Capítulo XIV

EL DÍA DEL PADRE

MURMANSK

EL PAISAJE del Ártico entre Murmansk y Severomorsk se había convertido en un cementerio de submarinos para la otrora poderosa flota rusa. Casi un centenar de submarinos languidecían oxidándose en las distintas ensenadas y fiordos de la costa, con solo algún que otro cartel de peligro o una patrulla errante para avisar a los transeúntes curiosos. Por la noche no hacía falta aguzar demasiado la vista para ver el brillo, ni tampoco el oído para oír el zumbido.

Uno de dichos submarinos era el Nikodim, una nave de veinte años y de tipo Tifón, con tubos oxidados y un reactor con escapes. No era una combinación saludable. Y sin embargo, era allí donde el capo de la mafiya, Britva, había dado instrucciones a sus lacayos para que hiciesen el canje de Artemis Fowl padre.

Mijael Vassikin y Kamar no estaban demasiado contentos con la situación. Ya llevaban dos días encerrados en el camarote del capitán, y estaban convencidos de que sus vidas se acortaban con cada minuto que pasaba.

Vassikin tosió.

—¿Has oído eso? No tengo el estómago bien. Es la radiación, te lo digo de verdad.

—Todo esto es ridículo —soltó Kamar—. Ése chico, Fowl, tiene trece años. ¡Trece! Es un crío. ¿Cómo va a reunir un niño cinco millones de dólares? Es absurdo.

Vassikin se incorporó en su litera.

—Tal vez no. He oído historias sobre ese crío. Dicen que tiene poderes.

Kamar dio un bufido.

—¿Poderes? ¿Magia? Anda, vete a meter la cabeza en el reactor, crédulo, más que crédulo.

—No, tengo un contacto en la Interpol. Tienen un expediente del chico. ¿Con trece años y ya tiene un expediente? Yo tengo treinta y siete y todavía ni un solo archivo en la Interpol. —El ruso parecía decepcionado.

—Un expediente. ¿Y qué tiene eso de mágico?

—Mi contacto jura que ese chico, Fowl, ha sido visto en distintos rincones del mundo, el mismo día y a la misma hora.

Kamar no estaba en absoluto impresionado.

—Tu contacto es aún más cobarde que tú.

—Piensa lo que te dé la gana, pero me alegraré mucho de salir de este maldito barco con vida. De la forma que sea.

Kamar se caló hasta las orejas un gorro de piel.

—Vale, vámonos. Ya es la hora.

—Por fin —dijo Vassikin soltando un suspiro.

Lo dos hombres recogieron al prisionero del camarote contiguo. No les preocupaba que pudiese fugarse, sobre todo teniendo en cuenta que le faltaba una pierna y que llevaba una capucha tapándole la cabeza. Vassikin se echó a Artemis Fowl padre al hombro y subió los escalones de la falsa torre.

Kamar utilizó una radio para comunicarse con los refuerzos. Había más de cien criminales escondidos entre los arbustos petrificados y los ventisqueros. Las ascuas de los cigarrillos iluminaban la noche como luciérnagas.

—Apagad esos cigarrillos, idiotas —les ordenó a través de una frecuencia abierta—. Es casi medianoche. Fowl podría aparecer en cualquier momento. Recordad, que nadie dispare hasta que yo dé la orden. Entonces, abrid fuego todos.

Casi se podía oír el silbido de cien colillas de cigarrillo extinguiéndose en el suelo cubierto de nieve. Cien hombres. Era una operación costosa, pero una simple gota en el océano comparado con el veinte por ciento que les había prometido Britva.

Viniese por donde viniese, aquel crío, Fowl, quedaría atrapado en un fuego cruzado mortal. Ni él ni su padre tenían escapatoria, mientras que él y Vassikin estaban a salvo tras la falsa torre de acero.

Kamar sonrió. A ver cuánta magia tienes entonces, irlanskii.

Holly examinó la escena a través del filtro de visión nocturna y alta resolución de su casco, con los ojos de una agente de Reconocimiento experimentada. Mayordomo se había tenido que conformar con unos simples prismáticos.

—¿Cuántos cigarrillos has contado?

—Más de ochenta —respondió la capitana—. Podrían ser hasta cien hombres. Métete ahí y estás muerto.

Remo asintió con la cabeza. Era una pesadilla táctica.

Habían acampado en el lado opuesto del fiordo, en lo alto de una colina inclinada. El Consejo había aprobado incluso el empleo de alas, habida cuenta de los recientes servicios prestados por Artemis.

Potrillo había realizado una recuperación del correo del ordenador de Artemis y había encontrado un mensaje: cinco millones de dólares USA. El Nikodim. Murmansk. A medianoche el día catorce. Era escueto e iba al grano. ¿Qué más había que decir? Habían perdido su oportunidad de rescatar a Artemis padre antes de que lo llevaran al punto de recogida, y ahora la mafiya lo tenía todo bajo control.

Se reunieron mientras Mayordomo dibujaba un diagrama en la nieve con un puntero láser.

—Yo diría que tienen retenido al objetivo aquí, en la falsa torre. Para llegar hasta allí, es necesario recorrer todo el submarino. Tienen a cien hombres escondidos por el perímetro. No contamos con apoyo aéreo, ninguna información por satélite y solo disponemos de una cantidad de armas mínima. —Mayordomo lanzó un suspiro—. Lo siento, Artemis, pero no lo veo claro.

Holly se arrodilló para estudiar el diagrama.

—Tardaríamos días en preparar una parada de tiempo. Tampoco podemos escudamos a causa de la radiación y no hay forma de acercarse lo suficiente para practicar un encanta colectivo.

—¿Qué me decís de las armas de la PES? —preguntó Artemis, a pesar de que ya conocía la respuesta.

Remo se puso a mascar un puro que no estaba encendido.

—Ya lo hemos hablado, Artemis. Tenemos tantas armas como queramos, pero si empezamos a disparar, tu padre será el primer objetivo de esa gente. Son las reglas habituales de los secuestros.

Artemis se subió el cuello de la parka de la PES y se quedó mirando el diagrama.

—¿Y si les damos el dinero?

Potrillo les había preparado cinco millones en billetes pequeños en una de sus viejas impresoras. Hasta había hecho que un equipo de duendes los arrugase un poco para que pareciesen más auténticos.

Mayordomo negó con la cabeza.

—Ésa no es la manera de hacer negocios de esa gente. Vivo, el señor Fowl es un enemigo potencial. Tiene que morir.

Artemis asintió despacio. No quedaba otra alternativa. No tendría más remedio que poner en práctica el plan que había urdido en la terminal de lanzaderas del Ártico.

—Muy bien, atención todo el mundo. Tengo un plan —anunció—, pero os va a parecer un poco descabellado.

El teléfono móvil de Mijael Vassikin sonó de repente y quebró el silencio del Ártico. Vassikin estuvo a punto de caerse de la falsa torre.

¿Da? ¿Qué pasa? Estoy ocupado.

—Soy Fowl —dijo una voz en perfecto ruso, más fría que un témpano de hielo ártico—. Es medianoche. Estoy aquí.

Mijael se volvió, escaneando los alrededores con sus prismáticos.

—¿Aquí? ¿Dónde? No veo nada.

—Lo suficientemente cerca.

—¿Cómo has conseguido mi número?

Una risa hizo crujir el auricular. El sonido hizo que a Vassikin se le encogiera el estómago.

—Conozco a cierta persona. Él tiene todos los números.

Mijael inspiró hondo varias veces, tratando de tranquilizarse.

—¿Tienes el dinero?

—Claro. ¿Tú tienes el paquete?

—Aquí mismo lo tengo.

Una vez más sonó la risa fría.

—Lo único que veo es a un gordo con pinta de imbécil, a un granuja y a alguien con una capucha tapándole la cabeza. Podría ser cualquiera. No pienso pagar cinco millones por tu primo Yuri.

Vassikin se agachó debajo de la torre.

—¡Fowl puede vernos! —le susurró a Kamar—. No te levantes.

Kamar se escabulló hasta el otro extremo de la torre y abrió una línea de comunicación con sus hombres.

—Está aquí. Fowl está aquí. Registrad la zona.

Vassikin se acercó el teléfono de nuevo a la oreja.

—Pues baja y compruébalo por ti mismo.

—Puedo verlo perfectamente desde aquí. Solo tienes que quitarle la capucha.

Mijael tapó el auricular.

—Quiere que le quite la capucha. ¿Qué hago?

Kamar lanzó un suspiro. Ahora ya estaba quedando claro quién era el cerebro de aquel equipo.

—Quítasela. Eso no va a cambiar nada. Dentro de cinco minutos, los dos estarán muertos de todos modos.

—De acuerdo, Fowl. Voy a quitarle la capucha. La próxima cara que vas a ver será la de tu padre. —El ruso grandullón levantó al prisionero y lo colocó junto al borde de la falsa torre. Luego extendió una mano y tiró de la capucha de tela de saco.

Al otro extremo de la línea, oyó una brusca exhalación.

A través de los filtros de su casco de la PES, Artemis veía la falsa torre del submarino como si la tuviese a un metro de distancia. El ruso destapó la capucha y Artemis no pudo reprimir un grito ahogado.

Era su padre. Estaba distinto, desde luego, pero no como para no reconocerlo. Artemis Fowl I, sin sombra de duda.

—Bueno —le dijo una voz en ruso al oído—, ¿es él?

Artemis trató de impedir que le temblara la voz.

—Sí —contestó—. Es él. Felicidades. Habéis atrapado un buen pez.

En la falsa torre, Vassikin le hizo a su compañero la señal de que todo iba según lo planeado.

—Es él —le susurró—. Tenemos el dinero.

Kamar no compartía su seguridad. No habría ningún festejo hasta que tuvieran el dinero en la mano.

Mayordomo ajustó el rifle mágico Farshoot en su soporte. Lo había seleccionado personalmente del arsenal de la PES. Mil quinientos metros. No era un disparo fácil, pero no soplaba viento y Potrillo le había dado un dispositivo que se encargaba de apuntar al blanco por él. El torso de Artemis Fowl padre estaba justo en el centro de la mira telescópica.

Inspiró hondo.

—Artemis, ¿estás seguro? Esto es arriesgado.

Artemis no respondió y comprobó por enésima vez que Holly estaba en la posición correcta. Por supuesto que no estaba seguro. Había un millón de cosas que podían salir mal con aquella argucia, pero ¿qué otra opción tenía?

Artemis asintió. Solo una vez.

Mayordomo realizó el disparo.

El tiro hizo blanco en el hombro de Artemis padre, quien empezó a girar hasta desplomarse encima del perplejo Vassikin.

El ruso soltó un aullido de asco y empujó al irlandés herido por la borda de la falsa torre. Artemis padre se deslizó por la quilla y fue a estrellarse contra las placas de hielo que se adherían al casco del submarino.

—¡Le ha disparado! —gritó el juligany—. Ése demonio le ha disparado a su propio padre.

Kamar estaba atónito.

—¡Idiota! —chilló—. ¡Acabas de arrojar a nuestro rehén por la borda! —Se asomó a las aguas negras del Ártico. No había más rastro del irlanskii que las ondas que el peso de su cuerpo había dejado en el agua.

—Baja a buscarlo si quieres —dijo Vassikin con hosquedad.

—¿Estaba muerto?

Su compañero se encogió de hombros.

—Tal vez. Estaba sangrando mucho, y si la bala no acaba con él, el agua lo hará. Pero, de todos modos, no es culpa nuestra.

Kamar soltó unas cuantas palabrotas.

—No creo que Britva esté de acuerdo.

—Britva —repitió Vassikin sin aliento. Lo único que el menidzher entendía era el dinero—. Oh, Dios… Estamos muertos…

El teléfono móvil hizo ruido en el suelo. El auricular estaba vibrando. Fowl seguía al otro extremo de la línea.

Mijael recogió el móvil como si fuese una granada de mano.

—¿Fowl? ¿Estás ahí?

—Sí —respondió.

—¡Maldito demonio de crío! ¿Se puede saber por qué has hecho eso? Tu padre está muerto. ¡Creía que teníamos un trato!

—Y todavía lo tenemos, solo que ahora ha cambiado. Todavía podéis sacar algo de dinero esta noche.

Mijael dejó de temblar y empezó a prestar atención. ¿Habría todavía posibilidades de salir de aquella pesadilla?

—Te escucho.

—Lo último que me hacía falta era que mi padre regresase y destruyese lo que he construido estos últimos dos años. —Mijael asintió. Aquél razonamiento le parecía la mar de lógico—. De modo que tenía que morir. Tenía que hacerlo yo mismo, para estar seguro, pero todavía podría dejaros un regalito.

Mijael casi no podía respirar.

—¿Un regalito?

—El rescate. Los cinco millones.

—¿Y por qué ibas a hacer eso?

—Vosotros os quedáis con el rescate y yo vuelvo a casa sano y salvo. ¿Os parece justo?

—A mí sí.

—Muy bien. Ahora mirad al otro lado de la bahía, encima del fiordo. —Mijael levantó la vista. Había una bengala encendida, justo en la cima de la colina cubierta de nieve—. Hay un maletín unido a esa bengala. La bengala se apagará dentro de diez minutos. Yo que tú llegaría allí antes, o de lo contrario tardaréis años en encontrar ese maletín.

Mijael no se molestó en cortar la comunicación, sino que se limitó a tirar el teléfono al suelo y echó a correr.

—¡El dinero! —le gritó a Kamar—. Ahí arriba. La bengala…

Kamar salió tras él en una décima de segundo, sin dejar de dar instrucciones por radio. Alguien tenía que llegar a ese dinero. ¿Qué importaba un irlanskii a punto de ahogarse cuando había cinco millones de por medio?

Remo señaló a Holly en el preciso instante en que Artemis padre cayó herido al agua.

—¡Sal! —le ordenó.

La capitana Canija activó sus alas y salió disparada por la ladera de la colina. Por supuesto, lo que estaban haciendo iba en contra de todas las normas, pero el Consejo le había dado a Potrillo carta blanca después de haber estado a punto de condenarlo por alta traición. Las únicas condiciones eran que el centauro estuviese en comunicación constante y que todos los miembros del equipo fuesen equipados con paquetes de incineración por control remoto, para que ellos y toda su tecnología mágica pudiesen ser destruidos si los capturaban o resultaban heridos en combate.

Holly siguió los acontecimientos del submarino a través de su visor. Vio el impacto de la bala sobre el hombro de Artemis padre, que lo hizo desplomarse encima del ruso más robusto. También advirtió cómo aparecía sangre en su campo de visión, pues era lo bastante cálida como para que sus sensores térmicos la detectasen. Holly tuvo que admitirlo: la escena era muy realista. Tal vez el plan de Artemis acabaría funcionando después de todo. Tal vez lograrían engañar a los rusos. A fin de cuentas, los humanos casi siempre veían lo que querían ver.

Luego las cosas se pusieron horriblemente feas.

—¡Ha caído al agua! —gritó Holly por el micrófono del casco, activando al máximo el acelerador de sus alas—. Está vivo, pero no por mucho tiempo si no lo sacamos de ahí.

Rozó la superficie del hielo reluciente, con los brazos cruzados encima del pecho para ganar velocidad. Se movía demasiado deprisa como para ser captada por el ojo humano. Podía ser un pájaro, o una foca rompiendo las olas. El submarino apareció imponente ante ella.

A bordo del Nikodim, los rusos estaban evacuando el submarino, bajando por la escalera de la torre y resbalando con las prisas. Y en tierra, tres cuartos de lo mismo: los hombres saliendo de sus escondites y abriéndose paso a todo correr entre la maleza helada. El comandante debía de haber encendido la bengala. Aquellos Fangosos se volverían locos por encontrar su precioso dinero, para ver luego cómo se disolvía al cabo de setenta y dos horas. Eso les daría tiempo suficiente para entregárselo a su jefe, y lo más probable era que este no estuviese muy contento al verlo desaparecer ante sus ojos.

Holly rozó la quilla del submarino, a salvo de las radiaciones con su traje y su casco. En el último momento, viró hacia arriba, protegida de la costa norte por la falsa torre. Apretó el acelerador y se desplazó hasta el agujero de hielo donde había caído el humano. El comandante le estaba hablando al oído, pero Holly no le respondió. Tenía una misión que cumplir y no tenía tiempo para hablar.

Los duendes detestan el frío. Lo odian. Algunos les tienen tanta fobia a las bajas temperaturas que ni siquiera comen helado. Lo último que Holly quería hacer en ese instante era meter siquiera un dedo en aquella agua radiactiva y bajo cero, pero ¿qué otra opción tenía?

¡D’Arvit! —soltó, y se zambulló en el agua.

Los microfilamentos de su traje atenuaban el frío, pero no podían eliminarlo por completo. Holly sabía que solo disponía de unos segundos antes de que la disminución de la temperatura enlenteciera sus movimientos y la sumiese en un estado de shock.

Debajo de ella, el humano inconsciente estaba más pálido que un fantasma. Holly toqueteó con torpeza los controles de sus alas. Si se pasaba un poco de rosca con el acelerador, descendería demasiado. Si no lo apretaba lo suficiente, se quedaría corta. Y a aquella temperatura, solo tenía una oportunidad.

Holly apretó el acelerador. El motor emitió un zumbido y la envió diez brazas por debajo. Perfecto. Agarró a Fowl padre por la cintura y lo sujetó con rapidez a su Lunocinturón. El humano se quedó allí colgado, inerte. Necesitaba una buena infusión de magia, y cuanto antes mejor.

Holly levantó la vista. Parecía como si el agujero de hielo ya se estuviese cerrando. ¿Qué otra cosa más podía salir mal? El comandante le estaba gritando al oído, pero ella no le oía, sino que solo se concentraba en regresar a tierra firme.

Las esquirlas de hielo se extendían por el agujero como una telaraña. El océano parecía decidido a encerrarlos en su seno.

De eso, ni hablar, pensó Holly, apuntando con su cabeza encasquetada a la superficie y apretando el acelerador al máximo. Atravesaron la capa de hielo, formaron un arco por el aire y aterrizaron en la superficie de listones de la parte delantera del submarino.

La cara del humano era del color del paisaje circundante. Holly se agachó sobre su pecho como una criatura depredadora, dejando al descubierto la supuesta herida. Había sangre sobre la cubierta, pero era la sangre de Artemis hijo: le habían arrancado la cápsula a un extintor Hidrosión y la habían rellenado con sangre que le habían extraído a Artemis del brazo. Con el impacto, el Refresco había tirado a Artemis padre al suelo, y había hecho que el líquido saliese disparado por el aire. Muy convincente. Por supuesto, que los rusos arrojaran al padre al agua helada no formaba parte del plan.

La cápsula no había llegado a penetrarle en la piel, pero el señor Fowl no estaba a salvo todavía. La imagen térmica de Holly mostraba que los latidos de su corazón eran peligrosamente lentos y débiles. Le puso las manos sobre el pecho.

—Cúrate —le susurró—. Cúrate.

Y la magia se le desparramó por los dedos.

Artemis no podía ver el intento de rescate de Holly. ¿Había hecho lo correcto? ¿Y si la cápsula de Hidrosión le penetraba en la piel? ¿Cómo iba a volver a mirar a su madre a los ojos?

—Oh, no —exclamó Mayordomo.

Artemis llegó a su lado en un instante.

—¿Qué pasa?

—Tu padre está en el agua. Uno de los rusos lo ha tirado por la borda.

El chico lanzó un gemido. Ésa agua era igual de mortal que cualquier bala. Ya se temía que pudiese ocurrir algo así.

Remo también había estado siguiendo el intento de rescate.

—Vale. La capitana está sobrevolando el agua. ¿Lo ves, Holly? —No hubo respuesta. Solo interferencias en los auriculares—. ¿Cuál es su estado, capitana? Responde. —Nada—. ¿Holly?

No habla porque es demasiado tarde, pensó Artemis. No puede hacer nada por salvar a mi padre y todo es culpa mía.

La voz de Remo interrumpió sus pensamientos.

—Los rusos están evacuando el submarino —anunció—. Holly está en él ahora, encima del agujero en el hielo. Va a meterse. Holly, ¿qué tienes? Vamos, Holly. Dime algo.

Nada. Durante una eternidad.

Luego, Holly surgió del hielo como un delfín mecanizado. Formó un arco en el aire de la noche ártica durante unos instantes y aterrizó con violencia en la cubierta del Tifón.

—Tiene a tu padre —dijo el comandante.

Artemis se colocó el casco de Reconocimiento de repuesto, deseando con todas sus fuerzas que la voz de Holly sonase a través de los altavoces. Aumentó el tamaño de la imagen de su visor hasta que parecía que podía tocar a su padre y vio a Holly agacharse sobre el pecho de éste, mientras las chispas de magia le recorrían los dedos.

Al cabo de unos minutos, Holly levantó la vista y miró directamente a Artemis a los ojos, como si supiese que la estaba mirando.

—Lo he rescatado —anunció, jadeando—. Un Fangoso vivo. No parece una estrella de cine, pero respira.

Artemis se desplomó en el suelo, y el llanto de alivio hizo que le temblasen los delgados hombros. Lloró durante un minuto entero y luego volvió a ser él mismo.

—Buen trabajo, capitana. Y ahora salgamos de aquí antes de que Potrillo active sin querer uno de esos paquetes de incineración.

En las entrañas de la Tierra, el centauro se apartó de su consola de comunicaciones.

—No me tiente, comandante, no me tiente… —soltó, riéndose.