23

Para mi sorpresa y la de Teresa cuando la llamo, el siguiente fin de semana Héctor lo pasa bastante tranquilo. El psiquiatra le ha rebajado más la dosis, pero él no se muestra tan ansioso como antes. Los efectos ya no son tan fuertes, así que no duerme tanto. Incluso podemos ver una peli juntos sin que se le cierren los ojos en mitad de la historia. Sonríe unas cuantas veces, consigue mantener una conversación coherente conmigo, me pregunta por la novela.

Como volvemos a dormir en la misma cama, el domingo me despierta con su erección en mi trasero. Me meneo un poco, dejando que sus manos busquen mi cuerpo. Lo hace de forma dubitativa, como si le diese miedo, como si estuviese aprendiendo a tocarme.

—Buenos días, ¿eh? —lo saludo de espaldas.

Desde que empezó con el tratamiento, es la primera vez que se despierta así o que muestra ganas de mantener relaciones, ya que las pastillas también habían disminuido su libido.

Me besa en la nuca sin decir nada. Su mano se apoya en mi vientre y asciende, aunque se detiene antes de llegar a los pechos, como si no se atreviera. Se la cojo y se la llevo a ellos. Me acaricia por encima del camisón, de forma muy suave y casi inexperta.

Me vuelvo hacia él, colocándome de manera que pueda mirarlo y abrazarlo al mismo tiempo. Me mira a su vez con ojos amodorrados, pero también con inseguridad. Le acaricio la mejilla, lo beso con mucha suavidad.

—¿Cómo te encuentras? —le pregunto.

—Bien —murmura esbozando una sonrisa que se parece a las de antes.

Siento que el corazón se me hincha.

—¿Te apetece hacer el amor? —Le acaricio el pelo de la nuca.

—Creo que sí —dice sorprendido.

Me pego más a él, permitiendo que nuestros cuerpos entren en contacto. Voy a hacerlo muy despacio, para no asustarlo, ya que parece indeciso. Me subo el camisón para que nuestras pieles se rocen. Cuando mis pechos tocan el suyo, toda yo me activo. Suelto un suspiro. Siento que ha pasado tanto tiempo… Mi cuerpo estaba durmiéndose en un letargo del que parecía que no despertaría.

Héctor desliza sus manos hasta mi espalda, las pasa de arriba abajo por toda ella provocándome escalofríos. Sus dedos empiezan a mostrarse más seguros, a ser aquellos que me tocaban con tanta maña. Acerco mis labios a los suyos, lo beso con lentitud, saboreándolo, empapándome de su saliva. Su lengua responde al instante, la junta con la mía, la busca, juega con ella. Me derrito. Gimo con tan sólo sus besos, con sus manos bajando hasta mi trasero. Me lo acaricia por encima de las braguitas, después mete las manos bajo la tela y me lo estruja.

—Tócame —le pido.

Tomo su mano y la llevo delante. Pasa dos dedos por las bragas. Arqueo la espalda. Estoy ardiendo. La combustión que experimento con sus roces es instantánea.

Le bajo el bóxer y le acaricio el pene. Está muy duro, vibra entre mis dedos. Héctor pasa los suyos por mis mojados labios, sacándome un gemido. Me aprieto más contra él, lo beso, muerdo despacio su lengua. Nos masturbamos el uno al otro, reencontrándonos, reconociéndonos. No apartamos la vista de nuestros rostros. Sus gestos de placer me provocan. Muevo mi mano arriba y abajo; introduce un dedo en mi vagina, después otro y los mueve en círculos mientras con la palma me frota el clítoris. Suspiro en su cuello y se entierra en el mío.

—Te quiero, Melissa… —susurra.

Su respiración agitada choca contra mi piel. Tiemblo.

—Yo también.

Deposito pequeños besos en su cuello, en su barbilla, para terminar en sus labios. Aumento el ritmo de mis caricias. Héctor saca y mete los dedos a más velocidad. Nuestros cuerpos se mueven al compás. Apoya su mano libre en la mía, ayudándome a masturbarlo con más precisión, tal como quiere. Me excita que esté guiándome. Sus dedos se contraen sobre los míos. Su sexo vibra con mi masaje. La palma de su mano presiona en mi clítoris, arrancándome un gemido. No puedo evitar cerrar los ojos y perderme en la sublime sensación que siento.

—Ábrelos —jadea. Me besa en la boca, chupándome el labio inferior—. Mírame, quiero ver en tus ojos tu orgasmo.

Obedezco. Poso mi mirada en la suya. Sus ojos almendrados han recobrado el brillo de meses atrás. Diviso en ellos el placer que le estoy otorgando. Me introduce tres dedos, abarcando mis paredes, las cuales se contraen. Arqueo la espalda, aprieto con fuerza su pene y acelero los movimientos. Su mano, posada sobre la mía, se tensa al igual que todo su cuerpo.

—Sí, joder… Esto es tan jodidamente bueno, Melissa… —jadea con los ojos entrecerrados.

Mueve los dedos en círculos, los saca y los mete más rápido. Con el pulgar toca mi clítoris, hinchado, húmedo y palpitante. Noto que su pene también se contrae. Me mira, entreabre la boca, se le escapa un gemido y, al fin, estalla. Su semen cae en mi mano, me salpica en el vientre y en el pubis. La fricción contra mi clítoris se hace mayor y, al verme reflejada en sus ojos y al observar su cara de placer, también me deshago. Me aprieto contra su mano, me meneo en ella y gimo, gimo mucho, navegando en las oleadas que me sacuden.

—Dame un par de minutos para recuperarme y te haré toda mía —me susurra abrazándome.

Asiento. Me siento a horcajadas encima de él. Me inclino y lo beso en el pecho, deslizo la lengua alrededor de ese tatuaje que me vuelve loca. Me agarra de las nalgas y me frota contra su sexo, el cual comienza a despertar de nuevo. Me agacho un poco más, poniendo mis pechos ante su cara. Alza el cuello y se mete un pezón en la boca. Lo lame de tal forma que me refriego con más ímpetu contra su pene, que ya noto duro. Lo muerde, sopla en él y, a continuación, se dedica a regalar caricias al otro pezón. Después me coge el pecho con la mano y se lo lleva en la boca. Me lo chupa por todas partes y hace lo mismo con el otro. Me balanceo hacia delante y hacia atrás. Su pene se desliza por mis labios, húmedos e hinchados, pero siempre acaba colocándose en la entrada, dispuesto a meterse en mí.

—Te quiero ya dentro… —murmuro con la boca seca.

Echa el trasero hacia arriba, buscándome. Me acomodo sobre él con las piernas lo más separadas posible. Apoyo una mano en su pecho mientras con la otra cojo su sexo y lo acerco al mío. Su puntita entra despacio. Tan caliente, tan húmeda… Mi carne se va abriendo a él a medida que se introduce. Jadeo, suelto un gritito y, al fin, me dejo caer de golpe. Héctor gime también, se muerde el labio inferior y entonces empieza a mover las caderas hacia arriba. Me aprieta las nalgas y me ayuda con los movimientos. Subo y bajo en su pene, ahogada entre gemidos, bañada en sudor, embarcada en el placer.

—Dame más. Dame más, por favor —gimo.

Me agarra un pecho con la mano izquierda, me lo acaricia, lo aprieta, lo estruja. Luego desliza los dedos por mi abdomen hasta llegar al vientre, dejando una estela de caricias. Sus ojos recorren todo mi cuerpo, se quedan unos instantes en mis pechos, observando cómo sus movimientos se acoplan a los míos, luego baja hasta mi ombligo, pasa los dedos por él. Me siento tan deseada otra vez… Era lo que necesitaba. Ansiaba que su piel se fundiera con la mía y que no me soltase jamás.

—Cariño… Voy a correrme —gruñe dando un par de sacudidas que me hacen saltar aún más.

Arqueo el cuerpo hacia atrás de manera que pueda moverme a más velocidad. Su sexo está tan dentro de mí que hasta me hace daño, pero no puede equipararse con el placer que estoy sintiendo. Cierro los ojos, veo puntitos blancos. Mis pulsaciones se aceleran, al igual que los latidos de mi corazón. Toda yo soy ese astro en el que sólo él consigue que me convierta. No hay nada más que su cuerpo, que sus caricias, que sus besos. Él y yo. Y nada más porque nada de lo otro tiene sentido. Es esto, es este sentimiento que me encoge el estómago cuando hacemos el amor, el que me convence de que sigo viva. De que es él quien hace que me mantenga aquí.

Abro los ojos y lo observo. Me aprieta un pecho, el suyo se hincha y entonces gime como tanto me gusta que haga. Noto la humedad de su eyaculación en mi interior. Su pene contrayéndose, palpitando, expulsando los últimos restos de su esencia. Doy un par de saltitos más, muevo las caderas en círculos y, por fin, me corro también. Lo hago con un estallido violento que hasta me marea. Chillo, repito su nombre una y otra vez, jadeo, suspiro, me aprieto yo misma el sexo para acumular más placer. Cuando me detengo y abro los ojos, Héctor está observándome con una sonrisa. Me inclino y se la beso. Me abraza con ese amor que yo creía que se había perdido.

—Ha sido un buen despertar, ¿no? —digo, un poco cansada.

—Uno de los mejores en mucho tiempo.

Alzo la cabeza para mirarlo. Continúa observándome durante un largo rato. Me aparta unos mechones sudados de la frente y me la besa. Reposo el rostro en su pecho con los ojos cerrados, centrada en los latidos de su corazón. Pum. Pum. Pupum… Mi propio corazón se siente feliz, grandioso, sublime. Estar tumbada así, escuchando su vida, me la da a mí.

Por la tarde decidimos bajar a tomar algo con nuestros amigos. Desde que sucedió lo de aquella fatídica noche, Héctor tan sólo había hablado con ellos por teléfono y con escuetas y malhumoradas frases. Pero hoy le apetece verlos, charlar y pasar un buen rato. No puedo más que sonreír y pensar que esto significa que está bastante mejor, que las ganas de levantarse y socializar están regresando a su vida. Sí, es eso: él está regresando a todos nosotros. Pero lo que me hace más feliz aún es que esté volviendo a mí.

Dania, Aarón y Ana nos esperan en el bar de la esquina. Nada más vernos, se abalanzan sobre nosotros. Hay muchos abrazos, besos, sonrisas y miradas brillantes y sinceras. Se alegran mucho de ver a Héctor, y no puedo más que notar que mi alma sonríe con ellos.

—¿Qué tal todo, cielo? —le pregunta Dania cogiéndolo de la mano.

—Mucho mejor —responde Héctor.

Nos pedimos unos refrescos ya que él no puede tomar alcohol. Por suerte, todos lo comprenden y también se privan. Ana no deja de mirarme. La veo tan radiante que hasta siento un poco de envidia. De la sana, claro está.

—A finales del mes que viene inauguraré el nuevo Dreams —nos informa Aarón.

—¿Cómo llevas las obras? —le pregunto.

—Bastante bien. He contratado a unos buenos chicos. Están trabajando con rapidez.

—Seguro que queda estupendo. —Héctor sonríe.

Le acaricio la mejilla y me besa el dorso de la mano. Mi corazón no cesa de latir a un ritmo inusitado. Me doy cuenta de que está recuperando su antigua vida, ésa en la que me sentía como en mi propio hogar.

—Así que os quiero a todos allí la noche de la inauguración. —Aarón nos señala uno a uno.

—No te quepa duda —respondo riéndome.

La tarde se nos pasa entre carcajadas, cotilleos y bromas. No dejo de mirar a Héctor una y otra vez y de estudiar todos sus gestos. No le tiemblan las manos, no se queda taciturno y parece centrado en todas las conversaciones. Quizá en poco tiempo pueda reincorporarse al trabajo y su madre no tendrá por qué venir a casa para vigilarlo.

—Tengo algo que deciros —anuncia mi hermana cuando empieza a anochecer y ya llevamos unos cuantos refrescos.

—¿Ah, sí? ¿Y qué es? —Desvío la mirada hacia ella y la descubro con una sonrisa tímida.

—Estas últimas semanas Félix y yo hemos estado hablando mucho —casi susurra.

Me fijo en que Aarón se pone nervioso. Coge su vaso y le da un buen trago, desviando la vista a la mía. Caigo en la cuenta de que siente más por Ana de lo que yo había imaginado.

—¿Y qué tal están las cosas? —quiero saber.

Me da pena por mi amigo, pero lo que más deseo es la felicidad de Ana y, en mi opinión, se encuentra al lado de Félix.

—Estamos hablando de retomar la relación.

—¡Eeeh!

Doy un par de palmadas. A mi lado Héctor asiente sonriendo. Dania también se ve satisfecha. El único que se muestra un poco retraído es Aarón.

—¿Y a qué se debe este cambio de parecer? —le pregunta Héctor.

—Bueno… Le dejé explicarse, tal como me aconsejó Mel. —Clava sus ojos en los míos. Asiento con una sonrisa, diciéndole con la mirada que ha hecho lo correcto—. Al principio me enfadé un poco por lo que me contó, pero estuve pensando…

—¿Qué es lo que te ha contado? —Doy un sorbito a mi Fanta.

—Pues que se había cagado del susto con lo del bebé, con lo del posible matrimonio y todo eso… Y que decidió inventarse lo del engaño porque necesitaba un tiempo. Sí, es un poco tonto, pero Félix a veces se comporta así. Le grité que cómo era tan gilipollas, y luego añadió que había estado celoso después de mi confesión sobre que a veces fantaseaba con otros hombres.

—Madre mía, pero qué historias os montáis… —murmura Héctor, aunque se le ve divertido.

—Me dijo que él no se había imaginado con otras mujeres. ¿Os lo podéis creer? —Ana parece muy feliz.

—La verdad es que no —interviene Aarón en ese momento.

Todos lo miramos; mi hermana se pone colorada y aparta la vista de la de él.

—Bueno, la cuestión es que me he dado cuenta de que sigo enamorada de Félix y que, al fin y al cabo, a veces los hombres hacen tonterías por nosotras.

—Dímelo a mí —suelta Aarón.

Ana decide hacer caso omiso. Se centra en mí, alargando una mano para coger la mía. Se la estrecho, muy contenta.

—Mel, ¿de verdad estoy haciendo bien? ¿Deberíamos intentar retomar lo nuestro?

—Claro que sí. Félix y tú estáis hechos el uno para el otro. Y si encima no te ha sido infiel, pues mejor me lo pones. Aunque es cierto que es de ser un poco tonto inventarse algo así, pero mira, yo le creo. No es de esa clase de hombres. Antes te dejaría que ponerte los cuernos.

—La verdad es que yo también le creo. No sé por qué me comporté de forma tan paranoica… —Ana niega con la cabeza, incrédula.

—Y entonces ¿cómo va a ir la cosa?

—Primero quedaremos como amigos, veremos qué tal marcha todo… Me parece que, poco a poco, todo será mejor.

—Estoy convencida de que dentro de unas semanas os vemos juntos otra vez —opino.

La conversación queda ahí. Pasamos a otro tema, esta vez liderado por Dania y por su mala suerte en el amor. Nos reímos un montón cuando nos cuenta lo que le pasó el anterior fin de semana con un tío.

—Tú sabes quién es, Mel, es aquel jovencito al que le di mi número. El que estaba fuera del edificio cuando volvíamos al trabajo…

—¡Hostia, sí! —exclamo echándome a reír.

—Pues nada, quedamos… Y resulta que me lleva a cenar a un Burger King. ¿Os lo imagináis? Me había puesto un vestidito precioso, muy elegante, y me había hecho un recogido espectacular. Y ahí me veis, rodeada de adolescentes y de gente vestida de lo más normal.

Héctor también ríe. No puedo soltarle la mano de lo contenta que estoy al oír ese sonido que se me antoja el cielo.

—Pensé: «Bueno, luego la cosa en la cama irá mejor, que los yogurines tienen más resistencia…». Pues nada, vamos al piso que comparte con otros estudiantes y cuando llegamos había allí unos cuantos fumándose unos porros. Me los presenta, nos sentamos un rato con ellos, fumo un poco… Y al final, el yogurín se pone todo ciego.

—¿Tú fumando porros? No me lo puedo creer.

—Pero espera, que queda lo peor. Se pone cachondo y me lleva a la habitación. Yo pensando: «Por fin, coño, que a este paso se me va toda la libido». Total que su dormitorio era horrible: ropa interior por aquí y por allá, sucia, desastrada.

—¿Es que no recuerdas cuando nosotras éramos unas veinteañeras, Dania? —le digo carcajeándome.

—¡Éste era peor!

—¿Cuántos años tiene? —quiere saber Héctor.

—Creo que veinticuatro.

—¿Y qué esperabas? Todavía no habrá superado la pubertad —bromea Aarón.

Lo miro. Se vuelve hacia mí y me sonríe, aunque no parece demasiado alegre.

—La cosa es que nos ponemos ahí al asunto y primero tiene un gatillazo. El tío casi llorando de vergüenza, yo diciéndole que no pasaba nada aunque por dentro tenía un cabreo de tres pares de cojones. Y cuando consigue remontar, la mete, da dos sacudidas y ¡se corre! Me fui pitando de allí superenfadada. Estuvo toda la noche mandándome whatsapps, diciéndome que se había enamorado de mí, que jamás había conocido a una mujer como yo. ¡Si hasta he tenido que bloquearlo!

Todos estallamos en carcajadas, sobre todo por la cara de enfado que pone Dania.

—Así que, nenas, aseguraos antes de tiraros a un yogurín de que pueda funcionar bien en la cama.

—Bueno, al menos te fumaste esos porrillos gratis. —Aarón la mira con una sonrisa.

Dania suelta un bufido, como si realmente estuviese muy mosqueada. No puedo dejar de reírme. Lo cierto es que las historias de mi amiga pueden ser muy divertidas. Va a ser verdad que la pobre no tiene suerte con los hombres. Pero ¡es que a veces ella solita se lo busca!

Cuando se hace la hora de cenar decidimos marcharnos a casa. Nos despedimos en la puerta del bar, ya que ellos tienen los coches cerca.

—¿Estás bien? —susurro a Aarón al oído mientras lo abrazo.

—Claro que sí, Mel. Me sobrepongo rápido.

—Eso espero. —Le doy un besazo en la mejilla.

Ana me abraza con muchísima fuerza, transmitiéndome su alegría. También se despide así de Héctor, le acaricia la barbilla como si fuese un niño y le dice que está muy contenta de verlo tan bien. Dania y yo quedamos en comer mañana juntas en la oficina. Regresamos a casa cogidos de la mano como un par de adolescentes, a pesar de que tan sólo son dos minutos hasta el portal. Cuando estoy abriendo la puerta, Héctor me detiene. Me vuelve hacia él y se me queda mirando, ahora un poco serio.

—Melissa, creo que estoy mejorando.

—Lo sé —asiento con una sonrisa.

—Pero no puedo asegurarte que no recaiga. —Su voz se apaga.

—Estaré aquí, de todas formas.

—Te aseguro que estoy intentándolo. Y te agradezco todo lo que estás haciendo por mí, lo que estás aguantando.

Lo beso. No tengo palabras para expresarle lo que significa para mí.