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Habían hecho el amor en cuanto llegó a su casa. Él acababa de regresar del juzgado y aún llevaba puesto uno de aquellos elegantes trajes tan sobrios con los que solía acudir a las vistas. Amaia lo besó, tomándose tiempo para disfrutar de su boca mientras comenzaba a desnudarlo. Había descubierto con él un gusto extraordinario por desvestirlo, por quitarle la ropa muy despacio deslizando las prendas, que iban quedando amontonadas en el suelo mientras lentamente desabotonaba su camisa para dejar que la boca trazase sobre la piel un mapa de los deseos por donde luego irían las manos. Después lo había conducido hasta el sofá y, sentada a horcajadas sobre él, se había abandonado al placer.
Exhausta y satisfecha, se estiró y se dio la vuelta para verlo caminar desnudo por la casa mientras recogía las prendas del suelo y se ponía sobre la piel algo de ropa y un delantal con el que se dispuso a hacer la cena.
—Me encanta verte cocinar —dijo cuando él se acercó a traerle una copa de vino.
—A mí me encanta verte tumbada en mi sofá —respondió él deslizando su mano desde la nuca y bajando por su espalda.
Sonrió mientras admitía que Jonan tenía razón. Markina alteraba su razón, trastocaba su criterio. Y le daba igual. Desde el momento en que había entrado en su casa, desde el momento en que había regresado allí aquella mañana, había evitado pensar en eso, ya había pensado bastante, ya se había resistido bastante. Ni en un millón de años habría imaginado que algo así le podía pasar a ella, pero había ocurrido y él la había forzado a decidir, a pronunciarse, lo había hecho y no se arrepentía. Le ayudó a poner la mesa y rechazó una segunda copa de vino cuando comenzaban a cenar.
—Será mejor que tome agua, tengo que trabajar.
Él compuso una mueca de fastidio.
—Llevo todo el día sin verte, creí que pasarías la noche conmigo.
—No puedo…
—¿Qué ocurre? ¿Estás preocupada?
—Había olvidado que la conociste en Aínsa… La doctora Takchenko ha tenido un accidente de tráfico, está bastante mal.
—¡Oh, la doctora! Lo siento mucho, Amaia. Espero que se recupere, me pareció una mujer extraordinaria.
—Lo hará, son sobre todo fracturas muy aparatosas, pero nada vital… Pero ante todo es por el caso Esparza, aunque parezca algo muy relevante la desaparición del cuerpo de la niña, no cambia demasiado lo que tenemos. Hemos hablado con los familiares, con los amigos, y nadie sabe nada, no hay testigos, nadie vio nada.
—No deberías dejar que algo que no lleva a ninguna parte te preocupe tanto.
—No es sólo por esta niña. Tú puedes entenderlo, mi propia hermana falta de su tumba…, es como estar viviendo un bucle una y otra vez —dijo evitando mencionar los descubrimientos que había hecho a partir de la información que Jonan le había enviado.
Él la miró sonriendo.
—¿Sabes qué creo? Creo que algún familiar o amigo del padre de esa niña se la llevó para enterrarla en el lugar que él tenía dispuesto; seguramente es una razón sentimental, no sería de extrañar que la hubiera llevado a la tumba de su propia familia o a algún panteón antiguo perteneciente a sus antepasados. Es un hecho que la madre quería incinerar el cuerpo, y eso para algunas personas sigue siendo un sacrilegio. Más a menudo de lo que parece se dan disputas en las familias por el asunto de dónde enterrar a los fallecidos, los funerales, quién asiste, quién no. Recuerdo un caso en el que llegaron hasta el juzgado por la decisión de dónde debía ser enterrado un hombre, en el panteón de sus padres o en el que había dispuesto su esposa; por supuesto, habían celebrado sendos funerales en su memoria, y la competición por ver quién ponía la esquela más grande en el periódico les había llevado a gastar una fortuna comprando espacio publicitario.
—¿Hasta el punto de sacar un cadáver de su ataúd en plena noche?
Él chascó la lengua con disgusto.
—Ya sabes lo que opino sobre el tema, esto no nos lleva a ninguna parte, Amaia, sólo a causar más dolor y sufrimiento. Entiendo que debe abrirse una investigación, pero lo más probable es que el cuerpo no aparezca, y espero que no estés pensando en pedir una orden para abrir todas las tumbas de la familia Esparza. Esperaba que hubieras tenido suficiente con el ejemplo de Yolanda Berrueta.
Ella se sorprendió un poco ante la dureza del comentario.
—Ya te dije que sí. No daré ningún paso que perjudique a persona alguna. A propósito de Yolanda Berrueta, un testigo afirma que la vio hablando en una cafetería cercana al juzgado con tu secretaria.
—¿Con una secretaria del juzgado?
—No con una secretaria judicial, con tu ayudante personal, con Inma Herranz.
—No tenía noticia de esto, pero si te parece importante mañana mismo le preguntaré al respecto.
—Hazlo —dijo dejando los cubiertos con disgusto sobre el plato.
Él miró preocupado su porción de pescado casi intacta y resopló.
—Nunca vas a parar, ¿verdad, Amaia? —Ella le miró interrogativa—. ¿Cuál es la verdadera razón por la que te tiene tan obsesionada este caso? ¿El caso de un majadero que se llevó el cadáver de su hija para enterrarlo en otro lugar o lo que tú pretendes ver en él? ¿No te das cuenta del daño que te haces? Tienes que dejarlo, tienes que parar de una vez. Te quiero, Amaia, quiero que te quedes en esta casa, quiero que te quedes a mi lado, pero las cosas no van a funcionar si sigues obsesionada por el pasado, si sigues buscando fantasmas.
Se sintió tan atacada que apenas podía pensar con claridad.
—No puedo, no puedo hacer lo que me pides… No es una obsesión, es instinto de supervivencia, no tendré paz mientras ella siga ahí fuera. ¿Obsesión, dices? Rosario mató a mi hermana, intentó matar a mi hijo, ha pretendido acabar conmigo durante toda mi vida. No descansaré hasta que esté de nuevo encerrada; no puedo descansar mientras mi enemigo sigue fuera. Si nunca has vivido algo semejante, no puedes hacerte una idea.
Él negó con la cabeza y extendió su mano hacia ella implorándole la suya. Ella cruzó sus brazos sobre el pecho en firme defensa.
—Está muerta, Amaia, la arrastró el río; recuperamos su ropa prendida en una rama kilómetros más abajo. ¿Cómo imaginas que una mujer en sus circunstancias pudo haber sobrevivido a eso? Y si fuera así, ¿dónde está?
Amaia se puso en pie y cogió su abrigo y su bolso.
—No quiero continuar con esta conversación; es el eco de otras que ya he tenido antes con otras personas y no quiero tenerla contigo. Si es verdad que me quieres, debes quererme como soy: soy un soldado, un buscador. Esto es lo que soy, y no voy a parar. Y ahora es mejor que me vaya.
Él se interpuso entre la puerta y ella.
—Por favor, no te vayas, quédate. No podré soportarlo si te vas ahora.
Ella alzó una mano, la colocó sobre sus labios y después lo besó.
—Tengo trabajo. Nos vemos mañana. Te lo prometo.
Ya no se veía nada a través del cristal empañado por su aliento. Markina apoyó la frente y sintió el frío de la noche atravesando la ventana. La había visto partir subiéndose a su coche y ahora se sentía morir. No podía evitarlo, cuando no la tenía cerca sentía en su interior un vacío inexplicable, como si le faltase un órgano vital. Si tan sólo fuese capaz de proporcionarle un poco de paz. Vertió un poco más de vino en su copa, se sentó en el sofá donde antes habían hecho el amor y extendió la mano para tocar el espacio que ella había ocupado. Durante horas pensó en aquella cuestión.