Restaurante ZOBOG

Hora de grabación: 13:30

Micrófono 14. Equipo 3

Día: 8 de julio

YB (Yerik Vorobiov): —Dobroye utro! … quiero decir, ¡Buenos días!

CJ (C.J. Seeker): — Buenos días…

YB: — Siento no haberle podido atender antes, pero son muchos los asuntos que me tienen ocupado. Dasha, déjanos unos minutos a solas. Ya avisaré a Olga… si queremos algo.

(Se escucha cerrar una puerta)

YB: — Bueno, siéntese, ahora podemos hablar tranquilamente unos minutos a solas, señor ¿Seeker?…

CJ: — Seeker, sí. Gracias por atenderme señor Vorobiov.

(Silencio de 2 segundos)

YB: — Extraño apellido, sin duda. No había caído en la cuenta hasta ahora. Si no estoy equivocado significaría “buscador” ¿verdad?… Se me hace extraño llamar a alguien “señor buscador”.

CJ: — Eso significa, efectivamente...

YB: — Pues, si no le importa “señor buscador”, iré directamente al grano. Soy un hombre de negocios muy ocupado y no dispongo de mucho tiempo. En primer lugar, se imaginará mi sorpresa cuando recibo hace unos días un misterioso correo personal suyo sobre una generosísima oferta que tenía que hacerme por algo que cree que yo tengo y que le interesa… ¿Cómo lo llamó en su correo? Ah sí, las “joyas de la corona”. Bien sobre esa cuestión hablaremos ahora, sin embargo, antes deberá aclararme varias cuestiones, la primera ¿Cómo obtuvo mi correo personal? La segunda ¿Quién es usted en realidad? Como comprenderá señor Seeker, antes de valorar si le recibía, evidentemente he hecho mis deberes: no sé en su país, pero aquí los negocios se hacen de frente, sin ocultar nada... Y antes de contestarme, le advierto que no me gusta nada que me tomen el pelo, costaría poco que usted fuera una mera mota de polvo que con un simple gesto desaparece sin molestar…

CJ: — Perdone que le interrumpa, no ha sido mi intención ocultarle nada señor Vorobiov, simplemente protegía la confidencialidad de la cuestión que me ha traído hasta aquí, nunca se sabe quién puede ver los correos, los suyos quiero decir, y precisamente, por eso, quería tener una reunión con usted en persona…

YB: — Eso pude pensar en un principio, pero su correo fue… ¿Cómo decirlo? ¿Excesivamente pretencioso?, más viniendo de usted, un auténtico desconocido que cree que yo tengo algo que le puede interesar.

CJ: — Perdone que le interrumpa de nuevo señor Vorobiov, no lo creo, lo afirmo: usted tiene algo que me interesa, mejor dicho, a mi cliente.

Martyn no conocía personalmente al misterioso señor C.J. Seeker, pero reconoció que destilaba seguridad por los cuatro costados. Sin duda había que ser un inconsciente para interrumpir al engreído y arrogante Yerik, eso o tenerlos bien puestos y conocer muy bien el terreno donde uno se estaba moviendo. Siguió leyendo la conversación:

CJ: — Para dejar las cosas claras desde el principio y, como dice usted, señor Vorobiov, ir de frente, en primer lugar, comentar que en determinados círculos no soy ningún desconocido: le podría dar algunas referencias que sin duda le podrán hablar de mi profesionalidad. Otra cuestión diferente, que a usted no debe preocuparle en absoluto, es que efectivamente, en dichos círculos, se me conoce efectivamente con el sobrenombre de Seeker ya que me dedico a buscar lo que se quiere ocultar. Y le añadiré más: soy muy bueno en mi trabajo, por ejemplo, localizar su correo personal no fue precisamente muy complicado… En segundo o tercer lugar, si no estuviera seguro de que usted posee lo que me interesa, no hubiera venido hasta aquí y entiendo que, del mismo modo, usted no me hubiera recibido si realmente no lo tuviera en su poder.

YB: — Está bien, planteémonos por un segundo que tuviera lo que usted cree que tengo, señor “Seeker”, o cómo usted quiera llamarse ¿Qué quiere de mí? En su correo no lo dejaba nada claro.

CJ: — ¿Qué quiero? Esa pregunta tiene una fácil respuesta: como le había adelantado, quiero hacerle una oferta por las “joyas de la corona”, por supuesto. Ese es el motivo de que esté hoy aquí, señor Vorobiov.

YB: — Contésteme a otra pregunta entonces señor… Seeker, suponiendo que tuviera… como dice usted, las “joyas de la corona” ¿Por qué tendría que venderlas? Y, sobre todo, ¿Por qué a usted? No parece más que un pretencioso británico que igual se ha confundido de persona o lo que es peor, que se ha metido en algo que le viene muy grande...

CJ: — Con todos los respetos señor Vorobiov, igual por el correo no fui todo lo claro que debía, perdóneme de nuevo si no fue así, pero dejar evidencia por escrito de mis intenciones no suele ser una buena costumbre… Permítame que me explique mejor: contestando a su segunda pregunta inicial, evidentemente yo no soy a quien usted va a vendérsela, sino a mi generoso cliente, que prefiere por seguridad seguir en el anonimato. Como le había mencionado, y aunque le suene presuntuoso, tengo, digámoslo así, un hobby muy especial y por eso estoy aquí, sentado con usted: consigo encontrar obras de arte “perdidas” que alguno de mis clientes me solicita buscar y, en este caso, es un cliente mío quien está interesado en adquirir generosamente las “joyas de la corona” que usted va a vender...

YB: — ¿Cómo se atreve a hablarme así…?

CJ: — Antes de que tome una decisión equivocada señor Vorobiov, espere un segundo… contestaré a la primera cuestión que me planteaba ¿Por qué tendría que venderla? Deje que le cuente una historia que bien conoce pero que solo le robará unos minutos… luego usted decidirá si le he hecho perder su, nuestro, precioso tiempo.

(Silencio de 5 segundos)

Nuevamente otra pausa marcada por el transcriptor. Martyn sonrió, se imaginaba a Yerik Vorobiov suspirando lentamente y frenando su primer impulso de echar de su local con los pies por delante a ese estirado británico. Pero él sabía que la seguridad del tono con el que el señor Seeker se había dirigido a Vorobiov, en una situación como aquella, sin duda había hecho frenar sus impulsos y al menos había contado hasta cinco. Volvió a concentrarse en la transcripción:

YB: — Está bien, es usted un engreído y no me gusta su tono, pero debo reconocer que siento cierta curiosidad: ha llamado mi atención, señor Seeker, cuénteme esa historia. Pero le advierto, le doy cinco minutos, ni uno más.

CJ: — Bien, Yerik ¿Puedo llamarle Yerik? Me da la sensación de que se ha dejado llevar por una primera impresión equivocada de mí. Como le adelantaba, me encanta buscar cosas que la gente quiere ocultar, y en esta historia, eso sí, debemos remontarnos brevemente a 1990…

YB: — Cinco minutos, señor Seeker…

CJ: — No se preocupe, nos sobrarán unos segundos. Ese año, como le iba diciendo, fue muy importante en su vida ¿verdad?

YB: — Uhmmm, sí, todo el mundo lo sabe.

CJ: —Le haré entonces una pregunta Yerik ¿De verdad pensaba que nunca nadie averiguaría su relación con las “joyas de la corona”? ¿Qué nadie preguntaría nunca cómo consiguió el dineral qué necesitó para montar el primer McDonald’s, a apenas unas yardas de aquí?

YB: — ¿De qué está hablando?

CJ: — Todo el mundo en Moscú sabe que su fortuna se debe principalmente al negocio de la hostelería, siendo propietario de un sinfín de restaurantes y locales de copas de toda la capital. Usted es conocido por haber sido uno de los principales referentes en este sector durante muchos años. Lo que no todos recuerdan es cómo usted apareció de la nada, allá por enero de 1990, inaugurando en plena Puschkinplatz, a apenas ciento diez yardas… perdón, cien metros, de la Plaza Roja, el primer restaurante de comida rápida de la conocida cadena McDonald’s…

YB: — ¿Y qué tiene que ver…?

CJ: — Perdone que le interrumpa de nuevo, Yerik, la apertura, en aquel momento de la historia de la Perestroika[16], debió ser sin ninguna duda una impresionante carrera de obstáculos, ¿verdad?

YB: — Claro…

CJ: — Era una pregunta retórica Yerik… deje que le aclare de qué estoy hablando: usted es sin duda un hombre tenaz y trabajador, eso no lo voy a poner en duda, tampoco su conocimiento de la burocracia rusa. Otra cosa bien distinta son los miles de rublos que tuvieron que “cambiar de manos” y que, con toda seguridad, ayudaron mucho al exitoso estreno del primer restaurante capitalista en la capital soviética.

YB: — Está suponiendo mucho señor Seeker.

CJ: — Bueno, Yerik, realmente yo no supongo cosas, las busco, las encuentro y simplemente las expongo. Ese es mi talento. Pero déjeme demostrárselo… el éxito del restaurante fue tal que usted y el resto de Moscú pudieron ver cómo, el primer día, la cola, de más de 30.000 personas según las crónicas periodísticas de medio mundo, daban varias vueltas a la manzana. La gente llegó a aguantar hasta cinco horas para probar las hamburguesas americanas y hasta la policía tuvo que intervenir ante la avalancha de personas. Desde entonces, usted, gracias a este primer contundente y rentable éxito, se ha ido haciendo con la propiedad de, al menos, una docena de restaurantes y discotecas a lo largo y ancho de Moscú, convirtiéndose hasta hace poco en uno de los hombres más ricos de la sociedad moscovita y siendo su nombre, Yerik Vorobiov, sinónimo de éxito… pero aquí viene lo que a mí me interesa, y por lo que yo estoy aquí reunido ahora con usted, Yerik. Es solo una pregunta, una pregunta que aparentemente nadie se hizo en su momento, una pregunta que no parecía tener respuesta y que tenía que ver con lo más curioso del comienzo de su éxito, señor Vorobiov, ¿Cómo consiguió usted el capital necesario para montar aquel McDonald’s y el inicio de su imperio?

(Se oye encender un cigarrillo)

CJ: — Entiendo por su silencio que ahora sí he llamado realmente su atención: la respuesta a esta pregunta me ha llevado un valioso tiempo y esfuerzo averiguarla, pero como le decía, finalmente mi talento dio sus frutos… y por eso ahora mismo estoy yo aquí. Cómo consiguió las “joyas de la corona” para obtener ese capital inicial, realmente me importa en un principio bien poco o nada, pero pude averiguar que un importante hombre de negocios fue el destinatario último de una de las” joyas de la corona” que usted hace tantos años vendió para poder empezar sus negocios… y aquí viene lo más interesante para mí, pero sobre todo para usted…

(Silencio de nuevo)

CJ: — La venta de la primera joya me llevó hasta este comedor, Yerik. Repito, a mí me da igual, y esto quiero que quede claro y meridiano, de dónde usted sacó aquella joya, pero lo importante es que, investigando sus finanzas, actualmente pasan por un momento muy delicado.

YB: — Ahí se equivoca, señor Seeker… los negocios van muy bien. Y, de todos modos, ¿qué tiene que ver mi situación económica con…?

CJ: — Como habrá podido ver Yerik, no siga tomándome por tonto. He hecho números, Yerik, y si bien lo ha conseguido mantener en secreto por ahora, sé que actualmente necesita fuerte liquidez para poder mantener tantos negocios y este tren de vida tan alto que hasta ahora se ha montado. Sus deudas a fecha de hoy son muy elevadas: la crisis también ha llegado a Moscú y la clientela ha disminuido al mismo ritmo que ha subido su competencia. Sé qué quiere seguir manteniendo la vida asquerosamente despilfarradora que le sigue manteniendo en el disparadero de la primera plana social, pero no se equivoque Yerik, no estoy aquí ni para preguntarle por la joya que vendió entonces, ni para juzgar su vida, ni tampoco para airear su delicada situación financiera…

YB: — No entiendo entonces…

CJ: — Yerik, yo estoy aquí para hacerle una oferta por las otras “joyas de la corona” que todavía tiene en su poder…

YB: — ¿Cómo sabe que yo tengo…?

CJ: — Aunque debo reconocer que todavía no he tenido tiempo suficiente para averiguar cómo las obtuvo… pero le repito, eso no es lo importante ahora: sé que usted tenía tres joyas “perdidas” y sé que usted todavía tiene dos en su poder, permítame en este punto reservarme cómo lo sé. La cuestión principal es que, vuelve a necesitar dinero, más incluso que cuando tuvo que pagar los favores necesarios para montar el McDonald’s. ¿Me equivoco?

(Silencio otra vez)

CJ: — Imagino que entonces, ahora, el problema es que no sabe cómo sacar a la luz esas maravillas, sin ser inmediatamente detenido, ni cómo conseguir liquidez suficiente con la que pagar las numerosas deudas que ha contraído. Por su gesto y silencio supongo que estoy en lo cierto… yo vengo a proponerle un negocio en el que los dos saldremos ganando, sin duda usted mucho más que yo. Como le decía, mi cliente quiere esas joyas… y está dispuesto a ser más que generoso…

(Se oye garabatear, una hoja que se arranca)

CJ: — Yerik, la oferta, en rublos, que le ofrece mi cliente no es negociable y es por ambas joyas, claro está.

Martyn ignoraba a qué narices llamaban Vorobiov y Seeker las “joyas de la corona”: su cliente no le había mencionado este punto. Tampoco sabía si este conocía a ciencia cierta qué eran estas.

Si bien se agradecían las indicaciones del traductor al indicar las pausas o ruidos que se escuchaban, tampoco había logrado averiguar exactamente, qué había pasado en ese instante de la conversación entre Vorobiov y Seeker. Martyn y su cliente ignoraban también, por tanto, cuál había sido la oferta exacta del comprador de las “joyas” que había debido escribir Seeker en la hoja que se escuchaba arrancar en la transcripción, porque ni Yerik Vorobiov ni el misterioso inglés pronunciaron la cifra en voz alta en ningún momento de la conversación; Martyn y su cliente, el señor Vasilyev sin embargo sí tenían claro que debía haber sido un importe desorbitante, sobre todo por la reacción y cambio brusco de humor del Vorobiov desde ese momento.

Terminó de leer las últimas frases de la transcripción:

YB: — Debería pensarlo.

CJ: — No creo sinceramente que financieramente tenga otras opciones.

YB: — Como le decía, y puestas todas las cartas sobre la mesa, la verdad es que no muchas… De todos modos, me gustaría saber cómo podríamos cerrar esta difícil transacción, señor Seeker.

CJ: — Gracias. Contaba con su inteligencia y su sentido común, Yerik… Bien, entonces solo nos queda hablar, como bien cuestiona, de cómo haremos el intercambio… Tengo aquí la reserva de unos billetes para usted, su mujer, hijos y por supuesto, por seguridad, a una persona de su confianza que custodie las joyas. Mi cliente les invita, con todos los gastos pagados, a un precioso crucero de lujo por el Caribe a finales de septiembre.

YB: — ¿Un crucero por el Caribe? ¿Y tengo que ir con mi mujer e hijos? Sinceramente yo creo que sería mejor ir con…

CJ: — Siento interrumpirle de nuevo, Yerik, pero este punto tampoco es negociable por parte de mi cliente. No queremos sorpresas de última hora e ir con la familia sería mejor tapadera que cualquier otra. Respecto a la idea de un crucero nos ha parecido una excusa perfecta, sin duda, para poder cerrar el trato final sin levantar sospechas. Allí, en terreno neutral y aguas internacionales, podrá encontrarse con mi cliente y cerrar la operación en persona.

YB: — Señor Seeker, sin duda, original lugar para un intercambio… me gusta la idea de un crucero… salir de Moscú unos días… veo que tenía todo muy claro. Solo alguna pregunta que me gustaría que contestara ¿Cómo se supone que voy a cobrar esta cifra millonaria? Y casi lo más importante ¿Cómo supone que voy a poder pasar todos los controles con las “joyas de la corona” sin llamar la atención?

CJ: — Para lo primero, la respuesta, que no el proceso, es sencilla: dado el carácter especial de esta compraventa el pago lo hará mi cliente en dólares y en mano, en cuanto las “joyas de la corona” estén en su posesión. Intercambio que realizará usted personalmente cuando yo mismo les presente y certifique la autenticidad de las “joyas”.

YB: — ¿Ha dicho en efectivo, Señor Seeker?

CJ: — Sí, ha oído bien

YB: — Pues perdone que entonces le haga más preguntas ¿Cómo se supone que su cliente va a poder entrar en un barco llevando consigo esa cantidad? Pero sobre todo ¿Cómo lo voy a sacar yo?

CJ: — No se preocupe por mi cliente, tampoco por usted. En los controles de cualquier crucero se revisa el tema de las armas, o que no se introduzca alcohol y tabaco ilegalmente. No miran nunca el dinero que sale y menos, por razones obvias, el que entra en el barco. Mi cliente no tendrá problemas ya que, además, Puerto Rico, de dónde zarpa el crucero, no incluye límites de movimientos de efectivo. El único problema eso sí, es el volumen de tanto dinero, que llamaría mucho la atención; por ello los dólares del pago serán de Singapur: su billete de diez mil dólares singapurenses es el más grande actualmente en circulación, equivalente a unos siete mil quinientos dólares norteamericanos. De ese modo, no ocupa ni tres kilos y es fácil de transportar y, por supuesto, ocultar.

YB: — ¿Ha dicho dólares de Singapur? ¿Y qué narices hago yo con esos billetes?

CJ: —Por eso no se preocupe tampoco, si nos remitimos a lo que le afecta a usted, una de las paradas del crucero es Tórtola, Islas Vírgenes Británicas, donde he solicitado ya la apertura de una sociedad offshore[17] a su nombre. Simplemente tendrá que firmar unos documentos una vez desembarquemos allí. Posteriormente, pararemos en Falmouth, en Jamaica, país de “complacencia” a efectos fiscales y de divisas. Me he permitido también abrir una cuenta a nombre de esa sociedad creada en una entidad de las Islas Caimán con sucursal en la ciudad portuaria jamaicana. Usted podrá bajar del barco con el dinero sin problemas, ingresarlo en dicha cuenta, y mediante una transferencia a nombre de su sociedad en Tórtola, cambiar la divisa a dólares estadounidenses, libras esterlinas, francos suizos, o rublos si lo desea. Luego podrá transferir lo que desee a una cuenta domiciliada en Andorra o Suiza, por ejemplo. De este modo, cambiaría el dinero recibido como pago en los rublos indicados y dispondría de ese dinero para lo que estime oportuno, a su vuelta a Europa.

YB: — ¿Y las joyas? Llamarán la atención en cualquier aduana…

CJ: — En cuanto a la segunda cuestión que planteaba relacionada con cómo llevar las joyas hasta el barco, si quiere y por seguridad, como le decía, además de su mujer e hijos, puede acompañarle uno de sus guardaespaldas, hemos reservado para ello un pequeño camarote comunicado directamente con la Suite de lujo en que se alojarán usted y su familia. Para poder transportar las piezas sin levantar sospechas utilizará un escondite perfecto y probado, con el ciento por ciento de éxito, en ocasiones similares: he traído unos presentes para sus hijos, están en la bolsa grande de Hamleys que hay ahí. Los regalos contienen en su interior sendas pequeñas cajas herméticas y muy ligeras, de titanio, asemejando un falso mecanismo de pilas. Imagino que, además, como sus hijos no los querrán soltar, no levantarán sospechas… pudiendo pasar cualquier control ya que el titanio evita pitar al atravesar los arcos de seguridad. De todos modos, si tuvieran que pasar el escáner de cualquier cinta de control, las cajas ocultan el oro de las joyas ya que no dejan ver su interior. Ahora le explicaré cómo sacar dichas cajitas con las joyas sin que sus hijos noten nada…

YB: — De acuerdo, entonces, Señor Seeker… ha pensado en todo por lo que veo… ahora seguimos hablando de los pormenores, pero con el estómago lleno ¿No ha comido, verdad? ¿Y supongo, señor Seeker, que vendrá con hambre después del paseo?

CJ: — Un buen paseo, por cierto, Yerik, le agradezco a su mujer, Dasha, la visita turística. Sin duda, una ciudad muy interesante…

YB: — ¿Le parece bien entonces que sigamos esta conversación con el estómago lleno?

CJ: — Me parece estupendo.

Martyn cerró el archivo de la conversación, que incluía la transcripción original en inglés, así como la correspondiente traducción que no necesitó leer. Se masajeó los ojos, la había leído cinco o seis veces en los últimos días, casi se la sabía de memoria; muchas cuestiones de la misma seguían siendo un misterio a resolver. El encargo que le había hecho el señor Vasilyev era por ahora seguir a la familia de Vorobiov y asegurarse de que este no desapareciese con el dinero, sin pagar religiosamente sus grandes deudas contraídas.

La contraprestación iba a ser sustancialmente generosa y Martyn no se lo pensó cuando le ofrecieron aquel trabajo; además, unos días de relax en un crucero eran unas vacaciones pagadas que tanto él como su pareja se habían ganado con creces.

De todos modos, existía otro atractivo en este encargo, un posible final que ni siquiera él se había atrevido a pensar en voz alta: podrían hacerse con el dinero e incluso también con las “joyas” y desaparecer para siempre. Cierto era que nunca podrían volver a Rusia, ni tampoco nunca dejarían de tener que esconderse de los largos brazos del señor Vasilyev, a no ser que este “desapareciese” también. Pero con dinero en el bolsillo, tendrían a cambio un mundo entero para ocultarse.

Con una leve sonrisa Martyn borró esa idea por ahora de su cabeza, abrió los archivos adjuntos a la conversación, con las fotos de los objetivos a seguir.

Estaban realizadas con potentes teleobjetivos y la nitidez de los rostros que se podían ver en distintos puntos turísticos de Moscú era bastante buena. Los escoltas de la esposa de Vorobiov no parecían saber que les estaban siguiendo.

En la primera foto se podía ver el vehículo de Dasha parando en el Hotel Marriot Royal Aurora, uno de los mejores hoteles de Moscú.

En la siguiente foto, un excesivamente elegante hombre moreno con la piel muy blanca, altura normal y ojos claros, subía a un gran todoterreno. Llevaba una gran bolsa que parecía de alguna tienda de juguetes, pero no se veía su contenido… el misterioso británico, C.J. Seeker.

No intentó memorizar su rostro, lo recordaba perfectamente, acordarse de las caras era uno de los necesarios y desarrollados talentos de Martyn el “lobo”.

Las siguientes fotos parecían un tour turístico de Moscú: en la entrada del Kremlin, la bella esposa de Yerik, Dasha, el señor Seeker y el gigantesco escolta, de nombre Yuri, traspasaban la puerta de la Trinidad. Se recordó a sí mismo guardar las distancias por ahora con los dos metros de músculos de Yuri: conocía su fama y sus escrúpulos; todos en Moscú los conocían. El resto de los archivos asemejaban un álbum de recordatorio de una extraña pareja, trío en este caso, de turismo por los sitios emblemáticos de la capital: el cambio de la guardia, la entrada de la Plaza Roja, frente al Mausoleo de Lenin, caminando hacia San Basilio, entrando en las Galerías Gum…

En la última foto Martyn se detuvo algo más, observó algo en lo que no se había fijado las veces anteriores, acercó la vista hasta la pantalla del ordenador, amplió al máximo la imagen… sí, Dasha Vorobiova parecía sonreír al señor Seeker. Martyn se extrañó, por lo que sabía, la mujer de Yerik no sonría fácilmente y, menos, delante de un desconocido como el señor Seeker…

Cerró la última foto y releyó, por última vez, un brevísimo historial que unas carísimas fuentes suyas habían podido encontrar sobre el misterioso inglés:

Nombre: Charles Jones

Otras identidades: C.J. Seeker, Carlo Cercatore

Edad: 39 años

Pasaporte: británico e italiano (a nombre de Carlo Cercatore)

Familia: Soltero.

Padres: Trevor y Anne Jones (fallecidos en accidente de coche). Sin hermanos

Estudios: Licenciado en Historia del Arte

Ocupación conocida: Tienda de Antigüedades situada en la calle Portobello Road, número 10, Notting Hill.

Propiedades: Local de la tienda. Tasación actual: 480.000 libras esterlinas (48.990.000 rublos). Vivienda: Ladbroke Grove, nº 24-3 Tasación actual: 360.000 libras esterlinas (36.590.000 rublos).

Martyn cerró el documento y apagó el ordenador. No entendía nada: en primer lugar, haber averiguado esa escueta información le había costado personalmente un sinfín de favores a deber entre algunos contactos que aún mantenía en el Reino Unido. Igual que parecía tener un talento especial para encontrar cosas, el escurridizo británico además lo tenía sin duda para esconderlas con mucho celo; tanto que ni el señor Vasilyev ni el señor Vorobiov, por lo que sabía, habían podido averiguar nada con sus fuentes. En segundo lugar, tampoco le cuadraba el alto patrimonio de Seeker con su aparente poder adquisitivo aún más elevado: el precio del hotel en el que se había alojado, la ropa que llevaba puesta… Se prometió estar ojo avizor con el desconocido señor C.J. También le preocupaba desconocer al tercer elemento de la operación, ni el señor Vasilyev lo había conseguido averiguar, ni en la conversación se podía desprender quién narices era el misterioso cliente adinerado que iba a comprar las “joyas de la corona” a bordo de un crucero. Demasiados interrogantes para su gusto…

Miró por la ventanilla y cerró los ojos unos segundos. Finalmente apoyó la cabeza en el hombro de su pareja, que parecía estar en el quinto[18] sueño, cuando el sopor empezó a superarle.