CARIBE, AL SUR DE LA ESPAÑOLA
28 DE SEPTIEMBRE
SEXTO DÍA A BORDO
Timni miró su reloj, acababa de cumplirse la medianoche a bordo del Luxury of the seas y alcanzado por tanto el sexto día de crucero. Volvía de la cubierta diecisiete, donde acababa de tener una larga, aunque infructuosa charla con la señora de Yerik Vorobiov. Este seguía sin aparecer por ningún sitio, pero según le pudo confirmar Dasha, tampoco sería la primera vez que su esposo pasaba una noche fuera, aunque sí la única a bordo. Timni comentó con el mayor tacto posible que le habían visto acompañado de una mujer en una de las cubiertas exteriores, pero que no disponían de mayor información. Dasha ni siquiera había pestañeado cuando escuchó aquello. Tampoco había hecho ningún comentario, como si diera por hecho natural que su marido estaría con esa mujer que mencionaba Timni.
Distinta fue la reacción de la esposa de Vorobiov cuando el Jefe de Seguridad le contó lo ocurrido en el camarote anexo de su guardaespaldas mientras ella cenaba con sus hijos en el restaurante principal. Sinceramente asustada al oír el asesinato de su escolta, a Timni incluso le pareció ver llorosos sus bellos ojos al escuchar cómo un par de supuestos ladrones y asesinos habían entrado a robar en el camarote de Yuri, acabando con su vida. Más aún cuando Timni le confirmó que estos eran dos compatriotas suyos. Dasha únicamente había mencionado a ese respecto que nada sabía ni nada quería saber de los negocios de su esposo.
Ciertamente eso sí, preocupada por sus hijos, afortunadamente ajenos a todo lo que había ocurrido a su alrededor, Timni le había asignado dos personas de su equipo para que hicieran guardia en la puerta de su camarote por si acaso… aunque los dos asesinos estuvieran muertos, uno de ellos bajo su propia mano y conciencia, no sabía si podría haber otros sicarios a bordo.
Respecto al dinero ingente encontrado en el camarote anexo de su escolta, a Timni también le había parecido que Dasha contestaba con sinceridad: nada sabía.
Ante la ausencia de mayor información, finalmente Timni había decidido dejarla con sus hijos, aunque encerrada en su camarote; con la promesa de tenerlo al tanto cuando su marido apareciera.
Acompañado de Juan José y otros dos miembros del equipo de seguridad, Timni ahora recorría el pasillo enmoquetado de la décima cubierta lo más ligero que podía. Costaba mantener la rectitud de sus pasos ya que el ojo del ya declarado huracán, de categoría 3 tras superar sus vientos las ciento quince millas por hora, y bautizado con el curioso nombre de Shary, no estaba muy lejos de la ruta del Luxury of the seas.
El gigantesco barco bailaba al vaivén de las olas caprichosas y casi todos los pasajeros se habían encerrado en sus camarotes tras, gracias a los consecuentes efectos del huracán, el revuelto final de la cena de gala con el Capitán; el cual había dado órdenes de que esa noche permanecieran cerrados los bares, discotecas y hasta el Casino, mientras el barco estuviera a merced de Shary.
Hacía unos minutos se había convocado una reunión de crisis en el puente de mando: el Capitán Svensson había tomado la prudente decisión, dado el cariz y trayectoria que había adquirido la tormenta tropical, ahora huracán, de virar trecientos sesenta grados y acelerar algunos nudos la gran maquinaria del barco, e intentar acercarse lo antes posible al resguardo de algún puerto cercano. Esa próxima mañana deberían atracar en Falmouth, al norte de la isla caribeña de Jamaica, pero según los últimos partes meteorológicos el huracán tocaría tanto esa isla caribeña como el extremo oeste de Haití en unas horas… y era probable que, si tocaba tierra, Shary podía acelerar aún más su fuerza destructiva.
Finamente habían virado al pasar Isla Beata, al sur de la gran isla que Cristóbal Colón bautizó como La Española y cuyo extenso territorio se dividía entre Haití, estado soberano de su mitad occidental, y la República Dominicana, que ocupaba los dos tercios orientales de la isla.
En esos momentos, por tanto, se dirigían de nuevo hacia el este, en dirección contraria al huracán y hacia Boca de Yuma. Donde, al resguardo de la bahía dominicana del mismo nombre, harían una parada técnica para posteriormente dirigirse sin pausa de vuelta a Puerto Rico y el Viejo San Juan. Los canales de televisión de a bordo estaban anunciando el cambio de ruta a los pasajeros. Algunos tendrían que conocer Jamaica en otra ocasión.
Charlie también miraba intranquilo la televisión en su camarote. No dejaban de anunciar en un continuo bucle, por cualquiera de los canales que pusiera, que, debido al huracán que se acercaba peligrosamente hacia el este de Jamaica, se había suspendido la ruta programada hasta dicha isla caribeña y que, por seguridad, todos los pasajeros permaneciesen en sus respectivos camarotes. El Luxury of the seas, según indicaban los mapas de navegación que en colores vivos se iban superponiendo una y otra vez en pantalla, había virado al sur de la Republica Dominicana y volvían en dirección a Puerto Rico. Los días del crucero, por tanto, se iban a acortar sobre el programa previsto.
Sin duda, no parar en Jamaica iba a ser un difícil contratiempo para Yerik Vorobiov. Sacar del barco los millones de dólares iba ser mucho más complicado, sobre todo si finalmente atracaban en Puerto Rico, donde la aduana y sus controles serían algo más rigurosos que en Falmouth. Realmente ese ya no era su problema, pero Charlie esperaba impaciente una airada llamada de Yerik en cualquier momento.
Miró su reloj extrañado. Todos los pasajeros estarían ya con toda certeza al tanto del cambio de ruta. Y el balanceo del gran barco, aunque había disminuido considerablemente en los últimos minutos, era aún suficiente para que, con seguridad, ningún pasajero pudiera conciliar tranquilamente el sueño. Sin embargo, misteriosamente, la pantalla del smartphone de Charlie descansaba silenciosa y apagada en su regazo.
Lo volvió a activar con su huella dactilar y comprobó que efectivamente no tenía ningún mensaje ni llamada perdida de Vorobiov. Se levantó y le entraron ganas de fumar un cigarrillo, pero se asomó a la puerta acristalada de su camarote: el vaivén del barco, la oscura noche del exterior y una lluvia incesante que barría la terraza, le quitaron las ganas de salir.
Decidió acercarse hasta la puerta del camarote y se asomó al pasillo. Unos pocos pasajeros, a cuatro o cinco camarotes del suyo, acorralaban en esos momentos a Arthit. Charlie no podía oír bien las preguntas con que los airados pasajeros atosigaban a este, pero sí podía ver desde donde estaba que el Jefe de Camarotes aún mantenía la sonrisa mientras intentaba dar explicaciones. Seguramente esa misma escena se estaría repitiendo en ese mismo momento en casi todos los pasillos del inmenso Luxury of the seas.
Charlie esperó con paciencia a que los nerviosos pasajeros regresaran a sus respectivos camarotes. Finalmente, Arthit se dio cuenta de su presencia y con la excusa de atenderle pudo librarse del último de ellos, quien cerró con vehemencia su puerta, dejando en silencio de nuevo el pasillo.
Arthit se acercó hasta él, manteniendo la sonrisa como si los malos modos del último pasajero no hubieran ocurrido o no le afectaran en absoluto:
— ¿Cómo está señor Cercatore? ¿En qué puedo ayudarle?
— Buenas noches Arthit, siento molestar dadas las circunstancias, pero parece, por lo visto, que no soy el único que está nervioso esta noche.
— Efectivamente, pero es normal, no es plato de buen gusto cruzarse con un huracán en sus vacaciones… y que estas se vean truncadas por ese motivo. Sin embargo, causas de fuerza mayor son causas de fuerza mayor… y lo primero debe ser la seguridad de todos ustedes.
— Estamos de acuerdo y lo comprendo, pero por eso mismo quería preguntarle: en la televisión están anunciando que nos dirigimos de nuevo hacia el este ¿cuál es el plan previsto a partir de ahora?
— Como les estaba contando a los otros pasajeros, únicamente nos han comunicado a la tripulación que nos dirigimos hacia Boca de Yuca, al este de la República Dominicana. Allí haremos una parada técnica.
— ¿Y después?
—… después seguramente nos dirigiremos de vuelta a San Juan. Aunque este punto no nos lo han confirmado todavía, es lo más probable.
— Lo imaginaba. O sea, que el crucero se acortará… ¿y no habrá más paradas?
— Me extrañaría señor…
— ¿Cuándo estaríamos de vuelta en la capital puertorriqueña?
— Tampoco podría confirmarlo… pero entre la parada técnica y las millas de distancia de navegación hasta San Juan que nos quedan, calculo que podríamos llegar por la tarde o ya entrada la noche de mañana.
Charlie miró su reloj. Arthit hizo lo mismo con el suyo, y se desdijo al comprobar la hora que era:
— Quiero decir, la noche de hoy...
— Entonces, si no he entendido mal, va a ser un día muy largo.
— Efectivamente, eso parece, otro día de navegación… Al menos parece que el parte meteorológico mejorará para cuando alcancemos la parte occidental de Puerto Rico… aproximadamente para mediodía según mis cálculos.
En ese instante, una puerta de otro camarote se abrió a sus espaldas. Un pasajero se asomó al pasillo y miró en su dirección, haciendo al Jefe de Camarotes un gesto impaciente de llamada.
— Gracias, Arthit. Bueno le dejo que veo que otros pasajeros reclaman su atención.
— Gracias a usted, señor Cercatore. Si necesita algo más estaré por aquí o por los pasillos de la cubierta superior.
Charlie volvió al interior de su camarote mientras Arthit se disponía a atender al pasajero que con impaciencia manifiesta le esperaba con los brazos en jarra; sin embargo, antes de cerrar la puerta tras de sí, este le llamó:
— ¿Señor Cercatore?
Charlie volvió a asomarse al pasillo al oír cómo Arthit le llamaba de nuevo, pronunciando su falso apellido italiano de aquella manera tan característica.
— Perdone que le moleste, señor, con todo este lío se me había olvidado decirle una cosa: al final pregunté lo del gimnasio y no habría problemas; como parece que no va a haber más días disponibles, si a usted no le importa y si el tiempo mejora, podríamos vernos temprano… — Arthit consultó de nuevo su reloj — por ejemplo, a eso de las siete, para practicar juntos.
Charlie se tomó unos segundos para pensar su respuesta al ofrecimiento. Imitando a Arthit, miró también de nuevo su, eso sí carísimo, reloj Richard Mille; y calculó las pocas horas que iba a poder dormir. De todos modos, tampoco podría conciliar bien el sueño e iban a tener que estar todo el día encerrados a bordo. Decidió en ese par de segundos que con certeza no le vendría mal eliminar las múltiples tensiones que iba acumulando a pasos agigantados. Contestó a un expectante Arthit:
— Ok, a las siete entonces.
— Perfecto señor… además tengo noticias sobre la pareja de hombres que vi ayer salir de su camarote. Sin duda no se va a creer lo que ha pasado esta misma noche. Acabo de enterarme hace unos minutos.
Charlie estuvo a punto de preguntar impaciente qué había podido pasar con la pareja de gays que le habían robado las pipas, pero decidió ocultar su inmediato interés. Aunque la curiosidad le podía, lo mejor sería hacerse el tonto.
— Muy bien, pues dentro de unas horas me cuenta.
— De acuerdo, señor, hasta mañana… quiero decir, hasta luego. Que descanse.
Sin duda era más fácil decirlo que hacerlo. Muchos minutos después, Charlie seguía dando una vuelta tras otra entre las sábanas, inquieto y maldiciendo no poder descansar. En pocas horas comenzaría un día complicado y el último a bordo. Debía estar lo más despejado posible. Necesitaba dormir, sin embargo, pensar las pocas horas que le quedaban hasta la cita con Arthit y lo que este le contara sobre los ladrones de sus pipas, le impedía conciliar el sueño. Finalmente, agotado, había mirado el reloj por última vez pasadas las dos de la madrugada, aunque no consiguió dormirse por fin hasta, al menos, unos minutos después de las tres.
A esa hora, pero en la cubierta diez, de puro cansancio, Timni Lehrer también había caído rendido en su cama, eso sí, ayudado por un eszipliclone[38] para poder dormir, que le había recomendado Walter Gorman, el Oficial Médico.
Durante unas pocas horas su mente había descansado comatosa, sin embargo, irremediablemente y una vez pasados los primeros efectos contundentes de la pastilla, comenzó a revolverse inquieto en medio de la misma repetitiva pesadilla de siempre:
— Timni, ¿te encuentras bien?
Tardó en contestar unos segundos, todavía tenía su mente bloqueada y su mirada perdida en algún punto en el infinito. Timni se estaba preguntando una y otra vez cómo había llegado a esa situación… el aire, ligeramente frío, que entraba por los escasos centímetros abiertos de la ventanilla del Volvo blanco volvió a despertarlo a la realidad y la conciencia regresó a su riego cerebral acompañada de un agrio sabor de boca.
—… Ummm, esto… Marianne… creo que no me encuentro bien.
— ¿Es el primer asesinato que ves, verdad? — Preguntó Dan, el conductor del coche.
— Sí…
— No te preocupes entonces “pelirrojo”, parece más fácil cuando te lo cuentan, algunos suelen reaccionar incluso peor…
Ahora volvía de nuevo a ser Marianne quien se dirigía a él mirando ligeramente hacia atrás, sentada en el asiento del copiloto. Una sensación asquerosa subió por la garganta de Timni. Le dio tiempo justo de bajar, con la manivela, totalmente la ventanilla del coche. Vomitó la lejana comida, mientras el frío aire le golpeaba la cara.
— Pues me desdigo, así es exactamente cómo suelen reaccionar casi todos al presenciar su primer asesinato.
Marianne lo comentó con toda naturalidad mientras miraba hacia adelante sin dejar de sonreír. Timni avergonzado por demostrar escasa entereza ante ella, se limpió la boca con un pañuelo que sacó del bolsillo de su chaqueta. Aunque era 21 de julio, hacía frío a esas horas de la noche en Noruega y el aire que entraba por la ventanilla, ahora del todo abierta, logró despejar algo su obturada cabeza. No dejaba de darle vueltas a lo que acababa de presenciar.
— ¡Sube la ventanilla, coño!
Dan fue quien gritó nervioso girando un poco la cabeza dirigiéndose a Timni. Este la subió de inmediato ante la orden recibida, cuando Dan abría la boca, y no lo hacía muy a menudo, era mejor obedecer. Timni hundió su larguirucho metro noventa en el asiento trasero del coche y se sumió en sus pensamientos, reviviendo los fogonazos de los disparos, la sangre de Alí Hassan Salameh salpicando a su próxima mujer y los gritos desgarrados de esta… mientras el silencio real invadía todo el habitáculo del vehículo, que a toda velocidad iba dejando atrás las últimas casas del pequeño pueblecito de Lillehammer.
— ¡Abraham! ¡Zvi! ¡Tamar! ¿Alguien nos escucha? Cambio.
Los pensamientos angustiosos de Timni se vieron interrumpidos cuando oyó a la bella Marianne hablar por el walkie-talkie, llamando a los del equipo que habían establecido la mejor ruta de escape y que los seguían en un Mazda, también blanco y también alquilado.
— Perfectamente, vamos un par de kilómetros detrás de vosotros. Cambio.
Timni distinguió perfectamente la voz de Zvi Steinberg.
— ¿Nos ha seguido alguien? Cambio.
— Nadie. Es más, interceptamos una llamada, la policía noruega no se ha enterado hasta ahora mismo. Cambio.
— Sigamos entonces con el plan previsto. Nos reuniremos en Oslo, en el maoz. Cambio.
— De acuerdo. Corto.
Todo parecía haber salido a la perfección, pero Timni no dejaba de darle vueltas al operativo, acababan de matar a Alí Hassan Salameh, el supuesto cerebro de la masacre de Múnich. Hacía menos de un año, once atletas compatriotas suyos fueron secuestrados en plena celebración de los juegos olímpicos de esta ciudad alemana y asesinados a sangre fría por un equipo terrorista palestino autoproclamado con el nombre de Septiembre Negro. Timni tenía que reconocer que, como hasta ahora, querer verlo muerto era una cosa; ver cómo era acribillado, con precisamente once balazos, era otra muy distinta. Además, algo no encajaba en la escena, Timni no sabía qué era, pero no dejaba de darle vueltas repasando una y otra vez lo que acababa de ver y oír.
Era cierto que llevaba mucho tiempo preparándose para ocasiones y misiones como esta, pero su bautismo de fuego, aun habiendo matado a un terrorista, no le provocaba la misma euforia que a sus compañeros… todo lo contrario, el desasosiego y un mal pálpito no se iban de su mente.
Él no siempre había querido ser militar, pero las circunstancias y las casualidades habían hecho que se encontrara en el momento adecuado y quizás, en el sitio adecuado… ahora tenía ciertas dudas de esto último. Habían seguido la pista de Salameh a través de una interceptación de un mensaje en el que se afirmaba que el “príncipe rojo” había recibido en Noruega a un correo de Beirut llamado Kemal Benamane. Al correo consiguieron localizarle a ciento cincuenta kilómetros al norte de Oslo, en el hotel Skotte de Lillehammer. Perdieron la pista de Benamane, pero finalmente Timni le localizó de nuevo en el Karolina Café, donde se había reunido con el terrorista más buscado por “el Instituto”. A este último no lo perdieron de vista, mientras el resto del comando se trasladaba desde Oslo. Él había sido quien había localizado y marcado a Salameh, por eso personalmente se encontraba en aquel coche, junto a Dan y Marianne. Su única misión: identificarlo a ojos de los ejecutores.
Dan Aerbel, el conductor que iba al volante, y Marianne Gladnikoff, sentada a su lado, ejercían labores muy distintas a Timni. Dan era un Aleph, uno de los dos ejecutores que había en cada escuadrón, mientras que Marianne ejercía de guardaespaldas del primero[39]. Cada escuadrón se componía de 15 miembros, el escuadrón de la zona nórdica o C estaba dirigido por Michael “Mike” Harari, jefe del escuadrón encargado de dar caza al “príncipe rojo” y que los esperaba en estos instantes en uno de los dos pisos francos alquilados en Oslo. Timni sabía que el escuadrón a su vez se dividía en dos subequipos de siete miembros cada uno, pero solo Mike conocía a los miembros de ambos grupos, así como la localización de los dos pisos francos o maoz. De este modo si uno de los equipos era localizado o detenido, el otro subequipo podía llevar a cabo su objetivo sin interferencias.
Esta noche parecía que todo había salido a pedir de boca y no iba a ser necesaria la intervención del segundo subequipo. Pese a eso, Timni no podía dejar de mirarse las manos en la penumbra del asiento trasero del coche camino de Oslo, el pulso no le permitía dejar de hacerlas temblar. Como fogonazos salidos del arma de Dan al acribillar en la parada del autobús a Salameh, a la mente de Timni le venían una y otra vez imágenes confusas de lo que acababa de presenciar unos kilómetros atrás.
Estaba a tan solo unas decenas de metros, dentro del coche y contemplando una escena sacada de las películas de gánsteres. Dan con un pasamontañas, saliendo del coche y cruzando la calle, acercándose con rapidez a la parada del autobús que había enfrente del único cine de Lillehammer. Marianne siguiéndole a apenas dos metros por detrás.
Llevaban más de dos horas esperando a que Salameh y su mujer salieran del cine, pero al final, el momento oportuno llegó y, aprovechando la noche cerrada y que no había casi nadie por la calle, Dan y Marianne se habían acercado hasta el terrorista. Sin vacilación, Dan había vaciado el cargador de su pistola Beretta, Marianne remataba a Salameh y cubría las espaldas de Dan.
Al terrorista no le había dado tiempo ni a reaccionar, cayó fulminado delante de su propia mujer, que evidenciaba ya su embarazo. La sangre había salpicado en todas direcciones. Aún le parecía oír a Timni los gritos descarnados de la mujer rebotando una y otra vez en sus oídos… y esa sensación no le dejaba pensar con claridad, pero tenía un mal presentimiento… estaba seguro de que en la escena del tiroteo había una pieza del puzle puesta en el sitio erróneo.
Después de darle vueltas y vueltas, Timni, aún en estado de shock, observaba cómo ya se habían adentrado por las desiertas calles de Oslo. Bajó del coche ya en el interior del garaje de un bloque de pisos en un barrio lánguido y anodino junto a sus compañeros. Esperaron unos minutos y vieron llegar al segundo coche con Abraham Ghemer, el encargado de la cobertura o Jet, como copiloto, con el grandullón Zvi Steinberg al volante y con Tamar, responsable de comunicaciones del equipo o Qoph, sentado en el asiento trasero. En cuanto estos salieron del vehículo todos se fundieron en un enérgico, aunque corto, abrazo.
La euforia contenida por lo que acababan de conseguir los embargó a todos, pero todavía quedaba lo más difícil, salir de Noruega sin dejar rastro de su paso por aquellas frías tierras.
Subieron al piso franco y tras pasar dentro, Timni se dio cuenta por el gesto y rostro de Mike Harari que algo no iba bien. El jefe del comando estaba concentrado en los auriculares de una radio y con el ceño fruncido.
— Shalom… — el saludo de todos se quedó flotando en el aire viendo la expresión de Mike.
— ¿Qué pasa jefe? Marianne fue la única que se atrevió a abrir la boca.
Con los hombros caídos y sin dejar de mirar inquietantemente al propio Timni, Mike se levantó y susurró:
— Me temo que no era Alí Hassan Salameh.
— ¿Cómo que no era Salameh? Consiguió contestar Timni, no sin rasparse la garganta al pronunciar la pregunta.
— Acaban de dar el nombre en la emisora de la policía, han identificado al fallecido como Ahmed Bouchiki. A la mujer de Bouchiki, embarazada, la han tenido que llevar a un hospital, estaba en estado de shock, pero tanto ella como el bebé están ilesos.
— No puede ser, Mike. — Ahora fue Dan quien habló. — Yo mismo los he visto antes de entrar en el cine y, cuando me he acercado a menos de un metro de ese hijo de puta: era Salameh.
— Evidentemente se parecía mucho, pero explícame si no por qué la policía de Lillehammer ha confirmado el otro nombre: el tal Bouchiki trabajaba de camarero en un restaurante donde el policía iba asiduamente. ¿Me lo podéis explicar?
— Era una tapadera, según nos constaba. — Timni sentado en una silla del comedor del piso franco no daba crédito a que pudiera estar pasando aquello.
— Voy a llamar al gran jefe en Tel Aviv para confirmar el operativo. El menumeh nos indicará los pasos a seguir. Por nuestro bien espero que no nos hayamos confundido. De todos modos, id recogiendo vuestras cosas, mañana volvemos a casa.
Mientras el resto del equipo se dirigía a sus habitaciones a recoger y descansar, Timni apoyó la cabeza entre sus manos, en el fondo de su ser llevaba un buen rato sabiendo que algo no encajaba…y un relámpago cruzó su mente…
— ¡La película! — las dos palabras se escaparon de su boca en voz alta.
— ¿Qué pasa con la película? ¿De qué película hablas, Timni? — Michael “Mike” Harari se giró elevando el tono mientras el resto de los miembros del comando volvía al salón con curiosidad.
— Había algo que no encajaba en Lillehammer y acabo de caer en la cuenta de qué: lo que no encajaba era la película que ponían en el cine.
— ¿De qué coño hablas Timni? — Ahora fue Dan quien levantó la voz
— Jodeeerrrr… joder, Salameh salía del cine ¿verdad?
— Claro, lo sabes tan bien como yo…
— ¿Cómo se llamaba la película?
— Ni puta idea Timni, tenía otras cosas en la cabeza.
— “Tal como éramos”, Dan, “Tal como éramos”[40]
— ¿Y? — Ahora fue Marianne la que preguntó a Timni extrañada.
— Es una comedia romántica en la que dos estudiantes universitarios con caracteres muy distintos se enamoran: el protagonista es un atleta famoso y conquistador, encarnado por Robert Redford, y, sin embargo, la protagonista es una política vocacional muy defensora de sus ideas de cómo arreglar el mundo… ¿no la habéis visto?
— Pues no… y no te sigo — contestó Marianne.
— Yo tampoco te sigo Timni, ¡ve al grano! — Intervino en esa ocasión Mike.
— Perdón… a donde quería ir a parar es que la protagonista femenina es Barbra Streisand, que como sabéis es judía… algo no me encajaba desde el principio, allá en Lillehammer esperando en el coche y ya he caído en qué era… Salameh por mucha tapadera que utilizara, no iría nunca a ver una película protagonizada por una judía...
— ¡No me jodas! ¿Nos hemos equivocado de objetivo? — Ahora fue Dan quien levantó la voz y acercó su rostro amenazante a Timni.
Mike rápidamente separó a Dan con un leve apretón en el hombro de este. Con autoritario tono abrió la boca para decir:
— Calma a todos, ¡si nos hemos equivocado, nos hemos equivocado todos!… dejadme un minuto que piense… y bajad la voz, ¡ya!
Timni notó la mirada furibunda de todos sobre él y sus manos, además de temblar, ahora comenzaron a sudar. No supo dónde esconderse y rehuyó cualquier mirada. Sobre todo, la de Marianne, de la que en secreto se había enamorado, aunque no correspondido. Estaba paralizado por las consecuencias de su error… ¡un hombre completamente inocente acababa de morir dejando viuda y un bebé que nunca conocería a su padre!
Tras unos desesperantes minutos Mike volvió a dirigirse al grupo:
— Haremos lo siguiente, el operativo se da por cerrado, nos confirme o no la central si era Salameh o el tal Bouchiki. Mañana a primera hora Dan y Marianne os acercáis a la empresa de alquiler de coches y los devolvéis. Mientras tú, Timni, me acompañarás al otro maoz, debemos avisar al segundo equipo que espera órdenes en su piso franco. Los demás esperaréis aquí, en cuanto volvamos nos largamos todos siguiendo el plan original de escape. ¡Volvemos todos a casa!
Minutos después Timni se acostó en su camastro mirando al techo e intentó dormir algo antes de ir a primera hora al otro piso franco con Michael, pero no dejaba de pensar en el pobre Bouchiki, asesinado por un error suyo.
Él era el que llevaba más tiempo en Noruega, el aspecto de larguirucho pelirrojo y su dominio del noruego le habían facilitado más que a ningún otro moverse con tranquilidad buscando objetivos y solo de él había sido el mérito de haber encontrado al supuesto cabecilla del grupo llamado “Septiembre Negro”. Él había sido el responsable de que se montara todo aquel operativo o comando en Oslo, él había puesto en peligro a todos sus compañeros, incluida Marianne, que en ese mismo instante intentaban dormir algunas horas… no sabía dónde podía haber fallado, el parecido de Bouchiki con Salameh era increíble y desgraciadamente para el primero, mortal.
Hacía frío en el piso, ya entrada la noche, pero Timni no paraba de revolverse entre las sábanas sudando copiosamente… de repente revivía una y otra vez la escena de Lillehammer, el fogonazo de los disparos y los gritos de la mujer de Bouchiki…
Timni se despertó sobresaltado… Hasta ahora siempre lo había hecho en un momento concreto de la pesadilla, sin embargo, en esta ocasión, la había revivido hasta su trágico final. Pensó en las pastillas ingeridas para poder dormir y no le gustaron aquellos efectos secundarios.
Atontado distinguió a duras penas que no eran gritos lo que oía sino un sonido estático entre pitidos intermitentes. Miró alrededor suyo, ya no era un agente del Mossad, no estaba en un camastro del maoz, estaba en una cama de su camarote, huyendo de un huracán, navegando hacia San Juan, la capital de Puerto Rico. Punto de salida y vuelta del crucero Luxury of the seas, donde hacía unos días había comenzado su nuevo trabajo como Jefe de Seguridad en el crucero que partiera el 23 de septiembre del Muelle 4…
… los pitidos se seguían oyendo, aunque amortiguados. Se levantó deprisa y se acercó hasta el pequeño sofá. Apartó el cojín lumbar pero no encontró la fuente del sonido, que no paraba de sonar. Metió su gran mano pecosa entre los cojines del asiento y encontró el walkie-talkie que debía habérsele caído de su bolsillo pocas horas antes. Este carraspeó con un sonido metálico:
— Ghghgg…bip, bip… Ghghgg… bip, bip.
Casi se le cayó de las manos al pulsar el botón de comunicación. Enseguida pudo escuchar:
— Jefe, ¿me escuchas? Cambio.
A Timni le costó por unos segundos reconocer la voz. No le había parecido que fuera la de su ayudante Juan José Watson.
— Ghghgg… Jefe, ¿me escuchas? Cambio.
En esta segunda ocasión, Timni distinguió la voz de Mark O’Connor, sus ojos en la Sala de Video Vigilancia. Ese joven estaba demostrando una gran profesionalidad y actitud para sus pocos años. Contestó pulsando la tecla para hablar:
— Sí, Mark. Te escucho perfectamente. Cambio.
— Perdona que te llame tan tarde… o tan temprano, jefe, pero es importante: nos acaban de llamar las autoridades puertorriqueñas. Unos pescadores de La Parguera, al sur de la isla, encontraron entre sus redes, ayer noche, según volvían a puerto, dos cuerpos, próximos entre sí, flotando a la deriva. Nos han llamado de la División de Homicidios de Lajas y de la Unidad Marítima de Cabo Rojo, los dos distritos al suroeste de Puerto Rico que a menudo reciben más inmigrantes indocumentados procedentes de la vecina República Dominicana a través del peligroso estrecho de Mona. Cambio.
— ¿Y por qué nos han llamado entonces a nosotros? Cambio.
— Nos han llamado a nosotros porque los cuerpos encontrados y su ropa no corresponden a dominicanos. Además, los pescadores han encontrado los cadáveres a escasas millas de nuestra ruta y pocos barcos más se habían hecho a la mar en las últimas horas. Cambio.
— ¿Han identificado quiénes son? Cambio.
— No, pero lo hemos hecho nosotros. Nos hicieron llegar unas fotografías de los cadáveres y, aunque ha costado identificar a ambos debido a su estado ya que estaban amoratados, hinchados y mordisqueados por los peces, hemos cotejado las imágenes con las fotografías de que disponíamos. Sin ninguna duda se trata de los cadáveres de Yerik Vorobiov y Brooke Smith. Cambio.
Timni se tomó unos segundos para intentar asimilar la noticia.
— De acuerdo, Mark. Me ducho rápidamente y me acerco en unos minutos por la sala. Ahora nos vemos. Corto.
Definitivamente a Timni le vendría de miedo una buena ducha para salir del shock causado por la noticia que acababan de darle y, de paso, limpiar el sudor que resbalaba por su piel y los pensamientos oscuros que arrastraba de la pesadilla… en ese mismo instante, mientras metía su pelirrojo y corto cabello bajo el agua caliente de la ducha, vino a su mente la maldita coincidencia: con toda certeza septiembre era un mes de mal fario en su vida. Septiembre, un mes que le traía malos recuerdos y que ahora, con lo ocurrido a bordo, jamás olvidaría. Septiembre, un mes de sangre, que además simbolizaba uno de los meses más significativos de la historia de Oriente Medio:
En el verano de 1970, las guerrillas palestinas, asentadas en los campos de refugiados de Jordania y dirigidas por su comandante en jefe Yasser Arafat, habían intensificado sus ataques desde suelo jordano sobre territorio israelí con la esperanza de exportar la revolución árabe a las Franjas ocupadas de Gaza y Cisjordania. Hussein bin Talal, el monarca jordano que les había dado asilo años antes, intentaba por esa época establecer secretamente contactos con Israel y para ello necesitaba detener los ataques palestinos procedente de su territorio. Sin embargo, el Frente Popular para la Liberación de Palestina tenía como objetivo uno muy distinto: acabar con cualquier negociación entre las naciones árabes e Israel y hacer de Jordania la nueva Palestina, proclamando la vuelta al infierno de todo el Oriente Medio. ¿Cómo? Mediante el sabotaje y secuestro de vuelos internacionales.
El rey Hussein no estaba dispuesto a aceptar que secuestradores aéreos utilizasen su territorio para realizar sus ataques, ni que los palestinos asentados en su país se hicieran con el control de este; pero debía andar con pies de plomo debido a que las dos terceras partes de la población jordana eran palestinas o de origen palestino. Sin embargo, hubo un hecho que cambió su hasta ahora indecisa actuación: el 6 de septiembre del mismo año, se produjo el quinto pero más significativo secuestro de aviones, el del vuelo 93, un Boeing 747 de la compañía norteamericana Pan American World Airways, que volaba desde Ámsterdam hacia Nueva York. El cual, tras ser desviado primero a Beirut y luego al aeropuerto de El Cairo, fue dinamitado, evacuados los pasajeros y tripulación previamente, ante las cámaras de televisión que se habían concentrado en las instalaciones. La escalada bélica se elevó varios grados con la intervención del gobierno del país vecino Siria y movimientos de sus tropas. Irak, Estados Unidos, Pakistán e Israel también habían movilizado a sus ejércitos, en este caso a favor del rey Hussein.
Por fin, al monarca jordano no le quedó más remedio ante el gobierno americano e israelí que mover ficha: primero, estableciendo la ley marcial el 16 de septiembre; y segundo, tras escaramuzas con las guerrillas e incluso con el gobierno sirio, tomar la sorprendente decisión, ante los ojos de gran parte del mundo, de lanzar sus tropas beduinas de élite contra los campos de refugiados palestinos.
Fue una auténtica masacre: la artillería arrasó gran parte de las frágiles construcciones, matando a cientos de familias. Los pocos supervivientes se vieron obligados a huir hacia el Líbano; y los jóvenes guerrilleros de sus distintas facciones, que fueron testigos de la insólita masacre de fuerzas árabes contra la propia nación palestina, adoptaron el nombre de aquel mes a modo de símbolo de su lucha, “Septiembre Negro”, y la venganza como razón de su existencia. Venganza contra los europeos que nunca protestaron por la atrocidad cometida contra su pueblo en Jordania; contra los norteamericanos por su política imperialista en Oriente Medio y armar a los israelíes; contra los realistas jordanos por cometer alta traición contra el pueblo palestino; y contra Israel por su continua política expansionista y correspondiente ocupación de su territorio.
Aquel mes de septiembre de 1970 comenzó con el éxodo de Jordania, una de las mayores escaladas terroristas que se habían conocido en el larguísimo y eterno conflicto árabe-israelí: y con él los vívidos recuerdos de un joven Timni, inmerso en momentos dramáticos de la historia de su pueblo: la masacre de Múnich; la consecuente operación “Cólera de Dios”; el comienzo de los atentados en autobuses; la búsqueda a lo largo de planeta de los componentes del grupo terrorista bautizado con el nombre de dicho mes y de infausto recuerdo…
Timni apartó por unos segundos esos recuerdos y la pesadilla mientras se secaba. Se concentró en los siguientes pasos a seguir tras escuchar la confirmación de que Vorobiov y Brooke Smith estaban muertos. ¿Qué narices había pasado? ¿Habían peleado por algún misterioso motivo? Uno habría podido tirar al otro por la borda, pero caer ambos se le antojaba muy improbable… Miró su reloj: apenas habían sido unas pocas horas de sueño y estaba tan cansado como si no hubiera dormido en días, en meses. Se vistió y recorrió los pocos metros que separaban su camarote de la Sala de video vigilancia.
Dos cubiertas por debajo, Charlie, ajeno evidentemente a la localización del cuerpo inerte de Yerik Vorobiov, no daba crédito a lo que Arthit le estaba contando mientras calentaban y estiraban sus aún dormidos músculos en la solitaria sala multiusos del gimnasio.
No había podido pegar ojo hasta bastante entrada la noche, pendiente por un lado del teléfono y de una llamada de Vorobiov que nunca llegó a sonar, e intranquilamente curioso por lo que Arthit le había adelantado sobre algo importante que había ocurrido con la pareja de homosexuales. Sin embargo, pese al cansancio y tensión acumulada, todos sus sentidos estaban ahora alerta ante la fantástica historia que le estaba narrando el Jefe de Camarotes. De todos modos, intentaba mantener una aparente indiferencia mientras preguntaba:
— O sea, si no he entendido mal, ayer por la noche, durante la cena, las cámaras de Seguridad pillaron in fraganti a la pareja de hombres, los mismos que había visto entrar en mi camarote, intentando robar también en uno de los camarotes de la lujosa cubierta diecisiete… ¿y ahora están ambos muertos?
— Efectivamente, y no solo ellos, sino también el inquilino del camarote donde entraron supuestamente a robar; y digo supuestamente porque, aunque no sé todos los detalles, hay cosas que parece que no encajan en la historia… si lo único que querían era desvalijar a un pasajero.
— ¿Cómo por ejemplo?
Charlie mantuvo el tono mesurado de sus palabras mientras estiraba aparentemente tranquilo sus abductores.
— Señor Cercatore, no se lleve una imagen equivocada, no me gusta elucubrar: a mí me ha contado lo que ha pasado la Jefe de Camarotes de dicha cubierta, a la que a su vez se lo ha contado uno de los del equipo de Seguridad, el cual todavía estaba en estado de shock… es la primera vez que ocurre algo así en el Luxury of the seas. Pero… parece ser que los dos hombres que le decía, cuando llegaron al camarote anexo a uno de las suites principales…
— Perdón que interrumpa, ¿qué quiere decir con anexo? — Charlie mantuvo la compostura y a duras penas, siguió manteniendo la distancia con Arthit llamándolo de usted —.
— Por lo visto, la pareja de presuntos ladrones había entrado en un camarote especial donde dormía el escolta de un matrimonio millonario de rusos que se alojaban en una de las Royal Suites de la cubierta de proa. Parece ser que entraron por la Suite, pero desde allí accedieron directamente al camarote más pequeño que está comunicado con esta. Y siendo, como le decía, millonarios sus jefes, lo primero que han pensado los de Seguridad es que los ladrones tenían su objetivo muy decidido… es más, todo apunta en esa dirección porque han encontrado un maletín en el camarote del escolta con una cantidad bastante importante de dinero, aunque desconozco el importe… no me lo han dicho.
Charlie automáticamente confirmó para sí de qué matrimonio ruso estaba hablando Arthit, quién era el escolta y de qué cantidad se trataba: y los adjetivos “bastante importante” utilizados por el Jefe de Camarotes se quedaban sin ninguna duda cortísimos para calificar veinte millones de dólares estadounidenses en billetes singapurienses.
Ahora muchas preguntas quedaban sin respuesta, pero una en concreto le vino a la mente con inmediatez:
— ¿Me ha parecido entender que mencionaba que el matrimonio ruso se alojaba en el camarote de al lado? ¿Lo ha dicho en pasado?
— Pues sí, señor Cercatore… da la extraña coincidencia de que el jefe del guardaespaldas asesinado ha desaparecido. Casualmente, no se sabe nada de él desde ayer tarde. Yo estoy convencido de que la pareja de sicarios debió robarle la tarjeta del camarote previamente y le hicieron “desaparecer” una vez ya la tenían en su poder… ¿a qué es una historia de locos?
Charlie evitó preguntar por Dasha y sus hijos, pero siguió intentando averiguar más cosas sin que el innegable chismoso de Arthit notara su ávido interés por aquella historia:
— Sin duda… y perdón de nuevo por la interrupción… decía antes que también creía que la pareja no solo había entrado a robar, sino que además tenía otras intenciones ¿por qué lo ha afirmado con tanta rotundidad?
— Culpa mía… quizás haya visto muchas películas… pero la verdad es que me extrañó muchísimo: primero, que los ladrones fueran al parecer también rusos y, lo segundo, cuando me confirmaron que ambos hombres portaban sendos cuchillos ¿Si solo tenían intención de robar para qué ir armados? Además, la Jefe de Camarotes de esa cubierta me ha confirmado que el escolta asesinado, que por lo visto era un gigantón enorme que daba miedo solo verlo, no había salido de su camarote en todo el viaje. Si añadimos que, repito, por lo que me han contado, al entrar en el camarote, el Jefe de Seguridad tuvo que disparar a uno de ellos que en esos instantes acuchillaba mortalmente al guardaespaldas, no he tenido dudas en presuponer que no estamos ante unos meros ladrones de poca monta… parece más bien un “encargo” y que debían ser unos sicarios rusos o algo por el estilo ¿no?
— Eso parece… — Charlie se tomó unos segundos para medir sus siguientes palabras —. Yo también he oído hablar de la famosa mafia rusa y, por lo que dice, todo apunta en esa dirección. Es increíble todo lo que me acaba de contar… verdaderamente parece el guion de una película.
Ajeno a la conversación entre Arthit y Charlie, Timni llegó hasta su despacho y se dejó caer en su silla. Miró su reloj de nuevo. Ya había amanecido hacía unos minutos. La noche parecía haber sido eterna.
El cansancio acumulado del día anterior y la larguísima cadena de acontecimientos ocurridos hasta esa hora estaban empezando a hacer mella en su cansado cuerpo. En especial la honda tristeza de haber tenido que matar a un hombre por primera vez en su vida.
No dejaba de darle vueltas… quizás podía haber evitado disparar al pasajero Martyn Kadýrov, del que ya sabían su nombre; aunque Timni sospechaba que ni Martyn ni Abrek eran unos simples pasajeros rusos ni seguramente sus verdaderos nombres. No dejaba de repasar la escena del camarote 1741 una y otra vez, pero haber reaccionado de ese modo al ver cómo el tal Martyn apuñalaba a Yuri Egorov, el guardaespaldas del desaparecido señor Vorobiov, había sido totalmente instintivo. No encontraba el modo de haberlo evitado. Y, además, ahora ninguno de ellos le iba a dar ninguna explicación de qué narices había ocurrido en aquel camarote.
También Charlie dejó de pensar en qué había podido ocurrir en el camarote de Yuri. Arthit sin embargo parecía querer seguir hablando. Se le veía nervioso y evidenciaba sus ganas de ser el centro de atención de aquella fantástica historia. Finalmente, después de un incómodo silencio, Charlie volvió a afirmar:
— Increíble, cuesta creer que todo lo que me acaba de contar pase en un crucero.
La frase permitió a Arthit volver a retomar su relato con interés:
— Pues eso no es todo, aunque todo lo anterior efectivamente suena a una película de mafiosos, ayer hubo otro asesinato a bordo espeluznante…
— ¿Otro asesinato?
— Sí, lo sé, parece mucha casualidad y, aparentemente, no tiene nada que ver con los rusos, pero ayer a media tarde, un directivo, no estoy muy seguro de cuál era su cargo exactamente, fue encontrado muerto en su camarote de la cubierta once. Al parecer uno de los empleados de su propia compañía lo mató a golpes.
— ¿A golpes? ¿Quiere decir que alguien le golpeó con algo hasta matarlo?
— No, no exactamente. Le cuento: por lo visto, el camarote estaba todo patas arriba y el señor Atkinson III atado a una silla.
— ¿Has dicho señor Atkinson III?
Inmediatamente Charlie se dio cuenta de su error, no solo le había tuteado a un sorprendido Arthit, sino que además la pregunta sobre el nombre del asesinado se había escapado de sus labios con absoluta franqueza y sin filtrar. Decidió callarse para pensar rápidamente cómo salir indemne de la metedura de pata que acababa de cometer.
— Lloyd John Atkinson III se llamaba, sí, ¿le conocía?
Charlie se levantó y disimuló que terminaba sus estiramientos, aprovechando unos pocos segundos para pensar su siguiente comentario:
— No… lo único es que me ha sorprendido el nombre tan rimbombante del hombre asesinado y que, además, usted lo conociera.
Charlie remarcó conscientemente el usted de la frase. Aun así, no consiguió borrar del todo el extraño gesto que Arthit mantenía en su cara.
— Yo conocía al señor Atkinson III ya que la parte de estribor de la undécima cubierta también entra dentro de mis camarotes asignados. Y el nombre lo recuerdo perfectamente ya que ocupa… ocupaba quiero decir, la Owner Suite 1160, el camarote más lujoso de que disponemos en dicha cubierta. Por eso supongo que debía ser consejero, presidente o un alto cargo.
— Buena deducción sin duda. Valdría usted para policía o detective.
La adulante frase y un ‘usted’ más disimulado consiguió el efecto deseado por Charlie: al Jefe de Camarotes se le iluminó la cara de nuevo ante la adulación, aunque esta había sonado incluso infantil.
Este se levantó también y ambos se dirigieron al centro de la sala multiusos. Ya no parecía quedar ninguna duda o asomo de extrañeza en su rostro.
— ¿A qué sí? La verdad es que, como le decía, siempre me han gustado mucho las series y películas policiacas… Bueno como le contaba, y según me han dicho, el empleado, que está detenido bajo custodia en la enfermería, había golpeado a su propio jefe, pero no con algún objeto sino… ¡con sus propias manos! Yo no he visto el cadáver del señor Atkinson III, pero me han comentado con todo lujo de escabrosos detalles que el desgraciado incluso tenía el rostro irreconocible de los puñetazos. Y, además, por la descripción que me han dado, creo que incluso sé quién era el empleado que lo mató: un musculado y antipático joven que olía a esteroides desde mucha distancia. Crucé tan solo un par de frase con él, pero suficientes para no caerme bien...
— Me deja alucinado, Arthit… menuda tarde. El huracán nos ha debido volver locos a todos… Bueno, creo que ya basta de macabros sucesos. Me está poniendo mal cuerpo ¿empezamos?
Charlie lo preguntó con una sonrisa para no parecer descortés. Era momento de cortar aquella conversación que tanto interesaba a Arthit, que, aunque había llegado a afirmar con toda naturalidad que no le gustaba el cotilleo, parecía sentirse muy cómodo siendo la fuente de toda información. Pero lo hizo de la manera más educada que supo, intentando no ofender a su parlanchín Jefe de Camarotes ni levantar más posibles sospechas sobre su papel en todo aquel embrollo.
De todos modos y sin duda, efectivamente, el perspicaz Arthit debía tener razón en sus conclusiones: con toda seguridad la pareja de hombres que había robado sus pipas, habría venido desde Moscú, siguiendo a Vorobiov; y, por tanto, igual habían sido contratados por algún enemigo de este para… “encargarse” de él y hacerse con el dinero que seguramente sabían que obtendría de la venta de las “joyas de la corona”. Por ello, Charlie supuso que también sabrían tanto de todo el operativo como de su propia intervención y, por ese motivo, le debían haber estado siguiendo a él. Se tomó unos segundos para recordar todas las ocasiones en que se había sentido vigilado… y pensar rápidamente en las posibles consecuencias de todo lo que acababa de contarle Arthit, mientras ambos se disponían a comenzar una sesión de entrenamiento o combate simulado “sin tocar”.
Intentó concentrarse mientras Arthit iniciaba suaves ataques superiores. A los pocos minutos empezó a relajarse un poco: la verdad es que Charlie tampoco tenía que hacer grandes esfuerzos, su adquirido nivel de Aikidō era muy superior a los conocimientos anquilosados de muay thai de Arthit. Se permitió incluso disfrutar algo del entrenamiento y dejar discurrir su metódica mente: Vorobiov desaparecido; el dinero de la compraventa irrecuperable y en manos del Equipo de Seguridad; Yuri, el guardaespaldas, asesinado; los dos sicarios, que le habían robado y le habían estado siguiendo, muertos también; el señor Atkinson III eliminado de la ecuación; su misterioso verdugo detenido…
Tenía unas horas todavía para intentar algo: si se hacía con una de las llaves de camarotes que Arthit había dejado junto a su ropa en el suelo de la sala, a unos metros apenas de su mano, podría recuperar sus pipas robadas del camarote de los sicarios rusos. Y lo más importante, incluso podría entrar en el camarote de Lloyd John Atkinson para hacerse con las “joyas de la corona”, de las que Arthit no había mencionado ni palabra.
El desconocido “cachas” al que había hecho referencia Arthit, sin duda no había encontrado lo que buscaba… Él, sin embargo, sí sabía dónde ocultaba Atkinson las joyas, puesto que él mismo le había facilitado el escondite perfecto…
Mientras mantuvo un divertido entrenamiento, estuvo dándole una vuelta y otra a los siguientes pasos… incluso una ligera sonrisa se permitió aparecer en su rostro. Dasha no le había visto a bordo y con toda seguridad no había ningún motivo aparente para que la mujer del desaparecido Vorobiov le relacionara ni con su esposo ni con el dinero. Y mucho menos, con el asesinato de su guardaespaldas. Por otro lado, los sicarios que podrían dar su nombre parecía que tampoco podrían hacerlo ya, aunque igual tendría que cerrar el “cable suelto” de quién les había encargado el trabajo y hasta dónde sabría de su intervención en aquel intercambio. Y, para colmo de las afortunadas coincidencias, lo más sorprendente, el señor Atkinson jamás le podría implicar ya tampoco en aquella historia… todos los que habían participado en aquel asunto estaban o muertos o desaparecidos
Timni intentaba tomarse un café bien cargado que le acababan de traer, mientras pensaba en el lío que tenía encima: la cámara mortuoria donde habían trasladado el cadáver del señor Atkinson III ahora tenía tres nuevas incorporaciones con el guardaespaldas Yuri Egorov y los dos sicarios que le dieron muerte; la sorprendente aparición de los cadáveres de Brooke Smith y de Yerik Vorobiov que Timni acababa de identificar junto a su ayudante Mark O’Connor, gracias a las fotografías que habían enviado las autoridades puertorriqueñas; y la desgraciada desaparición de Tim Nolan.
Timni no tenía ni idea, pero con toda certeza, debía ser el record más macabro de cualquiera de los cruceros de la compañía naviera hasta la fecha.
Y en cuanto desembarcaran en el Viejo San Juan les esperaban agentes de la policía puertorriqueña, un equipo de forenses, el embajador ruso y no sabía cuántas personalidades más a las que dar explicaciones. Al menos con el detective de homicidios de Queens, David Rothman, ya había hablado. Había prometido ponerse en contacto con el FBI en cuanto colgara este. Seguramente, por ello, también les esperarían agentes federales en el Muelle 4… iba a ser un enorme dolor de cabeza sin ninguna duda.
Ahora, como remate final y no menos dramático, tras haber hablado ya con la esposa de Vorobiov, la cual no había reaccionado sino fríamente al darle la noticia de que habían encontrado su cuerpo a la deriva junto a otra pasajera, tenía que recibir a Alice Thompsen y relatarle todo lo que finalmente Peter Williams había declarado sobre lo ocurrido los últimos días: este se había mostrado callado y frío la noche anterior tras su detención, pero en cuanto Timni le enseñó hacía unos minutos el rostro hinchado y morado de Brooke, Peter se había derrumbado.
Entre balbuceos, Timni le había escuchado confesar a este que existía una relación amorosa entre ambos. La impresión de verla desfigurada por el golpe de la caída y los mordiscos de los peces le habían hecho llorar incluso como un niño.
Timni no estaba seguro de que Peter hubiera contado la verdad, o al menos debía suponer que este habría contado la versión que menos le perjudicara, una vez su cómplice no estaba entre los vivos para poder defenderse, pero estaba convencido de que a las autoridades norteamericanas y puertorriqueñas no les iba a suponer ninguna diferencia quién de los dos hubiera sido la mente pensante y quién la mano ejecutora. A Alice tampoco.
Contarle tanto el fallecimiento de su CEO como la participación de su también desaparecida y supuesta compañera, Brooke Smith, en dicho asesinato y en la desaparición de Tim Nolan, así como la larga conversación con el detective de homicidios David Rothman, en relación al también asesinado Bruno Grasso iba a ser de los momentos más difíciles de su vida. Sin duda, iba a suponer un esfuerzo mental que gastaría hasta la última de sus escasas ya energías.
No veía la hora de irse a dormir, pero, con toda seguridad, su recurrente pesadilla vendría de nuevo a visitarlo en cuanto cerrara los ojos; aunque temía que ese momento no iba a llegar en muchísimas horas.
Llamaron a la puerta, interrumpiendo sus pensamientos y, como en un déjà vu, Timni se levantó y la abrió: pero no era Juan José Watson quien acompañaba en esta ocasión a una frágil y ojerosa Alice, sino el joven Mark O’Connor. La hizo pasar y le ofreció asiento.
Un silencio incómodo se apoderó del despacho cuando ambos se quedaron solos. Timni, sentado, volvió de manera instintiva a frotarse con el índice y el pulgar su corta barba. Finalmente comenzó a hablar… y durante muchos minutos Alice solo escuchaba y decía alguna frase suelta, pasando, a veces alternando y repitiendo, todas las fases posibles del duelo: negación, negociación con la realidad, depresión, ira y aceptación. Mientras, Timni desgranaba palabra por palabra la terrible confesión de Peter Williams…
Dasha sonreía. Era consciente de que no debería sonreír, pero no podía evitarlo. Mientras sus hijos daban cuenta de un pantagruélico desayuno, ella disfrutaba mirándoles sin poder dejar de sonreír. Cierto era que en cualquier otra familia la noticia que le acababa de comunicar el Jefe de Seguridad, hacía unos minutos, hubiera sido una auténtica desgracia: el fallecimiento de su marido debería ser el drama de su vida, pero en su caso no encontraba ningún motivo real para llorarle. Una vez asimilada la noticia, habían encontrado el cuerpo de Yerik en alta mar, además junto a otra pasajera, el único momento amargo había sido tener que explicárselo a sus hijos.
Afortunadamente estos eran todavía muy pequeños, y aunque habían llorado la muerte de su padre durante unos minutos, pronto su infantil inconsciencia había pasado aparentemente página, acostumbrados como estaban a no verlo mucho tampoco.
A ella no le costaría ni eso. Tendría que arreglar numerosos papeles a su vuelta a Moscú y ver de qué dinero dispondría como viuda de Yerik, pero no le importaba en absoluto si incluso tenía que trabajar y vivir modestamente. Volvería a su ciudad, San Petersburgo, y dejaría aquel falso “lujo” en el que había vivido atrás sin problemas. Tendría a sus hijos con ella y eso era lo único importante... bueno, eso y que su odiado esposo ya no le volvería a poner una mano encima. Dasha no podía dejar de sonreír.
Charlie ni siquiera llegó hasta su camarote, en el costado de babor. Desde el gimnasio, una vez se despidió de un aparentemente ignorante Arthit, se dirigió hacia la cubierta once, ya con la tarjeta o llave maestra de los camarotes de la misma que le había robado en un descuido.
Evitando un par de cámaras situadas en las baterías de ascensores y escaleras, girando el rostro en los ángulos correctos, alcanzó el costado de estribor, andando con el paso más seguro y firme que supo. Desde que había zarpado en el crucero, evitaba las cámaras de seguridad ya sin esfuerzo, de manera mecánica.
Llegó hasta la puerta del camarote número 1160, el que había dicho Arthit, sin pausar su caminar. Se paró a fingir atarse los cordones de las zapatillas de deporte. Una vez pudo comprobar que no había nadie en el pasillo a esa hora aún temprana, sacó la tarjeta o llave que había podido sustraer y se introdujo a toda velocidad en el lujoso camarote del fallecido señor Atkinson, cerrando la puerta tras de sí con el talón de su zapatilla.
Se desató y descalzó las deportivas, pero se quedó de pie unos segundos pegado al lado de la puerta, observando con detalle el desordenado salón del espacioso camarote. Todo estaba tirado sin ton ni son, como si el mismísimo ya lejano huracán Shary hubiera visitado exclusivamente aquellas cuatro paredes.
No vio lo que estaba buscando, sin embargo, pudo distinguir unas manchas de sangre en medio de la moqueta, casi en el centro del salón. Desde donde estaba las veía negras, pero siguió recorriendo con su mirada todos los muebles del camarote haciendo caso omiso de las manchas y de la tonalidad de estas. A su derecha una puerta corredera abierta daba al dormitorio del camarote.
Respiró profundamente y recorrió sigilosamente los apenas diez pies que le separaban del mismo, poniendo un exquisito cuidado en ver donde pisaba con sus calcetines.
Dudaba que alguno de los vecinos de los camarotes anexos pudiera escuchar algún ruido, pero se tomó su tiempo, por si acaso. Una vez debajo del dintel de la puerta corredera que daba al dormitorio, volvió a pararse como una estatua.
Las gruesas cortinas estaban corridas, por lo que la luz era demasiado tenue para poder distinguir bien lo que tenía delante. Se echó la mano al bolsillo para sacar su smartphone y activar la linterna del mismo. Enseguida se dio cuenta de que se había dejado el móvil en su camarote antes de acercarse al gimnasio a reunirse con Arthit. En su bolsillo únicamente palpó la llave de su camarote y la que le había robado al Jefe de Camarotes hacía unos minutos.
Pensó por unos segundos deshacer sus pasos e insertar la llave maestra en el cuadro o cajetín de la entrada donde se activaba la luz, pero enseguida borró la idea de su cabeza. No tenía ni idea de si había algún control electrónico a bordo. Con casi total certeza no, pero no quiso arriesgarse a que alguien pudiera comprobar que se había encendido la luz en aquel camarote una vez que su inquilino descansaba el sueño de los justos. De todos modos, tampoco pensaba dejar sus huellas dactilares en ningún interruptor. Decidió entonces quitarse la camiseta y enfundarse la mano con ella a modo de improvisado guante. Se concentró esperando a que sus ojos se acostumbraran mejor a aquella penumbra.
Comenzó a palpar con cuidado la pared más próxima que medio distinguía a su izquierda y avanzó a diminutos pasitos. Tanteando en cada movimiento con la punta de sus pies que no tropezara con nada, consiguió distinguir que la pared era similar a la de su propio camarote, con un mueble no muy ancho que ocupaba todo el largo de la pared. Llegó hasta su final en unos segundos que le parecieron eternos.
Palpó las cortinas y detrás de las mismas el cristal que daba al balcón. Tiró suavemente de las mismas hasta que una pequeñísima rendija se abrió bañando con luz el camarote. Suficiente para poder ver el estado en que había quedado el dormitorio de Atkinson.
A menos de tres pies descansaba, caída sobre la moqueta, una silla del salón. Comprobó que había tenido mucha suerte de no haberse tropezado con la misma hacía unos segundos. Unos trozos de cuerda descansaban cortados de mala manera en la moqueta y una larga mancha roja bermellón, así como muchas salpicaduras del mismo color, más oscuras, habían dejado un dibujo abstracto en la misma.
Evidentemente, en aquella silla era donde el musculado empleado de SETBALL que le había dicho Arthit, había maniatado y golpeado hasta morir a Lloyd John Atkinson III. Repasó visualmente todo el mueble que acababa de palpar en la oscuridad anterior. Una televisión descansaba en un equilibrio precario, pero el soporte de pared la mantenía aún en su sitio. Había ropa revuelta por el suelo y encima de la cama. También algunos cajones abiertos de par en par. Incluso las cosas de la mini nevera estaban tiradas por el suelo. Pero ni rastro de lo que había venido a buscar y que evidentemente ya habían intentado encontrar antes que él.
Con extremo cuidado se acercó hasta las puertas del armario, abiertas en uno de sus lados. En el suelo, entre caros y dispersos zapatos, distinguió, con la escasa luz, la bolsa de Harrods que él mismo había facilitado a su cliente en el intercambio de dos noches antes. La cogió esperanzado con su mano enfundada con la camiseta, pero estaba vacía y la dejó caer de nuevo en el suelo aumentando su incredulidad. No había rastro del escondite de las joyas.
Miró de nuevo el armario, parte de la ropa colgaba aún de sus perchas; otra parte descansaba sin orden alguno, hecha un guiñapo, en el suelo. Apartó con cuidado algunas de las prendas con su mano enguantada, pero aparte de más zapatos, camisas y algunos pantalones, no pudo distinguir el escondite de las joyas entre todo aquello. Centímetro a centímetro corrió la puerta corredera del armario: esta se deslizó en silencio.
El módulo del armario incluía la caja fuerte, que fue lo primero que Charlie miró con cuidado de no dejar sus huellas. Estaba abierta. Seguramente el propio señor Atkinson III habría dado la contraseña a su expeditivo maltratador y a la postre, asesino; pero allí aparte de un pequeño fajo de dólares y una caja de gemelos, tampoco estaba lo que buscaba.
Revisó uno a uno todos los cajones inferiores, así como las baldas superiores que componían aquella parte del armario. Sin éxito, estaban todos vacíos…
Cada vez más nervioso, Charlie determinó acercarse hasta el único lugar del camarote que todavía no había revisado.
Mientras, en las oficinas de Seguridad de la cubierta diez, durante más de quince minutos, la voz de Timni era la única que había reverberado entre las cuatro paredes de su despacho. Un monólogo que únicamente se había interrumpido en un par de ocasiones por los sollozos de Alice. Finalmente, Timni había guardado silencio tras haber pormenorizado al máximo lo que Peter Williams había declarado hacía un rato. Tras un silencio que Alice había empleado en controlar su profunda incredulidad y tristeza, esta se decidió por hablar:
— No puedo creérmelo… de verdad, me cuesta asimilar lo que me ha estado contando, señor Lehrer… Brooke muerta, el señor Atkinson asesinado por Peter y el pobre Tim…
Timni pudo ver cómo los sollozos y lágrimas volvían a inundar el rostro desencajado de Alice.
— Por lo que Peter Williams ha declarado, e insisto que debemos ser cautos con su declaración una vez Brooke ha sido encontrada muerta, parece ser que su compañero, Tim Nolan, los vio juntos a ambos en una joyería de Saint Thomas... Siempre según el testimonio de Peter, el único de que disponemos en estos momentos, parece que Brooke se puso muy nerviosa por ello, y temiendo que Tim pudiera delatar la relación que existía entre ambos y, sobre todo, estropear sus planes de hacerse con el dinero y las joyas de Atkinson, le hizo una visita esa misma noche. Peter afirma que no sabe exactamente qué ocurrió en el camarote de Tim porque Brooke no se lo dijo, pero no ha tenido ninguna duda ni remordimiento en culpabilizarla de la desaparición de su compañero…
Timni se tomó unos segundos para tomar aire y medir sus siguientes palabras.
— Alice, quiero ser franco con usted… va a ser difícil saber qué pasó realmente en el camarote de su compañero Tim Nolan, pero estoy desafortunadamente convencido de que lo empujaron… y arrojaron por el balcón… Tarde o temprano aparecerá el cuerpo del señor Nolan, sin embargo, lo difícil va ser sobre todo demostrar si fue Peter o fue Brooke, o ambos, quienes lo asesinaron. Aunque hubiera sido Peter, este intentará no cargar con el muer… perdón, con el asesinato, una vez Brooke ya no puede defenderse. Otra cuestión es que seguramente un juez o tribunal lo consideren circunstancial; como mínimo lo acusarán de complicidad y encubrimiento.
Alice se secó las lágrimas. A Timni le dio la impresión de que los bellos ojos de esta ya no podían llorar más. Alice respiró profundamente y susurró más para sí que para Timni:
— No puedo creer que Peter y Brooke estuvieran… liados. Yo pensaba que Brooke estaba enrollada con alguien del trabajo, pero había creído hasta ahora que era precisamente con el señor Atkinson… me cuesta imaginar que con quien estaba era con Peter: no podía haber dos personas que aparentemente se odiaran más… incluso yo he sido testigo en más de una ocasión de su profunda enemistad…
— Vuelvo a insistir en que lo único que tenemos es la declaración de Peter, pero este afirma que, hace unos meses, casualmente, ambos se encontraron en la fiesta de inauguración de un gimnasio de una conocida cadena de centros deportivos, a la que los dos, sin saberlo entre ellos, habían sido invitados. Por lo que nos ha contado, el alcohol supongo que ayudaría, Brooke y él acabaron enrollándose… Misteriosamente, a veces, los polos opuestos se atraen… O quizás, solo quizás, no fue casualidad que se encontraran y Brooke había planeado aquella noche.
Timni se tomó un segundo para ordenar el relato que Peter había declarado.
— Parece ser que la relación entre ambos continuó a escondidas, ya que en la empresa no estaban permitidas las relaciones entre empleados. Respecto a este punto Peter también nos ha confirmado que Brooke le llegó a confesar que sin embargo aquella norma estúpida no había impedido que el señor Atkinson III se encaprichara de ella.
— ¿También estuvo Brooke con el señor Atkinson?
— Sí, por lo que ha contado Peter, Brooke habría sido amante del señor Atkinson durante un tiempo, antes de estar con él. No sabemos si por despecho, dado que parece ser que fue el señor Atkinson el que acabó aquella aventura extramatrimonial, simplemente por venganza o por mera ambición, finalmente Brooke le contó una noche a Peter todo el asunto de la compraventa de las joyas que su jefe planeaba. No sé cómo Brooke se enteraría, pero supongo que en ocasiones los hombres hablamos más de la cuenta en determinados momentos íntimos. De todos modos, e independientemente de todo lo que acabo de decirle, Peter nos ha confesado que tanto él como Brooke habían estado planeando desde entonces cómo hacerse con el dinero y las joyas.
— Sí, lo ha comentado en varias ocasiones, las ha llamado “joyas de la corona” … aunque no ha dicho qué son.
— Pues ahí tenemos un problema sin resolver me temo. No lo sabemos y Peter ha afirmado que ni él ni Brooke nunca supieron tampoco qué eran exactamente las joyas que Atkinson iba a comprar. Lo único que sabían, por varios correos electrónicos interceptados entre este y un misterioso intermediario, es que el intercambio se iba a producir en este crucero; y lo más importante, que las desconocidas joyas valían, valen… unos veinte millones de dólares. Dinero que hemos localizado en el camarote del vendedor.
— ¿Veinte millones?… ¿me está diciendo que ese es el precio de la vida de Tim y del señor Atkinson?
— En el caso de su amigo Tim me temo que sí; en el caso del señor Atkinson creo que podemos afirmar que es algo más complejo. En primer lugar, si recuperaban las joyas, Peter y Brooke obtendrían como he dicho, veinte millones de dólares. Pero su intención era mucho más ambiciosa: posteriormente a hacerse con las joyas, hacerse también con el dinero una vez averiguaran quién era el vendedor… es decir, estaríamos hablando de un más que sustancioso botín de ¡cuarenta millones! Además, en el caso al menos de Peter, supongo que habría que añadir una cuestión personal en el asunto del señor Atkinson… por lo que he podido detectar, sin duda, este no debía llevar muy bien que Brooke se hubiera acostado también con el señor Atkinson, para más señas su jefe y CEO de la compañía.
Alice volvió a guardar silencio, estaba escuchando a Timni, pero su mirada parecía estar muy lejos de aquel despacho. Se tomó unos segundos, finalmente sus ojos azules y enrojecidos volvieron a mirar al Jefe de Seguridad. Necesitaba respuestas que explicaran de alguna manera aquella locura:
— Señor Lehrer, antes ha mencionado a un vendedor y a un intermediario ¿ya han averiguado quiénes son? Seguro que podrán completar la declaración de… Peter.
— Ahora que lo dice, debemos recuperar el portátil o el móvil del señor Atkinson por si acaso encontramos los correos electrónicos mencionados por Peter y nos pueden arrojar algo de luz sobre la identidad del desconocido y hábil intermediario. Desgraciadamente no sabemos absolutamente nada de él, puesto que, aunque lo hemos grabado en varias imágenes con las cámaras de video vigilancia, ha sido imposible identificarlo en ninguna de ellas… sin embargo, sí hemos averiguado quién era el vendedor. Solo hemos podido requisar los veinte millones de dólares que guardaba en su camarote. Es lo único que hemos podido recuperar. De las misteriosas joyas ni rastro. Parece ser que Peter era lo que estaba buscando en el camarote de Atkinson… al que estaba precisamente torturando para averiguar su paradero, pero intervinimos antes de que se lo dijera… y desgraciadamente después de morir este último…
— ¿Y qué ha dicho el vendedor?
— Pues ahí nos hemos encontrado con otro callejón sin salida, me temo. Peter afirma que Brooke le dejó en el camarote de Atkinson para que se encargara de averiguar dónde escondía este las misteriosas joyas. Ella iría a “visitar” mientras al vendedor. Parece que es en lo único que Peter ha sido sincero: dice no tener ni idea que cómo el señor Vorobiov, que es como se llamaba el vendedor, ha aparecido esta misma mañana flotando en medio del océano… junto al cuerpo de su compañera, Brooke Smith…
—… no me lo puedo creer… Brooke.
Alice se llevó las manos a la cara terminando de deletrear el nombre de su compañera. Realmente no podía dar crédito a que Brooke estuviera metida en todo aquello, creía que la conocía… sin duda la sabía ambiciosa y caprichosa, le gustaba vivir rodeada de lujos, pero desconocía hasta qué punto estaba dispuesta a llegar por mantener ese tren de vida. Sabía también de su fuerte, incluso violento, carácter, pero… ¿Matar a Tim o al señor Atkinson? ¿Liarse y compincharse con Peter?
Otras preguntas surgieron del mismo modo en su mente ¿Cómo había muerto Brooke? ¿Peter habría dicho la verdad o también había matado a Brooke y a ese tal Vorobiov? ¿Desde cuándo estaban ambos juntos? Todas las preguntas atolondraron la frágil mente de Alice, pero de repente una luz dolorosa surgió entre las tinieblas de sus oscuros pensamientos y otra pregunta surgió de sus labios:
— ¿Ha dicho Peter desde cuándo estaban juntos Brooke y él?
— No se lo hemos preguntado… pero ¿por qué lo pregunta?
Alice miró a Timni y no supo calibrar el gesto de este cuando la preguntó. De todos modos, contestó:
— Usted ha mencionado unos correos electrónicos donde ambos se enteraron de la compraventa de las joyas ¿verdad?
— Cierto…
— Recordará que la última vez que nos vimos le hablé de Bruno Grasso, un compañero que fue asesinado en un robo, hace unos tres meses.
— Lo recuerdo, claro.
— Era el responsable de la seguridad informática de la empresa SETBALL. No puede ser una casualidad.
— No lo es.
La afirmación de Timni dejó sin palabras ni reacción a Alice.
— Recordé lo que me acaba de comentar ahora: ayer por la noche, una vez detenido Peter Williams, contacté con el detective Rothman de Homicidios que me dijo usted que llevaba el caso de su amigo Bruno, para ponerlo al día de los nuevos sucesos. Quería averiguar si podían guardar alguna relación con el asesinato del señor Grasso. Me ha llamado hace unos minutos, antes de verla a usted, Alice… y siento comunicarle que me acaba de confirmar que han recuperado las imágenes de las cámaras de seguridad del Zoo de Central Park: no lo habían visto antes porque no buscaban tampoco a nadie en concreto. En las mismas tienen grabado a Peter Williams entrando unos minutos después de usted y Bruno. Seguramente Brooke y él debían ya estar juntos por aquella fecha, al tanto de los correos electrónicos y, sin duda, vigilaban a Bruno para averiguar si este había visto los mismos o impedir que dijera nada que pudiera estropear su maquiavélico y ambicioso plan…
— Pues el maldito atracador les hizo un favor… — En ese mismo instante, Alice fue consciente de la amplitud de todos los acontecimientos con una claridad extrema —… ¡el tique de la entrada!
Timni decidió callarse mientras veía cómo Alice había llegado sola a las temidas conclusiones que el detective Rothman le había comentado apenas hacía unos minutos.
Prefirió que fuera ella misma quién dedujera qué había ocurrido aquella noche, en aquel parque de Queens.
— Encontraron un tique del Zoo sin huellas, junto al cuerpo de Bruno… y en los vídeos de la entrada del recinto de Central Park el detective Rothman ha confirmado que Peter Williams llevaba guantes cuando compró su correspondiente tique ¿verdad?
Timni ni siquiera contestó, simplemente confirmó con un leve movimiento afirmativo de cabeza que Alice había deducido perfectamente el final trágico de Bruno.
— Y el tique lo dejó Peter o Brooke al lado del cuerpo de Bruno adrede. Era un mensaje para mí, para que me estuviera callada si Bruno me había contado algo de esos correos… si lo hubiera hecho, ahora yo también estaría… muerta.
Después de dejar unos segundos para que Alice asimilara todas las nuevas noticias. Timni se levantó y afirmó con la máxima seguridad que pudo:
— El detective Rothman, ante el nuevo cariz que ha tomado el caso se ha puesto en contacto con el FBI. Nos esperan en San Juan, cuando lleguemos a puerto. Se harán cargo de Peter Williams. En estos momentos imagino que ya estarán registrando su piso, así como el de Brooke Smith. Si no se han deshecho del arma del crimen, las huellas dirán cuál de los dos cómplices es el asesino de Bruno…
Timni afirmó con toda la tranquilidad que pudo, apoyando una mano pecosa en el hombro de Alice:
— Alice, siento haber sido el maldito mensajero de tan desgraciadas noticias.
Alice se levantó y no dijo nada. Miró hacia arriba el rostro de Timni, fundiéndose en el abrazo que este le ofrecía y perdiendo su frágil cuerpo en la inmensidad del paternal Jefe de Seguridad.
Timni incómodo, no estaba acostumbrado a consolar a nadie, permaneció sin mover ni una pestaña. Únicamente salió de su boca un susurrado “lo siento”.
Charlie permanecía ajeno a la dramática conversación que ocurría en el despacho del Jefe de Seguridad del Luxury of the seas. Estaba en otros asuntos más que concentrado: abrió con cuidado la puerta del baño del camarote, que hasta hacía unas horas ocupaba el fallecido Lloyd John Atkinson III y que había permanecido, hasta entonces, cerrada. Afortunadamente la puerta giraba hacia su derecha y Charlie pudo distinguir, bajo la luz que entraba por la rendija que dejaban las cortinas del balcón, las baldas de aquel lujoso baño, el doble al menos que el de su propio camarote.
En la balda inferior estaba el neceser vacío de Atkinson. Su contenido se desparramaba con cierto orden por la misma balda: maquinilla de afeitar, crema antiarrugas, cepillo de dientes, un pequeño bote de gomina para el pelo y más cosas que Charlie obvió mirar en cuanto sus ojos se fijaron en el estante superior.
En él descansaba el smartphone de Atkinson. Y a ambos lados dos pequeños altavoces de última generación. Charlie sonrió por su tremenda fortuna y la inteligencia de Atkinson: este sin duda había sido muy listo y precavido, colocando como si nada los dos altavoces al lado de su móvil.
A nadie se le ocurriría pensar que estos eran mero decorado: aquellos altavoces en realidad contenían en su interior dos escondites en forma de pequeñas cajas de titanio de apenas cuatro pulgadas y unos huecos acolchados a medida.
Cogió ambos falsos altavoces y los sopesó durante apenas un par de segundos, los suficientes para comprobar, por su respectivo peso, que seguían teniendo en su interior aquellas fantásticas joyas sin par que tantas vidas estaban costando.
Sin soltar los falsos altavoces, volvió al dormitorio y encontró lo que necesitaba: la pequeña bolsa de Harrods. La cogió y metió los altavoces en la misma. Volvió de nuevo al baño, introdujo el smartphone del fallecido Lloyd John también en la bolsa. Tendría que deshacerse de él y de los mensajes que le podrían incriminar en aquel asunto, en cuanto pudiera.
Se le ocurrió coger también una toalla pequeña del lavabo y cerró con cuidado la puerta del baño. Aunque no lo había tocado con sus dedos, repasó el pomo con la toallita y volvió hasta la puerta del camarote, revisando todo lo que había podido tocar. Se puso las zapatillas de nuevo, se vistió de nuevo la camiseta y abrió, con su mano enguantada ahora por la pequeña toalla, unas pulgadas la puerta del camarote de Atkinson.
Comprobando que no había nadie en el pasillo, salió del camarote y cerró tras de sí aún con la toallita en la mano, que escondió con rapidez en la valiosa bolsa que aferraba fuertemente en su mano izquierda. Con el corazón a punto de escaparse por su boca, aligeró el paso y consiguió alcanzar el pasillo del otro costado, el de babor, sin ser visto. Bajó por las escaleras y llegó hasta su camarote, encerrándose en él con las pulsaciones disparadas. Necesitó unos minutos para que la amenaza de un ataque al corazón se disolviera como el azúcar en un café.
Dejó la bolsa encima de la mesa baja anexa al sofá. Y miró por el ventanal: ya no llovía y decidió salir a la terraza a fumarse un cigarrillo. Se volvió a prometer dejar ese pésimo vicio, mientras daba una calada y henchía sus pulmones con el humo.
Mientras miraba, ahora un poco más tranquilo, el resto de balcones, pensando cuál sería el mejor modo y momento de deshacerse del móvil y la toalla de Atkinson, de sus labios salió inconscientemente una promesa que se autoimpuso:
— En cuanto esté en Brunate y todo esto haya pasado, dejo de fumar, lo prometo.
Auto complacido terminó de una potente calada el cigarrillo y volvió al interior de su camarote. Cerró la puerta corredera del balcón y miró su reloj: calculó las desesperantes horas que aún quedaban para desembarcar en el Viejo San Juan. No debía dejarse ver de ningún modo hasta entonces. Abrió la bolsa de Harrods y metió los altavoces en el doble fondo de uno de sus trolleys. Cerró la maleta y la guardó junto a la que contenía su comisión por la compraventa.
Comenzó a desvestirse, tenía toda la mañana por delante, una larga ducha le ayudaría a relajarse y a pensar sus siguientes pasos.