NICARAGUA DESDE ADENTRO (II)

El mar, cómo un vasto cristal azogado.. Me gusta imaginar que Darío pudo escribir su poema mirando a la distancia desde la veranda de este bungalow de «El Velero» donde trabajo; al fin y al cabo León, la ciudad del poeta, está muy cerca de aquí. Pero nada de esto existía en su tiempo, salvo el vasto cristal azogado lamiendo la playa de arena cobriza; «El Velero», que es ahora un centro de vacaciones para obreros, nació mucho después de él, y con propósitos harto diferentes, puesto que era uno de los clubes de Somoza donde supongo que venía de cuando en cuando para meditar sobre la mejor manera de seguir instalando otros clubes no menos exclusivos en los mejores lugares del país, y así sucesivamente hasta lo que todos sabemos.

Al igual que los cubanos, los nicas piensan que en esta época que ellos llaman invierno sólo a los extranjeros y a los piantados se les puede ocurrir bañarse en el mar, que imaginan cubierto de icebergs o algo así; la verdad es que hace un calor tremendo, que el agua tiene una temperatura que jamás conoció el Mediterráneo, y que si no te cuidas del sol de mediodía los cangrejos te adoptarán como a uno de los suyos. Por esas razones es fácil conseguir ahora un bungalow al lado del mar y «El Velero» boga con pocos pasajeros a bordo; su ritmo de viaje, sin embargo, es el de todo el año y los servicios funcionan normalmente: la casa comunal donde se sirven las comidas, se vé la televisión y se juega al billar; la limpieza cotidiana de las casas ocupadas, los trabajos de ampliación, alcantarillado, y la edificación de casas nuevas; la atención médica tres o cuatro veces por semana.. Da gustó navegar en este velero en el que la gente tiene la sonrisa franca y espontánea y donde el «buenos días» de cada mañana suena de otra manera que en las grandes ciudades. Y sobre todo da gusto ver este antiguo reducto del despotismo convertido en un centro donde las familias obreras encuentran solaz y descanso por un precio más que económico.

Entre mi bungalow y el mar se tiende el «parque», también calificado de «vergel-jardín», aunque todo eso pertenece más al futuro que al presente. Pero si las plantas tardan en crecer y afirmarse, los juegos para los niños se alzan variados y multicolores. Una vez más el ingenio ha suplido la falta de materiales: hamacas y toboganes nacen de la recuperación de tablones, bidones y neumáticos usados, apenas reconocibles bajo una capa de brillantes colores. En el centro se alza una especie de pirámide maya, a cuya plataforma se accede por una escalinata cuyos peldaños amarillos y verdes son otros tantos neumáticos colocados horizontalmente. Una vez arriba, en vez de sacrificios a los dioses, espera la posibilidad de resbalar por los toboganes de cemento, aunque los niños, tienden a bajarlos con saltos de ranitas, sabedores de que el sol convierte el tobogán en sartén y que si se deslizan por él se van a chamuscar el culito. Hay también una especie de mirador y mesas a la sombra; de noche se ve un caballo blanco que se acerca a los juegos y los olisquea, como con una vaga nostalgia. Y hay luciérnagas, y una gran paz.

No así en la frontera hondureña, de donde siguen llegando noticias de atropellos, de escaramuzas contrarrevolucionarias que se dirían ensayos generales antes de una invasión latente desde hace tanto tiempo. Los sandinistas repelen los ataques y pagan un duro, tributo de pérdidas, a la misma hora en que los otros gobiernos centroamericanos bailan al compás de Washington y despliegan todo el vocabulario de la democracia tal como se la entiende allá arriba. Dentro de dos días el pueblo sandinista se reunirá en Masaya para celebrar el tercer aniversario de la liberación de país. Tres duros años, por dentro y por fuera años de reconstrucción con las manos casi vacías, de respetos a un pluralismo político que desde un comienzo fue aprovechado por quienes desconfiaban de todo aquello qué significara un avance auténtico del pueblo por el camino de la educación, la conciencia política y la participación en el bienestar común. Yo pensé alguna vez que si el socialismo se pretende internacional, hay algo que lo es más que él: la burguesía. Los burgueses son absolutamente idénticos en cualquier país de la tierra, y un burgués alemán reconoce a uno francés o uruguayo con más prontitud que los socialistas alcanzan a reconocerse entre ellos. Por eso los burgueses de Nicaragua siguen exactamente el mismo camino y los mismos procedimientos que los cubanos. Cuando una tiranía se les vuelve demasiado dura, sea la de Batista o la de Somoza, ayudan a echarla abajo y se suman al desfile de la victoria, pero pare de contar amigo: nada de dejar que el populacho se la tome en serio y quiera meterse con lo que heredamos de papá, que lo heredó de abuelito, o de lo que ganamos con las multinacionales que al final hacen progresar el país y traen las mejores importaciones. No me olvido de una frase de Fidel Castro al otro día de la entrada en La Habana, cuando los autos de los burgueses desfilaban con gallardetes revolucionarios. Le dijo al Che: «Ya vas a ver cómo esos gallardetes se caen antes de un mes». Y aquí no habrá sido muy diferente.

Pero yo estaba hablando de «El Velero». Ahora iré a almorzar a la casa comunal: frijoles, claro, puedo ganar cualquier apuesta en ese sentido. Frijoles y carne picada, o un pescado, o huevos. Y la cerveza helada, que es tan rica en Nicaragua. El almuerzo más el café cuesta veinticinco córdobas (un dólar). La cerveza, trece córdobas. Buen provecho, compañeros.

Managua, julio de 1982