Capítulo 30

Anguilas en Caldo de Anguilas

 

El cielo se escurría como una esponja. La lluvia caía como dagas; protegí mis ojos. El cielo brillaba de blanco, formando la silueta de árboles torcidos. Los rayos jugaban a los dardos en las Llanuras, con la chica lobo como tiro al blanco.

A pesar de los árboles, el Cenagal no proveía ningún refugio. El viento arrancaba la copa de los árboles, y arrojaba manojos cenagosos de hojas de plantas. Nunca había conocido tal oscuridad. Se inclinaba enteramente sobre mí. Presionaba mis ojos con grandes y duros pulgares.

Exponer a mi asesino.

Su nombre es Briony Larkin.

El recuerdo me vino en pedazos.

Nunca intenté matar a una anguila. No podría haber imaginado que sería tan difícil, que se escabullirían, retorcerían y se sacudían. Tuve que pincharla a la mesa para poder cortarle la cabeza. La pinché en el medio, pero aun así, se agitaba y se retorcía. Se retorcía cuando le cortaba la cabeza; se retorcía cuando la destripaba; se retorcía cuando la desollaba.

¿Qué has conseguido para la cena, Lord Randal, hijo mío?

¿Cómo puedes desollar una anguila cuando su piel es tan dura como el cuero, cuando incluso después de muerta, se agita? Así es como lo hice.

¿Qué has conseguido para la cena, mi hermoso joven?

Fui a buscar el alicate de Padre. La anguila se lanzó, pero agarré su piel con las pinzas, y la rompí en tiras. La olla ya estaba en el fuego. Arrojé dentro la anguila. ¡Oh, cómo saltó!

Conseguí anguilas hervidas en caldo de anguilas; Madre has mi cama pronto, porque estoy enfermo del corazón y de buena gana me acostaría.

Había cantado Lord Randal docenas de veces, y nunca pensé en la novia de Lord Randal haciendo ese caldo de anguilas. La había cantado antes de saber que se retuercen y se hacen polvo. Antes de saber que su hedor se hunde en tu piel, que friegas y friegas, pero no sale. Antes de tener miedo a mis propias manos, tenía miedo de llevar hedor de anguila para siempre. Antes de descubrir que el limón lo quita.

¿Recuerdas cuando te preguntaste por qué no te convertiste en Sr. Sherlock Holmes? ¿Por qué no habías rastreado al asesino de Madrastra?

Eso es una ironía poética para ti.

—¡Señora!

Me giré rápidamente hacia el olor a algas y peces muertos, hacia la espuma y el rugido de Rostro Mugriento.

—Señora, ese muchacho ha estado pasando por el pantano buscándole, con la Mano Muerta detrás.

—¿Detrás de Eldric?

—Sí, señora.

—¡La Mano Muerta está siguiendo a Eldric!

—Sí, señora. Está cada vez más cerca.

Hice un sonido como de pintura descascarada. Los Wykes estallaban, riendo, bromeando, tratando de llevarme por el mal camino. El viendo gritaba y encajonaba mis oídos, pero no podía esconder el otro grito.

—¡Briony!

Los Wykes se deslizaban y burlaban.

—¡Briony! —La voz de Eldric era como de un clavo oxidado. Mis dientes se estremecieron.

Un trueno rechinaba sus dientes.

—¡Eldric!

Seguí su voz a través de la rabiosa maleza.

—¡Briony!

Sólo truenos ahora.

—¡Eldric!

Llamas amarillas se deslizaron delante de mí.

—¡Briony! —La voz de Eldric era cruda y hecha jirones. La Mano Muerta brillaba a lado de su sombra retorcida, a lado de una larga oscuridad de gritos. Me sumergí en la carne hinchada de la Mano Muerta, liberando el dulce, y categórico olor a muerte.

Hice palanca con sus dedos. Mis uñas se hundieron en su carne. Eldric no había traído un Bible Ball… ¡tonto! Exprimí lodo amarillo, como crema cuajada.

Los Wykes observaban a la chica bruja. Veían que no podía mover los dedos muertos. Crujían y reían.

—¡Briony!

Apuñalé mis dedos en la red carnosa entre el dedo índice y el pulgar de la Mano Muerta. Apuñalé la unión entre la red lodosa y la muñeca caliente y viva de Eldric. Pero quizá se habían unido. Ni siquiera una sombra podía deslizarse en medio.

—¡Briony!

Sentí el sabor de mi propia náusea, y me la tragué. Dejé ir la mano, desgarrando mi vestido. Se resistió. Apreté los dientes en él. De pie ahora, tirando de la botonera. Los botones explotaron.

Fuera del vestido, rompiendo la costura del hombro. Maldita seas, Pearl, por esos pequeños y fuertes puntos. Rompí, y rompí de nuevo. Enrollando mi dedo a través de un pequeño hueco, rasgando. Rompiendo y maldiciendo.

No podía salvar la mano, sólo podía salvar a Eldric.

Los Wykes destellaban otra vez, amarillo, azul, brillando, riendo. Me dejé caer de rodillas, cayendo en una humedad resbalosa. Los Wykes, amarillos, provocaban y brillaban iluminando la humedad carmesí. Una fuente de sangre de Eldric. ¡No mires! Vomitarás si ves su no-mano. No tienes tiempo para sentirte mal.

Enrollé la manga en el antebrazo de Eldric.

Los Wykes decayeron y desaparecieron. El amanecer se cirnió a través de los árboles, como cenizas. La Mano Muerta se derritió. ¿Se llevó su presa? ¡No mires!

Mis enaguas eran una mancha carmesí. Los labios de Eldric eran gusanos pálidos. Su rostro rugía con moretones.

—Ayúdame —dijeron los labios gusanos.

Él tendió la mano izquierda. Sus ojos eran habitaciones vacías.

Tomé su mano en las dos mías. Jalé, y jalé de nuevo. Finalmente, paré y deslicé mi hombro debajo de su brazo izquierdo.

—Uno… dos… ¡tres!

Hizo una buena parte para levantarse él mismo. Sin embargo, se tambaleó al final, estrellándose contra mis hombros. Esperé, tragándome la pena, antes de decir:

—Te llevaré con el Dr. Rannigan.

Dio un paso, tropezó, y se agarró. Sus dedos mordieron mis huesos.

—Así es —dije—. Envuelve tu brazo alrededor de mi hombro.

Lo hizo y se inclinó.

—Háblame —dijo.

¿Hablar? Sólo había una cosa de que hablar. Asesina. La palabra flotaba en el aire entre nosotros.

Sólo una cosa de la que hablar, pero nada que decir. Si tan sólo tuviera alguna excusa, algo para explicarlo. Incluso los celos de bruja serían mejor que nada. Me acordé de la forma de la misma, las anguilas y la pinza, pero no podía recordar por qué. Debería estar ahí, en algún lugar, pero no puedes sacar un recuerdo como sacar una astilla. No puedes hurgar en la mente con una aguja esterilizada.

El antebrazo de Eldric, su buen antebrazo colgaba encima de mi hombro. Lo sostenía en un entrecruzamiento con mis propios antebrazos, como si eso ayudara en algo. Ese no era el brazo que necesitaba al Dr. Rannigan.

Pero ahí estaba, presionando contra mi cintura, con las sobresalientes venas de chico malo. Él había ofrecido su propia sangre roja de esas venas, la había ofrecido aunque yo no le había dicho nada, nada acerca del Boggy Mun, nada acerca de la estación de bombeo. Podría decirle eso, al menos, decirle acerca de Rose y el Boggy Mun.

Quería empezar desde el principio con los niños fantasmas e ir directamente al final. Pero terminé brincando a la mitad y salpicando hacia ambos lados, hablando de la tos del pantano, del drenaje y de Rose.

Mis hombros gritaron bajo el peso de Eldric, pero si él podía continuar, yo podía continuar.

—Sigue hablando.

Mis recuerdos de esos días son siempre del momento después de que Rostro Mugriento rugiera, dejando la Casa Parroquial oliendo a papel hinchado y restos de sótano. De sentarme en la alfombra de la biblioteca, en una mancha de rayos del sol, encontrándome a mí misma mirando a los dispersos excrementos de ratón.

Los personajes de los libros de cuento siempre son alabados por mantener sus casas limpias como alfileres. Pero nadie escribe sobre personajes que están demasiado cansados como para limpiar, personajes que no se molestan en preocuparse. Nadie escribe sobre un personaje que se sienta en el piso y mira excrementos de ratón. Que mira y mira y los deja ser.

—¿Adónde vas? —La voz de Eldric era plana y lenta, una banda elástica que se extendía longitudinalmente.

El personaje no decide dejarlo ser. Ella simplemente lo hace. Ella hace todo lo que requiera no decisión y no acción.

—Al pueblo.

—No puedes ir al pueblo —dijo la gris, elástica voz—. Te colgarán.

Si fuera un autor, escribiría acerca de las personas que se sientan en el piso. Acerca de las personas que miran excrementos de ratón y no les importa. Acerca de las personas que sólo pueden sentir un oscuro hueco dentro.

—Da la vuelta —dijo Eldric—. Corre.

—Necesitas llegar con el Dr. Rannigan.

Mi memoria se agarró de la cara del doctor, de su frente, sus pacientes ojos de vaca. Si sólo estuviera aquí ahora, él sabría que hacer. Mi pecho se cerró de golpe. Mi respiración se hizo silenciosa; podía escuchar el latido de mi corazón.

¡Dr. Rannigan!

¿Que debería hacer, Dr. Rannigan?

No podía respirar, mi corazón latía más rápido. Pero no podía morir, no aún. Eso era para más tarde, en las horcas. Tenía que llevar a Eldric con el Dr. Rannigan.

Respira, ¡Briony! Respira así Eldric puede continuar respirando. Le ordené a mi corazón desacelerarse, me ordené a mí misma respirar. La entrada a mi pecho se abrió. Respiré.

—Yo caminaré hasta el pueblo. —Eldric ya sonaba muerto—. Tú corre.

Estaba acostumbrada a la idea de morir pero no a la de Eldric muriendo. La idea hería mi pecho.

Cuando a una persona está herida, llora. Pero una bruja no puede llorar, tiene que pasar del dolor.

—¡Corre! —dijo Eldric.

¿Correr? ¿Correr y abandonar a Eldric para que muera? ¿Correr hacia una vida de soledad y culpa?

Debe de estar demente.

La memoria se fragmenta ahora, cayendo como lluvia. Vi mis manos sumergir una cuchara en un caldero de caldo de anguila. Las vi poner el caldo en un tazón. Mis dedos ahora, tiran un toque de polvo blanco.

Qué suertudas éramos las brujas del siglo veinte. Las brujas de Macbeth tenían que encontrar entrañas envenenadas para su caldero, generalmente no disponibles en su boticario habitual.

Briony Larkin sólo tenía que medir cuatro granos del polvo, añadir una pizca más para la buena suerte, y revolverlo en el caldero.

Al principio, Madrastra dijo que no tenía hambre, pero le insté a que comiera, diciéndole que sino nunca recuperaría su salud. Si comía, dije, le escribiría una historia.

Es por eso que comió.

Una historia, para ella sola.

Se lo comió todo.

Empezó una hora después, los primeros síntomas: dolor abdominal, náuseas, luego una urgente necesidad por un orinal, cuyos resultados fueron sangrientos… todo lo que había esperado. Le había escrito a Fitz, preguntándole sobre si alguna vez se preocupó por el exceso ingestión de arsénico, y como sabía que él lo haría, me escribió un apartado sobre las fases del envenenamiento por arsénico, ambos crónico y agudo.

El de Madrastra era agudo.

—Sigue hablando —dijo Eldric.

Recuerdo exactamente cuando la calavera de la Muerte apareció en su hombro. Su cara había colapsado, sus ojos se volvieron rojos.

Asesina.

Las rodillas de Eldric se doblaron. Lo agarré por la cintura. Se hundió contra mí, haciéndome perder el equilibrio. Chocamos violentamente contra un tronco, que golpeó mis costillas.

La caída de Eldric me clavó en el tronco. Casi ni lo sentía respirar. ¿Estaba en shock?

—¿Eldric?

Una persona puede morir por un shock.

—¿Eldric? —No lo podía mover.

Nunca había conocido el significado real de peso muerto. Si la montaña no bajaría de Muhammad, Muhammad saldría de debajo de la montaña. Me retorcí, poco a poco raspándome con musgo y corteza. Mis costillas gritaban y gemían.

Piedras, ramas, hojas, y sangre… sangre que salía de la muñeca de Eldric. Apreté el torniquete, vi el charco de sangre lento hasta una llorosa llovizna. Me veo a mí misma levantar su brazo con mis dos manos y apoyar su mano en su pecho. Me vi a mí misma examinar los bordes cortados de su muñeca. Me vi preocupada ya que veo muchos huesos y ligamentos. Me vi estando aliviada de ver nada más que lodo rojo. Me vi avergonzada de estar aliviada. Me vi trabajando en qué hacer luego.

Él había perdido mucha sangre; sus ojos estaban cerrados. Debería estar obligada a arrastrarlo.

Pero primero, necesitaba asegurar su brazo a su cuerpo. No debía permitir que se golpeara.

Podía pasar otro pedazo de vestido por su espalda. Podía amarrarlo en el frente, lo cual sujetaría su parte superior del brazo a su lado, aseguraría su antebrazo y su mano a su pecho. Pero, ¿cómo haría eso? Él era muy pesado. Tendría que girar y empujar. ¿Qué tal si lo lastimaba de nuevo?

Pero mientras estás pensando en rodar, empujar y herir, ¿por qué no pensar en hacerlo rodar sobre tu capa? Podría funcionar como un trineo. Podía arrastrarlo en una capa-trineo, Jiggety-Jig27

todo el camino a casa.

Podrías tomar uno, dos, tres respiros, Briony, ¡y luego tienes que moverte!

Forcé una costura de mi falda luchando con los puntos. ¿Por qué no tenía una navaja?

Florence Nightingale habría tenido una. Puse cuatro pedazos de tela a lo ancho del piso, una a la altura del hombro, otra a la altura del codo, otra en la cadera, y otra en el tobillo.

Puse mi capa sobre los pedazos de tela.

Sólo podía pensar en una manera de hacerlo. Deslicé mis brazos debajo de los de Eldric, lo arrastré hacia atrás, sobre la capa. La capa se arrugó debajo de él.

¡Diablos!

Estaba exhausta para cuando envolví la capa a su alrededor, enganché y até cada pedazo de tela rodeando el frente para mantener la capa en su sitio.

Agarré el cuello de la capa, retrocedí, tiré. Podría ser peor, Briony. Podría ser tu pierna la que doliese, no tu hombro y tus costillas. No pienses sobre eso, sigue caminando.

Concéntrate en el camino estrecho adelante. Piensa en como atravesarlo sin ahogar a Eldric. ¡Piensa! ¡Piensa!

El tiempo dejó de existir. No podía pensar en el futuro, no podía recordar el pasado: solamente existía el ahora. Sólo había tiempo presente.

El Cenagal es la peor parte de la travesía. Hay demasiados obstáculos: troncos, matorrales, caminos estrechos. Los caminos estrechos son a la vez, los más difíciles y los más fáciles, el agua ayuda y obstaculiza. Facilita cargar el peso de Eldric, pero también quiere ahogarlo.

Tienes que sostener su cabeza sobre el agua, lo que significa que el pedazo de camino por el cual estás vadeando no puede ser muy profundo. Lo que significa que debes abrirte camino por él, primero para examinar la profundidad, y cuando hayas arado el camino con Eldric tienes que envolver tus brazos alrededor de su pecho. Debes llevarlo tan alto como puedas, tienes que presionar su cuello y sus hombros en tu mitad. Cuando emerjas del camino, estarás temblando por el esfuerzo. Estarás tentada a dejarte descansar.

Pero no lo haces.

Vadeas otro camino estrecho, y tiemblas con esfuerzo. Tiemblas de frío. Le has dado la mayoría de tus prendas a Eldric. Sólo estás usando tus enaguas y tu camisón. Cenagal. Es una palabra inapropiada. Tal vez mudarás tu piel28.

27 Jiggety-Jig: hace referencia a la frase firma del personaje de mamá oca o ganso en su cuento seudónimo.

28 Juego de palabras: Slough significa Cenagal y mudar de piel.

La sangre se filtra a través del algodón que mantiene a Eldric junto. Lo bajas, colocas su cabeza en el musgo, gentilmente como un huevo de una alondra. Gentilmente ahora, desatas el torniquete, pero eres lenta para atarlo de nuevo. Tus dedos están fríos. Todo en ti está frío.

La sangre fluye, moja, y pica. Los labios de Eldric son del color de la arcilla. La cicatriz de su ceja es del color de una rata. Abre sus ojos. No brillan más blancos que el blanco.

Podrías decir algo. Podrías decir, te deseo. Podrias decir, te amo.

Te amo. Las palabras no son desconocidas. Creo que las escuché más de una vez cuando era pequeña. Tal vez cuando las oyes más de una vez, las palabras crean un camino en tu mente: s oy adorable. Pero que tal si cesas de oír Te amo y empiezas a oír ¡Oh Briony! Nunca debemos decirle a tu padre.

Ahora estás en el camino de soy malvada. Y seguramente el camino de soy adorable empieza a desvanecerse.

El pantano es eterno, tú eres eterna. Tus huesos murmuran maldiciones. La lluvia se transforma en saliva. La lluvia escupe en Eldric. Las puertas del mundo se acercan más y más cerca. El mundo es gris y pequeño.

No veo los sabuesos hasta que empiezan a ladrar. Somos los hurones, Eldric y yo. El alguacil casi está aquí. Ahora podría descansar.

Me hundo en el suelo. Acomodo la cabeza Eldric en mi regazo. Me inclino, refugio su rostro de la lluvia. No pienso en el futuro, pero recuerdo el pasado. Recuerdo el vómito de Madrastra, con vetas de bilis y sangre.

Madrastra pidió agua. Estaba muy sedienta, le sabía a metal, dijo. Debía de tomar agua, dijo. Me di la vuelta.

—¡Briony!

—¡Eldric!

Las siluetas se acercaron más. La boca de padre formó un hoyo negro en su rostro.

Le tomó quince horas morir a Madrastra.