Los muchos caminos del buen camino

No, y por una razón muy simple: la necesidad y el deber de luchar contra todos los brotes de Arimán en las tierras de Ormuz. El horror de 1984 sólo podrá evitarse si, paradójicamente, se combate contra sus gérmenes y sus latencias, dentro del campo mismo de Ormuz, dentro de un proceso socialista que es el polo opuesto del mundo imaginado por George Orwell.

Hay dos críticas igualmente necesarias: la que hagamos del Moloch norteamericano, como exponente imperial de la dominación capitalista, y la que hagamos del socialismo cuando creemos que yerra el camino. Y de esta última se trata aquí como se ha visto, en la medida en que toca directamente a Cuba y a Nicaragua. Hay que volver, pues, a la cuestión del hombre nuevo que preocupa a estas dos jóvenes revoluciones…

¿Pueden modificarse las estructuras antropológicas tradicionales, en las que sigue dominando el machismo no sólo tropical sino latinoamericano en su conjunto? No es fácil, cuando incluso muchas mujeres lo defienden, cuando la agresión imperialista obliga a constituir ejércitos profesionales en los que el signo es avasalladoramente masculino. Pienso que la educación en ambos países puede ser la cuña que rompa ese bloque de prejuicios activos y pasivos; que los hijos, por favor, se diferencien por fin de sus padres en este campo discriminatorio.

El hecho incontestable de la homosexualidad como una de las facetas del calidoscopio humano es, a diferencia del machismo, un componente que nadie ha explicado bien, genética o socialmente, pero que no puede ser ignorado y mucho menos entendido como negativo; sus proyecciones sociales vienen de la reacción del animal acorralado, de las máscaras que buscan ocultarlo a los cazadores, y eso frente al hecho comprobable de que toda asimilación coherente al cuerpo social puede acabar con ese ghetto como lo muestran países más avanzados en ese terreno. La definición del homosexual como un enfermo, que se formuló alguna vez en Cuba es una aberración y una ingenuidad simultáneas. Un comandante nicaragüense me dijo alguna vez que había que radiar a los homosexuales de los servicios públicos de alto nivel, porque su condición los volvía fáciles presas de la extorsión por parte de la «inteligencia» del enemigo. Le hice notar que tal cosa sólo podía ocurrir si esos funcionarios se veían obligados a mentir sobre su temperamento sexual y a ocultarlo; y que era falso, aunque cómodo, sostener como algunos críticos que se creen revolucionarios, que los movimientos gay en diversas partes del mundo sólo prueban la podredumbre del régimen capitalista. Siempre hubo y siempre habrá homosexuales, y su reconocimiento es la única manera de superar el problema; sin contar que —y esto enfurecerá a algunos—, a menos machismo menos homosexualidad; el equilibrio social derivado del equilibrio sexual amenguará automáticamente la agresividad que exacerba y compartimenta hoy la pulsión erótica.

Cosa que también debe decirse del sadismo como latencia en las zonas irracionales y a veces todopoderosas, del ser humano. Esa latencia no me parece desarraigable, es una de las oscuras fuerzas que junto con la fuerza libidinal mueven muchas conductas. ¿Vamos a postular al hombre nuevo como integralmente bueno? No, por supuesto, pero en cambio su novedad estará en todo lo que le dé el socialismo para que las latencias sádicas se sublimen lo más posible, así como según ciertos psicoanalistas todo cirujano esconde sin saberlo a un sádico que ama la vista de la sangre. Frente al culto del sadismo a través de los media del enemigo, que tantas veces consigue hacer de un niño un pequeño asesino que espera su hora, la orientación ética y política del socialismo es el mejor y más legítimo cuadro de vida para que las pulsiones sádicas se sublimen o incluso sean controladas por una decisión racional y no por el miedo al castigo que es (y que no es, dicho sea de paso) el único freno que el pánico capitalista posee para disminuir las olas de «violencia y los crímenes sexuales entre otras» manifestaciones de nuestra cuota sádica. Cuota que seguirá latente también en él hombre nuevo, pero inflexionada lo más positivamente posible; digamos, emblemáticamente a más cirujanos menos violadores de niños. Todo esto es chapucero y apenas esbozado, pero estábamos hablando de 1984, si me acuerdo bien, y en 1984 el sadismo es aunque Orwell no lo dice nunca, la razón de ser de Big Brother y su aparato total y totalitario de poder. Allí Arimán ha liquidado hasta el último resto de Ormuz. El socialismo no podrá liquidar jamás enteramente a Arimán, pero puede y debe neutralizarlo; esperar y hasta postular la creación de un hombre nuevo en el que las pulsiones profundas sé hayan extinguido, es una ingenuidad en la que en el fondo, nadie cree.