Capítulo 5

35

Perdiendo batallas


AL IGUAL que un enjambre de mosquitos alrededor de libélulas, las tolvas Metathran rodearon a los cruceros Pirexianos.

Rápidos, maniobrables y ligeros las tolvas eran esferas de vidrio y metal pulido que evitaban el fuego de los cañones de rayos y los proyectiles de plasma. Pequeñas alas metálicas sobresalían por todos lados provistas de bisagras para plegarse contra la nave excepto cuando fuera necesario. Las tolvas podían girar en medio del aire, podían volar hacia los lados o en forma horizontal y podían disparar proyectiles explosivos desde cualquiera de sus doce puertos. Un disparo bien colocado de uno de ellos podría arrancar un agujero de tres metros en la armadura exterior de un crucero. Sus pilotos estaban atados en el nodo central de su vehículo lo que les permitía pivotar a través de doscientos noventa grados y usaban sus manos y pies para acceder a los controles que llenaban la cabina. Dividían su atención entre carreras de ametrallamiento, vectores de objetivo, y cámaras de recarga. Pequeños, enjutos, intrépidos y concentrados fueron criados para esa tarea. A diferencia de las tropas de tierra Metathran los pilotos no eran torres de músculos. Si Urza hubiera tenido tiempo les hubiera dado huesos huecos como a los pájaros.

"¡Alinéense!" gritó Barrin señalando la parte posterior de su dragón mecánico.


Imagen


Un enjambre de tolvas respondió con entusiasmo a su señal.

Detrás de estas frenéticas naves venían pelotones de ángeles. Sus largas plumas blancas tallaban el aire con una gracia lenta de la que carecían los tolvas. Sin embargo, estas criaturas eran cualquier cosa menos lentas. Con un batido de sus alas los ángeles de Serra superaron a las tolvas. Soberbias espadas, a medio camino entre sables y cuchillas, fulguraron en sus manos y máscaras de metal sin rasgos cubrían los rostros angelicales. Estas criaturas espirituales eran refugiados de un plano colapsado. Debían sus propias vidas a Urza y Barrin y aquel día probablemente pagarían esa deuda.

Barrin le indicó que hicieran un ataque de ametrallamiento. Agarrando la melena de cables del dragón mecánico se agachó por encima del cuello de la criatura y lo envió en una inmersión recta similar a una flecha.

Las tolvas y los ángeles le siguieron detrás.

Debajo, una docena de barcos Pirexianos cruzaba por encima de las llanuras Benalitas. Una docena más estaba en ruinas en medio de pastos en llamas. Si una sola de esas naves aterrizaba sin problemas ardería algo más que la hierba. Cada buque llevaba un ejército de Pirexianos. El enorme barco en medio de la armada llevaba algo aún peor: una peste. En grises y pútridas nubes el contagio cayó lentamente en cascada desde la nave. La enfermedad se comió toda cosa viviente en la estela de la nave.

El dragón mecánico de Barrin plegó sus alas y se zambulló. El aire silbó sobre la bestia y los ángeles y tolvas se balancearon en su estela. Alas de plumas y metal se aferraron apretadamente a sus lados. Los ángeles dispusieron sus magnas espadas y los pilotos Metathran giraron en un frenesí de preparación.

La flota Pirexiana parecía hincharse hacia el exterior eclipsando las llanuras y redes de energía negra saltaron hacia arriba desde las máquinas.

Barrin les hizo un gesto a las tolvas y ángeles para que ejecutaran un ametrallamiento superior en la nave de peste. Él mismo volaría debajo.

A medida que el escuadrón de ataque se acercaba las tolvas desplegaron sus alas y los ángeles comenzaron una penetrante canción. Sus voces despertaron la magia blanca del aire y esta los envolvió mientras se disparaban hacia el exterior en un largo ataque.

Una pared de energía negra y plasma carmesí se elevó justo delante.

Las tolvas dispararon sus proyectiles rociando la cosa de salpicaduras de metal pulido. Algunas alcanzaron el plasma en débiles grietas o tomas pero se desintegraron en pleno vuelo o quedaron inutilizadas cayendo desde los cielos.

Los ángeles no fueron tocados. Cantaron la música de las esferas que quemó todo lo que era impuro y uniéndose a sus brillantes compañeras de más allá siguieron su camino hacia la nave de peste.


Imagen


Las tolvas restantes enviaron descargas explosivas al costado de la nave y un fuego carmesí arrancó secciones del casco y del motor. Extremidades y cráneos Pirexianos llovieron de los lugares de las explosiones. Los ángeles cortaron los conductos de energía provocando géiseres eructando de la nave y un humo blanco flotó todo alrededor.

Sin embargo y a pesar de su éxito, las tolvas y Serranos no eran más que abejas picando a un mamut. Podían hostigarle pero no matarlo.

Barrin perdió de vista al escuadrón y su dragón mecánico se abalanzó debajo de la nave de peste. Preparó un hechizo y energías blancas se arrastraron bajando por sus brazos. Dibujándolas por el aire se vistió a si mismo con un traje de centelleantes rayos. Justo a tiempo. Nubes de peste rodaron a su alrededor. El aire se arrastró con el contagio, presionó sobre la envoltura de energía alrededor del mago y silbó en la piel de metal del dragón mecánico.

El hechicero miró a través de la nube de muerte mientras esta se hacía más densa por delante. Se estaba acercando al portal principal de la plaga situado debajo de la nave. Su conducto llevaría directamente a los almacenes de la enfermedad. Ese era el objetivo de Barrin. Si pudiera enviar una ráfaga que subiera a través del puerto principal de la plaga podía purgar la enfermedad. Pero ¿qué ráfaga? Una bola de fuego o de rayos sólo desplegaría el contagio. Barrin reunió poder blanco de las enormes llanuras de abajo. Había tenido la intención de utilizar esos hechizos para los heridos después de la batalla, los suficientes para mil guerreros Metathran. Era mejor usarlos para salvar a millones de civiles.

Una esfera de energía blanca llenó sus manos y creció incandescentemente allí en medio de la nube de peste. Sintiendo el puerto superior vomitando la enfermedad Barrin lanzó la esfera hacia arriba y esta desapareció. Un destello brillante atravesó la nube, dejando al descubierto el borde de la entrada y un momento más tarde el hechizo de curación se lanzó dentro de los canales de la peste. Otra explosión de luz mostró energía de mana recorriendo los nudosos mecanismos interiores.

"Aún lo tengo," gruñó Barrin cansadamente mientras el dragón mecánico lo alejaba de debajo de la nave de peste separándose de la nube.

Magia de curación brotó a borbotones de la nave propagadora de enfermedad y la blanca energía superó a la negra enfermedad. El hechizo que había esterilizado la nave ahora purificaba el aire por debajo

Barrin se aferró al dragón mecánico. Ese titánico hechizo aglutinado le había agotado pero había funcionado. Había salvado a millones de personas.

Mientras el dragón de metal se remontaba hacia el límpido cielo el barco de la plaga se hundió. El humo salía de él demostrando que las tolvas y Serranos había hecho su trabajo. Las heridas se abrían a lo largo de los flancos llenos de cuernos de la nave. Torciéndose lentamente el buque se desplomó. Hizo una espiral, como un tronco en un remolino, y los Pirexianos fueron lanzados desde su cubierta y cayeron retorciéndose en el aire. El barco también cayó. Se desplomó y el puerto, vacío de la plaga, bostezó por última vez. Un par de mástiles óseos golpearon primero con el suelo y cavaron profundos surcos antes de quebrarse. El fuselaje le siguió, las cubiertas quedaron echas astillas y los motores explotaron en largas filas. Dos pilares de humo, gemelas nubes con forma de hongos oscuros, se elevaron hacia el cielo.

Barrin se permitió una sonrisa cansada. Había sido una salvación no convencional pero una salvación al fin.

Su silenciosa satisfacción terminó demasiado pronto. Por encima de las ajetreadas alas del dragón vislumbró otra nave de peste emergiendo del portal. Evidentemente los Pirexianos estaban moviendo sus fuerzas de los portales que Gerrard había cerrado.

"¿Dónde está Urza?" protestó Barrin entre dientes. "¿Qué cosa puede ser tan urgente para haberlo alejado de aquí?"

Sabía que no debería haberse sorprendido. Urza a menudo lo dejaba para que luchara con probabilidades abrumadoras. Hubo un tiempo en Tolaria cuando Barrin había conducido a un ejército de jóvenes estudiantes y ancianos académicos contra hordas de Pirexianos y todo ello sin la ayuda de Urza. Casi había perdido esa guerra. Era como si Urza no hubiera querido pelear una batalla perdida así que dejó aquellos en las hábiles manos del hechicero experto.

Barrin pensó en su esposa, Rayne, otra batalla perdida. Su muerte le había arrancado el corazón provocándole casi un alivio luchar contra los Pirexianos. Era más fácil cerrar un agujero en el cielo que un agujero en el alma.

Barrin se paró sobre la montura haciéndole señales a las tolvas Metathran y ángeles de Serra para que se formaran detrás de él. Todos acudieron con su presteza acostumbrada y el remontó a su dragón mecánico hacia la nave peste. Tal vez podría reunir otra serie de hechizos de curación o quizás pudiera obstruir los canales de contagio.

Tal vez no importaba. La Batalla de Benalia bien podría ser una que iba a perderse.

Mientras Barrin luchaba para cerrar el agujero en los cielos, los cruceros Pirexianos salieron disparados por toda la tierra, en dirección a la distante Ciudad de Benalia.


* * * * *


Columnas de humo se alzaron más allá de ondulantes espigas ventiladas desde nuevas montañas amenazadoras en el horizonte. Esos picos humeantes no eran volcánicos sino montañas Pirexianas que habían caído del cielo.

Otras montañas se dispararon hacia allí. Doce cruceros Pirexianos se deslizaron por encima de las praderas y los tallos de grano temblaron bajo sus inmensas sombras. Los vientres de las naves eran planos y plateados similares a los de un cocodrilo. Tan tranquilos como esos depredadores corrieron por las llanuras en busca de un lugar para desplegar.

A treinta y dos kilómetros del portal los cruceros se extendieron a través de un amplio campo. Flotaron un momento hasta que cada una de las doce aeronaves alcanzaron su lugar en un arco gigantesco y enviando chorros repentinos de vapor bajaron a tierra. La hierba se dobló y crujió y el impacto final de cada buque estremeció a Benalia. Era como si doce dioses hubieran puesto un pie en el mundo. Gigantescas puertas cayeron hacia el exterior formando rampas. Legiones de Pirexianos estaban listos en la parte superior de ellas, listos para desplegarse.


Imagen


Eran imágenes de pesadillas, escamosas y sombríamente poderosas. Colmillos venenosos, cuernos carnosos, implantes succionadores de sangre, eyectores de ácido, proliferaciones exoesqueléticas, tenazas, púas, aguijones paralizantes: cada adaptación que la naturaleza le había dado a los enemigos de la humanidad los Pirexianos se la habían dado a ellos mismos.

Las primeras filas de seres armados salieron marchando, los escuta. Eran criaturas encorvadas. Sus cráneos habían sido aplanados y alargados en anchos escudos que protegían sus piernas hundidas. Había quedado poco espacio para el cerebro en dicha tapa ósea aunque no tenían mucha necesidad de él. Estas bestias de veloces pies habían sido criadas con el instinto de correr hacia los territorios desconocidos y eliminar las emboscadas. Parecían gigantescos cangrejos de herradura, inhumanos excepto por sus rudimentarias caras, estiradas y vacías en sus cráneos más bajos. Hombro con hombro bajaron dando saltos por la rampa y se lanzaron hacia el exterior oliendo con sus mejoradas cavidades olfativas. A los escuta se los mantenían con hambre para que buscaran a sus víctimas no sólo por deporte sino también para su sustento.


Imagen


Las filas siguientes eran totalmente diferentes. Criados como fuerza bruta, resistencia y salvajismo, los buscasangre tenían una segunda pelvis y un segundo par de piernas injertado a través de sus estómagos. Se inclinaban perpetuamente hacia delante como si quisieran atacar infinitamente. Vigas de acero perforaban sus hombros ampliándolos un metro más y proveyéndoles armas de artefactos por encima de sus pares naturales. Los buscasangre bajaron la rampa con gran estrépito y salieron disparados a través de la llanura. Eran tan rápidos como lobos y cargaban como rinocerontes. Si los escuta encontraban más fuerzas de las que podían matar los buscasangre pintarían los llanos de sangre.


Imagen


Después de los scuta y buscasangre venían falange tras falange de tropas Pirexianas. Estas tropas criadas en los tanques eran menos especializadas, con una configuración e inteligencia generalmente humanas. Eran altos y delgados con sus hombros erizados de cuernos y sus rostros tensos como sacos de cuero. Las costillas de los soldados Pirexianos había sido espesadas en un torso de una coraza completa y los implantes se habían convertido en una armadura subcutánea a través de sus cuerpos. Garras mecánicas reemplazaban manos y pies. Era imposible decir donde se detenía la carne y empezaba el mecanismo. Las tropas Pirexiana estaban destinadas a marchar y a arrastrar y cavar así como a pelear. También estaban hechas para seguir órdenes en lugar de instintos.


Imagen

TSABO TAVOC


El orden y el instinto tenía su apoteosis en la última figura que emergió. Ella no bajó por la rampa entre las hordas de Pirexianos. No era parte de esa chusma. Era su líder, su dios. Los soldados habían sido parte de un adoctrinamiento tal que cuando miraban a Tsabo Tavoc la veían como madre, regente y asesina.

Las ocho piernas de Tsabo Tavoc ayudaban a su imagen. Eran mecanismos, plateados y con forma de cuchillas. Aún en cuclillas levantaban su torso a tres metros del suelo. Totalmente extendidas la hacían más alta que una casa. Entre esas enormes piernas se alzaba un gran y bulboso abdomen que también era mecanizado. Un aguijón goteando veneno de un metro y medio de largo sobresalía por debajo de él. Las piedras de poder dentro de ese abdomen vinculaban a Tsabo Tavoc a cada uno de sus siervos. Ella podía sentir todo lo que ellos sentían.

Por encima de todo esto se levantó un poderoso tórax, mitad humano y mitad máquina. Una túnica marrón caía de cuatro enormes hombros y envolvía un joven, calvo y extrañamente hermoso rostro. Alguna vez, Tsabo Tavoc había sido una hermosa doncella de piel de marfil y brazos flexibles. Su belleza había sido de alguna manera sólo superada por las tortuosas modificaciones que tuvo que sufrir. Hasta la forma en que brillaban sus ojos podría haberlos hecho atractivos si no fueran tan claramente compuestos.

Tsabo Tavoc bajó de la proa de su crucero de comando y sus piernas se movieron con gracia hacia adelante entre la ondulantes espigas de trigo observando con su ojos modificados mientras sus tropas se alineaban en las llanuras de Benalia.

Tsabo Tavoc los amaba. Aquellos eran sus hijos. En sus labios segmentados se formó lo que parecía casi una sonrisa mientras les transmitía a sus retoños toda su voluntad.

Bienvenidos, mis dulzuras. Bienvenidos a Dominaria. Esta es nuestra casa. ¿La sienten en su sangre como lo hago yo? ¿Sienten cómo las colinas nos llaman? Ellas recuerdan cuando caminamos por este lugar. Han esperado nuestro regreso y nosotros hemos venido a ellas, completados y gloriosos, sus dignos gobernantes.

Sin embargo, aquí hay otra raza. Han regido este mundo durante seis mil años y lo han hecho mal. Son nuestro remanente, los que no quisieron ascender. Permanecieron en la miseria y han prosperado aquí sólo porque no han tenído depredadores naturales.

Nosotros somos sus depredadores naturales. Hemos venido a recuperar este mundo de las cobardes alimañas de pieles suaves que lo han invadido. Nos alimentaremos de ellos porque ese es nuestro derecho y reclamaremos el dominio sobre Dominaria porque ese es nuestro destino.

Organícense, hijos míos. Esta es la primera gran batalla de muchas. Antes de que el sol se ponga marcharemos hacia el centro del poder Benalita. Marcharemos hacia la Ciudad de Benalia.