran atrás. Estas aceptaron a su turno permaneciendo con sus escoltas elfos. Solo Eladamri se encaminó por la densa alfombra de color rojo y azul que se acercaba al trono y se arrodilló en frente de Fhedusil.

"Majestad, he venido a servirle."

Una mirada quejumbrosa llenó la cara del rey Staprion. "Después de todo lo que he oído había pensado que serías tu el que esperaría que yo me inclinara ante ti."

Eladamri alzó los ojos y miró al regidor desapasionadamente. "No espero nada de ninguno de vosotros excepto de que luchen cuando los demonios caigan del cielo."

Sonriendo irónicamente el anciano elfo suspiró. "A, sí, las profecías…"

"No son profecías. Son solo informes. Yo no soy un profeta, sólo soy un hombre que ha visto a los ejércitos que se acercan. En mi mundo anterior, uní a tres tribus y los lideré en una revuelta contra estos asesinos Pirexianos. Aquí, yo no deseo liderar a nadie, sólo proporcionar cualquier ayuda que me fuera posible contra un enemigo común."

"¿En serio?" respondió el rey. "¿Y qué tipo de ayuda podría ser?"

"Les puedo decir cómo lucha el enemigo. Les puedo decir que aquí arriba sólo deberían permanecer guerreros. El resto debe abandonar este palacio ya que lo primero que atacarán será esta y todas las otras grandes estructuras en el dosel."

Multani quedó impresionado. Quizás Eladamri no era tan puro como los elfos lo habían soñado pero era honesto y resuelto.

"¿Abandonar el palacio?" repitió incrédulamente el rey. "¿Qué todos bajen?"

"Sí. Yo me quedaré aquí con sus guerreros, pero usted y los otros deben ir abajo si quieren sobrevivir," respondió Eladamri.

El Rey Fhedusil asintió una última vez. Luego se puso de pie. Con un simple gesto envió a su propia guardia situada al lado de su silla para que echaran mano de Eladamri. Simultáneamente los guardias sujetaron a Liin Sivi y Takara. La multitud parada más allá del alto tribunal cayó en un atónito silencio.

En ese silencio el rey habló. "Sí, es una hora oscura para nuestro mundo, Eladamri. Pero será aún más oscura si un hombre que tiene una astilla de presciencia la utiliza para llegar a la cima de una nación. Si utiliza un chisme para convertirse en un falso profeta…"

"Yo nunca he pretendido ser un profeta," le objetó Eladamri mientras luchaba contra sus captores.

"Tal vez no pero si un aprovechador de la guerra," le espetó el cacique. "Tu no eres la Semilla de Freyalise como se ha dicho de ti."

"Yo no cuestiono nada de eso," declaró Eladamri. "Solo soy un guerrero, puro y simple. He sido soñado por esta gente en algo que no soy."

De repente, Multani entendió. El pueblo de Llanowar necesitaba un líder y el Rey Fhedusil, a pesar de su edad y sabiduría, no sería suficiente para la tarea. Gaia había encontrado a un hombre, un hombre suficiente y lo había presentando a través de los sueños como una divinidad.

"Ya hemos dejado de soñar," insistió el rey. "Ya hemos dejado de escuchar ociosas tonterías. No abandonaremos nuestros palacios en el cielo. '¡El reino del Infierno se acerca!' has dicho. ¡No te seguiremos!"

Multani lo vio antes que nadie. Lo vio en la visión multitudinaria de los vivientes techos de paja. Portales se abrieron encima de Llanowar. Miles de pequeños portales. A través de ellos cayeron decenas de miles de bombas de peste.

Multani tomó forma deslizándose hacia abajo desde el techo de paja por una gran rama en una esquina de la alta corte. Con frondosas cejas y labios cerdosos, pelo hirsuto y ojos llenos de esporas Multani caminó por el medio de la asamblea.

"Yo soy Multani de Yavimaya. ¡Escuchen a este hombre! En este mismo momento los portales se están abriendo por encima de las copas del bosque. ¡Los demonios están cayendo de los cielos!"

"¡Guardias! ¡Arresten a esa aparición!" gritó el rey con el dedo apuntando hacia Multani. "¡Llévenlos a la prisión!"

"Debemos ir abajo," corearon Eladamri y Multani mientras los guardias se acercaban a ellos.

Algo atravesó el techo por encima. Vislumbrado en una ráfaga de paja, pareció un meteorito pequeño aunque era una cosa construida: una máquina esférica. La bomba de peste se estrelló y rompió el piso de madera como si fuera una cáscara de huevo. La bomba estalló sobre el Rey Fhedusil matándolo al instante. Golpeó la pared del fondo y se abrió camino hacia las cámaras reales. Siguió un momento de terror silencioso y entonces desde el agujero en la pared blancas nubes de esporas de peste fueron vomitadas hacia el exterior.

"¡Bajen por las raíces! ¡Bajen de la corona! ¡Debemos ir abajo!"