49

Flora pensó que las dos de la madrugada era una hora prudente; encontrar a alguien por la calle a esas horas en invierno en Elizondo era poco menos que un milagro. Y tenía que hacerlo aquella noche para devolver la llave antes de que Ros la echase de menos. Por suerte, la entrada del almacén seguía tan oscura como siempre; llevaba años pidiendo al ayuntamiento que pusieran allí una farola, pero el terreno vecinal era privado y el consistorio se resistía. Entró en el almacén y tuvo la precaución de no encender las luces hasta que estuvo en el despacho, pues sabía que aquéllas apenas podían verse desde fuera, excepto por los portillos altos que estaban junto al techo y en los que era poco probable que alguien se fijase. Sin perder el tiempo, se descalzó, se subió al sofá, retiró el cuadro de Ciga y accionó la apertura de la caja con la clave que ella misma había creado. El mecanismo saltó y la puerta quedó abierta. Estaba vacía. La miró incrédula e incluso metió una mano hasta tocar el fondo metálico de la caja. Su corazón perdió un latido cuando oyó una voz a su espalda.

—Buenas noches, hermanita. —Flora se volvió asustada y con tal ímpetu que a punto estuvo de caer en el sofá—. Si estás buscando el contenido de esa caja, lo tengo yo. Lo cierto es que casi había olvidado que había una caja ahí detrás, y hasta aquella ocasión en la que entraste mientras yo no estaba y dejaste un poco ladeado el cuadro, no me di cuenta. Durante días estuve pensando qué podía ser tan importante como para que fueras capaz de venir aquí como un ladrón en la noche.

—¿Pero tú…?

—No, no conocía la clave, pero no es ningún problema cuando eres la propietaria. Llamas al experto, le dices que has olvidado la clave, la detecta y te la abre.

—No tienes ningún derecho. El contenido de esta caja es privado.

—En la primera parte no estoy de acuerdo, éste es mi obrador. En cuanto a la privacidad del contenido de la caja, te entiendo, Flora, yo tampoco querría que nadie lo viese. Te deja en muy mal lugar, hermanita. —Flora seguía en pie encima del sofá, con una mano apoyada en la puerta de la caja—. Bájate de ahí y déjame que te cuente lo que va a pasar ahora —dijo Ros divertida—. He revisado todo el contenido de esa caja, no una vez, docenas de veces, tantas que casi me lo sé de memoria.

Flora estaba pálida. Se sujetaba el estómago con ambas manos como si tuviese que contener una terrible náusea; aun así sacó fuerzas de su pánico y amenazó a Ros.

—¡Vas a devolvérmelo ahora mismo!

—No, Flora, no voy a devolvértelo, pero calma, que no tienes nada que temer de mí si te portas bien. No es mi intención perjudicarte; no quiero tener que ir a visitarte a la cárcel, aunque dudo que lo hiciera, pero me imagino el sufrimiento que esto le causaría a la tía y me hace pensármelo dos veces. Como te he dicho, lo he revisado, lo he leído y lo he entendido, Flora. No te reprocho nada, no soy quién. Al contrario que tú, yo nunca he alardeado de que mi moral fuera superior a la de los demás, y sólo por eso ya estaría bien darte una lección. Pero, por otra parte, también entiendo lo que hiciste; durante años, yo misma he sido la coartada de un marido estúpido y vago…, claro que él no mató a nadie, porque de haber sido así y de haberlo sabido eso me convertiría en su cómplice, ¿no crees?

Flora no contestó.

—Te comprendo, Flora, hiciste lo que había que hacer y no te lo reprocho. Morir en aquel caserío quizá fue lo mejor que le pudo pasar al pobre Víctor. Pero que te comprenda no significa que vaya a dejar que me jodas. No te voy a entregar, Flora, a menos que no me dejes más opción. Di muchas vueltas a lo que tenía entre manos y cómo debía obrar, y al final la luz se hizo en mi mente. Creo que nuestra familia ha sufrido ya bastante, así que guardé tu diario y los preciosos zapatos rojos en una caja y se la llevé a un notario. Nunca había pensado en hacer testamento, pero hay que estar preparado para todo. Soy joven y estoy sana, y no espero morir próximamente, pero aun así dispuse, entre otras cosas, que si algo me sucedía, si muero sea como sea, este sobre le sea entregado a nuestra hermana Amaia. Y hay algo que tengo claro, Flora: tu moral y la mía pueden dejar mucho que desear, pero si Amaia llega a conocer el contenido de ese diario no le temblará la mano. Quizá sea debido a la forja que supuso su infancia, a toda la mierda que permitimos que le pasara, pero tú sabes, como yo, que ella no aprobaría esto que hago, ni tendría piedad de ti. Así que, hermanita, buscaremos un notario, otro —dijo sonriendo—, para llevar a cabo una donación en la que me cederás tu parte del obrador. No quiero nada más. Coge tu dinero y vete a vivir tu vida. Yo no te molestaré, no volveremos a mencionar nunca esta conversación, pero si intentas joderme, yo te joderé a ti.

Flora la escuchaba atentamente, con los brazos cruzados sobre el pecho y el mismo gesto en su rostro que adoptaba cuando discutía de negocios.

—Pareces muy segura de que funcionará.

—Lo estoy, en esta familia somos expertos en guardar secretos terribles y hacer como si no pasara nada.

Flora suavizó el gesto de su rostro y de pronto sonrió.

—Vaya, parece que la pequeña Ros por fin ha espabilado —dijo mirándola aprobatoriamente—. Mañana buscaré a ese notario, y ahora no dejes que ningún mierda vuelva a manejar tu vida.

Cogió su bolso y la rebasó caminando hacia la puerta.

—Flora, espera.

—¿Sí?

—Por favor, antes de irte vuelve a dejar todo eso en su sitio.

Flora se giró, volvió atrás, cerró la puerta de la caja, colgó el cuadro y colocó bien los cojines del sofá.