Capítulo 5
Ayuda para atrapar a las brujas
¿Ramas voladoras? —dijo el Sr. Clayborne, que sólo había estado en Swampsea seis meses y nunca había visto una bruja.
—Son un problema —dijo el Juez del Pantano, que había tomado la silla más cercana al fuego. El Brownie solía acurrucarse debajo de esa silla, en los viejos tiempos, antes de que Madrastra y yo le prohibiéramos que estuviera en la casa—. Nosotros las llamamos un problema.
La luz del fuego jugaba sobre el trozo de alfombra raída donde el Brownie solía echarse.
Solía mirarlo y maravillarme con que nadie más pudiera verlo. Pero ahora tenía que recordar que era mejor que se hubiera ido. Que él y yo éramos peligrosos juntos, el Antiguo y la bruja.
—Un problema montado por una bruja —dijo el alguacil.
—Necesitamos hablar con la Srta. Rose. —El Juez llevaba su cuello de piel muy apretado.
Se podía ver rebotar su nuez de Adán, lo que hacía temblar mi espina dorsal—. Ella es la muchacha que las brujas pensaban robar.
Me moví en mi asiento, pero no pude ponerme cómoda. El ansiado viejo pantano había regresado. No lo había sentido en años. Se había topado conmigo los primeros meses después de que dejé de visitar el pantano, después de que Madrastra se diera cuenta que Los Antiguos encendieron mi maldad, haciendo que se saliera de control.
—Quiero que Briony me lea. —Rose se sentó debajo de la mesa de la sala, con pedazos de papel esparcidos a su alrededor. Rose se siente atraída por todo tipo de papel: envoltorios de dulces, recibos de compras, tarjetas de San Valentín, instrucciones de juegos que nunca jugamos, la última página de un libro… esto, en particular, es molesto.
Cuando Padre se irrita, habla con más precisión de lo habitual.
—Por favor sal de debajo de la mesa, Rose. —Él rizó sus oraciones tan cuidadosamente como una colegiala riza su cabello—. Eres una muchacha adulta ahora.
—Prefiero que no. —Rose revolvió los papeles. Sabía que estaba probando los colores, decidiendo que combinación se vería mejor en su collage—. Quiero que Briony me lea.
Pero Rose no era una chica adulta. Nunca sería una muchacha adulta. Ella sabía perfectamente que mis historias no eran más que cenizas, y ella no era poco inteligente, así que ¿qué estaba pensando? ¿Imaginaba que podría pegar las cenizas de mis historias, del modo en que ella pega sus trozos de papel en un collage?
Rose tiene mucha fe en mis habilidades.
—¿Podría acercarme a la Srta. Rose? —dijo el alguacil.
—La tijeras son peligrosas —dijo Rose.
—¿Peligro? —dijo Eldric desde el otro extremo de la sala, donde él y el Sr. Dreary estaban llenando los estantes Larkin con libros Clayborne.
—Necesito que alguien corte mis papeles —dijo Rose—. Madrastra solía cortarlos por mí, pero ella está muerta.
—Justamente soy el hombre para un trabajo peligroso —dijo Eldric.
—¿Podría hablar con la Srta. Rose directamente? —dijo el alguacil—. Dígale que necesitamos de su ayuda para atrapar a las brujas.
—Desde luego que puede —dijo Padre.
¿ Desde luego, Padre? ¿Tienes alguna idea de lo que va a ocurrir una vez que el alguacil asome su cara debajo de la mesa? ¿Aquel rostro, con párpados flácidos volteados hacia fuera y con trozos de color rojo?
—Prefiero no hablar con el alguacil. —La respiración de Rose se enganchó con sus palabras y salió en un espasmo de tos.
—Cubre tu boca, Rose —dije.
—Él solo te va a hacer unas pocas preguntas —dijo Padre—. Si te comportas como una chica adulta y contestas correctamente, nunca más verás a esas brujas de nuevo.
El alguacil se acercó a la mesa. Avanzando, poderoso ejecutor de la ley. Puede ser que tú seas fuerte de corazón y tímpano. Cuando Rose grita, ella comienza fuerte, continúa fuerte, y termina fuerte. Rose tiene un oído muy bueno y siempre grita sobre la misma nota. Lo había constatado antes que yo quemara la biblioteca, y a nuestro piano junto con ella.
Rose grita en la nota Si sostenido.
Ya no necesitamos un piano ahora que contamos con un diapasón humano. En cualquier caso, Rose y yo nunca tocamos muy bien, pese a la insistencia de Padre de que practicáramos una hora al día. Nunca seríamos como Madre, quien había tocado el piano muy bien, o eso es lo que decía Padre. A veces me preguntaba si Padre realmente la recordaba. Diecisiete años es mucho tiempo.
Era maravillosamente tranquilo estar apartada sin hacer nada. Escuché a Padre llamar por refuerzos, que llevaban el nombre de Pearl. Vi a Pearl escoltar a Rose hacia fuera de la habitación. Oí gritar a Rose todo el camino hacia el piso superior.
El diapasón del Si sostenido tiene un cargado poder poco común.
Extrañamente sus gritos aliviaron la ansiedad del pantano, sólo un poco. Es como frotar tu codo después de golpeártelo, supongo.
El poderoso ejecutor de la ley volvió a su asiento. Eldric había tomado el lugar de Rose debajo de la mesa, jugando con los trozos de papel y con las tijeras. Hay poco para comparar entre Eldric y Madrastra, excepto que ambos eran las únicas personas que yo había visto unirse a Rose debajo de la mesa. Cuan paciente había sido Madrastra, con sus dedos como colibríes cortando pedazos de papeles bajo las indicaciones de Rose, y todos esos cortes en pedacitos más pequeños y más pequeños, y más pequeños todavía.
Allí cayó lo que en una novela se llamaría un “silencio incómodo”, salvo por el sonido de Eldric cortando en el aire con las tijeras. Fijé mi mirada en los estantes. Antes de la inundación, habían estado llenos de un arco iris de libros de cuento de hadas, manoseados libros de la historia de América y todas las novelas de Jane Austen, Charles Dickens y de las hermanas Brontë —excepto esa llorona de Anne—. Ahora estaban vacías, manos mendigando. La inundación había convertido a los libros en cadáveres hinchados que tuvieron que ser cargados con palas y remolcados en carretillas.
Solían gustarme los libros y la lectura, pero destruí nuestros libros en un par de ataques de celos de bruja. ¿Había tenido la intención de ahogar nuestros libros? ¿Había tenido la intención de quemarlos? Honestamente, pensarías que una bruja sabría lo que había querido hacer. Yo era, después de todo, una chica mayor de diecisiete años, cuando prendí fuego a la biblioteca. Pero no soy una bruja adecuada: si hubiera tenido una educación adecuada de bruja, seguramente no me habría quemado la mano. Una bruja adecuada evitaría ese dolor inimaginable, esa horrible cura, y esa horrible comezón. A veces mi cicatriz pica insoportablemente. Tengo que morderla para no gritar.
El alguacil arrastró sus párpados. Sus ojos de salchicha se deslizaron hasta que aterrizaron en mí, en una especie de sensación grasosa.
—Nos han contando que usted ha visto a las brujas, Srta. Briony.
Asentí con la cabeza.
3 Diapasón: pieza de metal en forma de U que se utiliza para afinar instrumentos musicales de acuerdo a una afinación concreta.
—¿Las ha visto de cerca? —dijo el Juez.
Las había visto de cerca, bien, pero ¿qué debería decir? Si hubiera tenido una educación adecuada como bruja, conocería las reglas. ¿Se traiciona a una bruja colega?
El Juez interpretó mi silencio como temor.
—Sabemos que las brujas son algo para asustarse, Srta. Briony. Pero los recuerdos que tiene, son exactamente lo que necesitamos para colgarlas.
—¿Briony asustada? —dijo Eldric—. Nunca he visto a nadie menos miedoso en mi vida.
Tiene nervios de acero.
Es verdad: no tengo miedo; conservo mi mente en emergencias. La gente me cree una especie de Florence Nightingale4, pero no tengo cualidades heroicas. Simplemente no siento demasiado.
—Usted tiene recuerdos también, Sr. Eldric —dijo el alguacil—. ¿No había nada peculiar sobre las brujas?
¿Peculiar? No, nada peculiar, sólo el funcionamiento normal de traseros y partes de niña bruja.
—Él y yo —dijo el Juez—, podemos oler las pruebas, ¿ves? La Chime Child, hace su trabajo como Dios manda. Ella no merece la horca cuando no hay ninguna prueba.
—¿A Child? —dijo Clayborne.
—Es sólo un título —dijo Padre—. Ella es más bien vieja, realmente.
—Una de las brujas tenía el pelo rojo —dijo Eldric, ahora tumbado boca abajo y arrugando las páginas del Chismoso de Londres. Así es como Padre llama al periódico de Londres.
Oh, bueno. Allá fue mi intento por salvar a mis compañeras brujas, aunque no puedo decir por qué lo intenté. Ninguna mostró ningún afecto fraternal.
¿Estaba pensando Eldric en todas esas partes de chicas brujas también? ¿Alguna vez había visto esas partes de una chica antes? La mayoría de las chicas se sonrojarían al pensar en tales cosas, pero cuando has sido tan mala como yo, no tienes ningún rubor de sobra.
¿Qué consigue ver un niño-hombre de veintidós años que se afeita?
—Eso es evidencia del más excelente tipo. —La manzana de Adán del Juez se tensó contra la piel de su cuello, lo cual es algo que debería ser ilegal—. Gracias por su amabilidad, Sr. Eldric.
4 Florence Nightingale: célebre enfermera, escritora y estadística británica, creadora del primer modelo conceptual de enfermería. Su trabajo fue la fuente de inspiración de Henri Dunant, fundador de la Cruz Roja.
Pearl empujó la puerta con una bandeja. Tomábamos encantadores té desde que Pearl vino con nosotros. Siempre hay pan blanco, suave como las nubes, mantequilla, y dos tipos de mermelada. La de hoy era dulce crema de limón y galletas de mantequilla.
¡Me encanta la crema de limón!
Pearl miró hacia arriba, donde Rose seguía tosiendo y perforando el suelo con el diapasón en Si sostenido.
—Lo siento, Sr. Reverendo, señor —dijo Pearl—, pero no tengo ningún truco para calmar a la Srta. Rose.
Yo lo tenía, sin embargo. Tenía unos cuantos trucos para calmar a Rose, los cuales a menudo funcionaban una vez de cada diez. Así que, ¿por qué estaba sentada allí, soñando con la crema de limón? Mi trabajo consistía en cuidar a Rose; nada y nadie más que Rose.
Me levanté, dirigiéndome a la puerta.
—No debe preocuparse por eso, Pearl —dijo Padre—. Rose es difícil de calmar.
¿Lo es, Padre? ¡Lo es! ¿Cómo lo sabes? Apenas nos haz visto en estos últimos tres años.
—Y Briony —dijo Padre—, ¿a dónde vas?
¡Qué piensas, Padre! ¿Quién crees que ha estado cuidando de los gritos de Rose, mientras tú has estado hablando con Dios?
Pero no había sentido en decir algo. Nunca lo hay.
—A ninguna parte.
—Siempre he querido ir a ninguna parte —dijo Eldric.
—No debes irte —dijo Padre—. Estos señores tienen unas cuantas preguntas que hacerte todavía.
Madrastra siempre decía que no nos preocupáramos por Padre.
—Es un buen hombre —decía—, pero no sabe mucho sobre niñas, ¿verdad? —Nosotras le dejábamos pensar que nos preocupábamos por él, sin embargo. Era más fácil de esa manera.
Madrastra era tremendamente hábil en el arte de no importarle, pero pretenderlo. Pero yo, la complicada bruja Larkin Briony, no sabía qué hacer.
Eldric se asomó por debajo de la mesa.
—¿Qué pasa si voy a ninguna parte y le doy esto a Rose? —De repente, él estaba de rodillas delante de mí, con una rosa de papel en sus manos. Había creado la rosa directamente de la página del Chismoso de Londres. El papel era grueso, pero la rosa era un milagro de
creatividad e ingenio. Podías mirar dentro de sus curvados pétalos por siempre, y dentro de los pétalos, dentro de los pétalos de los pétalos.
—Rose se volverá loca por ella —le dije.
—Sí, ve —dijo Padre—. Ve a dársela a Rose.
—Sólo sigue los gritos —le dije. Eldric me sonrió por encima del hombro.
Otro silencio incómodo cayó, pero el Sr. Clayborne hizo lo que en las novelas siempre se hace: rompió el silencio al aclararse la garganta.
—¿Qué es eso de la Chime Child de la que hablabas antes?
—Quién —dijo el Juez—. La Chime Child, sería un quién.
—Un tipo especial de quién —dijo Padre.
—Ella es especial, sin duda —dijo el Juez—. La Chime Child, no es un Antiguo, no es adecuadamente un Antiguo, pero tampoco es una persona.
El Sr. Clayborne sólo miraba de Padre al Juez y viceversa.
—Ella tiene un pie en ambos mundos —dijo Padre—. Un pie en el mundo de los Antiguos, y el otro en el mundo humano. Sería un error judicial tratar a una bruja sin la presencia de alguien que entienda a los Antiguos.
—Usted no tiene que preocuparse por ello, Sr. Clayborne. —El alguacil abrió sus babosos labios—. No habrá un error judicial: lo hacemos bien y lo hacemos adecuadamente.
Cualquier bruja que detengamos, tendrá un juicio junto con la Chime Child y todos los otros adornos.
—Entonces nosotros le colgaremos —dijo el Juez.
—¿Por qué necesita un juicio? —dijo el Sr. Clayborne—. ¿No puede decir que atrapó una bruja si ella se estremece ante una Bible Ball?
Pero no todas las brujas reaccionan ante una Bible Ball. Ellos no me afectan, por ejemplo; lo que es conveniente. Sólo imaginen: la hija del clérigo, ¿incapaz de tocar la Biblia?
Raro.
—No todos los Antiguos son susceptibles a una Bible Ball —dijo Padre—, y en cualquier caso, incluso un Antiguo tiene derecho a un juicio.
Todos guardamos silencio y, como si estuviese ensayado, también lo hizo Rose. Eldric debe haber tenido suerte con su agitación.
Estaba tan tranquilo, que se podía oír cada pequeño tintineo mientras Pearl pasaba las cosas del té. Se podía oír el silbido de la chimenea.
Dos cucharadas de crema de limón para el alguacil, dos cucharadas de crema de limón para el Juez.
Se podía oír el chisporroteo de un trozo de carbón, y pasos bajando por las escaleras.
Dos cucharadas de crema de limón para el Sr. Clayborne, dos cucharadas de crema de limón para el Sr. Dreary.
Podía oírse el crujido de la puerta empujando contra el marco. Podían oírse los pasos de león de Eldric, y los pasos en puntilla de Rose. Rose sostenía la rosa de papel justo como lo había hecho Eldric, en un bol hecho con sus manos. Había una suavidad poco familiar en su rostro, como si fuera a sonreír.
Dos cucharadas de crema de limón para Rose; dos cucharadas de crema de limón para Eldric.
—Quiero que Briony me lea —dijo Rose.
¡Tres cucharadas de crema de limón para Briony!
—Quiero que Briony me lea —dijo Rose, extendiendo su falda en la alfombra, justo como Madrasta siempre lo había hecho, excepto que la de Rose era blanca, y las de Madrastra siempre eran del color del mar. Era sorprendente lo cómoda que se sentía Madrastra en casa, sentada bajo la mesa, siguiendo las instrucciones de Rose. Pero no era para nada sorprendente lo poco cómoda que yo me sentía, viendo a Madrastra con Rose, viendo la paciencia infinita de Madrastra mientras cortaba los papeles en rodajas, en cintas, en trozos.
Estaba celosa, por supuesto. Los celos te hacen sentir pequeña como una astilla. Los celos te hacen sentir vacía, hacen que quieras alcanzar a el Brownie. Pero el pedacito de alfombra del Brownie estaba vacío, salvo por las migajas de bizcocho y un poco de carbón pulverizado.
Eldric llevó su té al suelo. Se veía cómodo, apoyado contra la pared, y cuando sonrió, me recordó a Madrastra. Ella sonreía a menudo cuando trabajaba con Rose. Tenía una brillante sonrisa; que hacía eco de sus perlas y sus espumosos encajes.
Pero el Sr. Dreary escogió la silla junto a mí. Estaba demasiado almidonado para el suelo.
Era distinto a Eldric en todos los sentidos, incluyendo el aroma deprimente a sopa en conserva… de la que, me olvidé mencionar, Eldric no tiene olor.
—Esto es lo que deberíamos hacer —dijo el alguacil—. Si la Srta. Briony y el Sr. Eldric serían tan amables de llevarnos al Juez y a mí, examinaremos donde estaban las brujas.
¡Yo no! ¿No había jurado ayer que nunca dejaría sola a Rose, ni siquiera a seis metros?
—Estaré encantado de dar un paseo —dijo el Sr. Dreary, estirando sus pequeñas piernas hinchadas. Él era de América, y tenía una forma peculiar de hablar.
—¡Un paseo! —Eldric saltó a sus pies, la viva imagen de un niño salvaje, saltando y rebotando con su gran y encrespada sonrisa de león—. ¡Un paseo es tan… tan saludable!
—Estaba listo para otra aventura pantanosa llena de peligro y traseros desnudos.
—Quiero que Briony me lea.
—Pero Rose —dije, aunque sabía que no haría ningún bien—, ¿no recuerdas el incendio en la biblioteca?
Rose lo recordaba.
—¿Qué le pasó a nuestros libros?
—¿Te refieres a tus cuentos? —dijo Rose, siempre precisa.
—Sí, mis cuentos. —Rose estaba en lo correcto. Desde la inundación del año pasado, la biblioteca sólo tenía los cuentos que yo escribía. Apenas recuerdo ese momento, sin embargo. Fue cuando me enfermé tanto, que estaba decayendo.
—Me gustan los cuentos en los que soy una heroína —dijo Rose.
—¿Qué le pasó a mis cuentos? —dije.
—Se quemaron —dijo Rose.
—¿Puedo leerte entonces?
—¿Cuentos? —dijo Eldric.
—No —dijo Rose—. Me gustan las historias en las que soy una heroína. —Hizo un sonido previo a la tos.
—Cubre tu boca, Rose —dije.
—¿Qué cuentos? —dijo Eldric.
—Historias tontas acerca de Rose y yo. —Y los Antiguos. Siempre he estado escribiendo cuentos de los Antiguos—. Soy demasiado mayor para ellos ahora. Me alegra que se hayan quemado.
Lo estaba. A veces me pregunto si llamé al fuego de la biblioteca simplemente para destruirlos.
—Desearía que mi libro se hubiese quemado en el incendio —dijo Rose, que es lo que ella decía cada vez que surgía el tema del incendio en la biblioteca.
—¿Un libro que tú escribiste? —dijo Eldric.
Rose negó con la cabeza.
—¿Quién lo hizo, entonces?
—Es un secreto. —Rose estaba llena de secretos.
La voz del Sr. Clayborne aumentó, y también lo hizo el peculiar acento del Sr. Dreary. El Sr. Dreary no quería transportar una Bible Ball al pantano. No creía en los Antiguos.
—Debo insistir —dijo el Sr. Clayborne—. ¿Qué daño puede hacer? No es más que un trozo de papel con un verso de la Biblia garabateado en él.
—Me sentiría tonto —dijo el Sr. Dreary.
—No importa si se siente un tonto o no —dijo el Juez—. Los Antiguos, son muy reales, ¿y no es mejor sentirse tonto que muerto?
—Los Antiguos son peligrosos —dijo Eldric, y sus ojos brillaban más blancos que el blanco—. Está la Mano Muerta, que te arrancará tu mano. Los Wykes, que te atraerán hacia los pantanos. Está la Musa Oscura, que succionará tu espíritu.
—Me alegra ver —dijo el Sr. Clayborne—, que mi hijo es capaz de adquirir y retener algo de información.
—Si hay suficiente sangre y maldad —dijo Eldric—. Me detuve en la Taberna esta tarde, que es mejor que cualquier biblioteca. Estoy absolutamente repleto de información.
¿Sabías que existe una persona que es la mitad de un Antiguo? Algo así, de todas formas.
—La Chime Child nació en la lúgubre Medianoche —dijo Rose, que estaba loca por los cumpleaños.
—La lúgubre Medianoche —dijo Eldric—. Encantador. Me gustaría haber nacido entonces.
—Preferiría que no hubieses nacido entonces —dijo Rose.
—Accederé a tus deseos —dijo Eldric.
—¿No sería mejor si aplazaran su viaje al pantano? —dijo Padre—. Oscurecerá pronto.
—Padre pensaría en eso, ¿verdad? ¿No se cansaba alguna vez de vivir consigo mismo, de ser tan… tan prudente?
—Pero no quiero perderme el Boggy Mun —dijo Eldric—. ¡No al rey del pantano! Ves lo mucho que sé, Padre. ¿No es tan bueno como memorizar los reyes y reinas de Inglaterra?
—Lo oigo, Sr. Reverendo, señor —dijo el alguacil—. Pero las pruebas, son frágiles. Pueden ser sopladas, y eso sería algo lamentable.
—Nuestros monarcas ingleses son tan poco imaginativos —dijo Eldric—. Ejecutaban personas de formas tan tediosamente convencionales.
Tuve que tragarme mi risa antes de poder hablar.
—Lo siento, pero no puedo acompañar al alguacil.
—¿Por qué no? —dijo Padre.
¿Qué podía decir ahora? No podía decirle que le prometí a Madrastra nunca más entrar en el pantano. No podía decirle que Briony y el pantano, juntos, son mortales.
¿Cómo podía Madrastra ignorar a Padre tan bien, sin que él se diera cuenta?
Fue entonces cuando las placas de la tierra se desplazaron por debajo de mí. La gravedad se invirtió y corrió cuesta arriba. Sentí el sabor de un rayo. Estaba cayendo, cayendo en el encantamiento.
Una calavera se sentó en el hombro del Sr. Dreary. Me miró como si nos conociéramos, que lo hacíamos. Nos habíamos encontrado una vez, pero no podía precisar dónde.
Los ojos de la calavera eran agujeros oscuros sostenidos en su lugar por el hueso. No eran más que agujeros, pero me reconocieron. La calavera movió la mandíbula de atrás para adelante.
Cuando una persona ya ha visto la Muerte —la ha visto una vez, al menos— pensarías que recordaría en los hombros de quien se ha sentado. Pero esta persona en particular no lo hacía. Ella sólo sabía que la persona había muerto.
Sabía que el Sr. Dreary moriría pronto.
¿Cómo podía olvidar quién era? Raramente olvido las cosas pequeñas, mucho menos las grandes. Quizás había visto la Muerte durante el último mes de vida de Madrastra, cuando yo estaba enferma y confundida. Recuerdo poco de aquel entonces.
La Muerte debe haberse sentado en el hombro de Madrastra cuando su vida estaba desvaneciéndose, pero no la había visto entonces, por supuesto. No, no Briony, la chica que dejó a su madrastra morir sola.
La Muerte no tenía labios, pero estaba sonriendo.
Nadie más podía verla, ni Eldric, ni Padre, ni siquiera el mismo Sr. Dreary. Sólo yo, Briony, una bruja de tercera clase. Le prometí a Madrastra que no dejaría a Rose. Le prometí que nunca volvería al pantano.
Pero, ¿y si podía prevenir la muerte del Sr. Dreary?
Huesos de dedos muertos se movieron. ¿Estaba saludando? Sí, un guiño amistoso con el meñique, despidiéndose. La muerte se desvaneció, y me sentí de vuelta en la humanidad, con Padre doblando los dedos alrededor de una Bible Ball.
—Está decidido, entonces. Pearl vigilará a Rose mientras tú ayudas al alguacil y la Juez del Pantano.
Esto sólo demuestra cuánto sabe Padre de mí, lo que es exactamente nada. Darme una Bible Ball para protegerme de los Horrors, es como lanzarle un chaleco salvavidas a un pez.
No debería ir al pantano, pero el Sr. Dreary iba a morir. ¿Aprobaría Madrastra que lo siguiera al pantano para asegurarme de que estuviera bien? ¿Cómo podría saberlo? ¿Qué pasaba si yo sólo quería regresar al pantano porque las articulaciones de mi mandíbula aún dolían de anhelo?
¿Podría ser que de verdad quería salvar al Sr. Dreary?
Lo dudaba, pero iría. No tenía la habilidad de pretender hacer lo que Padre deseaba.
¿Quería salvar al Sr. Dreary?
Nunca lo sabría. Nosotras las brujas no buscamos el autoconocimiento.