La verdadera historia
El viaje en autobús fue eterno, parecía no terminar nunca. Estaba cansada, agotada, apenas tenía fuerzas, pero no aguantaba más aquello y no podía esperar.
Bajé del autobús. Estaba lloviendo, hacía semanas que no llovía en Manhattan, aunque las nubes grises permanecían inmóviles en el cielo sin dejar que asomase el sol. Me detuve unos minutos, disfrutando de la lluvia. Algunas personas me miraban raro, pero a mí no me importó, me sentó muy bien aquello, cerré los ojos y dejé que el agua fluyera en mi interior y, de pronto, como si se tratara de magia, sentí que los brazos de mi madre me rodeaban y me apretaban con fuerza, dándome energías para continuar.
Llegué hasta la puerta de Carol y, con decisión, llamé al timbre. Como la vez anterior, apenas pasados unos segundos se abrió la puerta. La mujer no se sorprendió al verme, sabía que volvería antes o después. Se dirigió a la misma salita sin decirme nada. Cerré la puerta de la entrada a mi espalda y la seguí.
Nos sentamos justamente en el mismo sitio. Se sirvió una taza de té y cuando vi que iba a servir otra para mí, la detuve.
—Gracias, pero hoy no me apetece té —dije con tono de disculpa.
No le importó el rechazo y dejó de nuevo la tetera sobre la mesa y esperó a que fuera yo quién hablara esta vez.
—No le sorprende que esté aquí de nuevo ¿verdad? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
Ella simplemente me sonrió.
—Claro, era de esperar que volviera. Aunque yo aquel día que salí de aquí no pensaba volver —dije en voz alta, aunque sonó como si lo hubiera dicho para mí sola.
—Cuando una persona descubre que hay cierta parte de su vida que no conoce no puede evitar querer descubrir qué hay detrás. Somos curiosos por naturaleza y más aún si se trata de nosotros mismos —Dio un sorbo a su té y continuó—. ¿No crees, Alise?
Fui a responder, pero me detuve antes de llegar a hablar, había pronunciado mi nombre y no recordaba habérselo dicho la última vez.
—Disculpe, ¿cómo sabe mi nombre? —pregunté con menos interés del que debería de ser, pues ya estaba empezando a darme cuenta que mi nombre no era un misterio para las personas a las que yo no conocía.
Ella sonrió.
—¿Crees que tu madre nunca me habló de su hija Alise? Me hablaba de ti siempre que nos veíamos —dijo con tranquilidad.
Ella no podía llegar a sentir lo que aquella revelación significaba para mí. Pero no quise dejar aflorar los sentimientos tan rápido, aún tenía que escuchar muchas cosas.
—Hablando de ella… verá…
—Tutéame, por favor, me agrada más sentir que hay confianza como para hablarnos con cercanía —me cortó.
—Disculpe…. Quiero decir, disculpa.
Sonreí.
Nos quedamos en silencio unos segundos.
—Pero no te cortes, hija, continúa.
No era que no hubiera continuado por el corte, sino porque estaba pensando en cómo decir lo que venía a continuación, no sabía qué palabras escoger.
—La última vez dijo… quiero decir, dijiste que mi madre —Hice una pequeña pausa cogiendo aire—, que mi madre no había muerto en un accidente de coche, como tenía entendido.
—Cierto, y sigo manteniendo lo dicho.
Cerré los ojos con fuerza y los volví a abrir para la siguiente pregunta.
—¿Y cómo… cómo murió, entonces?
Me sentí cansada de nuevo. Carol dio un largo sorbo al té antes de hablar.
—Es complicado de explicar. Mejor dicho, es complicado que lo entiendas. Tendré que empezar por el principio. Bien, tu madre no era alguien normal como las personas que sueles ver a tu alrededor, seguro que alguna vez te diste cuenta de ese detalle —Se detuvo un instante, yo asentí, pero no dije nada y ella prosiguió—. Verás, existe otro mundo, además de la Tierra.
—¿Otro mundo?
—Sí, en realidad son dos.
Se levantó del sillón y se acercó a las estanterías y comenzó a buscar algo, tanteando con los dedos y sorteando los distintos libros que cubrían los estantes. Por fin escogió uno y me lo tendió. Lo observé, en su portada se anunciaba un título: La resurrección de las almas. Miré a Carol.
—¿Qué es este libro?
—Este libro contiene información de ambos mundos —Hizo una gran pausa, mientras yo miraba la portada—. Pero para que comprendas lo que leerás más tarde, tendré que contarte algunas cosas.
Se posó un dedo en el labio inferior dando leves golpecitos con la mirada hacia el techo, pensando.
—Bien… por dónde puedo empezar… Existen dos almas que chocan entre ellas, por un lado tienes el alma del espíritu de Yagalia que posee la magia que controla el agua y la luz y por otro lado está el alma del espíritu de Zairas, que posee el poder de controlar la oscuridad y el fuego, dos espíritus enfrentados a través de sus almas, que estas, a su vez se enfrentan a través de cuatro fuerzas: oscuridad y fuego, agua y luz. ¿Hasta ahí todo bien?
Esperó mi respuesta.
—Sí, más o menos.
—Estas almas tienen vida propia, pero no cuerpo, y se manifiestan a través de los cuatro elementos que he nombrado antes. Pero solo pueden moverse a través de seres vivos, ya sean humanos, animales o plantas.
»Cuando un alma está fuera de un cuerpo es inofensiva, se convierte en una simple conciencia invisible, buscan desesperadamente un ser vivo que portar y se aferran a ellos. Los espíritus repartieron su alma entre los humanos de la Tierra y cada cual creó un mundo para sus almas, un mundo que se adaptara a su personalidad y necesidades para vivir, como puedes imaginar existen dos: Cirvas, donde habitan las almas de Yagalia; Ossins, donde habitan las almas de Zairas. Estos dos mundos, además, están compuestos por reinos y sus reinos por colonias. Tú perteneces a la colonia de los lurian.
—¿Qué pertenezco a qué?
Todo parecía ir muy deprisa. No sabía si podría aguantar aquello mucho más tiempo, no podía evitar sentir que era una broma.
—Disculpa, pero… Todo esto es una broma, ¿verdad? Porque si lo es, dejó de tener gracia hace mucho rato —le dije cansada y molesta.
Alguien podía querer gastarme una broma, pero ya estaba intentando que pareciera estúpida.
Carol, en cambio, se quedó seria y tomó su taza de té con tal parsimonia que casi me hizo estallar de desesperación.
—Mira, querida, ya me dijo tu madre una vez que dejaste de creer en la magia muy pronto, pero si crees que todo esto que te estoy contando es una simple broma, puedes volver a tu casa. Yo únicamente respondo a tus preguntas e intento explicártelas para que las entiendas, si crees o no en lo que te cuento ya es asunto tuyo. Pero te recuerdo que fuiste tú quien vino hasta mí, en ningún momento te pedí que vinieras —Habló con calma y sin ningún resquemor o indicios de haberla molestado.
No sabía qué decir, me sentía ridícula si creía en todas aquellas explicaciones que me daba, pero por otro lado llevaba razón, había ido voluntariamente en busca de respuestas. Ella simplemente respondía a mis preguntas. La estaba acusando de manera injusta. Me calmé, recordando que estaba ahí porque me lo había pedido mi madre.
—Disculpa. Entiende que todo esto es complicado para mí.
Carol pareció mirarme con un punto de comprensión, pero apenas pudo percibirse en su mirada de indiferencia.
—¿Entonces —dijo mientras cogía la tetera con cuidado para rellenarse de nuevo la taza de té—, continúo?
Me miró de forma inquisitiva.
Suspiré. Seguía pensando que aquello era una locura, pero ya que estaba ahí, iba a seguirle el juego. Asentí despacio sin decir palabra.
—Este libro te contará todo con más detalle —Volvió a retomar el hilo de la conversación—. Lo importante en todo esto es que tu madre murió a manos del alma de Zairas y tú formas parte de Yagalia, tienes agua en tu interior y, posiblemente, también poseas parte del poder de la luz. La sangre de Mariel fluye por tus venas.
Sentí que se rompía algo en mi interior al escuchar la muerte de mi madre con tanta tranquilidad y frialdad. Noté que Carol me miraba atentamente, tal vez esperando ver mi reacción de sorpresa, pero continué quieta, con la mirada baja sin dejar salir ningún tipo de sentimiento.
Por un momento creí percibir a Carol algo disgustada por mi actitud aparente, pero no dijo nada al respecto, tomó un sorbo de té y volvió a hablar.
—Veo que ya sabes algo sobre el tema —dijo asintiendo para sí misma.
Entonces la miré.
—Perdona, pero estoy aquí precisamente porque no sé nada sobre el tema.
—Pero ya sabías que eres parte de Yagalia, ¿verdad?
Me quedé en silencio durante un momento porque en el fondo no creía nada de aquello y únicamente le seguía el juego.
—No, no lo sabía, pero ahora me interesa más la parte en la que me has dicho que mi madre murió. ¿Por qué la mataron? —dije sin expresar ningún tipo de emoción en mis palabras, aunque no pude mirarla, ya que en mis ojos sí que lo reflejaba todo y no quise que lo viera.
—Porque hubo una guerra y en las guerras siempre muere alguien.
Sus palabras dolían, no expresaban compasión ninguna. Quería continuar haciéndole preguntas, pero hasta algo imposible de creer puede llegar a ser insoportable de escuchar.
—Pero… ¿por qué hubo una guerra? ¿Por qué luchaban?
—Verás, hija: la guerra, en la mayoría de ocasiones, es la falta de poder y el único fin de toda guerra es conseguir el poder que uno no tiene. Ossins quería conquistar Cirvas y ser el dueño de los dos mundos. Únicamente buscaba más poder del que ya tenía —Calló un momento, pero pude apreciar que detrás de aquellas palabras se ocultaba algo más—. Ya ves, Ossins consiguió obligar a Cirvas a luchar y a defender su mundo.
Nos quedamos en silencio, intentaba sacar la verdad de aquella explicación, pero no conseguía descifrar nada.
—¿Cómo se puede llegar a los mundos? —dije con un interés que me sorprendió incluso a mí misma.
Carol sonrió, ella también se dio cuenta de que había conseguido interesarme por todo aquel asunto tan disparatado que me pareció al principio.
—Tú solo puedes llegar hasta uno de ellos.
Asentí.
—Pero no es imposible llegar al otro, solo necesitas que uno de sus habitantes te franquee la entrada.
—¿Y por qué puedes afirmar que yo soy como mi madre? No creo que dentro de mí esté el alma de... Bueno, sí, del agua o como sea que se llame —dije después de meditar un rato con seriedad.
Ella sonrió. Era una mujer extraña, su manera de hablar y de expresarse era constantemente indiferente y sin emociones, lo único que conseguía simular era una minúscula sonrisa.
—Como ya te he dicho antes, en tu interior fluye la sangre de tu madre, querida, aunque claro, tu padre no lo es —dijo eso último con una mueca de desprecio, aunque intentó disimularlo, sin éxito.
—¿Y eso qué significa?
—Que tu padre es puramente humano, él no estaba enterado de nada de la vida de tu madre, ella salía todas las noches sin que tu padre se enterase e iba a cumplir con obligaciones. Porque tu madre era la más poderosa de todas las almas, era la gobernadora de Cirvas.
Aquel dato me gustó, no sabía muy bien por qué. Saber que mi madre era tan fuerte, en el remoto caso de que fuera cierto todo aquello.
Nos quedamos en silencio un rato largo, no podía parar de pensar que todo era algo descabellado.
—He venido hasta aquí de nuevo para descubrir la verdad sobre mi vida, pero jamás pensé que sería tan disparatada. Mi madre siempre me preguntaba de pequeña que qué era la magia no sabía muy bien por qué —Recordé con cariño—. Pero dejé de creer en ella muy pronto. Y ahora me estás pidiendo que crea otra vez, porque todo lo que me has contado no es otra cosa que eso: mundos a los que solo puedes acceder a través de tu alma, batallas y guerras entre poderes.
—¿Y vuelves a creer? —preguntó Carol.
—Ya no sé qué creer. Hace un mes estaba asistiendo al juicio de mi padre y terminando de instalarme a mi nuevo piso, y ahora, encuentro una carta de mi madre diciendo cosas raras y pidiéndome que venga a verte y me cuentas todo esto. ¿Cómo puedo creer en algo así de la noche al día? Es imposible.
Estaba mareada, todo aquello me superaba en gran escala.
—La magia es así, no intentes darle explicación para conseguir creer en ella, porque jamás lo lograrás. Formas parte de Yagalia, como tu madre, ¿o no has notado nada raro estos días?
Sí, aquello era cierto, la lluvia me afectaba de manera rara, y lo del chico…
—¿Cómo puedes averiguar si un cuerpo posee el alma de Zai…? Bueno, como sea —pregunté de pronto, evadiendo su pregunta.
—Es fácil: su mirada rebosa de odio y violencia cuando nos sienten cerca y sus ojos se vuelven negros por completo.
Me quedé helada y ella advirtió mi inquietud.
—¿Pasa algo, chiquilla?
—¿Y cómo suelen atacar esas almas? —dije, sin hacer caso a su pregunta.
—Solo pueden atacar de noche o, en el caso de que sea de día, cuando está oscuro. Atacan de varias maneras, pero lo que más suelen utilizar son las sombras, que al atravesarte te roban parte de tu energía y te dejan débil.
—Entiendo.
Ahora comprendía por qué aquella noche me había quedado sin fuerzas. Carol intuía que algo estaba pasando, pero no quiso preguntar, por el momento.
—¿Entonces, es normal que mi cuerpo absorba el agua? —pregunté, sin darme cuenta me dejé llevar por aquella historia de magia y me sentí más receptiva a tratar con el tema.
—Sí, el alma va agotando su energía, igual que un cuerpo necesita comer para sentirse fuerte, el alma también. En tu caso necesita alimentarse de agua, pero únicamente de aquella caída del cielo, la pura.
—Y cuando entro a un lugar seco mi cuerpo está empapado.
—Oh, eso es normal. Cuando ya no detecta más agua, expulsa la que no necesita.
Ahora todo parecía tener algo más de sentido. Recordé que llevaba el ojo de cristal que encontré junto a la carta, era estúpido que tuviera algo que ver aquel objeto con toda esta historia, pero a esas alturas, creí que cualquier cosa podría ser posible.
—¿Sabes qué es esto? —le dije sacando el ojo y mostrándoselo.
Ella lo cogió con cautela, se veía tan frágil que cualquier golpe parecía que iba a romperlo. Se quedó sin habla, observándolo. Abrió mucho los ojos, sorprendida.
—¿De dónde lo has sacado, chica?
—Pues… estaba junto a la carta que encontré de mi madre, así que supongo que lo tenía ella. ¿Qué es? —pregunté impaciente.
—Esto, hija, es un objeto de gran poder. Es el ojo de cristal de Yagalia, con él en tus manos puedes contactar con cualquiera que posea su alma. Pero no es eso lo que lo hace especial. Existe otro que pertenece a las almas de Zairas. Con los dos unidos puedes entrar a ambos mundos sin nadie que pueda impedírtelo. Ten cuidado, chica, la oscuridad lleva años buscando este objeto. Guárdalo bien o creará problemas graves.
Me devolvió el ojo de cristal y sentí de pronto una gran responsabilidad, no sabía muy bien por qué. En realidad no creía nada de aquello. Nos quedamos en silencio y de pronto comencé a sentir incómodo el ambiente, con tensión. Carol parecía nerviosa, sus ojos miraban para todos lados inquietos y sus manos se exprimían la una a la otra.
—Bueno, creo que ya es hora de marcharme, está oscureciendo y últimamente no me gusta andar por la calle de noche.
—Sí, llevas razón.
Me acompañó hasta la entrada y casi no me dio tiempo a despedirme. Enseguida cerró la puerta a mis espaldas. Era una mujer rara, por lo que no quise darle importancia a aquello.
Fuera estaba más oscuro de lo que había supuesto, pero ya había parado de llover. La oscuridad ahora me aterraba, sentía miles de ojos clavados en mí. Aceleré el paso hasta la parada. No tardó en llegar el bus y, una vez dentro, me sentí más segura.
Cuando por fin llegué a mi amada Manhattan estaba agotada.
En aquellos momentos habría dado lo que fuera por que comenzara a llover de nuevo. Ya no me gustaba cruzar los parques de noche, pero me encontraba tan cansada y deseaba tanto llegar pronto al piso que decidí acortar camino atravesando uno.
Pero en aquella ocasión no se encontraba aquel chico esperándome entre las sombras, sino otro apoyado en una farola, bajo su luz. Lo reconocí al instante, se trataba del chico que me estuvo observando aquel día en The Home Corner. Aquella vez no pensaba huir, así que le planté cara.
—¿Eres Alise? —Fue lo primero que preguntó.
No parecía amenazador, pero aun así me mantuve alerta.
—Depende para qué —Si era uno de ellos pensaba luchar contra él, aunque no sabía muy bien cómo. Tenía que admitir que estaba un poco asustada y las piernas querían temblarme.
Se acercó a mí. Tenía los ojos verdes, o al menos eso parecía, y era moreno de pelo corto. A decir verdad, tenía una cara perfecta, pero no me llamó la atención como el otro la primera vez. ¿Sería uno de ellos?
—Mi nombre es Jim —me dijo amablemente con una sonrisa a la vez que me tendía su mano.
No parecía uno de ellos, si no, no se habría presentado ni habría sido tan cortés, pero no terminaba de fiarme.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —pregunté rechazando su mano y mirándole con desconfianza.
La sonrisa se borró de su rostro, pero su expresión seguía siendo agradable.
—Tengo que hablar contigo.
—¿Sobre qué? —dije apartándome un poco más de él para mantener las distancias.
—Sé que tienes en tu interior el alma de Yagalia.
—¿Qué diablos buscas? —pregunté al tiempo que me alejaba de él unos pasos más—. Eres uno de ellos, ¿verdad?
Él se echó a reír.
—¿Qué? ¿Cómo dices? —dijo entre risas.
—No sé qué te hace tanta gracia —dije irritada, no me gustaba su actitud.
—Por Dios, Alise, soy uno de vosotros —dijo serenándose un poco.
—Primero: no te tomes tantas confianzas conmigo cuando me hables y, segundo: eso no puedo saberlo.
Su sonrisa desapareció, pero entendió mi desconfianza. Me miró fijamente y se acercó a mí con decisión, me agarró por los hombros y dejó su cara muy cerca de la mía.
—¿Pero qué diablos haces? —pregunté asustada.
—Observa mis ojos, ¿ves acaso una chispa de oscuridad en ellos? —dijo totalmente serio.
No, no había nada de oscuridad en ellos, se mantenían verdes y su mirada parecía pedir a gritos que necesitaba ayuda.
—De acuerdo. Lo siento, pero ahora es difícil confiar en alguien.
—Lo entiendo.
Me soltó.
—¿Cómo sabes mi nombre?
Tenía curiosidad, todo el mundo parecía saberlo, quería, al menos, poder tener otra respuesta más a esa pregunta.
—Carol me dijo cómo te llamabas.
—¿Carol? ¿Conoces a Carol?
—Sí. Soy huérfano y no tengo familia aquí, ella me acogió en su casa, conoció a mis padres.
Me relajé. Era triste, estaba aún más solo que yo.
—¿Las otras almas los mataron?
—Sí.
—También a mi madre.
Agaché la cabeza, sintiéndome débil. Él me miró.
—Lo siento —me dijo como consuelo.
Fue raro, nos quedamos callados, sin saber qué más decirnos. Para mí era un desconocido, y saber desde el principio que sus padres habían muerto supuestamente igual que mi madre, era extraño. Paseamos un rato por el parque mientras nos conocíamos un poco.
—Carol me ha hablado de ti y estaba interesado en conocerte. Me dijo que tienes un poco de miedo por todo esto y yo quiero ayudarte a perderlo y a creer, porque cuando uno no está solo parece que todo es más sencillo y creíble.
Me sonrió. Su compañía era agradable.
—Sí, tienes razón. En algunos momentos pensaba que me estaba volviendo loca —Sonreímos los dos y entonces recordé aquel día en The Home Corner—. ¿Por qué estabas el otro día mirándome en el restaurante? Parecías vigilarme.
—No estaba seguro si eras tú, llevaba días siguiéndote y como estabas con alguien, me daba un poco de vergüenza acercarme —dijo esbozando una sonrisa.
—Bueno, no importa. Aunque me asustaste.
Comencé a tener frío y decidí que ya era hora de volver al piso.
—Debería volver a mi casa.
—Puedo acompañarte, si quieres. No me gustaría que fueras sola.
Acepté que me acompañara, pues la noche me aterraba. Pero con él, todo era diferente. Ya no parecía un disparate creer en todo lo que me había contado Carol si Jim estaba a mi lado. Poder hablar con alguien después de todo esto, era algo que necesitaba. Desde que había empezado aquella locura había estado otra vez muy sola. Pero ahora todo estaba cambiando.
Llegamos a mi bloque.
—Vivo aquí —dije mientras me detenía frente a un bloque de pisos.
Nos quedamos mirándonos en silencio.
—¿Quieres… quieres que pase? —me preguntó un poco cortado.
Al ver mi cara rectificó.
—No pienses mal, lo digo por si vas a estar más tranquila. Para que no estés sola. Tengo entendido que la oscuridad se está moviendo, está buscando algo.
Ese dato no me tranquilizó, pero tampoco era capaz de dejarle entrar en la primera noche de conocerlo… Sería mejor que no.
—¿Nosotros podemos sentir si la oscuridad se acerca? —le pregunté.
—No estoy seguro, nunca he tenido a ninguno cerca. ¿Seguro que no quieres que me quede? —insistió al notar mi inquietud.
—No te preocupes, no creo que pase nada —Sonreí—. Volveremos a vernos pronto.
—Eso espero.
No dejó de mirarme hasta que entré. Cerré la puerta y aún estaba en una nube. Dejé caer el libro en el suelo. Comencé a reírme sin poder evitarlo. Cualquiera que me hubiera visto habría pensado que había perdido el juicio.
—¡Todo esto es una locura! —dije en voz alta.
Seguí riendo hasta que me dolió la mandíbula. Me dejé caer en el sofá agotada y agitadamente. El corazón me latía a mil por hora. Aquello debía de ser una broma. Alguien me estaba tomando el pelo. Tal vez fuera Alison en un intento por alegrarme. Saqué el ojo de cristal de mi bolsillo y lo observé.
—Con esto puedo contactar con más almas.
No lo pude evitar, me volví a echar a reír. ¡Era todo tan ridículo! ¿Y cómo se suponía que funcionaba? ¿Habría que hacer alguna especie de danza a su alrededor? ¿O pronunciar unas palabras embrujadas?
Me quedé con el ojo en la mano y apoyé la cabeza en el respaldo del sofá, derrotada. Cerré los ojos y, sin quererlo pensé en Cirvas, en cómo sería aquel mundo si existiera en realidad. Mi cuerpo comenzó a sentir un hormigueo, primero los pies, luego las piernas, hasta que llegó a cada rincón de mi ser. Poco después sentí todo mi cuerpo dormido, cómo mi mente se evadía y solo vi oscuridad. Sentí miedo.
«¿Qué está pasando?», pensé.
«¿Kamio balia?», dijo una voz en mi mente. No lo comprendí, parecía hablar en un idioma que desconocía.
«¿Hola?», pensé, poco convencida y sintiéndome algo estúpida, esperando escuchar a alguien hablar de nuevo.
De pronto escuché susurros y miles de murmullos.
«¿Kamio timi iere sa dido ti somo?», dijo de nuevo la misma voz.
Se me detuvo el corazón. Estaba pasando algo raro.
«¿Cómo? No entiendo».
Entonces comencé a escuchar a miles de personas.
«¡Iere susu falia!», escuché por un lado.
«¡¡Susu falia!!», oía una y otra vez con un tono de pánico en las voces.
Aquello me estaba superando. Abrí los ojos con todas mis fuerzas, pues los gritos de terror que comencé a escuchar invadieron mi mente por completo. Conseguí abrirlos y, de pronto, silencio.
Me incorporé deprisa en el sofá y solté el ojo a un lado, con temor.
—¿Qué ha pasado? —me dije asustada y sin parar de respirar agitadamente.