Ciudad de las Nubes
De pronto, mi cuerpo se desvaneció. Mi alma perdió mucha energía, como si se la hubieran succionado. Me sujeté en Zarok para no caer al suelo.
—¿Qué te ocurre? —me preguntó.
—Creo que es desde que he fusionado mi mente con la de mi alma tu mundo me afecta mucho más.
Ahora mi alma experimentaba más los entornos, los asimilaba mejor, podía sentirlos mucho más y, por lo tanto, le afectaba más que antes cuando la tenía separada de mi mente por un delgado muro.
—Iremos al refugio. Pensaré en una solución para que puedas aguantar mejor el viaje. Solo nos quedan cuatro días para llegar a Ciudad de las Nubes. Mientras has estado fuera he adelantado un día de viaje.
***
Lo primero que hice al llegar al refugio fue meterme en el estanque de agua y Zarok me imitó. Estuvimos en silencio un rato largo, uno sentado junto al otro.
Descubrí con horror que, después de haber disfrutado del agua de Cirvas, aquella ya no me llenaba de energía como antes y notaba cómo me regeneraba más lentamente. Mi alma parecía intranquila, no soportaba estar cerca de Zarok y el simple contacto con él provocaba que intentara esconderse en lo más profundo de mi mente.
—¿Sabes quién era aquel que te atacaba? —preguntó de pronto, rompiendo el silencio.
—Creía que era mi amigo, pero ya no sé en quién puedo confiar. Por una parte, algo dentro de mí intentaba advertirme sobre él, cada vez me molestaba más verle, tenerlo cerca, me sentía incómoda. Lo que más me extraña de todo esto es que Carol tampoco lo sospechara.
Me di cuenta que Carol corría peligro.
—Hay que volver, ¡Carol está en peligro! —dije alterada, incorporándome para salir del agua.
Pero Zarok no parecía darle importancia.
—Alise, ¿de verdad piensas que puede interesarle esa mujer en estos momentos? No sabes quién es, ¿verdad?
Me relajé de nuevo. Tenía razón: lo más seguro es que hubiera vuelto a Ossins, adonde siempre había pertenecido. Me había estado engañando todo ese tiempo. La historia de sus padres, todo. Había jugado con mis sentimientos y no se lo podría perdonar.
—No, no lo sé. ¿Tú sí? —le dije mirándolo demasiado seria.
—Al principio creí que no podía ser cierto, pero sí, tiene que ser él.
Esperé en silencio a que continuara hablando.
—Era Verion, el gobernador de Ossins.
Creí que se me helaba la sangre, no podía ser cierto.
—¿Pero cómo puede ser que no lo supieras antes? Ya le habías visto en otra ocasión.
—Alise, aquí nadie, excepto su más cercano sirviente, lo ha visto. Desde que llegó al mando ha estado en el anonimato. Su sirviente es siempre quien da informe de las órdenes que él manda.
—¿Y cómo lo has reconocido ahora si nunca lo habías visto antes?
No podía entender qué había cambiado para que se diera cuenta.
—Porque sí lo había visto antes, cuando éramos pequeños, pero llevaba once años sin verlo. Ha cambiado mucho, al principio no lo reconocí.
Se quedó en silencio. Yo le animé a seguir, sabía que había más detrás de todo aquello.
—Zarok, ¿quién es Verion?
—Mi hermano.
Nos envolvió un silencio sepulcral.
—Lo siento, debe ser duro descubrir después de años en lo que se ha convertido tu hermano.
—No lo sientas. Verion es la persona a la que quiero matar con la espada de Linfer.
Lo miré, sin palabras. Estaba asustada. En su mirada había oscuridad y odio, tan fuerte que me lo transmitía y me hacía daño.
Salí del estanque, no soportaba su cercanía. Zarok se dio cuenta y se calmó saliendo también del agua. No me había fijado en que se había quitado las tiras de tela que llevaba en el cuerpo. Me sorprendí al ver cómo se las volvía a poner. Cogió una y vi cómo le transmitía un humo negro que se internaba dentro de la tela. Acto seguido, todas las tiras se colocaron en su cuerpo como si estuvieran vivas, colocándose de nuevo cada una en su sitio. Zarok me observó y, por primera vez, pareció fijarse en mí de verdad desde que habíamos llegado.
—Parece que por fin has visitado tu mundo —me dijo con una sonrisa.
Me fijé en cómo me miraba con descaro de arriba abajo, analizando mi figura. Me ruboricé, llevaba de nuevo la ropa de Cirvas. Me sentía cómoda con ella, era ligera y flexible. Cogí la capa que me había quitado para entrar en el agua y me la volví a colocar.
—Allí me han enseñado a utilizar un poco mi magia y a conectar con mi alma.
—Sí, he podido darme cuenta que hablas cissiano.
Sonreí.
Verion sabía que había estado en Cirvas, seguramente se dio cuenta porque hablé en cissiano. Debía ser más cauta de ahora en adelante.
—¿Cómo supiste que estaba en peligro? —le pregunté.
—No lo sabía, simplemente pensé en ir a recogerte a tu casa, porque llegué un poco antes del amanecer. Fue casualidad y también una suerte.
Pero seguramente no fue solo casualidad, pude leerlo en sus ojos. No confiaba del todo en que volvería y había ido a buscarme por si había cambiado de opinión. Una espinita parecía haberse clavado en mi corazón ante esa revelación. Aún no confiaba en mí y, por un lado, aunque fuera doloroso, debía continuar siendo así, al igual que yo tampoco debía confiar del todo en él. Decidí dejar a un lado aquel sentimiento y centrarme en cosas más importantes.
—¿Por qué solo puedes matarle con la espada de Linfer? —pregunté mientras me sentaba.
—Porque posee las dos almas, ¿o no te has preguntado cómo ha sido posible que te engañara?
Medité su pregunta. Era cierto, me había engañado y también a Carol, jamás habíamos visto nada de oscuridad en él.
Miré a Zarok preocupada. Él se sentó sobre la tierna hierba que brotaba sobre la roca, más lejos de lo normal de mí, pues había percibido que ahora no soportaba igual de bien su cercanía como antes. Por un lado lo agradecí, por otro me dolió que ahora fuera así.
—Mi madre poseía el alma de Yagalia, mi padre el de Zairas. Verion nació con ambas y yo también, pero mi alma de Yagalia era demasiado débil y acabó desapareciendo. En cambio Verion las tenía equilibradas de fuerza. Odiaba a nuestra madre —Hizo una pausa—. Cuando él tenía once años, una noche que se había quedado con mi madre, volví con mi padre de cazar. Verion la había matado y había desaparecido. Mi padre no soportó perderla. Al año siguiente estalló la guerra con Cirvas y mi padre murió en ella. Sé que no intentó salvarse, quería morir. Me quedé solo y decidí alejarme de Ciudad de las Nubes. Aprendí a vivir y conocer el bosque Lisser. Me gustó porque no vivía ningún humano allí. El gobernador de Ossins murió en la guerra, pero seis años después apareció un nuevo gobernador que decidió permanecer en el anonimato. Deduzco que fue por su escasa edad para gobernar, los demás no lo hubieran aceptado y habría tenido problemas entre los habitantes de nuestro mundo. Él quiso ahorrarse cualquier contratiempo, manteniéndose en el anonimato hasta llegar a más edad.
—¿Cómo sabías que era tu hermano el nuevo gobernador si ha estado permaneciendo en el anonimato? —pregunté con interés.
—Porque en una ocasión, cuando éramos niños y nos fuimos a dormir, en el silencio de la noche me dijo algo que nunca podré olvidar: “Cuando el gobernador muera, huiré de esta familia y conseguiré convertirme en el próximo gobernador y así podré evitar lo que este no ha podido: que las almas de Yagalia no vuelvan a unirse jamás con las de Zairas”. En aquel momento lo vi; tenía una mirada llena de oscuridad y tan profunda que supe que lo conseguiría. Un día que los siervos del gobernador estaban de caza, revelaron su nombre a la oscuridad del bosque Lisser, yo estaba cerca entre las sombras, y supe el rostro que se ocultaba tras ese nombre. No sé qué habrá estado haciendo durante estos años, porque yo he estado buscándote.
Lo miré un poco conmocionada.
—¿Me has buscado… desde que tenías diez años? —dije sorprendida.
Él únicamente me miró, sin decir nada.
—¿Cómo sabías que mi madre tenía una hija?
Tardó unos segundos en responder.
—Porque una vez alguien me habló de ti. Me dijo que tú eras la única que podía ayudarme.
—¿Qué? ¿Quién te habló de mí?
Mi corazón parecía una locomotora a punto de sobrepasar el límite de velocidad.
—Esa parte de la historia no me concierne a mí contarla.
Iba a insistir, no podía dejarme de aquella forma, pero Zarok se levantó.
—Iré a buscar comida, debes tener hambre. Después seguiremos nuestro camino hacia Ciudad de las Nubes y espero que la suerte nos acompañe y no tengamos ningún contratiempo que nos retrase.
Antes de darme tiempo a hablar, Zarok desapareció, dejándome sola con muchas cosas en qué pensar.
***
Comíamos junto al fuego, en silencio, hasta que lo rompí.
—¿Por qué Verion se hacía llamar con otro nombre en la Tierra?
Mientras esperaba que Zarok volviera con la comida, había meditado sobre algunos temas curiosos.
—Supongo que no quería que lo reconociera. Él sabía que andaba detrás de ti, que acabaría hablando contigo.
—Tiene sentido, pero lo que no entiendo es por qué no me robó el ojo de cristal cuando tuvo ocasión, porque la ha tenido más de una vez. Sin embargo, no lo hizo.
—Para eso no tengo respuesta, pero créeme si te digo que si no lo hizo antes es por alguna razón. Debe estar tramando algo nada bueno.
Continuamos comiendo en silencio, pensando en todo lo acontecido.
***
El primer día de vuelta al camino no ocurrió nada relevante. Fue duro, puesto que el ambiente me afectaba más, tenía que beber agua con frecuencia y no me regeneraba por completo.
Los terrenos eran rocosos y secos. El aire volvía la piel áspera y había momentos que parecía perseguirnos un fuego invisible que nos abrasaba en un cálido abrazo. Tuvimos que desviarnos del camino en varias ocasiones al sentir que alguien nos seguía.
Zarok me enseñó a cazar. La petición fue mía, pues quería aprender todo lo que fuera posible. No fue sencillo: por aquellas tierras que recorríamos apenas había vida y no tenía armas, pero me concentré para utilizar mi magia. Enseguida desechamos esa posibilidad, pues la primera vez que lo intenté quedé tan débil que tuvimos que perder varias horas en el refugio hasta que me recuperé, por no mencionar que Zarok estuvo a punto de atacarme inconscientemente tentado por su oscuridad. En otra ocasión me prestó su daga y me enseñó a poner trampas, era lo único que podía hacer.
Por fin llegó la noche y volvimos al refugio. En Ossins los días funcionaban prácticamente igual que en la Tierra, la única diferencia eran las horas de noche. Ossins tenía más horas de oscuridad que de luz. Jamás podían verse las estrellas o la luna y tampoco vería la luz del sol en aquel mundo, pues unas nubes oscuras permanecían constantes en el cielo.
El segundo día no fue mejor. Una nube de lluvia ácida, así la llamaban, nos alcanzó. Tuvimos suerte de encontrar una cueva cerca, porque sufrimos graves quemaduras. Desde la cueva volvimos al refugio. Zarok tuvo que llevarme en brazos hasta el agua, me encontraba en una situación más crítica que él. Tuvimos que aplazar el viaje un día hasta que me recuperé notablemente y Zarok comprobó que la lluvia ácida había terminado. Pero durante ese día estuvo meditando seriamente.
Estaba comiendo algunos crapis que había encontrado Zarok para que recuperara fuerzas cuando me contó lo que había estado pensando aquel día que yo me recuperaba.
—He pensado que te quedes aquí hasta que llegue a las Montañas Huracanadas —dijo de pronto.
No quería que me dejara atrás, no después de haber vuelto de Cirvas para acompañarlo en el viaje.
—No dejaré que hagas el viaje solo, he vuelto para eso, sino me hubiera quedado en Cirvas y podías haberme recogido en Manhattan cuando hubieras llegado a las montañas. No puedes decir esto ahora.
No hablé de manera suplicante, lo dije con actitud firme y clara. No me dejaría aquí, por mucho que ahora me afectara aquel ambiente.
—Alise, entiéndelo, antes podías aguantar más, pero desde que has fusionado tu alma con tu mente aún no es suficientemente fuerte para aguantar esto. La dañas y sufre, mucho más que antes. Tu compañía solo conseguirá retrasarnos, ya lo hace, y ahora tenemos a alguien buscándonos frenéticamente por todo Ossins. Deberíamos avanzar con más rapidez.
—Entonces llévame de vuelta a Manhattan y volveré a mi mundo —propuse con la esperanza de volver a Cirvas antes de lo que imaginaba.
—No, estás muy débil, de momento no podrás llegar hasta Cirvas, tardarás en recuperarte y tampoco es seguro que estés en Manhattan.
Suspiré, cansada.
—¿Cómo puedo fortalecer mi alma?
—Dejando pasar el tiempo. Tiene que crecer, ha empezado a desarrollarse ahora que la has fusionado con tu mente —dijo, pero se detuvo meditando—. Aunque ese proceso puede acelerarse —dijo finalmente pensando en otra posibilidad, a pesar de que no parecía convencerle.
—¿Cómo?
—Luchando y obligándola a que se enfrente a peligros para forzarla a desarrollarse con mayor rapidez y ser capaz de afrontar con eficacia los problemas.
No me gustaba la idea de tener que presionar a mi alma a crecer, en cierto sentido era cruel, pero tampoco sabía cuánto tiempo tardaría en desarrollarse por completo y ya había perdido muchos años para que se desarrollara. Era un poco tarde y tenía prisa, nos faltaba tiempo. No podía permitirme el lujo de dejarla crecer de forma natural.
—Necesito obligarla a que crezca —dije con un hilo de dolor en la voz.
—Correrás peligro si lo intentas —respondió, muy serio.
Sobrevoló un intenso silencio en el ambiente que nos envolvió a ambos, hasta que por fin lo rompí.
—No me quedaré aquí, me esforzaré por no retrasarnos. Ya estamos cerca de la ciudad, cuanto antes se desarrolle mi alma, antes aguantaré mejor este lugar. Al menos debo intentarlo y lo sabes. Además, debo fortalecerla y desarrollarla para poder transmitirle mi magia a la espada.
Estaba segura de que era algo en lo que Zarok no había pensado. Él suspiró derrotado.
—Está bien, tienes razón.
Se levantó de mi lado.
—¿Cuándo crees que estarás bien para que podamos volver al camino? —preguntó—. Ya nos queda poco para llegar, cuanto antes nos pongamos en marcha, mejor.
Miré mis quemaduras, que todavía no habían sanado del todo, aún me dolían al moverme. Necesitaría estar un poco más en el agua.
—Aún necesito recuperarme. Adelanta tú un día más y vuelve a por mí. Para entonces ya estaré bien.
Zarok asintió conforme, pero antes de que se marchara le hice una pregunta.
—¿Por qué no eliges dónde quieres aparecer?
Era algo que me llenaba de curiosidad.
—Porque no se puede elegir, apareces en el último sitio en el que estuviste. Si ahora mismo volviéramos a Manhattan apareceríamos en tu habitación. Si pudiera elegir ya hubiéramos llegado a las montañas hace mucho. Pero esto no solo nos pasa a nosotros, también a vosotros. Para que lo entiendas, se forman conexiones pasajeras que se desvanecen cuando cambias de lugar. Si fuéramos a Manhattan apareceríamos en tu habitación porque aún persiste esa conexión, pero si después nos fuéramos al parque y volviéramos aquí desde ese punto, la conexión que había con tu habitación se cambiaría al parque. ¿Lo comprendes ahora?
—Sí.
—Estos teletransportes solo son posibles si viajas a un lugar externo a tu mundo.
Tenía razón, también me había pasado a mí. Tanta magia y cuando de verdad puede ser útil… te falla.
—Volveré más tarde a traerte comida —dijo, y desapareció tras una capa de oscuridad que poco a poco se fue disipando hasta que no quedó nada.
Me dirigí de nuevo al estanque para terminar de recuperarme. Decidí relajarme. El sonido del agua cayendo por la cascada era reconfortante y también parecía sanar el dolor de mis quemaduras.
De pronto, empecé a pensar en cómo era mi vida antes de encontrar esta y no supe cuál prefería. Supuse que la mejor era cuando aún tenía una familia unida.
Recordé a Alison, no había ido a verla, ni siquiera la había llamado. En realidad no tuve mucho tiempo, enseguida apareció Verion. La sangre me hervía solo de recordarlo, pero al mismo tiempo dolía, había sido la primera persona que había creído encontrar como yo, perdido y solo en una vida desconocida. Me había sentido aliviada al conocerlo. Ahora aquellos días parecían lejanos, igual que todos los recuerdos de las personas que había ido perdiendo: mi madre, mi padre…
***
Al cabo de unas horas, Zarok me trajo comida, otra vez crapi. Enseguida volvió a marcharse. Me había enseñado a encender un fuego para cocinar. Mientras llenaba de nuevo mi estómago miré mis quemaduras, que comenzaban a cicatrizar. Aquella lluvia me había estropeado la ropa, había provocado múltiples agujeros. Por suerte, el saquito no había sufrido daños, los objetos estaban intactos.
Saqué el pétalo de flor y sentí cómo la vida que contenía me provocaba un cosquilleo en las manos. Aquel pétalo podía hacer crecer a la naturaleza allá donde la necesitase, ¿también sería capaz de hacer crecer a mi alma? Decidí probar, aunque no sabía muy bien qué tenía que hacer. Seguí mi instinto. Tapé el pétalo cuidadosamente con las palmas de las manos.
«Por favor, haz crecer mi alma sin ningún dolor, lo necesito», pensé.
Sin saber cómo, comenzó a deslizarse un agua que salía de mi piel por mis brazos, bajando desde los hombros hasta las manos. Mi colgante brilló y su luz se mezcló con el agua. Sentí que el pétalo absorbía estas dos fuerzas.
Pasados unos segundos desprendió una luz de color turquesa, rodeando mis brazos y mi colgante. Percibí cómo esa luz entraba en mi mente, iluminándola y buscando el alma de Yagalia. Ella la aceptó de buen grado y le dejó que la hiciera crecer. Poco a poco fui percibiendo cómo la energía de mi cuerpo aumentaba, sintiéndome más fuerte.
Al cabo de unos minutos, aquella luz turquesa volvió a la palma de mis manos para después desaparecer dentro del pétalo. El agua de mis brazos volvió a mi interior y la luz del colgante regresó a su sitio. Mi cuerpo comenzó a temblar de arriba abajo. Mi respiración se hizo más fuerte, como si hubiera estado conteniéndola mucho rato.
Observé el pétalo con gran asombro. Volvía a sentirme tan llena de energía y fuerte como si estuviera en Cirvas. Esperé con impaciencia el regreso de Zarok.
***
Solo faltaba un día para llegar a Ciudad de las Nubes y volvíamos a estar juntos en el camino. Aquel día no era distinto a los demás. El único sonido que había en el ambiente era el de nuestros pasos. El aire parecía más denso y seguía siendo igual de seco y cálido. Un olor constante a quemado nos seguía allá donde fuéramos.
Le había contado a Zarok lo que había conseguido con mi alma, era una buena noticia, ya que podría aguantar el viaje. Resistía mucho más tiempo sin necesitar el agua y podría utilizar mi magia para defenderme si fuera necesario. Una nueva seguridad se respiraba entre Zarok y yo, pero no tranquilidad. Zarok había sentido de pronto que alguien volvía a seguirnos.
—¿Por qué te detienes? —le pregunté.
—Nos siguen —dijo mirando hacia todas partes.
El temor se apoderó de nosotros, más de mí que de él, que parecía no tener miedo a nada.
—Debemos irnos de aquí y rápido.
Me agarró de la mano y salimos corriendo en dirección al este, desviándonos del camino que nos dirigía hasta el reino. No entendía a dónde íbamos, pero no era momento de preguntas.
Comencé a escuchar unos pasos detrás de nosotros, muy cerca. Entonces vi que nos dirigíamos a un bosque. Odiaba los bosques, no me apetecía entrar en otro, pero no parecía que tuviéramos más opciones. Oí un zumbido pasar cerca de mi oreja, una flecha. Nos estaban atacando.
—¡Zarok, nos atacan! —le dije desesperada.
—Lo sé, debemos llegar al bosque. Una vez allí volveremos al refugio y esperaremos hasta que podamos volver.
—¿No sería mejor luchar para que no nos siguieran más? —pregunté dando más opciones.
—No, nos superan en número. No es buen momento para enfrentarlos.
Una vez llegamos al bosque continuamos corriendo para adentrarnos más. Zarok se detuvo para formar el manto oscuro sobre nosotros, pero cuando ya nos tenía casi cubiertos, lo escuché gritar y me asusté. El manto llegó a cubrirnos y desaparecimos, volvíamos a estar a salvo.
Cuando llegamos al refugio Zarok estaba tendido en el suelo, herido. Lo habían alcanzado dos flechas, una en la pierna y otra en el hombro. Las flechas producían un halo azul y otro plateado. Observé cómo Zarok se sacaba las flechas sin ser capaz de moverme, produciéndole un horrible dolor.
Me arrodillé a su lado, comenzaba a sudar mucho, estaba ardiendo. Contemplé las heridas: dos agujeros negros que derramaban sangre tan oscura como la tinta. No sabía qué hacer para ayudarle.
—Alise… —dijo Zarok, casi sin fuerzas.
—Sí, estoy aquí. No te preocupes, conseguiré que te pongas bien —le dije para que se tranquilizara.
—No hay nada que puedas hacer —dijo entre susurros—. El halo de luz que desprenden… penetra en la sangre y le inyecta un veneno.
Se detuvo, respirando con dificultad.
—Suele hacer efecto en unas horas, va paralizando el cuerpo poco a poco hasta que se paralizan el corazón y el cerebro.
—No, me niego a rendirme. Tienes que salir de esta, debes hacerlo, ¡maldita sea! —dije desesperada.
Los nervios comenzaban a aflorar en mí y mi puño se cerró con rabia golpeando el suelo de roca, por lo que comenzó a sangrar. Pensé en meterle en el agua, pero para él no era igual que para mí, le dañaría más que ayudarle.
—¡No, no, no! —dije levantándome enfadada ante la impotencia de no saber qué hacer.
Comencé a andar por toda la cueva de un lado a otro, pensando con desesperación en alguna posibilidad. Si él moría, me quedaría encerrada en el refugio.
—Alise… —dijo de pronto. Me acerqué rápidamente a él—. Aún me queda algo de fuerza para transportarte de nuevo a Manhattan y que puedas volver a Cirvas.
Me miró. No pude evitar que dos lágrimas se derramaran por mi rostro.
—No pienso irme de aquí y dejarte. Volví para hacer este camino contigo y lo terminaremos juntos. Si Verion piensa que voy a rendirme está muy equivocado.
Aquellas palabras sonaron con dolor, pero también con esperanza. Me puse de nuevo en pie caminando de un lado a otro, pensando en alguna solución.
Con cada hora que pasaba Zarok estaba más frío, ya no podía mover los pies y las piernas. Desesperada, golpeé y pateé la pared de la cueva, necesitaba desahogarme. Aquella impotencia que sentía era insoportable, necesitaba sacarla de algún modo. Estuve golpeando la pared hasta que me quedé sin fuerzas. Me apoyé sobre ella y me deslicé hasta quedarme sentada en el suelo.
Miré a Zarok, se había quedado inconsciente hacía rato, ya no hablaba. Me tapé la cabeza con los brazos, quería llorar. Suspiré, no había nada que hacer, tenía que aceptar la derrota, un triste final para una triste historia.
En el fondo, suponía que merecía terminar así. Nunca había hecho las cosas bien. Perdí a mi madre y dejé solo a mi padre, no luché por intentar calmar su dolor; había dañado a Alison y dejado Cirvas cuando más me necesitaban, ¿y para qué? Para terminar encerrada, viendo de morir a la persona que amaba.
Jamás volvería a preguntarme por qué volvía con Zarok. En el final de aquella triste historia ya no merecía la pena ocultarme algo que mi corazón ya sabía. Sonreí como una estúpida, sí, aquel era el final que me merecía.
Metí la mano en el bolsillo para sacar el ojo de cristal y, al sacarlo, se cayó el pétalo de flor. Lo observé. De pronto, una nueva esperanza me invadió. Todavía quedaba una posibilidad de salir de esta, todavía quedaba una posibilidad de cambiar el final, nuestro final.
Me levanté rápidamente para situarme junto a Zarok.
—Voy a sacarte de esta —le dije, aunque sabía que no podía escucharme—. Espero que funcione —me dije en un susurro.
Suspiré e intenté relajarme, estaba muy nerviosa. Como la primera vez, de mis brazos comenzó a deslizarse el agua hacia las palmas de mis manos y el colgante desprendió su luz mezclándola con el agua.
«Por favor, ayúdale a curarle sin dañar su alma», pensé, pues si tocaba el alma de Zarok no podría decir qué sucedería con seguridad, pero todo se complicaría.
Una luz de color turquesa salió del pétalo y llegó hasta Zarok, deslizándose hasta llegar a sus heridas. Sentí que tenía que ayudar con mi alma a la magia que brotaba del pétalo para que pudiera moverse por el cuerpo, pues sola no tenía la suficiente fuerza como para curar algo tan grave.
Percibí cómo la luz del pétalo se movía cuidadosamente por el interior de Zarok para no dañar su alma. Parecía que empezaba a funcionar, pero algo se interpuso en el proceso de curación. La oscuridad de Zairas no soportó lo que estaba ocurriendo y comenzó a rodear la luz del pétalo. El cuerpo de Zarok comenzó a convulsionarse, tenía que alejar a la oscuridad, ¿pero cómo?
Me concentré, impulsé la mezcla de luz y agua que había formado y que entraba en el interior del pétalo para que también entrara en el cuerpo de Zarok. Iba a luchar hasta el final. Cerré los ojos con fuerza, percibí la oscuridad y la atrapé con la mezcla de agua y luz. Sentí con alivio cómo la oscuridad no tenía fuerzas suficientes para enfrentarse a aquellos dos poderes. Fue un proceso largo y duro, hasta que la luz del pétalo no terminara la curación no podía soltar la oscuridad del alma de Zarok.
Llegó un punto en que mis fuerzas querían desvanecerse, comenzaba a flaquear, si la curación duraba un poco más no lo aguantaría. Ya estaba casi, podía sentirlo, solo un poco más…
***
«No podía dejar morir a Zarok, teníamos que conseguir esa espada, tenía que convertirme en la esperanza de Cirvas», aquel pensamiento se escuchaba en mi cabeza como si fuera un sueño que se iba desvaneciendo poco a poco.
Un frescor me invadió el cuerpo, que absorbió bebiendo de él, lo necesitaba. Había llegado a un punto muy crítico. Intenté abrir los ojos, pero los parpados parecían pesar demasiado. Alguien me apartó los mechones de la cara con suavidad, tenía que conseguir abrirlos, lo intenté de nuevo y esta vez lo conseguí. Ahí estaba la mirada de aquellos ojos negros y azulados.
Zarok suspiró y vi cómo de pronto parecía invadirle la tranquilidad. Primero, me miró en silencio. Aún se le veía débil, pero estaba despierto, se movía, estaba vivo. Lo había conseguido.
—Sé que estás muy débil, Alise, pero es necesario que te metas en el estanque. ¿Tienes fuerzas?
Yo asentí con una sonrisa, me sentía feliz por escuchar su voz. Él me cogió en brazos con cuidado, me acercó al estanque y me sentó dentro del agua.
—¿Puedes mantenerte sentada o necesitas que te sujete? —preguntó con una amabilidad que no era normal en él.
Por fin hablé.
—No te preocupes, puedo sostenerme sola.
Cerré los ojos al sentir el agua en mi cuerpo. La luz del sol que entraba por el agujero del techo de la cascada me calmó el corazón. Escuché el sonido del agua al caer y mi alma se movió débilmente, al menos volvía a sentirla de nuevo, seguía con vida.
Sonreí, recordé que justo cuando terminó la curación había perdido el conocimiento y me había quedado sin fuerzas, sin energía. Muy lentamente la volvía a recuperar, pero esto haría que nuestro viaje se retrasara considerablemente.
—Gracias por salvarme la vida —dijo Zarok detrás de mí—. Pero no debiste haberlo hecho, podrías haber muerto tú también.
—Si no te hubiera ayudado habría muerto igualmente. No había otra alternativa. Además, te necesitaba —dije de manera lenta y tranquila.
Pero para él mi explicación no era suficiente.
—No deberías pensar más en la espada, en aquellos momentos deberías haberte salvado cuando te di la oportunidad. Podía haberte sacado de aquí.
Parecía no darse cuenta de lo que en realidad escondían mis palabras.
—No te necesito por la espada —dije ya cansada de esconder lo que sentía. Una vez lo había aceptado, no tenía sentido seguir ocultándolo—. Simplemente te necesitaba a mi lado.
Zarok seguía a mis espaldas, no podía ver su reacción.
—Tú hubieras hecho lo mismo —añadí al ver que él no decía nada.
La voz de Zarok sonó confusa e insegura, lo que nunca antes había pasado.
—¿Cómo puedes estar tan segura de que yo hubiera hecho lo mismo? —dijo.
Pero no respondí y nos quedamos en silencio.
—Puede que yo… —Calló un momento antes de continuar—. Puede que yo no hubiera hecho… Alise yo…
Parecía no saber muy bien qué palabras elegir.
—No me conoces tan bien como crees —sentenció.
Sabía perfectamente lo que le pasaba. Estaba empezando a sentir cosas que él sabía que no debía, que aquello le expondría aún más al peligro, tanto a él como a mí. Intentaba engañarse, como había hecho yo. Pero se lo volví a repetir, tan segura como la primera vez:
—Tú hubieras hecho lo mismo.
Pero él decidió dejar la conversación.
—Creo que ya estás mejor. Iré a por comida.
Percibí una débil brisa. Se había marchado.
***
Zarok regresó cuando el crepúsculo ya había caído sobre el cielo. Había comprobado que ya no había peligro, pero aún era pronto para volver a marchar, había tardado demasiado en volver, necesitaba pensar.
Encontró a Alise durmiendo sobre la hierba y encendió un fuego en la zona que había solo roca y, cogiendo a Alise en brazos la llevó hasta allí, para que no pasara frío. Ella no despertó. La observó cómo dormía. Sí, hubiera hecho lo mismo por ella, pero no debía decírselo, ahora estaba en más peligro que nunca: siempre elegiría salvarlo a él antes que a sí misma.
No podía dejarla sentir aquello por él, debería cambiar su actitud con ella de ahora en adelante. Su objetivo solo debía ser conseguir la espada. Una vez conseguida, le haría volver a su mundo y procuraría no verla nunca más.
***
Escuché el chisporroteo de las llamas al quemar la madera. Un olor a comida invadió mi olfato. Abrí los ojos lentamente y me quedé observando las llamas.
—¿Te pasa algo? —me preguntó Zarok con una tibieza tan repentina que me dolió.
—Miraba el fuego. Creo que dentro de dos días es mi cumpleaños, no sé en qué día estamos con exactitud —dije con una sonrisa tímida—. Cumplo diecinueve años. Recordaba cuando me reunía alrededor de la chimenea con mis padres en ese día. Mamá preparaba chocolate caliente para los tres y nos sentábamos en la alfombra que había tendida en el suelo delante de la chimenea. Papá solía contar una historia muy distinta a las que solía contarme mi madre cuando me iba a dormir, pero también me gustaba escuchar las de papá, me hacían reír —Sonreí con añoranza, pero mi expresión cambió al recordar otros tiempos—. Después de la muerte de mi madre jamás volví a tener un cumpleaños así, mi padre siempre lo olvidaba. Su mayor felicitación era llegar borracho. Me encerraba en mi habitación, abría la caja de música que me regaló mi madre y me cantaba a mí misma el cumpleaños feliz en silencio.
Me detuve un instante.
—Después ya ni siquiera yo recordaba mi cumpleaños, a veces. Aquel día, como muchos otros, dejó de tener sentido para mí. Simplemente veía pasar la vida, con aquel día o sin él, yo seguiría cumpliendo años, por lo que… terminó por no importarme.
«Pero era triste», pensé.
Zarok no dijo nada, simplemente me escuchó en silencio. Continué comiendo, recordando aquellos días en los que tuve una familia y era feliz.
***
Tardamos dos días más en continuar la marcha. Habían sido diferentes, Zarok estaba distante y más callado de lo normal conmigo, apenas hablaba y pasaba mucho tiempo fuera con la excusa de buscar comida. Prácticamente había estado aquellos dos días sola en el refugio. Pero al caer la noche de aquel segundo día, Zarok apareció cuando yo ya había encendido un fuego. Llevaba comida y se sentó frente a mí, pero no quise mirarlo.
—Felicidades —dijo Zarok.
Lo miré sorprendida. Sus ojos estaban clavados en mí, las llamas se le reflejaban en sus pupilas, ardían.
—Tengo un regalo para ti —susurró al ver que no era capaz de hablar.
—¿Qué es? —dije al fin, no podía imaginarme que hubiera conseguido nada en aquel mundo.
—Una historia.
Las palabras se quedaron en mi garganta, estaba conmocionada. Contuve la respiración para no dejar escapar una lágrima que luchaba por salir, pero no fui capaz de evitar que se me empañaran los ojos.
—¿Te gustaría escucharla? —preguntó confundido por mi reacción y mi constante silencio.
Asentí. No tenía fuerzas para hablar, para mí era un momento realmente especial. Zarok miró las llamas y comenzó a relatar mi regalo.
—En una época en la que los días eran más tranquilos y las personas parecían querer mantener la paz entre ellos, una niña de seis años llamada Lusien caminaba cogida de la mano de su madre por Central Park en Manhattan, Nueva York. Un día soleado como nunca había visto Manhattan y un parque verde y alegre como le gustaba disfrutar. Lo único que quería Lusien era un helado, pero su madre no quería comprárselo. Enfadada, se fue a jugar con unos niños. Cuando llegó hasta ellos vio que uno estaba comiendo lo que más ansiaba aquella tarde. Triste por no tener lo que quería en aquel día de calor, se separó de ellos y se puso a llorar en silencio. Aquel niño del helado se percató de su reacción, se acercó y le ofreció el suyo. Lusien, acongojada por llorar, sonrió. Él era mayor, pero aquel niño le gustó. Sus ojos le habían hipnotizado el corazón.
»Desde aquel día jugaban siempre juntos en Central Park, hasta que los padres de Lusien le revelaron un secreto que llevaba oculto en su interior, poseía el alma de un espíritu llamado Yagalia. Durante un tiempo no volvió a ver a aquel chico que por aquel entonces habían pasado dos años desde que se habían conocido. Pero ella nunca lo olvidaba y deseaba volver a verlo. Lo deseó durante muchos años después, pues aquel tiempo sin verlo se había convertido ya en diez años.
»Un día le reveló a su madre sus deseos por volver a ver a Derban, aquel chico del Central Park. Su madre conocía la amistad que había comenzado con él doce años atrás. Por aquel entonces no le dio importancia a aquella amistad de niños, pero ahora no podía consentir que volvieran a tenerla, pues ella sabía desde un principio lo que Derban llevaba en su interior. Aquel día, la madre de Lusien le contó que Derban poseía el alma de Zairas, un alma que en aquellos momentos, siendo ya adulto, podría dañarla. Lusien no quiso discutir, pero no estaba de acuerdo, su amistad había sido verdadera, no le haría daño.
»En contra de lo que su madre le hubiera dicho, un día volvió al parque. Había muchos niños jugando. Se vio a ella misma y a Derban con seis y ocho años corriendo por todos lados e intentando atraparse el uno al otro, pero aquel niño ya no tenía ocho años y ya no se encontraba en aquel parque esperando a que ella apareciera para jugar. Por un momento, se lo imaginó esperándola. Sintió una punzada en el corazón ante ese pensamiento. Sin poder remediarlo, las lágrimas comenzaron a brotar y lloró en silencio cuando, sin esperarlo, alguien le había tendido delante de ella un pañuelo para que se secara las lágrimas y se calmara. Lusien alzó la mirada y se encontró unos ojos negros y azulados que le volvieron a hipnotizar como la primera vez que los vio, doce años atrás. Derban la reconoció también, pues había seguido acudiendo durante todos aquellos años con la esperanza de volver a verla. Aquel encuentro fue el inicio de un amor que les haría permanecer juntos hasta que la muerte los separase —Zarok se detuvo, entendí que había terminado la historia—. No es una historia que haga reír, pero…
No dejé que terminara de hablar.
—Es hermosa —dije, quería que pudiera llegar a sentir lo que había significado aquel regalo para mí—. Gracias.
Me miró durante unos segundos, parecía pensar en algo, pero nunca llegaría a saber lo que pensaba en aquel momento.
—Deberíamos dormir, mañana volveremos al camino —dijo de pronto.
Dormí profundamente, bañada aún por un sentimiento mágico que Zarok había creado aquella noche.
***
Terminé recuperándome del todo, era un alivio volver a sentirse tan viva, pero el comportamiento de Zarok volvió a ser el de siempre y aquella actitud me preocupaba.
Estábamos cerca del reino, desde la lejanía podían verse los altos y delgados edificios que llegaban hasta las nubes. Impactaba incluso en la distancia, ahora entendía por qué se llamaba Ciudad de las Nubes.
No hubo más contratiempos por el camino. Tuvimos que cruzar el río Belsa que venía desde la cordillera que rodeaba Maoss y bajar un precipicio. Fue duro y costoso, tuvimos que buscar otros caminos que fueran más accesibles para continuar el que seguíamos.
Zarok conocía bien su mundo, pero era un mundo que cambiaba constantemente la erosión, el terreno, todo. Daba la sensación de que era un día interminable. Nos parecía estar tan cerca del reino y a la vez tan lejos. El terreno de los alrededores nos complicaba cada vez más el camino para llegar hasta él.
Había sido un viaje silencioso. Me ayudaba si era necesario y hablaba cuando tenía que indicarme algo importante en el camino. Hasta que no pude soportar más su comportamiento.
—¿Tanto te ha molestado que te salvara la vida? —le pregunté.
Zarok no se detuvo, estábamos subiendo un monte de piedra y respondió sin mirarme.
—¿Molestarme? Al contrario, creo recordar que te lo agradecí.
—¿Entonces no entiendo por qué…?
Pero no pude terminar la pregunta.
—¡Al fin! —dijo Zarok con alegría cuando llegó arriba del todo—. Hemos llegado a Ciudad de las Nubes.
Llegué a su lado y contemplé el reino que se mostraba ante nosotros. Sus edificios imponían, pero también había chozas de roca mucho más bajas. Las calles eran realmente anchas y estaban iluminadas por antorchas. En el centro de la ciudad había una roca esculpida con forma de espada, casi tan alta como los edificios que llegaban prácticamente hasta las nubes. Desprendía un halo de luz suave que se movía sutil como el humo, casi con delicadeza, de color plata.
—¿Por qué edificios tan altos? —pregunté.
—Querían sobresalir por encima de cualquier lugar de Ossins. De todas formas, no son edificios, en realidad. Son rocas, pero esculpieron la forma para crear la ilusión de edificios. Las viviendas solo están en la parte baja, el resto es todo roca maciza.
Parecía increíble que fueran rocas, tenían formas redondeadas, simulando picos a varias alturas. También formaban un contorno de ventanas, tan oscuras como la roca misma, pues estaban talladas en ella. En lo alto del reino, miles de pájaros negros la sobrevolaban en círculos, como guardianes de la noche.
—Iremos a ver a unas personas que nos darán alojamiento y una variedad diferente de comida —dijo convencido, parecía emocionado por volver a su ciudad natal, aunque intentara disimularlo.