CARIBE, DÍA DE NAVEGACIÓN

27 DE SEPTIEMBRE

QUINTO DÍA A BORDO

 

La mañana se había levantado desapacible. Un viento incesante agitaba las sombrillas sin recoger de la cubierta dieciséis. Algunos camareros miraron al cielo y, en prevención, comenzaron a plegarlas. Pocos madrugadores habían optado por acercarse hasta las piscinas a esa hora tan temprana.

Numerosas y oscuras nubes cruzaban el cielo azul, creando extrañas sombras en las pulidas maderas de la cubierta exterior. A lo lejos, algunas estaban teñidas de plomo y henchidas de agua. Una tormenta anunciaba su llegada.

La temperatura aún no se había elevado suficientemente, pero Martyn había optado por relajarse con su pareja en uno de los muchos jacuzzis. Podían tomarse un breve descanso, ahora no tenían que seguir a Yerik Vorobiov ni a Charlie Seeker. No se iban a ir a ningún lado: aquel día iba a ser entero de navegación, ya que Jamaica, su siguiente destino, distaba unos mil quinientos kilómetros, aproximadamente ochocientas millas náuticas, de Philipsburg, de donde partieron la noche anterior. Según la información que el canal de televisión de su camarote anunciaba desde primera hora, el Luxury of the seas navegaría a unos treinta nudos por hora, por lo que les quedaban por delante más de veinticuatro horas a bordo sin escala. Nadie iba a bajar del barco.

— He mandado un mensaje al señor Vasilyev.

— ¿Y qué le has dicho?

— Que ayer noche pudimos ver a Yerik Vorobiov reunirse con Seeker y una tercera persona, el comprador. Y que, con toda seguridad, debió producirse el intercambio y compraventa entre ellos.

— ¿Y ha habido nuevas órdenes?

— Ha dicho que debemos asegurarnos que el maletín con el que vimos salir a Vorobiov del salón de lectura, donde seguro llevaba consigo el dinero de la venta de las “joyas de la corona”, vuelva con nosotros a Moscú…

— ¿Y qué hacemos con el propio Vorobiov?

— Ha ordenado explícitamente que nos “encarguemos” de él. Literalmente “que, si el dinero vuelve sin él, las deudas quedarían saldadas de todos modos”.

— Ya… si Vorobiov desaparece, sus negocios pronto quedarían a merced del mejor postor, que qué casualidad, sería el señor Vasilyev. Menudo modo de saldar las deudas de Vorobiov, quedarse con su dinero y con su negocio.

— Efectivamente. Como se suele decir, Vasilyev “mataría dos pájaros con una piedra”[36].

— Ya, pero te recuerdo que “la pedrada” la lanzaríamos nosotros, no él.

— Ese es nuestro trabajo. Por eso nos pagan lo que nos pagan.

— Lo sé, pero quien se la juega, si nos pillan fuera de Rusia, somos nosotros. Y no me apetece pasar el resto de mi vida en una cárcel puertorriqueña, o peor aún, si nos deportan, en una prisión de Estados Unidos.

— A mí tampoco. De todas maneras, no pienses en esa posibilidad…

Un silencio incómodo se apoderó del jacuzzi. Únicamente el viento y el chisporroteo de las burbujas calientes se oyeron durante unos largos segundos. Al final, otra pregunta rompió dicho silencio:

— Por cierto, Martyn ¿Qué ha dicho Vasilyev sobre la mujer de Vorobiov y sus hijos?

— Ni ha dicho nada ni se lo he preguntado. Entiendo que los sumandos le dan igual mientras el resultado sea el que quiere.

— ¿Al menos te ha explicado finalmente qué narices son las famosas “joyas de la corona”?

— No se lo pregunté tampoco. Y me extrañó, pero Vasilyev no lo mentó y sinceramente creo que no lo sabe o le da igual: únicamente parece tener interés en el dinero y en que Vorobiov salde sus deudas para siempre.

— Imagino que entonces no le comentaste que hemos podido ver finalmente al comprador de las “joyas de la corona”. Tenemos la oportunidad de hacernos con el efectivo y con lo que sean esas joyas…

— Lo sé, pero precisamente por eso no le he dicho nada. Por cierto, ¿has averiguado quién es el comprador?

— Ayer noche le pude seguir hasta el camarote número 1160. Por los planos del barco, se aloja en una Owner Suite en la parte de estribor. He averiguado que pertenece a un grupo de empleados de una empresa que se llama SETBALL, ya que todo el pasillo parece estar reservado para los trabajadores de dicha empresa. Sin embargo, debe ser uno de sus directivos porque he podido identificar a otros empleados y estos se alojan en camarotes superiores con balcón, pero no en ninguna Suite. Aunque tampoco estoy seguro de esto.

— ¿No has podido averiguar su nombre?

— Por ahora no, pero seguro que esas “joyas de la corona” sean lo que sean, no se moverán del camarote 1160 que te he dicho.

— Precisamente a eso es a lo que llevo dándole vueltas desde ayer noche. Yo seguí con mucha cautela a Vorobiov y su guardaespaldas Yuri, tras la reunión. No fue fácil ya que tuve que mantener mucha distancia entre nosotros y, al mismo tiempo, evitar exponerme demasiado a las cámaras de algunas zonas vigiladas. Lo único que pude confirmar es que se retiraron a sus respectivos camarotes después de la reunión. No pude acceder a su cubierta, pero me apuesto lo que quieras a que el dinero estaba en el maletín que portaban consigo y, seguro, que dicho dinero lo debe custodiar ahora el escolta, Yuri, en su propio camarote.

— Entonces vigilaremos los movimientos del gigantón y de Vorobiov. Seguro que aparecerá una oportunidad para cumplir las órdenes de Vasilyev.

— Eso o…

— ¿O qué? Me asusta esa sonrisa Martyn…

— No me digas qué tú no has pensado en ello al menos un segundo…

— ¿No se te estará ocurriendo lo que estoy pensando? ¡No me jodas! ¿Estás loco?

— No, no… no estoy loco. Piénsalo por un instante. Nadie se tendría por qué enterar si nos hacemos cargo de Vorobiov, de su escolta y, además, les robamos el dinero. Como mucho denunciarían sus desapariciones, pero nadie sabría lo del robo… Pero es que además sabemos que Seeker guarda su comisión en el maletín que le vimos llevarse ayer de la sala de lectura y sabemos en qué camarote están las “joyas de la corona”.

— Me lo temía, lo estabas pensando… Por cierto, lo del dinero de la comisión de Seeker lo puedo entender, pero ¿ir a por las “joyas” también?

— Si tenemos una oportunidad de robarlas deberíamos hacerlo. Sabemos dónde están y quién las tiene… Aunque…

— ¿Aunque qué?

— Primero, no sabemos qué son exactamente, lo que hace que debamos plantearnos cómo y, si podemos, deshacernos de ellas después en el mercado negro. Por lo que hemos visto hasta ahora, no debe ser fácil venderlas. Y segundo, corremos el riesgo de ir a por todo y quedarnos, como dice el dicho “junto a la tina rota”[37], es decir, sin nada… Sin duda lo primero es lo primero, iría a por lo más sencillo: el maletín de Seeker… luego a por el premio gordo, el dinero de Vorobiov y, sin dudarlo, hacerle desaparecer junto a su escolta. Ya valoraremos con tiempo la cuestión de las “joyas”.

— Demasiado avaricioso. Además, no sabemos qué hay realmente en el pequeño maletín que se llevó Charlie Seeker. Podría contener dinero en efectivo, pero también cualquier otra cosa con la que hubieran pagado sus servicios.

— Es cierto, no lo había pensado… De todos modos, realmente da igual, sea lo que sea lo que le hayan dado de comisión, intentaría hacernos con ello. Será sencillo conseguir una llave maestra de su camarote y, en un momento que no esté, entrar, por ejemplo, cuando se haya acercado al gimnasio. Habrá que volver a vigilar sus movimientos y aprovechar su ausencia del camarote. Luego esta noche tocará lo difícil, el señor Vorobiov y su escolta.

— ¡Y tan difícil! Sabes que Yuri no se va a despegar del dinero y su camarote está pegado al de Vorobiov. ¿Cómo se supone que vamos a entrar en esa cubierta sin llamar la atención?

— Por suerte para nosotros, esta noche está programada la cena de gala con el Capitán. Todos los pasajeros estarán cenando en el restaurante principal del barco. Lo primero que haremos es deshacernos de Vorobiov y conseguir su llave, la que permite acceder a la cubierta diecisiete. Después, al amparo de la oscuridad, llegaremos hasta el camarote de Yuri y, si este no ha salido del mismo, matarlo también. Como te dije el otro día, sería sencillo deshacernos del cuerpo del gigantón… ¿se te ocurre alguna excusa o pega más que poner? Vamos, piénsalo… es nuestra oportunidad de retirarnos para siempre… 

— Pues ya que parece que has pensado en todo, sí tengo otra duda ¿qué pasa con Vasilyev? Es su dinero y si no aparecemos en Moscú con él, no creo que se quede de brazos cruzados, así sin más.

— También había pensado en ese problema… Nos quedamos con el dinero, volvemos a Moscú y nos “encargamos” de Vasilyev. Luego tendríamos el mundo para escondernos… aunque de nadie, porque ya no quedaría ninguno que nos pudiese identificar con ambas muertes.

Después de dejar caer sus pensamientos deletreando cada sílaba de su última frase, Martyn dejó resbalar su cuerpo por el banco del jacuzzi. Sumergió su cabeza dentro de las calientes burbujas del mismo, mientras sonreía con la cómica cara que se le había quedado a su pareja.  

Timni se dirigió hacia la sala de video vigilancia. Cerró tras de sí la puerta de su camarote, en el lateral de estribor. Solo tuvo que andar unos pasos por la mullida moqueta del pasillo en dirección a proa. Se cruzó con una empleada vestida con el uniforme de Jefe de Camarotes que no reconoció. De todos modos, la saludó.

Dejó las escaleras y la batería de ascensores a su izquierda. Extrajo su tarjeta de acceso restringido del bolsillo delantero izquierdo de la chaqueta. La pasó por la banda magnética del picaporte de la puerta que daba acceso solamente a personal autorizado.

Se estiró las solapas de su uniforme azul marino. Con sus largas zancadas, en un santiamén, dejó a ambos lados algunas puertas atrás, ignorándolas. Giró a la izquierda en un codo del pasillo que continuaba hacía otras salas del personal y hasta el puente de mando.

Accedió a una gran sala donde inmensos planos del Luxury of the seas se balanceaban levemente sobre sus paredes. A la izquierda, la puerta de su pequeño despacho permanecía muda y cerrada. El pequeño cartel de la misma, donde estaba escrito su nombre justo encima de su cargo, Jefe de Seguridad, con letras de latón dorado, también se movía casi imperceptiblemente, al vaivén del barco. La tormenta tropical que había comenzado a crearse pocas millas al norte de la costa colombiana había empezado a tomar cuerpo y velocidad. Según el parte meteorológico, el ciclón tropical se dirigía precisamente hacia el norte, la ruta que ellos pensaban cruzar desde Sint Maarten, pasando al sur de Puerto Rico, la República Dominicana y Haití, en dirección Jamaica; y sus vientos ya alcanzaban una preocupante velocidad de sesenta millas por hora. Si superaban las setenta y tres millas y, además, se cruzaban en la ruta programada del barco, Timni se enfrentaría a su primer huracán y solo de pensarlo se le erizó el ligero vello pelirrojo de su nuca.

Le entró un respingo mientras abría la puerta de la sala de video vigilancia. Su joven ayudante Juan José se acercó hasta él.

— Buenos días jefe. Siento molestarte en tu tiempo de descanso y haberte avisado con tanta premura.

Se saludaron con un apretón informal de manos. Timni restó importancia con un gesto de su palma izquierda mientras la pequeña mano de su ayudante se perdía entre su pecosa y lechosa manaza derecha.

— Está bien, no te preocupes. Por cierto, antes de nada ¿qué sabemos de la tormenta que mencionó el Capitán Svensson ayer noche?

— Lamentablemente, parece que está tomando nuestra dirección; por ahora es solo una tormenta tropical... pero nunca se sabe, a veces toman direcciones imprevistas o se volatilizan tan rápido como han surgido… o suben de nivel, alcanzando la categoría de huracán.

— Crucemos los dedos entonces para que sea alguna de las primeras opciones que has mencionado... Bueno dime, cuéntame eso tan urgente que has visto en las cámaras de seguridad y que has afirmado con tanta vehemencia que debía ver en persona.

Enseguida, Juan José se dirigió con diligencia hacia una consola central, acercando una silla a Timni. A ambos lados de una pantalla gigante, así como en una fila de puestos delante de ellos, varios de los hombres del equipo de vigilancia tecleaban sus teclados o simplemente miraban con atención sus monitores. Ninguno se había movido de su sitio cuando Timni había entrado, que una vez sentado, preguntó a su ayudante:

— ¿Habéis localizado a Tim Nolan?

— No, lo siento, jefe. Pero precisamente relacionado con su búsqueda, como bien sabes, estamos revisando todas las grabaciones y cámaras con mayor cuidado si cabe que normalmente.

— Lo sé, estáis haciendo muy trabajo y os agradezco, tanto a vosotros como al equipo del otro turno, el esfuerzo.

Timni pronunció la frase elevando su tono para que todos sus empleados presentes pudieran oírle. Nunca había tenido gente a su cargo, ni por tanto experiencia en dirección de personas, pero era de sentido común intentar mantener la moral del equipo bien alta dadas las circunstancias.

— Gracias, jefe. Como te decía, revisando las grabaciones de ayer noche, nuestro compañero Mark vio algo extraño en la novena cubierta, en la cámara que controla la batería de ascensores que da al salón de lectura. Hemos estado visionando las imágenes hace unos minutos y por eso te he llamado… pero será mejor que lo veas tú mismo. ¡Mark, pincha por favor la grabación en el monitor principal!

Delante, dos puestos a la derecha, un joven rubio de cara aniñada y flequillo rebelde se giró hacia ellos al oír su nombre confirmando la orden recibida.

— ¡Ya la tienen delante, jefes!

Juan José con el ratón dio al icono de “play” que se mostraba en una banda que ocupaba una esquina del monitor. Timni pudo distinguir la batería de ascensores mencionada, ocupando la parte de la derecha de la pantalla. Las imágenes estaban grabadas en buena calidad y con un gran angular. En la esquina superior, un reloj indicaba la hora de visualización. Indicaba las diez y treinta y dos minutos de la noche. También el número de cámara y la cubierta que estaban viendo. A la izquierda, se observaba toda la amplitud de un ancho pasillo que iba desde los ascensores hasta otra puerta automática de cristal. Se podían distinguir algunos escalones, así como el final del pasamano de las elegantes escaleras enmoquetadas tras la puerta.

— El pasillo que ves va de estribor a babor. A la izquierda se puede distinguir una puerta. Es, como te decía, la del salón de lectura de la cubierta nueve. Mira quién hace acto de presencia.

Timni pudo reconocer fácilmente unas enormes espaldas que iban ocupando casi toda la imagen, para ir perfilándose más claramente cuando la imponente figura se acercó hasta la puerta cerrada del salón de lectura. En la mano derecha del gigantón se podía distinguir una pequeña bolsa oscura de tela. Sin dejar de mirar la pantalla del monitor, Juan José comentó en ese instante una obviedad:

— Es el tío descomunal que pararon el primer día en el control del embarque.

A Timni le salió la respuesta sin querer:

— Elemental, querido Watson.

Juan José miró a su jefe con limpia extrañeza. En el monitor se mostró a una segunda persona al lado del que sería sin duda su guardaespaldas.

— No me hagas caso Juan José, es que siempre quise decir eso… cosas mías. Efectivamente, lo es. No lo había vuelto a ver desde que embarcamos. Por lo que se ve, acompaña al que debe ser su jefe hasta el salón.

Se distinguía bien que el guardaespaldas llevaba unos pantalones de color caqui, de pinzas y una blazer o americana talla xxxl azul marina encima de un polo blanco, que como no podía ser de otro modo, le quedaba ajustada. El que debía ser su jefe, de generosa complexión también, pero que parecía pequeña al lado del anterior, daba de perfil a la cámara. Llevaba un traje arrugado y el brillo de su reloj de oro se distinguió con claridad al levantar su muñeca cuando el guardaespaldas le pasó la bolsa que portaba este último.

— Como ves jefe, el señor de mayor edad entra en el salón de lectura con una pequeña bolsa que portaba el gigantón. Y como se aprecia, este se queda fuera… vigilando la sala.

— Extraño sin duda. — Timni pasó por alto el comentario de su ayudante respecto a la edad del orondo y ostentoso sujeto que observaban. Este debía tener pocos años más que él —.

— Por eso te hemos avisado: a Mark le llamó la atención, ya de primeras, el tamaño del descomunal tipo, pero sobre todo el gesto vigilante de este en cuanto su jefe entra en el salón. La escena es muy sospechosa… más cuando mira quién entra a continuación en escena.

Timni pudo ver con claridad cómo, desde las escaleras que se veían al fondo, una persona también reconocible aparecía en el pasillo. Por un momento este se paraba, aparentemente dubitativo al verse con aquel ciclópeo escolta vigilando la puerta; pero finalmente, con firmeza, se acercaba hasta la puerta del salón de lectura y saludaba al anterior con un gesto leve de cabeza. Timni acercó más el rostro al monitor: impecable y elegantemente vestido con un traje hecho a medida, aunque sin corbata, una camisa blanca impoluta, un gran maletín en su mano izquierda y otro más fino en su mano derecha… estaba el mismísimo CEO de SETBALL, Lloyd John Atkinson III en persona. Ahora fue su ayudante Juan José quien rompió el silencio que se había apoderado de la sala de video vigilancia:

— Por su gesto, jefe, veo que le reconoce: es el señor Atkinson III. No tenemos sonido, pero se puede distinguir cómo el jefe de Alice Thompsen… y del desaparecido Tim Nolan, le comenta algo al gigantón mostrándole con un gesto el gran maletín que porta en su izquierda. Y cómo este último lo deja pasar, volviendo a su posición de firmes delante de la puerta…

— Joder, más extraño no puede ser… cierto. — Timni se atusó inconscientemente tres veces la barba de unos días mientras se tomaba su tiempo para pensar — ¿No tenemos cámaras dentro del salón?

— Lo siento jefe, pero no en ese salón. Tampoco me extrañaría que los invitados a esta rara reunión hubieran elegido precisamente ese salón por ese motivo. Únicamente podemos elucubrar qué pasó durante la siguiente media hora. Mark pasa el video hasta las once y cuatro minutos.

El video de los ascensores, pasillo, puerta del salón y escaleras, con el guardaespaldas inmóvil, se movieron a cámara rápida durante unos segundos. Únicamente una pareja de aparentemente recién casados, una familia con tres hijos pequeños y un joven musculado, que sin disimulo miró con envidia unos segundos al gigantesco escolta, desfilaron delante de la cámara, cruzándose en el pasillo que daba al salón de lectura en dirección a los ascensores de estribor o a la escalera de babor.

Las imágenes pasaron ante la atenta mirada de Timni a tanta velocidad como el reloj del monitor avanzaba sus minutos hasta alcanzar las once y cuatro minutos… de nuevo la imagen se congeló. No se veía ningún movimiento en ese instante, como si el gigante guardaespaldas fuera una escultura de bronce que hubiesen colocado delante de la puerta. Solo el reloj digital de la pantalla se movía dando cuenta de que el tiempo sí avanzaba realmente en las imágenes que tenían delante.

— Ahora, jefe, mira con atención de nuevo y verás algo extraño. Fíjate en todos los detalles.

A las once horas, cinco minutos y seis segundos, la puerta del salón de lectura se abrió de nuevo. Timni distinguió perfectamente, ahora de cara a la cámara, al señor mayor cruzando el umbral de la puerta del salón y diciendo algo a su escolta, al gigantón, que no pudieron distinguir. Timni se fijó entonces como le daba, al guardaespaldas, el maletín grande que el señor Atkinson había llevado consigo antes de entrar. Ambos se dirigieron entonces hacia los ascensores, acercándose hasta la cámara del pasillo, desapareciendo a continuación de la pantalla.

— Ahora es el señor mayor, mejor dicho, su escolta, quien lleva el maletín grande que antes portaba el CEO de SETBALL.

— Efectivamente, jefe. Y en un par de minutos verá justo lo contrario.

Timni esperó impaciente. La puerta del salón de lectura se volvió a abrir y, en esta ocasión, era el misterioso Lloyd John quien efectivamente portaba consigo una pequeña bolsa, miraba de derecha a izquierda, dirigiéndose de nuevo hacía las escaleras de babor y, también, desapareciendo de las imágenes.

Juan José paró el video y se giró hacia su jefe, que se mantenía, al mismo tiempo, callado y pensativo.

— ¿Y bien? ¿Qué te parece, jefe? Parece que ayer noche, en el salón de lectura, dos de nuestros más ilustres pasajeros realizaron una compraventa o un intercambio. No podemos saber quién ha comprado qué a quién, pero parece, si me permites la expresión, que algo huele mal en este asunto. Y no sé si tendrá que ver con todo esto la desaparición de Tim Nolan, pero siendo su CEO uno de los que acabamos de pillar en un asunto con pinta de todo menos de legal, tampoco me extrañaría que hubiera alguna relación entre ambos casos. Mucha casualidad me parece ¿no?

— Demasiada casualidad diría yo también… — Timni volvió a callarse reflexivamente.

— Creo, jefe, que deberíamos intervenir. Y volver a tener una amplia charla con el señor Atkinson III. En cuanto al señor mayor y su guardaespaldas, hemos averiguado sus camarotes mediante la aplicación de reconocimiento facial de que disponemos. Hemos visionado vídeos posteriores y se alojan en la cubierta diecisiete. Me he permitido adelantarme y acabo de reunirme con la, en este caso, Jefe de Camarotes de dicha cubierta. Nos ha confirmado que el hombre identificado se aloja en la Royal Suite número de camarote 1740. También hemos averiguado que ese camarote está a nombre de Yerik Vorobiov. Viaja a bordo con su familia: esposa y dos hijos pequeños.

— Los recuerdo del día del embarque.

— El camarote anexo, 1739, está a nombre de Yuri Egorov, que así es como se llama el guardaespaldas.

Timni se mantuvo callado de nuevo. Su cabeza tomaba decisiones a toda velocidad; se permitió unos largos segundos para ordenar sus ideas y finalmente comenzó a hablar:

— Lo primero, no podemos intervenir en la extraña transacción que acabamos de ver en la grabación de video. Que dos pasajeros se junten e intercambien algo, sea lo que sea, no es de nuestra incumbencia por ahora… aunque parezca todo bastante sospechoso. No tenemos pruebas de nada. Otra cosa es que hubiéramos podido grabar el interior del salón de lectura. De todos modos, inicialmente mantendremos una discreta vigilancia a estos dos pasajeros y, por supuesto, a Yuri, el guardaespaldas.

— Me he permitido dar ya esas órdenes, jefe. Hemos revisado los videos de ayer noche: el señor Vorobiov se retiró a su camarote. Tenemos imágenes grabadas donde se le ve en el Casino poco tiempo después. Estuvo jugando al blackjack hasta bien entrada la madrugada. Bebió bastante y sabemos que perdió al menos dos mil euros. Luego se retiró a su camarote. De su escolta no tenemos imágenes grabadas donde lo hayamos vuelto a ver por ningún lado. Debe haberse quedado en su camarote… custodiando lo que sea que llevaban en ese gran maletín.

— Perfecto, muy buen trabajo. ¿Y del señor Atkinson sabemos algo?

— No, no salió de su camarote tras volver de la reunión. Al menos, no tenemos ninguna grabación donde lo hayamos identificado.

— Muy bien… Quiero que tengáis localizados en todo momento a los tres y que cualquier cosa que veáis rara, aunque parezca nimia, me la comuniquéis. Dejaremos el canal veintiocho abierto permanentemente a partir de ahora. En especial quiero que sigáis al señor Atkinson, vaya donde vaya, e intentad no perderle de vista ni un segundo. Hoy no tocaremos tierra por lo que ninguno se va a bajar del barco, pero quiero tenerles controlados en todo momento. Y por último… y lo más importante: quiero que vuelvas a darle al “play”, Juan José.

—… No comprendo, jefe, como has podido ver, ya han salido los dos del salón…

— Eso es cierto, Juan José, pero en esta extraña partida faltan por mostrarse más jugadores.

— No te entiendo.

— Querido Watson, la bolsa que portaba el señor Atkinson al salir es de diferente color y me gustaría verla, si se puede, ampliando la imagen, parecía distinguirse un logo o marca en ella. Y, además, falta el maletín pequeño que llevaba el señor Atkinson en su mano derecha al entrar… alguien más estaba dentro de ese salón. Debió esperar unos minutos dentro para que nadie les viera salir juntos. Quiero saber quién es.  

Alice se bajó de la, ya inmóvil, cinta de correr. Tras las cristaleras se veían a lo lejos muchas nubes que se estaban tornando cada vez más oscuras. Recuperando sus normales pulsaciones, sus piernas le recordaron la tarde del día anterior. Las tenía algo cargadas de haber estado recorriendo el barco, de un lado a otro, con sus compañeras Margaret y María, intentando localizar, sin muchas esperanzas, a su desaparecido compañero Tim.

Esa misma mañana, tras un ligerísimo tentempié en el buffet del desayuno, también habían estado escudriñando el gigantesco Luxury of the seas, de nuevo sin fortuna. Además, al ser día entero de navegación, todos los pasajeros estaban a bordo, lo que había dificultado cualquier búsqueda entre más de cinco mil personas que atestaban cada rincón del barco. Finalmente, sus dos compañeras se habían decidido por descansar un rato; ella, sin embargo, había preferido acercarse al gimnasio. Y, por unos minutos, mientras había corrido algunas millas, había conseguido olvidar su ansiedad; a cambio, ahora notaba las piernas realmente agotadas por el cansancio acumulado.

Miró la hora en un reloj de tamaño industrial que presidía una de las paredes principales del gimnasio. Aún no habían dado las once. Se acercó hasta la fuente a rellenar su botella de agua, mientras se secaba el corto cabello rubio empapado de sudor con una de las toallas disponibles para los pasajeros que abarrotaban una estantería, situada tras la fuente.

Cuando levantó la vista después de mojarse los labios en varios sorbos, su sorpresa fue mayúscula al encontrarse cara a cara, casi chocarse, con Carlo, el atractivo italiano que la había salvado del atropello dos días atrás en las calles de Charlotte Amalie y que permanecía frente de ella con una sonrisa de oreja a oreja.

Vestido con unas caras zapatillas de correr, llevaba puesto un negro pantalón corto de deporte y una camiseta sin mangas de compresión de color gris y un dibujo negro a juego con los pantalones. Sus definidos, pero no excesivamente musculados brazos eran muy pálidos y casi sin vello. En el izquierdo llevaba un brazalete con un smartphone y, en su cuello, colgaban unos exclusivos auriculares inalámbricos. Su atrayente rostro estaba ligeramente sonrosado y algunas gotas de sudor brillaban en él. En un inglés perfecto la saludó:

— Buenos días, Alice ¡qué coincidencia vernos de nuevo!

Alice se quitó los auriculares de sus oídos, que de todos modos estaban sin sonido desde que bajara de la cinta de correr. Enseguida se dio cuenta de que el italiano se acordaba de su nombre, lo que la halagó de inmediato y sonrojó al mismo tiempo. Le costó dominar su timidez, sin embargo, finalmente las palabras salieron de sus labios:

— Buenos días… ¿Carlo?

Alice preguntó el nombre, aunque sabía y recordaba con total certeza cómo se llamaba el italiano.

— Buena memoria, sí, me llamo Carlo, Carlo… Cercatore. Encantado de volver a verte… sana y salva.

Charlie tendió la mano a Alice tras secarse el sudor de la misma con una toalla que portaba colgando de su cuello.

A Alice le extraño el gesto por una fracción de segundo, Bruno le había comentado la costumbre italiana de dar dos besos al saludarse, pero supuso que ese tipo de saludo se obviaba si las dos personas estaban sudando como en esa ocasión.

Charlie se dio cuenta de aquella extraña reacción, pero como no supo interpretarla, continuó hablando:

— No habíamos coincidido en el gimnasio ¿vienes a menudo?

A Alice le costó romper su vergüenza:

— La verdad es que no, es la primera vez que me acerco hasta aquí, pero hoy lo necesitaba…

— Viene bien desahogarse, yo intento venir todos los días, aunque no a la misma hora, según me pille. La alternativa de tumbarme al sol en alguna de las piscinas de a bordo no me atrae mucho la verdad, aunque hoy tiene pinta de que poco sol vamos a tener: parece ser que se acerca una tormenta tropical. Tampoco, como puedes ver por mi espectacular bronceado, soy muy de playa…

Alice sonrió ligeramente ante aquel irónico comentario y se balanceó tímidamente coqueta apoyando su ligero peso entre un pie y otro. Enseguida se avergonzó un poco de su introversión y actitud. Además, menuda imagen debía estar proyectando al atractivo italiano con aquella vieja camiseta de SETBALL totalmente sudada y un pantalón corto pegado a su piel por el mismo motivo. Por eso le extrañaron más aún las siguientes palabras de este:

— ¿Has acabado ya?

—… Perdona, ¿qué si he acabado de qué?

La sonrisa aún permanecía en la cara de Alice y gracias a ello, su pregunta no sonó del todo tan borde como parecía.

— Te preguntaba si habías finalizado ya tu rutina, de correr quiero decir. Te he visto bajar de la cinta.

— Sí, sí… he acabado por hoy. Me encuentro muy cansada, ayer por la tarde y esta mañana, a primera hora, he recorrido el barco de arriba a abajo decenas de veces. Iba a estirar un poco y listo.

— ¿Decenas de veces? ¿Y se puede saber por qué?

Alice se mantuvo callada unos segundos, no sabía muy bien qué contestar y por dónde empezar. Él la ayudó, rompiendo de nuevo el incómodo silencio.

— No me dejes con la intriga… si quieres me cuentas, ¿te apetece tomar mientras un batido o refresco?

— ¿Ahora?

Alice hizo la pregunta mirándose la ropa sudada. Charlie observó su gesto y mirándose también hizo el comentario con la mayor naturalidad del mundo.

— Ya lo sé, no tenemos buena pinta, pero qué más da. Seguro que si estás cansada te vendrá bien beber algo: en el bar del spa sirven unos magníficos batidos proteínicos. Si lo prefieres también tienen bebidas isotónicas. Nos lo hemos ganado después del ejercicio.

Alice dudó un par de segundos, no conocía de nada a Carlo, pero declinar una inocente invitación a una bebida hubiera sido de muy mala educación, más habiéndola salvado de ser atropellada. Además, le apetecía hablar con alguien… no le vendría mal un hombro en que llorar… y los hombros de aquel atractivo italiano sin duda parecían perfectos.       

Charlie tenía apoyados sus brazos en la pared de la pequeña ducha de su camarote mientras dejaba que el agua caliente cayera como una cascada sobre su cabello, cara y cansados hombros.

No paraba de dar vueltas en su cabeza a la conversación que acababa de tener con la joven y guapa Alice. Se había acercado hasta ella sin pensárselo mucho, cortejar era algo casi natural ya en su subconsciente. Además, estaba la cuestión de que tampoco era malo poder obtener algo de información, ya que como había podido comprobar por la camiseta que ella llevaba, trabajaba en la misma empresa de Atkinson III.  Sin embargo, lo que le había sorprendido era que, no sabía muy bien cómo había ocurrido, aquella inocente y, en principio, banal conversación, pronto se había convertido en una montaña rusa emocional.

Él casi no había dicho ni una palabra, había sido prácticamente un monólogo donde todo el peso de las palabras lo había mantenido una realmente afligida Alice. La extraña desaparición de su compañero Tim Nolan había ocupado los primeros minutos de aquella conversación y parecía ser la causa de la honda pena que atenazaba el corazón de aquella bella joven. Él recordaba, como para no hacerlo, a aquel joven con camisa extravagante que había conocido en las calles de Charlotte Amalie.

Todas las alarmas de sus sentidos habían saltado con aquella dramática y presunta desaparición, pero más cuando, todavía no sabía por qué, la conversación había derivado hacia un cariz nuevo y más preocupante aún si cabe: el atraco y asesinato, hacía unos meses, en extrañas circunstancias, de un amigo de Alice, o algo más había intuido él, llamado Bruno Grasso.

Y finalmente, el hecho definitivo que le había dejado K.O., y que había tenido que disimular para que no se le notara en sus gestos, fue cuando supo la fecha de aquella muerte. A Charlie no le cupo duda de que coincidía con el mensaje recibido en su móvil de Atkinson III, aquella lejana mañana, cuando estaba en su casa de Brunate. ¿Casualidad?

Ciertamente nervioso con aquellas inquietantes novedades, salió de la ducha y se secó con una inmaculada toalla blanca, con el logotipo de la compañía OCEANIC bordado en una esquina, bajo un dibujo a escala del Luxury of the seas, con la que se rodeó la cintura. Sin dejar de dar vueltas una y otra vez a aquella conversación con la bella Alice, con una pequeña toalla de manos se secó el pelo brevemente y se la dejó apoyada sobre sus hombros, asiéndola con ambas manos. Se miró en el espejo lleno de vaho, pasando antes la mano por su superficie para dejar un leve espacio desempañado donde poder ver su rostro, el cual mostraba la tensión acumulada. Se puso con parsimonia espuma por la cara y comenzó el habitual ritual de afeitar su escaso vello con una cuchilla.

Tras quitarse los restos de espuma y secarse con la toalla de mano, abrió la puerta del baño acercándose hasta la gigantesca cama. Recogió la ropa de deporte sudada que había dejado sobre la misma para guardarla y se miró un segundo en las puertas de espejo del armario. Se dio cuenta de que este estaba entreabierto…

Extrañado, él nunca lo dejaba abierto, se giró y observó cómo el pequeño maletín de piel donde su cliente anoche le había llevado su comisión por la compraventa, los dos millones, al cambio, de libras, descansaba caído sobre el mueble de la televisión.

Rápidamente soltó la ropa de deporte que aún agarraba en su mano y se acercó hasta el maletín. Lo puso de pie, tal y como él estaba seguro que lo había dejado antes de irse al gimnasio hacía un par de horas, y miró en su interior. Como esperaba, estaba igual de vacío que la noche anterior, cuando había sacado los tres grandes fajos de ciento treinta billetes de diez mil dólares singapurienses cada uno, que había escondido en un doble fondo de una de sus maletas, bajo su seguro candado.

Dejó el maletín y abrió el armario con rapidez. Al fondo descansaban sus trolleys gris plata. Sacó cada maleta con una mano y las puso sobre la cama. Comprobó que los irrompibles candados seguían inamovibles en su sitio. Para cerciorarse, puso de todos modos la combinación de tres números en el primero de ellos: la maleta más pequeña se abrió sin problemas. Comprobó el doble fondo apresuradamente. Por fortuna, allí seguían los tres fajos, tal y como los había dejado. Tocó el dinero para comprobar que de verdad este seguía ahí. Cerró el doble fondo, volvió a poner el candado y giró la combinación. Hizo la misma comprobación, ya más tranquilo, con el trolley de mayor tamaño: vacío lo había dejado y, vacío seguía. Nadie había tocado el candado. Cerró también la maleta dejando ambas, de nuevo, al fondo del armario.

Corrió la puerta del armario, cerrándola del todo, y abrió la otra hoja del mismo, la que estaba entreabierta. No habían sido imaginaciones suyas, alguien había entrado en su camarote: la puerta de la pequeña caja fuerte que descansaba en una de las baldas, estaba también entreabierta. No se veían marcas de una palanca mellando el borde la puerta, donde se encontraba el único cierre de la misma. Quién la hubiese abierto, sabía hacerlo sin forzarlas. Miró en su interior.

Su pasaporte falso, así como los billetes de vuelta a Londres descansaban, junto a la cajita de los gemelos, en su balda superior. La cartera que contenía unos cientos de dólares y, una tarjeta de crédito igualmente bajo su nombre falso, permanecían todavía en su sitio. Abrió la cajita de los gemelos, la plata de estos relució al hacerlo. Charlie entonces se agachó unos centímetros y miró el fondo vacío de la balda inferior de la caja fuerte: las dos pipas compradas en Philipsburg no estaban.

Ciertamente turbado, se sentó en la cama, pero no le dio tiempo ni a pensar, enseguida se levantó como un resorte al oír unos golpes.

— ¡Toc, toc!

Charlie no reconoció en un primer instante de dónde provenía el ruido, que se volvió a repetir.  

— ¡Toc, toc!

Era la puerta de su camarote, llamaban con los nudillos a la misma. Se acercó silenciosamente al baño y se puso con precipitación el albornoz que colgaba de la percha trasera de la puerta del mismo, dejando caer su toalla al suelo. Se acercó hasta apoyar la oreja en la puerta del camarote.

— ¡Toc, toc! ¿Señor Cercatore?

Charlie distinguió con facilidad el acento con el que el Jefe de Camarotes, Arthit, pronunciaba siempre su falso apellido italiano. Respiró tres veces y se relajó. Abrió entonces la puerta entornándola solo unos centímetros, mientras cerraba con decoro su albornoz. Al asomarse vio a un nervioso Arthit que sin mediar saludo de por medio comenzó a hablar:

— ¡Perdone que le moleste, señor! No sabía si estaba dentro o no… Menos mal que le encuentro señor… no sabía cómo localizarle.

Charlie abrió unos centímetros más la puerta e intentó tranquilizar a un agitado Arthit:

— Tranquilo, como ve aquí estoy. Estaba dándome una ducha después del gimnasio. ¿Qué ocurre? ¿Por qué está tan inquieto?

— ¿Todo bien dentro de su camarote, señor? ¿No ha echado en falta nada?

Antes de contestar, Charlie prefirió preguntar. Le daría unos segundos para pensar respuestas que dar.

— ¿Por qué me pregunta eso? ¿Ha pasado algo? ¿Ha visto algo?

— Pues la verdad es que sí, señor… Por eso le estaba buscando. Hace un buen rato yo estaba al final de este pasillo, señor. Hacia la popa, cerca de las escaleras y el pasillo de los ascensores. Estaba revisando, con una de las camareras, el armario de toallas ya que había perdido una de las tarjetas maestras de los camarotes… bueno eso da igual ahora… y me ha parecido ver a una pareja salir de su camarote.

— ¿A una pareja? ¿De mi camarote? ¿Está seguro?

— Cien por cien. Estábamos muy lejos pero seguro, seguro que era su camarote. Uno de ellos llevaba algo en las manos, sin embargo, no he podido distinguir qué era, nos han dado la espalda y se han dirigido hacia proa enseguida. Y ni a la camarera que le decía, ni a mí, nos sonaban de esta cubierta.

Charlie se tomó unos segundos para pensar. Creía saber quiénes habían sustraído la tarjeta maestra a la camarera y habían entrado en su camarote. Debían haber tenido solo unos segundos antes de ser vistos. Por eso solo les había dado tiempo de mirar en el maletín caído y llevarse sus pipas… pero en ese momento por su cabeza planearon otros pensamientos: con toda certeza habían entrado a por las “joyas de la corona” o a por su comisión. Afortunadamente no habían dado con esta última, aunque habían conseguido de algún modo abrir la caja fuerte, lo que confirmaba que debían ser unos profesionales. Respecto a las pipas sonrió para sus adentros, probablemente la pareja de expertos ladrones debía haber pensado que eran su comisión, eso o que no tenían ni idea realmente de qué eran exactamente las “joyas” y habían confundido las pipas que había adquirido en Sint Maarten con estas… sus pensamientos se vieron interrumpidos. Arthit le miraba con gesto preocupado:

— Señor, ¿se han llevado algo?

Rápidamente Charlie calculó decir algo sobre las pipas desaparecidas, pero no quería verse envuelto en ninguna denuncia por robo y la consecuente investigación y, con la mayor serenidad posible, afirmó sin pestañear:

— No, no se han llevado nada. Todo está en su sitio. Gracias.

— ¿Está seguro? Si le han robado algo debería denunciarlo, señor.

— No se preocupe, no hay nada que denunciar. Además, usted no ha podido ver bien a la pareja ¿no?

— Cierto señor, no les he podido ver las caras, pero si volviera a verlos, seguro que podría distinguirlos.

Charlie volvió a pensar con velocidad. Finalmente se atrevió a preguntar:

— Por curiosidad solamente, ¿por qué está tan seguro que les distinguiría aun no habiéndoles visto sus caras? ¿Había algo extraño o llamativo en el hombre o quizás en la mujer?

Charlie en ese instante tuvo un flashback de la pareja que estaba desayunando en el Hotel El Convento de San Juan. La verdad es que el hombre era totalmente anodino pero la mujer llamaba la atención por su delgadez: la misma mujer que se había cruzado el primer día a bordo, cuando se había acercado al gimnasio o que había visto, observándole, en Great Bay, la playa de Philipsburg…

— Ah, pues porque no eran un hombre y una mujer… eran dos hombres… y, aunque de espaldas, estoy seguro que les reconocería: parecían, por su físico y andares, mellizos… 

Timni, acompañado de Juan José, había terminado su ronda de primera hora de la tarde. Sin la presencia del buscado sol caribeño, las cubiertas exteriores estaban prácticamente vacías, salvo algún joven que, haciendo caso omiso del viento y la intermitente lluvia que de vez en cuando regaba el barco, disfrutaba del agua caliente y una bebida fría en alguno de los jacuzzis.

Debido a la tormenta, que cada minuto que pasaba arreciaba con mayor ímpetu y se acercaba a la ruta del barco, se habían programado sobre la marcha diversos espectáculos en el Queen Theater Hall y en el Royal Theater, dedicadas al público infantil en el primer caso y, un musical para adultos, en el segundo. Además, el entusiasta equipo de animadores del barco había organizado varias divertidas actividades en la Royal Promenade aptas para todos los públicos. Amén del Casino, todas las cafeterías y tiendas de a bordo permanecían abiertas, al encontrarse en aguas internacionales, sin poder dar abasto para atender a todos los pasajeros que, ausentes de sol y piscinas, buscaban nuevos divertimientos a cubierto de la tormenta. El balanceo del barco había aumentado y, fuera, una ligera lluvia era arrastrada por un incesante viento cada vez más fuerte: según el último parte meteorológico la tormenta estaba acelerando su velocidad considerablemente.

Después de haber comprobado que no había incidencias reseñables, ambos se acercaron hasta la sala de video vigilancia para recibir posibles novedades. Nada más entrar, el jovencísimo ayudante Mark O’Connor se levantó de su silla y los saludó. Tras intentar colocarse infructuosamente su rubio flequillo, que le tapaba media cara, se dirigió tuteando a Timni directamente:

— De Tim Nolan seguimos sin noticias. Del enorme escolta del señor Vorobiov no sabemos nada tampoco, jefe. Como me indicaste, hemos hecho especial vigilancia en los monitores, pero no los hemos visto en ninguna de las imágenes. Sin embargo, sí hemos podido ver a Vorobiov abandonar su camarote antes del almuerzo.

— ¿Iba solo?

— No, ha salido con sus hijos y su mujer… por cierto un bellezón, mucho más joven que él…

— Lo sé, pero no te distraigas con detalles que no aportan nada.

— Perdón, como decía se ha acercado toda la familia hasta el restaurante italiano de la Royal Promenade. Tenemos imágenes identificándolos al entrar y, también al salir del restaurante.

— Bien, ¿Dónde se han dirigido después?

— Los hemos vuelto a identificar en las cámaras que tenemos en el Queen Theater Hall. Han programado un musical infantil de Peter Pan y están asistiendo al mismo.

Mark se quitó de nuevo el flequillo que caía sobre su frente, mirando su deportivo reloj de muñeca.

— El musical está a punto de terminar. Deben faltar unos cinco minutos.

— De acuerdo, esperaremos. Pincha las cámaras de las puertas del teatro. Estaremos atentos para ver qué hacen a la salida. Por cierto, ¿sabemos algo del señor Atkinson III?

— Pues sí, aunque nada relevante, la verdad. Uno de los monitores lo ha grabado tomando uno de los ascensores de su cubierta, la décima, hará hora y media aproximadamente. Lo hemos podido identificar unos minutos más tarde en la Luxury Promenade, entrando en el Starbucks.

— ¿Se ha reunido con alguien?

— Pues sí, ha coincidido con varios empleados de su empresa dentro. Lo sabemos porque en los restaurantes sí disponemos de cámaras. Y hemos supuesto que eran empleados de SETBALL porque algunos de ellos lucían camisetas con su respectivo logotipo. El señor Atkinson III ha estado animadamente tomando un café al menos durante casi cuarenta minutos. Luego ha abandonado la cafetería, de vuelta hacia su camarote, muy bien acompañado, por cierto, por un par de empleados.

— Perdona Mark, ¿por qué suponemos lo de que “de vuelta a su camarote”? ¿Y a qué te has querido referir con lo de “muy bien acompañado”?

— Sencillo, iba con una pareja. Y durante unos segundos les hemos perdido, luego hemos identificado a los tres de nuevo en la misma cámara de la batería de ascensores de la cubierta del señor Atkinson. En el pasillo de dicha cubierta no disponemos de video vigilancia, pero suponemos que se habrán retirado a sus camarotes, no los hemos vuelto a ver salir. Y lo de “muy bien acompañado” lo he comentado porque quienes le escoltaban eran un tío supercachas y una súper explosiva mujer...

Los sentidos de Timni se pusieron a sonar como la alarma antirrobo de un coche ante las palabras explicativas que acaba de dar el jovencísimo ayudante y, la expresión de alerta se manifestó como un acto reflejo en las ansiosas órdenes que inmediatamente salieron de su boca:

— ¡Pon el video ahora mismo de esas grabaciones!

Extrañado, Mark miró a Juan José, quien detrás de su Jefe de Seguridad encogía los hombros mostrando que no entendía tampoco la anormal reacción de este. Sin discutir la caprichosa petición, se giró obediente hacía los monitores, se sentó y tecleó con rapidez algunas órdenes en el teclado del ordenador. En el monitor se congeló una imagen de la puerta del Starbucks. Mark tecleó una última orden, la grabación se mostró en la gran pantalla principal que presidía la consola de monitores.

Se distinguía perfectamente al CEO de SETBALL, el señor Atkinson III, vestido informalmente con unos bermudas y un polo azul marino, saliendo del establecimiento. A su izquierda, una mujer espectacular llamaba la atención sin duda, atrayendo casi todas las miradas de los presentes en la sala. Timni calculó que por las imágenes debía ser muy alta. Llevaba suelta una llamativa melena oscurísima. Vestía unos bermudas cortos blancos que realzaban unas piernas torneadas y bronceadas, a juego con una ajustada camisa sin mangas, también blanca, la cual realzaba tanto su piel morena como sus imponentes y firmes pechos. Sin ninguna duda, ahora estos, estaban siendo el punto de concentración de casi todo el equipo de seguridad de video vigilancia, más cuando el aire acondicionado de la cafetería había marcado sus pezones con descaro. Pero no todos miraban a la exuberante morena: Timni estaba mirando al hombre que les acompañaba y que ocupaba la derecha de la imagen: un hombre realmente distinguible con esa llamativa musculatura, escasamente disimulada bajo una camiseta negra con el logo de SETBALL xerografiado en su potente pectoral.

— Mark, ¿puedes ampliar la imagen del hombre que va a la derecha del señor Atkinson III?

Volviendo de sus impuros pensamientos sobre la llamativa morena de la imagen, el joven Mark O’Connor tardó unos segundos en reaccionar ante la indicación dada por su jefe. Este al menos no había podido ver cómo se le sonrojaban las mejillas, azorado.

— Claro, jefe.

Una imagen con los pixeles distorsionados por el zoom utilizado ocupó en esos instantes toda la pantalla. Varios de los presentes volvieron inmediatamente sus miradas a sus correspondientes monitores cuando los pechos de la joven morena dejaron de aparecer en la pantalla principal.

— A ese lo conocemos.

Timni aseveró su afirmación señalando la pantalla con su dedo índice acusador.

— ¡Coño, ese es Peter Williams!

La frase salió como un resorte desde el hasta ahora callado ayudante de Timni, Juan José. En ese instante a Timni le vino también a la memoria ese nombre. Desde Lillehammer, hacía casi cuarenta años de aquella desastrosa actuación en Noruega, no se había vuelto a fiar de su percepción fisionómica, pero sabía que era muy bueno recordando nombres… Peter Williams era cómo se llamaba el compañero que había mencionado Alice Thompsen, el posible testigo de haber visto descender del barco en Tórtola a Tim Nolan. Su ayudante confirmó este dato de inmediato.

— Es uno de los compañeros de Alice Thompsen a los que estuve preguntando sobre la desaparición del señor Nolan. Según me dijo estaba en el gimnasio cuando le pareció haber visto a Tim Nolan bajar del barco en Road Town. Me llamó la atención su arrogante actitud, pero a lo que voy… y lo importante, es que no me pudo confirmar si lo había visto o no. Simplemente me comentó que le pareció ver a un tío, palabra que curiosamente pronunció por cierto con denostado sentido peyorativo, igual que Tim… con una de esas, y cito literalmente sus palabras, “horteras camisas hawaianas de marica”.

Timni guardó silencio mientras su mente pensaba a toda velocidad. Al momento una idea brillante, como si hubiera venido dirigida por el mismísimo Sherlock Holmes, vino a su cabeza como un disparo de lucidez:

— Mark, recupera de inmediato el video con las imágenes de la reunión de ayer noche en el salón de lectura.

Pasaron unos segundos únicamente, los dedos febriles de Mark bailaron sobre el teclado. En la pantalla principal volvieron a mostrarse los ascensores de la cubierta nueve, el pasillo y la puerta del salón de lectura. El gigantesco escolta del señor Vorobiov volvía a ocupar toda la imagen.

— Pasa hacia adelante hasta que te diga, despacio si puede ser.

Unos segundos después, Timni ordenó de nuevo a un sorprendido Mark.

— ¡Ahí!, ¡páralo!

En la imagen se distinguía perfectamente a un hombre de complexión musculosa cruzar por delante de la puerta del salón de lectura, custodiada por el gigantesco guardaespaldas del señor Vorobiov. Fue Juan José quien afirmó los propios pensamientos de Timni:

— ¡Ese es Peter Williams de nuevo!… No me jodas, no puede ser casualidad.

Timni se tomó su tiempo para meditar los siguientes pasos. Por fin, afirmó con rotundidad:

— No, no puede ser una coincidencia… Juan José elige dos miembros del equipo para que nos acompañen. Antes averigua el camarote de Peter Williams… ¡Es hora de hacer una visita al señor Atkinson y a ese tal Peter!

Timni se giró en ese instante dispuesto a coger la puerta e ir a buscar a Atkinson cuando Juan José le recordó:

— Jefe, te olvidas de Vorobiov y su familia. Están abriendo ahora mismo las puertas del teatro.

Movido por la ansiedad de ir inmediatamente a buscar al señor Atkinson III, ya que su instinto le decía que algo no iba bien, tuvo que tomarse unos segundos para no contestar agresivamente a su indolente ayudante. Una cosa era que él intentara mantener una cordial y cercana relación con los miembros de su Equipo de Seguridad y, otra cosa muy distinta que su ayudante se tomara confianza en exceso, incluso para poner en duda sus órdenes o dejarle en evidencia, recordando, aunque tuviera razón, que se había olvidado del señor Vorobiov. Respiró tres veces y decidió pasarlo por alto:

— Está bien, Mark pincha la cámara de la salida del Queen Theater Hall. Un par de minutos, después vamos a buscar a Atkinson y a Peter Williams.

En la pantalla principal se pudo observar un plano abierto de la batería de ascensores que precedía al hall o gran recibidor de entrada y salida del teatro de la cubierta cuatro. Era difícil identificar con esa distancia a los pasajeros que en tropel abandonaban en esos momentos el teatro. Eran muchos y salían todos muy juntos. Los ascensores no daban abasto y, la concurrencia de asistentes al musical se movía con desesperante lentitud. En un momento, Mark, con mejor vista que la suya, fue el primero en hablar:

— Ahí está Vorobiov. Mire, su guapa y joven mujer está justo detrás, con los dos niños agarrados de sus manos.

Timni miró donde señalaba Mark. Efectivamente, la familia Vorobiov esperaba con paciencia mal disimulada su turno para tomar uno de los ascensores. Acto seguido, Yerik Vorobiov se giraba hacia su mujer y le decía algo que ellos evidentemente no podían oír. El rostro de la joven y bella mujer de Vorobiov no se contrajo ni un instante, ni mostró ninguna reacción. Simplemente hizo un gesto de leve afirmación y, con sus hijos de la mano, se subió sola en unos de los ascensores que en ese momento paró a su izquierda.

El señor Vorobiov acababa de dejar marchar a su esposa e hijos y se dirigió hacia las escaleras de su derecha, desapareciendo de la pantalla.

— ¿Dónde coño ha ido Vorobiov?

Fue Juan José quien contestó:

— Ha tomado una de las escaleras, supongo que habrá subido a la cubierta superior, donde se encuentra la Royal Promenade. No merece la pena esperar uno de los ascensores si vas a dicha cubierta.

— Mark, pincha entonces inmediatamente las cámaras de la cubierta cinco. Y no lo pierdas.

— A la orden, jefe.

Escasos dos minutos después, Timni y su equipo pudieron ver perfectamente como Vorobiov cruzaba la Royal Promenade esquivando al gentío de pasajeros que infestaban dicha avenida. Vieron a este cruzar la entrada principal del Casino. Justo en el instante en que Mark pinchaba una de las cámaras interiores del Casino y aumentaba el zoom enfocando la entrada del mismo, una persona inesperada apareció a su derecha, unos metros detrás de Vorobiov. Este acababa de encenderse un cigarrillo, ya que en el Casino estaba permitido, mientras cambiaba dólares por fichas y buscaba una máquina de juego donde gastarse estas. El silencio de la sala de video vigilancia duró apenas unas décimas de segundo:

— ¡Joder, esa chica es la misma que hemos visto antes!

Juan José era quien había hablado y leído el pensamiento de todos los presentes. Timni se quedó paralizado. Ahí estaba la explosiva morena que habían visto acompañando a Lloyd John Atkinson III a la salida del Starbucks. Instintivamente Timni alargó el cuello hacía delante. La joven pidió fichas para jugar y se sentó en una de las máquinas, coincidentemente a escasos dos metros de Vorobiov.

Pero era evidente que no era ninguna casualidad que se hubiera sentado al lado de Vorobiov: disimulada pero torpemente, de vez en cuando echaba miradas hacia este, como si lo vigilara. Además, la joven apenas jugaba. Timni decidió no esperar un segundo más.

— Juan José, vamos a ver al señor Atkinson III y a Peter Williams, ahora con más razones. Que vengan con nosotros Keanne y Alex. Mark, no separes el ojo de la pantalla, avísanos de los movimientos de Vorobiov o de su “acompañante”. Dejamos el canal veintiocho de los walkie-talkies conectados. Cualquier novedad, la que sea, nos las comunicas inmediatamente. ¿De acuerdo?

— O.K. — contestaron al unísono Juan José, Mark, Keanne y Alex como si fueran un coro bien afinado —.

— Pues en marcha.

Martyn estaba aún asimilando lo que veían sus ojos. Sentado con su pareja en una de las barras del Casino, manteniendo una distancia más que prudencial, ambos miraban en la misma dirección con un refresco en sus manos. Enfrente, a un par de decenas de metros y, ajeno a ser observado desde esa distancia, estaba Vorobiov jugándose el dinero en las máquinas donde el bote o blackpot acumulado era más alto. Tres máquinas a su izquierda, se sentaba una desconocida morena que habían podido ver seguir a Vorobiov desde que este hubiera abandonado el musical infantil del Queen Theater Hall.

Ataviada con una escueta ropa cuyo indudable objetivo era mostrar el máximo posible de sus encantos, en un momento dado, cuando la máquina de la derecha de Vorobiov se quedó vacía, la mujer se sentó en la misma.

— Vorobiov acaba de hacer contacto visual con la “buscavidas” esa.

— Ya veo, Martyn. Y sin duda, “el pez acaba de morder el anzuelo”. Ahora imagino que ella le preguntara cómo funcionan esas máquinas o alguna tontería de esas para empezar su “transacción”.

— Sería el paso lógico siguiente. Míralo, ahí lo tienes. Ya están hablando.

Ni Martyn ni su pareja podían creerse la manifiesta estupidez de Vorobiov. Desde lejos, cualquiera, que no estuviera pensando con su miembro viril en lugar de con la cabeza, podía ver cómo aquella morena de generosas curvas estaba coqueteando descaradamente, actuando con algún interés, seguramente monetario. Pero había algo que no encajaba en aquella situación: camuflados entre la multitud que había salido del musical infantil en la cubierta superior, habían conseguido disimuladamente localizar entre el gentío a Vorobiov, que había asistido con su familia al espectáculo. Luego habían podido observar desde la distancia cómo precisamente aquella misma mujer, la cual en esos instantes hacía ojitos y enseñaba su generoso escote al viejo engatusándolo para invitarla a una copa y lo que se propusiera hacer después… había seguido a este por las escaleras, atravesando la Royal Promenade, hasta al Casino. Martyn susurró sus inquietudes:

— Hay algo que no cuadra ¿por qué narices esa fulana le ha seguido desde la cubierta inferior? Creo que no es lo que aparenta.

— ¿Qué quieres decir, Martyn? No te sigo.

— Que creo que esa mujer no es ninguna prostituta, sabe muy bien qué está haciendo y con quién está flirteando…

Minutos después, Martyn y su pareja abandonaron el Casino siguiendo a Vorobiov y a su misteriosa acompañante. Subieron a uno de los ascensores de popa. Desde el ascensor de enfrente pudieron ver cómo la mujer pulsaba el botón de la cubierta catorce. Ellos hicieron lo mismo y llegaron unos segundos más tarde a dicha cubierta. Por un momento los perdieron de vista mientras ellos atravesaban el recibidor o pasillo que comunicaba estribor con babor.

Lejos de allí, en la sala de video vigilancia, pero en la otra punta del barco, Mark accionaba el botón de su walkie-talkie y seleccionaba el canal veintiocho.

— Jefe, ¿me escuchas? Cambio.

A los dos segundos un zumbido de electricidad estática dio paso a la voz de Timni:

— Sí, Mark. Te escuchamos. Cambio.

— Vorobiov ha abandonado el Casino, acompañado de la despampanante morena. Se han dirigido juntos a los ascensores de popa. Tenemos imágenes de que han bajado en la cubierta catorce y luego nada. Cambio.

— Repite lo último, Mark. No te hemos entendido ¿has dicho luego nada? Cambio.

— Sí, les hemos perdido cuando han tomado uno de los pasillos exteriores de babor. No tenemos cámaras en dicho pasillo. Cambio.

— ¿Con el mal tiempo que hace han salido a uno de los pasillos exteriores? ¿Y con qué comunica dicho pasillo? Cambio.

— Jefe, el pasillo, aunque es exterior, está cubierto. Da acceso a una terraza del restaurante buffet, al hall de las escaleras de popa que dan acceso a las cubiertas de camarotes inferiores y, a la zona de piscinas. Cambio.

— ¿Y no tenemos cámaras que cubran esos accesos? Pínchalas, Mark, en algún sitio se habrán metido. Cambio.

— Ya lo he hecho, pero en el hall de las escaleras no disponemos de video vigilancia. Por las otras cámaras no hemos recibido ninguna imagen donde se vea a alguno de los dos. Cambio.

— ¡Joder!

Pasaron unos segundos sin que se oyera nada más que un zumbido. De nuevo Mark volvió a escuchar a su jefe hablar por el walkie-talkie:

— ¡Sigue atento a los monitores! Localízalos como sea. Cuando los tengas otra vez en pantalla avísame sin falta. ¿Entendido? Nosotros acabamos de estar llamando a la puerta del camarote de Peter Williams. No ha contestado nadie y parece vacío. Ahora nos dirigimos al camarote del señor Atkinson. Cambio.

— Entendido, jefe. Avisaré en cuanto volvamos a localizar a Vorobiov o a su acompañante. Corto.

Cuando alcanzaron el otro pasillo, tanto Martyn como su pareja, tuvieron que frenar sus pasos al ver tras la puerta acristalada, en un vacío pasillo, cubierto y exterior, al señor Vorobiov manoseando con torpeza a la supuesta prostituta. Extrañándose de que no se hubieran esperado a, ni siquiera, llegar hasta el camarote de la chica, desde donde estaban, no podían oír qué se decían, pero imaginaban que la conversación debía ser bastante subida de tono por la excitación que distinguían en el rostro enrojecido del viejo Vorobiov, que besaba el cuello de aquella mujer, y una incipiente erección que pugnaba por salir de sus pantalones. En ese instante, parapetados tras una columna que evitaba que fueran vistos, fueron testigos de un hecho inesperado que les pilló por sorpresa:

— ¿Has visto lo mismo que yo Martyn?

— Sí, sí lo he visto. Esa prostituta acaba de robar la tarjeta del camarote a Vorobiov y, hábilmente, se la ha guardado después en el bolsillo de sus shorts

— Joder, esa mujer no es ninguna fulana que se lo esté intentando camelar. Si le ha quitado la llave de su camarote es porque piensa… ¡robarle después…! ¡Justo lo mismo que pensábamos hacer nosotros!

— Tenías razón, esa mujer no es lo que aparenta… Déjame pensar un momento.

En ese instante, espiando a la extraña pareja, escondidos detrás de la columna mientras decidían qué hacer, observaron una escena que pareció desarrollarse a cámara lenta: la mujer, una vez tuvo la tarjeta bien guardada en uno de sus bolsillos, de repente apartó bruscamente a Vorobiov y lo abofeteó con tal fuerza que este se quedó tambaleando a la par que sorprendido por la reacción inesperada de esta.

Martyn y su pareja distinguieron cómo Vorobiov se llevaba las manos a su dolorido rostro, dando dos pasos hacia atrás, acercándose peligrosamente a la barandilla que separaba las catorce plantas del abismo hacia el mar revuelto que chocaba con rabia contra los costados del barco. También apreciaron cómo Vorobiov comenzaba a amenazar a la mujer con gritos ininteligibles desde donde se encontraban, alucinados tras la puerta de cristal que los separaba de aquel pasillo exterior.

En una fracción de segundo aquella misteriosa morena lanzó una patada voladora perfectamente ejecutada con sus fuertes piernas bronceadas. Martyn y su pareja vieron cómo Vorobiov era lanzado hacia la barandilla que había a su espalda. Con la fuerza del golpe este se golpeó con el pasamano y dobló su espalda, cayendo hacía atrás mientras volteaba el aire con sus manazas, intentando sin éxito asirse a la barandilla y desapareciendo de su campo visual…

Martyn pensó a toda velocidad ante lo que acababan de presenciar… ya no tenían que matar a Vorobiov puesto que aquella supuesta prostituta, la cual ahora se asomaba a la barandilla, lo había hecho por ellos. Tenían que actuar rápidamente si no querían que su plan se fuera al traste:

— ¡Rápido, vamos a por esa zorra!, hay que hacerse con la tarjeta del camarote de Vorobiov.

En unos segundos tenían en su poder la tarjeta del camarote y salían del vacío pasillo exterior por el hall de las escaleras. La misteriosa morena se había resistido como una tigresa, con más fuerza de la esperada, pero finalmente no había podido hacer nada contra la velocidad y destreza de ambos, acompañando unos segundos después a Vorobiov al fondo del océano enrabietado.

Nada había salido según lo planeado, tendrían que haber interrogado a la mujer, ¿era una simple ladrona? Lo dudaban. ¿Sabía a quién estaba robando? Estaban seguros. Pero no había habido tiempo para preguntas. Actuaron rápidamente sin pensar. Tendrían que haber pensado.

Al menos, no había cámaras de seguridad en aquel pasillo exterior ni en las escaleras anexas. Por fortuna, tampoco se cruzaron con otros pasajeros antes de llegar a su camarote, ya que Martyn iba prácticamente tuerto y apoyándose en el brazo de su pareja mientras disimulaba, como podía, la sangre que salpicaba su rostro, de un enorme arañazo que aquella malnacida le había infringido en un ojo antes de caer al vacío.

De todos modos, una vez dentro, Martyn se recostó en la cama, mientras su pareja buscaba el pequeño botiquín que se habían llevado con ellos, más que preocupado. Y no por la herida que no paraba de sangrar, aunque dolía seguramente no era nada que no se pudiera curar… lo preocupante era que no tenían ni puñetera idea de quién era aquella morena, ni tampoco si había algún cómplice de esta o más piezas en aquel, cada vez más, complicado juego. El ojo le escocía muchísimo y le impedía pensar con claridad, lo único cierto e importante era que, al menos, tenían la tarjeta de la cubierta diecisiete… y a Vorobiov fuera ya de circulación.

Timni llamó, con los nudillos, a la puerta del camarote Owner Suite número 1160. Nadie contestó a la llamada. Timni volvió a insistir una segunda vez:

— ¡Señor Atkinson!, ¡señor Atkinson!

Solo el silencio respondió. Timni acercó su oreja a la puerta del camarote. Durante unos segundos, no distinguió ningún ruido.

Luego oyó claramente cómo una voz de ultratumba muy lejana pronunciaba lo que parecía la palabra ayuda. Seguido por un ruido sordo contundente.

— ¡Señor Atkinson!, ¡abra la puerta! Soy Timni Lehrer, el Jefe de Seguridad ¡abra la puerta!

De nuevo el silencio, Timni susurró a su ayudante Juan José que le pasara inmediatamente la tarjeta o llave maestra que les había dado el Jefe de Camarotes el día anterior, cuando habían inspeccionado el camarote de la misma cubierta, perteneciente al desaparecido Tim Nolan. Ante la sorpresa de sus ayudantes, Timni desenfundó a toda velocidad su pistola, y le quitó instintivamente el seguro con la misma rapidez. La SIG-SAUER P228 brilló metalizada en su mano derecha, mientras que con la izquierda pasaba rápidamente la tarjeta por el lector del picaporte. Sin esperar la reacción de su equipo, Timni fue el primero en entrar. Lo primero que vio fue al musculado Peter Williams, de pie en medio del revuelto y desordenadísimo salón del camarote, de espaldas a ellos.

— ¡Las manos arriba! ¡No se mueva!

Un acorralado Peter Williams se giró hacia la puerta por donde en esos momentos entraban los otros tres miembros del equipo de seguridad que escoltaban a Timni, que aún le apuntaba con su arma y volvía a gritarle con mayor insistencia:

— ¡De rodillas, de rodillas! ¡Las manos sobre la nuca!

Sin escapatoria posible, Peter Williams resopló mirando de un lado a otro. Lentamente agachó la cabeza y juntó sus fornidos brazos entrelazando sus dedos detrás de su ancho cuello.

— ¡De rodillas, al suelo!

Peter Williams obedeció despacio. Con lentitud, fue agachándose hasta ponerse de rodillas sobre la moqueta. Su cara era una mezcla de furia y resignación.

De inmediato Juan José se acercó hasta la espalda de este con cuidado mientras Timni se aproximaba hasta escasos seis pies, bajando el arma hasta apuntarle a la altura de sus piernas. Su ayudante sacó unas esposas de su chaqueta y comenzó a ponerlas en torno a las fuertes muñecas de Peter. Timni puso de nuevo el seguro y guardó su arma confiado, mientras Juan José terminaba de esposarle. A su espalda, Keanne y Alex, sus otros dos ayudantes del equipo de seguridad, permanecían pasmados ante la escena que se desarrollaba ante sus ojos. En ese instante, Juan José exclamó mirando hacia la derecha de Timni:

— ¡Me cago en la…! ¡Joder, jefe, mira!

Y Timni miró en la dirección que señalaba su ayudante. Desde donde ahora estaban podían ver el dormitorio de la Owner Suite, al lado de la cama se encontraba un casi irreconocible señor Atkinson III, sentado en una silla. Atado de pies y manos a esta mediante una complicada cuerda y sus respectivos nudos. Su cabeza caía a plomo sobre su pecho, manchado de la sangre que dejaban salir las múltiples heridas que le habían destrozado su rostro sanguinolento. Aún desfigurado, Timni pudo recordar las ropas con las que habían visto a Atkinson abandonar el Starbucks y que sin duda aún podían reconocerse en aquel cuerpo inerte que ahora se sentaba en aquella silla.

Mientras Timni y su ayudante, así como los dos miembros de seguridad, permanecían quietos mirando lo que quedaba del rostro de Atkinson III, Peter aprovechó no estar todavía sujeto por las dos esposas y, en un acto tan inesperado como desesperado, se levantó como un resorte hacia atrás, golpeando de un cabezazo el rostro de Juan José.

— ¡Croc!

Se oyó el ruido seco por todo el camarote: sin duda era el sonido del pómulo de Juan José, que se acababa de romper. Este cayó hacia atrás gritando de dolor, mascullando todo tipo de maldiciones y palabrotas en español que Timni no identificó. En un acto de puro reflejo, Timni reaccionó sin pensar ni un segundo, echando todo su peso hacia adelante y girando con una patada circular que golpeó de lleno la rodilla de Peter Williams. Los recuerdos adquiridos de años de entrenamiento en Krav Magá, el arte marcial de las fuerzas especiales israelíes, consiguieron su objetivo de manera instintiva y efectiva: el croc que aún permanecía sonando en el aire fue sustituido por otro sonido diferente:

— ¡Cras!

El eco de la rodilla rota de Peter llenó el aire del camarote como si todos los decibelios del mundo se hubieran concentrado en ese mismo momento, en aquel lugar. Peter cayó al suelo inmediatamente, forzado por la patada que le acababa de destrozar todos los ligamentos, sustituyendo la reverberación de la rodilla rota por unos gritos agudos, casi animales, de dolor.        

La desapacible noche caribeña había envuelto el Luxury of the seas en su oscuridad hacía ya unas horas. Martyn lucía un aparatoso vendaje en su ojo y apenas podía ver por el mismo: aún le escocía. De todos modos, tampoco podían posponer lo que tenían que hacer. Ahora podían aprovechar que todos los pasajeros estaban reunidos en el Grand Caribbean, el descomunal restaurante principal del barco, dando comienzo a la cena de gala que, en honor al Capitán, se celebraba esa misma noche.

Vestidos con sus mejores trajes, como el resto de pasajeros, acababan de dejar atrás la entrada del restaurante. Pudieron comprobar cómo la viuda de Vorobiov, aparentemente tranquila y relajada aun sabiendo de la ausencia de su marido, se sentaba con sus hijos en su mesa habitual. Lo que sí les inquietó fue ver varias mesas vacías. Entre ellas, la silla del señor Atkinson III, el comprador de las “joyas de la corona”. Tendrían que preocuparse por eso más tarde, ahora el dinero del señor Vorobiov era su único objetivo.

Por el contrario, sí pudieron localizar al señor Seeker, bajo su identidad falsa italiana: esa noche por fortuna había elegido cenar en el mismo restaurante principal de a bordo. Ahora, en su camarote, descansaban guardadas en la caja fuerte las extrañas pipas talladas en madera que habían conseguido sustraer del camarote del británico. No sabían su valor, pero imaginaban que debía ser altísimo como pago por su respectiva comisión. Ya tendrían ocasión de averiguarlo cuando llegaran a Moscú.

Martyn y su pareja abandonaron el restaurante Grand Caribbean en cuanto acabaron de servir los aperitivos. Calcularon que disponían de al menos hora y media.

Barajaron acceder a la cubierta del camarote de Vorobiov desde la batería de ascensores de proa; sin embargo, para evitar ser identificados por las cámaras y cruzarse con otros pasajeros o personal de tripulación, eligieron hacerlo por las escaleras de fuera. Había cámaras, pero nadie las estaría mirando, vacías como estaban a esas horas todas las terrazas exteriores.

Sin embargo, una vez salieron al exterior, dudaron de haber tomado la decisión adecuada: casi no se veía nada, negrísimas nubes tapaban la poca luz de la luna llena y la habitual leve brisa caribeña se había ido convirtiendo a lo largo del día en un incómodo y fortísimo viento racheado, siendo capaz de hacer caer a cualquiera que osara enfrentarse a la tormenta. Además, sus pasos fueron acompañados por una incesante lluvia mientras cruzaban con muchísimo esfuerzo la terraza, ahora lógicamente vacía. Se apresuraron lo que pudieron: seguramente sí podían llamar la atención de algún curioso que se asomara al exterior en alguna de las cristaleras y viera, con extrañeza, a dos personas elegantemente vestidas bajo la oscuridad de la tormenta.

El enorme Luxury of the seas se balanceaba ostensiblemente a merced de un mar embravecido por grandes olas que golpeaban los laterales del barco y rugían, dejándose oír junto a un viento cada vez más peligroso. Tuvieron que echar mano de su buen estado físico para recorrer la cubierta evitando las fuertes ráfagas y sobre todo el agua de las piscinas, que, con las oscilaciones del barco, invadían el suelo de la terraza. Con mucho cuidado para no resbalar, ambos alcanzaron agotados la escalera que daba acceso a la cubierta superior.

Empapados, y agarrándose al pasamanos, hicieron caso omiso del cartel indicando el acceso restringido únicamente para residentes en las cubiertas más altas del barco. Ascendieron los escalones y utilizaron la tarjeta del difunto Vorobiov para abrir una de las puertas que les daba acceso. Cerraron tras de sí, el ruido del viento y la lluvia desaparecieron de inmediato.

Lejos de allí, Timni tras haberse duchado y arreglado, cenaba en la mesa del Capitán Svensson, al que habían tenido que dar, en las horas previas, muchas explicaciones sobre lo acontecido en el camarote 1160 y el asesinato a golpes de Lloyd John Atkinson III.

Ni siquiera habían conseguido aún sonsacar una declaración a su asesino, que en esos momentos permanecía en aislamiento en un camarote especial que hacía las veces de enfermería y cárcel, en el área de Seguridad, atado y vigilado. El Oficial Médico, Walter Gorman, les había asegurado, tras dar calmantes a Peter Williams para el dolor de su destrozada rodilla, que de todos modos este tampoco podría escapar muy lejos… ni seguramente jamás volvería a andar como antes.

Tampoco habían conseguido averiguar el motivo de que el camarote del señor Atkinson estuviera tan desordenado cuando habían entrado en el mismo. Aunque Timni en este sentido sí intuía qué había podido pasar: al menos que el musculado Jefe de Contabilidad de SETBALL estaba de algún modo compinchado con Brooke Smith, casualmente o no, amiga de Alice Thompsen y también ayudante de dirección del mismo señor Atkinson; y que seguía desaparecida al igual que el señor Vorobiov, desde que se les viera juntos en la cubierta catorce.

Timni sospechaba que tanto Peter como Brooke debían saber de algún modo el intercambio que se había producido la noche anterior en el salón de lectura. Y estaba claro que ambos habían decido pasar a la acción y hacerse con lo que fuera que el señor Atkinson se había llevado en una bolsa de aquel salón, así como con el maletín de Vorobiov. Seguramente Brooke debía haberse encargado de este último, pero nada se sabía de ambos. En cuanto al contenido de la bolsa estaba claro que Peter Williams había torturado a puñetazos a su jefe para que le dijera dónde escondía lo que fuera que la bolsa contuviera, de ahí que el camarote hubiese sido totalmente desordenado. Seguramente no debía haberlo encontrado y Atkinson se había resistido a facilitarle su localización: lo que le había costado la vida.

Al menos, así se había imaginado Timni los antecedentes, justo antes de que entrasen en aquel camarote. La fortuna de algún modo había conseguido que él escuchara un último grito de auxilio cuando había llamado a la puerta. El sonido que había oído debía haber sido, sin duda, el definitivo y mortal puñetazo final que Peter le debió infringir a Atkinson para callarlo. Si Timni no hubiese oído el grito y el mencionado golpe, igual no hubieran entrado. Jamás habrían averiguado qué había pasado y, probablemente, Lloyd John Atkinson III engrosaría la desafortunada ya extensa lista de desaparecidos de aquel viaje: Tim Nolan, que probablemente debía haber visto algo que no tenía que ver, la explosiva compañera de Alice, Brooke Smith, y Yerik Vorobiov.

Tenían que conseguir que Peter Williams hablara. Además de las críticas desapariciones, muchos interrogantes quedaban aún en el aire. Con casi toda seguridad, el aislamiento y unas horas sedado, lo consiguiesen.

Se apuntó mentalmente recordar también llamar después de cenar a Nueva York, debía hablar con el detective Rothman de Queens. Una vez detenido Peter, a lo mejor podían atarse algunos cabos sueltos de lo que le había contado Alice Thompsen y presionarlo de ese modo. Se recordó hablar además con las autoridades estadounidenses respecto a la detención de este, el asesinato del señor Atkinson III, así como la nueva desaparición, aunque no hubieran transcurrido las veinticuatro horas marcadas, de Brooke Smith. Todos eran ciudadanos norteamericanos y así lo indicaba el protocolo, especialmente para que se hicieran cargo del detenido, se pusieran en contacto con la esposa del CEO y se encargaran, en cuanto el Luxury of the seas atracara de vuelta en Puerto Rico, del procedimiento de expatriación del cuerpo de Lloyd John. El cual ahora descansaba en paz en una cámara frigorífica que habían tenido que vaciar e improvisar a instancias del Oficial Médico de a bordo, para poder conservar en las mejores condiciones posibles el cuerpo del fallecido y su desfigurado rostro hasta que un patólogo forense se hiciera cargo de la consabida autopsia, una vez llegaran a puerto y suelo estadounidense.

Respecto a la desaparición del señor Vorobiov, Timni acababa de hablar con su esposa, Dasha, pocos minutos antes de la cena. Sorprendido todavía por la escasa y fría reacción de la bella Dasha ante la posible desaparición de su marido, incluso la había podido distinguir hacía unos minutos sentada con sus hijos en su mesa asignada del restaurante; el mismo restaurante donde Timni se encontraba en esos instantes, cavilando y elucubrando los siguientes pasos a realizar en cuanto finalizara la animada cena en honor del Capitán que en ese momento mantenían los comensales de su mesa.

Otra cosa iba a ser hablar con Alice Thompsen. Sin duda iba a ser una desagradable conversación, pero entendía que era su deber moral, como mínimo, informarla a ella, en primer lugar, de todo lo acontecido. Posteriormente ya se lo comunicaría al resto de la empresa SETBALL o al menos, a su cúpula directiva. 

Mientras degustaba sin apetito alguno de los sabrosos aperitivos, y ciertamente ausente de las conversaciones animadas de los comensales que compartían en esos momentos la mesa de gala del Capitán Svensson, su walkie-talkie comenzó a sonar. Se levantó pidiendo disculpas, pero agradeciendo en su fuero interno la interrupción. Se acercó hasta el hall de entrada del Grand Caribbean para poder hablar con tranquilidad y ajeno a cualquier oído indiscreto.

Al otro lado del canal veintiocho su ayudante, Juan José, era quien lo llamaba insistentemente. Timni le había recomendado que se tomara un descanso, pero su ayudante era un tipo duro: había encajado bien el cabezazo recibido por Peter Williams, que le había roto por suerte solamente el pómulo.

Timni pulsó finalmente el botón del walkie-talkie:

— Timni al habla ¿Qué tal estás Juan José? ¿Qué pasa? Cambio.

— Estoy bien, nada que no cure un poco de ibuprofeno y un reparador sueño. Perdona que te moleste en mitad de la cena con el Capitán. Te llamo porque dos pasajeros acaban de cruzar la cubierta exterior dieciséis. Cambio.

— ¿Cómo has dicho? ¿Con la que está cayendo dos pasajeros están en la cubierta exterior? Cambio.

— Sí, eso es lo raro. Normalmente no estaríamos vigilando esas cubiertas, pero seguimos vigilando absolutamente todo desde la desaparición de Vorobiov y de la supuesta cómplice de Peter Williams, Brooke Smith, tal y como nos ordenaste. Nos ha llamado mucho la atención, más cuando hemos visto que ambos pasajeros accedían desde el exterior a la cubierta diecisiete, coincidentemente la misma de Vorobiov. Cambio.

Un silencio se mantuvo estático en el aire mientras Timni se encaminaba rápidamente hacia los ascensores. Se dio cuenta de que no había contestado y mantenía apretado el botón del walkie-talkie.

— Ahora mismo voy en dirección a la sala de video vigilancia. No hagáis nada hasta que yo llegue. Corto.

   

Ajenos a haber sido vistos por las cámaras. Martyn y su pareja esperaron unos minutos mientras dejaban que la moqueta se mojara bajo sus pies y tomaban algo de aire por el esfuerzo realizado de atravesar la cubierta exterior, bajo la tormenta. Atentos a cualquier sonido, avanzaron por el pasillo de estribor. Únicamente se escuchaba un leve sonido ahogado húmedo que ellos mismos hacían al pisar.

A Martyn le costaba fijar la mirada de su sano ojo izquierdo. El escozor del derecho emitía pálpitos como reflejo de dolor. La tormenta tropical balanceaba el barco mecánicamente, de un lado a otro, en una cadencia que parecía la partitura de un baile.

La pareja de Martyn hizo de perro lazarillo cuando alcanzaron la esquina del pasillo. Se asomó disimuladamente, no había nadie en todo el pasillo de proa. Lo recorrieron despacio hasta el final, observaron por un segundo el pasillo de babor, tampoco se veía un alma. Deshicieron parte de sus pasos en absoluto silencio, de puntillas, y se pararon delante de la puerta del camarote número 1740. Era la Royal Suite reservada para la familia Vorobiov. Justo al lado, a su derecha, la puerta del camarote anexo, el 1739 y su objetivo.

Martyn acercó su oreja a la puerta del camarote, se oía música pero tan bajita que no supo distinguir si era la radio o alguna película de la televisión. Sin duda, el guardaespaldas de Vorobiov, Yuri, estaba en el camarote. Con sumo cuidado de no hacer ningún ruido, sacaron de los bolsillos interiores de sus chaquetas sendos puñales que sujetaron con sus manos diestras.

Los sopesaron durante unos segundos: eran dos réplicas de los puñales que usaban los piratas que habían navegado por aquellas aguas siglos atrás. Aunque no eran auténticos, se los habían vendido en Saint Thomas como si fueran antigüedades. Evidentemente, no eran los mejores cuchillos para la utilidad que pretendían darles, sin filo y con toda seguridad, algo más ligeros que los originales, pero al menos eran suficientemente puntiagudos.

Martyn introdujo la tarjeta maestra robada en el picaporte electrónico de la puerta del camarote 1740 hasta el final. Una luz verde les avisó de la correcta apertura, sin embargo, fue acompañada de un ruido similar al de una chicharra en las noches de verano. El eco del sonido reverberó levemente a lo largo del pasillo y Martyn, sin dilación, abrió la puerta de la vacía Royal Suite a toda velocidad, seguido por su pareja, pegado a su espalda. Martyn pudo distinguir a duras penas con su ojo bueno, a su derecha, la puerta que comunicaba la Royal Suite de Vorobiov con el camarote de servicio donde estaba su escolta. Martyn, al mover el picaporte, comprobó que no estaba echada la llave entre ambos camarotes. Abrió la puerta.

Con dos pasos superó el baño, que permanecía cerrado a su derecha, y sus reflejos actuaron a toda prisa en tanto en cuanto tuvo con su único ojo una imagen casi completa del camarote: un sorprendido Yuri se incorporaba del sofá en ese instante, lo más rápido que le permitía su corpulento cuerpo. Enfrente de este, ponían una reposición en la televisión de una película antigua cuyo título Martyn ni intentó recordar. La puerta que daba al balcón estaba cerrada. No se oía el rugir de las olas o del viento que acechaba en el exterior.

Salvando con rapidez la cama que le separaba del gigantesco guardaespaldas, Martyn se abalanzó sobre este, empuñando fuertemente el puñal en su diestra. Sin embargo, una de las olas golpeó fuertemente en ese momento el lado de babor del barco y este se balanceó ostensiblemente hacia la derecha. Martyn no consiguió mantener correcta su posición de ataque. Yuri sí pudo levantarse y, tumbando la mesa baja con su fornida pierna, lanzarse sobre él. Ambos cayeron torpemente sobre la cama doble: Martyn, aplastado por el peso del gigante, recibió además un rápido cabezazo que afortunadamente no le alcanzó la nariz o el ojo malo, pero sí la frente. La fuerza del golpe le hizo soltar el cuchillo de su mano.

Aturdido, Martyn pudo ver por su único ojo destapado cómo, en ese mismo momento, reaccionando sin dilación, su pareja asestaba varias puñaladas en el costado y descomunal espalda de Yuri.

Aunque su pareja era casi una fotocopia suya, incluso había quien pensaba que eran mellizos, y ambos estaban en muy buena forma, en realidad, la incomparable determinación de Martyn hacía de él un hombre más fuerte y rápido. Por eso Yuri se levantó como si las puñaladas no hubieran restado un ápice de su enorme fortaleza lanzando a su pareja un brutal derechazo, mientras se protegía con su brazo izquierdo del cuchillo que lanzaba dentelladas en vano al no disponer de filo, a diestro y siniestro. El puñetazo no alcanzó su objetivo ya que su pareja se había dejado caer hacía atrás, tirando la televisión estrepitosamente al suelo, mientras evitaba el derechazo de Yuri al aire. Desarmado, el enorme coloso tomó la única opción posible, se abalanzó como un rinoceronte hacia delante y consiguió agarrar, ahora sí, a la pareja de Martyn, lanzándose contra la puerta del balcón. El marco retumbó por el impacto de ambos cuerpos y el cristal de seguridad de la puerta se agrietó en mil minúsculos pedazos.

A Martyn, muy aturdido, le pareció escuchar un golpe seco que le pareció reconocer: sus peores sospechas se confirmaron en cuanto vio cómo su pareja se desplomaba en el suelo, ya con el cuello roto, como un muñeco de trapo. El hercúleo guardaespaldas lo levantó a continuación, igual que en los combates de lucha libre, lanzándolo de nuevo hacia la puerta. El peso del cuerpo de su pareja rompía, ahora sí, el cristal. Este cayó en la terraza bajo la lluvia y un viento que arrastraba cualquier sonido.

Mientras Martyn veía la escena sin poder hacer nada, lento de reflejos por el cabezazo, una rabia conocida se apoderó de él, dándole fuerzas donde no las había. Una rabia que le había valido ser conocido como “el lobo” y que llevaba con honor en su apellido. Se incorporó y tanteó la cama buscando su puñal. Cuando sus dedos sintieron su mango, asió con fuerza su empuñadura y se lanzó como un poseso hacia Yuri, que de espaldas a él aún miraba el cuerpo inerte que yacía en la terraza. El gigante sangraba por varios lugares de su camiseta, pero permanecía erguido. Con el ruido de la tormenta que ahora entraba con furia en el camarote, no oyó a Martyn levantarse ni acercarse. Este tuvo que subirse, casi trepar sobre los dos metros del coloso. Le agarró la enorme cabeza con su brazo izquierdo y, con la diestra, le clavó en el cuello el puntiagudo cuchillo.

En ese instante de adrenalina pura, Martyn notó cómo un dolor desconocido quemaba su espalda, un relámpago de fuego atravesó todo su cuerpo. Incluso notó cómo, el mismo relámpago, parecía haber atravesado también el cuerpo de Yuri. Sorprendido, pero sin soltar el puñal, apretó con las últimas fuerzas el mismo hasta el fondo. Yuri, dobló en esos momentos las rodillas hacía delante y cayó con todo su peso muerto sobre la tumbada mesa baja del salón. Él se desplomó, sin saber aún por qué, encima. Un reguero de sangre comenzó a abandonar el ahora inerte cuerpo del gigantesco guardaespaldas, mezclándose con el agua que la lluvia introducía por la puerta de la terraza, donde el cadáver aún caliente de su pareja descansaba, empapando y oscureciendo el suelo de esta.

Martyn apenas podía moverse, pero pudo girarse en un escorzo dolorosísimo. Se miró sorprendido el pecho con su único ojo sano, que ahora palpitaba con más fuerza y escozor. Justo en el centro, cerca del corazón, notó un dolor intensamente ardiente: un agujero de sangre le atravesaba la camisa. Le dolía todavía más la espalda. Sorprendido, las fuerzas comenzaron a abandonarle. Sintió entonces mucho frío. Miró hacia la puerta del camarote preguntándose qué coño había pasado.

En ese instante, un hombre, de piel muy blanca y pecosa, bastante alto y corpulento, ocupó todo el espacio del pequeño pasillo. Vestido con el uniforme de Jefe de Seguridad, le seguía apuntando con una pistola aún humeante, mientras gritaba algo que Martyn no pudo oír.

Detrás del Jefe de Seguridad, un hombre afroamericano también uniformado, con un parche en el pómulo, miraba la escena sin parpadear. Ambos hombres sin duda hacían una extraña pareja, casi cómica por su contraste.

El hombre alto se acercó corriendo hacia él, guardándose el arma bajo la chaqueta de su uniforme. Martyn distinguió su pelirrojo pelo, cortado a cepillo, y una barba recortada que mostraba alguna cana, en una cara que le pareció paradójicamente simpática, llena también de pecas. No le llegaba aire a los pulmones y una sensación heladora le invadió. Convulsionó.

Los párpados pesaban demasiado, se le cerraron sin poder evitarlo. El escozor de sus ojos desapareció. Apenas escuchó cómo el hombre grande y pelirrojo le estaba diciendo algo, pero Martyn Vólkov, “el lobo”, ya no sentía nada. El disparo recibido era mortal. Él solo oía ya la lluvia y el viento, como una jauría de lobos aullando, llamándole en plena luna llena.