Capítulo 27

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Ella es tan ligera


Allí donde alguna vez la podredumbre y la muerte habían llenado las copas de los árboles ahora reinaba la música y la vida.

Por supuesto, los estragos de la guerra permanecían: coronas enteras habían sido devoradas, pueblos enteros destruidos, familias enteras borradas de la faz de Dominaria. Las alturas de Llanowar habían sido acuchilladas hasta los cielos. Ya nunca sería lo mismo. Incluso después de que los retoños crecieran y se transformaran en ramas y esas ramas en troncos el bosque llevaría por siempre el gusto del aceite iridiscente. Era la maldición de la cura.

Los celebrantes no eran ciegos a todo lo que habían perdido. Pero ese conocimiento sólo profundizó su alegría. La enfermedad había sido detenida. Una cura había venido desde abajo con la Semilla de Freyalise, la otra desde arriba con el Retoño de Benalia. Gerrard le había concedido inmunidad a los que estaban sanos y Eladamri salud a los que estaban enfermos. Entre los dos habían salvado a Llanowar.

La fiesta se extendió a través de las ocho copas de árboles en donde una vez se había extendido Staprion Elfhogar. Hasta el último pedazo de corrupción había sido alejado. Muchas ramas habían quedado casi desnudas hasta su centro pero la nueva y suave corteza ya estaba empezando a luchar para cerrar las secciones expuestas. Con la ayuda de Multani las ramas reverdecieron y las hojas se desplegaron en el aire. Las enredaderas enviaron sus zarcillos hacia las arruinadas extensiones y la luz del sol fluyó en el antiguo corazón del bosque.

Lo que quedaba del antiguo palacio fue derribado y con sus restos se formó un altar y un santuario en honor de aquellos que habían caído. Los elfos cuyos hogares habían sido destruidos tejieron nidos colgantes de raíces aéreas. Arañas gigantes prestaron sus habilidades para encordar carreteras de seda a través del dosel.

Quizás Llanowar nunca sería el mismo. Quizás sería mejor. Y todo ello fue debido a tres extranjeros: uno de un bosque diferente, otro de una nación diferente, y el tercero de un mundo diferente.

Multani, Gerrard y Eladamri estaban parados uno al lado del otro en la elevada curva de una rama alta. El sol del mediodía calentaba sus hombros. Debajo, en el amplio regazo del árbol, hormigueaban los sobrevivientes de Staprion. Los fieles de Jubilar caminaban sobre ondulantes caminos a uno y otro lado. Otros elfos lo hacían en árboles adyacentes. Estos habían llegado desde tan lejos como Kelfae y Hedressel. Todos habían acudido a vislumbrar al elfo que se rumoreaba era la Semilla de Freyalise y a observar a sus extraños y poderosos camaradas. Todos habían venido a celebrar y regocijarse.

La adulación había dado a los hombres pocas posibilidades para intercambiar palabras. Antes de haber llegado a esas alturas, habían estado ocupados en agitar la mano, sonreír y asentir con la cabeza.

Gerrard no estaba dispuesto a retrasarse por más tiempo. Se extendió hacia Multani, una mano de carne estrechando una mano de enredadera, y como a la multitud le encantó el gesto su rugido saltó alegremente hacia arriba.

Sobre el alboroto Gerrard dijo: "Estoy feliz, después de todos estos años, de saber que vives, Maestro Multani."

El hombre verde sonrió, mostrando dientes de conchas de caracol entre labios de pétalos de rosa. "No es una tarea fácil matar a un hechicero maro. Nos ponemos y quitamos nuestros cuerpos como ustedes hacen con su ropa. No moriré, al menos no realmente, mientras Yavimaya siga viva."

Asintiendo con la cabeza en señal de comprensión Gerrard dijo: "Así que es cierto que estos últimos meses estuviste cercano a la muerte."

"Sí," respondió Multani. Sus ojos, peces gemelos nadando en charcos en sus zócalos, destellaron por el dolor recordado. "La Batalla de Yavimaya ha sido ganada al igual que la Batalla de Llanowar, gracias a ti y a Eladamri."

Eladamri se volvió hacia sus compañeros estrechando sus manos y una vez más los juerguistas gritaron con alegría.

"Yo no soy más que un instrumento de los poderes superiores," dijo humildemente Eladamri.

"Como todos nosotros," dijo Gerrard con una sonrisa.

"Como todos nosotros," coincidió Multani. "Sin embargo, Llanowar tiene una gran deuda con ustedes dos."

Respirando hondo Gerrard dijo: "Me gustaría cobrarme esa deuda." Sus dos compañeros se vieron sorprendidos pero la respuesta de Gerrard alejó esa mirada de preocupación. "Será un pequeño precio para ustedes y el bosque pero el tesoro más querido que podría rogar."

Eladamri miró seriamente a su amigo. "Pídeme lo que quieras."

"Si está en nuestro poder."

"Se que lo está," dijo Gerrard. "Llévanos al Vientoligero. Allí les explicaré."

Sin un momento de pausa, los brazos enredados de Multani se extendieron alrededor de sus compañeros rodeándolos y más hojas y tallos se introdujeron a través de la estructura del espíritu de la naturaleza. Su cuerpo creció. Largos brazos se ramificaron desde sus hombros y zarcillos se estiraron hacia arriba para rodear las ramas encima de su cabeza. Multani se arrancó de la plataforma donde estaban de pie. Desplegándose debajo de las ramas colgantes Multani llevó a los dos salvadores de Llanowar sobre las cabezas de la multitud.

Debajo la gente gritó de asombro emocionado.

Multani pareció una araña colgando de sus mil piernas y abriéndose paso pacientemente a través del dosel.

Por delante, el Vientoligero descansaba en el amplio hueco de un árbol quosumic. Incluso a mediodía el barco brillaba como un joyero. Además de sus linternas encendidas había sido engalanada con luces festivas para la celebración. La tropa de la prisión atestaba la cubierta, bebiendo vino élfico y vitoreando. Un contingente de los anteriormente xenofóbicos guerreros Hojas de Acero se había unido a ellos intercambiando historias de guerra. Por encima de todos ellos, en el cielo del mediodía, pululaba la armada aérea Benalita. Parecían casi fuegos artificiales vivos dando vueltas.

Multani llevó a Gerrard y Eladamri con una extraña solemnidad hacia la gente de fiesta.

Mientras se acercaban las aclamaciones y juramentos se calmaron. Las jarras de vino cesaron de elevarse hacia los labios, los que a su vez se volvieron respetuosamente quietos. Todo el mundo a bordo del Vientoligero conocía el peso en el corazón de Gerrard. Ellos sabían del favor que le pediría a Multani y Eladamri. La multitud se separó cuando el hombre verde llegó.

Multani bajó en medio de la gente y liberó a sus pasajeros.

Gerrard puso sus botas sobre la madera más conocida y simplemente dijo: "Debajo." Hizo un gesto hacia la escotilla y abrió el camino hacia las bodegas.

Eladamri le siguió con el rostro serio. Multani les siguió arrastrando piernas de madera enrollada. Descendieron por la desierta escalerilla que conducía a los camarotes del buque y hasta una habitación individual en la que brillaba la luz de una linterna. Aunque tenía numerosas literas, todas estaban vacías excepto una. En una silla junto a la cama estaba la sanadora Orim. Sus ojos estaban cansados debajo de su oscuro cabello con trenzas de monedas. Delgadas manos se movían nerviosamente a través de las sábanas.

Otra mujer yacía debajo de aquellas sábanas aunque esta parecía un esqueleto. Su rostro estaba estirado y pálido como el hueso. Sus párpados cerrados eran grises. Incluso sus delgados labios estaban tensos por el dolor haciendo una mueca cadavérica.

Gerrard se arrodilló como si sus piernas hubieran sido cortadas por debajo de él y tomó la mano de la mujer que era tan delgada y enroscada como una ramita muerta.

"Hanna. ¿Puedes oírme? He traído a unos amigos, un salvador y… y un dios."

Eladamri la miró con ojos sombríos debajo de sus cejas levantadas. Multani permaneció en silencio detrás de él.

"Van a llevarte a un lugar donde puedas ser sanada. A unas cuevas debajo del bosque. Miles de personas fueron sanadas allí, curadas con un toque. Ellos nos llevarán abajo donde podrás recobrarte otra vez."

Tragando con gravedad, Eladamri dijo: "Gerrard, es necesario que entiendas que es una cuestión de creencia. Las cuevas hacen que la creencia sea real."

La mirada de Gerrard brilló con ira. "Yo creeré en ti. Yo creeré en cualquier cosa. Sólo hazla sentir bien."

"Sí," respondió Eladamri profundamente. "Si hay mayores poderes actuando en nosotros, ella será sanada."

No hubo nada más que decir después de eso. Multani se encorvó y cada tallo fibroso hizo crecer una repentina tela sedosa a través de ellos. Sus dedos se abrieron en vainas de algodón y sus brazos se convirtieron en una manta de suave madera de álamo. Se estiró tiernamente bajo la quieta forma de Hanna y la levantó de sus envolventes sábanas.

"Ella es tan ligera," murmuró Multani antes de pararse

Los ojos de Gerrard se nublaron. "Llévala por delante de nosotros. Eladamri nos guiará a Orim y a mí hacia las cuevas subterráneas. Llévala y deja que las cuevas actúen en ella. Que comiencen su trabajo." Una esperanza trágica iluminó su rostro. "Si hay algo de justicia en el multiverso, ella misma me saludará cuando llegue allí."

Sin mediar palabra Multani se llevó a Hanna de la enfermería del Vientoligero y subió a la cubierta seguido por Gerrard, Eladamri y Orim.

El silencio los rodeó. Si aquellos tres hombres eran los salvadores de Llanowar la mujer que llevaban en medio de ellos, esquelética dentro de sus sábanas purificadas de blanco, era el mártir. Los estragos de la plaga estaban pintados llanamente a través de ella y sin embargo su antigua belleza seguía brillando. Entre la brigada de prisión y los elfos de Hoja de Acero se susurró que ella era el amor de Gerrard. Uno por uno, los celebrantes cayeron de rodillas: de uno en uno y luego de diez en diez. Todos vieron en la cara de Hanna las de sus hijas, hermanas y madres que habían perdido.

Zarcillos brotaron de Multani agarrándose de una red cercana de enredaderas. Sin detenerse se deslizó junto con Hanna suavemente sobre la borda y comenzó su descenso.

Gerrard lo miró y su mirada se hundió más y más hasta que desapareció de su vista. Un suspiro tembloroso se movió a través de él.

Una mano se posó en su hombro y le sobresaltó. El se giró y observó el solemne rostro de Eladamri: su nariz y su mentón prominente, sus ojos profundos y penetrantes. No era de extrañar que los elfos vieran a un líder en ese hombre.

"Elige a los diez que crean más en ti. Yo llevaré a Liin Sivi y a los nueve que creen más en mí. Su fe nos ayudará."

Asintiendo aturdidamente Gerrard se apoyó en la borda mirando fijamente.

"Sería un gran… honor que se me incluyera en ese grupo," dijo un solemne retumbar a su lado. Gerrard levantó la vista para ver a Tahngarth que no era más que una gran sombra en aquella brillante compañía.

Alguna vez, el minotauro había considerado a Gerrard como un consentido, un joven egoísta e iracundo. Pero en algún momento de su itinerario la opinión del hombre-toro había cambiado… tal vez porque Gerrard había cambiado.

El apretó la mano de cuatro dedos del minotauro y dijo: "El honor será mío."

"A mi solo me podrás alejar de un garrotazo," dijo Sisay acudiendo detrás del minotauro.

"Squee también," dijo el trasgo a su otro lado agazapándose detrás de la mirada desolada de Gerrard y levantando su mano como si esperara que un garrote cayera en su cabeza en cualquier momento.

"Sisay, Squee, Orim, Tahngarth… sí, gracias a todos," dijo Gerrard en reconocimiento.

Algo enorme se movió entre los soldados arrodillados. Estos se escabulleron y retrocedieron y un grito de asombro pasó a través del grupo. En medio de ellos se levantó un espectro humeante con el calor silbante alejándose de sus músculos de plata.

"¿Alguien quiere un paseo en mi hombro?" preguntó Karn.


* * * * *


Gerrard, Eladamri, y sus compañeros descendieron dentro del Árbol del Palacio dejando los sonidos del festival gradualmente atrás. Primero se escuchó el crujido de la madera en crecimiento, luego el chapoteo de los mares subterráneos más allá de las paredes de raíces y finalmente sólo quedó el silencio total.

Mientras tanto, las linternas del grupo bañaron el tortuoso descenso en su parpadeante luz. Mellados pedazos de corteza sobresalían de todas las paredes y telarañas gigantes se entrecruzaban en el camino en espiral. Los cadáveres habían sido retirados, pero aún así, era un lugar embrujado.

Eladamri le pidió a la compañía que desterrara la duda y abrazara la esperanza. Cantó un ciclo de canciones élficas y toda su gente se unió a él menos la siempre vigilante Liin Sivi.

Mientras tanto Gerrard y la tripulación de mando del Vientoligero intercambió historias de sus viajes: de Hanna maniobrando la nave a través de los fragmentados Rathianos, de su heroísmo en el interior de la Fortaleza, de su conocimiento enciclopédico del Vientoligero, de su extraordinaria habilidad para la navegación, su ingenio tímido, su risa. Hablaron de valor, de fuerza y ​​sabiduría y no de enfermedad o muerte.

Finalmente el camino se abrió. Los cantos de Eladamri se hicieron cada vez más fuertes a medida que avanzaban por debajo de una serie de arcos corrugados y bajando hacia las Cuevas de los Sueños. Hermosas visiones fluyeron de las bocas de los cantores y se arremolinaron en el aire alrededor de ellos.

Eladamri levantó la linterna y la luz se extendió a través de la caverna y salpicó tibiamente sobre una figura que había debajo.

Multani se había formado en un gran altar de madera acunando a la enferma. Hanna parecía una figura colocada en una pira. Estaba claro de que no se había sanado ni un ápice.

Gerrard se detuvo jadeante. Cerró sus los ojos y se inclinó poniendo las manos sobre sus rodillas como si hubiera recibido un golpe en su vientre.

Eladamri se acercó. "Eres tu el que debe traerla de vuelta, Gerrard. Traerla a nuestras mentes: íntegra y saludable y feliz."

Gerrard se puso de pie empujado por su aliento y una luz maníaca acudió a su cara. Sonrió tristemente y levantó la mecha de su linterna de modo que su rostro refulgió brillantemente.

"¿Te he contado, Eladamri, de la mujer que amo?"

Una mirada de aprobación apareció en los ojos del elfo. "No. No lo suficiente. Háblame de ella."

"Ella tiene el pelo más hermoso que he visto," dijo Gerrard parpadeando. "Del color del trigo… oro hilado. Ella nunca hace nada con el. Solo le pone hebillas apartándolo hacia atrás. No tendría que hacer nada con el…"

"Si, ella pone grasa en el," le espetó Squee.

Gerrard se echó a reír algo demasiado ásperamente. "Sí, siempre trae aceite y grasa de motor y hollín de carbón, ese es su kit de maquillaje. Ella siempre se ve muy bien." Imágenes de Hanna se formaron en el aire: su sonrisa, sus ojos alegres, su figura esbelta arrodillada al lado de algún trozo de mecanismo.

"Sí," dijo Eladamri. "La veo. Cuéntame más."

Gerrard agarró los hombros de Eladamri y dijo con fervor. "¿Te he dicho que me salvó la vida en Mercadia? Se hizo pasar por un mecánico de ascensor. Se vistió con ropas de trabajo Mercadiana y trató de parecer gorda y mugrienta, pero ella es demasiado alta, demasiado escultural también e incluso con grasa y hollín es casi la criatura que luce mas limpia en todo el multiverso."

Ante los ojos de Tahngarth nadaron visiones de ese día tan brillante, Hanna y Squee y el niño Atalla conspirando para liberar a los cautivos.

"Más. Cuéntanos más," insistió Eladamri.

"Ella saboteó esa jaula bastante bien. La cerró durante una semana. El hecho fue que la siguiente vez que salimos de la ciudad lo hicimos volando en alas de tela, como ángeles…" Gerrard se atragantó con sus palabras. Extendió la mano a sus compañeros y prosiguió: "Ella es la más inteligente que tenemos a bordo, ¿no les parece?… fue formada en Tolaria. El padre de Hanna es el Mago Experto Barrin pero ella le supera con sus conocimientos sobre artefactos. ¿Recuerdan cuando reconstruyó el motor en Mercadia? ¿La recuerdan enhebrando la aguja sobre Benalia? ¿La recuerdan?"

Visiones nadaron alegremente ante los ojos de los compañeros.

"¡Vengan!" dijo Gerrard. "Véanlo por ustedes mismos. Miren su piel perfecta, el rubor en sus mejillas… la sonrisa más dulce que jamás hayan visto. Vengan aquí, se los mostraré. ¡Tan delgada y fuerte, una salud perfecta! Permítanme que se las presente."

Arrastrando a Eladamri Gerrard llevó al grupo rápidamente y emocionado al lugar donde yacía Hanna. El enjambre de visiones les siguió. Espíritus del aire rodearon a la mujer acariciándola. Al principio parecieron ser vestiduras santas y luego carne saludable. Las nieblas envolvieron sus músculos atrofiados y los llenaron. La fe cubrió su delgado cuerpo con fuerza. El lúgubre grupo de sus dientes se convirtió en una sonrisa, las cuencas hundidas se convirtieron en brillantes ojos azules. Era la vieja Hanna: fuerte y feliz y sana.

"¿La ven?" gritó Gerrard. "¿La ven?"

"¡Sí!" respondió Eladamri. "¡La veo!"

Gerrard deslizó sus manos bajo Hanna y la levantó. "¿La ven!"

Pero el glamour no acudió con ella. La ilusión de salud se despegó de su piel. La niebla de sus músculos se disipó de su demacrada flaqueza. Los ojos que habían parecido abiertos ahora estaban cerrados, nunca se habían abierto. Su belleza era cadavérica.

"¡Oh!" dijo Gerrard en shock repentino. "¡Oh!"

Eladamri le apretó el brazo. "Está bien. Está bien."

"¡No, no está bien! ¡Nada está bien!"

"Hiciste todo lo que pudiste," le tranquilizó Eladamri. "Ahora me doy cuenta que nuestra fe no la puede curar. Sólo su propia fe lo hará. Si es capaz de despertar de este coma, su fe será lo único que la podría salvar. De lo contrario… ya has hecho todo lo que pudiste."

"¡Oh!" repitió Gerrard cayendo de rodillas y mirando lastimosamente a sus camaradas. "¡Ella es tan ligera!"