Capítulo 20

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Los fuegos de shiv


Dando volteretas, Barrin fue arrojado a los rojos cielos de Shiv. Había estado en el medio de una batalla perdida en Keld cuando fue tironeado por “alertadores”, artefactos que olfateaban aceite iridiscente. Estos estallaron masivamente. Una invasión a gran escala estaba comenzando sobre Shiv. La tierra volcánica era el único lugar del mundo donde se fabricaban piedras de poder. Si los Pirexianos capturaban o destruían la plataforma Shivana de maná Urza no podría construir nuevas máquinas de guerra.


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Aún así, era grosero ser literalmente sacado de una batalla y arrojado a otra.

Barrin se enderezó. Brisas de azufre se deslizaron entre su capa lavando el hedor de la última batalla en Keld y sustituyéndolo por el hedor de Shiv. Miró hacia el suelo. Allí, la carne del mundo no era más que una corteza frágil supurante de lava. En todas direcciones yacían calderas y fumarolas, mares de magma, respiraderos silbantes, fibrosos espirales rocosos, acantilados de basalto, protuberancias de obsidiana, piedra pómez, cenizas, azufre….

En medio de la fogosa desolación se alzaba la plataforma de maná. Era una gigantesca fábrica antigua, establecida como una corona sobre una piedra de basalto. Un enorme plato de metal rodeaba ambos extremos de la plataforma. Una de las alas estaba anclada en el suelo. La otra estaba suspendida en enormes patas articuladas sobre un mar de lava. Encima de estos platos descasaban grandes cúpulas. Entre ellos corría un largo pasillo construido como un templo porticado de algún dios olvidado. Venosas tuberías descendían por el acantilado saliendo de la estructura y hundiéndose en la lava hirviendo. Los tubos transportaban magma al rojo vivo hacia la plataforma de maná y allí transformaban el calor del mundo en piedras de poder y metal viviente, armas que mataran Pirexianos.

Un enorme portal, más grande que los de Benalia, Zhalfir, Yavimaya o Keld, se abría ampliamente en el cielo. Los primeros tres cruceros Pirexianos avanzaron desde la oscuridad y Shiv pintó sus proas de color rojo. Cada nave tenía el tamaño de la plataforma de maná. Cientos más se amontonaban detrás.

"¿Dónde está Urza?" refunfuñó Barrin arrancando el broche alertador de su manga y lanzando la ardiente cosa en la distancia.

El aire junto a Barrin brilló a modo de respuesta y una criatura se formó a partir de los vientos espectrales. Los ojos de gemas de Urza refulgieron en su cráneo materializado. La figura hizo crecer una blindada estola de guerra abrochada con relucientes sellos. Un bastón de resplandor se formó en su mano y se convirtió en un gran bastón de guerra. Urza levantó la otra mano, agarró el broche ardiente en su propia manga y lo vaporizó.

"Me alegro de que hayas podido venir," dijo Barrin con una tranquila ironía.

Urza levantó una ceja elocuente. "Exigencias de la guerra y todo eso."

Barrin hizo un gesto hacia el exterior. "Aquí hay una exigencia para ti."

Asintiendo solemnemente con la cabeza Urza dijo: "Las naves Metathran están en ruta. Hasta que lleguen, solo seremos tú y yo, amigo. No podemos esperar que trasgos y Viashino se enfrenten a…"

"¡Mira!" dijo Barrin señalando hacia las naves emergentes.


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Los tres cruceros ardieron con una llama repentina. Gigantescos dragones de fuego proliferaban entre los navíos respirando destrucción a través de ellos. Aunque eran enormes, las sierpes parecían pequeñas contra los negros bajeles. Aún así, había cientos de serpientes. Sus aleteos alejaban disparos de maná negro y sus colmillos trituraban tripulaciones Pirexianas. Sus alientos incendiarios solo se veían aumentados por el aceite iridiscente. Llamas eructaban desde sus bocas y salpicaban a través de los cascos de los grandes barcos. Las Rhammidarigaaz

bordas se derritieron. Los conductos se quebraron. Las células del motor se agrietaron.

"Rhammidarigaaz," dijo Barrin asombrándose mientras observaba al líder de los dragones de fuego. Un milenio atrás, el joven macho había luchado al lado de Urza y Barrin en una guerra con los ángeles. De hecho, Barrin había montado sobre él en la batalla. Hoy, antiguo y enorme, Darigaaz lucharía al lado de ellos en una guerra con los demonios. "Ha reunido a su pueblo."

"Si, es una bendición," dijo Urza, "pero no será suficiente." Y señaló debajo de los barcos.

Dragones cubiertos de lodo negro se desplomaban de los cielos. Algunos lucharon en su caída antes de estrellarse en los lagos de fuego. Otros resultaron muertos incluso antes de que cayeran, partidos en dos por cañonazos de rayos o devorados por las máquinas de corrupción. Solos aquellos dragones no podrían destruir las naves. Serían asesinados, hasta el último.

Rhammidarigaaz vio la futilidad. Hizo una llamada y llevó a su pueblo en una inmersión rasante lejos de las naves. Montones de dragones le siguieron en una cinta enroscada y las correosas alas les alejaron del fuego asesino.

Ardiendo y dejando rastros de humo los cruceros se deslizaron sin obstáculos a través del portal.

"Ahora nos toca a nosotros, mi amigo," dijo seriamente Urza.

Lado a lado, el mago experto y el caminante de planos se elevaron hacia las naves emergentes. Prepararon hechizos e invocaciones y la energía fluctuó a través de sus trajes de guerra. Barrin levantó las mangas evocando enjambres de chispas azules alrededor de sus manos y el bastón de guerra de Urza refulgió con crujientes rayos.

Sin embargo a Barrin le preocupó algo. Darigaaz no habría comprometido a su pueblo a un ataque tan mortal sólo para marcharse momentos más tarde… a menos que estuviera ganando tiempo o creando una distracción para enmascarar un efecto mayor….

Un movimiento sobre la superficie captó la mirada de Barrin. Unos paneles encima de una de las cúpulas de la plataforma de maná se hizo a un lado y se deslizó hacia abajo en unas troneras. Barrin conocía perfectamente la instalación y nunca había visto dichas secciones del techo cuando había trabajado allí.

…creando una distracción para enmascarar un efecto mayor…

Barrin colocó su brazo contra el pecho de Urza con la intención de detenerlo y la mano del mago nadó con chispas azules que tamborilearon a través del cuerpo de Urza lanzándole una miríada de descargas. El error habría matado a un hombre común pero Urza no estaba ni siquiera cerca de ser eso.

Con sus cejas humeantes el caminante dijo: "¿Qué es eso?"

"Algo está pasando ahí abajo," dijo Barrin señalando cuatro tubos enormes que comenzaron a sobresalir lentamente desde los agujeros en las cúpulas de la plataforma de maná. "Un ataque de algún tipo. Podría resultar mortal volar en la ruta de tal…"

La explicación de Barrin fue cortada cuando desde los tubos eructó lava en cuatro columnas en ebullición. Aquello no fue una simple erupción volcánica sino géiseres dirigidos de aquel material. Tan recta y caliente como un acero recién forjado la roca líquida salió disparada en cuatro puñales hacia el cielo.

Una fuente de pulverización se alzó justo frente a Barrin. Él y Urza huyeron reflexivamente pero no antes de que la columna les evaporara sus barbas. La túnica de Barrin ardió mientras la estola de guerra de Urza solo resultó chamuscada.

Como si hubiera querido devolverle el toque electrizante Urza agarró a su ardiente amigo y el agua empapó súbitamente las ropas y el cabello de Barrin. Este se sacudió los mechones mojados fuera de su rostro y frunció el ceño en agradecimiento.

El chorro de lava que los había encendido brevemente subió a su altura máxima, se arqueó e hizo llover roca fundida encima del crucero que llevaba la delantera. Los incendios estallaron en la nave y posteriores explosiones arrojaron algo de la lava. Más roca fundida se apiló una sobre otra y las secciones del casco se derritieron y cedieron. Los tripulantes Pirexianos se apresuraron a echar fuera el material pero al acercarse ardieron en llamas espontáneas y explotaron. Sus caparazones y huesos se convirtieron en metralla matando a los que vinieron detrás. Los Pirexianos reventaron como maíz.

El enorme peso de la roca fundida sobrecargó los motores de la nave. Esta se tumbó con su lado de babor hundiéndose en una sucesión de sacudidas y cayó en un ladeado espiral. Girando y deslizándose, arrojando humo y goteando lava, el crucero hizo un tirabuzón descendente. Lanzando un rugido cada vez mayor, con el vapor silbando desde sus motores arruinados y fallos en sus incontables junturas el crucero terminaría en un campo de escombros.

Los otros dos navíos habían sufrido de manera similar bajo el bombardeo de lava. Uno se estremeció cuando su núcleo de energía se hizo crítico y explotó en una bola de fuego arrojando desechos y huesos, magma y músculos en un fogonazo enceguecedor. El estruendo hizo saltar al mundo y visibles ondas de fuerza se enrollaron en esferas saliendo de la llamarada.


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La tercera nave había estado cruzando por abajo cuando la explosión rompió el cielo y las olas de fuerza la arrojaron aún más rápido a tierra. Cayó sobre una cordillera volcánica y se quebró como un huevo. La proa cayó por un lado de las montañas y la popa descendió por la otra ladera. Ambas partes se encendieron en secciones transversale y escabrosas siluetas saltaron fuera de ellas.

Otras criaturas, escondidas en las grietas rocosas, emergieron. Parecían cocodrilos atacando a sus presas. Levantaron mazos de guerra y hachas y los descargaron sobre las espaldas Pirexianas matando salvajemente a los invasores y lanzando a los muertos en calderos silbantes. Sus cuerpos ardieron un momento y luego desaparecieron. Lo pocos monstruos que escaparon a la matanza de los hombres lagarto fueron rodeados y mutilados por otros defensores pequeños y achaparrados.

Barrin asintió con la cabeza, impresionado. "Parece que los Viashino y las tribus de trasgos se han preparado bien para esta batalla." Se frotó una inexistente coleta y rizos de pelo chamuscado quedaron en sus dedos. "Mientras la plataforma pueda disparar columnas de magma, los cruceros y los dispositivos de peste no tendrán ninguna oportunidad. Tal vez nuestra intromisión no es necesaria."

"Los Pirexianos tiene más trucos bajo la manga," dijo Urza pareciendo casi ofendido por los éxitos de la plataforma de maná. Parpadeó para concentrarse y volvió a hacer crecer su barba quemada.

Él planeswalker tenía razón. Un momento después, el enorme portal negro derramó escuadrones de naves más pequeñas y más rápidas: aeronaves-ariete, barcos-dagas y dragones mecánicos. Parecieron una cascada, derramándose desde el agujero en el cielo con una ávida velocidad. En unos segundos se estrellarían en la plataforma de la superficie.

"¡Intercéptalos!" gritó Urza y desapareció en un parpadeo.

"Me podrías haberme llevado," se quejó Barrin al aire vacío. Desde los oscuros rincones de su mente sacó su último hechizo de teletransportación. Era un conjuro azul, pero no había ni un dedal de agua en un centenar de kilómetros cuadrados. Basándose en sus recuerdos de la distante Tolaria, Barrin cargó el hechizo y el espacio se plegó alrededor de él y se volvió a abrir.

Repentinamente Barrin estuvo al lado de Urza flotando justo por encima de la cúpula aérea de la plataforma de maná. Las naves Pirexianas se arrojaron sobre ellos.

Urza ya estaba descargando su arsenal. Cohetes saltaban de sus guanteletes, subían con un chillido y se estrellaban de frente contra las naves atacantes. Cada cohete perforó profundamente su objetivo antes de detonarse convirtiendo dragones mecánicos y barcos-daga en fuego y metralla. Nave tras nave explotó y más vehículos cayeron a través del humo y el fuego.

Las naves ariete eran enemigos más duros, construidas casi totalmente de metal sólido. Los cohetes de Urza sólo pudieron cavar pequeños agujeros en ellas.

Barrin convirtió su fortaleza en debilidad. Produjo un diapasón Serrano desde los pliegues de su túnica invocando el maná de lejanas llanuras y lo colocó en su bastón de batalla. El instrumento tintineó con su tono absolutamente puro y el sonido se duplicó y triplicó elevándose incorruptiblemente hasta las aeronaves ariete. Se extendió a través del metal sólido e hizo temblar cada fibra. Los vehículos sonaron como campanas gigantes y las grietas corrieron a través de ellos. Temblando se desintegraron en limaduras de hierro.

Sin embargo, más naves cayeron del cielo.

Lanzando bolas de fuego y fénix llameantes, hechizos rompedores y de inmolación, Barrin Urza y disolvieron los artefactos antes de que llegaran a la plataforma. El cielo estaba lleno de llamas y humo y metal fundido llovía por todas partes. La lucha era intoxicante… demasiado intoxicante.

Mientras Urza y Barrin luchaban en un cielo descendente una nueva amenaza se presentaba. Tan silencioso y tranquilo como un tiburón negro, un crucero Pirexiano levantó la nariz al lado de la plataforma de maná. Sus cañones de plasma se encendieron y un fuego apuñaló la plataforma. Los muros se dividieron, las pasarelas se despellejaron, las columnas se derrumbaron.

El oscuro bombardeo del crucero lanzó corrupción.

El metal Thran se deshizo y los contrafuertes fallaron.

"¡Allí!" gritó Barrin a través de la tormenta de fuego.

Los hechizos salieron disparados desde el caminante y el mago Tolariano. Rayos atravesaron el crucero quebrando su armadura. Piedras de fuego lapidaron el casco. No fue suficiente.

Los cañones y bombardas Pirexianos mantuvieron sus disparos asesinos.

Un silbido proveniente de las alturas anunció que un par de naves-dagas en llamas habían logrado atravesar la red de hechizos. Una al lado de la otra se sumergieron para impactar contra la cúpula de la plataforma.

Explosiones gemelas arrancaron el techo y la cúpula se estremeció y se hundió. La mitad de las instalaciones se desplomó por el borde del acantilado.

"¡Esto no esta bien!" gritó Urza mientras pulverizaba a un dragón mecánico. "¡Están atravesando!"

La cúpula y la columnata central se quebraron y se apartaron del resto de la plataforma.

"¡La están destruyendo!" rugió Barrin mientras los hechizos saltaban de sus dedos.

Sin embargo, las secciones sueltas de la plataforma no cayeron al acantilado sino que se levantaron sobre patas enormes y articuladas. La cúpula no estaba fallando se estaba separando para luchar por su propia cuenta. Pareciendo una enorme mantis religiosa arremetió con sus gigantescas patas por debajo de ella, atrapó con ellas la proa del crucero y lo lanzó brutalmente hacia abajo.


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La nave Pirexiana se hundió y se quebró contra el acantilado de basalto. El metal, chillando, se torció y los peñascos expulsados desde el afloramiento cayeron sobre el crucero. Una colosal piedra cayó como un puñetazo sobre su puente derrumbándolo y haciendo vomitar chispas y humo del metal torturado. La nave se deslizó hacia abajo y su casco raspó contra el acantilado mientras caía. Trozos de armadura se separaron con cada impacto y rebotando se hundieron en la lava prendiéndose fuego. Luego toda la nave despareció en una gran fuente de lluvia carmesí.

"¡Impresionante!" gritó Barrin.

"Sí," respondió Urza través de la tormenta de hechizos. "Pero hasta que el portal no esté cerrado…"

Repentinamente roca en ebullición salió despedida de los tubos de lava detrás de ellos. Barrin lanzó a ambos fuera de la erupción y, anticipadamente, el aire se convirtió en vapor. El sudor en los poros de Barrin siseó y sus ropas se volvieron a encender. Pilares de fuego pasaron a sus costados.

Lava rodó hacia el cielo estrellándose a través de las restantes naves y salpicando a las que estaban más arriba. Se derramó en la garganta del portal y llenó el gigantesco dispositivo como agua en un agujero poco profundo. Despidiendo humo el portal se cerró con un estruendo.

Las naves arruinadas se hundieron separándose precipitadamente la una de la otra y arrojándose como lanzas en las laderas volcánicas. Allí dónde golpearon abrieron agujeros en el núcleo caliente de las montañas de los que empezó a manar lava.

Y de repente se hizo el silencio.

El portal se había ido. Los Pirexianos habían desaparecido. Sólo la tierra infernal de Shiv se mantuvo.

Con su barba quemada por segunda vez en una hora, Urza resopló. "Me parece que subestimé la preparación de la plataforma."

Barrin sonrió mientras palmeaba las llamas sobre su túnica. "Felicitaciones están en orden."

"Felicitaciones," dijo Urza rotundamente.

"Yo no las merezco," respondió Barrin con una sonrisa. "Aquella que esta al mando de la plataforma es quien debe recibirlas. Tu ex-estudiante: Jhoira."

Urza asintió con la cabeza flotando hacia lo que quedaba de la plataforma de maná. La sección que se había separado ahora deambulaba sobre las crestas rocosas de Shiv. Casi parecía un perro guardián buscando pelea.


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"Pensé que sabía todo acerca de este lugar."

"Yo también," dijo Barrin con un irónico encogimiento de hombros. "Parece que Jhoira le ha enseñado algunos trucos nuevos. Por cierto, deberías arreglar tu barba antes de volver a verla."

Un silbido irritante corrió através de Urza restaurándole la barba, las cejas, el pelo y sus túnicas a su anterior estado impecable. Miró desdeñosamente al mago quemado.

"¿Y tú? ¿Tienes algún hechizo de lavado? ¿Algún conjuro zurcidor?"

Desplegando sus ropas chamuscadas Barrin respondió: "Sobre mí no. Lo que ves es lo que hay."

Urza asintió silenciosamente apretando los dientes. Los dos descendieron planeando y mirando los tubos de lava mientras se retiraban hacia el interior de la cúpula de la plataforma. Las placas se deslizaron de sus huecos y lentamente se arrastraron para tapar los orificios. Con un cascabeleo metálico se asentaron en su lugar.

Barrin y Urza aterrizaron entre las torres de las instalaciones. Los conjuros de volar los soltaron y las botas descansaron en un balcón arqueado de metal liso. Sus majestuosos trajes y andrajosos harapos descansaron.

Barrin suspiró al sentir la cálida solidez del metal bajo sus pies. "¿A dónde crees que vamos a encontrar a Jhoira?" preguntó en voz alta.

"Aquí mismo." La voz provino de una alta arcada de metal entrelazado. Dentro de ella estaba Jhoira misma. Por siempre joven, la morocha mujer Ghitu de ojos oscuros llevaba su overol de trabajo y un sobrecargado cinturón de herramientas. También tenía una expresión sardónica. "Pensé que se presentarían para los fuegos artificiales."

"Muy impresionante, querida," dijo genuinamente Barrin acercándose a ella. Apartó sus brazos y agregó: "¿Te importa un poco de tierra?"

Jhoira lo abrazó. "Nunca," dijo en su oído. "Es bueno verlo, Maestro Barrin."

"Y a tí, Jhoira," respondió. "También es bueno ver las disposiciones que has hecho por la defensa de la plataforma."

"Tuve un poco de ayuda," dijo Jhoira señalando a sus espaldas.

A través del arco de metal llegó una figura enorme y robusta. El dragón caminó erguido sobre poderosas garras y equilibrado por una ondulante cola. Un cinturón de talismanes y pañuelos eran las únicas ropas que llevaba en su vientre escamoso, aunque sus alas colgaban detrás de él como vestiduras reales. Los cuernos se erguían en una corona múltiple desde su antiguo rostro.

"¡Darigaaz!" dijo Barrin con alegría.

Jhoira tosió en su mano. "Lord Rhammidarigaaz de los Dragones de Fuego Shivanos."

"Por supuesto," respondió Barrin haciendo una profunda reverencia. "Gracias, Señor Dragón por su valiente ayuda y la de su pueblo."

Con una voz retumbante como rocas Darigaaz respondió simplemente, "Este es mi hogar."

Urza también se inclinó ante el dragón. "Shiv es tu casa y Dominaria es el hogar de todos nosotros. Esperamos poder contar con tu ayuda en la defensa del mundo en general."

El dragón casi pareció sonreír. "Ya he iniciado tales esfuerzos. Estoy reuniendo a las naciones de dragones. Todos lucharemos por Dominaria."

"Excelente," dijo Urza y se volvió hacia Jhoira. "Lo has hecho muy bien, querida. Sorprendentemente bien. Pero este no será el último intento Pirexiano en Shiv. Confío en que hayas realizado disposiciones por si los Pirexianos aparecen más allá del alcance de tus tubos de lava."

"En verdad lo ha hecho," dijo una nueva voz. Teferi dio un paso desde las sombras del arco. El ágil hombre de ojos chispeantes caminó tranquilamente hacia al lado de Jhoira e hizo una reverencia a cada uno de sus antiguos maestros. "Shiv no caerá en las garras Pirexianas. Yo la salvaré, como salvé a Zhalfir."

Urza se dirigió de repente hacia adelante. Respiró, un signo de concentración y su gesto se enrojeció. "No te podrás llevar esta plataforma. Es mía."

"Le pertenecía a los Viashino antes que a ti y a los Thran antes que a ellos," dijo Jhoira. "Además, no nos vamos a llevar tu plataforma. Nos llevaremos todo Shiv. Iremos a salvar mi hogar."

"¿Nos privarán de piedras de poder? ¿De metal Thran?"

"No," respondió Jhoira interponiéndose entre los dos planeswalkers. "Vamos a dejarte la parte móvil de la plataforma. Ahora mismo se esta alejando a una distancia segura. Pero estará disponible para tu uso. Sin embargo, esta porción, aquí, y todos nuestros hogares, irán con nosotros."

"Están condenando a Dominaria," dijo iracundamente Urza.

Teferi negó con la cabeza plácidamente. "No. Tú eres el único que está haciendo eso, mi amigo."

Los ojos de Urza ardieron y la Piedra del Poderío y la de la Debilidad pudieron verse claramente. "Yo salvaré nuestro mundo."

"No puedes prometer eso," dijo Teferi. "Solo has prometido destruir a los Pirexianos a cualquier costo. Nuestros hogares no formarán parte de ese costo."

"¡Ustedes no se llevará esta tierra! ¡Se los prohíbo!" rugió Urza.

Teferi se encogió de hombros. "Prohíbe lo que quieras. En estos momentos estamos saliendo de fase. Un caminante de planos no puede atravesar el tiempo, Urza. A menos que te vayas ahora y te lleves a Barrin y Darigaaz contigo quedarás atrapado aquí con nosotros durante decenas o cientos de años. Es tu elección."

Urza tembló y se quedó sin habla.

"Ahora, maestros," dijo Jhoira. "Márchense ahora o quedará atrapados durante siglos. Buen Viaje."

"Buen Viaje, Jhoira, Teferi," dijo Barrin. "Que les vaya bien."

Sin decir una palabra, Urza apretó furiosamente la mano de Barrin y la garra de Rhammidarigaaz y los tres se alejaron de la plataforma hundiéndose en las Eternidades Ciegas.