La guarida de los kroquem

 

La noche aterraba, el silencio era sobrecogedor y el hedor a carne podrida que desprendía el bosque me revolvía las tripas. Por cualquier crujido o leve brisa nos deteníamos de inmediato. La destreza de Kar para encontrar el camino era impresionante, nunca dudaba.

Mi mano sujetaba la de Zarok, no quería tropezarme otra vez con una raíz y caerme. Además, me sentía más segura, pues a pesar de lo cerca que se encontraba de mí, la espesa niebla solo me dejaba ver la mano que llevaba sujeta. Si no fuera por eso, sentiría que caminaba sola.

Caminamos durante un tiempo que me pareció infinito. Comenzaba a amanecer, ya se podía ver algo de claridad. De pronto, mi cabeza se giró movida por un impulso y me detuve, por lo que también obligué a Zarok a detenerse. A mi lado se encontraban flotando dos manchas negras como el manto oscuro de la noche. Se abalanzaron sobre mí, apareciendo tras ellas una figura que parecía ser humana, pero poseía una actitud salvaje. Se trataba de un kroquem.

Mi mano se soltó de la de Zarok y caí hacia atrás de espaldas al suelo. El kroquem continuaba sobre mí. Me revolví para que no me mordiera, pues era lo que estaba intentando. El kroquem alzó la mano rabioso y me provocó un rasguño en la cara con sus uñas afiladas. La venda se soltó,  pero esta vez contuve la respiración a tiempo.

Pronto apartaron de mí a aquel ser. Zarok lo tiró con violencia al suelo y, rápido y audaz, con una frialdad inhumana, deslizó su espada de la vaina y le atravesó con ella el pecho. El kroquem murió en el acto. Zarok me tendió su mano para ayudarme a levantarme. En cuanto a mí, había cogido rápidamente el extremo de mi capa para taparme con ella la boca y nariz.

Zarok recogió de nuevo el trozo de tela que se me había caído y me la colocó con suavidad. Entonces vio mi rasguño que sangraba.

—¿Te duele? —preguntó.

Sí, dolía, pero podía aguantarlo. Negué con la cabeza para que no se preocupara.

—¿Qué ha pasado aquí? —dijo Kar, que justo llegaba adonde nos encontrábamos.

—Un kroquem la ha atacado —respondió Zarok señalando con la cabeza al kroquem que yacía en el suelo.

—Pues debemos irnos rápidamente de aquí. Los demás no tardarán en llegar —dijo Kar apresurado, sin apartar la mirada del kroquem muerto.

Continuamos rápidamente la marcha. Esta vez Zarok me rodeó los hombros con su brazo para llevarme más cerca de él.

—No te separes de mí ni un momento, ¿de acuerdo? —dijo en mi oído.

Asentí en silencio, sin dejar de mirar para todos lados. Parecía que nuestra relación había mejorado mucho desde el primer incidente con la niebla. Ahora sentía mucha más protección por su parte, aunque sabía que por mucho que hubiera intentado evitar su cercanía, nunca me había dejado de proteger desde que había pisado Ossins por primera vez.

Zarok se apresuró un poco más para ponernos a la altura de Kar.

—¿Qué podemos encontrarnos en la guarida? —le preguntó una vez estuvimos a su lado.

—Nada bueno, pero sé que hay una entrada que hace años que está inutilizada. Esa entrada es la que nos interesa. Lo difícil será llegar a la habitación de la planta subterránea, seguramente estará muy vigilada.

—¿Tienes alguna idea para llegar hasta ella?

—Solo se me ocurre utilizar el despiste. Ellos han perdido la vista, y también la razón como humanos. No son capaces de discurrir, se mueven y reaccionan por instinto como los animales y les pierde el olfato. La sangre es lo que más les atrae. Los vuelve locos, por lo que deberíamos de cazar y utilizar los animales muertos que consigamos para despistarlos.

—¿Y qué podemos cazar aquí?

—No mucho.

Kar se detuvo de pronto, alerta.

—¿Qué ocurre? —preguntó Zarok mirando hacia todas partes.

—Creo que nos siguen. ¿Eso es sangre? —me miró y preguntó, señalando mi cara.

Me llevé la mano a la herida. Aún estaba sangrando y entendí el problema que podía haber generado.

—Hay que correr y salir de aquí. Intentaremos despistarlos, pero con esa herida sangrando lo tendremos difícil. Hay cortar la hemorragia.

—Tengo una idea —dije.

Saqué el pétalo de flor del saquito que nunca se separaba de mí. Lo tapé con las dos manos, cerré los ojos y me concentré, no teníamos mucho tiempo. Por mis brazos comenzó a recorrer el agua para dirigirse hasta el pétalo. Mi colgante brilló con intensidad, más de lo normal y una columna de luz se alzó hacia arriba sobrepasando los árboles. El pétalo recogió el agua y la luz que yo le proporcionaba y la herida fue sanando. Al no resultar muy grave no tardé demasiado. Pronto, todo desapareció.

Ahora podía verlos a todos perfectamente. La luz había alejado unos metros a nuestro alrededor a la niebla y me miraban fijamente asombrados, con una luz en su mirada que pronto desapareció.

—Han dejado de seguirnos —dijo Kar sin apartar su mirada de mí—. Ha debido ahuyentarles la luz. No la soportan a pesar de estar ciegos, pueden sentirla.

Cuando todos se hubieron recuperado de aquel acontecimiento que acababan de presenciar, continuamos la marcha.

—Nunca te había visto utilizar tanta luz —me susurró Zarok.

—Ha sido mi alma. Ha querido ayudarnos para que dejaran de seguirnos —contesté convencida.

Él no volvió a decir nada más.

—Ya puedo imaginarme por qué la proteges con tanto esfuerzo —dijo Kar y miró a Zarok con una sonrisa interesada.

Sentí cómo Zarok me agarraba con más fuerza, temiendo que fuera a desaparecer en cualquier momento.

El camino transcurrió tranquilo, aunque todavía teníamos que encontrar algún animal que cazar. Continuamos hacia el este, había que llegar al final del bosque. Kar salió corriendo sin previo aviso y sacó su espada para clavarla sobre algo. La niebla había vuelto a envolvernos. Kar apareció con un animal muerto, era muy pequeño, peludo y negro.

—Ya estamos cerca. Con esto nos bastará para distraerlos —dijo Kar.

 

***

 

No pudimos continuar caminando, pues nos topamos con una pared. Habíamos llegado. Kar nos indicó que esperáramos. Algunos de sus hombres le ayudaron a empujar la pared y se deslizó una roca hacia dentro, dejando una entrada libre.

Ordenó a cinco de sus hombres hacer guardia fuera y los demás nos adentramos dentro. Había una oscuridad perpetua, por lo que pedí a mi alma que nos proporcionara luz y el colgante brilló débilmente. Kar me miró sonriendo.

—Eres muy práctica.

No hice caso a su observación. Zarok volvió a rodearme los hombros con su brazo, estaba claro que Kar no nos agradaba a ninguno de los dos.

De momento, la guarida no tenía nada de especial. Por dentro era una cueva normal, como muchas de las que había por Ossins. Continuamos avanzando. Aquello parecía un laberinto: caminábamos recto, girábamos a la derecha y luego a la izquierda.

—Si no fuera porque sé que eres un corban, diría que has estado mucho por aquí —dijo Zarok mirándolo con desconfianza.

—Hubo un tiempo en el que venía mucho por aquí. Pero no te alteres, eso fue hace años, cuando las dos colonias aún estaban unidas. Cuando los kroquem aún no estaban consumidos por la oscuridad este bosque no era tan oscuro. Yo era un niño, me gustaba explorar y esta guarida me fascinaba. Jugaba a perderme y a encontrar de nuevo el camino hasta que poco a poco me aprendí la guarida entera. Pero los kroquem cambiaron y su territorio se sumergió en la niebla. No volvimos a tratar con ellos, aunque han intentado robarnos muchas veces. Hasta que lo consiguieron —dijo, y se detuvo—. Ya hemos llegado a la entrada que lleva a la parte subterránea.

Nos hizo un gesto para que estuviéramos todos en silencio.  Comenzamos a bajar por unas escaleras altas, deformadas, escurridizas y demasiado pulidas de tanto pasarlas por encima. Kar rajó al animal que llevaba en la mano y lo fue deslizando por las paredes. La sangre de la criatura fue dibujando sobre la pared tras nosotros. Cuando llegamos hasta el final no había nadie en el corredizo. Era extraño; nadie vigilaba aquella zona.

—Bueno, después de todo puede sernos útil guardar este animal para la salida. Tal vez los hayamos pillado de caza o sigan buscándonos, quién sabe. En esta colonia no siguen normas ni piensan de manera racional.

Caminamos por el corredizo unos metros hasta que llegamos a una abertura que llevaba hasta una sala. Kar se detuvo antes de entrar y se giró hacia nosotros.

—Pasad dentro y buscar el medallón y lo que hayáis venido a buscar vosotros —dijo.

Zarok lo miró, furioso.

—No me mires así, nosotros somos vuestra escolta y guía, no los que tienen que buscar el encargo —dijo Kar con calma.

No tuvimos más remedio que entrar. La sala era amplia y estaba llena de baratijas viejas amontonadas por todas partes sin ningún orden  ni control. Los dos miramos nuestro entorno analizándolo y, entonces, encontramos nuestro objetivo.

Al lado derecho de la sala se encontraba una repisa de roca y sobre ella yacían cuatro objetos. Uno era el medallón de la colonia de los corban. También se encontraba la pequeña vara de fuego perteneciente a las Montañas Huracanadas y otros dos objetos que no eran de nuestro interés: una pequeña daga con el filo de color rojo y una bola de cristal tan grande como mi mano. Dentro de ella se sostenía un arco negro con una flecha en el centro. Zarok cogió el medallón y yo la reliquia a la vez.

—¡Lo hemos encontrado! —anunció Zarok en voz alta para que se enteraran Kar y los demás.

Pero cuando separamos de la repisa ambos objetos, unos hilos oscuros salieron de todas partes de la sala, apresándonos y tensándose dejándonos suspendidos en el aire. En ese momento entró Kar con esa sonrisa de satisfacción que tanto me irritaba. Se acercó hasta Zarok y le quitó el medallón.

—Gracias por vuestra ayuda —le dijo.

Zarok vio cómo se dirigía hacia la entrada para marcharse.

—¿Qué hacéis? Ayudadnos a salir de aquí —dijo Zarok enfurecido.

Kar se detuvo.

—Lo sabías, ¿verdad? Sabías que había una trampa dentro. ¡Tu líder dijo que nos escoltaríais, que nos ayudaríais! —gritó Zarok con desprecio.

—Lo siento, pero el líder no dijo nada de ayudaros a volver, solo dio órdenes de escoltaros hasta llegar aquí. Pero ya tenemos lo que nos interesaba, ya no tenemos por qué ayudaros. Aunque podemos salvar a la chica, sería de gran ayuda tenerla en nuestra colonia —dijo de manera repentina, mirándome con un interés que me hizo sentir incómoda.

—No iré con vosotros ni aunque sea la única opción —repliqué furiosa.

—Entonces morirás aquí junto a él. Es una lástima que el líder solo nos mandara a por el medallón, si no te obligaría a venir con nosotros —dijo Kar con un punto de decepción en la voz.

Se acercó a mí y me acarició el rostro. Aparté la cara de su mano inmediatamente.

—Zalai, linoa ridi sen siyi[3] —dijo Kar mirándome casi con adoración.

No pude evitarlo: le escupí en la cara. Él se limpió con tranquilidad sin que se le borrara aquella sonrisa irritante.

—Eres una chica encantadora.

Se dirigió hacia la entrada.

—Suerte a los dos, la necesitaréis. Vendrán de un momento a otro. Es un placer haberos conocido.

Salió de la sala y desapareció con el resto de la escolta.