Ossins
Cuando desperté sentí un horrible dolor de cabeza. Intenté levantarme, pero no pude. Miré hacia todos lados estudiando mi entorno, no me encontraba en mi habitación, de eso estaba segura. ¿Dónde estaba? Parecía una pequeña casa construida únicamente por ramas sólidamente enredadas unas con otras de un color diferente a las ramas de los árboles que yo conocía, ya que estas eran azules y negras.
Rocé con mis dedos las ramas que formaban la pared de aquella casa. Estaban frías, realmente frías, pero si rozaba el color negro se podía percibir calidez.
Me encontraba sobre una cama que parecía estar acolchada por plumas negras. Pasé una mano por mi frente, estaba sudando. De pronto, me di cuenta del calor que hacía allí, a pesar de desprender frío aquellas ramas, pero el ambiente era demasiado seco creando un contraste sofocante.
Intenté levantarme con urgencia, necesitaba agua, pero mis piernas no reaccionaron y me caí al suelo. ¿Sería un sueño? Pero no podía ser, parecía demasiado real. ¿Qué había pasado? No recordaba nada, me dolía la cabeza. Entonces él apareció frente a mí, con una mirada no precisamente amable.
—¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Dónde diablos me has traído? —De pronto, los recuerdos aparecieron en mi mente y apreté los puños furiosa—. Tú me dormiste, ¿verdad?
Él no respondió y continuó mirándome con indiferencia.
—¡Contéstame! —grité.
—No te dormí, te dejé inconsciente.
Aquella actitud me fastidiaba. Pensé en Jim y dejé escapar un grito ahogado al recordarlo. Me tapé la boca con la mano, asustada. ¿Lo habría matado?
—¿Has… has matado a Jim? —pregunté muy despacio, por temor a su respuesta.
Al pronunciar su nombre me dedicó una mirada más seria. Tardó unos segundos en responder.
—No.
Dejé escapar una gran cantidad de aire que había estado reteniendo, aliviada al escuchar aquello. Casi me derrumbé por completo en el suelo. Cada vez sudaba más y mi cuerpo se iba quedando sin energía, lo notaba, sentía cómo me iba dejando poco a poco.
Algo cayó a mi lado. Era una botella con agua. La cogí desesperada, echándome un poco por encima y el resto me la bebí para humedecer mis labios y boca, los tenía secos. Noté cómo mi cuerpo se iba recuperando y me sentí mejor. Unos brazos me agarraron por detrás sin esperarlo y me alzaron del suelo. Miré a Zarok, retirándome bruscamente. Él me miró también y, por un momento, vi algo de furia en su mirada, pero apenas fue un segundo.
—No te atrevas a tocarme —le dije con tono amenazador.
Él se acercó un poco más a mí y yo me alejé. La casa no era muy grande, pero lo suficientemente espaciosa como para mantener una distancia prudente.
—No puedes hacer nada, apenas sabes controlar lo más sencillo de ti —dijo convencido.
Le sonreí con demasiada seguridad en mí misma.
—Y por eso soy más peligrosa, aún no controlo mi magia y no te imaginas la fuerza con la que puedo expulsar mi energía —repliqué convencida de que mis palabras lo asustarían, pero estaba equivocada.
Zarok volvió a sonreír y eso no me gustó demasiado. ¿Por qué sonreía?
—Aquí no durarías ni cinco minutos desprendiendo energía sin ningún control.
Sus palabras me inquietaron. Era cierto: aún no sabía dónde estaba y aquel ambiente me afectaba con rapidez, pero no pensaba rendirme.
—Puede, pero morirías conmigo en el intento.
Él se encogió de hombros.
—Puedes probar, si te atreves.
Apreté los puños con fuerza y desvié la mirada hacia otro lado dejando caer los hombros, derrotada. No tenía opción.
—¿Dónde estoy? —pregunté, sin poder evitar que en mis ojos se reflejara el miedo que comenzaba a nacer en mi interior.
—En Ossins —respondió con calma.
Lo miré sin poder creer lo que escuchaba. Retrocedí más hasta que me topé con la pared y me fui deslizando por ella hasta llegar al suelo. Él dejó escapar una sonrisa, sabía que había vencido, estaba atrapada en aquel mundo, no podría salir por mi cuenta, lo necesitaba a él. Intenté calmar mi corazón, latía demasiado rápido. Cerré los ojos un momento y me levanté. Fijé mi mirada firme en la suya.
—De acuerdo, no tengo más alternativa. ¿Qué quieres de mí?
Comenzó a acercarse más, pero aquella vez no me moví. Tampoco podía y no tenía muchas más opciones. Se detuvo cuando estaba a solo un paso de mí.
—¿Aún no lo entiendes? No intento hacerte daño, sino todo lo contrario: me esfuerzo por protegerte.
Aquella revelación me sorprendió, no me esperaba aquella respuesta, aunque si lo pensaba, tenía algo de sentido su comportamiento. Abrí la boca para hablar, pero volví a cerrarla de inmediato. No sabía qué decir.
—No entiendo nada.
—No te preocupes por estar confundida, es normal. Tampoco te pido que lo entiendas.
Nos mantuvimos callados. La situación era incómoda, no parecía tener intención, por el momento, de contarme nada de sus motivos por retenerme a su lado, aunque intentaría permanecer alerta, no podía confiar del todo.
—¿Por qué me afecta tanto este lugar? —pregunté para calmar el ambiente.
Zarok sonrió y se alejó de mí un tanto, sentándose sobre la cama.
—¿No es obvio? Estás en el mundo de la oscuridad y el fuego. —No añadió nada más, no lo vio necesario.
Cierto, que estúpida. Aquel lugar no era compatible conmigo, era un ambiente que me mataba. Había dicho que quería protegerme, ¿pero cómo iba a conseguirlo si me llevaba a un mundo donde su simple aire me iba arrebatando la vida?
Deseé por un momento largarme de allí cuanto antes, salir corriendo y perderle, encontrar la forma de escapar. Pensé en el ojo de cristal. Disimuladamente acerqué mi mano al bolsillo de mi pantalón. Ahí estaba, no me separaba nunca de él. Por la noche me había encontrado tan cansada que no llegué ni a ponerme el pijama y el ojo de cristal se quedó en mi bolsillo. Tal vez pudiera utilizarlo para comunicarme con Jim, tal vez… hubiera una posibilidad de escapar de allí.
Tenía que intentarlo, nada de aquello era normal y no podía confiar en Zarok. Pero no tenía que precipitarme, tenía que esperar a que llegara el momento, por ahora tenía que hacerle creer que confiaba en él. Me acerqué hasta la cama y me senté a su lado.
—¿Por qué quieres protegerme? —pregunté con curiosidad, quería saber también en qué pensaba.
Parecía meditar y tenía la mirada perdida. Sin darme tiempo a reaccionar, giró la cabeza y clavó su mirada en mis ojos. Me quedé sin aliento, se paró mi corazón y se fundieron mis sentidos. ¿Por qué me alteraba tanto su mirada?
No llegó a contestarme, pues sin previo aviso me agarró suavemente el rostro con las dos manos. Parecía mirarme con cariño. ¿Qué hacía? Estuve tentada de apartar su mano de un manotazo, pero no fui capaz de mover ni un dedo. Sus ojos comenzaron a teñirse de negro como una noche nublada, las venas de su alrededor se marcaban del mismo color y percibí una sensación inexplicable entrando en mi interior. Mi vista se oscureció y perdí el sentido.
¿Qué me está pasando? Oigo mi respiración, pero siento como si no existiera. ¿Zarok? ¿Por qué no puedo hablar? ¿Qué pasa? Siento que tengo los ojos abiertos, pero solo veo oscuridad.
Intentaré moverme. ¿Cómo? ¿No puedo? Siento frío y calor, frío y calor. Esto es horrible. Puedo escuchar los latidos de mi corazón.
«¿Alise?»
¿Zarok?
«Alise, ¿me oyes?»
Sí, te oigo.
«Alise, responde si me oyes».
¡Zarok, te oigo! ¡Por qué! ¿Por qué no puedo hablar? ¡Por favor, quiero salir de aquí, es como si estuviera encerrada en un ataúd!
Vislumbré una pequeña grieta de luz, parecía estar muy lejos, pero hice el mayor esfuerzo que pude con mi mente para alcanzarla y no soltarla, aferrándome a ella con fuerza. De pronto todo comenzó a aclararse, la oscuridad se desvanecía.
Sentí cómo aquella fuerza oscura dejaba de oprimirme por dentro, ahogándome, iba sintiendo poco a poco mi cuerpo y volví a ser libre. Mi respiración estaba agitada. Diferencié una figura algo borrosa frente a mí, hasta que conseguí verla con claridad. Zarok estaba sentado cerca, observándome preocupado. Se acercó deprisa cuando vio que me movía y me ayudó a incorporarme.
—¿Estás bien?
Su cara era un mar de preocupación, se podía ver a un kilómetro que había sufrido.
—¿Qué ha pasado? —pregunté casi sin fuerzas.
—Menos mal que estás bien —dijo haciéndose el loco.
—¿Qué coño ha pasado? —dije alzando la voz, furiosa.
Pero un mareo provocó que perdiera el equilibrio. Zarok me sujetó antes de llegar a caer al suelo y me acercó hasta la cama.
—Cuéntame inmediatamente qué ha ocurrido —dije apoyando mi mano en la frente, mareada.
Me miró con cara inexpresiva y, tras unos segundos, respondió.
—Tienes un alma demasiado fuerte, me cuesta controlarlo contigo.
Reflexioné en sus palabras y, entonces, comprendí.
—¿Estás insinuando que lo de antes…? —Me detuve unos segundos, después lo miré—. ¿Es eso lo que hace la oscuridad con nosotros?
Continuó mirándome, sin decir nada.
—¿Y tú dices que me proteges? ¿Es esta tu manera de hacerlo?
Él no parecía poder hablar, de pronto se le veía demasiado débil.
«Puede que sea esta mi oportunidad de marcharme», pensé al verlo así.
—Tengo que irme, no puedo estar a tu lado. Si quieres protegerme, aléjate de mí —dije con palabras teñidas de frialdad.
Zarok desvió su mirada y continuó sin pronunciar palabra. Observé de nuevo mi entorno, no era muy acogedora la casa. Más bien, parecía un refugio para dormir: únicamente estaba amueblada por una cama y una mesa, todo hecho por las ramas de aquella especie de árbol. Era casi insoportable aguantar por más tiempo en aquel lugar frío y cálido a la vez, de nuevo la debilidad comenzaba a apoderarse de mi cuerpo. Tenía que largarme y rápido.
Le dirigí una última mirada. Se le veía muy débil y moví bruscamente la cabeza, por un momento me había pasado fugaz el pensamiento de quedarme a su lado, ¿pero en qué estaba pensando? Debía irme, ahora. Busqué la salida y la hallé justo al lado de la mesa. La casa tenía forma de óvalo, era muy original en cierto sentido. Me dirigí hacia la salida.
Zarok no intentó retenerme, por un momento sentí algo de decepción, pero no debería importarme. Ya casi podía ver el exterior, aunque no sabía lo que me encontraría, estaba en un mundo desconocido.
Justo cuando ya estaba a punto de poner un pie fuera, una mano me agarró de la muñeca y me obligó a darme la vuelta. La mirada cansada de Zarok se clavó en la mía.
—No te vayas… Tienes que estar a mi lado —dijo entre susurros—. Es im... portante…
Lo último apenas se escuchó. No entendía qué le sucedía. Su cuerpo empezó a apoyarse cada vez más en el mío, se caía. Cerró los ojos y se desplomó ya sin fuerzas. Lo sostuve a duras penas, pesaba demasiado para mí.
Lo tumbé en el suelo con cuidado para que no se diese ningún golpe fuerte. Ahora que estaba inconsciente tenía que marcharme. Lo miré de nuevo y dudé por un momento, pero no, ya no era asunto mío. Tenía que encontrar la forma de salir de aquel agujero. Me incorporé y salí de la casa formada por ramas.
Jim me esperaba al otro lado, debía estar preocupado por mí.