Capítulo XXI
Blackraven convocó a Somar a su despacho.
—Hoy, muy temprano —manifestó el turco—, llegaron los hombres desde la Ensenada de Barragán.
—Ya era hora —dijo Roger.
—Son ocho, diez en total, con Shackle y Milton, suficientes para mantener bajo vigilancia la propiedad. —Blackraven asintió—. ¿Estuviste anoche con Papá Justicia?
—A causa del revuelo con la lavandera —explicó—, decidí postergarlo.
Somar se quedó callado, y su mirada llevó a Blackraven a instar:
—Vamos, habla. Dime lo que te ocurre.
—¿Has decidido quedarte más tiempo del habitual en el Río de la Plata, verdad?
—¿Tú deseabas partir hacia otro sitio? —le preguntó, con sarcasmo.
—No. Sabes que voy adonde tú indiques que debo ir. Estoy pensando en Amy, que atracará en unas semanas en Saint John’s para pasar una temporada contigo en la hacienda de Antigua, como es habitual.
—Ya no pasaré temporadas con Amy ni con ninguna otra mujer, Somar. Lo sabes. —El turco asintió, con gravedad—. De hecho, para que veas que no soy un desalmado con tu adorada Amy, ya le escribí a la hacienda de Antigua explicándole que permaneceré por algunos meses más en el Río de la Plata.
Somar quería y admiraba a Amy Bodrugan como si fuese su pequeña hija. Blackraven y la joven, también oriunda de Cornwall, se conocían desde la infancia y habían compartido situaciones límite. En opinión de Somar, Amy era la única mujer a la altura de Roger. Conocía y amaba el mar como él y llevaba la misma vida errante. De hecho, Amy capitaneaba un bergantín de la flota de Blackraven. Sus hombres la llamaban Captain Black Cat (capitana Gata Negra) por la costumbre de vestir de ese color, por su habilidad para trepar por los obenques hasta la cofa y por las piruetas que ejecutaba en los flechastes. Algunos maliciosos insistían que lo de Black le venía por ser la mujer de Blackraven.
Durante el almuerzo reinó un ánimo alegre. A diferencia de otras casas porteñas, en la mesa, Blackraven admitía que se hablase. Las mujeres y los niños se admiraban del milagro que significaba que Polina y Rogelito hubieran superado la noche. Antes de irse, Redhead había dado esperanzas. Los niños, en especial, celebraban la presencia de un bebé en el Retiro, y Angelita pidió permiso para cambiarle los pañales. Todos se dirigían a Melody, observó Blackraven; ella era el centro del interés.
—He decidido —anunció— que comenzaré con vuestras lecciones de equitación —y apuntó a Víctor y a Angelita.
Los niños se quedaron quietos y se limitaron a sonreír pues, si bien podían hablar, tenían prohibido cualquier tipo de manifestación durante las comidas. Enseguida miraron a Melody, como solicitando su aprobación.
—Será maravilloso que aprendáis a montar —dijo ella.
Blackraven se quejó: “Soy yo el amo y señor de esta hacienda y ella quien ostenta la verdadera autoridad. Se la ha ganado en buena ley, pues no le temen como a mí sino que la veneran”. El pensamiento, desprovisto de enfado o envidia, lo colmó de orgullo, y lo llevó a reflexionar en lo agradable que era compartir la mesa con tantas personas. De todos modos, admitió, sin Isaura el conjunto se habría reducido a una cáscara.
Pasaron a la sala de música y, mientras aguardaban a Elisea que había ido a buscar unas partituras, Blackraven se dirigió de nuevo a su pupilo.
—Víctor, si quieres departir en las cortes europeas algún día deberás tomar también lecciones de esgrima y danza.
—¡Claro, señor! ¡Sí, señor!
Elisea, que se hallaba en la primera sala buscando las partituras de La marcha turca, próxima a la puerta principal, corrió a atender los insistentes, más bien groseros, golpes. Tomás Maguire quedó mirándola por un momento bajo el dintel, ella también lo miró y de pronto se apartó para que no la atropellara.
—¡Señor! —se escandalizó—. ¿Dónde cree que va? ¿Quién es usted?
Tomás Maguire había conseguido pasar la vigilancia de Shackle diciendo la verdad:
—Soy el hermano de miss Melody. —El parecido con Jimmy hablaba por sí mismo.
Resuelto a cumplir su cometido, Tommy se adentró en la mansión llamando a gritos a su hermana. Irrumpió en la sala de música antes de que los presentes pudieran reaccionar.
—¡Tommy! —exclamó Jimmy, dichoso, aunque la sonrisa se le esfumó al ver la cara de su hermano.
—Señorita Leo —habló Blackraven—, lleve a los niños al cuarto de estudio. Dejadnos a solas con el señor Maguire.
Tommy aguardó a que los demás se hubiesen marchado para insultar a Melody.
—¡Ramera! —exclamó, y le dio una bofetada de revés, echándola al suelo.
Aunque la acción de Maguire lo tomó desprevenido, Blackraven actuó con rapidez: se precipitó sobre Tommy y le dio un golpe en la mandíbula que lo dejó cerca de Melody. Ella lo cubrió con su cuerpo, abrazándolo.
—¡No, Roger! ¡Por amor de Dios! ¡No vuelvas a golpearlo! ¡Lo matarás!
Furioso, Blackraven tomó por el antebrazo a Melody y, de un jalón, la obligó a soltar a su hermano y ponerse de pie. Le estudió el rostro. Por fortuna, no había cortes ni sangre, sólo un enrojecimiento en el pómulo que se convertiría en un cardenal.
—¡De pie, maldito cobarde! —le gritó a Maguire, y le pateó la bota—. ¡Arriba! A ver si te atreves con un hombre.
Lo levantó por las solapas con una mano mientras con la otra lo despojaba del cuchillo que llevaba en la faja.
—Desgraciado —le dijo cerca de la cara—. Vuelves a tocar a tu hermana y no repararé en sus súplicas. Simplemente, te degollaré.
Blackraven escuchaba a sus espaldas el sollozo y las palabras entrecortadas de Melody.
—No volveré a golpear a mi hermana —pronunció Maguire—, la mataré. Prefiero verla muerta a convertida en la puta de un inglés.
Roger, de un empujón, envió a Tommy de nuevo al piso.
—Ella no es mi puta, imbécil. Es mi prometida. Pronto será mi esposa.
—¡Sobre mi cadáver! —juró Maguire, y escupió a los pies de Blackraven.
Melody se acuclilló junto a su hermano.
—Tommy, por favor.
—¡Bah! —la rechazó—. Sal de mi vista.
—Yo deseaba contarte, hace días que deseo hacerlo. Habría preferido que no te enterases por terceros. Yo quería explicarte. ¿Fue Babá, verdad? Él te contó.
—Servando no ha dicho palabra. Ha sido Pablo, que después de pasarse varios días ebrio hablando sandeces, me confesó que te vio en la playa revolcándote con este inglés. ¡Por Dios, Melody! ¿Cómo has podido traicionar a nuestro padre de esta manera?
—Tommy —suplicó ella, y se cubrió el rostro.
—Te casarás con Pablo —le ordenó—. A pesar de todo, el pobre diablo sigue queriéndote.
—¡No lo haré! Yo no lo amo.
—Tú harás lo que te digo.
—Nuestro padre habría deseado que me casase por amor.
—Nuestro padre te hubiese asesinado antes de verte convertida en la ramera de un inglés. Te casarás con Pablo.
—¡Basta! —tronó la voz de Blackraven—. Me sorprende la paciencia que estoy teniendo contigo, Maguire, sin duda, en consideración a tu hermana. Te pido que te marches en este instante o te aseguro que no te gustarán los métodos a los que echaré mano para sacarte de mi propiedad.
—Mis hermanos se vienen conmigo —lo provocó Tommy.
Blackraven soltó una carcajada hueca, cargada de desprecio, y Melody pensó que le temía más en ese momento que cuando se mostraba abiertamente enfadado.
—¿Y adónde piensas llevarlos a vivir? ¿Bajo el toldo de una vieja carreta? ¿Con qué dinero piensas alimentarlos, vestirlos y costear las medicinas de Jimmy?
—¡Son mis hermanos! Yo responderé por ellos.
—Te acuerdas demasiado tarde de tus obligaciones.
—Tommy, por favor, vete —sollozó Melody, y trató de asirlo.
—¡Suéltame! No pierdas tiempo, recoge tus cosas y las de Jimmy. Te vienes conmigo.
Blackraven hizo el ademán de abordarlo por la fuerza.
—¡No, Roger! ¡No le hagas daño! ¡Vete, Tommy! Por amor de Dios, vete.
—Usted, hijo de mala madre —acusó Maguire—, responderá por el honor de mi hermana, mañana a las cinco de la mañana, en la Alameda.
Melody profirió un alarido y se colgó de las solapas de Blackraven, suplicándole con la mirada.
—Cualquiera que fuese el arma que eligieses para batirte a duelo conmigo, yo te ganaría. De ese modo perderías la vida, lo cual me tiene muy sin cuidado, y yo me ganaría el odio eterno de tu hermana, que es lo único que me importa. Así que ahórrate tus baladronadas. No aceptaré el duelo. Isaura se casará conmigo y será mi mujer. Ahora vete —y le arrojó el facón a los pies.
Una nota perversa cambió el tono de Blackraven, o quizá se trató del ceño que se pronunció y volvió más siniestro su semblante, lo que fuese hizo retroceder a Tommy, como si de pronto tomase conciencia de que lidiaba con una bestia de siete cabezas. Recogió el cuchillo y lo devolvió a su faja, dio algunos pasos hacia atrás, levantó el puño en dirección a Blackraven y se marchó corriendo.
Béatrice, que había permanecido en la sala contigua, entró y tomó a Melody en sus brazos. A pesar de los sentimientos contradictorios que la muchacha le había provocado en los últimos días, en ese momento le inspiró compasión.
Blackraven se mesó el pelo mientras las observaba partir, sumido en una profunda desolación. Él quería consolarla, cargarla en brazos y llevarla a un refugio donde juntos se curaran las heridas. Pero no se atrevía por temor al rechazo.
Debía detener a Maguire o terminaría muerto, y eso significaría un golpe fatal para Melody. El levantamiento de los esclavos era una empresa demasiado riesgosa para estar a cargo de un exaltado que anteponía la pasión a la razón. Dejaría de lado las ventajas que ello podría aportarle a sus planes de erosionar el gobierno virreinal y a los monarquistas y acabaría con la conjura de Maguire. La noche anterior, a causa del incidente con la lavandera, no había hablado con Papá Justicia. Trataría de verlo ese mismo día.
Acababa de violar otra orden de Blackraven: había vuelto a lo de madame Odile. Después de la pelea con Tommy, la perfecta armonía de Melody se quebró y la alegría de su temperamento desapareció. El Retiro, junto con ella, parecía sumido en sombras.
Melody cuestionaba todo, en especial su amor por Blackraven. No dudaba de la sinceridad de ese amor —sólo Dios sabía cuánto lo amaba— sino de la prudencia de amarlo. Si se casaba con él perdería el cariño de su hermano y el respeto de su padre, y cargaría sobre su conciencia haber traicionado y destruido a su familia. Tiempo atrás, había sufrido al presenciar el desbande de los Maguire tras la muerte de Fidelis y no admitiría una nueva separación.
Necesitaba desahogarse con la única persona a quien se atrevía a contarle todo. De algún modo expresaría el agobio y la culpa que las palabras de Tommy le habían infundido. Él tenía razón, ella era una ramera y había traicionado a su padre. La avergonzaba, tanto que no las miraba a la cara, saber que la señorita Béatrice y la señorita Leo conocían su espíritu lujurioso, y se reprochaba comulgar en misa cuando no se había confesado con el padre Mauro. Se iría al Infierno. Ante esta afirmación, madame Odile soltó una carcajada.
Evitaba a Blackraven, se afanaba en las lecciones de Víctor, en sus actividades con los esclavos, en ayudar a las domésticas, cualquier excusa para no verlo. La confusión crecía cuando su mirada encontraba la de él. Blackraven toleraba su frialdad durante el día. Por la noche, en cambio, con la bata sobre el cuerpo desnudo, la aguardaba fuera mientras ella terminaba de arropar a Víctor. Entonces, le apoyaba la mano en el antebrazo, y Melody se estremecía con el ardor de la primera vez. El distanciamiento impuesto a lo largo de la jornada se convertía en una encendida pasión.
Él la envolvía con sus brazos, la inclinaba para besarla y después la arrastraba hasta la cama donde le hacía el amor; sus embestidas a veces la asustaban, la lastimaban, y ella disfrutaba; había un perverso sentimiento de placer asociado al dolor y a la fuerza con que Blackraven la penetraba en esos encuentros sin palabras ni confesiones ardientes. Mudos, envueltos por los sonidos de sus cuerpos, se entregaban a ese frenesí donde el deseo resultaba más fuerte que las penas.
Pero Melody no pasaba la noche con Roger. Abandonaba la cama, se ponía a medias la saya y la blusa y se marchaba a dormir a su habitación; algunas veces, se acostaba junto a Jimmy y, mientras lo abrazaba y lo escuchaba respirar, lloraba.
Una noche, al salir del dormitorio de Víctor, Blackraven no la tocó sino que se inclinó sobre su oído y le susurró:
—¿No se te ha ocurrido pensar que ahora tú y yo somos una familia?
Melody no se fijó en la tristeza de Blackraven ni en la ansiedad infantil con que aguardaba la respuesta. Sólo pensó en que Tommy y Jimmy componían su verdadera familia y que a ellos les debía lealtad. Roger nunca le había inspirado la idea de familia y no se lo imaginaba en el papel de padre. Sin responder, se movió hacia un costado para marchar a su dormitorio, pero Blackraven la tomó por la cintura y trató de besarla. Ella apartó la cara y se quitó sus manos de encima.
—Nunca te me niegues —se enfadó él, y la empujó contra la pared.
La tomó allí, de pie, mientras la besaba quitándole el aliento. Melody se resistió e intentó apartarlo hasta que Blackraven la levantó en el aire y ella lo envolvió con sus piernas para recibirlo. Él temblaba a causa de la excitación y del esfuerzo que hacía; sus piernas se tensaban mientras con la pelvis ejecutaba embates cortos y violentos. Melody pegó la cabeza a la pared y estiró los brazos buscando de qué aferrarse. Su mano encontró el marco de la puerta y sus dedos se volvieron blancos al asirse y centrar en ellos la rigidez previa al alivio.
Madame Odile la escuchó con mansedumbre hasta que no le quedaron lágrimas por derramar. La sorprendió al decirle con acento despreocupado:
—No es tan grave. Creía que me dirías que el Emperador se había acostado con otra. Deja que tu padre descanse en paz y que tu hermano haga su vida. Tú haz la tuya. Con el tiempo, Tommy entrará en razón. Ahora vuelve al Retiro antes de que el Emperador empiece a preguntarse dónde te encuentras. Y deja de torturarlo con tu indiferencia —le ordenó, al despedirla.
El consejo de madame no la satisfizo. Los recelos la perseguían y no lograba deshacerse de la culpa. Levantó la vista. A paso lento, Fuoco y ella habían alcanzado la zona del matadero. Ninguna muchacha de buen ver se habría atrevido en ese sitio, menos aún habría barajado la posibilidad de adentrarse en un mundo tan sórdido. Melody, en cambio, juzgó una excelente oportunidad para hablar con Servando y preguntarle por Tommy.
Se dio cuenta demasiado tarde de que dos jinetes se aproximaban. Como no los conocía, apuró el paso hacia el edificio del matadero y casi de inmediato se detuvo al escuchar una voz familiar que la llamaba por su nombre. Se quedó mirando, haciéndose sombra con la mano. Al reconocerlos, el corazón le dio un vuelco que le provocó un dolor agudo en el pecho. Permaneció quieta, aturdida por la sorpresa.
—Paddy —dijo cuando lo tuvo enfrente.
—Sí, Paddy.
Como seguía mirándolo, atónita, Paddy se echó a reír. Quien lo acompañaba, Gotardo Guzmán, el comisario de Capilla del Señor, se unió a las carcajadas.
—¿Crees que soy un ánima en pena? Nada de eso, prima. Estoy hecho de carne y hueso —aseguró, y se golpeó el brazo.
—Aquella noche —balbuceó Melody—, yo…
—Me heriste —completó Paddy—, gravemente, pero mi madre me salvó. Y me dejaste tu marca —y se señaló el mentón mutilado, donde Melody le había propinado una dentellada.
—¿Cómo me has encontrado?
—Ah, prima, ésa es una larga historia. Te la contaré de regreso a casa. Vamos, urge volver. No quiero que la noche nos encuentre en medio de la nada.
Melody reaccionó. Hincó los talones en los costados de Fuoco y jaló de las riendas para obligarlo a darse la vuelta. El comisario se las arrebató de la mano, y enseguida Paddy la desmontó y la sentó delante de él. Melody se sacudió y gritó, pero la fuerza de su primo consiguió doblegarla. Le tapó la boca y le acercó algo a la altura de los ojos.
—Quieta —le dijo al oído—. Tómate un instante para ver esto. —Se trataba de una cadena y una medalla, ambas de oro—. Las reconoces, ¿verdad? —Los gritos amortiguados de la joven le dieron a entender que sí—. Deduces bien: tengo a Tommy y lo mataré si no vienes conmigo a Bella Esmeralda.
En ese instante, con la vista enturbiada, Melody sólo pensó en Blackraven. Una profunda tristeza la dejó quieta y callada. Lo había condenado a un trato infame a causa de sus vacilaciones y temores, y se maldijo por no haberle expresado cuánto lo amaba y cuánto deseaba seguir a su lado.
Elisea divisó a miss Melody que, por el camino del Bajo, se acercaba al matadero a paso tranquilo. Se quejó entre dientes y se golpeó la pierna con el puño. Ése era un mal día. No había encontrado a Servando en el matadero; estaba vacío; los achuradores ya habían llenado sus espuertas y partido a vender la mercadería. Probablemente andaban por el lado del convento de los Recoletos, a quienes proveían a diario. Contaba con tiempo para dirigirse hasta aquella zona y volver al Retiro antes de que su tía Leo notase la ausencia y le endilgase un sermón. La aparición de miss Melody no la ayudaba. Debería esconderse y aguardar a que se alejara para seguir camino.
Desde su ubicación, en cuclillas tras una pirca, atestiguó el atraco sufrido por la institutriz. La aterraron los semblantes ominosos de los dos hombres y la manera en que se reían, y se tapó la boca para no gritar cuando el más joven, quien la llamaba “prima”, la sentó delante de él en su montura. Agachó la cabeza, apretó los ojos y repitió la oración del ángel de la guarda hasta que le pareció que el ruido de los cascos se desvanecía. Se puso de pie y lanzó un grito: Sabas la miraba con ojos risueños como si hubiese estado observándola largo rato.
—¡Negro estúpido! —lo insultó, disimulando el miedo con la rabia—. Has podido matarme del susto.
El esclavo seguía mirándola; en sus comisuras despuntaba una sonrisa artera.
—¡Baja la vista, negro igualado! ¿Acaso no se te ha enseñado que no debes mirar a tus patrones a los ojos?
—Servando la mira a los ojos —objetó Sabas— y en otras partes también —añadió, y le rozó un pecho.
Elisea le propinó una bofetada respondida con una mueca entre divertida y diabólica que le puso la mente en blanco. Entendió que de nada valdrían las amenazas de azotes u otro tipo de castigo. El esclavo mostraba de un modo palmario la decisión de tomarla. Caminó hacia atrás, en dirección al matadero, al tiempo que evaluaba las posibilidades. En el edificio encontraría algún arma, aunque enseguida recordó que don Bustillo, el capataz, se las entregaba a los achuradores para guardarlas bajo llave apenas terminaban de emplearlas. Le quedaba huir y esconderse. Se preguntó si Sabas, patituerto y robusto, torpe para caminar, lograría alcanzarla.
El esclavo le adivinó la intención al verla levantar el ruedo de su guardapiés. En una reacción felina, saltó la pirca y la asió por los hombros. Ambos terminaron en el suelo, donde Sabas comenzó a besarla y a manosearla. Elisea estiró el brazo, manoteó una piedra y lo golpeó en la sien. El esclavo, más sorprendido que lastimado, se incorporó, sujetándose la cabeza, y Elisea aprovechó para escapar. Corrió hacia el matadero, donde se refugió en un cuartucho para guardar canastas cuya puerta de madera se confundía en la pared; ella había visto a Servando abrirla, en caso contrario, jamás la habría distinguido.
Permaneció en alerta tensión y contuvo el respiro. Sabas entró minutos después, con un gesto de enajenado que la estremeció. Si la encontraba, la mataría. Hundió la cara entre sus rodillas y rezó un Padrenuestro detrás del otro, un Ave María detrás del otro, sin reparar en el tiempo en que permanecía en ese trance.
Levantó la vista, algo borrosa, y observó entre las maderas. No se veía ni oía a nadie. Se le ocurrió que Sabas podría hallarse agazapado, aguardando a que ella se mostrara. Esperó, torturada por la idea de que perdía un tiempo precioso en que los raptores se alejaban con miss Melody. Movió apenas la puerta y estudió el entorno por la rendija. Había varios sitios donde el esclavo podría haberse ocultado, nunca lo sabría, tendría que aventurarse. Se ató un nudo con su guardapiés a la altura de las rodillas y salió corriendo hacia el Retiro sin echar un vistazo atrás, como si Sabas estuviera pisándole los talones.
Al entrar en el cuarto patio, Siloé y Miora, que echaban grano a las aves del corral, la llamaron, pero Elisea siguió corriendo en dirección al despacho del señor Blackraven repitiendo en su mente: “¡Ojalá que esté! ¡Ojalá que no se haya marchado a la ciudad!”. Abrió la puerta y, mientras recuperaba el aliento para hablar, descubrió a Blackraven sentado en su escritorio; el señor Désoite y la señorita Béatrice lo acompañaban. Los tres la miraron con desconcierto.
—¡Miss Melody ha sido raptada!
Blackraven estuvo sobre ella en un santiamén; la tomó por los hombros y le ordenó que se explicara. Elisea, al borde de un colapso nervioso, se echó a llorar. Béatrice apartó a Roger y guió a la muchacha hasta el sillón donde Luis le alcanzó una copa con brandy. La obligaron a beber unos tragos mientras le dirigían palabras de aliento. Blackraven, con las manos sobre la cabeza, contemplaba a Elisea con ganas de estrangularla.
—¡Habla ya, muchacha! —explotó por fin.
Elisea les explicó lo que había visto y oído. Miss Melody había sido raptada por un hombre al que llamó “Paddy”.
—¿Paddy? —se alarmó Blackraven—. ¿Estás segura?
—Sí —aseveró con firmeza, y les detalló el resto del diálogo.
Ya no era el mismo al del instante previo a la noticia del rapto de Melody. Todo se había esfumado; su poder y sus riquezas no valían de nada. Sólo quedaba el amor que sentía por ella y la ansiedad por recuperarla. Nunca había experimentado ese miedo. Si hubiese tenido que explicar lo que sentía, debería haber dicho que no soportaba estar confinado dentro de su propio cuerpo. Sufría física y emocionalmente. Le parecía que los caballos no galopaban con la velocidad necesaria ni sus hombres los soliviantaban lo suficiente. Habría deseado volar.
En rigor, odiaba el miedo. De niño había temido con frecuencia, por eso aborrecía ese sentimiento que lo humillaba y al que asociaba con los años más oscuros de su existencia. Su fuerza física y su lucidez habían sido clave para erradicarlo. Ya no temía por él, y, al lanzarse al abordaje de barcos enemigos con un puñal en la boca, su estoque en la mano derecha y una pistola en la izquierda, se creía invencible. Disfrutaba cuando se plantaba ante el enemigo con una actitud más intimidante que las armas que blandía; le gustaba verlo temblar. Su destreza y ferocidad en la lucha lo habían convertido en un corsario temido. Captain Black era una leyenda, y sus hazañas comenzaban a canturrearse en las tabernas de los puertos.
Pero en ese momento se trataba de Isaura, por eso tenía miedo. Nunca lo había sentido por otra persona, quizá porque nunca había amado del modo tan inexplicable en que amaba a esa muchacha. Una mezcla de impotencia y rabia amenazaba con volverlo loco. Imaginar el sufrimiento de Isaura o pensar en que llegaría tarde para salvarla era la peor tortura que le había tocado padecer.
Lanzó un grito, y Black Jack galopó a mayor velocidad, dejando atrás a Somar y al grupo de marineros que lo escoltaban a Capilla del Señor. A pesar de que pronto caería la noche, había decidido continuar. Se arriesgaría a que los caballos quedaran mancos e incluso a que un guadal se tragara una montura completa. Con luna llena tenían posibilidades, y él las aprovecharía.
Somar le dio alcance y galopó a su lado en silencio. De tanto en tanto lo miraba por el rabillo del ojo. Pocas veces lo había visto tan preocupado.
—¿Qué ha dicho el baqueano? —quiso saber Blackraven—. ¿Cuánto falta para Capilla del Señor?
—Son catorce leguas hacia el norte —informó el turco—. Él asegura que a este ritmo llegaremos a media mañana, a mediodía quizá. Pero creo que los caballos no resistirán.
—Resistirán —aseguró, sin mirarlo, con voz cavernosa.
El silencio volvió a caer sobre ellos. Blackraven sopesaba las alternativas y diseñaba planes. No sabía con qué se encontraría en Bella Esmeralda; cabía, la posibilidad de que tuvieran que enfrentar a un grupo armado de peones. Agradecía la oportuna decisión que lo llevó a convocar a varios de sus marineros al Retiro, en caso contrario, en ese momento, él y Somar habrían tenido que enfrentar a Paddy y a su gente solos, pues de igual modo, habría rechazado la oferta de los esclavos para ayudarlo a recuperar al Ángel Negro.
Antes de abandonar el Retiro, mientras aprestaban los caballos, lo convocaron en el cuarto patio, donde, con Servando como corifeo, le comunicaron su intención de acompañarlo hasta Capilla del Señor.
—Miss Melody se merece que demos la vida por ella —manifestó Servando, y los demás lo refrendaron con murmullos de aprobación.
Blackraven paseó la mirada por sus esclavos. Se alimentaban bien y presentaban un aspecto inmejorable; sus músculos se marcaban al blandir las herramientas que empleaban para trabajar la tierra; otros se habían provisto de palos y piedras. Avistó a algunas mujeres, entre ellas a Polina, todavía macilenta y enflaquecida, con Rogelito en brazos.
—Os agradezco este ofrecimiento, pero mis hombres y yo, que estamos acostumbrados a la batalla, traeremos a la señorita Isaura sana y salva. No pasará mucho tiempo antes de que volváis a verla. Por el bien de Jimmy, no mencionéis que ha sido raptada, más bien apoyad nuestra versión que asegura que ha marchado a pasar unos días a casa de su amiga, madame Odile.
Somar lo sacó de sus recuerdos al preguntarle qué sabía acerca de Paddy Maguire. Blackraven le contestó con laconismo y, pasado un momento, le dijo:
—Casi que me alegro de que ese mal nacido esté con vida. Siempre me quedé con ganas de hacerle pagar todo el sufrimiento que le causó a Isaura.
—Es hombre muerto —sentenció Somar.
Alcanzaron Bella Esmeralda antes del amanecer. Habían cabalgado como forajidos, evitando los poblados y los caminos con tráfago. Gotardo Guzmán, el comisario que ya no ocupaba ese cargo, conocía la zona y los condujo por atajos. Fuoco llegó a la estancia empapado y echando espuma por la boca. Melody marchó al establo para ocuparse del bienestar de su caballo. Paddy la vio alejarse y no dijo palabra.
Bella Esmeralda se hallaba en estado de abandono. La vegetación ocultaba la casa tras su exuberancia, nadie recogía las hojas del jardín y la fruta se pudría a los pies de los árboles; ya no se adivinaban los límites de la huerta que su madre solía cuidar con esmero; las gallinas, los gansos y los pavos deambulaban picoteando incluso dentro de la sala, mientras los perros, trasijados y envueltos en nubes de moscas, se echaban por cualquier parte para sacudir la cola y masticarse las pulgas. A lo lejos se divisaban los potreros, con pocos animales.
Melody caminaba y contemplaba el entorno con total desapego. Nada sentía, ni bueno ni malo, y tuvo la impresión de ver ese sitio por primera vez. Se acordó del Retiro, del orden que imperaba desde que ella tomó las riendas, y se mordió el labio para controlar el llanto.
—Roger —necesitó murmurar—. Roger, ven a buscarme.
Se topó con Enda camino a su antigua habitación. Se miraron a los ojos, y Melody vio con claridad, en el gesto amargado de su tía, el odio y la envidia que la habían dominado desde que puso pie en esa casa. Debieron dar crédito a las advertencias de Lastenia. Dos demonios se habían apoderado de Bella Esmeralda y acabado con la familia.
Enda la detuvo por el brazo y Melody, en un movimiento inesperado, la empujó contra la pared y le apretó el cuello.
—Nunca jamás —le advirtió— vuelva a ponerme una mano encima. No tengo nada que perder. La mataré si vuelve a hacerlo. Manténgase alejada de mí y no habrá problemas.
En la habitación se encontró con Brunilda, del servicio doméstico, que se ocupaba de armar la cama. Se abrazaron y se contaron la suerte que habían corrido. Brunilda le dijo que el señor Patricio estuvo entre la vida y la muerte durante varios días. En el pueblo aseguraban que la señora Enda había sellado un pacto con el propio Lucifer para salvar la vida de su único hijo. La habían visto en el monte la noche siguiente a la de la huida de la niña Melody, desnuda frente a una hoguera, salmodiando en una lengua extraña, al tiempo que degollaba y destripaba gallinas y armaba montículos con sus vísceras. Los más imaginativos vinculaban ese rito con la desaparición del bebé de un peón. “Se lo dio al maligno a cambio de la vida del señor Patricio”, afirmó Brunilda.
Enda esperó a que su hijo se hallara fuera de peligro para comunicarle la desaparición de Melody y de Jimmy. Paddy rugió y aventó cosas hasta que la debilidad lo doblegó y quedó echado sobre la almohada, sollozando con la boca medio abierta y saliva escurriéndole por la comisura. Recuperada la salud, se dedicó a beber, apostar y putañear, sin interesarse en la estancia. Para cubrir sus deudas de juego y otros vicios, se vendieron los muebles, la platería, la cristalería, los manteles de hilo y las joyas. Dilapidada esa pequeña fortuna, se comenzaron a malvender los animales, las carretas, los arneses y albardas, los avíos del campo y los esclavos. A esa altura, no quedaba nada de valor.
Brunilda se marchó a la cocina y Melody se recostó en la cama. No quería dormir por temor a que Paddy la asaltara como la última vez, pero el cansancio la venció. Se despertó a causa de un mal sueño y, al incorporarse, lo descubrió sentado junto a la cabecera. Dio un grito y se evadió hacia el otro lado de la cama. Agitada, con el corazón en la garganta, se quedó mirándolo, esperando que la atacase y la ultrajase. Paddy había perdido la lozanía de la juventud y se le notaban en la abultada papada y en la enrojecida nariz los vicios y desarreglos. Había engordado, llevaba el pelo largo y sucio y, a pesar de que se había mudado de ropa, no lucía mejor que antes.
—Deberás acostumbrarte a verme cada mañana —dijo en ese duro y cadencioso inglés de los irlandeses—. Así será de ahora en más.
—Libera a Tommy —le exigió Melody—. Ya estoy aquí, como deseabas. Ahora quiero verlo en libertad.
—No hasta que hayas pronunciado los votos frente al sacerdote.
—¿De qué hablas?
—Nos casaremos. En breve llegará el párroco de la Exaltación de la Cruz.
—¡Prefiero estar muerta a casarme contigo!
—Tú no morirás. Tommy lo hará en tu lugar. Te casas conmigo o el muchacho muere.
Rodeó la cama y se acercó a ella. Cruzaron una áspera mirada, y Melody distinguió en los pómulos y en la nariz de Paddy venitas azules y violáceas que denotaban su afición por la bebida. Sintió asco de ese hombre.
—Debería castigarte por haberme dejado medio muerto aquella noche —dijo él, con acento benévolo.
Su aliento apestaba a alcohol.
—Yo lamento no haber hundido más profundamente el puñal, maldita basura.
Aún lo lastimaba el odio de Melody. Sus mejillas se colorearon y sus ojos se inyectaron de furia.
—Cuida tu lengua, querida prima. No estás en posición de insultarme.
La tomó por la cintura y trató de besarla, pero Melody alejó la cara. La obligó a volverse y apretó su boca sobre la de ella. La excitación lo sorprendió; hacía tiempo que no se enardecía con una mujer; la bebida y el mal dormir lo tumbaban en la cama y, si lograba mantenerse despierto, le costaba consumar el acto. Las prostitutas se mofaban de él, al igual que los parroquianos.
—Lo que tú pretendes tomar por la fuerza —declaró Melody— yo ya se lo entregué a otro voluntariamente. Él es un hombre, no un cobarde como tú, y lo amo con todas mis fuerzas.
Paddy tardó en reaccionar y lo hizo de mala manera, la abofeteó una y otra vez y terminó por arrojarla al suelo.
—¡Sí! —exclamó Melody, quitándose la sangre de la nariz con la manga—. Me entregué a Roger Blackraven porque lo amo. Y cada vez que tú me tomes por la fuerza yo estaré pensando en él. ¡Roger es el amor de mi vida!
—¡Cállate, perra! —y la pateó en el estómago.
Melody creyó que moría; un vacío se formó en torno a ella, oscuro y apretado, sin aire ni luz ni sensaciones. Quedó ovillada en el suelo mientras se sostenía el vientre y escondía la cara en las rodillas. No advirtió cuando Guzmán y Enda se metieron en la habitación y apartaron a Paddy que seguía dándole puntapiés en la espalda.
—¡Detente, animal! —lo increpó Guzmán—. O serás viudo antes de casarte.
Enda le ordenó que llevara a su hijo a la sala y lo tranquilizara con algo fuerte mientras ella se hacía cargo de Melody. La curó lo mejor que pudo, lamentando que el padre León tuviera que verla tan estropeada.
—Usarás mi mantilla de encaje para cubrirte.
La ceremonia se llevó a cabo en lo que tiempo atrás se destinaba como escritorio de Fidelis. No quedaban muebles ni libros; la lámpara de bronce había desaparecido al igual que el candelabro de plata y los óleos. Melody derramó amargas lágrimas ocultas por el espeso entramado del encaje y murmuró un sí cuando el sacerdote le enunció los votos. Firmaron el libro parroquial junto con los testigos, Gotardo Guzmán y Brunilda.
Apenas se retiraron el padre León y Guzmán, Melody abandonó su mutismo para exigir:
—Quiero ver a Tommy. Ahora.
—Lo verás cuando yo lo juzgue conveniente.
—¡Ahora! —se empecinó.
—Ahora —dijo Paddy— tengo otra cosa en mente. Tú y yo tendremos nuestra noche de bodas aunque sea a plena luz del día.
Melody retrocedió, pero alguien la detuvo por los hombros.
—Como su esposa —dijo Enda—, debes cumplir con tus obligaciones maritales.
Paddy tomó a Melody por la cintura y la cargó como un saco al hombro. Abrió la puerta de su recámara de un puntapié y la tiró sobre el colchón. En cuatro patas, Melody se evadió hacia el extremo opuesto y buscó escabullirse en dirección a la puerta. Paddy la interceptó y la hizo rebotar sobre el colchón al empujarla. Se colocó a horcajadas sobre ella y terminó de desnudarse.
—Más te resistes, más me excitas. —La cubrió con su cuerpo—. ¡No sabés cuánto he soñado con este momento! —exclamó y, mientras la besaba, iba arrancándole la blusa, la falda, el justillo. Con cada rasgón, ella se sentía un poco más muerta.
Paddy comenzó a lamerle los pechos, y Melody bramó hasta sentir sabor de sangre en la boca. La tocaba por todas partes y la hurgaba en su intimidad, trataba de separarle las piernas y meter su miembro dentro de ella. Ni escuchaba sus propios gritos ni se daba cuenta de que luchaba como un felino. En realidad, le parecía que estaba quieta ahogándose en una marea de desesperación y asco.
Ni ella ni Paddy advirtieron el griterío en la parte delantera de la casa ni las botas que fustigaban los tablones del piso, tampoco el estruendo de la puerta al dar contra la pared. Alguien asió a Paddy por el cabello, lo jaló y lo arrojó al suelo. El hombre levantó la vista hasta dar con el rostro oscuro y brutal de una mole que parecía medir diez pies. Esos ojos negros ejercieron una honda impresión en él. Lo observaban con fría calma y hablaban del dominio de ese hombre y de su naturaleza infrangible. Se alejó hacia atrás, deslizándose sobre su trasero, implorando clemencia.
Blackraven se acercó a su víctima y le propinó un puntapié en el costado. Paddy lanzó un quejido y no tuvo tiempo de recuperar el aire pues recibió otro, y otro más. Resultaba ominoso el silencio en el que Roger actuaba, sólo se oían su agitada respiración, el ruido de huesos rotos y los gemidos de Maguire, que, a gatas, alcanzó la mesa de noche y tomó el facón que allí había. Blackraven caminó hacia él, le pateó la mano y el puñal voló para desaparecer bajo la cama. Acto seguido, lo tomó por detrás y, dándole la espalda a Melody, le sostuvo la cabeza por el pelo. Le habló en voz baja cerca del oído.
—Ahora pagarás con tu vida uno a uno los tormentos que le causaste a mi mujer. Desearás no haber nacido. ¡Maldita sea la ramera que te trajo a este mundo!
Lo degolló con el puñal que escondía en la bota. El cuerpo de Paddy, de bruces en el piso, se convulsionó y se encharcó en sangre.
Somar, que había mantenido distancia, intervino para encargarse del cadáver, mientras Blackraven se ocupaba de Melody, ovillada en la cama, las rodillas bajo el mentón y las manos entrelazadas en las pantorrillas. Se mecía y balbuceaba. Al percibir que la tocaban, profirió alaridos y agitó sus extremidades. Blackraven se echó junto a ella y la sujetó por detrás. Ella siguió gritando y moviendo la cabeza.
—Tranquila, mi amor, soy yo, Roger. Tu Roger. Reconoce mi voz, ¿es que ya la has olvidado? Estás a salvo, nada malo va a ocurrirte. Aquí estoy, tranquila ahora. El peligro ha pasado. —Con resolución, le dijo—: Voy a sacarte de aquí.
La levantó en brazos y advirtió que Somar había quitado el cuerpo y sólo quedaba una mancha oscura sobre el tablado. Salió al corredor y se topó con Brunilda, que sin palabras le indicó que lo siguiera.
—Ésta era la habitación de don Fidelis y doña Lastenia.
—Pon a hervir agua —le ordenó Blackraven, y cerró la puerta con el pie.
Acomodó a Melody en la cama y se ubicó junto a ella, que seguía temblando entre sus brazos. Un sollozo apagado vino después, sin fuerzas. Blackraven la apretaba contra su pecho, le besaba la cabeza y le susurraba palabras de amor. La conmoción fue cediendo y el llanto languideció hasta convertirse en suspiros. Melody guardaba silencio con la vista perdida; por instinto sabía que estaba a salvo, de algún modo conocía esos brazos que la sujetaban y esa voz que le hablaba en la nuca.
Blackraven le quitó los jirones de ropa y los botines. Estaba muy golpeada, los cardenales mancillaban la piel de su rostro y de su cuerpo. Anegado de impotencia y de odio, se mordió el puño al tiempo que sus ojos enrojecidos continuaban estudiándola tras un velo de lágrimas.
El dolor de Blackraven alcanzó a Melody y la rescató del letargo. Entonces lo vio, con el gesto contraído en una mueca amarga, doblegado por la pena y el cansancio. Advirtió con qué delicadeza la movía para desnudarla y se dio cuenta de los esfuerzos que hacía para no romper en un llanto abierto. La nuez de Adán le subía y le bajaba y hacía ruido al tragar su emoción. Melody estiró la mano y le barrió las lágrimas con una caricia.
—Oh, Roger… —gimoteó.
—Isaura, amor mío —y se inclinó para besarla en los labios.
—Estoy sucia y siento asco de mí.
Con el baño listo, Blackraven cargó a Melody en brazos y la sentó en la tina. Le ordenó a la doméstica que buscara ropa limpia y después se arrodilló para enjabonarla. Melody guardó silencio por un largo rato. La acción de la esponja sobre su cuerpo la purificaba y serenaba.
—Él tiene a Tommy —expresó, incapaz de pronunciar su nombre—. Me dijo que lo había raptado. Me mostró la cadena y la medalla de oro de mi hermano, las que eran de mi madre. Tommy jamás se separa de esa cadena. Me obligó a casarme con él, me amenazó con matarlo.
A Blackraven lo enfureció la confesión, no obstante, por el bien de Isaura, mantuvo cautela sobre sus impulsos.
—Ese matrimonio no es válido, Isaura.
—¿Dónde está mi hermano? ¿Dónde lo tiene?
—Mis hombres y Somar están recorriendo la propiedad y la casa. Si está prisionero aquí, nosotros lo encontraremos. Trata de olvidar, cariño.
Pero Melody necesitaba hablar.
—Él pretendía ejercer sus derechos de esposo sobre mí cuando tú llegaste. ¿Qué habría ocurrido si no te presentabas? —Lloró, asolada por las imágenes vividas—. Le dije que cada vez que me forzara, yo estaría pensando en ti. Le dije que tú eras el amor de mi vida. Eso lo enfureció.
—Creí que me moría cuando Elisea nos dijo que te habían raptado. Ella lo vio todo, gracias a Dios, y corrió al Retiro a contarnos. Sólo ahora que te he recuperado vuelvo a sentirme vivo. ¡Por Dios, Isaura! No sé de qué habría sido capaz si algo malo te hubiese ocurrido. Sentí miedo.
Entendió que el tormento padecido por ese hombre se comparaba al de ella; acababa de confesarle que había sentido miedo y eso, en un hombre como él, no debía de ser fácil.
—Roger, durante estas horas de martirio, sólo podía pensar en ti. Es extraño, pero ni Jimmy ni Tommy ocupaban mi mente. Sólo tu nombre se repetía una y otra vez en mi cabeza. Roger, perdóname. Perdóname por haber puesto a los míos antes que a ti. Ahora entiendo que tú eres el centro de mi vida y que si no te tengo nada tiene sentido. ¿Ya ves cuánto te necesito?
—Isaura…
Se besaron, pero Melody aún cavilaba sobre los últimos minutos con Paddy, y las escenas con su primo la tornaron fría.
—¿Él está muerto, verdad?
—Sí.
—¿Tú lo mataste?
—Sí. Lo que debí hacer el día en que me mostraste las cicatrices que tienes en la espalda.
—En ese momento lo creíamos muerto.
—Debí asegurarme. Mi negligencia no tiene perdón. Podría haberte costado la vida.
—No puedo dejar de pensar en Tommy. ¿Dónde estará?
—Lo encontraremos, no te preocupes.
—Quiero que mi tía Enda abandone esta casa. Hoy mismo. Ahora.
—Así se hará.
La envolvió en una toalla y la sacó del agua.
—Mandaré llamar a un médico para que te revise. Estás muy golpeada.
—Sólo quiero descansar.
Brunilda le prestó algunas de sus prendas; estaban limpias y olían bien. Melody, con ayuda de Blackraven, se pasó un camisón por la cabeza y se echó en la cama, cerró los ojos y soltó un suspiro.
—Le traje una valeriana a la niña —dijo Brunilda—, para que pueda dormir.
Melody bebió la infusión y se sintió reconfortada. Blackraven se acomodó a su lado y, con la cabeza apoyada en una mano, la contempló dormir. No se avenía a dejarla pese a que lo aguardaban varias decisiones antes de emprender el regreso. Se calzó con desgano y salió en busca de la doméstica.
—Quédate junto a ella, no te muevas de su lado. Si despierta, me buscas. —A uno de sus hombres le ordenó montar guardia en la puerta—. Nadie puede entrar en esta recámara excepto yo.
Por la parte de afuera, se aseguró de la confiabilidad de los postigos de la ventana. Dos de sus hombres terminaban de cavar una fosa de considerable profundidad a los pies de un roble, cerca de la casa; el cadáver de Paddy Maguire, envuelto en una sábana, esperaba a un costado.
—Hemos investigado los alrededores —informó Somar—. Hay un grupo de casuchas hacia el norte, de los peones. Se han marchado casi todos. Según Brunilda, la doméstica, sólo quedan ella y Braulio, un esclavo, pero no lo hallamos por ninguna parte. No hay animales ni vacas ni caballos. Todo es un gran desorden.
—Hace tiempo que nadie se ocupa de poner a producir esta tierra. Hará falta una gran cantidad de dinero para devolverla a su estado de esplendor, amén de los impuestos que se deben de adeudar y que será imperioso pagar.
—¿Piensas hacerte cargo?
—Lo hablaré con Isaura más tarde. Ella dice que Maguire secuestró a su hermano Tomás y que, bajo amenaza de matarlo, consiguió traerla de regreso a Bella Esmeralda.
—El muchacho no está acá —aseguró Somar—. Yo mismo me ocupé de revisar la casa y los alrededores. No olvides que Maguire tenía un cómplice. Elisea habló de dos hombres. Quizás él lo tenga.
Blackraven asintió, mientras se masajeaba el mentón con aire preocupado.
—Interrogaremos a Brunilda. Tal vez sepa quién era ese otro.
—Ahora —dijo Somar— me gustaría que me acompañases a la casa, hay algo que desearía mostrarte.
En la cocina, detrás de unos anaqueles en el guardamangel, Somar había hallado la puerta de un sótano. Usaron una lámpara de aceite para descender por la precaria escalera, y Blackraven temió que no soportara su peso. El lugar se hallaba en orden, vacío, excepto por una mesa y un armario ubicados en el extremo más alejado a la entrada. En su primera inspección, Somar había forzado la cerradura del armario. Abrió las puertas y pasó la lámpara frente a los estantes. Había frascos de varios tamaños, libros, cuadernos, plantas secas, pequeños animales disecados —sapos, ranas, lauchas— y otros embalsamados. Al acercar la lámpara a un frasco, descubrieron el feto de una cabra nadando en un líquido ambarino. Los demás contenían partes de animales, vísceras, ojos, lenguas, corazones. Blackraven apartó la vista, asqueado.
—Alguien practica la brujería en esta casa. Sin duda, es la vieja con la que nos topamos en la entrada. ¿Dónde está ahora?
—Ha desaparecido —dijo Somar.
—¡Mierda!
Blackraven revisó los cuadernos, escritos de puño y letra en gaélico. Los libros, con diseños de figuras diabólicas y exóticos símbolos, estaban en inglés, y detallaban conjuros y ritos druidas, fórmulas y ensalmos.
—No es una bruja cualquiera —opinó Somar—. Es una mujer culta, sabe leer y escribir. También conoce de tósigos —agregó—. Mira, esto es raíz de acónito, extremadamente venenosa. Éstas son semillas de digital. En ciertas dosis mata en cuestión de segundos. Creo que esto es cicuta, y en este frasco hay polvo de arsénico. Y éste, con olor a almendras, es cianuro.
—¿Dónde aprendiste tú tanto de venenos? —se pasmó Roger.
—No subsistes por mucho tiempo en un harén si no aprendes de estas cosas. Aquí —prosiguió Somar— guarda hongos, que por las características de los himenium —se refería a la parte inferior de los sombreros—, son tóxicos. ¿Ves? Tiene volva, otra característica de los hongos venenosos.
—La madre de Isaura murió a consecuencia de comer un guisado de hongos. Y su padre murió en circunstancias poco claras, de una enfermedad gástrica que lo mató en semanas. Un día era un hombre saludable y fuerte, otro día no pudo dejar la cama acometido por una gran debilidad.
Sus miradas se encontraron, y una sombra de inquietud cruzó el gesto de Blackraven.
—Podría haberse tratado de un envenenamiento por arsénico —especuló Somar—. En dosis bajas suministradas con regularidad, provoca un cuadro similar al de un mal gástrico e intestinal.
—No tengo dudas, Somar. Los padres de Isaura fueron envenenados por la madre de Maguire.
—¿Vas a confesárselo a la muchacha?
—No lo sé. No quiero que sufra más penas en esta vida. Aún está conmocionada por lo que padeció a causa de ese gusano. Temí por su cordura —dijo.
Brunilda los puso en la pista de Gotardo Guzmán, a quien definió como “un Satanás, compañero de cazurrerías del señor Patricio”.
—¿Dónde puede encontrarlo? —repitió la muchacha, con desprecio—. ¿Dónde más? En la casa pública, con alguna de esas malas mujeres.
—Esta noche —le habló Blackraven a Somar al dejar la cocina— le harás una visita a Guzmán. Que te acompañe Peters, que es hábil con el torniquete. Lo torturas hasta que te confiese dónde tienen a Tommy. Antes de enviarlo al Infierno junto con Maguire, le dices que vas de mi parte, por haber osado meterse con mi mujer.
Al relámpago le siguió un sonido atronador. Blackraven apartó un poco la cortina y miró el cielo. Un nuevo refusilo iluminó las nubes grises, recortando la silueta del paisaje, confiriéndole un aspecto fantasmagórico. Desde allí se veía el roble a cuyo pie habían sepultado a Paddy Maguire. Las primeras gotas golpearon el cristal y en pocos segundos se desató una lluvia torrencial.
Blackraven desvió la mirada un instante para vigilar a Melody que dormía. Horas antes, habían cenado en la habitación y él debió obligarla a llevarse unas cuantas cucharadas de guiso a la boca. Guardaba silencio y todo el tiempo pensaba en sus hermanos. Tommy era la mayor preocupación.
Volvió la vista al exterior. Siempre lo habían fascinado las tormentas, en especial cuando las contemplaba desde lo alto de los riscos de Cornwall y veía los rayos caer en el mar. De pronto lo asaltó la melancolía. Quería hacerse a la mar con Isaura, alejarla de sus penas y recuerdos, apartarla de los sitios que la entristecían. ¿Sería feliz en Cornwall? Quizá prefiriese Londres; de seguro disfrutaría pasear por las calles de París. De todos modos, no era tiempo de partir.
Un rayo de peculiar intensidad iluminó el cielo y dibujó el contorno del roble contra la noche. Había alguien de pie bajo el árbol, que de inmediato fue tragado por la oscuridad en cuanto la fugaz luz se consumió. Sobrevino otro rayo, y esta vez Blackraven no tuvo dudas: ahí estaba la madre de Maguire, junto a la tumba de su hijo. Ella miraba en dirección a la ventana, como si supiera que la espiaban. Los ojos le brillaban como los de un gato y ejercieron un efecto hipnótico en Roger.
El trueno lo sacudió del trance. Se echó la camisa encima y corrió hacia el exterior, pero la mujer había desaparecido. Ordenó a sus hombres que registraran la propiedad, no podía hallarse lejos. Regresó al dormitorio empapado y furioso. Melody dormía en la misma posición. Se lavó los pies embarrados, se secó el pelo y se quitó la ropa. Tendido de espaldas en la cama, pese a la actividad de su mente, se durmió. Horas más tarde, lo despertaron unos golpeteos en la puerta.
—¡Capitán Black! —Era uno de sus hombres.
—¿Qué quieres? —gruñó en voz baja.
—Mejor venga a la sala, capitán. El hermano de miss Melody está aquí.
Se vistió deprisa y se pasó los dedos por el pelo para desenredarlo. Nunca creyó que se sentiría feliz de volver a ver a ese imprudente muchacho.
Tommy se encontraba fuera de sí. Dos hombres lo sujetaban por los brazos, al igual que a Pablo. Cuando Blackraven se presentó, con el torso desnudo y los pelos sueltos, Tommy se sintió intimidado y cayó en la cuenta de que en ninguno de los anteriores encuentros el inglés había hecho uso de toda su potencia física.
—¡Inglés hijo del demonio! —profirió, igualmente—. ¿Qué carajo hace en la casa de mi padre? ¿Cómo se atrevió a poner pie en mis tierras?
—Vine a rescatar a tu hermana. Por si no te has enterado, tu primo la raptó ayer cerca del mediodía.
—Por eso estamos aquí. Servando nos avisó y vinimos a salvarla.
—Habrías llegado tarde, Maguire. Yo se la arranqué de los brazos cuando el hijoputa trataba de violarla.
Tommy se quedó callado, su mirada fija en la de Blackraven.
—Dígale a sus hombres que me suelten —vociferó.
—No hasta que muestres un poco de sensatez. Deja de gritar que tu hermana duerme. Cuando estés dispuesto a hablar como persona civilizada, entonces les diré a mis hombres que te suelten.
—¡Ésta es mi casa, maldito pirata inglés! ¡Usted no puede darme órdenes en mi propia casa! ¡Suélteme!
Melody, envuelta en una manta, descalza, con la cara soñolienta y el cabello ensortijado, apareció en el recibo.
—¡Tommy! —exclamó de alegría, y corrió a abrazarlo—. ¡Estás a salvo! ¡Gracias a Dios! Temí que algo terrible te hubiese ocurrido.
Con un ademán de cabeza, Blackraven ordenó a sus hombres que soltaran a los jóvenes.
—Vayan aprestando los caballos —les indicó—. En cuanto tomemos un rápido desayuno, partimos hacia el Retiro. Los caballos han tenido tiempo para recuperarse.
Los hermanos se sentaron y conversaron por un largo rato. Blackraven se mantuvo aparte, al igual que Pablo, y se limitó a escuchar.
—¿Cómo supo Paddy dónde encontrarnos? —se preguntó Tommy.
—No lo sé —admitió Melody.
—Quizá llegó a saber de ti del mismo modo que yo, por tu fama como el Ángel Negro, el paladín de los esclavos.
—Quizá.
—Algo bueno ha surgido de este dramático suceso —apuntó Tommy—. Hemos recuperado Bella Esmeralda y nos hemos sacudido de encima al miserable de Paddy. Ahora podremos recomenzar. Iremos a buscar a Jimmy y viviremos aquí, con Pablo, como antes.
—Yo volveré con Roger, al Retiro. Y Jimmy se quedará conmigo.
Tommy armó un jaleo que afectó sobremanera a Melody. Blackraven intervino.
—Maguire, sé razonable. Este sitio necesita mucho dinero y trabajo para comenzar a dar algo de frutos, sin mencionar la fortuna que se debe en impuestos, porque estoy seguro de que tu primo jamás cumplió con esa obligación. Entiendo que quieras recuperar tu tierra y verla producir otra vez. Pero tus hermanos no tienen por qué padecer necesidades mientras Bella Esmeralda da algo de dinero.
—Deje de opinar, inglés. Nadie le ha pedido su parecer. Y quiero que antes del mediodía usted y sus matones abandonen mis tierras.
—Nos iremos en cuanto hayamos terminado de aprestar las monturas. Ahora, si me permites, quisiera tener unas palabras contigo en privado.
Tommy lo miró con desconfianza, algo sorprendido también, de igual modo lo siguió hasta el escritorio de Fidelis.
—¿Dónde están los muebles? —preguntó—. ¿Y los libros de mi madre? ¿Y los candelabros?
—Tu primo los vendió para costear sus vicios, según entiendo. Debes saber además que tu tía Enda ha desaparecido.
—¡Bah, que se pudra! Es una mujer inútil y siempre apañó al miserable de su hijo.
—Yo no me apresuraría en formar un juicio sobre ella. En la despensa de la cocina descubrimos una puerta que conduce a un sótano. Allí abajo hay toda clase de venenos. Suponemos que le pertenecen, pues hallamos cuadernos con anotaciones en gaélico. Sospecho que fue tu tía Enda quien envenenó a tus padres.
—¿Qué? Esa mujer no mataría a un pájaro.
—Como tú digas —se fastidió Blackraven—. Creí que debías saber lo que recelo, por tu propia seguridad. Esa mujer, a mi criterio, es peligrosa y sigue suelta. Te advierto que Isaura no conoce mis sospechas acerca de la muerte de tus padres y no lo sabrá, al menos por un tiempo, hasta que se sobreponga de lo que acaba de vivir. La encontré muy golpeada y en estado de conmoción.
—¡Ojalá ardas en el Infierno, Paddy!
—Antes de dejar tus tierras —dijo Roger—, quería hacerte un ofrecimiento. —Tommy lo contempló con impaciencia y apenas inclinó la cabeza en señal de consentimiento—. Quisiera comprarte Bella Esmeralda. —Levantó una mano para detener el exabrupto de Maguire—. He recorrido la propiedad y, créeme, tu primo hizo un buen trabajo si se había propuesto destruirla. No cuentas con animales ni herramientas ni peones. Yo, en cambio, cuento con el dinero para volver floreciente este lugar. Tú serías el administrador y la estancia estaría a nombre de tu hermana.
—Vosotros, malditos ingleses —pronunció Maguire—, le robasteis a mi padre la tierra en la Irlanda, no permitiré que volváis a robársela aquí. ¡Fuera de mi propiedad! ¡Fuera, maldito pirata ladrón!