Capítulo 24

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Reunion de heroes


La enfermería de Orim parecía una casa de fieras. Ratas y ardillas voladoras se paseaban en jaulas improvisadas. Montones de lo que parecían huevos de peces ocupaban viales herméticos sobre su escritorio. Cuatro Pirexianos muertos yacían en las cercanías. Parecían gigantescas cucarachas patas para arriba. Sólo quedaba un único paciente: Hanna. Esta languidecía en un sueño febril al otro lado de la habitación. La casa de fieras existía por ella. Había sido para salvar a ese único ser humano por lo que Orim había trabajado tan incansablemente sobre los cadáveres Pirexianos.


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De aquellos cadáveres, Orim había aprovechado cada fluido que había podido encontrar: aceite iridiscente, bilis verde, saliva, jugo gástrico, veneno, linfa, fluido cerebro-espinal, líquidos, incluso líquidos cardíacos. Por suerte aquellas criaturas crecidas en tanques no tenían fluidos reproductivos. Orim separó cada fluido en sus partes componentes usando un centrífugo y magia acuática Cho-Arrim. La linfa y la sangre contenían muchos de los compuestos que combatían la enfermedad y comparar los materiales comunes a ambos le permitió a Orim reducir las sustancias de inmunidad. Entonces, sería una cuestión de aplicar destilaciones de cada parte en la flora y fauna de Llanowar infectada por la peste.

La armada aérea Benalita había demostrado ser bastante intrépida en la recolección de sujetos de prueba.

La sustancia de inmunidad, como se vio después, era una plaqueta negra suspendida en aceite iridiscente. No podía invertir la enfermedad pero impedía su propagación. Las hojas que no habían sido infectadas fueron tratadas con la sustancia y se hicieron inmunes a la peste. Las hojas infectadas no empeoraron, pero tampoco mejoraron. Aunque aquello no era una cura por lo menos evitaría que la enfermedad se propagara de carne a carne y de persona a persona.

Squee había reunido ratas de las sentinas, animales saludables que se dieron un festín de galletas y cerveza. El material negro fue devorado con avidez por las bestias y en unos momentos resultaron inmunes. A las ardillas voladoras infectadas del bosque también les gustó el sabor de la inmunidad Pirexiana y su enfermedad cesó su avance.

Ahora todo dependía de Orim. Ella no iba a probar esa sustancia en ninguna persona hasta que no la hubiera probado en sí misma. Después de haber diseccionado a los cadáveres Pirexianos a Orim le quedaba poco estómago para el caviar curativo pero ella haría cualquier cosa por Hanna. Respiró hondo y alzando la movediza masa negra hasta la boca deslizó la reacia cuchara por encima de sus dientes.

Diminutas esferas frías se asentaron en su lengua. Se sentían como perlas de vidrio diminutas deslizándose por detrás de sus dientes y tenían un sabor a aceite. Ella no se atrevió a masticarlas sino que solamente las tragó. Las plaquetas se deslizaron por su garganta y llegaron a su vientre. Se sintió fría y oscura. La sensación se propagó desde su estómago a la sangre. ¿Era sólo su imaginación o aquello se sintió como una pequeña invasión? Un temblor se movió a través de ella, la frescura se extendió bajo su ropa y salió de la punta de sus dedos.

"Eso debería ser tiempo suficiente," suspiró Orim.

Levantó un cuchillo de su mesa de trabajo, colocó su punta sobre sus bíceps y arrastró la hoja en un corte breve y profundo. El cuchillo estaba tan afilado que casi no sintió dolor. Separó la hoja y una gota de color carmesí brotó de la ranura. Dejando el cuchillo la mujer levantó una hoja infectada con la plaga, abrió el corte y desmenuzando la negra corrupción la dejó caer en su herida. Cada instinto que tenía, no sólo como sanadora, sino como ser vivo, tembló al ver a aquellos copos negros adhiriéndose a la carne cortada.

Sujetando un paño sobre el lugar Orim cerró los ojos y silbó. Esa cepa de la plaga era tan virulenta que convertiría la piel necrótica en momentos. Solamente necesitaría esperar unos momentos para ver si ella había logrado crear un suero o si se uniría a Hanna en el camino hacia la muerte.

Alejando la tela Orim apartó los lados de la herida y bajando la mirada observó la carne perfectamente roja. Un profundo suspiro de agradecimiento la llenó. Y luego le dio silenciosas gracias a los poderes acuáticos y de curación.

"O, Hanna," dijo Orim aunque sabía que su paciente todavía dormía. "Esta es la primera esperanza. No puedo salvarte pero podré salvar a otros. Seguiré trabajando hasta que tenga una cura." Secándose lágrimas de sus ojos Orim tomó un frasco de las plaquetas y se acercó a Hanna.

Ella yacía de costado con las rodillas dobladas sobre la herida en su vientre que la estaba matando.

Sentándose en su litera Orim se acercó suavemente para acariciar el cabello de su amiga. Hanna estaba tan delgada que su cara parecía piel estirada sobre un cráneo. Sus ojos eran visibles bajo sus párpados translúcidos y su cuello era un manojo de cables esforzados. Sólo su pelo se veía como siempre: una corriente de oro. Orim pasó cariñosamente, sus dedos a través de las trenzas.

"Hanna, despierta. Tengo algo para ti."

Un suspiro tembloroso pasó a través de Hanna y esta rodó por su espalda. Bajó sus piernas que parecieron como palitos debajo de las mantas y sus párpados azules se echaron hacia atrás para revelar ojos inyectados en sangre. Orim se mordió el labio al ver el crónico dolor que se mostraba allí.

Hanna murmuró débilmente: "¿Algo… para mí?"

"No es una cura, pero impedirá que la enfermedad siga avanzando." Orim levantó el vial y agregó "Impedirá que una persona sana se contagie."

"Gracias," dijo Hanna estirándose hacia arriba. Pero ella no agarró el frasco sino el brazo de Orim. "Úsalo en alguien que pueda salvarse."

Los ojos de Orim se nublaron. "Hay suficiente. Quiero que tomes esto. Te hará ganar tiempo."


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Sin soltar el brazo de su amiga, Hanna hizo a un lado la bata. Los vendajes que giraban alrededor de su sección media parecieron sueltos como si ella se hubiera encogido. Incluso más allá del borde de esas vendas su piel estaba de color gris desde el hombro hasta el muslo. Zarcillos de corrupción se extendían más lejos, hasta el codo y la rodilla.

"¿Tiempo para qué?" Se cubrió de nuevo. "Por favor, dáselo a alguien que lo pueda salvar."

Orim acarició tristemente la mejilla de su amiga. "Gerrard lo ha ordenado. Ahora, abre."

Hanna tomó la cucharada con ojos endurecidos y enojados.

"No me daré por vencida, Hanna. Encontraré una cura."

"Gracias, Orim," dijo Hanna en voz baja. "Gracias…, tengo que dormir."

"Sí," respondió la sanadora. Acomodó las mantas de Hanna hasta los hombros y un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Un día, quizás mas temprano que tarde, ella estaría colocando esas mantas sobre el rostro de Hanna. "Duerme, querida niña. Duerme."

Girándose, Orim se retiró a su mesa de trabajo. Hanna respiró tranquilamente mientras Orim reunía el grupo de viales. Abrió la puerta de la enfermería y subió las escaleras. Las pequeñas botellas se sacudieron mientras lo hacía.

Allí, más allá de los cadáveres Pirexianos y las criaturas de prueba enjauladas, el Vientoligero dejaba de ser un laboratorio y se convertía en un buque de guerra. Un alférez bajó apresuradamente por la rampa leyendo de una página en su mano los nombres de los refugiados que iban a ser los siguientes en comer. Orim siguió adelante hasta que llegó a la escotilla del buque y abriéndola subió hasta pararse sobre la cubierta.

Gerrard estaba agachado allí trabajando con un equipo que estaba bajando el reparado cañón de rayos de babor de vuelta en sus amarras. Estaba desnudo hasta la cintura y sudoroso aunque una brisa constante corría hacia él a través de la proa.

Orim se acercó y levantando la rejilla de viales dijo: "Ya la tengo, suficiente suero para todo el personal de la nave y algunos de sobra."

Gerrard miró hacia arriba desde los grasientos rieles donde estaba arrodillado y preguntó: "¿La tienes? ¿Una cura?"

"Una cura no. Tengo un suero de inmunidad."

Se puso en pie y volvió a preguntar: "¿Ayudará a Hanna?" Orim sacudió la cabeza lentamente.

Una enojada línea se tejió en el ceño de Gerrard pero el consiguió a decir: "Buen trabajo. Nos has salvado."

"A la mayoría de nosotros."

"Administra el suero. Una vez que todos sean tratados, quiero que dejes al resto a un lado, tanto como te sobre, para un regalo."

"¿Un regalo?" le preguntó.

"Estamos aterrizando en las copas de los árboles. Sólo el Vientoligero y su tripulación será inmune. La propia nave debería ingerir de alguna manera algo de ese suero para hacer que su casco sea impermeable. Le preguntaré a Hanna como…"

"Pregúntale a Karn," le sugirió Orim.

Asintiendo rígidamente Gerrard dijo: "Quiero que le administres el suero a cualquiera que haya podido sobrevivir allí como un signo de nuestra alianza. Aterrizaremos en el centro de la devastación… hay un palacio en ruinas allí abajo… así que vamos a buscar hasta que encontremos a los nativos."

Los ojos de Orim brillaron. "Bien. Quizás también encontremos más Pirexianos. Dame más Pirexianos y yo te daré más suero."

Gerrard asintió con la cabeza y con los ojos como puñales aseguró: "Yo te daré más Pirexianos."


* * * * *


No fue tarea fácil para Multani encontrar a los refugiados en un lugar tan profundo. Las Cuevas de los Sueños yacían debajo del nivel hidrostático de Llanowar y la mayoría de las raíces no se hundían mucho más abajo que aquel mar subterráneo. Su lecho era un estante de granito de un centenar de metros de espesor y las Cuevas de los Sueños se escondían por debajo. Los Pirexianos no podrían haberlos encontrado allí y ni siquiera Multani lo habría hecho si no hubiera sido por la orientación de Molimo. Él le mostró el camino. Aunque la mayoría de las raíces no sondeaban el nivel freático ni atravesaban la plataforma de granito, las raíces centrales de los quosumic si lo hacían.

Un árbol que se alzaba a cientos de metros de altura se hundía igualmente profundo.

Sin embargo, el camino no fue fácil. Multani bajó en espiral por un árbol quosumic que latía de dolor. La corona del árbol había sido devorada por la peste y ni una sola hoja había permanecido. La mitad de las ramas habían sido destruidas y la plaga de podredumbre rodeaba el tronco en cinco anillos separados. Moverse a través de madera moribunda era aterrador. Cada impulso le gritó a Multani que debía escapar. Pero él, en cambio, descendió velozmente por debajo del fecundo humus a través del helado mar subterráneo, incluso a través del granito y hacia las cuevas.

Multani emergió de la raíz principal precisamente donde habían estado los refugiados. Fabricó un cuerpo para sí mismo de zarcillos albinos y líquenes brillantes. Unos grillos de cuevas se convirtieron en sus ojos y unas amarillentas cucarachas en los dedos de manos y pies. Era una forma espectral, venosa y resplandeciente, pero era la única vida que podría reunir en esas profundidades. Seguramente no sería más horrible que los propios refugiados.

Siguió sus huellas y sintió algo extraño, una cálida brisa fresca subió ondulando por el pasaje hacia él. Se sentía como las suaves mareas de aire que traían las lluvias de primavera. Olía a rayos. Allí, novecientos metros bajo el mundo superior soplaban brisas fragantes de vida. Era imposible o por lo menos milagroso.

Seguramente esa brisa daría la vuelta alrededor de la Semilla de Freyalise.

Multani la siguió a través de caminos sinuosos. Ya no seguiría un rastro de sangre y lágrimas sino un soplo de esperanza.

Llegó a una amplia caverna y la gente de allí no sólo respiraba esperanza. La cantaba. Estaba reunida en círculos alrededor de fogatas, cantando y hablando, comiendo y sanando. Los fogones eran algo imposible ya que allí no había combustible ni ventilación. Pero aún así ardían. La comida también era algo absurdo: vino patero, manzanas secas, pan trenzado, mantequilla, uvas, cebollinos y gallinas cazadas. Algunos círculos comían platos menores, meras raciones de viaje, mientras otros se estaban dando un gran festín de anguilas y queso y jabalíes propios de un rey. Era una comida de ensueño pero aún así los alimentaba tan certeramente como que el fuego les daba calor y luz. Aquellos que creyeron en su salud fueron sanados. Aquellos que querían alegrarse lo hacían.

Un hombre les había enseñado a soñar bellezas y ellos le habían soñado a él en la gloria. Él estaba justo delante, caminando entre la multitud. Las manos de Eladamri se posaban tiernamente en las suyas y despertaba salud.

Multani se acercó pero, inclusive entre una multitud cautivada, un hombre hecho de raíces y zarcillos era un espectáculo extraño. Así que las personas se abrieron ante él.

Eladamri levantó su rostro para contemplar a un hombre con ojos de grillos.

Multani se inclinó y con una sonrisa burlesca en labios de musgo blanco dijo: "Saludos, Semilla de Freyalise. Traigo noticias del bosque."

Los ojos del hombre habían cambiado. Ya no era un elfo común. Era algo más. Fuerzas divinas habían conspirado para transformarlo en un instrumento y él por fin se había permitido convertirse en uno.

"No me hables aquí, en medio de la multitud. No dejaré que tus noticias resuenen innecesariamente a través de estas Cuevas de los Sueños."

Él fue sabio. Si llegaba alguna noticia de las atrocidades de la superficie esta podría despertar atrocidades allí abajo.

Multani dijo simplemente: "Como no podrás dejar a esta multitud…" y tomando la mano de Eladamri le transmitió sus pensamientos a través del tacto.

El palacio del árbol ha sido destruido con todos aquellos que han permanecido allí. Esto fue a pesar de los incesantes trabajos de las arañas gigantes para contener el contagio. De la misma forma, la peste hizo estragos la casa comercial de Kelfae y el puerto de Wellspree de los Jubilar. La muerte se ha extendido a lo largo de todo el bosque.

Eladamri miró con tristeza al hombre de zarcillos. Estas no son noticias. Nosotros ya sabíamos que todo lo de la superficie fue destruido por las bombas.

Pero hay algo peor. La primera nave ha aterrizado en las ruinas del Palacio de Staprion. El olor de sangre aceitosa impregna la nave y a su tripulación. Ahora se hallan descendiendo dentro del árbol del palacio siguiendo la ruta que te ha conducido hasta aquí. Debes llevarte a un grupo armado para combatirlos.

, contestó simplemente Eladamri.

Ahora tú eres su salvador. Debes salvarlos.

Antes yo era un guerrero así que con mucho gusto combatiré a estos monstruos.


* * * * *


Gerrard guió a Tahngarth, Sisay y a un grupo de guerreros bajando por el tortuoso corazón del árbol. En una mano sostenía una linterna y el frasco que contenía el último suero de Orim. En la otra sostenía una espada. La muerte en una mano y la vida en la otra.

Gerrard resopló cortando una telaraña que cubría el traicionero camino e hizo una pausa mirando hacia la oscuridad de abajo.

"Hay alguien ahí abajo." Levantó la linterna y su luz irradió contra el hueco astillado del árbol marcando los contornos de la escalera de caracol.

Su fulgor mostró mas telarañas y elfos muertos colgando en ellas. "Hay alguien vivo ahí abajo. Puedo sentirlo."

Tahngarth miró por encima del hombro y levantó una ceja elocuentemente. "¿Tú lo puedes… sentir?"

"Hay una presencia. Un poder que no puedo describir."

El minotauro gruñó en voz baja. "¿Desde cuándo has sido un místico?"

"Yo también la siento," dijo Sisay detrás de él. "Un poder colosal."

Guardando su espada Gerrard se llevó una mano ahuecada a su boca y gritó: "Venimos en paz. Venimos con un suero capaz de detener la peste."

Una voz provino desde abajo resonante como la voz de la propia madera. "¿Desde cuándo los Pirexianos vienen en paz?"

"Nosotros no somos Pirexianos."

"Pero huelen a Pirexianos."

"Es el tratamiento de la plaga," respondió Gerrard. "Su inmunidad deriva de la sangre Pirexiana. Nosotros hemos sido tratados y hemos traído más para ti."

La voz fue dudosa. "Nosotros hemos encontrado nuestra propia curación, una que no nos hace oler a Pirexia."

"¿Su bosque está curado? A mi no me lo parece. ¿Ustedes prefieren el olor de la podredumbre y la muerte al hedor de la sangre aceitosa?"

La voz sonó enojada. "¿Quién eres tú?"

"Yo soy el Comandante Gerrard Capashen del Vientoligero, aquí con la Capitana Sisay y el Primer Oficial Tahngarth."


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La respuesta fue una risa. "O, sí, Gerrard, el Korvecdal."

"¿El Korvecdal?" Gerrard se echó a reír también. "No, yo no soy el Unificador, sólo un luchador honesto." Tomó un largo aliento y luego preguntó: "¿Cómo lo sabes?"

"Lo sé porque yo soy el verdadero Korvecdal, el verdadero Unificador."

Antes de que la majestuosa figura ascendiera en el resplandor de la linterna Gerrard dijo: "¡Eladamri del Veloceleste! ¿Qué estás haciendo aquí?"

"Es una historia muy larga," respondió el elfo. Un séquito de elfos guerreros venía detrás de él. "Pero poniéndola simple digamos que tú y yo hemos intercambiado lugares. Una vez creían que tú eras el Unificador y yo un héroe común y ahora todo es como debe ser. Confiemos en que los poderes superiores entiendan esta partida de ajedrez."

"Yo no confío en ningún poder más que en el brazo de mi espada y en estos amigos."

"Lo cual, de nuevo, es como debe ser."

"Y uno de esos amigos ha ideado este suero," dijo levantando el frasco. "Ha salvado a la tripulación de mi barco y puede detener la plaga en tu pueblo."

Los ojos de Eladamri parecieron más brillantes que la linterna cuando dijo: "Mi pueblo, ahora mismo, está a salvo de la plaga. Es el bosque el que languidece."

"Entonces, dale este suero a aquel druida o espíritu de la naturaleza que pueda hacer uso de él para sanar al bosque."

De repente, una figura cobró forma entre los dos hombres. Era un hombre verde, hecho de ramas y enredaderas. Sus ojos eran un par de vainas de semillas y sus dientes una hilera de setas.

Otros hombres podrían haber retrocedido ante la extraña criatura pero el mismo Gerrard había aprendido los conjuros maro de ese hombre.

"¡Maestro!" dijo Gerrard en un reconocimiento repentino. Sus rodillas se doblaron, sus dedos nerviosos resbalaron alrededor de la jarra de suero y esta cayó libre hundiéndose hacia el hueco del árbol.

El brazo de enredaderas de Multani salió disparado y atrapó la jarra en el aire. "Gracias, Gerrard."

"Tetete… temí que estuvieras muerto," balbuceó Gerrard.

"Yo temí lo mismo de ti, muchas veces," respondió Multani volviendo a levantar a Gerrard. "Es bueno saber que los miedos no siempre prevalecerán." Y extendiendo sus fibrosos brazos a través de la oscuridad dijo: "Bienvenido, Gerrard y Vientoligero…, Bienvenidos a Llanowar."