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EL MARTES quince de junio y siendo las ocho y media de la tarde, Moisés Guzmán, el policía retirado que quería disfrutar de un verano agradable en Blanes, salió a dar un paseo por la zona comercial. Su intención era ir andando hasta el puerto y recrearse en las tiendas del paseo marítimo. Se puso una gorra de visera para evitar que el sol de la tarde le pudiera enrojecer su prominente calva y se vistió lo más cómodamente posible con unos pantalones vaqueros y una camiseta de color azul claro. Al bajar por la escalera de su bloque se cruzó en la segunda planta con una chica increíblemente guapa, de piel blanquecina y rostro moteado de pecas. Sabía Moisés que ese piso lo habían alquilado hacía unas semanas a una chica de Barcelona. Al cruzarse con ella, y dándose cuenta de que era la nueva inquilina, la saludó:
—Buenas tardes —dijo.
Ella respondió un poco confusa, como si algo la estuviera contrariando:
—Hola —respondió y abrió la puerta de su piso y se metió dentro atemorizada.
Moisés siguió bajando las escaleras, sin darle importancia, y salió a la calle, deseando no cruzarse con el hombre del perro, ya que no quería enzarzarse en otra conversación insulsa como la que tuvo el último día que se cruzó con él. Pensó en la chica por un momento y creyó que algo la debió asustar. Posiblemente no estaba acostumbrada al vecindario y al encontrarse con un hombre maduro temió que le pudiera hacer algo malo. Moisés sonrió con esa posibilidad. Tantos años ejerciendo de policía y ahora se asustaba de él una jovencita atractiva.
Caminó despacio por varias calles anchas y en quince minutos llegó hasta la calle Ter, donde tuvo que desviarse ya que había varios coches de policía que impedían el paso a la circulación y a los viandantes. Los Mossos d›Esquadra habían tomado prácticamente la calle. Había al menos cinco coches de policía con distintivos, más dos que serían de la policía científica y uno de judicial. En medio de ellos había dos hombres trajeados, pese al calor del mes de junio, que hacían aspavientos con las manos.
—¿Qué ocurre? —preguntó Moisés a uno de los jóvenes policías que impedían el paso por la calle.
En los balcones se habían asomado multitud de vecinos y en uno de los edificios distinguió Moisés el rótulo del Juzgado. A escasos metros de su puerta había un coche de la funeraria que estaba metiendo un cuerpo dentro.
—Un muerto —respondió el agente—. No podrá pasar por la calle hasta que termine la investigación —añadió.
«Un muerto», pensó Moisés. Eso quería decir, evidentemente, que se había cometido un asesinato, sino por qué iban a estar allí tantos coches de policía. Moisés pensó en identificarse con su carné de segunda actividad y acceder hasta el lugar donde se había cometido el crimen, pero desechó esa idea al creer que los Mossos d›Esquadra pondrían impedimentos a que un policía nacional de vacaciones y retirado husmeara en su jurisdicción.
Entre el tumulto de policías y de curiosos Moisés distinguió al hombre del perro, el vecino de su calle que le dijo que él tenía que atrapar al asesino del semáforo. Estaba hablando con uno de los hombres trajeados y por el rostro de éste, supo Moisés que se estaba haciendo pesado. El Beagle Tasco no paraba de dar vueltas oliendo todo el borde de la acera ante la mirada censuradora de dos agentes de uniforme que vigilaban una cinta donde ponía: Policía, no pasar. Del edificio donde estaban los juzgados salió una chica muy joven, vistiendo pantalón corto y camiseta blanca con un dibujo en el pecho y se acercó hasta los dos hombres del traje, entregando a uno de ellos una carpeta que abrió enseguida. Los dos se alejaron del hombre del perro, como evitando que éste les oyera hablar.
Viendo Moisés que no era asunto suyo lo que estaba ocurriendo en la calle Ter, decidió continuar con su paseo vespertino y seguir andando hasta el paseo marítimo de Blanes. Justo, cuando se iba a dar media vuelta, oyó como el hombre del perro le llamaba a lo lejos con el peor de los apelativos que hubiese querido en ese momento:
—Policía Nacional —gritó tan fuerte, que todo el mundo que estaba en la calle se giró clavando los ojos en Moisés Guzmán.
«Maldita sea», murmuró Moisés entre dientes.
—Eh, policía —siguió llamándolo el hombre del perro.
Moisés no tuvo más remedio que detenerse en medio de la calle para acallar el vocerío de aquel hombre.
—Es un policía nacional —dijo el hombre del perro a uno de los hombres con traje que estaba en el lugar del crimen.
Moisés vio como el hombre del perro y ese hombre se acercaron hasta él.
—Hola —saludó el hombre del traje—. ¿Es usted policía? —le preguntó.
Moisés no sabía qué responder.
—Sí, estoy de vacaciones en Blanes —dijo finalmente.
—Este es el jefe de todo —dijo el hombre del perro—. Es el comisario de los Mossos d›Esquadra.
«¿Comisario?», pensó Moisés Guzmán. Tendría que ser muy importante lo que allí había ocurrido para que el jefe de la comisaría estuviera indagando.
—Sí —dijo amablemente mientras extendía su mano—. Me llamo Josep Mascarell.
Moisés alargó la mano hasta estrecharla con el comisario.
—Moisés Guzmán —dijo—. Policía Nacional de Huesca en segunda actividad.
—¿Qué le trae por nuestra ciudad?
—Estoy de vacaciones. He comprado un apartamento en la calle Velero y pienso pasar el verano aquí.
El otro hombre del traje se acercó hasta ellos portando en la mano la carpeta que hacía unos minutos le entregó la chica del juzgado.
—Mira —dijo Josep Mascarell—, te quiero presentar a un policía de Huesca. Es el fiscal jefe —le dijo a Moisés que no salía de su asombro.
Todo un señor Comisario y un fiscal jefe, se dijo. El asunto tenía que ser muy grave o en Blanes se alarmaban por cualquier cosa.
—Eloy Sinera —dijo el fiscal extendiendo su mano.
El teléfono móvil del fiscal comenzó a sonar y se tuvo que retirar unos metros para entablar una conversación.
—Otro asesinato —dijo el hombre del perro.
—¿Le apetece un café? —ofreció el comisario a Moisés Guzmán, obviando el comentario del hombre del perro.
—Un poco tarde —replicó Moisés.
—¿Un café, una cerveza, una copa?
Moisés entendió que el comisario quería hablar con él a solas, sin la presencia del hombre del perro.
Fausto Anieva se dio cuenta y dijo:
—Ven Tasco, que aquí no nos quieren —le dijo al perro.
El hombre del perro se alejó con Tasco por la calle Pirineos, perdiéndolo de vista los dos hombres en un minuto.
El comisario echó a caminar por la calle y se adentró en la comisaría de los Mossos d›Esquadra, que estaba en el número 49; allí al lado. Moisés lo siguió intrigado. Nada más entrar se pusieron en pie dos agentes que había sentados en un banco del vestíbulo principal de la comisaría. El jefe les hizo bajar la mano con modestia forzada.
—Conoce a un hombre llamado Adolfo Santolaria —le preguntó en la máquina de refrescos.
Era la primera vez que Moisés oía ese nombre.
—Adolfo Santolaria —repitió en voz alta—. No, no me suena de nada.
—¿Café? —preguntó el comisario.
Moisés aceptó con la cabeza.
—Adolfo Santolaria —repitió el comisario—. ¿Lo conoce?
—Pues no —aseguró Moisés un poco molesto por la insistencia.
—Y... ¿Sócrates Algorta? ¿Le suena?
Moisés empezó a sentirse realmente incómodo. El comisario de los Mossos d›Esquadra lo estaba interrogando.
—No —dijo tajante—. Ese nombre tampoco me suena.
—¿Cuánto tiempo hace que compró el piso de la calle Velero?
—Lo adquirí el verano pasado, en el mes de junio.
—¿Hace un año? —inquirió el comisario.
—Sí, un año justo.
—¿Y cuánto tiempo hace que reside en ese piso?
—Pues desde la última semana de mayo.
—¿Concretamente qué día?
Moisés hizo un esfuerzo para acordarse exactamente qué día llegó desde Huesca.
—El veintiséis de mayo ya estaba en el piso.
La máquina de bebidas terminó de sacar un café solo. El comisario lo cogió y se lo entregó en mano a Moisés Guzmán que empezaba a sentirse incriminado.
—¿Ocurre algo comisario? —preguntó.
—Para ser franco aún no lo sé. Pero no se vaya de Blanes en unos días por si tenemos que tomarle una declaración.
—¿Una declaración? —preguntó elevando el tono.
—Sí, aún no tenemos el censo detallado de los vecinos de la calle Velero, pero..., —se silenció unos instantes—, bueno, que tenemos que investigar dos crímenes conexos y cualquier testimonio nos será útil.
—¿Dos crímenes?
El comisario no respondió.
—¿Son las dos personas por las que me ha preguntado?
—Así es —dijo el comisario—. Blanes es un municipio muy tranquilo. Aquí no ocurre nada alarmante casi nunca y de repente... En el plazo de una semana tenemos dos asesinatos.
«El hombre del semáforo», pensó Moisés. Entonces el hombre del perro estaba en lo cierto: también fue un crimen.