No sólo palabras…

Lo que sigue podrá parecer pueril, pero si el viejo adagio dice que el niño es el padre del hombre, ¿por qué callarlo en nombre de una seriedad adulta que no siempre lleva a buen puerto? Se habrá advertido ya que me abstengo, hoy de toda incursión o digresión literaria, y la única excepción estará destinada a marcar aún más esta distancia. Quisiera recordar solamente que en 1812 el poeta Shelley sintió exactamente lo que estamos sintiendo hoy aquí, y que su deseo de comunicar lo más ampliamente posible sus ideas revolucionarias le llevó a echar botellas al mar y lanzar globos al aire con mensajes destinados a todo aquel que los encontrara. Su aparente excentricidad le valió los peores ataques del establishment de su tiempo y el comienzo de una persecución política que debía conducirle finalmente al exilio, y la peor acusación de sus enemigos fue la de puerilidad.

Cito así a uno de mis poetas más queridos, pensando que hace unos años, en una reunión de solidaridad para con el pueblo de Chile que se celebró en Polonia, propuse —supongo que con la misma puerilidad de Shelley— algunas actividades que podían reemplazar con ventaja tantas afirmaciones tribunicias que no siempre van más allá de las palabras y de quienes se conforman con ellas. Sugerí, por ejemplo, que en vez de lamentarse tanto por la censura impuesta por Pinochet a los libros editados en Chile o provenientes del extranjero, cada uno de nosotros se ingeniara para enviar paquetes de libros por vía marítima, que cuesta muy poco, a personas capaces de distribuir su contenido, y hoy sé que muchos jóvenes chilenos tuvieron y tienen oportunidad de leer lo que unos cuantos depositamos en el correo de la esquina de nuestra casa, como ahora lo estamos haciendo para el pueblo nicaragüense por razones muy diferentes, pero igualmente necesarias.

Aludí también a la posibilidad de perfeccionar las emisiones de onda corta con destino a Chile, Argentina y Uruguay, no sólo como vehículo de información fidedigna sobre todo aquello que los gobiernos de ésos países escamotean y distorsionan (y la guerra de las Malvinas acaba de dar un ejemplo monstruoso de cómo se puede mentir a un pueblo incluso hasta después de la catástrofe, final) sino también como presencia viva de escritores exiliados, cuya voz y cuya obra podría llegar a miles de oyentes sometidos a la censura de las publicaciones por escrito y de las radios o televisoras locales.