12

Todos en silencio. Dania está mirando abiertamente a Héctor. Aarón, que se encuentra a su lado, lo hace de reojo. Mi hermana me observa a mí, con el ceño arrugado y una expresión que tiene parte de sorpresa, parte de enfado y un poco de preocupación. Decido explicarme, para que entiendan mi posición.

—Es una de las mejores editoriales, por no decir la mejor. Van a darme un adelanto muy bueno y la editora jefe por lo visto está entusiasmada con la novela. Tendrá prioridad ante otras. Posiblemente en marzo saldrá a la venta.

—¿Y no puedes trabajar con la editora esa? —pregunta mi hermana.

—Ya lo he planteado, pero ella se encarga de tomar las decisiones finales, no de trabajar con los autores.

—Qué gilipollez —murmura, volviendo la cara.

Parece que a Ana no le ha sentado bien la noticia. La entiendo, después de todo lo que sufrió por mi culpa… Supongo que no le cabe en la cabeza que haya aceptado esta propuesta. Además, estos días hemos hablado y no le he mencionado nada, así que estará molesta por partida doble.

Por fin me atrevo a mirar a Héctor. Tiene los dientes apretados y no deja de dar golpecitos en la mesa con la yema de los dedos.

—¿Ves? —exclamo con voz ansiosa—. Lo he conseguido. Me dijiste que podía, y era verdad. Tengo mucho que agradecerte. Tú me has apoyado desde el principio, has confiado en la novela y en mí.

—Ahórrate el discurso.

—¿Qué? —Abro los ojos, sorprendida por su duro tono de voz. Hacía tanto que no lo oía que casi se me había olvidado.

—No vas a trabajar con él. Si eso significa que no publicarás, entonces espera a que te llamen de otra editorial y punto —suelta con los ojos entrecerrados. Me deja sin palabras.

—Pero…

Aarón da una palmada en ese momento.

—Vamos, es una oportunidad estupenda. Con esa editorial Mel llegará muy lejos. Y eso es lo que todos queremos, ¿no?

—Aarón, ¿sabes lo jodida que estuvo por culpa del cabrón ese? —lo interrumpe mi hermana.

—Pero eso es el pasado, nena. —Suspira—. ¿Vamos a quedarnos estancados en él? Ahora que Mel tiene esa oportunidad, ¿por qué desperdiciarla? Sería de tontos.

—No, de tontos es querer trabajar con él. —Ana niega con la cabeza. Luego se dirige a mí—. Tú misma sabes cómo te pusiste cuando lo viste, dijiste que no podías. ¿Cómo has cambiado de parecer tan rápidamente?

—¿Vosotros sabíais que él era el editor?

La voz de Héctor me sobresalta. Nadie contesta a su pregunta, así que él mismo adivina la respuesta. Suelta la servilleta sobre el mantel en un gesto de enfado, aparta la silla y se levanta.

—Disculpadme.

Nos deja a la mesa con cara de estúpidos, en especial a mí. No sé cómo actuar, así que pido consejo a Aarón con la mirada.

—Ve a hablar con él. Te esperamos.

Ana le dedica una expresión severa. Él hace caso omiso a su reacción.

—Sólo está confundido —me anima Dania.

Mi hermana no dice nada. Agacha la frente para no cruzar su mirada con la mía. Perfecto, ¿ahora voy a tener enfadadas a dos de las personas más importantes de mi vida?

Me dirijo a la habitación con el corazón en un puño. ¿Qué le digo? Ojalá empiece él la conversación. Llamo a la puerta, pero no contesta, de modo que abro sin esperar su permiso. No está en el dormitorio, por lo que imagino que habrá ido al cuarto de baño. Asomo la cabeza y lo veo ahí, apoyado en el lavabo frente al espejo, con los ojos cerrados. Hay un botecito en el lavamanos, aunque no tiene ninguna etiqueta. La respiración se me acelera al pensar en lo que puede ser.

—Héctor, ¿estás bien?

Abre los ojos de repente y se apresura a guardarse el bote en el bolsillo del pantalón. Me acerco con nerviosismo. Lo miro a través del espejo. Tiene los ojos enrojecidos, no sé si debido al cansancio o a que ha estado llorando. No es posible, ¿no?

—¿Eso que te has guardado es…?

—Paracetamol. La cabeza me va a estallar —responde en tono duro.

Se vuelve para colocarse frente a mí, y no puedo más que encogerme ante su altura.

—Sé reconocer una caja de paracetamol y eso no se le parece. Por favor, no me mientas…

—¿Vamos a hablar de mentirosos? Porque entonces tú te llevas todas las papeletas.

Su respuesta me sorprende, tan llena de rabia. Parpadeo, trago saliva y me acerco, pero se echa hacia atrás, chocando contra el lavabo.

—Iba a contártelo —murmuro.

—¿Ah, sí? ¿Cuándo? ¿Al acabar todo?

—Por supuesto que no. Necesitaba un poco de tiempo porque imaginaba cómo te pondrías.

—Creo que es una reacción coherente.

—No digo que no lo sea, pero, por favor, entiéndeme tú a mí —le pido.

—Veamos: quieres que comprenda que vas a trabajar con un editor que es tu ex, el que te jodió la vida, por el que tenías miedo a abrirte a otros hombres, y encima me lo ocultas… a saber por qué. —Se detiene unos segundos para tomar aire—. Me resulta un poco difícil entenderlo, ¿sabes?

—Sólo he quedado con él un par de veces. Fue algo neutro y cordial para…

Alza las manos y suelta una carcajada irónica. Me encojo aún más. Se me escapa por qué se pone así. Sé que esto quizá le traiga malos recuerdos, pero pensaba que ya habíamos dejado claro que yo no soy ella, y él también tiene que aprender a superar el pasado como estoy haciendo yo.

—No vas a hacerlo.

—¿Perdona? —Lo miro con una sonrisa incrédula.

—¿Quieres que lo diga más alto? ¡No vas a hacerlo! —grita—. ¡No trabajarás con ese hijo de puta! Montaré yo una editorial, si eso es lo que te preocupa.

—Héctor, no es sólo eso —susurro temblorosa. Nunca lo había visto así y me alarma.

—Bien, sea lo que sea, habrá más oportunidades. Llámalo y dile que te lo has pensado mejor.

Abro la boca, totalmente atónita. Vuelvo la cabeza, me llevo las manos a la cintura sin saber cómo reaccionar. Cuando atino a hablar, digo:

—No lo haré. La editora confía en mí y no la defraudaré. No voy a esperar respuestas que quizá no lleguen.

Héctor me observa con rabia. Le rechinan los dientes. Ese ruido me sorprende más. La forma en que sus ojos me miran me hace pensar en que soy una gacela y él un depredador que quiere destrozarme. Me siento acorralada.

—No puedo entender que quieras estar cerca de un tío que te amargó la vida.

Me molesta tanto su reacción exagerada que no puedo más que atacarlo por donde más le duele.

—Tú dejabas que ella te amargara. Estamos a la par, ¿no?

Al segundo me arrepiento de mi contestación. Se lleva una mano al rostro y se frota los ojos. Mueve la cabeza con una sonrisa que se me antoja un tanto desprovista de cordura y, cuando aparta los dedos y me mira, me quedo callada.

—Te pedí que no la nombraras más. —Ha escupido cada palabra—. Ella está dormida para siempre, y la cuestión es que tu ex está cerca de ti. ¿Dónde ves tú la semejanza en nuestras situaciones?

Decido no contestar porque será peor. Me dan ganas de decirle muchas cosas, pero ninguna de ellas es buena. Me retuerzo las manos y murmuro:

—No voy a decir que no. Lo siento, Héctor, pero tienes que aceptarlo. No creo ni que tenga que verlo más. Y si es así, tan sólo hablaremos de la novela. No estés celoso porque…

—¡No estoy celoso! Maldita sea, ¿crees que mi reacción se debe a unos celos de mierda? —ruge.

Abro la boca, muy aturdida. Niego, porque no sé qué más hacer.

—No, yo…

—Lo que me jode es que te hagan daño. Ésa es la cuestión, Melissa, que ese tío no tendrá ninguna buena intención. Y aunque la tenga, puede volver a traerte el dolor del pasado con su recuerdo. ¿Es eso lo que quieres? —Se detiene y toma aire. Sus ojos cada vez están más enrojecidos, y percibo que parece muy alterado y ha empezado a sudar—. Y también está el hecho de que me ocultaras tus encuentros con él. ¿Dónde está aquí la sinceridad, eh? Sabes que es lo que más aprecio.

—Estaba asustada. No sabía cómo decírtelo, no quería que sucediera esto.

—Pues ya está, ya ha sucedido. —Se vuelve hacia el lavabo, apoyando las manos en él y agachando la cabeza con los ojos cerrados—. Ahora, sal. No me apetece verte.

—Pero…

—¡Que te vayas, joder! —grita.

Me fijo en cómo me mira y entonces decido salir porque no lo soporto. Cierro la puerta y recuesto la cabeza en ella, intentando controlar la respiración. Me llegan las voces de los demás desde el comedor. Voy con ellos porque tampoco sé qué hacer. Los tres alzan la vista cuando aparezco.

—¿Cómo está? —me pregunta Dania.

—Está muy enfadado.

Aarón se levanta y se acerca, me abraza y me frota la espalda. Me aferro a él, tratando de controlar el llanto. Ésta es la primera pelea gorda entre Héctor y yo desde que empezamos a salir. Pensé que no iba a llegar jamás. ¿Por qué siempre me empeño en imaginar utopías?

—Tranquila, se le pasará. Simplemente está disgustado y sorprendido. Pero sabes que es comprensivo y acabará aceptándolo.

—¿Y si no lo hace? —Alzo la cabeza para mirarlo con ojos suplicantes.

—Lo hará. —Es la respuesta que quiero oír, pero no sé si la verdadera.

Miro a Ana. Me observa con enojo, pero, segundos después, chasca la lengua, se levanta y viene a abrazarme también. Aarón le deja sitio.

—Mel, sólo quiero que estés bien. Oye, no me importa que trabajes con él si eso te va a beneficiar en tu carrera como escritora —me dice muy seria—. Pero si se pasa un pelo, le corto las pelotas.

Asiento con la cabeza. Me llevan a la mesa, donde Dania se apresura a agarrarme de la mano. Me aguanto las lágrimas para no mostrarles lo mal que lo he pasado, aunque imagino que han oído parte de la discusión debido a los gritos de Héctor.

Se quedan una media hora más, tiempo que dedican a hablar de otros asuntos para distraerme. Pero yo me he retraído y lo único que hago es pensar en él, en su manera de mirarme, en sus palabras.

—Cariño, nos vamos a ir, que ya es tarde —me anuncia Ana.

Los acompaño hasta la puerta. Se despiden con besos y abrazos y muchos ánimos. Intento sonreír y fingir que estoy bien. Aarón me pide que le envíe un whatsapp cuando todo esté solucionado. Tras cerrar, la inquietud me invade. Como no me atrevo a acudir al dormitorio me quedo una hora más en el salón, viendo la tele, aunque sin mirar nada. Me entra modorra un ratito después, así que desconecto el televisor y me dirijo a la habitación. Mi estómago hace de las suyas.

La puerta está entreabierta, pero la lámpara apagada. Se filtra un fino haz de luz que me permite ver que Héctor ya se ha acostado. No dice nada cuando entro, pero no sé si está dormido o lo finge para no tener que enfrentarse a mí.

Me cambio en silencio, en la penumbra. La frescura del camisón me alivia el ardor que me ha entrado a causa de los nervios. Está en un extremo de la cama, así que cuando me meto en ella, hay un espacio enorme entre los dos. Y eso me lleva a pensar en algo metafórico, en una posible brecha que va a abrirse entre nosotros.

Durante un rato el silencio hace de las suyas, provocándome un cosquilleo temeroso en el estómago. Doy una vuelta, después otra, hasta que consigo encontrar la postura adecuada. Cierro los ojos por fin e intento entregarme al sueño. Lo estoy consiguiendo cuando noto que Héctor se remueve y, al segundo, lo tengo pegado a mi espalda. Me quedo muy quieta. No sé si está dormido o despierto; sólo puedo notar su respiración en la nuca. De repente, posa la mano en mi vientre. Yo me encojo ante ese gesto de familiaridad que, tras una discusión, se convierte en uno incómodo. Se arrima más, hasta acariciarme el cuello con la nariz. Me huele, haciéndome cosquillas. El nudo en mi garganta se hace más grande.

—Lo siento —susurra con voz pastosa—. Sé que me he pasado. No quiero que discutamos. No soporto que pasemos por eso. —¿Por qué parece que le cueste hablar?

Tengo ganas de volverme hacia él, pero me muestro un poco orgullosa para que no piense que lo tiene todo tan fácil. Sus palabras de antes me han dolido mucho.

—¿Estás dormida? —pregunta apretándome la barriga.

—No —murmuro con un hilillo de voz.

—Perdóname. No quería decirte todo eso. —Me da un pequeño beso en la nuca—. Estoy contento por ti, de verdad. Lo que pasa es que estoy tan cansado últimamente… La revista me pone de muy mal humor.

No aguanto más y me muevo para colocarme frente a él. Se aparta un poco para adoptar la postura adecuada. Me mantengo en silencio mientras me frota el brazo. Al final, el nudo que me ha atosigado desde la discusión se desata. Empiezo a llorar sin poder remediarlo. Lleva la mano hasta mis ojos, me los palpa con cuidado y los descubre húmedos.

—¿Estás llorando?

Se incorpora un poco, con el brazo estirado, y enciende la lamparita de noche. Se me queda mirando con expresión culpable. Le devuelvo la mirada con los labios temblorosos porque estoy intentando no soltar ni una lágrima más, pero no puedo contener a las malditas.

—No llores, por favor. Se me parte el alma cuando te veo así. —Me estrecha con fuerza. Me aferro a él, clavándole las uñas en la espalda, sollozando sin parar. Me besa el pelo y luego apoya la barbilla en él—. No debí haberte gritado, mi amor. Había llegado tarde y cansado, y después me has contado eso y he explotado. Pero no son excusas para haberte tratado de ese modo.

Me limpia las lágrimas con las yemas de los dedos. Se inclina para rozarme los labios con los suyos. El alma me tiembla.

—No tienes nada que temer —murmuro.

—Lo sé. Y no lo hago —dice, aunque me parece que en su respuesta hay indecisión.

—No quedaré con él si es lo que deseas.

—Haz lo que tengas que hacer, Melissa. Sólo tú sabes lo que será bueno para ti. —Me sujeta de la mejilla. Me la besa y después deja una línea de besos en la barbilla—. Tienes razón: es una oportunidad única, y yo quiero que triunfes.

—Entonces dime que confías en mí —le pido.

—Lo hago. Siempre lo haré.

—Soy sólo tuya.

Lo miro a los ojos. Asiente, acariciándome los párpados.

—Y yo todo tuyo. Desde el principio.

La luz de la lamparita incide en su cara y puedo apreciar las tremendas ojeras que tiene. Paso un dedo por ellas. Héctor cierra los ojos y suspira. Después acerca los labios a los míos y me besa con suavidad. Su mano se desliza por mi espalda hasta atraparme por la nuca. Su beso se torna más real, más intenso, impregnado de un sabor que no atino a descubrir.

—¿Quieres hacer el amor? —pregunta.

Desde que el otro día lo rechacé, no lo hemos hecho, así que entiendo que dude. Pero lo cierto es que esta noche me muero de ganas.

—Quiero que me hagas el amor y que no salgas nunca de mí.

Apoya su frente en la mía, sonriendo. Sus labios se unen a los míos una vez más, me los lame, me muerde el inferior con delicadeza. Al tiempo, su mano derecha baja por mi espalda, deteniéndose en el trasero. Lo estruja por encima del camisón, que me sube segundos después. Me toca por encima de las braguitas. Gimo en su boca, levanto una pierna y la coloco en su cintura. Me coge del muslo, clava los dedos en él y entonces su beso se vuelve tan intenso que me abruma. Abro los ojos, confundida. Se da cuenta y también me mira. Detiene el ataque de la lengua en mi boca.

—¿Pasa algo? —Detecto un matiz de alarma en su interrogante.

—No. Sólo quería mirarte mientras me besas —miento con una sonrisa.

Me la devuelve y, a continuación, empieza a darme besos por el cuello. Un escalofrío me recorre. Se bebe el gemido que sale de mi garganta cuando sus dedos exploran entre mis muslos desde el trasero. Hace circulitos en las húmedas braguitas, presiona justo en el centro de mi sexo, sacándome otro jadeo. Se aprieta contra mí sin dejar de besarme. Su maravillosa erección choca contra mi vientre, dejándome más ansiosa. Mientras tanto, uno de sus dedos aparta la tela de las bragas y avanza por mi sexo, extendiendo por él la humedad. Juega con mis labios, los acaricia arriba y abajo con suavidad, los junta, los separa. Me está volviendo loca, y se lo demuestro moviéndome al ritmo de sus caricias. Al fin, introduce el dedo en mi sexo, el cual responde palpitando, abriéndose a él, aunque lo que de verdad anhela es su excitación. Con la palma de la mano me roza el trasero mientras mete y saca el dedo, y todavía logra excitarme más.

Acaricio su pecho desnudo, bajo la cabeza y se lo beso y lamo. Me detengo en uno de sus pezones y jugueteo con él. Gruñe e introduce otro dedo en mi vagina, que cada vez está más mojada. Hace círculos con ellos, los dobla, explorando mis paredes. Suelto un gritito de placer. Me coge de la cabeza y me la levanta para besarme. Hacía tiempo que no me comía así, de manera tan intensa y primitiva. Creo que esta noche toca sexo animal.

Sin poder aguantar más, lo agarro de la muñeca y saco sus dedos. Estiro de la cinturilla de su pantalón con la intención de que se lo quite. Pronto acaba en el suelo junto con su ropa interior. Después son mis bragas las que vuelan por la habitación.

Se coloca de lado, al igual que yo, pero de manera que puede cogerme con ambos brazos. Posa las manos en mi trasero y me lo aprieta mientras su sexo durísimo me busca. Pronto lo tengo rozándome la entrada, meneo las caderas ansiosa, suelto un gemido aunque ni siquiera me ha penetrado. Los dos tenemos tantas ganas el uno del otro que no aguantamos más. Su embestida es brutal. Entra en mí sin contemplaciones, abarcándome toda. Cierro los párpados, echo la cabeza hacia atrás y jadeo. Me agarra del pelo para que vuelva a mirarlo. Los abro, me empapo de sus ojos de miel.

—Muévete, cariño. Así… Joder, me encanta… —gruñe, sacudiendo sus caderas hacia delante y hacia atrás.

Me sumo a su vaivén. Su pene rebusca en mi interior, tratando de unirse a mí en toda su extensión. Me penetra unas cuantas veces más y luego decide cambiar de postura. Se tumba boca arriba y me coloca a horcajadas sobre él, agarrándome de las caderas para ayudarme en mis movimientos.

—Adoro ver tu cara desde aquí —murmura con voz entrecortada.

Ni siquiera puedo hablar. Mis saltitos se fusionan con sus sacudidas de caderas. Me atrapa un pecho, lo aprieta y gime. Me encanta oír ese sonido. El placer se mezcla con el dolor, ya que sus embestidas son violentas, fuertes, tremendas. Me recuerdan a las primeras veces en que nos acostamos juntos. La forma en que me coge de las caderas me hace pensar en posesión. Está devorando mi interior tal como hizo en aquellas ocasiones. Y me gusta tanto que no puedo más que gritar y gritar. A este paso los vecinos van a pensar que nos sucede algo.

—Más rápido, Melissa, quiero notarte toda, hasta el fondo, hasta que no pueda encontrar más de ti —resopla.

Obedezco. Clavo las rodillas a ambos lados de su cuerpo, me apoyo en su pecho y me muevo hacia delante y hacia atrás. Su pene resigue todo mi interior, busca en él. Vibro toda cada vez que sale y vuelve a entrar hasta el final. Se incorpora un poco y me atrapa un pezón con los dientes. Tira de él, haciendo que me duela y que, al mismo tiempo, un calambre de placer me recorra de arriba abajo.

—No pares, por favor. No pares —ruego cerrando los ojos, con la cabeza echada hacia atrás.

—No lo haré nunca. Tu orgasmo me da vida.

Le araño el pecho. Suelta un pequeño gemido de dolor, pero enseguida me imita, clavando las uñas en mi culo. Echa hacia arriba la cintura un par de veces más, al tiempo que me deslizo hacia abajo. Nuestros sexos se abrazan, luchan, se encuentran, se enloquecen el uno con el otro. Nosotros mismos hemos perdido la cabeza. Sudamos, me resbalo en sus piernas y, a pesar de todo, continúo moviéndome hasta que las cosquillas aparecen en mis pies.

—Ya, no puedo…

—Sí, cariño. Córrete. Para mí.

Estallo. Aprieto los ojos gritando, convulsionándome, sintiéndome viva y luminosa. Los abro y lo observo mientras tiemblo toda. Me obliga a dar un par de saltos más, con lo que el placer no me abandona, hasta que él también se une a mí. Jadea, gruñe, me clava los dedos en los huesos de la cadera. Se derrama en mi interior en un éxtasis casi místico. Me desplomo sobre su pecho, que se agita al ritmo de su corazón desbocado. Me acaricia el pelo mientras ambos tratamos de recuperar el aliento.

—Te quiero, Melissa —murmura segundos después.

Lo beso en el pecho. Está esperando a que se lo diga y, aunque quiero, las palabras se me traban en la garganta. Alzo la cabeza, se queda observándome con la respiración aún entrecortada. Sonríe, pero no de manera sincera. Me siento tan culpable… Me besa en los labios, rápido, casi por compromiso. Sale de mí, haciendo que me note vacía.

Un rato después se queda dormido. Pero yo no. Y entonces, cuando me aseguro de que no me oye, susurro:

—Te quiero.