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Dania me espera a la hora de comer y ambas bajamos a la cafetería. Hoy no dispongo de mucho tiempo porque tengo que acabar unas correcciones que he dejado de lado las últimas semanas. No podía concentrarme y quería hacerlo bien, así que he ido posponiéndolas y ahora tengo un montón de trabajo acumulado.

—Ayer vi a Héctor bastante bien, ¿no?

—La verdad es que sí. Me sorprende. —Me limpio un poco de mahonesa de la barbilla—. De todos modos, todavía tengo un poco de miedo de que pueda cambiar en cualquier momento.

—Es normal, pero seguro que tu apoyo está siendo muy bueno para él.

—Eso espero. —Me encojo de hombros.

Mientras tomamos el café, Dania me pregunta si estoy nerviosa por la reciente publicación de la novela.

—Pues la verdad es que sí. Y de lo que más ganas tengo es de ir a una librería y encontrármela en algún estante. Pero bueno, con todo lo de Héctor, no es que me haya preocupado mucho hacerlo. Tenía otras cosas en la cabeza.

—¿Se está dando bien la promoción?

—La editorial dice que sí, que hay más libreros que la piden y que por Facebook, foros y demás la gente ha empezado a hablar de ella.

—¡Ya verás, que te nos forras!

En realidad no me importa. Que ya esté a la venta y que a la gente le guste es lo que más me emociona. Cuando regreso al despacho, me puede la curiosidad y entro en la página web de la editorial. Ahí está mi novela. El corazón me late con violencia cuando veo que han dejado comentarios preguntando por ella o diciendo que tiene buena pinta. Me meto en Amazon y me entero de que ya la tienen y que se encuentra en los primeros puestos. ¡Es alucinante! Después accedo a mi Facebook y descubro que tengo unas cuantas solicitudes de amistad de lectoras. Me llevo una mano a la boca, incrédula, con una sensación de plenitud en el pecho.

Abro el correo para ver si hay alguno de la editorial. Sí, el segundo es de prensa. Lo abro y casi se me salta el corazón. Me comentan que la editorial en Portugal está interesada en comprar también los derechos de traducción. No me lo puedo creer.

Voy borrando el resto de los correos, casi todos de publicidad, hasta que me topo con uno cuyo remitente es Germán. Vaya, casi me había olvidado de él. Estas semanas en las que he cuidado de Héctor no he pensado ni un minuto en él y, a pesar de haberlo bloqueado en el whatsapp, no me ha llamado ni una sola vez. Por unos instantes siento ganas de enviar el mensaje a la papelera y no leerlo porque tengo miedo de lo que pueda encontrarme, pero después pienso que tal vez quiere comentarme algo sobre la novela. Lo abro y me pongo a leerlo.

De: germanm@editorlumeria.com

Asunto: Toc, toc. ¿Se puede?

Hola, Meli:

¿Cómo estás? Hace semanas que no sé nada de ti. Por lo que parece, me has bloqueado en el whatsapp. Supongo que me lo merezco, así que por eso no te he llamado, porque tienes que estar muy enfadada para haberlo hecho.

No quería molestarte. Habrás pensado que quiero joderte la vida inmiscuyéndome así de repente, pero te prometo que no es mi intención. Me gustaría pedirte que olvidaras todo lo que te he dicho, pero la verdad es que no quiero que lo hagas. Quiero que se quede en ti y que te haga reflexionar, que recuerdes lo que éramos antes, quiénes fuimos mientras estábamos juntos y cómo nos sentíamos.

Pienso mucho en ti últimamente y sé que no debería porque tú, ahora, estás feliz con otro hombre. ¿O no? No puedo quitarme de la cabeza nuestro último encuentro, cuando él apareció. Iba bebido. Y no sé hasta qué punto es habitual en él. ¿Acaso tiene problemas? Porque eran las dos de la tarde y no creo que sea algo normal. Espero que no sea el caso, pero si lo fuese, y tú lo pasaras mal alguna vez, me gustaría ayudarte. No lo conozco, no sé nada de él, no sé si te hace feliz, si te trata como mereces. Está claro que yo en los últimos meses de nuestra relación no lo hice y que por eso te perdí. Vale, en realidad fui yo quien te dejó marchar. Pero ¿sabes qué? Me arrepiento cada día cuando me acuesto y no te encuentro a mi lado. Recuerdo cómo dormías, en esa posición fetal de la que te quejabas porque te causaba dolor de cuello. Te daba la espalda y te pegabas a ella, podía notar tus pechos contra mi piel, tu respiración en mi cuello y tus manos aferradas a mi cuerpo. Hubo un tiempo en que quise deshacerme de esa sensación, pero, ya ves, al final no pude conseguirlo. Los recuerdos nos provocan tristeza y melancolía y tan sólo nos demuestran que no pueden borrarse.

Me gustaría tanto que contestaras este mensaje… Simplemente para saber que estás bien, que eres feliz, que tu sonrisa no ha desaparecido de esa carita tan preciosa que tienes. Es sólo que no quiero que otro hombre te haga daño. No mereces sufrir más nuestros errores. Te dije que lucharía por tenerte de nuevo para mí, pero si me prometes que eres feliz con él, entonces no lo haré. Me quedaré al margen y quizá, algún día, quieras ser mi amiga, aunque no estoy seguro de que yo sea capaz de ser tu amigo porque, como te dije, todavía te quiero y es difícil resignarse a no besarte. Es duro. Te lo aseguro. Es muy duro haberte tenido cerca en nuestros encuentros y no haber podido besarte o acariciarte.

Contéstame, por favor. Sólo dime que estás bien. Y si pudieses decirme, también, que ya no me odias… Pero sólo si es sincero. Ojalá tu enfado hacia mí haya desaparecido, que hayas podido perdonarme.

Un abrazo,

Germán

P. D.: ¿Estás nerviosa por lo de la novela? Tengo mucha fe en ti. Sé que tu historia es buena. Ahora, disfrútalo. Es tu momento. Tu sueño se ha cumplido.

Tras leerlo, no sé por qué, tengo ganas de llorar. Me froto los ojos, intentando serenar mi respiración. Germán me da lástima. ¿Por qué? Pero si lo odié, pero si me hizo daño… Entonces me viene a la cabeza lo que Héctor dijo acerca de sus sentimientos hacia Naima, lo de que la odiaba y, al mismo tiempo, eso hacía que la quisiera también. Aun así, no puede ser que yo quiera a Germán, no noto ese sentimiento en mí. A pesar de todo, que no esté bien me hace sentir mal. Sin embargo, creo que lo único que le sucede es que se ha dado cuenta de que me ha perdido por completo. Sabe que ahora estoy con otra persona y puede que su orgullo de hombre esté herido. O puede que realmente sienta algo por mí. Al fin y al cabo, dicen que sólo valoras lo que tenías cuando lo has perdido.

Me tiro un buen rato decidiendo si responderle o no. Al final, opto por hacerlo. No sé si es buena idea… Realmente ya no sé nada.

De: melissapolanco@gmail.com

Asunto: Todo va bien

Hola, Germán:

Siento haberte bloqueado en el whatsapp, pero me vi atrapada. No podía dejar que tus palabras estropearan todo lo que he construido. Me ha costado hacerlo, ¿sabes? En un principio no quería mostrarme vulnerable ante ti para que no pensaras que lo había pasado mal por tu marcha, pero ahora me da igual. Ya no me importa decirte que me sentí como una miseria humana, que dejaste mi autoestima por los suelos, que pensaba que ningún otro hombre me querría. Creía que no me merecía el amor.

Ahora estoy bien. Estoy feliz. Héctor me cuida. Es un hombre cariñoso, atento, trabajador. Cuando tú lo viste tenía un mal día. Había pasado por unos baches, pero todos pasamos por ellos alguna vez, ¿no? No es un alcohólico, si es lo que estás pensando. Es un hombre que se encontró con la mujer que ama muy cerca de otro, de otro que había sido su ex. Creo que, en cierto modo, su reacción no fue tan extraña. En cualquier caso, ya te digo: todo está bien.

Te recomiendo que olvides, Germán. Yo lo he hecho. Por el bien de los dos. No podemos tener nada otra vez porque eso que tuvimos desapareció. Lo único que puedo decirte es que sí, te he perdonado. Incluso a mí misma me sorprende porque, hasta hace unos meses, puedo asegurarte que pensaba que aún te odiaba. Ahora sólo siento lástima. En el fondo, me da pena pensar que lo nuestro nunca será, pero sólo por el hecho de que podría haber sido una historia realmente preciosa. Pero ya está, Germán. Nada más. Mi corazón pertenece a otra persona y deberías haberte dado cuenta. No te esfuerces, no luches. Tampoco serás mi amigo.

Intentaré hablar con la editora para que no tengamos que trabajar juntos más. O quizá ya no es necesario. No sé si ella estará interesada en la nueva novela que estoy escribiendo. En caso de que la quisiera… veríamos qué hacer.

Espero que consigas ser feliz.

Melissa

P. D.: Me parece todo tan maravilloso… Y te lo agradezco.

De verdad. Es cierto que he cumplido mi sueño.

Cuando le doy a enviar, me arrepiento de algunas de mis palabras, pero ahora ya no hay marcha atrás. Creo que en algún momento del correo he sido muy dura y que en otras, sin embargo, he actuado como si sintiese algo por él y me estuviese engañando a mí misma. Espero que no se lo tome así y que se dé cuenta de que lo mejor es que estemos alejados el uno del otro.

Me tiro la tarde recuperando el trabajo atrasado. Cuando me doy cuenta, pasa ya una hora de mi horario de salida. Tan sólo me quedan dos textos, y los reenvío a mi correo para terminarlos esta noche. Cojo el móvil, el bolso, las llaves y salgo del despacho. Ya no queda casi nadie en la oficina, únicamente un par de rezagados como yo. Me despido de ellos y entro en el ascensor. Algunos trabajadores de otras oficinas bajan en él. Nos saludamos con la cabeza, y me sitúo en la parte trasera porque siempre me incomoda bajar o subir con gente que no conozco.

Cuando las puertas se abren, todos salimos casi de la estampida. Qué ganas tenemos de llegar a casa. La verdad es que mi jornada ha sido dura. Me duelen los ojos por estar pegada a la pantalla todo el día. La madre de Héctor estará preguntándose por qué tardo tanto. Me despido del hombre de recepción mientras rebusco en el bolso para dar con las llaves del coche. Fuera ya es de noche. Salgo con la mirada puesta en el suelo, perdida en mis pensamientos. Y entonces, al alzar la vista, lo veo.

Está apoyado en la vieja camioneta en la que viajábamos hasta la playa los domingos. Nos quedamos observándonos, estudiándonos muy serios el uno al otro. Tira el cigarro que tiene entre los dedos. ¿Por qué ha venido con la camioneta? ¿Es que quiere hacerme recordar? Maldita sea, ¿es eso? Pretende joderme con los recuerdos, por mucho que diga que no. Piensa que puede llegar hasta mí con ellos, pero está muy equivocado.

Ni siquiera lo saludo. Agacho la cabeza y me dirijo a mi coche, dándole la espalda.

—Meli —me llama.

Hago caso omiso. Insiste caminando detrás de mí. Un par de transeúntes que se nos cruzan nos miran con curiosidad. Continúo andando, tratando de no prestar atención a su voz. Sin embargo, antes de que llegue al coche me da alcance y me agarra del brazo, deteniéndome. Cierro los ojos, suelto un suspiro y me vuelvo hacia él.

—¿Es que no has leído mi correo? ¿No te ha quedado lo suficientemente claro?

—Sólo quería comprobar que de verdad estás bien —dice mirándome a los ojos. Los suyos están más apagados que de costumbre, de un azul más oscuro.

—Pues ya lo has hecho. Adiós, Germán.

—Espera, espera… —Me atrapa otra vez. Suelto un gruñido de exasperación—. No pareces estar bien del todo. Tienes mala cara.

—Porque estoy cansada. Tengo mucho trabajo y estoy escribiendo una nueva novela. No tengo tiempo para nada.

Ni siquiera sé por qué estoy dándole explicaciones. Se queda callado, quizá sopesando mis palabras, tratando de descubrir si son reales.

—Quieres que olvide —dice de repente.

—Sí, así es.

—No puedo. —Niega con la cabeza, muy serio.

Veo que se saca una cajetilla de tabaco del bolsillo y que enciende uno con manos temblorosas ante mi atónita mirada. Jamás había fumado. Por un momento pienso también en la adicción de Héctor y el estómago se me remueve.

—Sí, sí puedes, Germán. Ya lo hiciste una vez.

—No lo hice. Me mentí a mí mismo. No sé por qué te dejé, Melissa. ¿Qué coño me sucedió?

Da una profunda calada a su cigarro. Lo miro entre asustada y confundida.

—No lo sé. Pero ha pasado mucho tiempo desde entonces y, como te he escrito en el correo, ya no estoy enfadada contigo, ¿vale? Al menos puedes quedarte con eso. —Intento sonreírle, pero me cuesta.

—No quiero sólo eso. Digo cosas y después querría no haberlas dicho. Te escribo que voy a olvidarte, que me alejaré otra vez, pero es que no puedo. Sencillamente no puedo.

Da otra calada al cigarro, como tratando de aliviarse de esa forma. No sé cómo actuar porque ahora mismo me encantaría salir corriendo, pero no puedo mover los pies, es como si se me hubiesen pegado al suelo.

—Tengo que irme, Germán.

Y, por fin, consigo despegarlos. Me acompaña hasta el coche, y mi mente, que es tan estúpida y loca a veces, piensa en acosadores y se me escapa una pequeña risa. Me mira sin comprender.

—Intentemos ser amigos, al menos.

—Has dicho que no podrías. Y yo tampoco —murmuro.

Y Héctor mucho menos. Por nada del mundo voy a ser amiga de Germán y provocar que mi novio tenga más recaídas.

—No, Meli. Prefiero tenerte cerca de esa forma que no tenerte de ninguna.

Alarga la mano. Lo observo como a cámara lenta. Quiero apartarme, pero no puedo hacerlo. Y sus nudillos me rozan un pómulo. Muy suavemente. Cierro los ojos, capturando en mi mente el recuerdo de nuestra primera cita. La colonia ésa tan horrible que usaba y que lo convencí de dejar. Su chupa de cuero que ambos adorábamos porque le hacía parecer un chico malo. El pendiente que se puso en la oreja y que se quitó porque su padre le dijo que era de «maricones». Hay tantos recuerdos… Algunos fueron demasiado hermosos. El cosquilleo que noto en el estómago me lo confirma.

Me aparto, asustada y temblorosa. Retira la mano, también confundido. Sacudo la cabeza, estiro el brazo para que no se acerque más.

—Ya, Germán. Te lo suplico. Si alguna vez me has querido, si de verdad sigues haciéndolo, como aseguras, entonces para.

Se queda callado. Tira el cigarro al suelo y mete las manos en los bolsillos. Estoy a punto de entrar en el coche cuando dice:

—A mediados de abril presentarás tu novela en Madrid. He venido también para decirte eso.

—¿En Madrid? ¿Por qué tan lejos?

—Es un evento muy importante. Allí se fallan premios que pueden ayudarte bastante.

Me quedo pensativa. Ése es otro de mis sueños, firmar libros y observar los rostros de la gente que ha acudido.

—¿Tú irás? —le pregunto.

—Tengo que hacerlo. Es mi trabajo. Seré tu presentador.

—Entonces tendré que pensarlo —contesto secamente.

Entro en el coche y me largo sin despedirme. Como en otro de nuestros encuentros, no puedo evitar echar un vistazo por el retrovisor. Ya no parece tan seguro de sí como días atrás; ahora se me antoja vulnerable y triste. Y un pinchazo en el pecho me avisa de que he hecho bien comportándome como lo he hecho.