Zona salva

 

Era complicado pensar, comprender. Intentaba rememorar los acontecimientos anteriores, pero solo recordaba haber tropezado con una raíz y caerme al suelo, después había despertado en el refugio.

Zarok se había marchado y la noche había caído hacía tiempo. El agua por fin parecía hacer efecto, aquel sentimiento oscuro que me había estado oprimiendo el corazón comenzaba a desaparecer, apenas lo sentía. Recordé el abrazo de Zarok, pero esta vez mi corazón latió con fuerza recordando aquella sensación y sonreí inconscientemente. Cerré los ojos y una imagen fugaz pasó por mi mente: unos labios de humo besándome. Mi mano se posó de manera inconsciente hasta mis labios, sintiendo aún aquel contacto, ¿había ocurrido de verdad? ¿O había sido solo un sueño?

Quería volver a Cirvas, de pronto lo echaba desesperadamente de menos. Quería volver a Manhattan, hablar con Alison, verla sonreír. Había sido capaz de soportar la oscuridad todo aquel tiempo hasta que la tuve dentro de mí. Sentía mi cuerpo envejecido, seguramente había crecido años en unos días.

Encendí un fuego, me había quedado un poco fría dentro del agua. Mi mirada se perdió entre las formas de las llamas. El fuego me resultaba hermoso, desprendía luz y quise alcanzarla. Mi mano fue acercándose a las llamas, sin pensar en que si las tocaba podría quemarme, pero justo antes de llegar a rozarlas, cuando ya sentía su calor muy cerca, mi colgante comenzó a brillar.

Me detuve de inmediato, sujeté el colgante y lo miré. Lucía de forma intensa y aquella luz que tanto anhelaba se extendió por todo mi cuerpo, creando en él un brillo que cegaría hasta al propio sol, terminando de borrar por completo la oscuridad de mi corazón.

Cuando la luz desapareció respiré aliviada, me di cuenta de que no estaba sola. Me giré y vi a Zarok a unos metros de distancia. Su expresión era seria, pero en su mirada podía verse un brillo especial. Supe lo qué significaba. Había conseguido alumbrar su corazón apagado. Le sonreí con cariño y él me correspondió.

Zarok me explicó que había conseguido llegar a la zona salva, pero los kroquem lo habían detectado, ya sabían que había forasteros por su bosque.

—Uno de ellos me atacó, pero conseguí escapar. Me siguieron hasta la zona salva, pero una vez allí se detuvieron y se marcharon —explicó mirándome—. ¿Estás mejor?

Le sonreí.

—Sí, ¿no se nota?

—Estaba preocupado por ti, no estaba seguro de si llegaría a desaparecer por completo la oscuridad de tu interior. ¿Ha perjudicado mucho a tu alma?

Mi sonrisa desapareció. Sí, la había perjudicado, tardaría un tiempo en recuperarse del todo. La sentía débil y dolida. No respondí, pero no hizo falta. Zarok comprendió perfectamente sin necesidad de contestar.

—Lo siento —dijo.

Sonreí de nuevo de forma sutil.

—No tienes que sentirlo, no ha sido culpa tuya, pero no hay por qué preocuparse. Acabará recuperándose —le dije para que se tranquilizara y no se sintiera tan culpable.

Zarok se levantó.

—¿Crees que estás lo suficientemente bien como para volver? En la zona salva nos espera el líder de los corban.

—Sí. ¿Crees que pueden ser peligrosos? —pregunté con cautela.

—Pienso que no debemos fiarnos del todo, ¿de acuerdo? —me advirtió.

Asentí en silencio.

 

***

 

Lucator era el líder de los corban, todos los habitantes lo adoraban. Era fiero y despiadado, una máquina de matar y un genio a la hora de idear estrategias de ataque. Según contaban, Lucator escondía un poder que nadie había visto jamás. También se decía que era sen menyo lifio[2], pues en alguna ocasión se había visto surcando el cielo a una figura humana con unas alas grandes y hermosas tan oscuras como el mundo.

La zona salva no tenía nada para que uno se sintiera refugiado y tranquilo. Estaba libre de niebla, pero se respiraba inquietud. Hubiera salido corriendo de aquel lugar en el mismo instante en el que pusimos un pie dentro, pero había que avanzar. Los árboles continuaban siendo densos en aquella zona del bosque. La noche seguía sobre nosotros, por lo que apenas se veía.

De pronto, en los árboles, comenzaron a prenderse algunas hojas con una llama pequeña y todos los árboles se iluminaron, dando luz al camino. Sin quererlo, me vinieron recuerdos de la navidad en Manhattan: todo lleno de luces, el árbol de navidad en casa, papá y mamá preparando la cena, abriendo los regalos al día siguiente… La añoranza me invadió.

—Ya hemos llegado —dijo Zarok sacándome de mis recuerdos.

Habíamos llegado hasta una zona amplia, rodeada de casas sobre los árboles. Una plataforma entera de madera se alzaba entre ellos, conectando todas las casas. Al otro lado del claro había una especie de túnel creado por árboles. Por él apareció un hombre erguido y muy estirado, su postura era firme y decidida, debía ser Lucator. Su cabello largo y negro parecía lacio como el agua fluyendo con delicadeza por una cascada. Llevaba una especie de túnica o vestido que le llegaba hasta los pies con magas largas de color negro y dorado. Sus ojos transmitían normalidad, parecía distinto a todos los demás, pues estaban apareciendo más habitantes a nuestro encuentro. Todos iban encorvados, eran delgados y sus ojos casi querían completarse por las tinieblas. La oscuridad los estaba consumiendo poco a poco. Me fijé que todos me miraban y aquello no me tranquilizó.

—Has vuelto con la chica, como dijiste —dijo Lucator.

Su voz sonaba tranquila y con una extraña amabilidad que me produjo excesiva desconfianza. La figura de Lucator imponía más que la de Woarfor, el líder de las Montañas Huracanas. Aunque pareciera físicamente menos fuerte, su mirada desprendía excesiva confianza y determinación, ahuyentaba a cualquiera que lo mirase. Tenía aspecto de estar ya curtido en la vida, las arrugas querían marcarse en su rostro, pero aún no eran del todo definidas.

Lucator se acercó a nosotros. El corazón me latía con fuerza.

—He vuelto porque dijiste que nos ayudarías a llegar hasta la guarida de los kroquem —dijo Zarok de inmediato.

La única iluminación que había era la de los árboles: una luz cálida y no muy intensa. Lucator sonrió satisfecho ante la actitud directa de Zarok.

—Claro que os ayudaremos, a cambio de rescatar también algo para nosotros —dijo Lucator.

—¿Cómo? Solo hemos venido a rescatar un objeto, ninguno más —repuso Zarok con firmeza.

—Entonces no lo conseguiréis sin nuestra ayuda. Mandaría una escolta con vosotros. Únicamente tenéis que coger un objeto más, tampoco os supone muchos problemas si conseguís llegar hasta allí. Los kroquem son unos ladrones. Estarán ciegos, pero sienten el valor de las cosas, lo detectan con los demás sentidos, son avariciosos. Solo os pido que traigáis un medallón. Perteneció al anterior líder de este bosque y representa un gran poder y un valor histórico para nosotros. Como he dicho, si aceptáis ordenaré a mis hombres que os escolten y os defiendan hasta llegar allí. Os indicarán el camino para entrar en el interior de su guarida sin ser descubiertos. La decisión es vuestra.

No dijo nada más y esperó un momento a que Zarok hablara.

Pero Zarok no parecía estar muy seguro, tenía pinta de haber algo más detrás de toda aquella amabilidad. Lucator se cansó de esperar.

—Como queráis. Que tengáis buena suerte.

Dio media vuelta para volverse a internar de nuevo dentro del túnel de árboles.

—Espera —dijo Zarok—. También rescataremos el medallón. He de reconocer que necesitamos vuestra ayuda, es evidente, pues de otro modo no hubiéramos venido hasta aquí a pedirla.

Lucator sonrió, complacido por la decisión.

—Bien, si queréis podréis partir de inmediato.

Zarok y yo asentimos, estábamos preparados, aunque él más que yo.

Lucator nos proporcionó una escolta de veinte hombres. Pasó el mando del grupo a uno de ellos llamado Kar, él sería quién guiaría a la escolta, pues era el más capacitado para hacerlo según el líder, uno de sus mejores hombres en la orientación dentro del bosque. Era bastante joven, pero mayor que Zarok. Parecía estar menos consumido que los demás, incluso me atrevería a decir que podía ver un tipo de belleza especial en su rostro atravesado por una cicatriz en diagonal.

Zarok había estado hablando con Lucator, informándose más sobre el aspecto del medallón. También sobre si cabía la posibilidad de que supiera dónde podían tenerlo escondido.

Por lo que me explicó más tarde, el medallón tenía el tamaño de la palma de una mano, un color plata muy brillante y el relieve de dos alas de pájaro. Podría estar escondido en una de las habitaciones subterráneas. Una de ellas la utilizaban para guardar objetos de valor.

 Todos nos colocamos vendas para taparnos la nariz y la boca y evitar respirar la niebla mezclada con toxina. Estábamos preparados para marchar.