Capítulo 28
Espíritus Inquietos
El cementerio bostezó con su pútrido aliento. Mis faldas revolotearon más allá de la tumba de Madre.
¿Cómo podía llamar a los niños fantasmas? No conocía hechizos, una bruja pobre es lo que era. ¿Simplemente debía decirles que salieran de sus tumbas?
—Escúchenme pequeños tomados por el Boggy Mun. Aquellos fueron días lamentables, claro que lo fueron, y habrá muchos y muchos días lamentables por delante a menos que me ayuden. Vengan conmigo, al pueblo, algo más que pequeños huesos se pudrirá a su lado.
Unas ratas se escabulleron, sus colas como cintas sucias. Di una pequeña sacudida, simplemente probándolo, para ver cómo podría sentirse una chica normal. ¿Qué más debería escabullirse? No tenía Bible Ball, no que aquello desanimara a una rata. Sin embargo, desanimaría a un Espíritu Inquieto. Era por aquella razón que yo no tenía Bible Ball. Quería que los niños se acercaran, que me siguieran a la plaza.
—Efectivamente, les hablo a todos ustedes, que yacen sin descanso en la tierra. Es la Noche de Todos los Santos, la noche en que pueden levantarse de sus tumbas y volver a la vida. ¡Vengan! Caminen conmigo hacia al pueblo en donde nacieron. ¡Vengan! Díganle a sus padres y madres, tíos y tías, abuelos y abuelas… díganles que es el Boggy Mun quien trae la enfermedad de muerte.
El cielo se recostó en mis hombros, bajando por mi columna. Deslizándose por las tumba, que ahora estaban bostezando, abriendo sus bocas alrededor de pequeños ataúdes. Las tumbas estaban abiertas; apestaban a frío.
233 Había esperado que el mundo se volcara en su eje, como lo había hecho cada vez que yo vagaba en el mundo de los espíritus… el cráneo de la Muerte, los niños fantasmas.
Pensé que cuando los niños respondieran, estaría de pie boca abajo en la parte inferior del mundo, con el cabello ondeando en el espacio. Tal vez las reglas eran diferentes cuando era yo quien hacia el llamado.
—Sostengan mis manos, vengan conmigo. Vengan y díganle a todo el pueblo entero que las aguas deben aguardar en Swampsea.
Algo me tocó. No, no algo: alguien. Alguien puso la punta de un pequeño dedo contra mi propia yema del dedo. La sorpresa de aquello chisporroteó a través de mi piel.
Ahora otro dedo, y otro, y otros dedos, manos, manos pequeñas, envolviéndose alrededor de las mías. Las manos se apilaron una sobre otra, pero aun así, pude sentirlas todas, cada una hundiéndose en las otras. Pude contarlas. Las veintinueve manos de los veintinueve niños que habían escuchado y se habían levantado de sus tumbas.
—Gracias. —Hablé pero no miré. Pasé por la puerta del cementerio. Había pequeños tropezones en mi caminar, como si yo estuviera cruzando un campo de bombas.
—Había una vez —dije—, en la lejanía de Swampsea, un espíritu de los pantanos. Los pobladores del pantano lo llamaban Boggy Mun, y tenía poder, oh, una gran cantidad de poder. Podía ser amable, pero podía ser cruel. Cuando se sentía maltratado, enviaba la fatal tos del pantano para depredar a las personas. Y como son las cosas, la tos se llevó a los débiles e inocentes: se llevó a los niños.
—¡Ah! —Los fantasmas de los niños jadearon como hojas crujiendo—. ¡Ah!
Seguí hablando, hablando de los diques y las compuertas, de la estación de bombeo; de la tos y el crecimiento del número de pequeñas tumbas; de los pobladores mayores que no entendían que era el Boggy Mun el que enviaba la enfermedad.
Hablé de como yo, la chica bruja, vino a pedirles a los niños fantasmas que escalaran sus tumbas y hablaran acerca de la verdad del asunto.
—¡Ah! —jadearon los niños fantasmas. Sus manos no eran frías. Sus manos no eran cálidas—. ¡Ah!
—Los niños fantasmas salieron de la oscuridad, hacia al pueblo, sosteniendo a la bruja de la mano. ¡Cómo gritó Swampsea! Estaban llenos de miedo y sus rodillas se golpeaban juntas. Las lágrimas salían de sus ojos, ¿por quienes ellos veían? Veían a sus propios hijos queridos que habían muerto.
Llegamos cerca de la Plaza del Ahorcado y la oscuridad se mitigó. La horca estaba a tan sólo unos pasos.
—Y cuando los pobladores del pantano los escucharon, escucharon sus propias voces de niños, fueron a trabajar. Se alejaron de la estación de bombeo, y abrieron las compuertas y el agua fluyó de vuelta al pantano.
—Los valientes niños fantasmas salvaron a los debilitados bebés que yacían en sus cunas, pálidos como la leche. Salvaron a los debilitados niños que tosían pequeños pedazos de sus pulmones. Salvaron a la debilitada hermana de la bruja, y por eso, la bruja prometió contar la historia de su valentía una y otra vez, por tanto tiempo como viviera.
Me detuve. Los niños fantasmas se detuvieron. Nunca había pensado en subir hasta la horca, pero este era un día para hacer cosas que jamás pensé que haría. Los niños fantasmas y yo debíamos subir a la horca, para que todos pudieran ver.
No había escaleras en la parte trasera de la horca, pero me levanté para ganar altura, trepé en la plataforma. Los niños fantasmas me siguieron, sin peso, como un soplo a un diente de león.
Los pobladores del pantano nos veían ahora. El tabernero se quedó congelado, un revoltijo de dulces hervidos en su palma extendida.
Los niños jugaban los aros, a saltar la cuerda. Envoltorios plateados de caramelo volaron a los pies de los niños.
El que atrapaba ratas dejó caer una barra de maní quebradizo. Las chicas solteras se volvieron, lejos de sus espejos. Ellas se alejaron, de las brillantes esperanzas de futuros maridos, a los hermanos muertos, y hermanas, primos y amigos.
—Los bebés y los niños crecieron bien y fuertes, y también lo hizo Rose Larkin, gracias a los heroicos niños fantasmas. Y los bebés, los niños y Rose vivieron todos por el resto de sus vidas en una enorme paz y contentos.
Las chicas que saltaban la cuerda fueron las ultimas en darse cuenta. Slap-slap, sonó la cuerda.
El agua está alta,
El agua está baja.
Aquí viene la tos del pantano:
¡Fuera… te vas!
Slap… la cuerda cayó en silencio, las manijas repiquetearon contra los adoquines.
¡Cómo miraron los pobladores del pantano! Se quedaron viendo fijamente en un tumulto, como patatas frías. La boca de Padre se abrió. ¡Briony! , dijo él, pero no produjo ningún sonido.
Pero yo tenía a los niños fantasmas. Formaban un círculo a mi alrededor. Ellos esperaban.