El sello
Zarok volvió a Ossins y casi no le dieron ni un respiro, pues Verion volvió a contactar con él.
«¿Y bien? ¿Qué habéis decidido?», dijo Verion en la mente de Zarok.
—Te daremos el ojo de cristal, pero el amigo de Alise tiene que estar vivo —respondió Zarok.
«Claro, como guste la dama. Se lo entregaremos vivo. Os quiero en Maoss en tres días o no tendré piedad con él», dijo Verion con una breve carcajada.
—Pero desde mi posición se tardan unos seis días en llegar a Maoss a pie, necesitamos más tiempo —dijo Zarok rabioso.
«Lo siento, pero ya estoy siendo demasiado generoso. Así será más interesante. Os doy uno más. En cuatro días os quiero aquí. Suerte».
La conexión terminó.
—No voy a conseguirlo —dijo Zarok.
Podría llevar a cabo su plan, aunque eso significaría dejar morir a Firston. Pero le había dicho a Alise que lo salvaría. Pensando en ella se sintió realmente solo, todo estaba tan vacío sin su presencia irradiando luz… Necesitaba un milagro.
Y como si alguien lo hubiera escuchado, a lo lejos vio aparecer volando un animal. Al principio pensó que sería una amenaza, pero a medida que se fue acercando descubrió que era un joum y la esperanza lo invadió. Si montaba sobre él tardaría unas horas en llegar y no habría tanta vigilancia: puesto que Verion lo esperaba en cuatro días, lo pillaría con la guardia baja.
El joum descendió hasta él y Zarok se acercó y lo acarició.
—Has vuelto, amigo —le dijo con una sonrisa.
Subió sobre el animal y cogió rumbo hacia el oeste, a Maoss.
***
Todavía era de noche, por lo que la oscuridad era muy intensa, pero a lo lejos se podía ver la luz de la fortaleza que presidía en Maoss. Se trataba de una gran construcción de piedra. Vista desde arriba, la muralla tenía forma de hexágono con seis pasadizos que salían de cada lado hacia el exterior.
Tenía cinco torres de diferentes alturas. La cúspide de cada una de ellas tenía una forma parecida a la de la empuñadura de una espada.
Zarok decidió descender a las afueras de la ciudad para no ser visto. Cada pasadizo llevaba a una parte diferente de la fortaleza. Uno de ellos conducía hasta la zona subterránea, donde tenían a los presos encerrados.
Cuando decidió que ya estaba suficientemente cerca, descendió. Se despidió del joum antes de marchar, sabía que cuando volviera ya no estaría.
—Hasta luego, amigo. Me has sido de gran ayuda. Gracias por volver —le dijo mientras le palmeaba amistosamente el lomo.
Zarok se marchó dejándolo atrás, ocultándose tras las rocas que encontraba por su camino. Tenía que cruzar la ciudad sin ser visto.
Se colocó la capucha de su capa que aún conservaba para ocultar el rostro. No fue muy difícil, pues la ciudad de Maoss estaba silenciosa y desierta en aquellos momentos, aunque eso hacía que fuera más fácil ser visto.
La ciudad no tenía organización, no se parecía a Ciudad de las Nubes: todas las casas bien alineadas y las calles completamente rectas. Maoss era un completo caos de casas hechas por rocas y calles irregulares que subían y bajaban.
Pronto llegó hasta el río Zain, que bajaba de la cordillera que rodeaba a Maoss. El río separaba a la ciudad de la fortaleza, pero la corriente era suave y su profundidad escasa. Lo cruzó, y un escalofrío le recorrió el cuerpo de arriba abajo. El agua estaba helada. Su alma se revolvió un momento, pero no demasiado, pues se había acostumbrado a la presencia del alma de Alise. De nuevo, ella apareció en su mente y, una vez más, deseó que estuviera a su lado.
Llegó hasta la fortaleza. Impactaba tenerla tan de cerca, era grandiosa. Los corredizos que salían de la muralla eran tan altos que casi no se veía el final. No tenían techo, solo dos paredes. La entrada de la muralla estaba al final del corredizo, por lo que la primera entrada al pasadizo se encontraba abierta, sin nada que pudiera impedir el paso.
A cada lado del corredizo se situaban unas espadas tan altas como las paredes. Cada espada desprendía un halo de color distinto. El de los prisioneros era negro. Tendría que buscarlo. El primer corredizo que encontró el halo de las espadas era rojo, por lo que tenía que seguir bordeando la fortaleza hasta llegar al corredizo de las espadas negras.
No había ningún tipo de vigilancia, lo cual tampoco le gustó, pero nadie lo detendría. Continuó corriendo como un gato en la noche, como una sombra más en la oscuridad.
Llegó hasta el corredizo de espadas negras y comenzó a recorrerlo con mucho sigilo. Escuchó detrás de él cómo el filo de una espada salía rápidamente al aire y se detenía. Zarok fue girándose lentamente.
—No esperaba verte tan pronto, Kira —dijo Zarok sonriendo cuando vio a una de las chicas arqueras amenazándolo con la punta de una espada.
—Yo tampoco te esperaba tan pronto. Debías llegar en cuatro días —dijo rabiosa.
Kira miró hacia todos lados, pero no encontró lo que buscaba.
—¿Y tu amiga? ¿La han matado por el camino? —preguntó con una sonrisa burlona cargada de veneno.
Kira alzó la espada para arremeter una estocada contra él, pero Zarok la esquivó rápidamente sacando a su vez su la suya y arremetiendo contra ella. Las espadas chocaron. En ese momento, rápido como un animal mortal, Zarok se agachó raudo y ágil, lanzando una patada al lateral de las piernas de Kira, provocando que cayera al suelo. La espada se le escapó de las manos al caer. Zarok cogió a Kira por el cuello y la apretó contra la pared.
—No puedo perder tiempo contigo —dijo de manera tan fría y seria que Kira no pudo soportar su mirada.
—Mátame de una vez, si es lo que quieres.
—Debería hacerlo, pero no en este momento —dijo Zarok.
Kira lo miró con sus ojos de color esmeralda sin comprender, pero apenas le dio tiempo a pensar, pues Zarok pasó su otra mano por su frente y se quedó inconsciente.
Llegó hasta el final del corredizo topando con la pared de la muralla. Se fijó en que había una trampilla en el suelo, pero no parecía haber nada para abrirla. Desesperado, comenzó a pulsar la pared como un frenético rabioso y como esperaba, una de las rocas se pulsó y la trampilla se abrió, dejando ver un corredor de escaleras que bajaban hacia la parte subterránea de la fortaleza.
Bajó por ella con cautela. Los techos eran realmente bajos. En las paredes colgaban antorchas encendidas proporcionando luz. Todo estaba silencioso. Llegó hasta un punto donde se desviaba el corredor a izquierda y derecha.
Se asomó a ambos lados. Hacia la izquierda no había nada, pero hacia la derecha se encontraban dos guardias custodiando una puerta. Debía estar ahí. Lentamente dejó salir unos hilos oscuros de sus dedos que se deslizaron por el suelo y ascendieron por detrás de los guardias, entrando lentamente en sus cabezas, quienes enseguida se desplomaron, inconscientes.
Se acercó hasta la puerta y habló a través de la pequeña rejilla que había:
—Firston, si estás ahí contéstame.
—¿Eres amigo de Alise? —dijo desde el otro lado una voz tan débil como la de un enfermo.
Zarok comprendió que no le quedaba mucho tiempo de vida.
Con habilidad, de sus manos volvieron a brotar unos hilos negros que entraron en la cerradura y se abrió. Dentro encontró a Firston encadenado a la pared. Se trataba de una habitación sin ventanas donde no podía ver la luz.
Zarok se acercó despacio hasta él y le alzó la cara para mirarlo. Tenía la piel deshidratada, los labios agrietados y los ojos empañados en lágrimas secas. Firston fue a decir algo, pero no pudo. Se desmayó. Repitió el mismo procedimiento para las cadenas que había utilizado para abrir la puerta. Se lo echó al hombro y salió de allí con agilidad, pues no tendría mucho tiempo antes de que se dieran cuenta de que ya no estaba.
Corrió por el gran corredor de la fortaleza. Al parecer todavía no habían advertido que alguien había entrado.
Una vez fuera se sintió más aliviado, pero todavía tenía que alejarse más. Llegó hasta el río Zain y lo atravesó. Cruzó la ciudad con cautela y con sigilo. Por fin se encontró en un lugar más o menos seguro, donde había dejado al joum, pero ya no estaba, como había supuesto.
Se trasladó al refugio con Firston para proporcionarle un poco de energía para que pudiera regresar a Cirvas.
Mientras derramaba agua sobre Firston se despertó.
—¿Te encuentras mejor? ¿Crees que ya tienes suficiente energía para volver a tu mundo? —le preguntó Zarok de inmediato.
Firston se incorporó algo desorientado.
—Creo que sí, al menos para llegar. Después no sé lo que pasará —dijo entre susurros y sin fuerzas.
—No puedo perder más tiempo. Te llevaré a Manhattan, desde allí podrás volver a tu mundo —le explicó Zarok.
***
Una vez de vuelta en Manhattan, Zarok le pidió un favor.
—A cambio por haberte salvado la vida te pido un favor.
—¿Qué favor? —preguntó Firston casi sin fuerzas.
—Olvidaos de Alise. No dejéis que vuelva a esta vida, me he encargado que sea capaz de vivir ajena a ella —le dijo mirándolo directamente a los ojos y con tal seriedad que su mirada abrasaba.
Pero Firston, sofocado y sin poder mirarlo, le respondió con firmeza.
—No puedo hacerte ese favor.
Zarok se alejó un poco de él, preparado para marcharse de nuevo a Ossins.
—Entonces la condenaréis a la muerte igual que hicisteis con su madre —dijo Zarok con voz neutra.
Firston alzó la cabeza de pronto, como movido por un impulso, y lo miró incrédulo por sus palabras.
—¿Qué? ¡Oye! No te voy a permitir que insinúes…
Pero ya era tarde, pues Zarok se había marchado sin dejar que terminara de hablar.
***
Zarok volvió a aparecer en Ossins y se derrumbó un momento a descansar, había llegado la parte más complicada. Tal vez no sobreviviera, pero ya no podía pensar en eso, la decisión estaba tomada. Ya no podía volver atrás y regresar junto a ella, él ya no formaba parte de su vida.
Se puso en pie, cerró los ojos y se concentró. Alzó los brazos hacia arriba y fueron brotando despacio unas columnas de humo negro de sus manos. Se esforzó por soltar toda la energía que pudiera, pero su alma intentaba impedirlo. Entonces comenzó la tortura.
Zarok cayó de rodillas angustiado por el dolor, pero no pensaba rendirse. Continuó luchando contra su alma hasta que las columnas de humo ascendieron hasta el cielo para comenzar a formar una cúpula que encerraría a su mundo para siempre. Jamás nadie podría entrar ni salir de él. Estaba dispuesto a dar su vida para condenarlos a todos al encierro perpetuo, sellando el mundo, rompiendo su conexión con la Tierra, lejos de poder llegar hasta los habitantes de Cirvas, lejos de Alise…
Pensar en ella le dio más fuerzas, pero el dolor era cada vez más intenso e insoportable. Muy pronto ya no pudo pensar en ella, el dolor ocupó cada rincón de su ser. No fue capaz de reprimir un grito de verdadera tortura. Ya faltaba muy poco.
Zarok se esforzó por dar un último impulso de energía, hasta que todo terminó. La columna de humo desapareció y, ahora, una cúpula cubría el mundo, una cúpula oscura como sus corazones. Zarok se desplomó en el suelo respirando entrecortadamente. Casi no podía sentir su cuerpo.
Su alma apenas era un soplo de aire. Podía percibir cómo cada parte de su cuerpo se iba apagando, se debilitaba. Hasta que poco a poco dejó de sentir las piernas, los brazos…
Su mente aún tuvo fuerzas para dedicar un último pensamiento que dejaba ver su parte más humana: «Espero no haberme equivocado, Alise».