Capítulo 6
Para picar a una araña
DESDE LA SUPERFICIE de la Ciudad de Benalia llegaron explosiones amortiguadas y gritos repentinos. El suelo de la celda se estremeció. El hierro resonó en el hierro. La arena se tamizó desde el techo de piedra.
"¿Oyen eso?" dijo Gerrard gritando al guardia del calabozo. "Esa es la invasión de la que hablábamos. Esos son los monstruos del cielo."
El adivino ciego estaba junto a él agarrando los barrotes.
"Pronto te llamarán," continuó Gerrard. "Necesitarán que todo el mundo pelee. También nos necesitarán a nosotros. ¡Déjanos libres!"
El guardia era joven y pálido. Dio un paso hacia la celda con las manos en las llaves de su lado cuando se escuchó un grito proveniente desde arriba. Estiró el cuello hasta el pasillo y sintió bramar órdenes. Cada palabra le sacudió todo el cuerpo como si fuera un trozo en la boca de un perro. De repente, se lanzó hacia las escaleras.
"¡Espera!" Gerrard gritó.
Demasiado tarde. Un ensordecedor golpe sonó en lo alto de la escalera. El guardia, convertido en un mero muñeco de trapo, cayó rebotando por ella quedando tendido boca abajo.
"Maldita sea," gruñó Gerrard mirando al deshecho joven y sacudiendo la puerta de la celda en señal de frustración. "Tenemos que salir de aquí. No pasará mucho tiempo antes de que los Pirexianos comiencen a descender como un torrente por esas escaleras."
Tahngarth se levantó de la esquina donde había estado sentado y bufando airadamente caminó lentamente a través la celda, se apoderó de los barrotes y tiró fuertemente de ellos. Los músculos chasquearon como cables de acero. Los nervios de sus enormes hombros ondularon debajo de su moteado pelaje blanco. Gotas de sudor aparecieron sobre su frente bovina pero las barras no se movieron. Con un rugido de rabia, soltó su agarre y cayó de rodillas, jadeando.
Sacudiendo la cabeza, Gerrard dijo: "¿Y qué tal tu Hanna? ¿Podrías apalancar esa cerradura?"
La delgada y rubia navegante se encogió de hombros mientras se acercaba adelante. "Sólo porque halla estudiado artificio no significa que sepa algo acerca de cerraduras." Se agachó junto a la puerta e investigó el cerrojo. "Si esto fuera impulsado por una piedra de poder tendría una oportunidad. Pero ni siquiera tengo algo que pueda utilizar como una ganzúa."
"¿Qué tal ezto?" dijo Squee interponiéndose de repente a su lado. En su mano tenía un objeto blanco y puntiagudo.
"Eso podría ser justo lo que necesitamos," respondió Hanna sosteniendo la cosa antes de darse cuenta de que era la punta del cuerno de Tahngarth. El arrodillado minotauro alzó una ceja y ella dejo escapar una sonrisa de disculpa.
"Esos cuernos han tirado abajo un montón de puertas pero nunca las habían abierto como ganzúas," resopló Tahngarth.
Otra explosión sacudió el calabozo y más rocas cayeron del techo.
Gerrard le dio unas palmaditas a la espalda del minotauro. "Odio decírtelo pero se llevaron todo lo que hubiera podido haber utilizado para forzar la cerradura. Hasta se llevaron mi cinturón como si lo pudiera usar para estrangular a un guardia. Lo dejaron con nuestras armas, con tu striva."
"¡Está bien! ¡Está bien!" gruñó el minotauro. "¡Usen mi cuerno! Todo esto simplemente me hará más mortal cuando salga."
Hanna tomó cautelosamente la punta del mismo y lo dirigió hacia el ojo de la cerradura. "Perdóname, Tahngarth. No soy exactamente una experta en esto."
"¡Squee es bueno! ¡Squee sabe como hacer ezo!," dijo el trasgo enfáticamente. Trepó por la encorvada espalda de Tahngarth y saltó hacia los barrotes, donde se aferró como un mono. Empujó a Hanna a un lado, se asomó a la cerradura y dijo: "O, sí. Fácil interruptor. Un intento. Hago ezto fácil." Agarró el cuerno de Tahngarth y lo metió en la cerradura. El minotauro perdió el equilibrio con la cabeza embistiendo contra las barras.
Hanna y Gerrard se alejaron sabiamente.
Tahngarth mantuvo el equilibrio y estuvo a punto de protestar cuando una cascada de piedras del tamaño de un puño cayó desde el techo golpeando sus hombros. Se iba a sentir un tremendo asesino cuando salieran de eso.
Squee retorció el cuerno del minotauro y este rechinó lastimosamente en la cubierta metálica. El trasgo cambió su agarre y torció su muñeca.
"Ezto no es bueno. El ángulo eztá mal. ¡Quizá romper ezte cuerno!"
"¡Quizá romper ‘ezte’ trasgo!" rugió Tahngarth.
Squee estaba demasiado ocupado aferrándose a los barrotes y sacudiendo el cuerno en el ojo de la cerradura para notar que estaba en un peligro mortal. Exasperado exprimió su cuerpo pasando a través de los barrotes.
"Squee intentar esto desde afuera."
Apoyó los pies en la parte exterior de la puerta de la celda y tiró de los cuernos de Tahngarth embistiendo una vez más la cabeza del hombre-toro contra los barrotes.
"¡Squee! ¡Squee! ¡Alto!" bramó Tahngarth.
"¡Squee casi lo tiene!" respondió el trasgo a los gritos.
"¡Ya lo has hecho imbécil! ¡Estás fuera de la celda! ¡Toma las llaves!"
"¿Eh…?"
"¡Del guardia muerto! ¡Toma las llaves!"
Soltando el cuerno del minotauro, Squee dejó caer sus palmeados pies en el frío suelo de piedra. Se sacudió sus manos y frunciendo el ceño se encogió de hombros.
"Bueno, si piensas que va a ser más rápido…"
"¡Toma las llaves!" gritó la tripulación del Vientoligero al unísono.
Squee se encogió bajo el asalto auditivo y se dirigió al cuerpo tendido más allá. Sus ágiles manos soltaron el llavero de la ropa enredada y lo trajeron de vuelta a la puerta. Quejándose en voz baja introdujo llave tras llave en la ranura.
"Ezto ya fue suficiente. Squee salvo sus traseros en Mercadia diez mil veces y ahora salvar sus traseros aquí, y todo lo que ustedes dicen ez "¡Trae ezas llaves, Squee! ¡Trae ezas llaves!"
Una fuerte explosión sonó por encima y un pequeño alud bajó por la escalera enterrando al guardia.
Gerrard observó febrilmente desde el otro lado de la puerta del calabozo y tranquilamente aconsejó: "Es mejor que te des prisa, Squee."
"' ‘¡Date prisa, Squee! ¡Date prisa, Squee!’" se quejó el trasgo.
Bajando lentamente por el deslizamiento de tierra aparecieron criaturas inhumanas. Tenían garras del tamaño de cuchillos de carnicero y rasgados ojos de serpiente. Pasaron sobre el cuerpo del guardia muerto y cargaron hacia la puerta de la celda.
"¡Date prisa, Squee!" se dijo el trasgo a si mismo. "¡Date prisa, Squee!"
La cerradura hizo clic y Squee tiró de la puerta abriéndola de par en par y luego montó sobre los barrotes volviéndolos a cerrar y manteniendo la puerta entre él y los Pirexianos al ataque.
Como un cohete Tahngarth salió justo a tiempo de la celda con un rugido en toda regla cuyo eco retumbó a través de la temblorosa cámara como si la propia celda hubiera gritado.
Ante el sonido incluso los Pirexianos vacilaron. Hicieron una pausa en su carga y vislumbraron una gran masa de músculos dirigiéndose hacia ellos.
Tahngarth salió como una bala de cañón hacia los dos primeros Pirexianos y sus cuernos, que habían sido retorcidos en una cámara de tortura Rathiana, atraparon y cornearon a sus monstruosas víctimas. Una aceitosa sangre amarillenta llovió de las bestias cuando Tahngarth los levantó hasta el techo. Sacudió la cabeza y los cuernos evisceraron a los monstruos. Las tripas cayeron a ambos lados del minotauro y, al igual que insectos empalados, los Pirexianos se retorcieron sobre sus cuernos. Un par de sus compañeros cargaron contra Tahngarth pero este arrojó a las moribundas bestias de sus cuernos y los derribó.
Gerrard y Sisay se precipitaron fuera de la celda al lado del minotauro y esta apretó los dientes con furia.
"¿Qué utilizamos como armas?"
Gerrard se lo demostró con un golpe. Sus nudillos impactaron una mandíbula Pirexiana justo entre un par de cuernos venenosos. El hueso que había debajo se quebró y la bestia se tambaleó y cayó como una tabla. Sonriendo Gerrard sopló a través de sus nudillos.
"Supongo que estos servirán."
Asintiendo filosóficamente Sisay se agachó para evitar las garras de otra bestia y dándole una patada le rompió su pierna sobre la rodilla. Cuatro Pirexianos cayeron pero una docena más se precipitó por la escalera.
"Estamos perdidos, ¿sabes?" dijo ella suavemente mientras pisoteaba la cabeza de la criatura que había derribado.
Antes de que pudiera responder, Gerrard hundió la nariz de una bestia en su cerebro y se quitó las garras de la cosa de su propia garganta sangrante.
"Lo sé."
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Tsabo Tavoc se estremeció de placer cuando caminó a través de la destrozada pared exterior de la Ciudad de Benalia. Los ciudadanos muertos yacían por todas partes. Sólo algunos pocos aún no habían sido devorados. La mayor parte de ellos yacía con los ojos muy abiertos y las bocas congeladas en sus gritos finales. Tsabo Tavoc había escuchado esos gritos a través de los oídos de sus niños. Había probado la sangre de éste, y de aquel. Había sido como si ella misma hubiera matado a todos. Incluso en ese momento, más momentos sangrientos fluían sobre ella, como si estuviera abrazando las aguas de un fresco arroyo. Tsabo Tavoc tembló. ¡La cosecha producía tanto éxtasis!
Una manada de buscasangre rebotó entusiasmada a través de la brecha en la pared y pasó por entre sus piernas. Tsabo Tavoc quedó encantada con el toque de sus hijos y los observó aproximarse a los soldados Benalitas. Los humanos subieron sus picas para la carga pero aquellos no eran simples caballos con pechos huecos. Los buscasangre corrieron a toda velocidad hacia las picas. Sus cabezas de metal golpearon esternones con forma de cuña, cortaron a lo largo de amplias costillas y se deslizaron inútilmente fuera de los cercenados músculos pectorales. Tales lesiones mutilaron un brazo, pero los buscasangre tenían otros tres y con ellos rasgaron a los piqueros. Era una gloriosa visión: un manantial rojo estallando en la plaza adoquinada.
¡Ah, qué éxtasis había en la cosecha! pensó Tsabo Tavoc respirando hondo.
Tal vez el triunfo más dulce de la jornada había sido la captura de la nave voladora Vientoligero. Cualquier Pirexiano habría reconocido esa misteriosa y pequeña máquina de guerra. Había causado estragos en Rath. Había destruido la flota Pirexiana en Mercadia. Todos los Pirexianos reconocían la nave si no fuera más que como la creación ridículamente insignificante de Urza Planeswalker. No era más que una avispa: pequeña y ridículamente virulenta pero capaz de entregar una dolorosa picadura.
Pero hoy no. La tripulación del barco había desaparecido y este solo había estado vigilado por soldados Benalitas. Para ese momento debían estar muertos, sustituidos por Pirexianos. Cada cámara de la nave había sido investigada. ¿Dónde estaba la tripulación?
Algo triste la tocó: la picadura de la pérdida. Vino de allí, de la enfermería en ruinas. Parecía un lugar de victoria. Un cañón de rayos le había arrancado el techo y una de las paredes de ladrillo había sido derrumbada. Las literas yacían volcadas. Entre ellas había fragmentos de huesos donde los habitantes habían alimentado a los escuta. Incluso el Jefe Capashen Raddeus y su esposa Leda habían sido sorprendidos allí, visitando a los enfermos. Ambos se habían ahorcado tan alto que los buscasangre solo les pudieron arrancar uno o dos dedos de sus pies. Sobre la tierra estaba la victoria.
Pero debajo de ella estaba la derrota. Un profundo calabozo se escondía en las profundidades de la ciudad. Veinte de sus hijos yacían muertos y ni un solo preso había sido asesinado. ¿Qué clase de prisioneros eran estos…?
Con un repentino estremecimiento de comprensión Tsabo Tavoc lo supo así que envió su voluntad. Reténganlos, mis hijos. No los maten. Ni les permitan escapar. Se trata de los ex amigos del maestro. Ellos son los salvadores de Urza.
La respuesta llegó, como siempre lo hacía, con una obediencia agradecida. Los pensamientos fueron confirmados en una corriente de muerte: la muerte de sus siervos.
Tengo que ir a ver a este Gerrard Capashen en persona, pensó Tsabo Tavoc.
Sus piernas galoparon y en un momento llegó a la destruida enfermería deteniéndose en la parte superior de las escaleras. La agonía rompió en exquisitas olas sobre ellos. Los corazones de Tsabo Tavoc latieron con fuerza en su tórax. Metió su venenoso abdomen debajo de ella y plegó las piernas en una jaula sobre la cabeza. El metal raspó contra la piedra mientras rodaba por las escaleras. Aterrizó en un montón de escombros al pie de las escaleras. Aún había un cuerpo caliente bajo sus pies pero ella no le prestó ninguna atención. Desplegando sus piernas, contempló la escena.
Algo más de veinte de sus hijos yacían muertos ante la tripulación del Vientoligero. ¿Cómo era que los puños y cuernos habían superado a las garras y colmillos?
Tsabo Tavoc habló. Fue un momento difícil cuando habló en voz alta. Su voz tenía el sonido de un coro de cigarras raspando al unísono.
"Ríndete, Gerrard del Vientoligero. No serás herido por mí. Mi señor quiere verte. Ríndete y vive."
El hombre de barba oscura a la que ella se dirigió mostró una sonrisa inusual mientras sus nudillos ensangrentados derribaban a otro soldado de infantería.
"Usted sobreestima… lo mucho que me agrada… la vida."
Tsabo Tavoc hablaba rara vez en voz alta. Cuando lo hacía, siempre era obedecida.
Allí, en ese espacio reducido, sus piernas rozaron el techo cuando se abalanzó sobre Gerrard. Un minotauro, estúpido bovino, dio un paso frente al hombre e introdujo sus cuernos en el vientre de Tsabo Tavoc. Su propio dolor no fue tan bonito como el de los otros y con una mano delgada se arrancó la cosa retorcida de su carne. El cuerno estaba cubierto de su aceitosa sangre. Tsabo Tavoc aparto de un empujón al minotauro como si fuera un ternero recién nacido.
Una mujer de piel oscura le pateó la herida del vientre y su pie se hundió en el hoyo cenagoso.
Tsabo Tavoc constriñó su tórax y atrapó el pie de su agresora haciéndola retorcer de agonía y arrastrándola insensiblemente hacia Gerrard.
El lanzó un golpe mientras retrocedía a trompicones. Tsabo Tavoc atrapó su puño y tirando de el lo levantó. Gerrard trató de liberarse pero era demasiado débil. Era como aplastar gatitos.
Tsabo Tavoc miró el iracundo rostro de aquel joven hombre… aquel ser… criado durante miles de años para realizar su tarea y su voz sonó por todo el calabozo.
"Tú no puedes vencerme, Gerrard, ni tampoco a mi amo. He tomado tu nación y a ti también te llevaré. Mi amo se llevará tu mundo."
¿Qué fue eso? ¿Él escupió en su cara? ¿Es posible que aún le siguiera desafiando?
"Dime tu nombre para que pueda presumir de haberte matado," le preguntó el hombre barbudo.
"Soy Tsabo Tavoc," respondió plácidamente, "pero estoy segura que lo que has dicho será al revés." Su abdomen se hizo un ovillo debajo de Gerrard y mostró un enorme aguijón goteando veneno. Los sacos de ponzoña latieron y Tsabo Tavoc apretó la cintura del hombre.
¡O, aquel era el mayor placer de todos!
Una luz y un ruido repentinos llenaron el lugar y el pesado techo cayó en pedazos alrededor de ellos. Cada trozo de piedra fue teñido de una luz roja y los Pirexianos fueron aplastados. Un fragmento de roca golpeó a la mujer de piel oscura y la dejó inconsciente. Otro le hizo un profundo corte en el costado de Gerrard. Sólo aquellos que estaban dentro de la celda quedaron protegidos.
Pero sólo una roca importó y esa roca fue letal cayendo sobre Tsabo Tavoc y aplastándola contra el suelo. Una losa de piedra de seis metros de extensión que le clavó las piernas de su lado izquierdo. Ella luchó por liberar sus garras pero fue en vano.
Y peor aún, Gerrard escapó. Su mano estaba ensangrentada y arrastró a su compañera de piel oscura con él. Su pie estaba gravemente quemado por la sangre de Tsabo Tavoc pero ambos lograron escapar.
Un grotesco trasgo se aferró a los barrotes y señaló hacia el cielo. "¡Squee ama a Karn! ¡Squee ama a Karn!"
Tsabo Tavoc levantó la vista y vio que sobrevolando el humeante cráter se hallaba aquel maldito barco. Alguien había quedado a bordo, alguien que podía volar la nave y disparar los cañones de rayos al mismo tiempo.
"¡Squee ama a Karn! ¡Squee ama a Karn!"
Gerrard y su tripulación salieron de los calabozos trepando sobre rocas y cuerpos.
Tsabo Tavoc les atacó con las piernas de su lado derecho pero los pequeños monstruos estaban fuera de su alcance. Se escaparon de la cárcel y se introdujeron en el destrozado armazón de la enfermería. El Vientoligero subió por encima de los escombros y su ancla bajó ruidosamente rompiendo a través de los restos de una pared. La tripulación se reunió alrededor de esa pieza oscilante de metal y esta comenzó a levantarse lentamente.
Él moriría. Este Gerrard moriría. Poco importaba lo que el amo quisiera. Ahí estaba un hombre que se había burlado de su poder, le había escupido en su rostro y había vivido para contarlo.
El Vientoligero empezaba a desaparecer.
Tsabo Tavoc reunió la fuerza en sus piernas atrapadas y notó que sólo una de ellas estaba demasiado aferrada. El resto las podría soltar si les daba la oportunidad y Tsabo Tavoc se la dio. Las liberó de un tirón y la articulación metálica de la pierna condenada fue arrancada de la carne y el hueso de su cintura pélvica. Su propia sangre pintó la piedra mientras extraía sus piernas en buen estado de ella. Aquello la hizo enojar. Su propio dolor no era tan dulce como el de los otros.
Por esta y otras indignidades, Gerrard moriría.