Capítulo 26
Un puñetazo correcto
Levanté mi mano para golpear la puerta de Eldric. Vamos, Briony; no seas una cobarde. Tienes que volver a hablar con él sobre Leanne.
¡Vamos, golpea!
Pero la puerta estaba adusta y Eldric también podría estarlo. Había estado sombrío esta mañana durante el desayuno, apuñalando su arenque ahumado, diciéndole al Sr. Thorpe que estaba demasiado enfermo para las lecciones.
Golpeé.
La puerta se balanceó hacia adentro, la cabeza de Eldric se asomó a investigar.
—Por qué, ¡nunca es Briony Larkin! —Su rostro se volvió pálido.
—No, nunca es ella. —¿Por qué había venido? Pero aquí estaba yo, y ahí estaba él, abriendo más la puerta, invitándome al interior.
Cuán oscuro mantenía el pequeño cuarto. Sólo tenía un fuego en la chimenea, y la tarde se estaba terminando.
—No nunca, quizás —dijo Eldric—. Sino raras veces.
Sonó como Cecil, maestro de las indirectas, siempre entrando por la puerta de salida y deslizándose hacia atrás, a través del espejo.
¿Por qué me importaba si le estaba hablando a Eldric o Cecil? ¿No son los hombres intercambiables? ¿No sirve uno tan bien como el otro?
—No está muy ordenado, me temo.
Eldric había transformado la habitación de costura con un nuevo acercamiento a las tareas domésticas. La cama estaba deshecha, había arrojado su camisa y chaleco sobre el respaldo de la silla. Pateó un zapato a un costado cuando me condujo dentro, dejándome junto al fuego.
—No podemos sentarnos sobre la cama, ¿no? —Se sentó él mismo sobre la cama—. No en la cama de un notorio chico malo.
Había una diferencia entre Eldric y Cecil, una peculiar diferencia para Briony Larkin, y eso era lujuria. Deseaba a Eldric; me estremecí, alejándome de Cecil.
No me senté. En una mesa cercana, se encontraba una carta a medio escribir y un secante, una pluma empapada que chorreaba.
—Volveré. Te he interrumpido en medio de algo.
Eldric saltó de la cama.
—¡Qué idiota! —Quitó el papel, arrojándolo al fuego. Las llamas ascendieron, calientes y brillantes. Labios negros se marcaron sobre el papel; las palabras se deshicieron en cenizas.
—¿Qué fue eso? —dije.
—Si hubiera querido que alguien lo supiera —dijo Eldric—, no lo habría quemado,
¿verdad?
—Pensé que los miembros de la Fraternidad no debían guardar secretos entre sí.
Pero la lujuria es una cuestión de química. Es sólo que las moléculas de Briony y las de Eldric tienen algo que las atrae.
No dijo nada; me di la vuelta.
—Volveré.
Y es que las moléculas de Cecil no atraen a las moléculas de Briony.
—¡No te vayas! —Eldric agarró mi hombro—. ¡No estoy pasando por un buen momento, lo sé, pero quédate!
Odiaba esto. Ello me golpeó en las entrañas como si fueran elásticas.
—Me gustaría ser capaz de decir que será rápido. —¿No es lo que los personajes siempre dicen en los libros? Pero preferiría mucho más ir directo al grano.
—Dispara. —Eldric empujó mi hombro. Me hundí en la silla.
—En realidad, quería hablar contigo sobre disparar —dije—. Quizás empezaré con eso.
Eldric se inclinó más allá de mí y llevó una vela al fuego. ¡¿Por qué no podía simplemente sentarse?!
—¿Tienes un arma?
Silbó unas cuantas notas apagadas, luego atrajo la vela hacia mi rostro.
—No, pero puedo conseguir una.
Parpadeé ante la luz.
—¿Sabes disparar?
—Tolerablemente bien.
—¿Podrías quitar la vela? Mi aspecto es el mismo de siempre.
Él lo había visto antes: el cabello sedoso color maíz, el rostro como fina porcelana, los ojos oscuros: iris, pupilas y pestañas.
Retrocedió.
—¿Qué querrías que hiciera con esta arma hipotética?
—Traerla a la Fiesta de los Muertos, la noche de Halloween.
—¿Y entonces?
—Te lo diré en Halloween. Pero la verdadera razón por la que vine es que tengo que hablar contigo sobre Leanne.
—He tenido suficiente de ella para toda una vida —dijo Eldric.
—¿Si?
—Una vez que abandoné su dominio, descubrí que ella no me gustaba. Pero se lo dije.
Tenías razón, como siempre: me encontraba bajo su hechizo.
—¿La rechazaste?
—Lo haré.
—Entonces hay algo más que tengo que decirte. Una Musa Oscura sólo puede alimentarse de un hombre a la vez. Si ella es rechazada por él, sólo puede alimentarse por un pariente de sangre de él.
—¿Mi padre? —dijo Eldric.
—Tienes que advertirle.
—Todavía no creo que Leanne sea una Musa Oscura —dijo Eldric—. Y escucha esto: dices que la Musa Oscura se alimenta de la energía artística. Pero no soy un artista.
—Leanne pensó que lo eras —dije—. Le gustaba la manera en que siempre estás creando algo de la nada.
—¿Y una vez que la rechace, ya no puede comer? —dijo Eldric—. Quiero decir, ¿alimentarse?
—A menos que consiga a tu padre, se marchitará y morirá.
—Marchitar y morir, ¿al igual que yo? No es que crea en algo de esto, tú entiendes.
Me detuve.
—No igual que tú. En primer lugar, te habrías vuelto loco pero, cuando murieras, tu alma habría vivido. Pero una Musa Oscura no tiene alma. Cuando muere, se volverá polvo y aire por toda la eternidad.
No pude dejar de pensar en Hal oween, cuando revelaría lo que realmente era yo. Me volvería bruja en frente de todos, en frente de Eldric. No pude dejar de pensar en cómo sus dedos se tensarían, cómo la luz abandonaría sus ojos. Cómo me diría: ¿Por qué no me lo dijiste?
—He esperado mucho tiempo para decirte algo.
—Yo también —dijo Eldric—. ¿Qué es lo tuyo?
—Tu primero —dije.
—Los invitados primero, dice siempre mi padre.
—No soy una invitada.
—Las chicas primero, entonces —dijo Eldric.
—Lo mío no es algo fácil de decir.
—Lo mío es más difícil —dijo Eldric. Pero sonrió por primera vez esa noche.
Le había prometido a Madrastra nunca decirlo. Mi lengua se curvó sobre sí misma, protegiendo su suave interior. Pero la alternativa era peor: Eldric, descubriéndolo junto a todos los demás, y yo, sin nunca saber lo que pensaba, yendo hacia el futuro, sin nunca saber.
Hubo una especie de silencio absorbente.
—Soy una bruja.
Listo, estaba hecho. Lo había arruinado todo. ¡Crack! Hicieron ese ruido mis entrañas elásticas.
—No te ves como una bruja.
Hubiera querido ver mejor su rostro.
—Las brujas no se parecen a nada. Las brujas simplemente lo son. Las brujas simplemente hacen.
Estaba todo tan calmado que escuché cuando el pabilo de la vela colapsó. La llama se volvió un cadáver azul. Vi su lucha. La vi ahogarse en su propia cera.
La mancha oscura de Eldric llegó hasta mí.
—Pruébalo. ¡Prueba que eres una bruja!
Ahí estábamos los dos de pie, el fuego chasqueando ante mi mano izquierda malvada, el montón caído de ropa interior de Eldric sonriendo ante mi virtuosa mano derecha.
—¡Pruébalo!
—¿No me crees?
—Necesito una prueba —dijo Eldric—. ¿Por qué debería creer en todo lo que digas?
Mi saliva se secó como cristal hecho polvo.
—Si fueras un juego —dijo Eldric—, serías un rompecabezas. Si fueras una pieza de escritura, serías un código.
—Pero no puedo probarlo. —Chasqueé mis dedos—. ¡No así!
—¿No puedes? ¡Qué peculiar! —Eldric rió, un horroroso atisbo de risa—. Muéstrame lo más perverso que puedes hacer.
¡Cómo se atrevía a estar enojado!
Había mantenido mi ira bien sujeta todos estos años, pero parecía estar siempre a sólo una chispa de distancia. Me había extasiado en la brujería. Había provocado el fuego.
¡Fuego!
Pensé en fuego. Pensé en la biblioteca; el estallido de llamas, mi mano, el olor a carne quemada.
No hubo ningún fuego.
Pensé en el piano quemándose, sus patas estrellándose contra el piso, como un camello.
Pensé en todas mis historias. Cuánto tiempo me había tomado escribirlas, cuán rápidamente se habían quemado.
No hubo ningún fuego.
—No puedes probarlo. —Los ojos de Eldric eran pozos negros de oscuridad.
Sentí como el sabor del azufre se abría camino en mi garganta. ¡Permite que mis palabras causen chispas!
Nada. Necesitaba el Brownie para hacer que mis poderes explotaran en chispas. Necesitaba a Rostro Mugriento.
Estuvimos allí de pie, en la división que separaba lo oscuro de lo más oscuro. Eldric presionaba su mejilla en mi silencio.
—Te diré algo que hará que creas en mí —dije—. ¿Nunca antes te has preguntado cómo Rose llegó a ser lo que es?
Nunca le había contado a nadie sobre Rose.
—Lo hice yo, con brujería.
Nunca había pensado que algún día iba a decir esas palabras.
—No te creo —dijo Eldric.
—Quise lastimarla. Es sólo odio. Una Musa Oscura se alimenta del arte. Una bruja se alimenta del odio. Odiar es fácil.
—¡Pero tú quieres a Rose! —dijo Eldric—. Sé que la quieres.
Calma, Briony. No digas nada más. No le digas que no quieres a nadie.
—Entonces prueba que heriste a Rose —dijo Eldric.
Me encogí de hombros.
—Recuerdo mucho sobre ello. Recuerdo a Rose caer del columpio y gritar. Madrastra llenó los espacios vacíos que no puedo recordar.
—¡Maldita sea tu madrastra! Quizás ella es la bruja.
—¡No te atrevas a decirlo! —Lo empujé por el pecho, tan fuerte como pude.
No tuvo efecto alguno, salvó que me apretó los hombros con sus manos.
—¿Has estado bebiendo? —dije.
—No, pero es una idea bastante buena. Escucha, no entiendo por qué adoras tanto a tu madrastra. Y ya que estamos hablando de alimentar, tengo que decir que parece que no ha hecho otra cosa más que alimentarse de ti. No puedo soportar pensar en ella, yaciendo en la cama todo el tiempo, dejando que descuides tu educación, dejando que la atiendas.
—Soy quien le lastimó la columna —dije—. Sólo en caso de que cambies de idea.
—Eso tampoco lo creo.
—No tienes que creerlo para que sea cierto. Llamé a Rostro Mugriento para que la golpeara.
Ella habría muerto con el tiempo, si el arsénico no hubiese llegado primero.
—¿Rostro Mugriento? ¿La criatura que vimos desde el puente?
—La misma.
—Podrías estar loca —dijo Eldric—, pero no eres una asesina. —Apretó los huesos de mis hombros.
—Eso duele.
Me dejó ir al instante.
—A veces quiero apretarte. —Retorció sus manos—. Apretarte así. —Apretó sus nudillos hasta volverlos blancos.
El fuego quemaba a fuego lento, murmurando, agitándose, y cerrando sus ojos.
—Qué estúpido soy —dijo—. Tengo que recordar que si te aprieto, te romperás.
Pero siguió apretando sus propias manos, apretándolas hasta que uno de sus huesos crujió.
No pude hablar, pero después, ya no tenía que hablar. No realmente. Siempre estoy usando mi máscara. La Briony de debajo de la superficie, que se encontraba atrapada en su propio silencio.
Algún día, ¡el silencio me haría explotar!
Mi puño salió disparado, enviando de espaldas a Eldric sobre la cama. Sostuvo su rostro entre sus palmas. La sangre se filtraba entre sus dedos.
¡Chica bonita ama! Las voces de los Corazones Sangrantes resonaron en mi cabeza.
Ama chico bonito.
Eldric se pellizcó el puente de la nariz. Sus hombros, ¡cómo se estremecían!
Los Corazones Sangrantes se habían acercado a la verdad; no podrían haber sabido que soy incapaz de amar. ¡Lujurioso chico bonito!
Me senté en la cama junto a Eldric, poniendo mi mano sobre su hombro.
—Tengo un pañuelo. —Despegó las manos de su rostro.
Estaba riendo.
Sé honesta ahora, Briony. ¿Golpeaste a una persona y él se ríe? Es adorable.
Chica bonita ríe con chico bonito.
—¡Bien hecho! —Eldric habló a través de mi pañuelo—. Si hubieras hecho eso con Cecil, el pobre no habría tenido chance. —Atrapó mi puño, lo envolvió en su palma sangrienta—. ¡Usaste tu mano izquierda!
—Es mi mano malvada. Mi mano de bruja.
Casi pude ver cómo pensaba en lo que le dije, con que rapidez me había adaptado a usar mi izquierda, cuán torpe había sido siempre con la derecha.
—¡Realmente piensas que eres una bruja! —Eldric estiró mis dedos, exponiendo los garabatos que hacían las cicatrices.
—¿Por qué mentiría en algo como eso?
—¿Para deshacerte de mí? —dijo Eldric.
Mi mano estaba teñida de rojo por la sangre de Eldric. La llevé a mi pecho.
—¿Qué ibas a decirme? —dije, pero ya estaba alejándome de él, empujando la puerta que oscilaba. No debía estar muy cerca. ¿Y si me lanzaba hacia él, al igual que cuando estuve un poco bebida?
Eldric sacudió la cabeza.
—En otro momento, quizás.
Estaba retrocediendo pero también me resistía. Después de Halloween, volvería al pantano, y si conseguía llegar a Londres sin que me atraparan, nunca lo vería nuevamente.
Es sólo lujuria, Briony. Habrá montones de hombres en Londres para que puedas desear.
Pero no los golpees en la nariz, porque las probabilidades son que no se rían.