Capítulo XII
EL REGRESO DE LOS CHICOS
CABINA DE OPERACIONES
POTRILLO estaba pensando, siempre pensando. En su cabeza no dejaban de surgir ideas una tras otra, como si fuesen palomitas de maíz estallando en el interior de un microondas. Sin embargo, no podía hacer nada con ellas. Ni siquiera podía llamar a Julius y molestarlo con sus planes descabellados. El portátil de Fowl parecía ser la única arma del centauro; era como tratar de luchar contra un trol con un mondadientes. No es que la máquina del humano no tuviese ningún mérito, tratándose de una antigualla como aquélla. El mensaje de correo electrónico ya había demostrado resultar de utilidad, siempre y cuando hubiese alguien vivo para responderlo. También había una pequeña cámara montada en la tapa, para videoconferencias, algo que los Fangosos no habían descubierto hasta tiempos muy recientes. Hasta entonces, los humanos se habían comunicado entre sí únicamente mediante texto u ondas de sonido. «Bárbaros», exclamó Potrillo para sus adentros. Sin embargo, podía decirse que aquella cámara era de buena calidad, con varias opciones de filtros. Si no fuese porque era imposible, el centauro habría jurado que alguien había estado trasteando con tecnología mágica.
Potrillo hizo girar el ordenador portátil con una de sus pezuñas y encaró la cámara hacia las pantallas de la pared. Vamos, Cudgeon, pensó. Sonríe al pajarito.
No tuvo que esperar demasiado. En cuestión de minutos, una pantalla de comunicación cobró vida y Cudgeon apareció en ella, ondeando una bandera blanca.
—Qué detalle… —comentó Potrillo con sarcasmo.
—¿A que sí? —repuso el elfo al tiempo que agitaba el banderín con teatralidad—. Voy a necesitarlo luego. —Cudgeon apretó un botón del mando a distancia—. ¿Por qué no te enseño lo que está pasando fuera?
Las ventanas se aclararon para dejar ver a varios equipos de técnicos tratando de romper las defensas de la cabina con ahínco. La mayoría estaba destrozando los sensores informáticos de las distintas interfaces de la cabina, pero algunos lo estaban haciendo a la antigua usanza: golpeando los sensores con martillos gigantescos. Ninguno estaba teniendo demasiada suerte.
Potrillo tragó saliva. Era un ratón en una trampa.
—¿Por qué no me pones al corriente de tu plan, Brezo? ¿No es eso lo que suele hacer el villano cegado por el afán de poder?
Cudgeon se sentó de nuevo en su silla giratoria.
—Por supuesto, Potrillo. Porque esta no es una de tus preciosas películas humanas. No aparecerá ningún héroe corriendo a salvarte en el último momento; Canija y Remo ya están muertos, igual que sus compañeros humanos. Ningún indulto ni rescate, solo una muerte segura.
Potrillo sabía que debería estar sintiendo tristeza, pero lo único que experimentaba era una intensa sensación de odio.
—Justo cuando las cosas estén en su momento más desesperado, daré instrucciones a Opal para que devuelva el control de las armas a la PES. Los B’wa Kell se quedarán inconscientes y a ti te harán responsable de todo esto, a menos que sobrevivas, cosa que dudo.
—Cuando los B’wa Kell vuelvan en sí, te acusarán a ti. —Cudgeon agitó un dedo admonitorio—. Solo unos cuantos saben que yo estoy involucrado, y me encargaré de ellos personalmente. Ya los han llamado para que acudan a los Laboratorios Koboi. Me reuniré con ellos muy pronto. En estos momentos se están calibrando los cañones de ADN para que rechacen las secuencias de goblin. Cuando llegue el momento, los activaré y el escuadrón entero quedará fuera de combate.
—Y entonces Opal Koboi se convierte en tu emperatriz, supongo.
—Sí, claro —repuso Cudgeon en voz alta; pero a continuación manipuló el teclado del mando a distancia para asegurarse de que estaban en un canal seguro de comunicación—. ¿Emperatriz? —repitió en un susurro—. A ver, Potrillo, ¿de veras crees que me molestaría en planear todo esto para acabar compartiendo el poder con alguien? Oh, no. En cuanto toda esta farsa acabe, la señorita Koboi sufrirá un trágico accidente. O puede que varios trágicos accidentes.
Potrillo se enfureció.
—Aun a riesgo de que suene a cliché, Brezo, no te saldrás con la tuya.
Cudgeon dejó un dedo suspendido en el aire, justo encima del botón para finalizar la comunicación.
—Bueno, pues si no lo consigo —dijo con aire complacido—, al menos esta vez no estarás vivo para regodearte. —Y se marchó, dejando al centauro a solas con su desesperación en la cabina. O eso creía Cudgeon.
Potrillo extendió la mano debajo de la mesa para alcanzar el portátil.
—Corten —murmuró, parando la cámara—. Toma cinco, amigos, eso es todo por hoy.
CONDUCTO E116
Holly atracó la lanzadera en la pared de un conducto abandonado.
—Nos quedan treinta minutos más o menos. Los sensores internos indican que habrá un estallido aquí dentro de media hora, y no hay lanzadera capaz de soportar semejante temperatura.
Se reunieron en la sala de presurización para urdir un plan.
—Necesitamos entrar en los Laboratorios Koboi y recuperar el control de las armas de la PES —propuso el comandante.
Mantillo se había levantado de la silla y se dirigía hacia la puerta.
—Ni hablar, Julius. Han actualizado la seguridad de ese sitio desde la última vez que estuve allí. Me han dicho que tienen cañones codificados mediante ADN.
Remo agarró al enano por el cogote.
—Uno: no me llames Julius; y dos: te comportas como si tuvieses otra opción, convicto.
Mantillo lo fulminó con la mirada.
—Sí tengo otra opción, Julius: puedo cumplir mi condena en una bonita celda para mí solo. Ponerme en la línea de fuego es una violación de mis derechos civiles.
El color de la tez de Remo alternó del rosa pastel al púrpura oscuro.
—¡Derechos civiles! —le espetó—. ¿Me hablas tú a mí de derechos civiles? ¡Lo que me faltaba!
Y acto seguido, curiosamente, se calmó. De hecho, parecía hasta contento, y los que conocían al comandante sabían que cuando él estaba contento, significaba que otra persona iba a estar triste de un momento a otro.
—¿Qué? —preguntó Mantillo con suspicacia.
Remo se encendió uno de sus nocivos puros de setas.
—No, nada. Es solo que tienes razón, eso es todo.
El enano entrecerró los ojos.
—¿Qué tengo razón? ¿Estás diciendo, delante de testigos, que tengo razón?
—Pues claro que sí. Ponerte en la línea de fuego sería infringir todos los principios del Libro, así que en ver de proponerte el magnífico trato que estaba a punto de ofrecerte, voy a sumar un par de siglos más a tu condena y luego te encerraré en una cárcel de máxima seguridad. —Remo hizo una pausa y arrojó una bocanada de humo a la cara de Mantillo—. En el Peñón del Mono.
Mantillo palideció bajo el barro que le cubría las mejillas.
—¿El Peñón del Mono? Pero eso es…
—Una prisión para goblins —completó el comandante—, ya lo sé, pero para un preso tan peligroso como tú, me parece que no tendré ningún problema para convencer al Consejo de que haga una excepción.
Mantillo se desplomó sobre la silla giratoria. Aquello no tenía buena pinta. La última vez que había estado en una celda con goblins no se lo había pasado nada bien. Y eso había sido en la Jefatura de Policía. No duraría ni una semana en una cárcel llena de goblins.
—Bueno, ¿y cuál es ese trato?
Artemis sonrió, fascinado; el comandante Remo era más listo de lo que parecía. Aunque tampoco hacía falta serlo mucho para eso.
—Ah, ¿o sea que ahora te interesa?
—Puede ser. Aunque no prometo nada.
—Muy bien, pues ahí va. Solo lo diré una vez. No te molestes siquiera en regatear. Nos metes en el interior de los Laboratorios Koboi y te doy dos días de ventaja cuando todo esto acabe.
Mantillo tragó saliva. Era una buena oferta. Debían de estar metidos en un lío muy gordo.
JEFATURA DE POLICÍA
Las cosas se estaban poniendo al rojo vivo en la Jefatura de Policía. Los monstruos estaban ya a las puertas, literalmente, y el capitán Kelp corría de un lado a otro tratando de tranquilizar a sus hombres.
—No os preocupéis, chicos, no pueden entrar por esas puertas con Softnose. Solo un misil de máxima potencia podría…
En ese preciso instante, una fuerza descomunal deformó las puertas principales, como un niño soplando una bolsa de papel. Resistieron, O casi.
Cudgeon salió a toda prisa de la sala de tácticas, con sus bellotas de comandante reluciendo en el pecho. Después de su rehabilitación en el cargo por parte del Consejo, había hecho historia convirtiéndose en el único comandante de la PES en haber sido nombrado para el puesto dos veces.
—¿Qué ha sido eso?
Camorra activó la visión de la entrada principal en los monitores. Había un goblin de pie con un tubo enorme cargado al hombro.
—Parece una especie de bazuka. Creo que es uno de los viejos cañones Softnose de boca ancha.
Cudgeon se dio un manotazo en la frente.
—No me lo digas. Se supone que todos tenían que haber sido destruidos. ¡Maldito sea ese centauro! ¿Cómo ha conseguido sacar a hurtadillas todo ese equipo delante de mis narices?
—No sea tan duro consigo mismo —dijo Camorra—. Potrillo nos ha engañado a todos.
—¿Cuánto más podremos resistir?
Camorra se encogió de hombros.
—No mucho. Un par de descargas más a lo sumo. A lo mejor solo tenían un misil.
En cuanto hubo pronunciado aquellas palabras, la puerta se estremeció por segunda vez y unos pedazos enormes de los materiales de construcción se desprendieron de las columnas de mármol.
Camorra se levantó del suelo mientras su magia le cosía un tajo en la frente.
—Curanderos, atended a los heridos. ¿Ya tenemos listas esas armas?
Grub se acercó tambaleándose por el peso de dos rifles eléctricos.
—Listas para disparar, capitán. Treinta y dos armas de veinte descargas cada una.
—Bien. Dáselas solo a los mejores tiradores. Que nadie abra fuego hasta que yo lo ordene.
Grub asintió con una expresión sombría y pálida.
—Muy bien, cabo. Ahora, repártalas. —Cuando estuvo seguro de que su hermano ya no podía oírle, Camorra se dirigió en voz baja al comandante Cudgeon—. No sé qué decirle, comandante. Han volado el túnel de Artemis, de modo que por allí no va a acudir nadie en nuestra ayuda. No podemos colocarles un pentagrama alrededor para realizar una parada de tiempo. Estamos completamente rodeados y nos superan en número y en armas. Si los B’wa Kell logran franquear las puertas de seguridad, somos duendes muertos. Tenemos que entrar en esa cabina de Operaciones. ¿Algún progreso?
Cudgeon negó con la cabeza.
—Los técnicos están trabajando en ello. Tenemos sensores en cada centímetro de superficie Si damos con la clave de acceso, será por pura chiripa.
Camorra se restregó el cansancio de los ojos.
—Necesito tiempo. Debe de haber algún modo de entretenerlos.
Cudgeon extrajo una bandera blanca de debajo de su túnica.
—Hay un modo…
—¡Comandante! No puede salir ahí fuera, sería un suicidio…
—Tal vez —admitió el comandante—, pero si no salgo, todos podríamos estar muertos en cuestión de minutos. Al menos de este modo ganaremos un poco de tiempo para trabajar en la cabina de Operaciones.
Camorra consideró la iniciativa. No había otra opción.
—¿Con qué va a negociar?
—Con los presos del Peñón del Mono. A lo mejor podríamos negociar algún tipo de liberación controlada.
—El Consejo nunca aceptará eso.
Cudgeon se irguió y sacó pecho.
—Éste no es momento para politiqueos, capitán. Es el momento de pasar a la acción.
Camorra estaba francamente asombrado. Aquél no era el Brezo Cudgeon que él conocía: alguien le había hecho a aquel duende un trasplante de cerebro.
Ahora, el recién nombrado comandante estaba a punto de ganar una nueva bellota para su solapa. Camorra sintió cómo le invadía una oleada de emoción, un sentimiento que nunca antes había asociado con Brezo Cudgeon: era respeto.
—Abrid la puerta principal unos centímetros —ordenó el comandante en tono férreo. Potrillo estaría encantado de ver todo aquello por las pantallas—. Voy a hablar con esos reptiles.
Camorra relevó al comandante. Si lograban salir de esta con vida, se aseguraría de que concedieran al comandante Cudgeon la Bellota de Oro a título póstumo. Como mínimo.
CONDUCTO DESCONOCIDO, DEBAJO DE LOS LABORATORIOS KOBOI
La lanzadera atlante bajaba a toda velocidad por un conducto inmenso, arrimándose al máximo a las paredes; tanto, que la pintura saltaba del casco al rascar contra ellas.
Artemis asomó la cabeza desde el compartimiento de pasajeros.
—¿De veras es necesario todo esto, capitana? —inquirió mientras escapaban de la muerte por un solo centímetro y por enésima vez—. ¿O intentas fardar otra vez de lo buena aviadora que eres?
Holly le guiñó un ojo.
—¿Acaso tengo pinta de aviadora, Fowl?
Artemis tuvo que admitir que no la tenía. La capitana Canija era extremadamente guapa en el sentido peligroso del término. Tenía la belleza de una viuda negra. Artemis iba alcanzar la pubertad al cabo de ocho meses aproximadamente, y sospechaba que en ese momento miraría a Holly bajo una luz diferente. También sospechaba que le daría igual que la elfa tuviese ochenta años.
—Me acerco tanto a la superficie porque quiero encontrar la supuesta grieta que Mantillo se empeña en decir que está por aquí —le explicó Holly.
Artemis asintió con la cabeza. La teoría del enano: lo bastante increíble como para que fuese cierta. Regresó a la bahía de popa para asistir a la versión de Mantillo de una reunión informativa.
El enano había dibujado un diagrama con unos trazos rudimentarios sobre el panel de una pared iluminada. Para ser sinceros, había chimpancés más artísticos y menos mordaces. Mantillo estaba utilizando una zanahoria como puntero o, para ser más exactos, varias zanahorias. A los enanos les gustaban las zanahorias.
—Esto de aquí son los Laboratorios Koboi —masculló con la boca llena de la hortaliza.
—¿Eso? —exclamó Remo.
—Soy consciente, Julius, de que no es un esquema muy preciso.
El comandante se levantó de la silla de un salto prodigioso. De no ser porque era imposible, se diría que lo habían propulsado los gases de un enano.
—¿Un esquema preciso? ¡Eso es un rectángulo por todos los dioses!
Mantillo permaneció impasible.
—Eso no es importante. Ésta de aquí es la parte importante.
—¿Ésa línea temblorosa?
—Es una fisura —protestó el enano—. Está clarísimo.
—Para un niño de guardería, tal vez. Bueno, es una fisura, ¿y qué?
—Ésa es la parte interesante. Veréis, esa fisura no suele estar ahí.
Remo empezó a respirar con dificultad de nuevo, algo que le ocurría a menudo últimamente, pero Artemis sintió un súbito interés.
—¿Cuándo aparece la fisura?
Pero Mantillo no iba a dar una respuesta directa así como así.
—Ah, los enanos… Sabemos mucho acerca de las rocas. Llevamos años y años excavándolas. —Remo empezó a tamborilear sobre su porra eléctrica con los dedos—. Los duendes no se dan cuenta de que las rocas están vivas, de que respiran.
Artemis asintió con la cabeza.
—Sí, claro. Expansión por calor.
Mantillo mordió la zanahoria con gesto triunfal.
—Y, por supuesto, lo contrario: se contraen cuando se enfrían. —Hasta Remo le estaba prestando atención ahora—. Los Laboratorios Koboi están construidos sobre manto sólido; cinco kilómetros de roca. No hay manera de entrar, salvo que se perfore con cabezas sónicas, y creo que Opal Koboi las detectaría.
—¿Y eso de qué manera nos ayuda?
—La grieta se abre en esa roca cuando esta se enfría. Trabajé en los cimientos cuando estaban construyendo este lugar. La grieta te conduce directamente debajo de los laboratorios. Todavía queda un buen trecho por recorrer, pero al menos estás dentro.
El comandante se mostró escéptico.
—¿Y cómo es que Opal Koboi nunca se ha percatado de que existe esa fisura considerable?
—Bueno, yo no diría que es considerable.
—¿Cuánto mide?
Mantillo se encogió de hombros.
—No lo sé. A lo mejor cinco metros. En su punto más ancho.
—Pues sigue siendo una fisura bastante grande como para no percatarse de su existencia.
—Solo que no está ahí siempre —interrumpió Artemis—, ¿verdad, Mantillo?
—¿Siempre? Ojalá. Yo diría…, calculándolo así por encima…
Remo estaba perdiendo la paciencia. Ir un paso por detrás de los demás no iba con su carácter.
—¡Dilo, convicto, antes de que te haga otra marca de fuego en el trasero!
Mantillo se sintió ofendido.
—Deja de gritar, Julius. Estás haciendo que se me ricen los pelos de la barba.
Remo abrió la nevera y dejó que los zarcillos de hielo le refrescaran la cara.
—Vale, Mantillo. ¿Cuánto tiempo?
—Tres minutos como máximo. La última vez lo hice con un equipo de alas y llevando un traje antipresión. Por poco salgo aplastado y achicharrado.
—¿Achicharrado?
—A ver si lo adivino —dijo Artemis—, la fisura solo se abre cuando la roca se ha contraído suficientemente. Si la fisura está en la pared de un conducto, el momento de enfriamiento máximo sería momentos antes del siguiente estallido de magma.
Mantillo le guiñó un ojo.
—Eres muy listo, Fangoso. Si no te pillan las rocas, te pillará el magma.
La voz de Holly retumbó por los altavoces.
—Estoy viendo algo; podría ser una sombra o una grieta en la pared del conducto.
Mantillo se puso a dar unos pasitos de baile, muy satisfecho de sí mismo.
—Ahora puedes decirlo, Julius. ¡Yo tenía razón! Me lo debes, Julius, me lo debes.
El comandante se frotó el puente de la nariz. Si salía con vida de aquello, nunca volvería a abandonar su puesto.
LABORATORIOS KOBOI
Los Laboratorios Koboi estaban rodeados por un grupo de goblins de la B’wa Kell, armados hasta los dientes y con la lengua fuera, sedientos de sangre. Dejaron pasar a Cudgeon a empujones, pinchándole con una docena de cañones de rifles. Los cañones de ADN estaban guardados e inactivos, de momento. En cuanto Cudgeon decidiese que los B’wa Kell habían dejado de resultarle útiles, las armas serían reactivadas.
Condujeron al comandante al sanctasanctórum y lo obligaron a ponerse de rodillas ante Opal y los generales de la B’wa Kell. Una vez que los soldados hubieron salido de la habitación, Cudgeon volvió a ponerse de pie y a colocarse al mando.
—Todo está saliendo según el plan —anunció, atravesando la sala para acariciar la mejilla de Opal—. Dentro de una hora, Refugio será nuestra.
El general Escaleno no estaba demasiado convencido.
—Sería nuestra mucho más rápido si contáramos con algunos disparadores Koboi.
Cudgeon suspiró pacientemente.
—Ya hemos hablado de esto, general. Las señales que emiten los disparadores bloquean las armas de neutrinos. Si sus hombres usan disparadores, también los usará la PES.
Escaleno se escabulló hacia un rincón, lamiéndose los globos oculares.
Por supuesto, aquella no era la única razón para denegar a los goblins las armas. Cudgeon no tenía ninguna intención de armar a un grupo al que pretendía traicionar. En cuanto los B’wa Kell hubiesen despachado a los miembros del Consejo, Opal devolvería el poder a la PES.
—¿Cómo va todo?
Opal se balanceó en su aerosilla, con las piernas enroscadas debajo del cuerpo.
—De maravilla. Las puertas de la Jefatura cayeron momentos después de que salieses para… negociar.
Cudgeon esbozó una sonrisa.
—Menos mal que me fui. Podría haber resultado herido.
—El capitán Kelp ha reunido al resto de sus fuerzas en la sala de Operaciones, acordonando la cabina. El Consejo también está ahí dentro.
—Perfecto —repuso Cudgeon.
Otro general de la B’wa Kell, Esputo, dio un puñetazo sobre la superficie de la mesa de reuniones.
—¡No, Cudgeon! No es perfecto. Nuestros hermanos están pudriéndose en el Peñón del Mono.
—Paciencia, general Esputo —dijo Cudgeon con ánimo tranquilizador y llegando de hecho a colocar una mano sobre el hombro del goblin—. En cuanto caiga la Jefatura de Policía, podremos abrir las celdas del Peñón del Mono sin resistencia.
Por dentro, Cudgeon estaba furioso. Aquéllas criaturas idiotas… ¡Cuánto las odiaba! Vestidos con túnicas hechas con su propia piel vieja. Era repulsivo. Cudgeon ardía en deseos de reactivar los cañones de ADN y acallar aquellas voces estridentes para siempre.
Su mirada se cruzó con la de Opal. Ella sabía lo que estaba pensando el elfo, y enseñó sus diminutos dientes con entusiasmo ante lo que iba a suceder. Qué criatura tan deliciosamente malvada… razón por la que, por supuesto, había que librarse de ella. Opal Koboi nunca sería feliz como segunda de a bordo.
Cudgeon le guiñó un ojo.
—Pronto —murmuró en voz baja—. Pronto.