Capítulo 13
El trato
Pearl volvió a nosotros el día antes del trato con Nelly. Le dimos la bienvenida, y sacudimos su mano y algunas monedas pasaron de la mano de Padre a la suya, y tomamos nuestros variados caminos, todos menos Eldric, a quien escuché ofreciéndose para ayudar con la cena.
Pearl dijo que era muy amable por parte del Sr. Eldric pero que ella no necesitaba ayuda y, de cualquier forma, sabía su lugar, estaba segura, que era más de lo podía decir del Sr.
Eldric; y Eldric dijo que eso no importaba, pensó que a ella le gustaría algo de compañía por ahora; y Pearl rompió en llanto y lloró y lloró, con Eldric diciendo cosas muy bajitas para que Briony escuchara; y Briony se dio cuenta de que debía admitir que se estaba convirtiendo en chismosa al estar espiando, en tal caso quizá debería sentarse y disfrutarlo, lo que ella hizo; y oyó los sollozos de Pearl que se convertía en risa de vez en cuando, como cuando Eldric trató de pelar una cebolla con el cuchillo de la mantequilla o dijo que no le importaba recoger hierbas del jardín si Pearl le decía dónde encontrar salsa de menta.
¿Cómo hacía Eldric eso tan fácilmente? Cuando le dije a Pearl lo sentida que estaba por su bebé, simplemente dijo: “Gracias, señorita”. Y se dio la vuelta al fregadero. Quizá ella podría decir que yo estaba mal por su bebé, pero sólo en mi cabeza. Eso es sólo un pensamiento, no un sentimiento.
La mañana siguiente, Eldric incluso ayudó en la cocina, o pretendió ayudar pero en verdad pasó la mayor parte del tiempo haciendo rimas para faltarle al respeto al Juez Trumpington y a la Chime Child. Incluso hizo reír a Padre y al Sr. Clayborne, aunque Padre no podía dejar de comentar que Juez Trumpington no rima con la paga del pecado, y nunca lo hará.
Estábamos en nuestro camino al palacio de justicia, más de una hora después, cuando me di cuenta que la mañana entera fue un truco de Eldric para ponernos a gusto. Rose y yo, en particular, estábamos nerviosas.
¿Cómo se las arreglaba él?
El palacio estaba construido detrás de la cárcel, con una vista a una calle oscura poco coagulada con barro hace alrededor de un año. Padre y yo nos detuvimos en los peldaños del palacio de justicia para tener un intercambio de palabras. Eran palabras reales con significados reales unidos a ellas. No es una experiencia placentera.
—Pero has sido llamada como testigo —dijo Padre. Mantuvo su voz baja, mientras estábamos en público. Nadie debía sospechar que los Larkins tienen sus propios problemas de familia.
Padre y yo, junto con Rose, Eldric y Tiddy Rex, hicimos un círculo mirando hacia adentro, como vacas, sólo que más inteligentes. El Brownie puso su larga nariz entre Eldric y Tiddy Rex.
¡Aléjate! Pero no me preocupé en decirlo de nuevo.
—Eldric es lindo —dijo Rose—. ¿Piensas que es lindo?
—Muy lindo —dije.
—Me dio una cinta rosa —dijo Rose.
—A mí también.
—Me la dio porque las brujas tomaron mi primera cinta rosa. —Rose le estaba hablando a Eldric ahora—. Cuando le dije a Briony que me diste la cinta, dijo: “¡Oh, ese Eldric!” Piensa que eres lindo.
—Cuando has sido llamada como testigo —dijo Padre—, estás obligada a entrar al palacio.
¿Cómo se las había arreglado Madrastra para hacer caso omiso a las nociones de Padre sobre la decencia? Ella siempre dijo que él no necesitaba saber lo que nosotras, las chicas, estábamos haciendo. Que no era mentir, que eso lo mantenía alejado de la preocupación y que nos mantenía libres de hacer lo que nosotras quisiéramos.
—Pero no puedo testificar si estoy enferma. —Mis palabras tenían significados reales, pero ninguno de ellos penetró la mente de Padre. Parecía herméticamente sellada—. Siempre me enfermo en el palacio.
—¿Siempre? —dijo Padre—. Has estado ahí sólo una vez.
—Vi a Briony enfermarse —dijo Rose—. No la prefiero, pero lo hizo.
—Es la forma en que el palacio huele —dije—. Huele a anguilas.
Padre suspiró.
—Por favor ahórrense esos argumentos.
—¿Qué argumentos debo usar?
La máscara de Padre, de un hombre clérigo, cayó. Sus labios de raya se separaron. Pero no podía estar más sorprendido que yo. El choque de la audiencia me desenrolla como un resorte. Uno puede ser malvado, pero no impertinente. No, Padre.
Mi propia máscara se quedó donde debía. Había tenido mucha práctica.
—Escucha —dijo Padre—. No voy a tolerar este tipo de rudeza.
—¿Qué tipo de rudeza tolerarías? —Mi máscara de Briony no se había deslizado. Esa era exactamente el tipo de cosa que ella diría, incluso más.
¿Cuándo las imágenes comenzaron a deslizarse a través de mi mente? Quizá las estuve viendo mucho; quizá es la razón por la cual me duele la cabeza. Vi imágenes de Madrastra…
Madrastra como era al principio, envuelta en perlas y encaje. Madrastra, como fue al final, con su cabello extendido sobre la almohada. Madrastra, mientras se dirigía al final, su piel como un blanco papel.
No eran muchas. Quizá eran sueños, o meros reflejos de memorias, memorias atrapadas en vidrios rotos.
Tenía dolor de cabeza; me senté en los escalones, dejé mi cabeza caer sobre mis rodillas.
Padre habló detrás de mi espalda.
—La investigación de la muerte de su madrastra fue llevada a cabo en este lugar hace cuatro meses. Briony se enfadó terriblemente.
No me he vuelto sorda, Padre. Puedo escucharte. ¿Pero realmente crees que estoy triste por algo que paso aquí hace meses? ¿Has estado leyendo al Dr. Freud? ¡No me digas que crees en la psicología!
—Pero por supuesto que no usaría una cinta rosa con este nuevo vestido —dijo Rose—.
Estoy usando una cinta azul.
—Tienes un muy buen ojo para el color —dijo Eldric—. La cinta coincide exactamente con su banda.
—Sí, ¡lo hace! —dijo Rose, que era exactamente lo que Padre había dicho cuando le señalé su cinta a juego y la banda, pero lo dijo con un signo de exclamación.
—Cuán hermosa es, Srta. Rose —dijo Tiddy Rex.
Rose y yo usamos vestidos nuevos por primera vez en años y años. Padre le había preguntado a Pearl si podía ver si teníamos algo acorde para usar en el trato.
Ella y su madre empezaron nuestros vestidos, pero cuando el bebé de Pearl murió, la Sra. Trumpington hizo que su costurera los terminara, lo cual fue muy amable. Habían sido hechos del mismo azul marino medianoche, pero el mío era mucho más adulto que el de Rose: estaba cortado muy elegantemente —no volantes infantiles para esta chica,
¡gracias!—, con botones de alabastro por el lado del cuello y sobre los hombros.
Tiddy Rex se sentó a mi lado en el escalón; deslizó su mano dentro de la mía.
—Voy a aguardar con usted señorita. ¿Quizá tienes una de esas migrañas?
Oh, ¡Tiddy Rex! Si me gustarán los niños, le besaría las mejillas rojas.
—Sólo un dolor de cabeza, Tiddy Rex. —Uno tiene que creer en psicología para creer en migrañas.
—Mira a esa mujer —dijo Rose—. Ella está usando un azul más hermoso, el cual prefiero que ella esté usando porque tengo un ojo para el color.
—Gracias —dijo una voz, perteneciente, supuse, a la mujer de azul—. Azul y verde son mis colores favoritos.
Todos, excepto yo, se dieron vuelta ante la voz, fragmentando nuestro inteligente círculo de vaca, y siguieron un gorjeo general en el que los nombres fueron ofrecidos y aceptados.
Y tarjetas de felicitación también, y las manos extendidas para tomarlas, junto con un par de zapatos de cuero azul y punta de rosca en mi campo de visión. Había zapatos hermosos, todos de cuero color crema y cintas de satén.
Enorme, pensé.
Cuando aprendí que la dueña de los zapatos se llamaba Leanne, hice una apuesta conmigo misma. Aposté que a pesar de sus enormes pies, Leanne sería muy hermosa.
Gané.
Ella era todo lo que yo no: alta, con buena figura, endrinos ojos azules. Podías fácilmente imaginártela en el palacio de un sultán, llena de rubís plantados en su cabello. Su vestido era de seda color azul pavo real… ¿seda, para pasar una tarde en la sala? Sin embargo, en ella se veía maravillosamente correcto… correctamente fuera del harén.
—Que amables son todos ustedes. —Habló con una especie de voz como río oscuro, como si su garganta estuviera llena de oscuridad. Se estaba quedando en una villa a no más de treinta y dos kilómetros, pero su oscura voz lo hizo sonar como una isla de viento y piña picante. El lugar ideal para ser abandonado.
Dijo que despreciaba a las brujas. Fueron las brujas las que habían vuelto loco a su tío Harry. Fue en honor a su memoria que hizo una regla asistir al juicio de cada bruja y es en su honor que celebra la condena y cada horca. Sólo podría hacerlo, por supuesto, durante 107 los meses de verano, cuando visitaba a sus primos. Por lo demás, ella vivía con su familia en Londres. Afortunadamente libre de Brujas.
Ahora, Eldric se sentó a mi lado en el escalón.
—Aquí hay una posible solución: tú, Tiddy Rex y yo nos pararemos en el final del palacio, y si te enfermas, nos iremos.
—Bien. — El sabor de las cenizas se elevó en mi garganta. ¡Simplemente bien! Déjenme estar enfrente a todos y morir de humillación.
Tiddy Rex sostuvo mi mano mientras entrábamos. Recordaba el deprimente olor del lugar, como a cartón, anguilas y polillas y, por favor, no traten de convencerme de que las polillas no tienen olor. Les aseguro que sí.
La corte había sido llamada al silencio. Eldric se inclinó para susurrar.
—¿Quién está sentada detrás del Juez Trumpington?
—Es la Chime Child —dije.
—¿La Chime Child? —dijo Eldric—. Tu padre dijo que no era una niña, pero no me había imaginado…
—Es algo anciana —dije—. Dice que se está poniendo muy vieja.
—La Chime Child, sí que creció —dijo Tiddy Rex—, se consiguió un trabajo demasiado tenebroso para los mocosos.
—¿Demasiado tenebroso? —Eldric me miró en busca de explicaciones, pero las imágenes volvían a mí, llenándome de recuerdos. Madrastra, recostada en su almohada, con la saliva cayendo por la comisura de sus labios.
—Tú dile, Tiddy Rex.
—Un Chime Child es una persona que ve a los Antiguos de la misma manera que a los espíritus.
Saliva cayendo por la barbilla de Madrastra.
Pero este recuerdo era de un sueño, no un recuerdo real. Así era como me imaginaba que Madrastra habría muerto. Era idiota, sin duda, al haber investigado los síntomas de la muerte por envenenamiento con arsénico: una vez que metí todo en mi memoria, ya no pude dejar de imaginarme paso a paso la muerte de Madrastra.
—En el juicio de una bruja, o de cualquier Antiguo, tiene que haber alguien del mundo de los espíritus porque, bueno, saben más de las brujas y de esas cosas que nosotros los seres normales.
—Se ve remarcablemente corpórea —dijo Eldric—, no como un espíritu.
—Ella no es un espíritu —dijo Tiddy Rex—, como sea, ella no es un espíritu propiamente dicho, ¿no Srta. Briony?
Simplemente ignoraría mi recuerdo de Madrastra inclinada sobre la cama, ignoraría la sangrienta… ¡rápido, alguien que me hable!
Eldric podría haber captado la indirecta.
—¿Entonces cómo es, ella vendría a ser un espíritu incompleto?
—¡Ella no está incompleta! —La voz de Tiddy Rex subió tres octavas—. No lo entendió, Sr. Eldric.
—Está intentándolo Tiddy Rex. Ella tiene pie en el mundo espiritual sólo porque nació a medianoche. Por lo que no lo hizo ni en un día ni en el otro.
—¿O en ambos? —dijo Eldric.
Asentí.
—Y tampoco pertenece al mundo humano ni al espiritual, o como tú sugieres, a ambos.
Tiene la segunda vista.
El alguacil había sido llamado al estrado. Pasó un largo rato exponiendo su testimonio, peor podría haber sido resumido a pocas palabras. Nelly tenía el cabello rojo: una de las brujas tenía el cabello rojo; Nelly era una de las brujas. Nelly lo negó, pero nadie puede confiar en lo que diga una bruja.
Rose fue llamada después. Eldric y yo nos miramos. Ambos entendimos que él me dejaría y acompañaría a Rose al estrado de testigos. Una mirada. ¿No me había preguntado una vez cómo Eldric y su padre se entendían tan bien sin hablarse? Estaba aumentando mi facilidad con ese idioma silencioso. Creo que debo haberlo hablado cuando era pequeña.
Aparecía en pequeños recuerdos que no lo eran del todo, nostalgia, ¿quizás? Ese anhelo por algo que no puedes describir.
Rose era toda sonrisas ansiosas e indirectas. Tenía mucho que decir sobre el departamento de bomberos, y las cartas que les había escrito a los bomberos, y habló de los peligros del fuego, y de alguna manera logró entremezclarlo para decir que no le gustaba ver que toda la comida del plato fuera del mismo color. Pero sobre su experiencia con las brujas, sólo dijo que se habían llevado su cinta.
—Lo que no es muy listo —dijo—, porque un listón rosa no combina con tanto cabello rojo.
—Usted habla de colores, Srta. Rose. —La Chime Child habló con el acento del Swampsea, que alargaba las vocales y cortaba en seco las consonantes—. ¿Qué crees del color en el cabello de Nelly?
Todas las cabezas giraron a la caja del prisionero. Nelly tenía la barbilla en alto, sin mirar a la izquierda ni a la derecha. Me acordé de sus pies danzando alrededor del Palo de mayo.
Debe haber sido hace más de cuatro años, pero nunca olvidé sus pies bailando.
—¿Su cabello coincide con el de la bruja de la que hablabas? —dijo la Chime Child.
Nunca adivinarías por su voz simple y áspera que vivía en un mundo de nacimientos a medianoche y de segundas vistas—. ¿La bruja que crees que te robó?
—El cabello de la bruja y el de Nelly no son ni parecidos. —Rose estaba muy segura de esto, pero comenzó a dudar cuando siguió diciendo que a pesar de eso, ninguna de ellas debería vestir de rosa, y antes de que terminara, se hizo evidente que el Juez Trumpigton y la Chime Child habían perdido la confianza en su testimonio. Esto fue confirmado cuando Rose gritó que debía cubrirme las orejas —era casi mediodía— y llamaron al próximo testigo, quien era Eldric.
El aire se llenó de bostezos cuando tomó asiento en el estrado. Sus largos dedos juguetearon con un clip o un salero o un pedazo del Chismoso de Londres. Me encontré pensando qué pensaría él cuando Rose y yo nos escabulléramos a Londres. ¿Quién le diría a él nos habíamos perdido?
Eldric parecía una persona diferente en la caja del testigo. Nunca lo había visto tan… tan eficiente, por así decirlo. No había acotaciones chistosas, ni pista del chico malo. Su visión de la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad fue precisa y completa en cada detalle, excepto por lo de los traseros desnudos. Omitió eso.
Lo noté particularmente.
Yo había, hasta ahora, visto la corte y los bordes. Pero después de que Eldric terminara, las caras retractables volvieron a cerrarse. Vi a Madrastra y la almohada blanca y el cabello negro y la sangre y el escupitajo. Me vi a mi misma también, vi mis propias manos de ave sosteniendo una cuchara. Mis manos alimentaban a Madrastra. Mis manos le daban su sopa.
Y entonces el olor asqueroso a anguila volvió. Saqué mi mano de la de Tiddy Rex, pasé a través de las puertas de la corte. Pero el olor me siguió por la escalera, alrededor del callejón, donde sólo los perros pudieron verme devolver mi desayuno en los contenedores de basura.