22
Lo primero que hice la mañana siguiente fue llamar a mi médico de cabecera. Necesitaba una baja. Me había despertado con un dolor en la entrepierna causado por una erección nocturna. Luego me duché, me vestí y fui al ambulatorio con mi volante a pedir una cita para la operación. Pensaba que me la darían para tres meses más tarde, pero afortunadamente, al día siguiente ya podía ir a quirófano. Llamé a Nigel para saber cómo estaba, pero me saltó el buzón de voz de nuevo. No dejé ningún mensaje. Luego me acordé de José. Se me había olvidado por completo que tenía que resolver nuestro desencuentro. Lo llamé pero estaba apagado.
—¡Mierda! ¿Qué le pasa a la gente? ¿Para qué quieren los móviles? —me dije enfadado. Se me ocurrió llamar a Daniel, pero luego pensé que estaría durmiendo, porque él trabaja de noche. Entonces, decidí llamar a Rocío.
—Hola Luis. ¿Estás mejor? —dijo al descolgar.
—En realidad, no. —Me miré la entrepierna y cerré los ojos—. ¿Has visto a José?
—Claro, anoche. Trabajamos juntos ¿recuerdas?
—Lo que quiero decir es si notaste algo raro en él.
—Lleva varios días actuando de forma extraña, Luis. ¿No te has dado cuenta? —Lo pensé detenidamente. No, no me había dado cuenta. Sabía que quizás podía seguir molesto por nuestra discusión, pero no pensaba que hubiera algo más que lo inquietara.
—No. ¿Sabes algo?
—No. Le he preguntado pero dice que no le pasa nada. Miente, claro. ¿Cómo es que no te has dado cuenta? Tú eres el que más tiempo pasa con él. Los hombres sois tontos, nunca os dáis cuenta de lo importante. Da igual que seáis maricones, la testosterona os afecta por igual.
—Bueno, no me des la charla feminista, que no está el horno para bollos. Cuando le veas esta noche, dile que me llame, por favor.
—¿No vas a venir a trabajar?
—No. Voy ahora al médico a que me de una baja.
—Vale, se lo diré. ¿Algo más mi señor?
—Sí. Echa un polvo. Te hace falta.
Colgué riéndome. Sabía lo mucho que le molestaban esos comentarios a Rocío. Me la imaginaba con la boca abierta mirando el teléfono como una boba. Pensé en lo que había dicho. Según ella, José llevaba tiempo sin ser el mismo. ¿Cómo es que no me había dado cuenta? ¿Cómo había sido tan presuntuoso de pensar que podía estar de mal humor sólo por mí? ¿Tenían las mujeres un sexto sentido para notar esas cosas, la famosa intuición femenina? ¿Carecíamos los hombres de aquella cualidad? ¿O es que no la teníamos desarrollada? Sin darme cuenta, llegó la hora de ir al médico. Fui y le presenté los volantes, partes y demás documentación médica.
—Parece que tienes un pequeño historial aquí —dijo. Me encantaba mi médico. Era una mujer seria pero no seca. Sabía cuál era su lugar pero no despreciaba a los pacientes. Pensé que sería ideal que una de las pruebas que tuviesen que pasar los médicos antes de ejercer fuese «trato cortés y amable». Me dio la baja cuando le expliqué los dolores que sufría cada vez que tenía una erección. Se solidarizó conmigo y me dio una baja de dos semanas, tiempo suficiente para recuperarme de la operación que tenía al día siguiente.
—Ven a verme entonces y te doy el alta ¿de acuerdo? Asentí con la cabeza y le di las gracias. Luego llamé a Nigel de nuevo. Esta vez sí contestó.
—¿Dónde estabas? —pregunté—. Llevo llamándote todo el día.
—No exageres, que me llegan los avisos de llamadas —replicó. ¡Malditos móviles y sus servicios!
—Bueno, es igual, estaba preocupado. ¿Por qué te fuiste anoche?
—Me deprimí y no quise aguarte la fiesta. ¿Qué tal fue?
—Ven a mi casa, te necesito. Allí te lo contaré todo.
Casi una hora después tenía a Nigel tumbado en mi sofá, con los brazos cruzados sobre su abdomen, muerto de risa. Yo me reía a mi vez, más feliz por verlo así que por lo sucedido.
—Me alegro de que mi accidentada vida sexual haga que te partas la polla.
—Tú sí que te partes la polla, literalmente. —Comenzó a reírse de nuevo—. Lo siento, me lo has puesto a huevo. ¿Por qué no te acompañó tu ligue? Al fin y al cabo, él fue el culpable.
—Le dije que no lo hiciera, que perderíamos tiempo. —Nigel dejó de reirse y me miró muy serio. Antes de que dijera nada, me adelanté.
—Sé que estuvo mal, pero ponte en mi lugar. Estaba asustado. Imagínate por un momento que tu polla está sangrando. ¿Cómo reaccionarías? —Nigel pensó durante un momento y luego me dio la razón. Aquello era un signo de camadería típicamente masculina. Una mujer jamás te hubiera dado la razón ante semejante comentario. En esos momentos era cuando me alegraba de ser gay. Pero no era culpa de las mujeres, era culpa de la educación. A los hombres, gays o no, se nos enseña que la masculinidad está en el pene. Las mujeres no tienen que vivir con ese peso sobre sus genitales.
—Mañana me opero. Estoy algo asustado.
—Yo te acompaño —dijo Nigel con una sonrisa.
—¿Y tu trabajo?
—He pedido unos días de vacaciones que me deben. No tengo que volver hasta la semana que viene.
Nigel se quedó a dormir conmigo. Yo soñé con Nacho. Él venía a mi casa y, sin decirme nada, me desnudaba, y los dos hacíamos el amor dulcemente… hasta que Pilar nos interrumpía. Ella estaba con José, que reía maliciosamente. El despertador me sacó de un bonito sueño convertido en pesadilla. Me levanté y vi que Nigel dormía profundamente. Qué guapo era mi amigo. Tenía un cuerpo perfecto y estaba descubriendo, además, que no era tan superficial ni tan raro como yo pensaba. Me acerqué y le di un tierno beso en la mejilla. Él se despertó y me miró con una sonrisa, interrogándome con su gesto sobre el motivo de aquel beso.
—Esto es porque te quiero. Porque he descubierto que eres un gran amigo y espero serlo para ti. —Nigel me abrazó y yo le correspondí.
—Eres muy bueno, Luis. Lo sé desde el día en que me sacaste de la sauna. Te mereces lo mejor. —Le acaricié la cara y le dije que me iba a duchar. Después se metió él mientras yo preparaba algo para desayunar. Luego, llegó la hora de irse. Cuando entramos en el ambulatorio, me hicieron pasar muy rápidamente. Nigel tuvo que quedarse fuera. Yo me desnudé y me puse una bata y dos bolsitas de plástico verde en los pies. Pasé al interior del quirófano.
—Túmbese boca arriba —dijo el doctor—. No esté nervioso, esto va a durar apenas cinco minutos. Yo me tumbé en la camilla y lo miré.
—Ahora, le vamos a poner la anestesia. —Anestesia, pensé. ¡Anestesia! La anestesia se inyecta. ¿Dónde demonios iban a meter la aguja? Antes de que pudiera preguntar, noté un pinchazo en la punta del glande. No sentí ningún dolor, pero sí me estremecí, porque la sensación era muy desagradable.
Luego, el doctor agarró el pene y empezó a moverlo de arriba abajo.
—¡Qué manía tienen los médicos de hacerme pajas! —pensé. Menos mal que esta vez no tuve una erección. Minutos más tarde, ya habían terminado.
—Ya puede vestirse y salir. Haga una vida normal pero intente no tener erecciones. Le he puesto algunos puntos que desaparecerán en unos días.
—Pero no puedo evitar las erecciones. Y menos las nocturnas.
—De esas no se dará cuenta, a menos que despierte con una. Pero las demás le dolerán. —Salí de allí dando las gracias y fui con Nigel.
—¿Ya? Qué rápido.
—Sí. Visto y no visto.
—¿Ya eres una mujer?
—Qué gracioso. Vamos a comernos un helado, tengo antojo.
—¿Te han operado el pito o te han inseminado?
—Déjalo ya, Nigel. O te corto los huevos. Va en serio.
Los dos nos reímos y salimos del ambulatorio.
—Me tienes que hacer un favor. Tienes que llevar mi baja al restaurante. No quiero que me pregunten cómo estoy. Y por supuesto, no comentes a nadie lo que ha pasado. ¿Lo harás?
—Claro que sí —contestó Nigel rodeándome con su musculoso brazo—. Es lo menos que puedo hacer por un eunuco.
—Idiota.