Prólogo

Por decirlo de la forma más sencilla posible, para mí escribir novelas es un reto, escribir cuentos es un placer. Si escribir novelas es como plantar un bosque, entonces escribir cuentos se parece más a plantar un jardín. Los dos procesos se complementan y crean un paisaje completo que atesoro. El follaje verde de los árboles proyecta una sombra agradable sobre la tierra, y el viento hace crujir las hojas, que a veces están teñidas de oro brillante. Mientras tanto, en el jardín aparecen yemas en las flores y los pétalos de colores atraen a las abejas y a las mariposas, y ello nos recuerda la sutil transición de una estación a la siguiente.

Desde el comienzo de mi carrera de escritor de obras de ficción en 1979 he alternado con bastante constancia entre escribir novelas y escribir cuentos. Mi pauta ha sido ésta: una vez termino una novela, siento el deseo de escribir algunos cuentos; una vez he hecho un grupo de cuentos, entonces me entran ganas de concentrarme en una novela. Nunca escribo cuentos mientras estoy escribiendo una novela, y nunca escribo una novela mientras estoy trabajando en unos cuentos. Bien puede ser que los dos tipos de género hagan funcionar partes distintas del cerebro y se necesite cierto tiempo para pasar de uno a otro.

En 1973 empecé mi carrera literaria con dos novelas cortas, Oíd cantar el viento y Billar eléctrico; y fue después, de 1980 a 1981, cuando comencé a escribir cuentos. Los tres primeros fueron «Un barco lento a China», «La tía pobre» y «La tragedia de la mina de carbón de Nueva York». En aquel tiempo, poca idea tenía yo de cómo escribir cuentos, así que me resultó difícil, pero la verdad es que encontré la experiencia realmente memorable. Sentí que las posibilidades de mi mundo ficticio aumentaban en varios niveles. Y, al parecer, los lectores apreciaron esta otra vertiente mía como escritor. «Un barco lento a China» se incluyó en mi primera colección de cuentos, El elefante desaparece, y los otros dos se encuentran en la presente colección. Ése fue mi punto de partida como autor de cuentos y también el momento en el que creé mi sistema de alternar novelas y cuentos.

«El espejo», «Un día perfecto para los canguros», «Somorgujo», «El año de los espaguetis» y «Conitos» formaron parte de una colección de «relatos breves» que escribí de 1981 a 1982. «Conitos», como pueden ver fácilmente los lectores, revela en forma de fábula mis impresiones del mundo literario cuando me publicaron por primera vez. En aquel momento no pude integrarme bien en el establishment literario japonés y esta situación persiste hoy día.

Uno de los placeres de escribir cuentos es que no se tarda tanto tiempo en terminarlos. Generalmente me lleva alrededor de una semana dar a un cuento una forma presentable (aunque las correcciones pueden ser interminables). No es como la total entrega física y mental que se requiere durante el año o los dos años que tardas en redactar una novela. Entras en una habitación, terminas tu trabajo y sales. Eso es todo. Para mí, al menos, escribir una novela puede parecer una tarea que nunca acaba y a veces me pregunto si voy a salir vivo del empeño. Así que encuentro que escribir cuentos es un cambio de ritmo necesario.

Otra cosa agradable de escribir cuentos es que puedes crear un argumento a partir de los detalles más nimios…, una idea que brota en tu mente, una palabra, una imagen, cualquier cosa. En la mayoría de los casos es como la improvisación en el jazz, y el argumento me lleva a donde a éste le plazca. Y otra cosa buena es que en el caso de los cuentos no tienes que preocuparte por el fracaso. Si la idea no sale como esperabas, te encoges de hombros y te dices que no todas pueden salir bien. Incluso en el caso de maestros del género como F. Scott Fitzgerald y Raymond Carver —hasta en el caso de Antón Chéjov— no todos los cuentos son obras maestras. Para mí esto es un gran consuelo. Puedes aprender de tus errores (dicho de otro modo, aquellos a los que no puedes llamar éxitos totales) y usarlos en el siguiente cuento que escribas. En mi caso, cuando escribo novelas me esfuerzo mucho por aprender de los éxitos y los fracasos que experimento cuando escribo cuentos. En ese sentido, para mí el cuento es una especie de laboratorio experimental como novelista. Es difícil hacer experimentos como a mí me gusta dentro del marco de una novela, de modo que sé que, sin cuentos, la tarea de escribir novelas resultaría aún más difícil y exigente.

Me considero esencialmente novelista, pero muchas personas me dicen que prefieren mis cuentos a mis novelas. Eso no me preocupa y no intento convencerlas de lo contrario. De hecho, me gusta que me lo digan. Mis cuentos son como sombras delicadas que he puesto en el mundo, huellas borrosas que han dejado mis pies. Recuerdo con exactitud dónde puse cada uno de ellos y cómo me sentí en aquel momento. Los cuentos son como postes que indican el camino para llegar a mi corazón, y me siento feliz, como escritor, de poder compartir estos sentimientos íntimos con mis lectores.

El elefante desaparece se publicó en 1991 y se tradujo luego a muchos otros idiomas. La colección Después del terremoto apareció el año 2000 en Japón. Este libro contenía seis cuentos relacionados de una u otra forma con el terremoto de 1995 en Kobe. Lo escribí con la esperanza de que los seis cuentos formasen una imagen unificada en la mente del lector, así que tenía más de colección monográfica que de colección de relatos cortos. En ese sentido, pues, el presente libro, Sauce ciego, mujer dormida, es la primera colección auténtica de cuentos que he sacado desde hace mucho tiempo.

Este libro, como es natural, contiene algunos cuentos que escribí después de que se publicara El elefante desaparece. «La chica del cumpleaños», «Los gatos antropófagos», «El séptimo hombre» y «El hombre de hielo» son algunos de ellos. Escribí «La chica del cumpleaños» a petición del editor cuando me hallaba trabajando en una antología de historias sobre cumpleaños escritas por otros autores. Seleccionar cuentos para una antología es una tarea relativamente fácil para el escritor, si te falta uno, puedes escribirlo tú mismo. «El hombre de hielo», por cierto, se basa en un sueño que tuvo mi esposa, a la vez que «El séptimo hombre» tiene su origen en una idea que se me ocurrió cuando era aficionado al surfing y estaba contemplando las olas.

A decir verdad, con todo, desde comienzos de 1990 hasta comienzos de 2000 escribí muy pocos cuentos. No porque hubiera perdido el interés por ellos, sino porque estuve tan ocupado escribiendo varias novelas que no tenía tiempo. No tenía tiempo para cambiar de género. Es cierto que escribía algún cuento de vez en cuando si no había más remedio, pero nunca me concentré en ellos. En lugar de eso escribía novelas: Crónica del pájaro que da cuerda al mundo; Al sur de la frontera, al oeste del sol; Sputnik, mi amor; Kafka en la orilla. Y entremedio escribí obras que no eran de ficción, las dos que componen la versión inglesa de Bajo tierra. Cada una de ellas me exigió muchísimo tiempo y energía. Supongo que en aquel entonces mi principal campo de batalla era éste: escribir una novela tras otra. Quizás era simplemente una etapa de mi vida para hacer aquello. Mientras, igual que un intermezzo, publiqué la colección Después del terremoto, pero, como ya he dicho, en realidad no fue una colección de cuentos.

En 2005, sin embargo, por primera vez en mucho tiempo sentí un fuerte deseo de escribir una serie de cuentos. Un poderoso impulso se adueñó de mí, podríamos decir. Así que me senté ante mi escritorio, escribí a razón de un cuento por semana, aproximadamente, y terminé cinco en no mucho más de un mes. Francamente, no podía pensar en nada más que en esos cuentos y los escribí casi sin parar. Estos cinco cuentos se publicaron hace poco en Japón en un volumen titulado Cuentos extraños de Tokio y aparecen reunidos al final del presente libro. Como indica el título, todos comparten el hecho de ser extraños, y en Japón salieron en un solo volumen. A pesar de tener un tema en común, cada cuento puede leerse con independencia de los otros y no forman una sola unidad definida claramente como los cuentos de Después del terremoto. Pensándolo bien, sin embargo, todo lo que escribo es, más o menos, un cuento extraño.

«Cangrejo», «La tía pobre», «El cuchillo de caza» y «Sauce ciego, mujer dormida» se han revisado en gran medida antes de traducirlos, por lo que las versiones que aparecen ahora son muy diferentes de las primeras que se publicaron en Japón. También en varios de los cuentos anteriores encontré detalles que no acababan de gustarme e hice algunos cambios de poca importancia.

Asimismo debería mencionar que muchas veces he reescrito cuentos y los he incorporado a novelas; la presente colección contiene varios de estos cuentos. «El pájaro que da cuerda al mundo» y «Las mujeres del martes» (incluidos en El elefante desaparece) se convirtieron en el modelo del principio de la novela Crónica del pájaro que da cuerda al mundo y, de modo parecido, tanto «La luciérnaga» como «Los gatos antropófagos» se incorporaron, con algunos cambios, a las novelas Tokio blues. Norwegian Wood y Sputnik, mi amor, respectivamente. Hubo un periodo en el que narraciones que había escrito como cuentos continuaron creciendo en mi mente, después de publicarlos, y se transformaron en novelas. Un cuento que había escrito mucho tiempo antes irrumpía en mi casa en plena noche, me zarandeaba hasta despertarme y gritaba: «¡Eh, que éste no es momento de dormir! ¡No puedes olvidarte de mí, todavía quedan cosas por escribir!». Impulsado por esa voz, me encontraba escribiendo una novela. También en este sentido mis cuentos y novelas se conectan dentro de mí de una manera orgánica, muy natural.

H. M.