Capítulo 22

¿Cómo está el Sr. Eldric?

 

Eldric se enfermó. Se enfermó la Noche de las Moras, y se mantuvo en cama.

¿Cómo crees que esta bruja reaccionó? ¿Puedes imaginar lo que ella pudo pensar?

¡Qué alivio!

Eso es lo que pensó.

Pero ver a Eldric convertía a la bruja en un guisante arrugado por la vergüenza.

Una bruja no es una buena amiga.

Recordémonos cómo es que esta bruja en particular funciona: ella está cerca de una persona, está celosa de esa persona, esa persona cae desde un columpio y golpea su cabeza.

La bruja se reune con una persona en la Noche de las Moras. Luego sucede una situación de “guisante arrugado”, y esa persona se enferma.

¿Cómo es que siempre me sorprendo?

Estuve sola en el desayuno el primer día, con excepción del Brownie. Estaba aliviada.

Empecé una historia para Rose. Decliné responder la carta de Cecil.

Estuve sola en el desayuno el segundo día, con excepción del Brownie. Estaba aliviada.

Terminé la historia. Decliné responder la segunda carta de Cecil.

Evité el desayuno el tercer día porque estaba segura de que lo vería. Decliné responder la tercera carta de Cecil.

Estuve sola en el desayuno el cuarto día, con excepción del Brownie.

Un hombre fuerte tiene un resfriado por un par de días, tres como máximo. Pero, ¿cuatro días?

—¿No tienes apetito? —dijo Pearl, limpiando mi plato. Sacudí mi cabeza. Tenía el tórax apretado. Me levanté.

El Brownie también se levantó. Pero justo ahora, prefería mirar al Brownie que a los huevos hervidos que se estremecían en sus copas.

—¿Cómo está el Sr. Eldric?

¿Huevos hervidos? ¿Qué clase de persona inventa eso?

—Él no está bien, señorita, y esa Srta. Leanne hace que se ponga peor. —Las palabras de Pearl salieron disparadas, como si estuvieran presionadas por una presa.

—Ella no deja que el Sr. Eldric descanse. Qué trato, es basura lo que ella le tira, sobras de vidrio de mar y conchas y madera vieja, pero para ella no es basura. Ella hace que el Sr.

Eldric haga… no sé qué, señorita.

Una persona normal no se pararía ahí, mirando las manos de Pearl, pensando que tal vez ella esté haciendo Pureza de Cristo.

Una persona normal diría algo. Sonaría como si le preocupara.

—¿Cómo se ve?

Eres una idiota, Briony: debe haber algo más normal.

—¿El rostro del Sr. Eldric? —dijo Pearl—. Me recordó a la cara de su madrastra, señorita, cuando ella estaba enferma.

¿Eldric estaba enfermo como mi Madrastra? ¿Se veía como… lo demacrada que Madrastra estaba? Como pan al que le fue raspada la mantequilla, como leche sin nata, como una taza sin cerveza.

—El Sr. Eldric está trabajando consigo mismo vacío —dijo Pearl—. Si me perdona el comentario, señorita, el Sr. Clayborne debería ir a buscar rápidamente al Dr. Rannigan.

—Gracias, Pearl. —Qué calmada estaba. Era demasiado grande para mi piel—. Veré al Dr.

Rannigan.

Ver al Dr. Rannigan. ¿Qué significaba? ¿Debería consultarle a Padre? ¿Al Sr. Clayborne? Mi máquina de decisiones estaba echada a perder. El Brownie me siguió entrelazando sus dedos saltamontes por el sufrimiento. Él tenía el hábito asqueroso de leer mis pensamientos.

Miré en la sala, en la biblioteca… estaba vacía, vacía. Toqué la puerta del estudio de Padre. Había silencio, estaba vacía. El tiempo gruñía por sí mismo.

Hablé en voz alta.

—¿Qué debo hacer?

—Todavía es temprano, ama —dijo el Brownie—. Puede ser que atrape al doctor en el desayuno.

—¿Vendrás conmigo?

¿Por qué demonios hablaba con el Brownie?

—Por supuesto, ama.

Tal vez él ya me había gastado.

Y sabía que estaba hablando con él, aunque era otra traición para Madrastra. Ya la había traicionado de muchas maneras. Cuando iba al pantano, cuando retozaba en lugar de averiguar cómo detener a su asesino.

Salimos, el Brownie y yo, en la maraña del tiempo, torciéndonos y enredándonos por el pueblo hacia la casa del Dr. Rannigan. Su ama de llaves dijo que estaba atendiendo a otro paciente.

—¿Cree que regrese pronto? —dije.

De seguro su ama de llaves no lo sabía.

—¿Cree que tal vez pare en la Taberna?

Su ama de llaves dijo que no era su labor preguntarle al doctor si tenía citas con la bebida del diablo —y eso me sacó de mis casillas— mientras ella tenía cosas que hacer.

—¡Cómo se atreve! —le dije al Brownie, lo que no tenía sentido, pero el Brownie, siendo el Brownie, entendió. El Dr. Rannigan era nuestro Dr. Rannigan. Lo necesitábamos ahora.

Me senté en un banco afuera de la casa del doctor y esperé. El Brownie esperó junto a mis pies.

—Te extrañé —dije.

—Fue una preocupación, ama, cuando cerró los labios y no dijo nada.

Te extrañé. ¿Qué me hizo decir eso? Pero era verdad, especialmente en los últimos meses de la vida de Madrastra, cuando se ponía peor y yo me ponía mejor.

—Pero me temo —dije—, que podríamos herir fácilmente a alguien otra vez.

Vi el mundo estos últimos meces como si lo mirara por una lupa. El mundo se encogió en un círculo de ocho centímetros. Fue reducido en trozos de piel, hojuelas de pintura y pedazos de uñas.

—Pero, ama —dijo el Brownie—. Nunca herimos a nadie.

—Eso es lo que pensaba —dije—. Pero ahora sé que fue diferente.

—¡Pero, ama!

Me deslicé del banco. No quería hablar de Madrastra y de Rostro Mugriento.

—Tal vez el Dr. Rannigan terminó con su paciente.

Sabía la clase de argumentos que el Brownie me podía ofrecer, yo ya los había ofrecido. No tenía paciencia para ellos en este momento. El día parecía muy largo. ¿Dónde estaba el extremo del final del tiempo?

El Brownie y yo mirábamos a la Taberna. No había rastro del Dr. Rannigan.

No estaba en ninguno de los lugares usuales. No estaba jugando Damas Chinas con el alcalde, o discutiendo sobre hierbas con el boticario, o en el salón del té leyendo el Chismoso de Londres.

Regresamos a la casa del Dr. Rannigan y miramos hacia el cobertizo del jardín. Sus armas todavía colgaban en la pared. Así que no estaba dándose el placer de cazar, aunque ya había iniciado la temporada de caza y al Dr. Rannigan le encantaba cazar.

Regresamos a la Taberna donde el Dr. Rannigan y Cecil compartían una mesa y un plato de pescado frito. Cecil me vio primero.

—¡Milady! —Hizo un movimiento y ya estaba parado enfrente de mí. Era más fuerte de lo que pensaba, más rápido de lo que creía.

—No ahora Cecil. Necesito hablar con el Dr. Rannigan.

—Pero Briony… —Cecil bloqueó mi paso.

—Déjame pasar, Cecil. —Estaba gritando—. ¡Déjame pasar!

Al mismo tiempo estaba mirando a los ojos de vaca paciente del Dr. Rannigan, sosteniendo su mano, caminando con él por la puerta de la taberna, mientras lo escuchaba decirme que me quedara en la Taberna, que me sentara y descansara. Lo escuchaba decir que me veía cansada.

Miraba su espalda curvada pasar la esquina…

El mundo se convertía en un lugar loco. El día pasaba sin que lo mirara. Las sombras estaban contra la ventana, las llamas de velas bailaban.

—¡Milady!

Le di la espalda a Cecil, rodeando la esquina de la Taberna. Pero eso era estúpido, porque sólo había más Taberna. Ninguna parte de la Taberna es segura si lo que quieres es evitar a Cecil Trumpington.

—¡Por favor, háblame! —La voz de Cecil era una súplica que arañaba mi espalda.

Giramos junto a las mesas que estaban al aire libre, donde los hombres anguila estaban alistándose 178 para pasar la noche. Las anguilas corrían, y las anguilas son mejores atrapando en la oscuridad.

—¡Por favor! De lo contrario me volveré loco.

Me senté en la mesa más cercana; no me debería molestar ni importarme, no Cecil. Pero el pensamiento de las anguilas estaba en mi mente. Anguilas, enviadas a las ciudades, anguilas ahumadas o hechas mermelada o simplemente hechas en sopa. Cualquier otro método siempre

será homicida. Sólo agrega tu veneno favorito. Nunca será detectado bajo el sabor de las anguilas, lo que es muy…

Anguilesco.

—Estoy terriblemente cansada —dije—. ¿Puedes ser rápido?

Pobre Cecil, consumido por una gran pasión, sólo para comprimir su manifiesto de amor en un haiku23.

—No trataré de excusar mi comportamiento —dijo—. Fue despreciable.

O una quintilla.

Hubo una vez un sinvergüenza llamado Cecil.

Que deseaba que su Interés Amoroso permaneciera aún.

Oh, bueno. A diferencia de otros, nunca he intentado ser una poeta.

Cecil se pasó la mano por el cabello, aunque indudablemente prefiere que su biografía lo describa como “renta su cabello”. El efecto no es poco atractivo.

—No puedo explicar lo que me pasó.

—Yo puedo.

Él rasgó sus oscuros mechones.

Resultando en desastre.

Lo que motivó a su Interés Amoroso a huir,

ella alcanzó el final del mundo y saltó.

Quizás tengo un potencial sin explotar.

—¡Entiendes! Tú sabes como uno se puede volver loco.

—¿Qué?

—El amor no correspondido —dijo Cecil.

—Te refieres a la lujuria no correspondida.

—¡No es eso!

—¿En serio? —dije—. Difícilmente tomaré eso como un cumplido.

La lengua de Cecil se tropezó al intentar explicar la diferencia entre pasión y lujuria…

23 Haiku: formas de poesía tradicional japonesa más extendidas.

—Y las bebidas… —dije

—Briony, por favor. —Cecil se estiró sobre la mesa.

Mi mano se hizo a un lado.

—¡No me toques! —Mi voz sonó chistosa, haciendo que nos detuviéramos y nos inclináramos hacia atrás.

Cecil rompió el silencio.

—¿Me tienes miedo?

—¿Disfrutarías que lo tuviera?

Por supuesto que no tenía miedo. Había tenido miedo la Noche de las Moras, pero sólo de una manera primitiva y por reacción. El miedo que me asustarían al escalar una escalera o a escuchar un sonido en la oscuridad.

¿Qué pudo ver problemente Fitz en él? Ellos pasaban mucho tiempo juntos.

—¿De qué hablaron Fitz y tú?

Cecil parpadeó dos veces, como si eso lo ayudara a recordar la conversación.

—Estábamos tomando. No hablamos mucho.

—¿No puedes tomar y hablar a la vez?

—Oh, le mostré a Fitz algunas cosas —dijo Cecil—. Es más viejo que yo, pero menos experimentado con las cosas del mundo.

¿Fitz, menos experimentado? ¿Fitz, quién ha estado en París y en Vienna?

—¿De qué manera?

—No quiero hablar de Fitz —dijo Cecil—. Quiero hablar sobre ti, sobre nosotros. Primero llegó Eldric, y ahora has cambiado.

—Tú eres el que ha cambiado. —Le mostré el moretón de mi muñeca, las marcas dejadas por dos dedos y el pulgar.

Si existía algo como el cachorro-vampiro, Cecil sería uno. Sus ojos grandes pedían clemencia, preguntaban por una mordidita en el oído y un cuenco grande de sangre tibia.

—¿Por qué no tienes magulladuras? —dije. El cachorro-vampiro me miró—. Eldric te golpeó fuerte.

—Él me golpeó donde tú no puedes ver —dijo finalmente Cecil.

¿Dónde no puedes ver? ¡Qué satisfacción!

—Olvídate de Eldric —dijo Cecil—. Era útil para ti, admítelo.

—¿Útil? —dije—. ¿A qué te refieres?

—¿Estás de nuevo en el juego? —Sus ojos se ampliaron y se refrescaron. Aterrorizante, estoy segura—. Pretendes que nunca me contaste eso.

—Iríamos mejor —dije—, si me contaras a qué te refieres con eso.

—Nunca pensé eso de ti —dijo él—. Lo hice por amor.

O yo estoy loca, o Cecil lo está. No soy la clase de persona que se vuelve loca, así que los honores son para Cecil.

—Mírate —dijo Cecil—. Ésa cara de ángel, esa lengua tranquila.

—¿Qué puedo decir para convencerte que estoy completamente en la oscuridad?

—Podrías empezar con la verdad —dijo Cecil.

Qué ironía: digo la verdad una vez, pero creen que miento.

—¡Sólo dímelo, Cecil! Luego tendremos algo concreto para hablar.

Cecil se calló; su cabeza y sus hombros se acercaron a mí a través de la mesa. Me moví asustada para atrás, embistiendo la parte trasera de la silla. No era miedo real, sólo el miedo que te hace alejarte cuando el peligro se acerca.

Me levanté.

—No puedo hablarte cuando actúas como un niño mimado.

—¡Cuida tu lengua!

—Oh, lo hago —dije—. Es más afilada cuando involucra tu nombre.

—Podría poner las cosas calientes por ti. —Los labios de Cecil quedaron sin sangre—. Podría hacer que te retuerzas.

Mis manos temblaban.

—¿Me estás amenazando? —Las estreché detrás de mi espalda.

—¿Y qué si lo hago?

Qué pregunta tan estúpida.

—Entonces, no debería molestarme en quedarme. —Caminé, pero él gritó detrás de mí.

—Te expondré a la luz, juro que lo haré. No crees que lo haré, pero sólo espera. Uno de estos días tocarán tu puerta y, ¿qué pensarás cuando veas al aguacil del otro lado al abrirla? —Y más de los mismo, mucho más.

Estaba a mitad de la esquina cuando él dejó de gritar.

***

El Dr. Rannigan vino y se fue, dejando tristes noticias y tristes padres. Encontré difícil atender a lo que el Sr. Clayborne me decía. Sentía como si lo estuviera escuchando del lado equivocado del telescopio. Mi miedo todavía estaba ahí, lo que me distraía. ¡Vete! Le dije. Ya no te necesito.

—Pearl me dijo algo —dije—. Ella dice que las visitas de Leanne lo cansan.

¡Ahí! Logré un resultado feliz. Por el momento, no más visitas de Leanne. No hasta que se mejorara. El Sr. Clayborne lo dijo solito.

Y todavía tenía miedo. Sobrevivía a propósito, era lo que ayudaba a la persona a actuar, a lanzarle una flecha a un gigantesco mamut, a estacar al vampiro-cachorro. Pero no ayudaba a una persona entender cómo es que ella causó que Eldric se enfermara. Si supiera como lo hice, tal vez podría revertirlo.

No te necesito más, le dije a mi miedo.

No le importó.

Te has convertido en una molestia.

No le importó.

Ya no te adaptas. ¿Has escuchado hablar del Sr. Darwin?

No lo ha hecho.

Ignóralo, Briony. Tú eres la que se tiene que adaptar. ¡Piensa! Madrastra estaba enferma, Eldric está enfermo. Eldric se ve como se veía Madrastra, como un huevo sin yema. Madrastra se enfermó porque llamaste a Rostro Mugriento, y Rosotro Mugriento lesionó su espina dorsal. Eldric se enfermó porque… porque… ¿por qué?

¿Qué hice?

***

El Dr. Rannigan confesó sentirse asombrado. ¿Cómo es que Eldric se recuperó completamente en dos días? “Esta había sido su temporada de las enfermedades más malditas que había tenido”, dijo él. La tos del pantano viene y se va. La enfermedad del

“huevo sin yema” viene y se va. Te diré que él no sabía qué era la enfermedad del huevo.

Sólo la ha visto en nuestra familia. Cuando Padre se enfermó, cuando me enfermé. El caso de Eldric le recordó particularmente la enfermedad tardía de la Sra. Larkin, de cómo su enfermedad iba y venía. Ella empeoró más lento que Eldric, pero de seguro hubiera muerto si hubiera tenido o no, oh, ya sabes, el desafortunado incidente con el arsénico.

***

Querida Briony:

¿Crees que te puedas reunir conmigo por más o menos veinte minutos? Tengo algo que discutir contigo.

Estoy completamente recuperado y estoy bien, no me pondré mal de nuevo. ¿Te reunirás conmigo?

Tuyo en Fraternidad,

Eldric.

Querido Eldric:

Estoy muy feliz de que estés recuperado de nuevo. Verdaderamente me encantaría reunirme contigo, a menos que tenga algo que ver con los eventos de la Noche de las Moras, en ese caso, no lo haré. De hecho, sugiero que nos olvidemos completamente de la Noche de las Moras. La familia Larkin tiene una larga y vieja tradición de olvidar eventos desagradables y como sabes, aprendí muy bien mis lecciones.

Todos los mensajes intercambiados con los miembros de la Fraternidad son, por supuesto, secretos. Después de que hayas leído esta carta, ¡cómetela!

Tuya en Fraternidad,

Briony.

P.D.: Estoy bastante segura de que no usé tinta envenenada.

Querida Briony:

Sugieres que nos olvidemos de la Noche de las Moras. Aunque yo no tengo memoria de algún momento que no valga la pena recordar. Pero en todo caso, no es sobre la Noche de las Moras lo que quiero discutir. ¿Podremos encontrarnos a las tres en la biblioteca?

No creo que hayas usado tinta envenenada, a menos que sea de la variedad de acción lenta. Por favor, avisa. El siguiente paso de la Fraternidad debería ser crear un sistema de comunicación secreta. Tengo una idea que involucra tatuajes en el cuero cabelludo y crecimiento de cabello, pero todavía hay varios detalles que debo afinar. Tal vez tú seas capaz de descifrarlas, ya que eres tan inteligente.

Tuyo en Fraternidad,

Eldric.

***

Escuché a Eldric bajando por el corredor a la biblioteca. Es asombroso como se puede reconocer a una persona sólo por la forma en que sus zapatos golpean el piso. Ahora su mano tocó la perilla de la puerta de la biblioteca, y ahora la puerta murmuró a través de la alfombra.

—Está oscuro aquí adentro.

Dejé las lámparas apagadas en caso de que mi cara me traicionara. No estaba segura si mi máscara de Briony estaba en su lugar. La lluvia golpeaba las ventanas, el carbón chispeaba en la chimenea. Me senté en la alfombra, en la oscuridad. Reservé los chispazos de la luz del fuego para Eldric.

—Te ves muy bien —dije. No podía decir que lo sonrosado estuviera de regreso en sus mejillas, no era una persona sonrosada, pero se había puesto dorado de nuevo.

Te ves muy bien. ¡Qué estúpida sonaste, Briony! Hablaste justo como lo haría Padre.

—Estoy completamente bien —dijo Eldric—. Lo que tuvo al Dr. Rannigan buscando una teoría y luego otra, para tratar de entender. Pero como no soy un hombre de ciencia, no me importa entender. Simplemente quería salir y quebrar unas cuantas ventanas.

¡Di algo Briony, di algo! La máscara de Briony siempre tenía algo divertido y gracioso que decir, pero la Briony de abajo no podía pensar nada. El reloj hacía tic-toc en el silencio. Qué despacio sonó, tan lento que entre cada tic y toc caía una gota plateada de la lluvia en el cristal.

—Estoy contenta de que estés mejor —dije, lo que era trillado, pero era verdad.

¡Mejor, él estaba mejor! Tan pronto dije la palabra, me sentí aliviada. Por primera vez en mi vida, me sentí aliviada. Fue como si la mantequilla derretida cayera sobre la parte de atrás de mis piernas. Se juntó en mis rodillas. Al menos creo que ese es el motivo porque las rodillas de la gente se sienten débiles.

—Fui un poco deshonesto contigo —dijo Eldric—. Para decirte lo que tengo en mente, tengo que traer a relucir la Noche de las Moras.

La Noche de las Moras. Llegó la marea roja. Me incliné hacia adelante para mover el carbón; mi cabello cayó sobre mi rostro.

—Es asombroso —dijo Eldric—, cómo te has adaptado a usar tu mano izquierda.

Tenía que ser cuidadosa. Le había dado a mi mano izquierda demasiada libertad.

—Perdóname por ser un nosy parkerius —dijo Eldric—, pero quería saber si has visto a Cecil desde la Noche de las Moras.

—Es nosy parkerium —dije—. Ya sabes, es la duodécima declinación.

—Olvida eso —dijo Eldric—. No puedo dejar de inquietarme por Cecil.

—No te preocupes por él —dije, a pesar de lo que pensé anteayer, de lo extraño que actuó Cecil, de sus referencias indirectas y sus amenazas escondidas—. Puedo hacerme cargo de él con mi meñique.

—No observé que usaras la técnica del envolvimiento del dedo en la Noche de las Moras —dijo Eldric—. Sigo pensando en lo que hubiera pasado si no hubiera llegado.

—Y sigo pensando en lo estúpido que todo fue —dije—. Estúpido que hayas llegado a rescatarme.

Estúpido que haya practicado boxeo contigo todas esas veces, pero no pude golpear a Cecil, ni una sola vez.

—El boxeo no es así de simple —dijo Eldric—. Puedes practicar y practicar, pero la experiencia real siempre será diferente. De hecho, la mayoría de las cosas son así. Me recuerda la vez primera que visité París.

—¡Qué afortunado! —dije.

—En el barco practicaba conversaciones en francés conmigo mismo. Le decía a un francés imaginario: “¿El Restaurante Chez Julien, está, si no me equivoco, bajando el Boulevard Saint-Michel, a la derecha?”.

—El francés imaginario servicialmente decía: “Sí, monsieur. El restaurante, está bajando el Boulevard Saint-Michel, a la derecha”. Y algunas veces agregaba: “Y debería remarcar, monsieur, que buen francés habla usted”.

Chez Julien. Cómo anhelaba visitar una ciudad donde los nombres de los restaurantes sonaran como música.

—Pero la realidad era diferente —dijo Eldric—. A este francés imaginario le decía: “¿El Restaurante Chez Julien, está, si no me equivoco, bajando el Boulevard Saint-Michel, a la derecha?”.

—Pero él contestaba: “La pluma de mi Boulevard está por la calle de mi tía, monsieur, y usted es muy ooh-la-la”24.

Me reí.

—Le agradecí educadamente, luego consulté mi mapa.

—¿Estás diciendo que no puedo ganar una pelea real sin primero perder algunas peleas reales?

24 Original en francés: La plume de ma boulevard, elle est dans la rue de ma tante, monsieur, et vous êtes

très ooh-la-la.

—Estoy diciendo que un principiante no puede aspirar a realizar tan bien en la vida real lo que realiza en la práctica —dijo Eldric—. La práctica es predecible, la vida real no lo es.

—¿Puedes practicar conmigo sin ser predecible? —dije—. Me refiero a, ser predecible, sin serlo.

—Puedo —dijo Eldric—, pero dejemos todavía el tema de Cecil.

La puerta estaba entreabierta. El Brownie entró y giró en la alfombra con sus piernas en forma de bisagra. ¿Habría dejado Eldric la puerta entreabierta a propósito? ¿Para asegurarse que en realidad no estuviéramos en privado? Oh, Dios.

El Brownie se puso a mi lado, doblando sus piernas para todas partes.

—Por favor, escucha lo que tengo que decir sobre Cecil —dijo Eldric—. Veo que no le tienes miedo, pero me pregunto si deberías tenerlo.

Estaba lloviendo más fuerte. Pedazos de cielo caían en la chimenea. Lo que puso a los troncos a silbar.

¿Me tienes miedo? Eso era lo que Cecil había dicho mientras estábamos fuera de la Taberna. Me moví hacia atrás por el miedo. ¿Tienes miedo?

—Lastimó mi muñeca. —Eso no era lo que quería decir. Mi voz sonó más fuerte y quejumbrosa.

¿Qué tontería es esto? ¿Creíste que podías ser un bebé otra vez? Ya crece, Briony.

—Demos un vistazo.

Le mostré mi muñeca con los moretones con forma de dedos.

—¡Bastardo! —Eso no es exactamente lo que le debes decir a un bebé, pero fue reconfortante.

Nos sentamos en silencio por bastante tiempo. Eldric alimentó al fuego. Las llamas crecieron y las admirábamos en la parrilla de metal.

—Me pregunto si sabes algo sobre Cecil —dijo al final Eldric—. Le tiene mucho cariño a la bebida, como sabes.

Asentí.

—No me gusta sacar a la luz sus secretos, pero no sólo la bebida lo afecta.

¡Oh! Eso era interesante.

—¿Opio?

—No tan benigno —dijo Eldric.

—¿Morfina?

—No tan malo —dijo Eldric.

—¡Entonces dime!

—Arsénico —dijo Eldric.

Arsénico. Cecil tomaba arsénico. Fitz tomaba arsénico. Sin duda esa era la razón por la que pasaban tanto tiempo juntos.

Pearl vino a prender las lámparas.

—No deberías verlo sola otra vez. Él pierde el control, al menos cuando tú estás involucrada.

Ella puso parafina en una de las lámparas.

—¿Por qué una persona toma arsénico?

—Depende de la persona —dijo Eldric—. Las mujeres lo toman para el cabello y la piel, lo que aparentemente la vuelve blanca y tersa.

—¿Y si eres un hombre?

Hizo una pausa mientras Pearl llenaba otra lámpara y salía.

—Tiene que ver con la reputación de los impulsos masculino… oh, ¿cómo lo describo? Con la virilidad masculina.

Me incliné hacia adelante con cara de póquer, mi cabello tapaba mi cara.

—Nunca el carbón había sido movido tan bien —dijo Eldric.

—Nunca una dama había sido tan propensa a ruborizarse —dije—. Es tan poco caballeroso de tu parte.

Pensé que se reiría, pero dijo:

—Es un poco difícil la conversación.

Asentí, moviéndome entre mis pensamientos. ¿Recuerdas lo que Padre había dicho sobre Fitz?

¿Acerca de no quedarme sola con él? El efecto del arsénico en los hombres… seguramente ésa era la razón.

Pude considerar que le hice a Padre una injusticia. Creí que había dicho todo en susurros y sin sentido. Pero había otras cosas que llamaban mi atención. El olor de la parafina. Olí profundamente; trajo memorias del incendio de la biblioteca.

Lo trajo todo de regreso: la chispa, el silbido, las llamas, el fuego, las llamas sobre los libros, comiéndose los títulos: Los Espíritus de los juncos, Los Extraños, Rostro Mugriento. Al fuego le gustaron todos. No sólo bastó que el fuego se comiera mis historias, sino los libros de verdad se arruinaron durante la inundación. Eso trajo de vuelta el sonido de los zapatos de satín de casa color rosa de Madrastra, golpeando el suelo.

¿Alguna vez me pregunté cómo se las arregló Madrastra para levantarse de su cama, creyendo que me salvaría del fuego? ¿Cómo pudo con esa lesión en su espina dorsal?

¿Me pregunté alguna vez qué estaba haciendo? ¿Cómo pude quemar las historias de los Corazones Sangrantes y de los Extraños y otras más de los Antiguos?

¿Por qué quemé mis historias?

¿Por qué metí mi mano en el fuego?

Detente, Briony: ¡No hiciste eso!

Traté de hacer desaparecer el recuerdo, pero mi mente estaba hundida en la imagen de mi mano izquierda metiéndose en las llamas.

¡Deja de recordar! Pero no podía detenerme.

—¿Así que tú? —dijo Eldric.

—¿Yo qué?

La memoria es una cosa extraña. El olor de la parafina… ¿por qué recordaría eso? Llamé al fuego, no necesitaría parafina.

—¡No has escuchado nada! —dijo Eldric.

¿Por qué recordaría poner mi mano en las llamas, cuando lo que sucedió fue que el fuego se salió de control? Creció rápidamente, quemaba más fuerte de lo que podía manejar.

Mis recuerdos se habían distorsionado con el tiempo. Pero al menos las tenía: me recuerdo llamando el fuego, recuerdo enviar a Rostro Mugriento contra Madrastra, recuerdo mover el viento contra Rose. Pero no recuerdo tirar algo contra Eldric.

—¡Por favor, escucha! —Eldric se inclinó hacia adelante—. Tienes que cuidarte de Cecil.

¿Qué había hecho yo para enfermar tanto a Eldric?

No me importaba Cecil. Lo único que deseaba era decirle a Eldric que quería que él se cuidara de mí.