Buscándome

 

Como ocurría cada día, los primeros rayos de luz que entraban por mi ventana me despertaron. Cuando fui a moverme hice una mueca de dolor, me dolía todo el cuerpo, lo sentía dormido y pesado. No recordaba muy bien lo que había ocurrido esa noche, lo único que veía en mi mente eran unos ojos que se oscurecían y luego desaparecían en las sombras. No recordaba ni cómo había llegado a la cama otra vez, ni tampoco cómo me había quedado dormida.

Intenté levantarme de la cama, pero mi cuerpo no parecía obedecerme del todo. Llegué a la cocina apoyándome y agarrándome a todo lo que veía, aún me faltaban las fuerzas. Me acerqué rápidamente a por una botella de agua, pero no agua de la que se compra en un supermercado, sino agua directamente caída del cielo. Desde que había descubierto que la lluvia me ayudaba a recuperar fuerzas, siempre que llovía, recogía agua por si la necesitaba.

Me bebí la botella entera y poco a poco fui notando mi cuerpo regenerarse. Respiré profundamente, lo agradecí. Giré la cabeza hacía el suelo, un bulto me había llamado la atención. Solía ser muy ordenada, por lo que me extrañó que hubiera algo tirado en el suelo. Me acerqué hasta él y me di cuenta de que se trataba del libro que me había dado Carol para leer.

—Entonces no ha sido un sueño —me dije disgustada.

Cada día que pasaba algo, me despertaba al siguiente deseando que todo hubiera sido una pesadilla, pero nunca era así.

Miré hacía el sofá, sobre él aún continuaba el ojo de cristal. No me apetecía pensar en nada de lo que hubiera sucedido el día anterior, deseaba desayunar tranquilamente viendo la tele, como una persona normal.

Calenté leche y me hice unas tostadas, respiré profundamente y saboreé el olor a tostadas recién hechas, untadas con mantequilla y mermelada de melocotón. Exquisitas.

Pero aquel desayuno tranquilo y aquella normalidad duraron poco tiempo, pues el timbre sonó. Era temprano para que alguien fuera a mi casa. Me dirigí a la puerta. No paraban de llamar una y otra vez con impaciencia. Además, sonaba en la puerta de mi piso, alguien se había dejado otra vez la entrada del bloque abierta. Aquello me molestaba, porque cualquiera podía entrar dentro del bloque: ya en una ocasión hubo problemas por aquel asunto, pero no es el momento de contar ese incidente.

Miré por la mirilla, me había vuelto muy desconfiada.

«Aunque no creo que si viniera la oscuridad a por mí llamara al timbre», pensé de forma bromista para mis adentros y me reí para mí misma como una tonta. Pero no era la oscuridad, claro, se trataba de Jim, ya lo había olvidado.

—¡Vaya! Hola —dije sorprendida por verlo, pero sin demasiado entusiasmo.

—Perdona por las horas —se disculpó, algo avergonzado y entrando apresuradamente dentro de la casa sin esperar mi invitación. Parecía nervioso.

—Oh, no tienes por qué disculparte, pasa con toda confianza —dije un poco molesta mientras cerraba la puerta.

Se detuvo en mitad del comedor, no había entrado nunca y obviamente no sabía a dónde dirigirse. Me miró nervioso, esperando a que le dirigiera a algún punto en concreto del piso, aunque tampoco había mucho donde elegir.

—Justo ahora estaba desayunando, si quieres nos sentamos en la cocina y hablamos mientras termino.

 Me senté de nuevo en la mesa y él se sentó frente a mí.

—¿Te he pillado en mitad del desayuno? Cuánto lo siento —Volvió a disculparse.

—Te he dicho que no importa —Aunque en el fondo sí que me importaba, pero intenté aparentar toda la amabilidad posible—. ¿Has desayunado? ¿Te apetece algo?

—No, gracias, no te molestes. No he venido para quedarme mucho rato.

—Como quieras —le dije, y continué con mis tostadas, aunque con su llegada había roto la magia de mi desayuno normal y tranquilo.

Nos quedamos en silencio, un silencio que quise romper porque resultaba incómodo.

—Y bueno… entonces, ¿qué te trae por aquí? —le pregunté con curiosidad—. Porque habrás venido por algún motivo, ¿no? Verme desayunar no es algo muy urgente y tampoco muy glamuroso.

Entonces me di cuenta de que debía tener un aspecto horrible, tenía el pelo revuelto y el pijama, no me había puesto ni una bata ni nada para recibirlo.

—Pues…esto… —Parecía tímido, pero de pronto se quedó serio mirándome con firmeza—. ¡Me gustaría pasar las noches aquí contigo!

Al oír aquello se me escapó, sin querer, la leche que estaba bebiendo. Me detuve mirándolo, atónita.

—Verás… —expliqué mientras limpiaba con una servilleta la leche derramada—. Creo recordar que anoche te dije que...

Pero no me dejó terminar.

—Ya sé lo que me dijiste, pero lo veo necesario. Ayer vi a un chico vigilando tu casa y no me gustó, sola no estás segura.

Me miró realmente preocupado.

No sabía qué hacer, recordaba la noche, sí, realmente no estaba segura sola. Pensé en contarle lo de aquel chico, pero por algún motivo preferí no hacerlo. 

—Bueno, ¿qué dices? ¿Puedo quedarme contigo a partir de ahora? Lo he comentado con Carol y ella opina lo mismo que yo.

—No sé, Jim, te agradezco que seas así, que me quieras proteger, pero…

Volvió a interrumpirme.

—Alise, escucha —dijo tan serio que no pude por menos que prestarle atención de verdad—. No te pediría esto si no fuera necesario. La oscuridad se mueve, están buscando algo y, según me ha informado Carol, lo tienes tú; eres su punto blanco, ¿no lo entiendes? Van a por ti y sola eres más vulnerable. Por favor, déjame que esté a tu lado.

Suspiré. Tenía razón. Además, todo seguía pareciendo poco creíble, pero si fuera verdad… También me agobiaba la idea de ver mi espacio personal invadido. Intuí que no me quedaba otra, sabía que no pararía de insistir hasta que aceptara.

—De acuerdo, puedes quedarte.

—Gracias. No te arrepentirás —dijo, sonriendo, con voz protectora.

Mientras terminaba de desayunar, Jim se levantó y observó el piso, hasta que su vista se detuvo fijamente en el ojo de cristal que aún continuaba sobre el sofá.

—¿Es eso lo que buscan? —preguntó señalando hacia el ojo.

—Sí, al menos eso es lo que dijo Carol —dije sin prestarle demasiada atención.

Él siguió hablando, pero ya no le escuchaba. Mi mente viajó muy lejos de ahí. Pensé en aquel chico extraño de la oscuridad, rememoré la noche pasada, pero no la recordé con miedo.

«Se llama Zarok», pensé de pronto y sonreí. ¿Pero por qué sonreía? Deseaba verlo otra vez. ¿Verlo otra vez? Todo era tan incomprensible. Si él realmente existiera todo sería mucho más fácil de creer, ¿pero por qué pensaba todo aquello?

Mi corazón se congeló, asustado, y comencé a temerme lo peor. Tomé una decisión. De acuerdo: si la vida se empeñaba que perteneciera a algo difícil de creer, lo aceptaría. Miré a Jim, que aún continuaba hablando.

—Me gustaría saber cómo funciona —dijo, y me miró—. ¿Me estás escuchando, Alise?

—Sí, pero no lo sé. No tengo la menor idea de cómo puede funcionar. Tal vez Carol lo sepa.

Se quedó pensativo.

—Sí, tiene que saberlo. Conoce este mundo mucho mejor que nosotros.

—Dime, ¿cuánto hace que te enteraste de todo esto?

En realidad no sabía nada de él, ya era momento de preguntarle algunas cosas y saber quién iba a quedarse en mi casa.

—Cuatro años, me enteré a los dieciocho.

Tenía el ojo de cristal en la mano y lo observaba detenidamente.

—¿Entonces eres cuatro años mayor que yo? Nunca lo hubiera dicho. ¿Y dónde has vivido todo este tiempo?

—Creo que ya te respondí a esa pregunta ayer. Desde que mis padres murieron vivo con Carol.

—Entiendo… ¿y cómo te enteraste de lo que posees? —pregunté con gran curiosidad.

Jim soltó una carcajada.

—¡Vaya! Eres peor que la policía preguntando. ¿Me estás haciendo un examen para saber si soy digno de vivir bajo tu techo? —dijo con una sonrisa pícara, fijando su mirada en mí.

Me ruboricé.

—Perdona yo… —dije incómoda.

Él se echó a reír de nuevo.

—Es broma, Alise, entiendo que quieras saber más sobre mí, prácticamente soy un extraño, pero tenemos tiempo, ¿por qué contarnos todo ahora? Después ya no habría nada de qué hablar. Creo que yo aún no te he preguntado nada sobre ti —dijo algo serio.

Por un lado, tenía razón respecto a que él no había preguntado nada sobre mí, pero por el otro, tenía la sensación de que él ya conocía todo sobre mi vida.

—Está bien, seguiré con el examen más tarde —dije resignada con tono burlón.

Jim miró la hora en el reloj de pared que tenía sobre el televisor.

—Tengo que marcharme, pero si quieres puedo llevarle el ojo a Carol para que lo examine y reunirnos contigo después —dijo impaciente.

No era mal plan, pero no terminaba de convencerme.

—No es mala idea, pero prefiero ir yo en persona a llevarlo. Aunque gracias.

Jim se quedó muy quieto, después suspiró y dejó el ojo con cuidado sobre el sofá.

—Todavía no confías en mí, ¿verdad?

—No es eso… —comencé a decir.

—No, no —Me interrumpió, parecía ofendido—. No hace falta que te expliques, lo entiendo perfectamente. Nos veremos más tarde, supongo. Hasta luego.

Fue lo último que dijo mientras salía por la puerta. De nuevo sola con el silencio de mi piso, no sabía si sentirme culpable o aliviada porque se hubiera marchado.

Aquel día no trabajaba, era domingo, y los domingos los tenía libres. En aquel momento no sabía que ya no volvería al trabajo.

El piso estaba hecho un desastre, necesitaba una limpieza urgente, aquella noche no iba a estar sola. Siempre me había gustado al menos dar buena hospitalidad.

Entré en la habitación de invitados. Estaba llena de polvo, sin sábanas; nunca la había necesitado, hasta hoy. Me puse manos a la obra para dejar la casa lista antes de ir a visitar a Carol, si había decidido aceptar aquella locura, aún tenía muchas cosas por aprender y Carol era la única que podía ayudarnos a Jim y a mí, que éramos novatos.

Una vez terminé de limpiar y ordenar me dejé caer un momento sobre el sofá, cansada. Me fijé en el libro, todavía no le había echado una ojeada a su interior, así que lo cogí. La resurrección de las almas, leí de nuevo, su portada era de piel del color del carbón y las letras estaban en relieve, en color blanco. Era bonita, la piel brillaba a la luz del sol que entraba por la ventana del comedor. Lo abrí para explorar su interior.

Pero descubrí con sorpresa que todo venía escrito en otro idioma que no reconocí. Me llamó la atención que su portada estuviera en inglés. En la primera página venía una especie de índice, pero no me sirvió de nada, no lo entendía. Lo hojeé por encima, todo seguía estando en aquel idioma, hasta que al final me detuve para ver un dibujo que me había llamado la atención. Se trataba de un objeto que me era familiar, puede que lo hubiera visto en algún lugar, era parecido a un garfio, pero el gancho era como el filo de una espada. En realidad, era como una daga con el filo moldeado en forma de gancho, el mango formado por seis paredes unidas completaban un prisma hexagonal y había algo inscrito en cada lado de él, en símbolos que no llegaba a entender:

                 

Debajo del dibujo también había algo escrito en aquel idioma:

 

       

 

Continué hojeando, pero las páginas siguientes estaban arrancadas. No me serviría de mucho aquel libro. Pensé en preguntarle a Carol si ella sabría traducirlo.

Me fijé en la hora, se hacía tarde, no podía entretenerme más. Me guardé el ojo de cristal en el bolsillo del pantalón, cogí una mochila para el libro y salí corriendo en dirección a la parada del bus.

 

El agotamiento embargaba todos mis sentidos. Necesitaba recuperar energía, llevaba un rato practicando lo que Carol me enseñaba.

—No voy a conseguirlo, esto es inútil —dije deprimida mientras me dejaba caer sobre una silla.

Carol había tratado de enseñarme a utilizar mi magia o, al menos, parte de ella: los procesos más sencillos. Pero no había conseguido nada, únicamente gastar energía.  Ella me miraba sin estar de acuerdo con mi actitud.

—Si piensas eso es cuando será inútil, no debes impacientarte, todo esto no podrás hacerlo en un día. Tienes que dejar que tu cuerpo asimile varias cosas.

Suspiré, no me convencía.

Nos encontrábamos en una terraza que tenía la parte trasera de la casa. Los árboles no dejaban ver la calle, estábamos resguardadas de miradas indiscretas. El porche estaba acomodado por una mesa con varias sillas.

Carol entró al interior de la casa y regresó unos minutos después con una bandeja sobre la que llevaba té y unos pastelitos, además de un jarro con agua. Ella ya había notado que no era muy apasionada al té, sin embargo, sí sabía que necesitaba beber muy a menudo agua y siempre tenía preparado un jarro para mí. Nada más verlo me lancé a por él como si hubiera pasado una semana en el desierto sin probar ni una gota de agua. Ella sonrió, parecía menos fría y distante conmigo. Me observó beber toda el agua del jarro de una vez, se sentó a mi lado y se sirvió una taza de té.

—Gastas tu energía con mucha rapidez, tendremos que practicarlo también —me dijo mirándome muy seriamente.

Que no consiguiera controlar el gasto de energía era algo que le preocupaba.

—Pero si ni si quiera he conseguido hacer nada todavía —repliqué suspirando de nuevo.

—Tu problema es que eres demasiado impaciente. Verás, hay algo que debes entender: que tú hayas asimilado por fin todo esto, no quiere decir que tu lado inconsciente también lo haya hecho.

Me miró fijamente y yo asentí con lentitud, dándole a entender que comprendía lo que me estaba diciendo.

—Por lo tanto, si sigues exigiéndole algo que aún no entiende, no va a reaccionar a lo que le mandes. Es como el caso de un niño pequeño, suelen negarse la mayoría de las veces a obedecer lo que le dicen sus padres, ¿por qué? Porque no comprenden aún por qué les prohíben o les exigen cosas, porque todavía no se ha desarrollado su mente consciente para asimilar y razonar. Sin embargo, su lado inconsciente es mucho más fuerte.

»Al contrario que cuando vamos creciendo, nuestra mente consciente se vuelve más fuerte dejando a la inconsciente atrás. Tu problema desde el principio es que no creías en la magia y aún te cuesta, has conseguido que tu mente consciente asimile todo sin darle ningún tipo de explicación, pero tu inconsciencia aún continúa buceando entre la lógica de la situación, lo que perjudica a tu cuerpo. Tienes que dejarte llevar, Alise, dejarte llevar por la magia, que recorra tu cuerpo, tienes que dejar que tu alma se una con ambas mentes, con la consciente y con la inconsciente. Aún tienes una barrera de búsqueda de razones que las separa. Tienes que romper ese muro.

Asentí lentamente mientras escuchaba. Con mi mente consciente había sido fácil no seguir buscando alguna explicación lógica, pero con la inconsciencia… ¿Cómo podía hacer eso? Decidí cambiar un poco de tema para relajarme

—¿Qué relación tenías con mi madre? —pregunté con curiosidad, era algo que me preguntaba a menudo.

No había llegado a conocer una parte de la vida de mamá, ahora tenía muchas preguntas y en estos momentos solo Carol podía responder a ellas.

—La misma que tengo contigo, hija —dijo y sonrió ampliamente.

—¿También fue tu aprendiz? —dije ilusionada.

—¡Claro!

Me gustaba la idea de saber que mi maestra sería la misma que la de mi madre. Tenía que hacerle caso en todo, ella sabía de lo que hablaba.

—¿Y al principio también le fue difícil aprender?

Meditó durante unos segundos.

—Bueno, también tuvo sus problemas a la hora de instruirse; era muy grande el poder que habitaba en su interior, pero no tardó mucho en aprender a controlarlo y a utilizarlo —Me miró de reojo para ver mi reacción y al ver cómo agachaba la cabeza, fue a decir algo más—. Pero…

—Voy a lograrlo, lo conseguiré, hoy mismo —la interrumpí mientras me ponía en pie y soltaba aquellas palabras con decisión.

Me situé fuera del porche para no producir daños. Carol me había explicado que al principio no se controla bien la cantidad de agua que quieres sacar del cuerpo, ni tampoco el tipo de presión, y podría ser peligroso tener cosas cerca porque las podía destrozar. Aquel día estaba intentando aprender a formar una corriente de agua alrededor de mi cuerpo como si fuera una burbuja que me envolviera, porque a través de ella podría viajar a Cirvas, era la única forma para llegar. Según Carol, era de lo más sencillo, al menos eso es lo que decía ella.

Me esforcé por concentrarme, tenía que conseguir que mi mente hablase con el agua que habitaba en mi interior, con el alma de Yagalia.

No sabía muy bien cómo hacerlo, la primera vez que lo intenté solo conseguí que salieran gotas de agua a través de mi piel, como si estuviera sudando. No sirvió de nada, agoté mis energías sin llegar a conseguirlo.

La segunda vez, en cambio, hubo un avance, pero de explosión, el agua salió de golpe para todos lados dispersada sin ningún tipo de control. Cuando conseguí detener la salida de agua me desmayé. Carol me había explicado que era peligroso quedarse sin energía, porque el alma se quedaría sin vida y mi cuerpo corría el peligro de morir también con ella.  Aquel dato no me gustó mucho, me asustó. También me reveló, para tranquilizarme, que en esos casos había algunos métodos para lograr separar el cuerpo del alma antes de que muriera con ella.

Ahora iba a intentar, por tercera vez, formar  una corriente de agua a mi alrededor. Tenía que verla formada en mi mente y transmitirle aquella imagen a mi interior. Después tenía que relajarme y, una vez visualizada la burbuja, como la llamaba Carol, dejar la mente en blanco y dejar que el agua fluyera por mi cuerpo, dirigiéndola con mis pensamientos, pero a la vez sin llegar a pensar en nada. ¿Cómo hacer aquello tan contradictorio? ¿Cómo se podía pensar sin llegar a pensar realmente? No lo sabía, pero tenía que intentarlo.

Me concentré, visualicé la burbuja en mi mente, me relajé, dejé mi mente en blanco y… el agua se concentró únicamente en las palmas de mis manos. No iba mal encaminada, pero no salió como esperaba, sino a presión, con más fuerza que la vez anterior. La presión me empujó hacia atrás y choqué contra el tronco de uno de los árboles que se encontraban en el jardín. Carol se acercó rápidamente hasta mí, ayudándome a incorporarme un poco.

—¿Estás bien, chica?

—Sí —dije con algo de esfuerzo.

Me dolía todo el cuerpo, seguro que me salía algún moratón.

Lo positivo era que con el golpe había cesado la salida de agua y no había sido tan grande mi desgaste de energía.

Carol me habló muy enserio cuando dijo:

—Ya está bien por hoy, continuaremos otro día, ¿de acuerdo?

—Pero… —Quise protestar, pero ella no me dejó.

—Pero nada, chica. No intentes matarte antes de tiempo o el sacrificio de tu madre no habrá merecido la pena, ella confiaba en ti —Dejó de mirarme, se había dado cuenta que había dicho algo que por algún motivo no debería de haber sabido. 

La miré petrificada, acusándola por haberme ocultado ese tipo de información. En ningún momento me había contado que mi madre se había sacrificado porque confiaba en que su hija resolvería las cosas. Carol agarró mi brazo para pasarlo por sus hombros y ayudarme a levantarme, pero no era capaz de mirarme directamente. Cuando me dejó despacio en la silla, sus pasos se encaminaron dirección al interior de la casa, pero no la dejé.

—¿A dónde vas? ¿No eres capaz de afrontar lo que me has ocultado y ahora te largas? ¿Por qué no has podido contarme algo así?

Estaba enfadada. Ella se detuvo y no me miró.

—Si te hubiera contado esto… ¿Qué habrías pensado? —Su voz apenas era un susurro.

Ante esa pregunta giré bruscamente la cabeza, cerré los ojos y apreté los puños. Mis ojos querían derramar lágrimas, pero esta vez no quería darles ese placer y no lo consiguieron.

—Pues por eso, por eso mismo no había querido decirte nada —Se giró un segundo para mirarme con cariño y entró al interior de la casa, dejándome sola con mi dolor.

No sé el tiempo que estuve en la terraza, hacía frío y tiritaba, pero no quería entrar dentro, no podía, aún no era capaz de creer que mi madre hubiera sido tan egoísta. No pensó en si yo querría seguir con su batalla, no pensó que yo hubiera preferido que se quedara a mi lado y al de papá. Se sacrificó, no intentó salvarse para regresar a mi lado como había prometido que siempre lo estaría. Había preferido dejarle el cargo a su hija de lo que ella no había conseguido y todavía era capaz de preguntarme por qué. ¿Por qué había hecho algo así?

Entonces me levanté. Aún me faltaban las fuerzas, pero estaba mejor y entré dentro. Me encontré a Carol hablando con Jim. ¿Jim? No había estado en todo el día, le había preguntado a Carol. Ella me había dicho simplemente que había salido a pensar en algunos asuntos, no había querido preguntar más, pero no me había avisado que él hubiera vuelto. Tal vez no quería molestarme, pero me sentí mejor al verle. De pronto se callaron al notar mi presencia de pie junto a la entrada de la salita de té.

—Perdón si he interrumpido algo —Agaché la cabeza.

—No importa, chica. Pasa y siéntate, debes estar congelada.

Me ayudó a sentarme en una silla junto al cálido y agradable fuego de la chimenea. También me acercó una manta colocándomela sobre los hombros. Estaba tiritando. Me dio un vaso de agua y me sentí mucho mejor.

—¿Estás mejor? —me preguntó él, que no había dejado de observarme, parecía preocupado—. Carol me ha contado… bueno, ya sabes…

Le sonreí.

—No importa, Jim. Estoy bien, pero prefiero no hablar del tema, al menos por el momento.

Le di otro sorbo al agua y cerré los ojos para sentir cómo se extendía por mi interior.

Había entrado con decisión para preguntarle a Carol acerca del tema, tenía muchas dudas, pero con Jim delante me era más difícil, por lo que decidí hacerlo en otro momento sin que él estuviera presente. Jim no volvió a mencionarlo y cambió de asunto.

—¿Le has preguntado ya lo del ojo de cristal? —me preguntó con cierta impaciencia.

—¡Oh! Aún no, lo había olvidado. ¿Cómo se utiliza el ojo de cristal? ¿Puedes darnos más información? ¿Hablarnos de él?

Carol asintió, comprendiendo nuestro interés.

—Veréis, os contaré todo lo que sé sobre estos objetos. Parece algo inofensivo, pero en realidad podría ser nuestra perdición si lo consiguieran. Ya te conté, Alise, que existe un segundo ojo de cristal. Esto que os voy a contar se remonta mucho antes, hace años, muchos años en realidad, yo era una niña entonces —dijo mirando a algún punto del infinito, recordando aquellos días—. No siempre los dos mundos estuvieron separados, hace años se respetaban y estaban unidos. Obviamente, las almas de Zairas no les tenían mucha simpatía a las otras almas, pero intentaban respetarse porque Cirvas aportaba muchas cosas que su mundo no poseía.

»En aquellos momentos los dos ojos se mantenían en conexión, estaban unidos. De esta manera, cualquiera podía entrar en ambos mundos, sin ningún problema. Sin embargo, las cosas comenzaron a ir mal. Las continuas visitas de los ossinianos iban provocando poco a poco la muerte a Cirvas, su oscuridad y odio lo iban corrompiendo, los cirvalenses tuvieron que tomar una decisión: rompieron la conexión y la unión de los ojos de cristal y ningún alma de Ossins pudo volver a aquel mundo. Aquello no lo soportaron, los ossinianos, aquel rechazo por ser lo que eran; por lo que provocaron que la oscuridad y el odio aumentaran en las almas de Ossins desde aquel día. Cirvas entero temió la ira del otro mundo, pero durante años no sucedió nada, hasta hace diez.

Calló un momento y nos miró de pronto. Parecía no tener fuerzas para continuar, pero la animé a seguir.

—¿Y qué ocurrió? —pregunté para animarla a continuar.

Fijó la mirada a las llamas del agradable fuego que ofrecía la chimenea. 

—La Tierra era el único vínculo intermedio entre ambos mundos. En ella, muchos habitantes de Cirvas tenían familia y vida. Hace diez años comenzaron a desaparecer almas de la Tierra —Mi mano se colocó de pronto tapando mi boca, intentando sostener el grito ahogado que produjo mi alma al oprimirse en mi interior por el dolor que le producía escuchar aquello—. Supimos que era la oscuridad, llamaban nuestra atención para que saliéramos y nos enfrentáramos a ellos. No podíamos quedarnos quietos viendo como desaparecían las almas, así que decidimos actuar, pero nos tendieron una trampa.

»Cuando salimos de Cirvas, no era la Tierra lo que nos encontramos, sino un lugar con menos luz que una noche sin luna y con menos vida que en un desierto sin oasis. Se trataba de un lugar en el que ellos tenían ventaja. Nadie entendió por qué habíamos aparecido en aquel terreno, pero no pudimos pensar mucho. Enseguida se lanzaron en una emboscada obligándonos a luchar.

Las manos de Carol se cerraron con fuerza, casi pude sentir como se le clavaban las uñas en la piel.

—Entonces… por primera vez en mucho tiempo se mostraron los espíritus de ambos mundos. Nunca antes los había visto nadie, eran los padres de las almas, también en cuerpos humanos, pero sabíamos que eran ellos. Comprendimos que no era una simple guerra, sino la guerra, la definitiva, Yagalia… —pronunció el nombre con añoranza y casi con adoración—. Nunca hubiera imaginado que estos ojos la verían algún día, era simplemente luz para nuestras almas.

Se detuvo un momento, parecía estar asimilando aquel acontecimiento de nuevo. Al poco prosiguió, pero su voz cambió de pronto a un tono peligroso y tintado de dolor.

—Pero también mis ojos pudieron ver a Zairas, con tan solo verlo producía escalofríos. Podías sentir casi como una mano negra te arrancaba el corazón y te sacaba la luz del interior —Calló, no era capaz de continuar, sintió de pronto demasiado miedo nada más recordarlo.

Se levantó del sillón que siempre ocupaba en aquella habitación.

—Perdonad, pero necesito tomar un poco el aire, estos recuerdos me afectan mucho.

Se retiró despacio hacia la terraza. Me giré hacia Jim; esperaba encontrarme con una expresión de miedo, dolor, tristeza o incluso de compasión, pero no. Solo estaba serio, muy serio.

—Nunca hubiera imaginado algo así, Yagalia y Zairas… —dije, pero noté que se tensaba un poco al pronunciar el nombre de Zairas. No quise darle importancia, aquel nombre a mí también me producía algo de temor—. Debe de ser impactante y aterrador verlos de cerca, ¿verdad?

—Sí —dijo simplemente.

Nos quedamos en silencio un rato. Miré hacia la ventana. Las cortinas negras no me dejaban ver el exterior, me levanté de la silla y, apartando un poco las cortinas, escudriñé las calles.

—Ya es de noche, deberíamos volver al piso —dije mirándolo.

Él asintió.

El camino de vuelta fue silencioso. Jim no había vuelto a decir palabra, ni a mencionar ningún tema en particular. Yo tampoco estaba de humor para ninguna conversación. Recordé que había olvidado preguntarle si conocía ella aquel idioma extraño del libro, no me serviría de mucho sin entenderlo.

Cuando por fin llegamos al piso nos dimos cuenta que estábamos agotados, al menos yo. Nos dejamos caer en el sofá. Sentí que Jim me cogía la mano y lo miré sin comprender.

—Alise, lo lograremos —dijo de pronto con gran esperanza en la voz y en la mirada.

Me sentí protegida con él a mi lado. Habían pasado tantas cosas… En realidad tenía miedo, era un mundo desconocido para mí. Cerré los ojos y pensé en mi madre, intenté recordar su cara, pero comenzaba a costarme. ¿Por qué? ¿Acaso la estaba olvidando? No podía ser, cerré las manos apretando con fuerza y él lo notó. Me soltó por si me molestaba, pero yo se la cogí de inmediato mirándolo a los ojos.

—No te preocupes, estoy bien.

Le sonreí y, sin poder remediarlo, lo abracé. Lo necesitaba. Él me apretó con fuerza.

—Gracias —dije con una voz tan débil que apenas parecía un triste soplo de brisa.

—No te preocupes, conmigo estarás bien, te protegeré —Su voz sonó seria, casi con rabia y odio.

Pero entendía su actitud, la oscuridad había hecho mucho daño y atormentado muchos corazones sin maldad, entre ellos, sus padres y mi madre. Me separé de él.

—Estoy cansada, debería ir a dormir.

Antes de marcharme a mi habitación cogí una botella de agua y me alejé mientras le daba un sorbo.

—La otra habitación está lista, he puesto sábanas limpias…

—No, dormiré aquí en el sofá, prefiero dormir frente a la puerta de la entrada, por si acaso —interrumpió.

Lo miré desconcertada. Era peligroso.

—No digas tonterías, me quedaré más tranquila si duermes en la otra habitación.

—Alise, he dicho que iba a protegerte. Voy a quedarme aquí.

No tenía muchas posibilidades para hacerle cambiar de idea. Acepté de mala gana su postura y le llevé una manta para que no pasara frío.

—Gracias, que descanses —me dijo antes de cerrar la puerta de mi habitación.

—Que duermas bien. Y ten cuidado. Cualquier cosa, avísame.

Él asintió.

Cerré la puerta. Me dejé caer sobre la cama sin ponerme el pijama. Observé cómo, de forma furtiva, entraban a través de la persiana unas rayas de luz producidas por las farolas de la calle y se proyectaban en el techo. Suspiré al sentirme relajada de pronto y, sin apenas darme cuenta, mis ojos se fueron cerrando hasta que me quedé profundamente dormida.

 

«Te necesito, Alise».

Algo me despertó. Abrí los ojos muy despacio, estaba todavía medio dormida. Alguien se encontraba frente a mí. No llegaba a verlo nítido del todo hasta que mi mente no se despejara del sueño. Pensé por un momento que sería Jim. Me froté los ojos con las manos para ver mejor.

—¡Zarok! —exclamé.

Me tapó la boca con gran rapidez.

—Chsss, no hables tan alto —me dijo en un susurro.

Apartó la mano de mi boca. Estaba sentado en mi cama, junto a mí. Me incorporé.

—¿Qué haces aquí? —pregunté apresurada, sin alzar mucho la voz.

No me paré a pensar por qué accedía a hablar en tono bajo para no alertar a Jim.

—Vengo a por ti —dijo muy serio.

—¿Cómo has entrado? —le pregunté a su vez, algo inquieta, sin parar de mirar hacia la puerta.

Jim podría haber escuchado algo y podría aparecer en cualquier momento. ¿Por qué me preocupaba por que apareciera? Precisamente debería de alertarle, pero no lo hice.

—Para la oscuridad no es difícil entrar por cualquier parte.

Sonrió.

—Zarok, lárgate.

Pero de pronto se levantó de la cama y me cogió en brazos.

—¿Pero qué diablos haces? Bájame, lo digo en serio, al otro lado de esa puerta está mi compañero, no dudaré en llamarlo —dije entre susurros señalándole la puerta.

—Si hubieras querido avisarlo ya lo habrías hecho —Volvió a sonreír y dijo—: Además, no te conviene.

—¿Y acaso tú sí? Déjame. ¡Ahora!

En aquella ocasión alcé un poco más la voz. Volvió a taparme la boca acercándose a mi oído y, con su rostro pegado al mío, susurró:

—No puedo dejar que te quedes, debes venir conmigo y si no te resistes será todo más sencillo.

Tenía miedo, miedo de verdad. Solo tenía que gritar. Un solo grito y Jim despertaría, solo un grito. Pero por algún motivo no reaccionaba. ¿Por qué no lo hacía? Si no era capaz de anunciar su llegada, intentaría resistirme…

Intenté salir de sus brazos. Aquello le sorprendió, pero no demasiado, caí al suelo, fui corriendo hacia la puerta para salir al encuentro de Jim, pero sentí que mi corazón no quería salir, sino enfrentarse a él. Yo sola, por mi madre.

Me detuve frente a la puerta y me giré hacia Zarok antes de llegar a abrirla, pero ya no lo vi. Había desaparecido en la oscuridad. Aun así, seguía sintiéndolo por algún lugar cercano. Estaba realmente enfadada. La rabia me brotaba, pero indudablemente él fue más rápido. Jugaba con la ventaja de la oscuridad de la noche y a mí la noche, por desgracia, me aterraba.

Sentí cómo sus manos me apresaban. Sentí cómo, antes siquiera de darme tiempo a gritar, pasaba una de sus manos por mi frente y poco a poco iba quedándome inconsciente. Sentí cómo mi mente me abandonaba.

Lo último que llegó a mis oídos fue su voz que me decía:

—Lo siento, pero no puedo dejar que te enfrentes a mí todavía.