Capítulo III

BAJO TIERRA

COLEGIO SAINT BARTLEBY’S PARA CHICOS

MAYORDOMO llevaba al servicio de Artemis Fowl desde el momento del nacimiento del chico. Había pasado la primera noche de vida de aquel bebé montando guardia en el pabellón de maternidad de las Hermanas de la Caridad. Durante más de una década, Mayordomo había sido el maestro, el mentor y el protector del joven heredero. Nunca habían permanecido separados más de una semana, hasta ahora. No debía molestarle, ya lo sabía. Un guardaespaldas nunca debía sentir apego emocional por el objeto de sus cuidados, pues eso afecta a su capacidad para evaluar las situaciones. Sin embargo, en su fuero interno, Mayordomo no podía evitar pensar en el heredero Fowl como en el hijo o el hermano menor que nunca había tenido.

Mayordomo aparcó el Bentley Arnage Red Label en la avenida del colegio. El sirviente eurasiático había ganado más masa muscular desde mitad de trimestre; con Artemis en el internado, pasaba mucho más tiempo en el gimnasio. A decir verdad, a Mayordomo le aburría soberanamente tener que pasarse el día levantando pesas, pero las autoridades de la institución académica se negaban en redondo a permitirle ocupar una litera en la habitación de Artemis; y cuando el jardinero había descubierto el escondite del guardaespaldas, justo detrás del hoyo diecisiete en el campo de golf, le había prohibido por completo el acceso a las dependencias del colegio.

Artemis atravesó la verja con los comentarios del doctor Po aún en la mente.

—¿Problemas, Artemis? —le preguntó Mayordomo al advertir la lúgubre expresión de su joven amo.

Artemis se metió en el interior de cuero de color burdeos del Bentley y escogió una botella de agua sin gas del minibar.

—No, Mayordomo. Solo otro psicólogo de pacotilla con sus estúpidos sermones.

Mayordomo bajó el tono de voz.

—¿Quieres que tenga una charla con él?

—No hablemos de él ahora. ¿Qué noticias tenemos del Fowl Star?

—Ésta mañana hemos recibido un mensaje electrónico en la mansión. Es un MPEG.

Artemis frunció el ceño. No podía tener acceso a los archivos de vídeo MPEG a través de su teléfono móvil.

Mayordomo extrajo un ordenador portátil de la guantera.

—Pensé que seguramente estarías ansioso por ver el archivo, así que lo he descargado en este ordenador.

Le pasó el ordenador por encima del hombro. Artemis encendió la máquina compacta y desplegó la pantalla plana a color. Al principio pensó que se le había agotado la batería, pero luego se dio cuenta de que estaba contemplando un campo cubierto de nieve. Blanco sobre blanco, con apenas unas sombras casi imperceptibles que indicaban las hondonadas y los montículos.

Artemis sintió que la inquietud se iba apoderando de su estómago. Era curioso que una imagen tan inocente pudiera ser tan perturbadora.

La cámara giró hacia arriba y reveló un cielo opaco y en penumbra, para luego enfocar un objeto negro y encorvado a lo lejos. Un crujido rítmico atravesó los altavoces mientras la cámara avanzaba por la nieve. El objeto se hacía cada vez más definido; era un hombre sentado…, no, atado a una silla. El hielo tintineó en el vaso de Artemis, que tenía las manos temblorosas.

El hombre iba vestido con los harapos de lo que en otro tiempo había sido un traje elegante. Las cicatrices surcaban en zigzag su rostro como si fueran relámpagos y parecía faltarle una pierna, aunque era difícil saberlo. Ahora Artemis tenía la respiración agitada, como la del corredor de una maratón.

El hombre llevaba un cartel colgado al cuello, hecho con cartón y un cordel. Con letras gruesas y negras, alguien había garabateado en el cartel: Zdravstvutye, syn. La cámara se detuvo unos segundos haciendo zum sobre el mensaje escrito y luego la pantalla se quedó en negro.

—¿Eso es todo?

Mayordomo sintió.

—Solo el hombre y el cartel. Ya está.

Zdravstvutye, syn —murmuró Artemis con un acento impecable. Desde la desaparición de su padre había estado aprendiendo el idioma de forma autodidacta.

—¿Quieres que te lo traduzca? —se ofreció Mayordomo, quien también hablaba ruso. Lo había aprendido durante un período de cinco años con una unidad de espionaje a finales de los ochenta. Sin embargo, su acento no era tan sofisticado como el de su joven amo.

—No, ya sé lo que significa —respondió Artemis—. Zdravstvutye, syn: «Hola, hijo».

Mayordomo condujo el Bentley hasta la calzada de dos carriles. Ninguno de los dos dijo nada por espacio de varios minutos hasta que, al final, Mayordomo no resistió la tentación de preguntar:

—¿Crees que es él, Artemis? ¿Ése hombre podría ser tu padre?

Artemis rebobinó el archivo MPEG y congeló la imagen sobre la cara del hombre misterioso. Modificó la visualización e hizo que un arco iris de distorsiones sacudiera la pantalla.

—Creo que sí, Mayordomo, pero la calidad de esta imagen es pésima. No puedo estar seguro.

Mayordomo comprendía las emociones que embargaban al joven que tenía a su cuidado. Él también había perdido a alguien a bordo del Fowl Star: su tío, el Mayor, había sido asignado al padre de Artemis en aquel fatídico viaje. Por desgracia, el cuerpo del Mayor sí había aparecido en el depósito de cadáveres de Tchersky.

Artemis recobró la serenidad.

—Tengo que desentrañar este asunto, Mayordomo.

—Ya sabes lo que vendrá después, ¿verdad?

—Sí. Exigirán un rescate. Esto es solo el anzuelo, para llamar mi atención. Necesito canjear parte del oro de las Criaturas. Ponte en contacto con Lars en Zurich, inmediatamente.

Mayordomo aceleró para colocarse en el carril rápido.

—Amo Artemis, ya he tenido alguna que otra experiencia en esta clase de asuntos. —Artemis no le interrumpió; la carrera de Mayordomo antes del nacimiento del joven había sido muy variopinta, por no decir otra cosa—. El patrón que siguen los secuestradores es eliminar a todos los testigos. A continuación, por lo general, tratan de eliminarse entre ellos para evitar tener que repartirse el rescate.

—¿Adónde quieres ir a parar?

—Lo que quiero decir es que pagar un rescate no garantiza en modo alguno la seguridad de tu padre, si es que ese hombre de veras es tu padre. Es muy posible que los secuestradores se queden con el dinero y luego nos maten a todos.

Artemis examinó la pantalla.

—Tienes razón, por supuesto. Tendré que trazar un plan.

Mayordomo tragó saliva; se acababa de acordar del último plan que había trazado Artemis, el plan que por poco hace que los maten a ambos y que podría haber llegado a provocar una guerra entre las especies del planeta. Mayordomo no se asustaba, pero el brillo que vio en los ojos de Artemis Fowl bastó para hacer que un escalofrío le recorriera la espina dorsal.

CONDUCTO DE LANZAMIENTO DE LA TERMINAL E1: TARA, IRLANDA

La capitana Holly Canija había decidido trabajar un turno doble y dirigirse directamente a la superficie. Solo se paró para tomarse una nutribarra y un batido energético antes de subirse a la primera lanzadera que llevase a la terminal de Tara.

Uno de los oficiales no le estaba facilitando las cosas, precisamente. El jefe de seguridad estaba molesto no solo porque la capitana Canija hubiese ordenado retener todo el tráfico de las lanzaderas para tomar una nave de prioridad desde E1, sino porque además luego había decidido requisar una lanzadera entera para el viaje de vuelta.

—¿Por qué no vuelve a comprobar su sistema? —dijo Holly, apretando los dientes—. Estoy segura de que la autorización de la Jefatura de Policía ya debe de haber llegado.

El malhumorado gnomo consultó su ordenador de mano.

—No, señora. Aquí no hay nada.

—Escuche, amigo…

—Comandante Terril.

Comandante Terril. Estoy participando en una misión muy importante, se trata de un asunto de seguridad nacional. Necesito que mantenga el recinto de llegadas completamente despejado durante las próximas dos horas.

Por el modo en que empezó a hacer aspavientos, Cerril parecía estar a punto de sufrir un ataque de nervios.

—¡Las próximas dos horas! ¿Está usted loca, señorita? Tres lanzaderas van a llegar de un momento a otro, procedentes de Atlantis. ¿Qué se supone que voy a decirles? ¿Que se cancela el tour de vacaciones por culpa de no sé qué chanchullos secretos de la PES? Estamos en temporada alta, no puedo cerrar las instalaciones así como así. Ni hablar, es imposible.

Holly se encogió de hombros.

—Está bien, pues entonces deje que todos sus turistas vean a los dos humanos que me voy a bajar aquí. Se armará una buena. Se lo garantizo.

—¿Dos humanos? —exclamó el jefe de seguridad—. ¿Dentro de la terminal? ¿Está loca?

A Holly se le estaba acabando la paciencia y el tiempo.

—¿Ve esto de aquí? —le dijo, señalando la insignia que llevaba en el casco—. Soy de la PES. Capitana, además, y ningún gnomo de tres al cuarto se va a interponer en mi camino contraviniendo mis órdenes. —Terril se irguió en toda su estatura, que era de unos setenta centímetros.

—Ya sé quién eres tú. Tú eres esa capitana loca que el año pasado causó tantos estragos por aquí abajo, ¿a que sí? He oído hablar mucho de ti. He estado pagando un montón de oro de mis impuestos para arreglar el lío que armaste.

—Limítate a hablar con los de la Central, idiota burócrata.

—Llámame lo que te dé la gana, enana. Aquí tenemos nuestras reglas, y sin la confirmación de los estamentos inferiores, no puedo hacer nada por cambiarlas. Sobre todo por una pistolera que se cree la reina del mambo.

—¡Entonces habla con la Jefatura!

Terril lanzó un suspiro.

—Los estallidos de magma acaban de empezar y es difícil conseguir línea. A lo mejor lo intento luego otra vez, después de mi ronda. Tú siéntate en la sala de espera.

Holly acercó la mano a su porra eléctrica.

—Sabes lo que estás haciendo, ¿verdad?

—¿El qué? —soltó el gnomo.

—Estás obstruyendo una operación de la PES.

—Yo no estoy obstruyendo nada…

—Y por tanto, está en mi poder eliminar dicha obstrucción empleando cualquier medida de fuerza que considere necesaria.

—No me amenaces, enana.

Enarbolando la porra, Holly empezó a agitarla en el aire con movimiento experto.

—No te estoy amenazando. Solo te estoy informando del procedimiento policial. Si continúas obstruyendo mi labor, tendré que eliminar esa obstrucción, es decir, a ti, y dirigirme a la siguiente persona al mando de esto.

Terril no estaba demasiado convencido.

—No te atreverías.

Holly esbozó una amplia sonrisa.

—Yo soy la capitana loca, ¿recuerdas?

El gnomo lo pensó unos minutos. Era poco probable que la agente fuese a electrocutarlo con la porra, pero con esas elfas histéricas, nunca se sabía…

—Está bien —dijo al tiempo que imprimía una hoja en ordenador—. Esto es un visado de veinticuatro horas, pero si no has vuelto dentro de ese tiempo, haré que te detengan a tu vuelta, y entonces seré yo quien haga las amenazas.

Holly le arrebató la hoja de las manos.

—Vale, lo que tú digas. Y ahora recuerda: asegúrate de que la sala de llegadas está vacía para cuando vuelva.

IRLANDA EN RUTA DESDE SAINT BARTLEBY’S A LA MANSIÓN FOWL

Artemis estaba acribillando a preguntas a Mayordomo. Era una técnica que utilizaba a menudo cuando estaba tratando de urdir un plan. A fin de cuentas, si había alguien experto en operaciones encubiertas, ese era su guardaespaldas.

—¿Y no podemos localizar la procedencia del MPEG?

—No, Artemis. Ya lo he intentado. Enviaron un virus autodestructivo con el mensaje. Solo pude copiar la película en disquete antes de que el original se desintegrara.

—¿Qué me dices del propio MPEG? ¿No podríamos obtener unas coordenadas geográficas a partir de las estrellas que aparecen en el vídeo?

Mayordomo sonrió. El joven Artemis estaba empezando a pensar como un soldado.

—No ha habido suerte. Ya se lo he enviado a un amigo mío de la NASA. Ni siquiera se molestó en introducir las imágenes en el ordenador, la definición no era suficiente.

Artemis se quedó en silencio durante un minuto.

—¿Cuánto podemos tardar en llegar a Rusia?

Mayordomo tamborileó con los dedos sobre el volante.

—Depende.

—¿Depende de qué?

—De cómo vayamos, legal o ilegalmente.

—¿Cuál es la forma más rápida?

Mayordomo se echó a reír, algo que no era demasiado frecuente.

—Ilegalmente suele ser la vía más rápida, pero cualquiera de las dos maneras va a ser lenta. No podemos ir en avión eso está claro. La mafiya va a tener hombres apostados en cada pista de aterrizaje. Aunque un delincuente común hubiese logrado secuestrar a tu padre, se lo tendría que haber entregado a ellos una vez que el secuestro hubiese llegado a oídos de la mafiya.

Artemis asintió con la cabeza.

—Eso mismo pensaba yo. Así que tendremos que ir en barco, y para llegar tardaremos una semana como mínimo. La verdad es que no nos vendría mal que alguien nos echara una mano con lo del transporte. Algo que la mafiya no se esperase. ¿Cómo tenemos el asunto de la identificación?

—Ningún problema. He pensado que lo mejor será que nos hagamos pasar por rusos; levantaremos menos sospecha Tengo pasaportes y visados.

Da. ¿Y quiénes seremos?

—¿Qué te parece Stefan Bashkir y su tío Constantin?

—Perfecto. El prodigio del ajedrez y su acompañante. —Ya habían utilizado aquella identidad falsa muchas veces en anteriores misiones de búsqueda. En cierta ocasión, el agente de un puesto de control, maestro ajedrecista, había dudado la veracidad de su historia hasta que Artemis lo había vencido en una partida en solo seis movimientos. Desde entonces la técnica se había empezado a conocer como la maniobra Bashkir.

—¿Cuándo podemos irnos? ¿Enseguida?

—Casi inmediatamente. La señora Fowl y Juliet están en Niza esta semana. Eso nos da un margen de ocho días. Podemos mandar una carta al colegio inventándonos alguna excusa.

—Me atrevería a decir que en Saint Bartleby’s se alegrarán de librarse de mí por unos días.

—Podríamos ir directamente al aeropuerto desde la mansión Fowl. El jet Lear tiene suficiente combustible. Al menos podemos volar hasta Escandinavia e intentar coger allí un barco. Antes solo tengo que ir a recoger un par de cosillas a la mansión.

Artemis se imaginaba perfectamente qué clase de «cosillas» quería recoger su sirviente: objetos afilados y cosas explosivas.

—Bien. Cuanto antes mejor. Tenemos que encontrar a esa gente antes de que sepan que los estamos buscando. Podemos comprobar el mensaje de camino.

Mayordomo tomó la salida que conducía a la mansión.

—¿Sabes, Artemis? —dijo, mirando al espejo retrovisor—. Vamos a ir tras la mafiya rusa. Ya he tenido tratos con esa gente antes. No negocian. Esto podría ponerse feo y desagradable. Si nos metemos con esos gángsteres, alguien va a resultar herido, y ese alguien vamos a ser nosotros, probablemente.

Artemis asintió con aire ausente, viendo su propio reflejo en el cristal de la ventanilla. Necesitaba un plan, algo audaz y brillante. Algo que nunca se hubiese intentado antes. Artemis no estaba excesivamente preocupado al respecto, pues su cerebro nunca lo había decepcionado.

TERMINAL DE LANZADERAS DE TARA

La terminal de lanzaderas mágicas de Tara era una construcción de magnitudes impresionantes: diez mil metros cúbicos de terminal, escondidos bajo una loma llena de maleza en plena granja de los McGraney.

Durante siglos, los McGraney habían respetado las fronteras del fuerte de los Seres Mágicos, y durante siglos, habían disfrutado de una excepcional buena suerte: las enfermedades se curaban misteriosamente de la noche a la mañana, unos tesoros artísticos de valor incalculable aparecían desenterrados con increíble regularidad, y el mal de las vacas locas parecía eludir a toda su manada.

Después de solucionar su problema con el visado, Holly llegó al fin hasta la puerta de seguridad y se deslizó por el camuflaje holográfico. Había conseguido hacerse con un equipo de Koboi DobleSet para el viaje, que funcionaba con una batería solar propulsada por satélite y empleaba un revolucionario diseño de alas; contaba con dos pares, o capas: uno preparado para el vuelo sin motor y otro más pequeño para la maniobrabilidad. Holly llevaba meses muriéndose de ganas de probarse el DobleSet, pero solo habían salido unos pocos de los Laboratorios Koboi. Potrillo se mostraba reacio a dejar que llegaran a manos de los agentes porque no los había diseñado él. Envidia profesional. Holly había aprovechado su ausencia en el laboratorio para birlar un equipo del armario.

Se elevó quince metros y dejó que el aire sin filtrar de la superficie le inundase los pulmones. A pesar de que estaba lleno de agentes contaminantes, lo cierto es que era más dulce que la variedad reciclada de los túneles. Durante varios minutos, disfrutó de la experiencia antes de centrar su atención en la misión que se traía entre manos: cómo secuestrar a Artemis Fowl.

No podía secuestrarlo en su casa, la mansión Fowl, eso por descontado. Legalmente, pisaba terreno peligroso entrando en una vivienda sin permiso, aunque, técnicamente, Fowl la había invitado al secuestrarla el año anterior. Sin embargo, pocos abogados aceptarían un caso así tomando esa base como defensa. De todos modos, la mansión era prácticamente una fortaleza y ya había sido asediada por un equipo entero de Recuperación de la PES. ¿Por qué habría ella de tener más suerte?

También había que contar con la complicación de que Artemis podía estar esperándola, sobre todo si de verdad estaba traficando con los B’wa Kell. La idea de meterse en una trampa por su propio pie no atraía nada a Holly. Ya había estado prisionera una vez entre las paredes de la mansión Fowl; seguramente, su celda aún conservaba los muebles.

Holly activó la aplicación de navegación del ordenador y efectuó una búsqueda para que la mansión Fowl apareciese en el visor de su casco. Una suave luz de color carmesí empezó a parpadear junto al plano tridimensional de la casa. El edificio había sido clasificado como muy peligroso por la PES. Holly lanzó un gemido; ahora la obsequiarían con una advertencia en vídeo, por si acaso había algún agente de Reconocimiento en este submundo que no hubiese oído hablar de Artemis Fowl.

El rostro de la cabo Lili Fronda apareció en la pantalla. ¡Quién, si no! Por supuesto, la habían elegido a ella para aquel trabajo: la Barbie de la PES. El sexismo era el pan de cada día en la Jefatura de la PES. Se rumoreaba que habían inflado calificaciones de Fronda en los exámenes de la PES porque era descendiente del rey elfo.

—Has seleccionado la mansión Fowl —dijo la imagen de Fronda al tiempo que agitaba las pestañas con coquetería—. Éste edificio está clasificado como muy peligroso. El acceso al mismo sin autorización está estrictamente prohibido. Ni siquiera intentes sobrevolarlo. Artemis Fowl se considera una amenaza activa para las Criaturas. —Junto a Fronda apareció una fotografía digitalizada de Fowl con el ceño fruncido—. Su cómplice, conocido simplemente con el nombre de Mayordomo, es un individuo muy peligroso y no conviene acercarse a él bajo ninguna circunstancia, ya que suele ir siempre armado.

La colosal cabeza de Mayordomo apareció junto a las otras dos imágenes. La descripción de «armado y peligroso» no le hacía demasiada justicia. Era el único humano en la historia que se había enfrentado a un trol y lo había vencido.

Holly envió las coordenadas al ordenador de vuelo y dejó que las alas se encargasen de la dirección en lugar de hacerlo ella. El paisaje pasaba deprisa por debajo de sus pies. Desde su última visita, la plaga de los Fangosos parecía haberse extendido aún más; apenas quedaba una sola hectárea de tierra sin que sus casas hundiesen sus cimientos en el terreno, y apenas un kilómetro de río sin que una sus fábricas vertiese su veneno a las aguas.

Al final, el sol se sumergió en la línea del horizonte y Holly activó los filtros de su visor. Ahora el tiempo estaba de su parte. Tenía toda la noche para urdir un plan. Holly descubrió que echaba de menos los comentarios sarcásticos de Potrillo en su oído. Por irritantes que pudiesen resultar las palabras del centauro, por lo general siempre daba en el clavo y le habían salvado el pellejo en más de una ocasión. Trató de establecer comunicación con él, pero las explosiones de magma seguían sucediéndose y no había recepción. Solo se oían interferencias.

La mansión Fowl apareció imponente a lo lejos, dominando por completo el paisaje que la rodeaba. Holly escaneó el edificio con su dispositivo térmico y solo detectó las formas de insectos y roedores. Arañas y ratones. No había nadie en casa. Aquello ya le parecía bien. Aterrizó en la cabeza de una gárgola especialmente horripilante y se dispuso a esperar.

MANSIÓN FOWL, DUBLÍN IRLANDA

El castillo Fowl original había sido construido por lord Hugh Fowl en el siglo XV, con vistas a unos campos de escasa elevación por los cuatro costados, una táctica que habían tomado prestada de los normandos: no dejar nunca que los enemigos te espíen. Con los siglos, el castillo había sido remodelado de forma extensiva hasta convertirse en una mansión, pero la atención a la seguridad había permanecido intacta. La mansión estaba rodeada de muros de un metro de grosor y disponía del último modelo en sistemas de seguridad.

Mayordomo se desvió de la carretera y abrió las puertas de la finca con un mando a distancia. Contempló por el espejo el rostro taciturno de su joven amo. A veces pensaba que pese a todos sus contactos, confidentes y empleados, Artemis Fowl era el chico más solitario que había conocido en su vida.

—Podríamos llevarnos un par de esas armas mágicas —dijo.

Mayordomo había confiscado al equipo Uno de Recuperación de la PES todas sus armas durante el asedio del año anterior.

Artemis asintió con la cabeza.

—Buena idea, pero quítales las baterías nucleares y ponlas en una bolsa con unos juegos viejos y libros. Podemos fingir que son juguetes si nos capturan.

—Sí, señor. Muy bien pensado.

El Bentley Red Label avanzó por el camino de entrada activando las luces de seguridad del suelo. Había varias lámparas encendidas en la casa principal, que funcionaban con temporizadores alternos.

Mayordomo se desabrochó el cinturón de seguridad y bajó con agilidad del Bentley.

—¿Necesitas algo en especial, Artemis?

El chico asintió.

—Trae un poco de caviar de la cocina. Ni te imaginas la bazofia que nos dan de comer en Saint Bartleby’s por mil el trimestre.

Mayordomo sonrió de nuevo. Un adolescente pidiendo caviar. Nunca se acostumbraría a aquello.

La sonrisa se desvaneció de sus labios a medio camino de la entrada, reformada recientemente. Sintió una punzada en el corazón. Conocía muy bien aquella sensación; su madre solía decir que alguien acababa de pasar por encima de su tumba. Un sexto sentido. Una percepción instintiva. Había peligro en alguna parte, invisible, pero allí estaba de todos modos.

Holly vio las luces de los faros arañando el cielo desde más de un kilómetro y medio de distancia. La visión no era buena desde aquella posición estratégica. Incluso cuando el parabrisas del automóvil apareció ante sus ojos, los cristales estaban tintados y las sombras tras ellos eran impenetrables. Sintió cómo se le aceleraba el corazón al ver el coche de Fowl. El Bentley recorrió la avenida y pasó entre las hileras de sauces y castaños de Indias. Holly se agachó instintivamente, a pesar de ir protegida con su escudo y ser del todo invisible para los ojos humanos. Sin embargo, con el sirviente de Artemis Fowl, nunca se sabía. El año anterior, Artemis había destrozado un casco mágico y había construido con él unas gafas que permitieron a Mayordomo ver y neutralizar a un comando entero de Recuperación de la PES. Era poco probable que llevase puestas las gafas en esos momentos, pero tal como habían aprendido Camorra Kelp y sus chicos, no había que subestimar a Artemis ni a su criado.

Holly colocó el disparador del Neutrino un poco por encima de la posición de inmovilización recomendada. Puede que de este modo se achicharrasen un par de las neuronas cerebrales de Mayordomo, pero eso no le iba a quitar el sueño a la capitana.

El coche avanzó por el camino de entrada, aplastando la gravilla a su paso. Mayordomo salió del vehículo. Holly sintió cómo le rechinaban los dientes; en cierta ocasión, mucho tiempo atrás, le había salvado la vida a aquel hombre, curándole tras un enfrentamiento mortal con un trol. Ahora no estaba segura de si volvería hacerlo.

Aguantando la respiración, la capitana Holly Canija del equipo de Reconocimiento de la PES colocó el DobleSet en posición de descenso lento. Bajó sin hacer ruido, rozando las plantas del edificio, y apuntó con su arma al pecho de Mayordomo, un blanco que ni siquiera un enano cegado por el sol podía errar.

El humano no podía haber detectado su presencia, era del todo imposible, y sin embargo, algo le hizo detenerse. Se paró y olisqueó el aire. Aquel Fangoso era como un perro. No, mejor dicho: no era como un perro, sino como un lobo. Un lobo con una pistola enorme en la mano.

Holly enfocó el arma con el objetivo de su casco y envió una fotografía a su base de datos informatizada. Al cabo de unos momentos, una imagen del arma de alta resolución apareció en tres dimensiones en la esquina de su visor.

—Una Sig Sauer —explicó un byte grabado de la voz de Potrillo—. Nueve milímetros. Trece en la recámara. Balas grandes. Si te alcanza una de ésas, podría volarte la cabeza, algo que ni siquiera la magia podría arreglar. Aparte de eso, no te pasará nada, suponiendo que te hayas acordado de ponerte el mono de microfibra reglamentario para las misiones en la superficie recientemente patentado por mí, aunque siendo de la panda de los de Reconocimiento, dudo que te hayas acordado.

Holly frunció el ceño. Potrillo era aún más insoportable cuando tenía razón. La elfa se había subido a la primera lanzadera disponible sin molestarse siquiera en cambiarse de ropa y ponerse el traje para las misiones en superficie.

Los ojos de Holly estaban ahora a la misma altura que los de Mayordomo, a pesar de que seguía suspendida en el aire a más de un metro del suelo. Liberó los cierres herméticos de su visor e hizo una mueca de dolor al oír el silbido neumático.

Mayordomo oyó el sonido del gas liberado y blandió la SigSauer en la dirección de donde procedía el ruido.

—Duende —dijo—. Sé que estás ahí. Hazte visible ahora mismo, o empiezo a disparar.

Aquélla no era exactamente la clase de táctica sorpresa que Holly tenía en mente. Tenía el visor levantado y el dedo del sirviente acariciaba el gatillo de su pistola. La elfa inspiró hondo y desactivó su escudo de invisibilidad.

—Hola, Mayordomo —le saludó con total naturalidad.

Mayordomo ladeó la Sig Sauer.

—Hola, capitana. Baja despacio y no intentes poner en práctica ninguno de tus…

Suelta el arma —dijo Holly con la voz impregnada con el hipnótico encanta.

Mayordomo luchó contra el hechizo mientras el cañón del arma temblaba vigorosamente.

Suéltala, Mayordomo. No hagas que te fría los sesos.

Una vena empezó a latir en el párpado de Mayordomo.

¡Qué raro!, pensó Holly. Nunca había visto eso antes.

No intentes resistirte, Fangoso. Ríndete.

Mayordomo abrió la boca para hablar, para avisar a Artemis. La capitana hizo más fuerza aún, mientras la magia caía en cascada alrededor de la cabeza del humano.

¡He dicho que la sueltes!

Una perla de sudor resbaló por la mejilla del guardaespaldas.

¡SUÉLTALA!

Y Mayordomo obedeció, despacio y a regañadientes.

Holly sonrió.

Muy bien, Fangoso. Y ahora, vuelve al coche y actúa como si no pasase nada.

Las piernas del sirviente la obedecieron, haciendo casó omiso de las señales de su propio cerebro.

Holly volvió a activar su escudo protector. Iba a pasarla en grande con aquello.

Artemis estaba redactando un mensaje de correo electrónico, que rezaba así:

Querido director Guiney:

A causa del insensible interrogatorio al que su psicólogo sometió a mi pequeño Arty, lo he dispensado de acudir a la escuela para que asista a un curso de sesiones terapéuticas con verdaderos profesionales en la Clínica Mont Gaspard de Suiza. Estoy pensando seriamente llevarlos a juicio. No trate de ponerse en contacto conmigo puesto que eso solo serviría para irritarme aún más, y cuando me irrito, por lo general suelo llamar a mis abogados.

Atentamente,

Angeline Fowl

Artemis envió el mensaje y se permitió el lujo de esbozar una pequeña sonrisa. Habría estado bien ver la cara que ponía el director Guiney al leer la carta electrónica, pero, por desgracia, a la cámara en miniatura que había instalado en el despacho del director solo se podía tener acceso dentro de un radio de un kilómetro y medio.

Mayordomo abrió la puerta del conductor y, al cabo de un momento, se acomodó en el asiento.

Artemis se guardó el teléfono en la cartera.

—La capitana Canija, supongo. ¿Por qué no dejas de vibrar y te materializas en el espectro visible?

Holly se fue haciendo visible ante sus ojos. Llevaba un arma reluciente en la mano, y no es difícil adivinar a quién apuntaba con ella.

—De verdad, Holly, ¿es eso necesario?

Holly dio un resoplido.

—Vamos a ver… Secuestro, lesiones físicas, extorsión, conspiración para cometer un homicidio… Yo diría que sí es necesario.

—Por favor, capitana Canija —dijo Artemis con una sonrisa—. Era joven y egoísta. Lo creas o no, todavía tengo mis dudas con respecto a aquella operación en concreto.

—Pero no las suficientes como para devolvernos el oro, ¿verdad?

—No —admitió Artemis—. No las suficientes.

—¿Cómo has sabido que estaba aquí?

Artemis desplegó los dedos.

—Había varias pistas. En primer lugar, Mayordomo no ha llevado a cabo su habitual inspección en busca de bombas debajo de la carrocería del coche. En segundo lugar, ha vuelto sin los objetos que había entrado a buscar. En tercer lugar, ha dejado la puerta abierta varios segundos, algo que ningún guardia de seguridad que se precie haría jamás. Y por último, he detectado una ligera neblina cuando has entrado en el vehículo. Era elemental, la verdad.

Holly frunció el entrecejo.

—Eres un Fangosillo muy observador, ¿no?

—Procuro serlo. Y ahora, capitana Canija, ¿serías tan amable de decirme por qué estás aquí?

—Como si no lo supieras…

Artemis se quedó pensativo un momento.

—Interesante. Yo diría que ha pasado algo. Evidentemente, algo de lo que se me hace responsable a mí. —Levantó una ceja de forma casi imperceptible, una intensa expresión de emoción para Artemis Fowl—. Unos humanos están haciendo negocios con las Criaturas.

—Muy impresionante —soltó HoIly—. O lo sería si no supiéramos ambos que eres tú quien está detrás de todo eso. Y si no podemos hacer que nos confieses la verdad, estoy segura de que los archivos de tu ordenador nos resultarán la mar de útiles y reveladores.

Artemis cerró la tapa del portátil.

—Capitana, ya sé que no puede decirse que seamos grandes amigos, precisamente, pero ahora no tengo tiempo para esto. Es fundamental que me des unos días para solucionar mis asuntos.

—No puedo hacer eso, Fowl. Hay unos seres bajo el suelo que quieren tener unas palabras contigo.

Artemis se encogió de hombros.

—Supongo que después de lo que hice, no puedo esperar ningún tipo de consideración.

—Supones bien. No puedes.

—En ese caso —continuó Artemis lanzando un suspiro—, me parece que no tengo elección.

Holly sonrió.

—Efectivamente, Fowl, no tienes elección.

El tono de Artemis era dócil, pero su cerebro estaba maquinando mil ideas a la vez. Tal vez cooperar con los Seres Mágicos no fuese tan mala idea; a fin de cuentas, tenían ciertas habilidades…

—¿Por qué no? —Holly se dirigió a Mayordomo—. Conduce en dirección sur. Permanece en las carreteras secundarias.

—Vamos a Tara, deduzco. Me he preguntado muchas veces dónde estaba exactamente la entrada de E1.

—Pues sigue preguntándotelo, Fangosillo —masculló Holly—. Y ahora, duérmete. Ya me tienes harta con todas esas deducciones.