IV

Bajé las escaleras. Mi mente era un hervidero de revueltas ideas. Aquello resultaba en extremo inexplicable. Puede perdonárseme, en consecuencia, que no advirtiera el siguiente paso, inevitable. Estaba ofuscado. Mi cerebro no funcionaba adecuadamente.

Y sin embargo, ¡era todo tan lógico! Norton había sido asesinado... ¿Por qué? Porque alguien había querido impedir que dijera lo que había visto... Es lo que yo creía.

Pero él había confiado a otra persona aquel conocimiento. Por tanto, esa persona se encontraba también en peligro... Estaba en peligro y, además, se hallaba imposibilitada. Hubiera debido darme cuenta de eso. Hubiera debido preverlo —Cher ami! —había exclamado Poirot cuando yo abandoné la habitación.

Fueron aquéllas las últimas palabras que había de oír de sus labios. En efecto, cuando Curtiss entró en la habitación para atenderle encontró a su señor muerto...

CAPÍTULO XVIII

I

No quisiera escribir sobre esto una sola línea. Quería pensar en ello lo menos posible. Hércules Poirot había muerto... Y con él había muerto también buena parte de Arthur Hastings.
Facilitaré los hechos escuetamente, sin adornos literarios. No podría proceder de otro modo.

Poirot murió, se dijo, por causas naturales. Concretamente, murió a consecuencia de un fallo cardíaco. Franklin declaró que había esperado en todo momento que falleciera de eso. Indudablemente, la muerte de Norton le había producido una intensa emoción. Por un descuido, al parecer, las ampollas de nitrato de amilo no se encontraban en la mesita de noche, junto a su cama.

¿Se trataba de un descuido realmente? ¿Las quitó alguien deliberadamente de allí? Tenía que haber habido algo más. X no podía contar solamente con el ataque cardíaco.
Lo confieso: me niego a creer que la muerte de Poirot fuese debida a causas naturales. Poirot fue asesinado... Lo mismo que Norton, igual que Bárbara Franklin. Y yo no sé por qué murieron estas personas... ¡Y no sé quién las asesinó!

Se celebró una encuesta con motivo de la muerte de Norton, siendo promulgado un veredicto de suicidio. El único punto dudoso fue el expuesto por el forense, quien manifestó que resultaba muy difícil para una persona dispararse un tiro en el centro exacto de su frente. Pero se trataba únicamente de la sombra de una duda... Todo aparecía muy claro, muy sencillo. La puerta de la habitación había sido cerrada con llave por dentro; esta llave fue encontrada en uno de los bolsillos de la bata que vestía la víctima; las ventanas estaban cerradas; una de las manos del muerto empuñaba una pistola... Norton se había quejado con frecuencia de que sufría agudos dolores de cabeza. De otro lado, últimamente, había efectuado erróneas inversiones de dinero. No eran éstas unas razones muy sólidas para explicar un suicidio, pero fueron traídas a colación...

La pistola, al parecer, era suya. La doncella del piso la había visto en un par de ocasiones sobre la cómoda, durante su estancia en Styles. En eso habla quedado todo. Otro crimen bien montado. ¿Con qué otra solución podía darse?

En el duelo entablado entre Poirot y X, X había ganado la partida. Había llegado para mí la hora de actuar. Entré en la habitación de Poirot, llevándome su cartera de mano. Sabía que me había nombrado su albacea, de maque yo tenía perfecto derecho a comportarme así. La llave colgaba de un hilo, sujeto al cuello. Una vez en mi cuarto, abrí la cartera a fin de examinar su contenido. Inmediatamente, sufrí un fuerte sobresalto. Los dossiers referentes a los casos de X habían desaparecido. Los había visto yo allí un día o dos antes, cuando Poirot abriera la cartera. De haber necesitado una prueba de la intervención de X, ya la tenía. Una de dos: o Poirot había destruido aquellos papeles por sí mismo (cosa improbable), o bien era X quien había procedido de este modo.

X... X... Siempre aquel condenado enemigo denominado X.

Pero la cartera no estaba vacía. Recordé unas palabras de Poirot: éste me había prometido que encontraría otras indicaciones cuya existencia ignoraría X.

¿Se hallaban allí tales indicaciones?

Localicé en la cartera un ejemplar, en edición barata, de una de las obras de Shakespeare: Otelo. El otro libro hallado fue John Fergueson, de St. John Ervine. Contenía un marcador en las páginas del tercer acto.

Me quedé absorto, contemplando los dos libros, sin saber qué pensar.

Aquéllas eran las pistas que Poirot me había dejado... ¡A mí no me decían nada!

¿Qué podían significar realmente?

Sólo se me ocurrió una idea: ¿me encontraría frente a una especie de código o clave? Podía tratarse, sí, de un código de palabras basado en las obras.

Pero, en tal caso, ¿cómo podía valerme de él?

Allí no había palabras ni letras subrayadas, para hacerlas resaltar. Realicé distintas combinaciones, sin el menor resultado.

Leí con toda atención el tercer acto de John Fergueson, desde la primera hasta la última página. Hay en él una admirable, una emocionante escena, con parlamentos de Clutie John, escena que termina con la salida del joven Fergueson, que marcha en busca del hombre que ha engañado a su hermana. Se trata de un personaje magistralmente descrito, pero... ¡yo no podía pensar que Poirot se empeñara en mejorar mis gustos literarios!

Y luego, cuando pasaba una de las hojas de la obra, vi una tira de papel que caía al suelo. Poirot había escrito en ella una frase:

«Hable con mi criado George.»

Bien. Allí ya tenía algo. Probablemente, el código —de existir alguno— obraba en poder de George. Tenía que hacerme con sus señas y visitarle.

Pero antes había de enfrentarme con la triste tarea de enterrar a mi amigo.

Aquí había vivido al principio de su llegada a este país. Aquí descansaría para siempre.

Judith se mostró muy afectuosa conmigo durante aquellos días.

Se pasó muchos días a mi lado, ayudándome en todo lo que yo llevaba entre manos. Era afable, cariñosa. Fueron también muy buenos conmigo Elizabeth Cole y Boyd Carrington.

Elizabeth Cole me sorprendió. Creí al principio que se sentiría muy afectada por la muerte de Norton. Pero no fue así. En fin, si sintió algún pesar supo disimularlo, al menos.

Todo terminó de esta manera...