Por todo eso, los niños

El compañero David se encarga de nuestra seguridad; y, esto que podría parecer una exageración responde, sin embargo, al estado de cosas en el país. La casi increíble clemencia de los sandinistas al término de la lucha, la decisión de la Junta de no enviar al paredón a tantos guardias nacionales qué habían cometido los peores crímenes hasta último momento, ha sido positiva en la medida en que el pueblo la ha aprobado en su conjunto prefiriendo orientarte inmediatamente hacia el futuro en vez de ajustar las turbias cuentas del pasado. Pero la contrapartida está en grupos de emboscados que aquí y allá aprovechan de la noche para intranquilizar los ánimos y crear alertas que pueden perturbar los sectores de la población menos comprometida en la lucha armada por la liberación. Al alba de nuestro tercer día en Managua oímos un tiroteo sostenido en la zona donde habita el comandante Borge, y aunque por la mañana se nos dijo que había sido mero producto de una borrachera entre gente armada que tiraba a las estrellas para divertirse, sentimos que no había sido así porque el tiroteo se daba desde diferentes direcciones y convergía lentamente hacia la casa de Borge. Pasará probablemente un tiempo antes de que la capital y el resto del país queden libres de los francotiradores que alimentan la insensata esperanza de modificar una realidad más que definida y que cuenta con el apoyo de la inmensa mayoría. De todos modos, los extranjeros son especialmente escoltados, y asombra verificar a cada paso la disciplina de los jóvenes milicianos que no aceptan siquiera que uno de sus compañeros entre en ciertos sectores llevando sus armas, y sólo le dan paso después de verificar su identidad y sus propósitos. Uno se acostumbra de tal manera a andar entre pistolas y metralletas que, de regreso a Caracas, nos parecía extraño no ver armas en el aeropuerto y en las calles, o viajar en auto sin tener parte de una enorme metralleta sobre los muslos o apoyada en una ventanilla.

El compañero David, hombre culto y fino a quien también le interesaba más hablar del futuro, que del pasado (sólo una vez, en una visita a León donde él había combatido, nos relató alguna acción de guerra) no parece haber terminado de asombrarse de lo que ocurre hoy en su país. Casi al igual que nosotros, el espectáculo de las calles, las escuelas y los comercios le produce una alegría que nos conmueve. Los niños, sobre todo, esa riente y abigarrada presencia en todas partes, sus voces y sus juegos allí donde hace apenas cuatro meses la muerte rondaba vestida de Guardia Nacional.

—Nadie los dejaba salir a la calle —nos cuenta David—, porque muchas veces los mataban por matarlos, por sembrar el terror en un barrio. Sabían que muchos de ellos eran capaces de luchar al igual que los hombres, y les tenían odio y miedo. Si un niño se trepaba a un árbol para coger un fruto o mirar a lo lejos, era frecuente que un guardia se divirtiera baleándolo desde lejos para verlo caer. Y miren ahora…

Hay tanto para mirar, Managua y las ciudades del interior hormiguean de niños y, de muchachos. En las concentraciones populares se los ve treparse a esos mismos árboles que antes les hubieran costado la vida, y por encima de la multitud que llena la plaza asoman como monitos o flores tropicales entre las copas y las ramas. A la salida de los liceos, racimos de chicas y chicos hacen señas a los camiones y los carros que se detienen a levantarlos y a acercarlos a sus domicilios. Los más pobres han vuelto a sus oficios, lustrabotas y vendedores de periódicos en las esquinas; los hay que piden una moneda a la entrada de los restaurantes. Ignoro la política de la Junta en materia de natalidad; sé solamente que harán falta muchas más escuelas, comedores y dispensarios, muchos manuales escolares, muchas vacunas (se prepara ya la vacuna general contra la polio, que costará harto más de lo que puede pagar el estado en estos momentos). Inevitablemente mi memoria vuelve casi veinte años atrás y me veo en mis primeros viajes a Cuba, ese gran ejemplo inicial de revolución latinoamericana, veo las mismas cosas, la alfabetización como un huracán de risas y pizarras cubriendo la isla, veo nacer las escuelas como hongos, los centros sanitarios,: los parques de juegos. Oigo a Fidel hablando de los niños como ahora acabo de oír a Ernesto Cardenal, al ministro de la Salud, al comandante Borge, a todos los que miran hacia adelante, y saben que siempre, en algún lugar de la visión hay un niño que espera y que confía.