♥ CAPÍTULO 10 ♥

 

 

Dicen que no existen las casualidades. Todo tiene un motivo, nada es circunstancial.

Y talvez así lo era...no hay mal que por bien no venga. Después del suceso Joaquín podría decirse que ya tenía en mis manos mi próximo libro.

“Como disculparse, sin rebajarse al extremo, en 700 mensajes de texto”

Perdón, dije 700...no, no, 701.

Sí, estaba a pasos de obtener una maestría en ello. Me dolían los dedos de la mano, en verdad lo hacían.

—¿Cuántos mensajes más vas a enviarle? Creo que deberías considerar su silencio como respuesta. Yo lo haría.

No estaba sola, Érica secundaba mi comportamiento dramático, es más, lo potenciaba. Lo hacíamos de forma mutua, mi depresión amorosa alimentaba a la suya y viceversa, así caíamos juntas en una burbuja eterna de emociones insustanciales. A la hora de compartir penas las hermanas Bregan aunaban fuerzas.

Ah, si se lo preguntan, sí, su trasero seguía pegado a mi sofá desde aquella noche fatídica.

—Por mí que continúe mudo, de momento me basta con saber que los lee.

La ventaja de mi sofá era que se hacía cama, y por supuesto le estábamos dando buen uso. Desplomadas ahí como dos seres inertes que se movían sólo para ir al baño, buscar el sustento y localizar el control remoto perdido de la tv.

—¿Los lee?—se indignó—¡Peor aún! Sus intenciones de torturarte son obvias, y tú las alimentas.

—¡No lo alimento!—Mi defensa era injustificada, Érica tenía razón—Aunque no puedo

decir lo mismo de ti—le pasé la fuente con palomitas recién hechas—.Toma, aquí tienes, invierte bien el trabajo de tu boca.

No se resistió, se aferró a la fuente y con una mueca de burla se llenó la boca de palomitas para dedicarle su completa atención a la tv. Habíamos organizado una maratón de películas anti romance con el único objetivo de distraernos de nuestra amarga realidad.

Joaquín no era un enigma, y su comportamiento tampoco lo era. Siendo realista, yo tampoco me respondería, lo sé, y creo que ese reconocimiento era lo que me llevaba a la persistencia. Eso y mi creatividad literaria que me llevaba a escribir “Lo siento” en todas sus posibles formas de variación.

—Porque no le escribes a alguien que esté dispuesto al feedback—balbuceó escupiendo restos de palomitas.

No le respondí, lo único a lo que atiné fue a devolverle la mueca burlona que ella me había obsequiado segundos atrás. Estaba escribiendo, no podía parar de hacerlo, pero no enviaba todos los mensajes, muchos de ellos los guardaba en borrador para enviárselos en un momento más oportuno. Tenía mi límite, no más de  diez mensajes por hora.

—¡Escríbele al millonario!—estalló como si hubiese tenido una revelación—¡Sí, porque no eres más productiva y le escribes al millonario!

La desventaja de sostener mi dramatismo en compañía de Érica era éste, sus opiniones y sugerencias a raudales. Las mismas parecían reproducirse como Gremlins, un par de palomitas, unas gotas de agua...y ¡Booom!: Opiniones y sugerencias por aquí. Opiniones y sugerencias por allá.

—Porque no eres productiva tú también y le escribes a...— quería contratacar sin darle chance alguna de respuesta.

¡Maldición, ningún nombre se me venía a la cabeza!

—¡AJA! —Érica saltó en el sofá  disfrutando de lo que parecía ser un triunfo glorioso—.¡Nada, ni nadie! No tienes ni un nombre para completar la oración porque no lo hay...en cambió tú, sí—el pensamiento la desinfló, su triunfo fue fugaz, volvió a desplomarse en el sofá—.Conmigo es Esteban y nada más que Esteban, tú tienes un suplente, y la verdad, podrías utilizarlo.

La realidad de mi hermana se coló profundo en mí, me daba cuenta que no estaba siendo la mejor compañía, no estaba siendo la compañía que necesitaba. Le estaba dedicando el tiempo a mi móvil en vez de entregarme a la maratón de películas anti amor que habíamos seleccionado.

Abandoné el aparatito, capturé un puñado de palomitas en mi mano y me acomodé a su lado.

—El millonario es tiempo perdido...—murmuré con la decepción a flor de piel—, por lo menos para mí. Un protagonista sin sentido, eso es lo que es. ¿Cómo no me di cuenta?—finalicé para mis adentros.

¡En mi cara! Me habían arrojado todos los recursos narrativos a la cara y no me había dado cuenta de ello. Era una historia clásica, obvia, tan obvia que no le había prestado la más mínima atención.

—¿De qué cuernos hablas?—la atención de Érica abandonó la tv para depositarse en mi rostro—. ¿Qué no te diste cuenta?

Ahora estaba furiosa, inquieta. ¡Y pensar que yo me considero una especialista en historias!

¡Vergüenza debería de darme!

—De Ribeiro Nieto, de eso no me di cuenta. ¡Increíble!— La lógica argumental que estructuraba a mis historias juntaba las piezas de mi rompecabezas mental—. El tercero en discordia, toda historia necesita un tercero en discordia, y el millonario fue el mío. ¡Fui una imbécil! Cumplió bien su papel, apareció de repente, me sirvió para alejar a Joaquín de mis pensamientos, y así, de la misma manera que ingresó, se marchó. No hizo nada relevante, sólo distraerme de lo importante.

La mano de Érica se estampó en mi frente.

—¡Estás desvariando! ¿Tienes fiebre o qué?

—¡No estoy desvariando! Déjame hacerte una pregunta...—Sí, el análisis narrativo fluía dentro de mí—, en treinta y cuatro años de vida, dime: ¿Cuántas veces se me cruzó en el camino un millonario de éstas características?

Cara de póker, mi hermana era una especialista en esa expresión.

—Me lo estás preguntando en serio—señaló la pantalla de tv—.Mira que está por aparecer el Coronel Trautman.

Cuando dije que habíamos organizado una maratón de películas anti romance me refería a esto: Rambo, y otros clásicos de acción de los ochenta.

—Por supuesto que te lo estoy preguntando en serio. Ponle pausa—ordené. Lo hizo, las dos sabíamos que el Coronel Trautman merecía toda nuestra atención—. Respóndeme.

—No lo sé. Además no me parece correcto colocar los treinta y cuatro años en la misma bolsa.

—Tienes razón, saquemos la niñez y la adolescencia de por medio. Pensemos de mis veinte años hasta aquí. ¡Catorce años! En catorce años JAMÁS—Sí, puse mucho énfasis en ese jamás—un millonario de sus características se me atravesó en el camino.

—Es verdad—afirmó con poca convicción—, supongo que el «nunca digas nunca» finalmente hizo de las suyas contigo.

—¡No, el maldito universo hizo de las suyas conmigo! ¿No te das cuenta?

—Nop...y no creo que me dé cuenta. Insisto, estás desvariando—las palomitas regresaron a su boca.

—Me pusieron a RN en el camino para confundirme, para perder el hilo de la historia, y yo me dejé engañar fácil.

—O te lo pusieron en el camino para que te dieras cuenta de una vez por todas que formabas parte de una historia—argumentó Érica con un certeza inusitada en ella—, una historia que al parecer no parecía existir para ti.

WOW. Todo mi cuerpo se inmovilizó ante lo oído. ¡Era una idiota de pura casta, y el universo coincidía en eso, hasta el punto de tener que golpearme con lo evidente en el rostro!

Debía renunciar a mi carrera de escritora de romance, con éstos antecedentes no podría escribir más. Ribeiro Nieto no había sido la distracción, ni siquiera se merecía el rol de tercero en discordia, no, había sido el personaje secundario que tiene como función encauzar a los protagonistas principales. Su sola presencia me confesaba lo que yo no  había tenido el coraje de reconocer, Joaquín y yo estábamos escribiendo el principio de  una historia.

Ciega, desde el momento en que Joaquín se había bajado los pantalones delante de mí, había quedado ciega. Pensé que los dos representábamos un mismo papel, me obligué a creerlo. Vinculados por el negocio, nada  más que eso.

Agggggg

Bastaba darle una nueva leída al guion de nuestras escenas para darme cuenta que la única equivocada había sido yo, había  actuado en la película equivocada.

Recapturé mi teléfono móvil y borré todos los mensajes que tenía guardados. No existían suficientes “Lo siento”, no a la distancia.

—¿Palomitas?—me ofreció Érica al notar mi expresión de rendición definitiva al asunto.

Volví a tomar un puñado de ellas y quité el modo de pausa en el reproductor de la tv.

Nada mejor que la desesperación, las balas, y  la sangre para olvidarse de los corazones rotos.

«Como se le ocurriría a Dios crear a un animal como Rambo»

—¡Dios no se tomó la molestia de hacerlo, fui yo!—repetimos al unísono siguiendo el relato de la película.

Habíamos sido criadas por Don Álvaro Bregan, nos sabíamos estos diálogos y muchos más. «¿Quién demonios es usted?» «Sam Trautman...Coronel Sam Trautman».

Cuando nos metíamos en estos mundos nos perdíamos fácil, por eso era que llevábamos días ajenas a todo, sabíamos escabullirnos de la realidad. Como siempre, en situaciones como éstas, alguien estaba siempre dispuesto a actuar de héroe. En nuestro caso puntual, heroína.

Mi móvil vibró con un mensaje.

 

¡Estoy subiendo.

Más te vale abrirme la puerta!

 

No necesitaba leer los datos del emisor del mensaje, cada letra confesaba que era Iris.

—¿Qué?—Érica reaccionó a mi inminente señal de alarma y preguntó.

—Iris.

Eso sólo dije, y eso fue suficiente para que maldijera para sus adentros como yo.

Sí, con ella se nos terminaba la fiesta de flagelación mental que estábamos manteniendo en total hermandad y calma.

Me apresuré a su llegada, fui hasta la puerta, quité el cerrojo, y la dejé apenas entre abierta. Retomé a las corridas mi lugar en el sofá, el «más te vale » auguraba que venía en “modo huracán ON”.

Me equivoqué, no vino en modo huracán, vino en modo estampida de elefantes eufóricos.

Saltamos del sofá ni bien su presencia se apoderó del lugar.

—¡Ustedes dos me están tomando el pelo!—gritó y el agudo de su voz nos destrozó los tímpanos.

Fingimos calma, si cedíamos estábamos condenadas. Debíamos mostrar un frente firme y unido, éramos dos y podíamos con ella.

—Shhhhhh—Érica atacó primero, la silenció haciendo evidente que interrumpía nuestra sesión de cine.

Yo contribuí con su acción, levanté mi dedo indicando el mismo silencio, y subí el volumen de la tv.

«Me parece que no lo ha entendido. No he venido aquí para salvar a Rambo de ustedes. Sino a ustedes de él».

La contra respuesta de Iris fue magistral, en vez de gritar, como era su costumbre, vino hasta nosotras, me arrancó el control remoto del reproductor y lo puso en pausa. Al hacerlo se detuvo unos segundos en la imagen.

—Esperen—dijo y volvió a darle “play”—, ¿ya lo desnudaron y lo bañaron a chorro de manguera?

—Sí, hace rato—aseveré.

—Entonces ésta película ya no tiene más sentido—accionó una vez más la opción de “pausa”.

—¡Cállate hereje! ¡No sabes lo que dices!— Érica odiaba que se metieran con sus sentimientos, y por algún extraño motivo, sus sentimientos involucraban un amor enfermizo por Sylvester Stallone.

—No, ustedes no saben lo que dicen, lo que hacen...¡no saben nada de nada!—la energía que Iris traía consigo parecía peligrosa.

La pelea por el control de la tv dio inicio: Érica intentó recuperarlo, Iris jaló para su lado, se sacudieron una y otra vez, hasta que finalmente las dos decidieron ceder para hacer caer a la otra. Una regresó su trasero al sofá, la otra lo llevó contra el suelo, y el control remoto voló por los aires hasta emprender la caída directa a mis entrepiernas. Mi pequeño grito de dolor puso el paño frío a la situación.

—Escúchenme, masoquistas graduadas con honores, entiendo que el tiempo aquí se detenga, pero por si no se dieron cuenta, afuera, no—incorporándose del suelo vino hasta nosotras y se apoderó de lo que faltaba: las palomitas—.No puedo creer que se comporten como dos niñas—Me arrojó un par de palomitas al rostro para motivar su discurso—Tú tienes la suerte de haber elegido un profesión que te permita administrarte a tu gusto, pero

tú—hizo lo mismo con Érica: lluvia de palomitas en su rostro—, tú no tienes excusa.

—Me tomé unos días, cuál es el problema—replicó mi hermana sacudiendo los restos de snacks —En años jamás tuve una inasistencia. Di parte de enferma.

—Sí, enferma de la cabeza. ¡Las dos!—Iris ardía, estaba extrañamente furiosa con nosotras—.Es evidente que tienen un problema genético que rima con patético.

—Bueno, detente ahí—por supuesto me manifesté. Eso de andar desperdiciando palomitas al aire no me agradaba para nada.

No tenía ningún argumento valedero para atacar la referencia de lo  “patético” a nuestro comportamiento. ¿A quién pretendíamos engañar? Éramos un desastre, aunque era mi deber disimularlo.

—¿Cuál es el problema en compartir nuestras penas y al mismo tiempo fortalecer el lazo entre hermanas?—utilicé un argumento de psicología barata.

Iris resopló. Resopló fuerte, intentaba relajarse.

—Vengan—nos indicó el extremo del sofá cercano a ella.

—¿Qué?—preguntó Érica con la intención de no moverse.

¡Ilusa! En cuanto a Iris, mi hermana era una principiante.

—Vengan...—hizo una pausa—, acá...—y otra pausa—, ahora.

Las pausas de mí estimada amiga significaban esto: PELIGRO-DANGER. Usted está ingresando a una zona de turbulencia.

Me moví, fui hasta el lugar indicado.

—Ahora—volvió a repetir.

Sin dudarlo, consciente del nivel «madre disciplinadora» que Iris cargaba consigo, arrastré a Érica a lo mismo, no pretendía afrontar un daño colateral por su insubordinación.

Ahí, una pegada a la otra, sentadas en el lugar indicado, por primera vez comprendí el temor que cada tanto los gemelos reflejaban en sus rostros.

—¿Saben que día es hoy?—preguntó.

No. Perdidas por completo, el cine de Chuck Norris y Stallone nos había abstraído del mundo. Si no sabía la respuesta, prefería no responder. Érica no fue tan inteligente.

—¿Mitad de semana? No sé, ¿miércoles?

¡Suicida total! Responder con  otra pregunta era un acto suicida.

Las palomitas que quedaban decoraron nuestras cabezas.

Había algo fuera de lo común en Iris, ardía, ya lo dije, pero ardía de una forma no habitual. ¡Dios, el fuego estaba en sus ojos! Parecía poseída.

—¡Jueves! ¡Es el maldito jueves! ¡El jueves previo al casamiento de su padre!

Y sí...ahora todo tenía otro sentido. Capturé mi móvil y chequee la fecha. Jueves 26 de Noviembre.

¡Maldición, maldición, maldición!

Las capacidades telepáticas con Érica no estaban del todo desarrolladas, aun así podía asegurar que en ese preciso instante su cabeza repetía lo mismo: ¡Maldición, maldición, maldición!

Objetar algo, hacer un comentario, era otro acto suicida. Nos callamos.

—¡Levanten ese trasero cuadrado del sofá ya!—el demonio alojado en el interior de Iris se hizo presente—No voy a permitir que me arruinen ese casamiento, hace dos días que comencé la dieta líquida para poder entrar en mi vestido, y ustedes dos no van a arruinármelo con sus depresivas costumbres.

Dieta de líquidos. Ufff...y nosotras con palomitas. Eso decía todo. Una mujer privada del alimento sólido por días no podía, no debía ser provocada.

—Necesitamos vestidos,zapatos¡Necesitamos todo!¡Váyanse a bañar, marranas, que el tiempo no nos sobra!

—¡Ey, ya nos bañamos!—Érica salió en defensa de la acusación de “marranas”.

—Cuando nos deprimimos en compañía somos limpias—continúe para fidelizar las palabras de mi hermana—, a solas es una cosa, una tolera su propio olor, pero de a dos, no...no. El baño cotidiano es un requisito.

Miró a su alrededor, sí, hasta la casa estaba ordenada. No pudo emitir comentario alguno, las evidencias estaban a la vista, el único desorden lo había hecho ella al arrojar las palomitas.

—De ser así—el demonio que tenía dentro se tranquilizó—, cámbiense que salimos. Ya se los dije, no voy a permitir que me arruinen éste casamiento. Como vienen las cosas con ustedes—su mirada fue directo a Érica, era una mirada de clara decepción—, creo que no voy a disfrutar de otro casamiento hasta dentro de un par de años.

Mala la actitud. Eso fue meter el dedo en la herida. En venganza, Érica recogió un par de palomitas del sofá y se las metió en la boca. Las masticó con ganas frente a Iris.

—Nos cambiamos y salimos—dijo haciendo más notorio el disfrute de las palomitas—,pero antes de ir por los vestidos, pasamos por una casa de comida rápida y compramos unas

hamburguesas, ¿te parece, Ana?

Odio y fuego. Iris se contenía. Odio y fuego.

—Me parece perfecto, Érica. Una gran y jugosa hamburguesa—Ojo por ojo...hermana por hermana—, no te preocupes, a ti te pedimos un smoothie de frutas.

Iris fingió una sonrisa, una grandísima y falsa sonrisa.

Nos cambiamos, tratamos de activarnos  con un poco de humor pre-fiesta, y salimos dispuestas a gastar dinero. Mi cuenta bancaria había recobrado su monto inicial, y tenía intenciones de gastar cada centavo. No sé porque, pero si Joaquín no quería ese dinero, yo tampoco.

 

♥ ♥ ♥ ♥

 

Sugerir una casa de moda para ir en busca de vestidos fue en vano. Todo estaba orquestado, Iris decidía nuestro destino, y nosotras aceptábamos porque seguíamos sumergidas en la burbuja de la depresión auto-provocada.

«Evangeline Alta Costura». Diseño puro glamour. Vestidos únicos, cambiadores con espejos que te regalaban una imagen de diva, amplios sillones para disfrutar del descanso y de una sesión de modelaje personal, y lo mejor de todo: bebida libre (por obvios motivos el vino tinto no estaba en la lista).

Aun contando con todas esas atenciones, éramos pésima compañía, la idea de vestirnos de fiesta no nos motivaba en lo absoluto. Poníamos nuestra mayor voluntad, pero ésta se desinflaba cuando Elena  y su familia  de catálogo se hacían presentes en nuestras mentes. Sí,  seguía sin convencernos del todo, y eso aumentaba los deseos de boicot en nosotras.

—¡Dejen de criticar a esa pobre mujer, ya siento pena de ella...por el hecho de que va a tener que aguantarlas!—En las últimas semanas Iris se había transformado en la fan n° 1 de Elena, según ella, unir fuerzas con la familia Bregan era un acto digno de admiración—Ya era hora de que alguien apareciera para romper ese complejo de Electra enfermizo que tienen con su padre.

La madre de Érica había muerto cuando ella tenía ocho años de edad. Mi madre, un año después del divorcio, decidió recorrer el mundo hasta instalarse de forma definitiva en Italia. Aclaro que cuando digo “recorrer el mundo”, es recorrer el mundo sin mí.

Don Álvaro Bregan, papá, papucho, era lo único que teníamos, y por más que él  fuese un “espíritu libre”, y con espíritu libre me refiero a hacer lo que se le dé la gana, es nuestro papucho, nuestro “one and only”.

Leni no era el problema, ni siquiera era un asunto de  “convencimiento”, era asunto de “celos”. PUNTO.

—Problema de ella, cuando alguien elige a un Bregan se lleva el pack completo—dijo Érica reclinándose en el sillón, no se la veía muy predispuesta.

—¡JA! Díganmelo a mí—Iris fue irónica—. Adoptarlas no fue simple, créanme, a veces no son nada sencillitas.

—Iris, lo tuyo es cuestión de perspectiva—afirmé—, ¿tú nos adoptaste? ¿o nosotras te adoptamos a ti?

Ella era una más, de hecho era la tercera pata de nuestro trípode. Sin Iris nuestro rostro tenía un único destino, estamparse contra el suelo.

—Tal vez la “no sencilla” aquí eres tú—Mi hermana se sumó a la idea, su tono fue igual de irónico que el Iris.

—Posiblemente la “no sencilla” seas tú—continué con el ataque por deleite personal, nada más que por eso—, nosotros estábamos muy tranquilas en casa disfrutando de buen cine y compañía.

Silencio. Silencio “Made in Iris”. Ese silencio que le otorgaba el tiempo suficiente para recargar la artillería. Su energía era abrumadora, caminaba de aquí para allá con vestidos y accesorios, y los colgaba en el perchero de los cambiadores. Era evidente que la ansiedad y la dieta de líquidos  no eran sus mejores amigos. Se acercó al sillón en donde estábamos desplomadas como dos grandes mamíferos inmovilizados por algún sedante,  y nos enfrentó con los brazos en jarra.

—Dos cosas—murmuró e hizo una pausa—. Dos cosas— rompió la pausa y volvió a repetir en otro murmullo, uno casi imperceptible.

Con el gesto de su dedo nos invitó a acercarlos a escuchar de cerca sus palabras, al parecer, lo que estaba a punto de decirlos cargaba con un alto grado de confidencialidad. Forzadas a movernos por la intriga, el rostro de Érica se pegó al mío y juntos avanzaron hacía la emisora del supuesto mensaje.

—Primero...—dejó de murmurar, extendió su mano y...

PLAFF. Bofetada. Una única bofetada que se inició en mi rostro y no se detuvo. No, no se detuvo, continuó en la línea e impactó en el de Érica como consagración final.

—¡Ni siquiera valen el hecho de invertir fuerza en dos bofetadas!—su voz alterada regresó a la normalidad—Y segundo...—Iris se había encargado de pedir las bebidas de cortesía: vino blanco espumante. Nos entregó una copa a cada una, y continúo—, necesitan alcoholizarse un poco, van a ver como en unos minutos ven a los vestidos con “otro color”.

Captamos al instante la idea de “otro color”, en los últimos días habíamos estado viendo la vida en blanco y negro. Definitivamente necesitábamos alcoholizarnos un poco.

Lo consiguió, después de tres copas per cápita un arcoíris comenzó a desfilar delante de nuestros ojos. De hecho conocimos colores que no sabíamos que existían en el mundo. La industria de la moda tenía una gran imaginación a la hora vender tendencias.

Azul sultán. Azul heráldico. Azul verdoso. ¿Cuántos azules más puede haber?

Color Arena. Color castor. Color berenjena. Color lima. Color chocolate.

¿Qué le sigue? ¿Color barbacoa o algo por el estilo?

No, no. Me equivoqué de aderezo. Le siguió el color mostaza.

La negativa fue constante, nada nos agradaba. Le estábamos poniendo voluntad al asunto, pero teníamos un límite: ningún vestido cuyo color sugiriera algo comestible.

La paciencia de Iris se había evaporado, y considerando que gracias a su dieta de líquidos no podía ingerir alcohol, estaba a punto de estallar. Teníamos en mente uno o dos vestidos, pero estos fueron sancionados por ella.

—No voy a permitir que salgan de aquí con un vestido negro. Menos para un casamiento que se lleva a cabo en mediodía y es de su padre. ¡Vayan de luto a otra fiesta, no a ésta!

—Y yo no pienso ponerme un vestido de un color sin personalidad—tenía que luchar contra Iris, el negro era mi tendencia—¡El Azul sultán no existe!

Érica se mantenía al margen, estaba peor que yo, estaba dispuesta a lanzarse al negro, y eso sí que no era común en ella.

—Como sea, no me importa, no van a ir a una fiesta con actitud de duelo—tomó un vestido y lo exhibió frente a nosotras—Esto es un vestido color coral—la burla fue evidente en nuestros labios, lo notó—, sí, color coral. Alegre, armonioso para un mediodía a pleno sol y festejo.

Era un vestido corto de encaje de cuello redondo con incrustaciones de pedrería en la parte delantera, el color coral era una mezcla de salmón con rosado. Raro, no feo, pero raro para mí.

—Yo no pienso ponerme un vestido así—si me lo ponía iba a parecer una salchicha alemana con brillos.

—¡Ni yo!, no es cuestión de duelo, es cuestión de estilos, y ese no es el mío—alegó Érica confesando en esas palabras que su paciencia también se estaba acabando.

—Por supuesto que no van a ponerse éste vestido. ¡Éste vestido es mío! De hecho está reservado a mi nombre.

Érica estalló en una carcajada.

Ahora comprendíamos el porqué de la dieta de líquidos.

—¿Tú? ¿En ese vestido?—la carcajada finalizó en pregunta.

—Sí, yo en éste vestido ¿Algún problema?

Yo negué con la cabeza, cualquier comentario que hiciera podía ser usado en mi contra.

—Me muero por verte—Érica seguía burlándose del momento.

—Lo siento, vas a tener que esperar hasta el domingo.

—No, pruébatelo ahora—la provocó.

Iris y yo teníamos semejanzas físicas, la única diferencia era que ella tenía una justificación para sus caderas anchas y relleno extra, un par de gemelos. Yo no, podía argumentar que disfrutaba de los placeres de la vida, nada más.

La provocación de mi hermana le abrió una puerta a Iris, estaba elaborando una estrategia dentro de su cabecita.

—Si me pongo éste vestido ahora cabe la posibilidad que me entre pero que no me lo pueda quitar sin romperlo, aun así voy a arriesgarme con una sola condición—inspiró como aceptación de su propia condena. Resopló fuerte y continuó—, que se elijan un condenado vestido de una vez por todas y que éste no sea de naturaleza fúnebre.

La naturaleza macabra de Érica, esa de hermana mayor que considera que es una obligación moral causar éste tipo de desafíos, la instó a aceptar. Por decantación tuve que hacer lo mismo.

Bajo su estricta oferta de modelos y colores, estrenamos los cambiadores.

El régimen dictatorial de Iris triunfó en mi hermana. Un vestido corto con un solo hombro y corte asimétrico en variaciones de color arena. Que en idioma común sería: beige y marrones claros.

Mi indecisión se mantenía a la vanguardia. El vestido color berenjena sugerido por Iris me hacía ver como una auténtica berenjena, una bien grande. Ni hablar de cualquier otro vestido con tonalidades verdes o rojas. Los vestidos de fiesta, en su mayoría están diseñados para marcar curvas, y  yo no tenía  deseos de evidenciar curvas tan marcadas. Ni hacer mención de los escotes, casi todos en forma de corazón. No, mis pechos necesitaban otro tipo de contención.

Intenté conseguir la aprobación de mi primera la elección. Un vestido corto, de cuello en bote y corte princesa. La parte superior en negro, y la falda plisada en blanco y negro.

—No sé, no me convence del todo—Iris dudaba, todavía llevaba puesto el vestido color berenjena, y ese parecía agradarle—, no me agrada que sea negro.

—Técnicamente es blanco y negro. Así que si lo piensas, no es de duelo, en todo caso es vestido de viuda alegre—dije eso con mi mejor sonrisa.

—A mí me agrada, le sienta bien—Érica fue sincera, siempre lo era en cuanto a vestimenta, si parecía un globo aerostático a colores me lo decía.

—¡Mira quién habla, la compañera del cortejo fúnebre! ¡Por favor!—Iris se mofó de nosotras, y acto seguido, me tomó de los brazos y me regresó al sillón junto a mi hermana, no le importó que todavía tuviera puesto el vestido—Quiero que hablemos en serio—y eso lo dijo muy, muy en serio—, esto que están viviendo, esto que las hace nadar en bilis ácida y les  dibuja una expresión de amargadas en el rostro, ¿qué es?

¿Qué es? La respuesta era: una pregunta muy estúpida.

Las dos movimos nuestros labios con intención de contestarle. Nos detuvo con un claro indicio de: «Esto es un monólogo, cierren sus bocas».

—Si es la manifestación de un duelo real, un duelo necesario para dejar atrás lo que sucedió y  avanzar a lo que viene, lo aceptó, es más, prometo sumarme al escenario trágico con ustedes,  aunque no éste domingo. Éste domingo se festeja la felicidad de otro.

Yo no estaba transitando por un duelo, el duelo  era un acto beneficioso en su triste trasfondo, era  lo que Iris había dicho: aceptar lo sucedido y avanzar. Pero yo no lo deseaba, no quería avanzar a la siguiente página porque no estaba conforme con mi historia. No estaba conforme con mi final. Quería reescribirlo, sí, quería.

Érica se llamó también al silencio, y sentí pena por ella porque también me daba cuenta que ese silencio confesaba que había tomado la decisión equivocada.

—Si no es un duelo—Iris continuó  al mejor estilo “Álvaro Bregan”—, es la necesidad de provocarse un dolor psicológico porque saben que lo que ahora están viviendo es culpa de ustedes y nada más que ustedes, ¿es así?

No hablamos, nuestros cuerpos lo hicieron. Se inquietaron, se acomodaron una y otra vez en el sillón conscientes de que ese «es así», era así.

—¡Dios santo!—Iris se quejó mirando al techo—¡Si las juntamos a las dos, no forman una! ¡Dios, que has hecho!—resopló fastidiada—En vez de ahogarse en esa amargura de la culpa, hagan algo que las libre de ella.

Érica y yo, las dos nos burlamos con ironía.

—No es tan simple—dije recordando el historial de mensajes de texto no respondidos por Joaquín.

—No, no lo es—sentenció Érica cruzándose de brazos a modo de defensa.

—Conociéndolas a ustedes,  profesionales de “ahogarse en un vaso de agua”, sí, debe ser más simple de lo que me imagino. Tengo dos preguntas—dijo y se dirigió a Érica—Si pudieras cambiar la respuesta que le diste a Esteban, ¿lo harías?

Los nervios tomaron dominio de mi hermana, comenzó a tamborilear el piso con los pies.

—Es insustancial la pregunta, lo hecho, hecho está—afirmó titubeando.

Iris  gruñó entre dientes fastidiada.

—No me respondiste. Cambiarías su respuesta, ¿sí o no?

Podíamos verlo, la respuesta estaba en la punta de su lengua, y liberarla le dolía. Despojarse de todas las armas de defensa, esas armas que se  habían mantenido por años en lo alto no era sencillo, yo podía comprenderla. Era una pregunta sencilla, pero su respuesta era una respuesta que cambiaba el panorama total de tu vida.

—Es posible...—dudó pero lo confesó—. Sí, lo haría, cambiaría mi respuesta.

Quería llorar, estar frente a una Érica vulnerable era algo sin precedentes, y me emocionaba al extremo. Iris también, sabía que luchaba consigo misma para no quebrarse de la emoción ante lo confesado, aun así, con  esa fuerza sobrenatural  característica de ella, mantuvo la compostura para poder seguir con su discurso revelador. Revelador para nosotras.

—Ahora dime, ¿cuáles fueron sus últimas palabras?—preguntó manteniendo la calma.

—¿A qué te refieres con últimas palabras?

—Le dijiste que no a su propuesta, y en consecuencia, él, algo te tuvo que haber dicho. ¿Cuáles fueron esas palabras?

Érica indagó en su memoria conteniendo lo que parecían ser las primeras lágrimas.

—Dijo: Lo sé, a mí también me tomó por sorpresa. Jamás pensé que iba a encontrar una mujer con la cual deseara volver a formar una familia. Jamás, pero apareciste tú. No voy por la vida proponiéndoles matrimonio a las mujeres, así que tómate tu tiempo, porque ese tiempo no me importa, me importa el tiempo que nos queda, y ese tiempo, yo lo quiero vivir contigo.

Las tres llorábamos a mares. Estábamos a segundos de quebrarnos en lágrimas sonoras.

—¿Todo eso te dijo?—el abogado cuarentón se había ganado un lugar en mi cielo personal.

—Sí, todo eso—dijo mientras intentaba secarse los ojos en vano—.Lo memoricé, después de  repetirse veinte millones de veces como un eco en mi cabeza, lo memoricé.

La abrazamos, era una tonta por lo que había hecho, decirle no a ese hombre, las tres nos dábamos cuenta de ello.

Iris rompió el abrazo para dirigirse a mí.

—Tú no aproveches la situación para escapar de lo tuyo—recuperó la seriedad anterior—, dime, harías las cosas diferentes.

—En mi caso las “cosas diferentes” son muchas.

—No busques excusas—Érica había abandonado mi equipo y se había unido al de Iris.

—No son excusas, no es lo que hice, es lo que no vi—confesé.

Era la verdad, no era cuestión de una palabra o una acción equivocada, yo no había podido ver la relación que crecía entre nosotros. Joaquín  había estado construyendo la trama de una historia y yo otra.

—Fui ciega por conveniencia. Creí que Joaquín era un medio para un fin y me convencí de ello para no darle un lugar en mi vida, sin darme cuenta que desde la primera noche que estuvo conmigo había entrado en ella.

Una sensación de desprecio me invadía cuando hacía un repaso en mi comportamiento, lo había utilizado como objeto, y aunque eso era parte de su profesión elegida, no era parte de mí. No, no lo era,  y si esa parte se había manifestado, lo había hecho también por él.

Así de ambivalente mi ponía cuando pensaba en Joaquín. Me despreciaba y después me enfurecía. Me había devuelto el dinero, claro estaba que nunca lo había tocado, pero en primera instancia lo había aceptado. Sí yo había interpretado mal  el mensaje entre ambos,

Joaquín había contribuido a esa confusión.

—Sabes...a mí también me devolvió el dinero de aquella noche—Érica interrumpió mis pensamientos.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—No te lo dije antes porque para mí la noche había sido un fracaso, tocar el tema contigo en aquellos momentos alteraba tu susceptibilidad. Me devolvió cada centavo y no pregunté por obvias razones.

Las obvias razones eran mi llamado telefónico en plena cita y los reproches que le regalé por días. No podía hacer comentario alguno con respecto a eso, sobre todo porque me había abusado de la situación.

—Es más—continuó—, me ofrecí a pagarle los gastos de lo cena o de lo que fuera, pero no quiso saber nada. En ese momento pensé: «es un muy buen profesional». Ahora que conozco los dos lados de la historia, pienso: «eres una idiota»

—Perdón, las dos lo son—Iris interrumpió y volvió a dirigirse a mí—¿Qué fue lo que te dijo?, ¿qué puerta dejó abierta?

—¿Puerta abierta? Ninguna, al contrario, cerró la puerta de calle en mi cara y acompañó la acción con  un «mantente alejada».

Para que negarlo, lo mío no era tan prometedor como lo de Érica. No había puerta, ventanas,  ni siquiera había un hueco que le permitiera el acceso a la ventilación. No, la posibilidad de una relación parecía herméticamente cerrada.

—Bueno, el «mantente alejada» puede ser una forma de defensa—susurró mi hermana haciendo un análisis positivo de la situación—.No creo que todo éste perdido.

—En mi caso sí—afirmé—, en el tuyo veo una posibilidad.

Iris comenzó a golpear el piso con uno de sus pies como un claro indicio de que  desaprobaba nuestras últimas palabras. Cuando logró captar la atención que deseaba lanzó el ataque definitivo.

—Idiotas. Estúpidas. Pendejas. Huevonas—sí, Iris se convirtió en una catarata de insultos—. Tontas. Zoquetes. Gillipollas. Mamertas. Losers—se detuvo para respirar—¡Ya no se me ocurren más palabras para definirlas! Dan vergüenza ajena...y eso que la vergüenza ajena no existe, es una estupidez, como ustedes—agarró las copas que todavía conservaban algo de vino espumoso en su interior y nos lo arrojó en los rostros—Ahí tienen, a ver si se le refrescan las ideas. Se terminó el tiempo de lágrimas, ahora es tiempo de soluciones. Levanten esos traseros que vamos a ponerle fin a todo esto ¡Vamos!

Tomó su vestido, hizo lo mismo con el elegido de Érica, y a modo de consentimiento final capturó entre sus manos el vestido negro y blanco.

Fui al cambiador con la sonrisa entre los labios, adiós vestido color berenjena.

Una de las vendedoras me detuvo a mitad de camino.

—Lo siento, pero van a tener que pagar por ese vestido—indicó señalando la parte mojada con el vino arrojado por Iris.

Aggggg...no dejaría mancha, pero olería por unos días.

Atravesé a Iris con mi mirada.

¡Demonios, ya me veía paseando por mi departamento con el vestido color berenjena! Algún uso iba a tener que darle, aunque sea de entrecasa.

 

 

♥ ♥ ♥ ♥

 

El «ponerle fin a todo esto» fue literal.

No hubo escalas, con Iris  conduciendo en estado de «hada madrina que cumple deseos» llegamos a nuestro primer destino en un cerrar y abrir de ojos.

“Morris High School”. Ahí asistían los hijos de Esteban, y ese día puntual de la semana eran retirados a la salida por él. ¡Qué mejor lugar para un encuentro!

Sí, Iris tenía muchas películas románticas en su historia personal y las estaba llevando a la práctica con nosotras.

Estábamos a la espera, espiando desde el interior del vehículo. Érica no lucía de lo mejor,  por ello, mientras se otorgaba un par de retoques con el maquillaje de Iris, nosotras hacíamos de relatoras de la situación. Lo conocíamos de fotos, nada más.

—¡Llegó!—Iris gritó enardecida, no podía contenerse, transpiraba aventura.

—¿Es él?—forcé mis ojos. No era buena reconociendo a la distancia.

—Sí, es él—Érica lo confirmó. Le entregó el maquillaje a Iris y se recostó en el asiento trasero buscando valor.

—¡Déjate de  tonterías!—creo que lo dije ya, Iris era muy buena motivadora—.No te arrepientas ahora, ya vienes probando el sabor del arrepentimiento desde hace días, y  comprobamos que no es muy agradable.

Cuando se estaba en el juego, sólo quedaba una alternativa, jugar.

—¡Vamos, por lo menos que una de las dos tenga un final feliz después de todo!—le dije con una sonrisa—¡Haz que todo valga la pena!

Respiró profundo, se acomodó el cabello, y abandonó el coche.

Escena de película.

Película sin audio.

—¡Mierda!—refunfuñó Iris—. Tendríamos que haber puesto su móvil en altavoz.

Nos perdíamos lo mejor, lo sabíamos, aunque contábamos con la ventaja de imaginar, y eso le otorgaba un extra a la situación.

Esteban estaba atónito, desde metros de distancia podía verse que ningún músculo se le movía. Érica gesticulaba, hacía todos los movimientos que él no hacía.

Lo inesperado sucedió, nuestra respiración se detuvo. No podíamos creerlo.

¡Érica se arrodilló!

—Un tanto “cliché” para mi gusto, pero muy arriesgado—Iris habló, yo no podía hacerlo.

Era muy arriesgado, mi hermana se lanzaba al abismo por primera vez en su vida, al abismo de las emociones confesadas y compartidas. Estaba emocionada, las lágrimas pujaban por salir.

Esteban, cual caballero andante, se arrodilló al igual que ella y la guio en la subida. La abrazó, y al abrazo le siguieron besos, muchos besos.

Besos no apasionados, por supuesto, estaban frente a una institución educativa con menores, era entendible.

—¡Mi labor aquí ya está hecha!—la solemnidad en la voz de Iris erizó mi piel—Ahora tú turno—puso en marcha el motor y se detuvo  de forma instantánea al dedicarle una última mirada al cuadro romántico a metros nuestro—.¿Quiénes son esos?

La jauría de infantes había sido liberada. Los hijos de Esteban aparecieron en escena y de a uno se sumaron al abrazo. La conocían, eso podía notarse, y su presencia ahí parecía colmarlos de felicidad al igual que al padre.

—Supongo que son los hijos, el rubiecito se llama Tomás, a ese lo conozco.

Además de él había una niña de unos diez años de edad, y otro niño pequeño, uno que parecía no superar la edad de cuatro. Los tres disfrutaban del encuentro, y entre los cinco formaban una gran bola de abrazo y cariño.

—¿Tres hijos? ¿Tiene tres hijos?—Iris entró en un estado de pánico—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Te dije que era un abogado divorciado con hijos.

—Sí, pero no me dijiste que eran tres. ¡Es una locura! Imagínate si tienen hijos...no van a ser una familia, van a ser un equipo de fútbol—estaba desenfrenada, comenzó a tocar la bocina del coche de forma continua—No, no, pongámosle fin a esto, busquémosle uno soltero, por ahí hay miles.

Érica y Esteban se volvieron hacia nosotras. Saludaron sonrientes, inclusive los niños lo hicieron. Podía verse desde la distancia, ya eran una familia, una hermosa familia.

—No necesita un soltero, necesita a éste—para sacarla de su estado frenético repentino de anti amor, le empujé a la otra travesía—, dijiste que era mi turno, ¿no?

Iris  me miró de reojo, resopló para tranquilizarse,  y arrancó de forma definitiva el vehículo.

—Sí, es tu turno, y me muero por ver en que termina eso.

Conocía la rutina de Joaquín, a esa hora estaba en plena jornada laboral en el Country Club. La ansiedad brotaba en mí como lava caliente de un volcán. Les dije que añoraba otra final para nuestra historia, y ahora, luego de presenciar la más dulce y tierna escena de amor de la mano de mi hermana y Esteban, estaba dispuesta a ir por un final acordé a mis deseos.

Nada me detendría. ¡Nada!

 

No sucedió, la nada me detuvo, y esa nada se vistió de ausencia.

Lo busqué por todos lados, absolutamente por todos lados, y después de más de media hora de decepción, regresé al coche con la tristeza estampada en el rostro.

—¿Qué?—Iris no me esperaba de esa manera.

—No lo encuentro, no está por ningún lado. Parece que el club se lo tragó enterito.

—¿Preguntaste por ahí?

—No, no pregunté. No voy a andar ventilando mis intenciones.

Hurgó en su bolso hasta conseguir su móvil. Fue hasta los contactos y seleccionó el de Érica.

La respuesta fue inmediata.

—Lamentó interrumpir tu película, pero estamos en el club buscando a tu futuro cuñado y éste parece no dar señales de vida.

Yo no hablé, no estaba con humor para hacerlo, me limité a oír.

—¿Futuro cuñado? ¿Te refieres a Joaquín?—se oyó del otro lado del auricular.

—No, me refiero al hermano del abogado así se lo presentamos a Ana y todo queda en familia—se burló y fue evidente—¡Por supuesto que hablo de Joaquín!

El silencio del otro lado fue de condena definitiva.

—Y no van a encontrarlo—confesó con pena—, renunció al trabajo el lunes pasado. Lo siento.

Lo sentía ella, lo sentía Iris, y sobre todo,  lo sentía yo.

No existen las casualidades, no, todo sucede por un motivo. Mi final estaba escrito y el universo me acababa de confirmar que no podría cambiarlo.

 

 

♥ ♥ ♥ ♥

 

Mi padre era un especialista en festejos, y por lo visto, la sexagenaria con la cual se había unido en santo matrimonio, también lo era.

El clima de felicidad y alegría se sentía en cada rincón, a tal punto que se me contagió. Sonreía. Sonreía porque tenía muchos motivos para hacerlo, mi carrera profesional iniciaba el camino de vuelta a la cima, Érica se arriesgaba a algo impensado en su vida y eso la hacía feliz, Iris había logrado calzarse el vestido de encaje color coral, y papá...papá no paraba de bailar y de reír.  Elena, desde el momento en que había puesto su firma junto a la de mi padre en el registro civil era familia, y como tal, ya no la odiábamos. Los Bregan teníamos un lema familiar: «Somos lo que somos, y lo que somos, lo somos por el otro».

Trabajamos en conjunto, nos sostenemos mutuamente, y ahora Leni era una integrante más. Ella y su familia lo eran. Sí, sería difícil al principio, pero nos acostumbraríamos, y el primer paso a eso era comenzar a satisfacer sus demandas. Se lo debíamos.

Después de la fotografía 1258 perdí la cuenta, y la vista. El flash de la cámara me había enrojecido los ojos.

¡Basta!

Debía excluirme del asunto para conservar la visión sin que la flamante pareja se sintiera despreciada. Busqué refugio en una de las últimas mesas, cerca de la de los niños. Desde ahí podía contemplar todo el lugar, y me divertía con las ocurrencias de los pequeños. Sin duda los gemelos habían logrado ganarse el papel de líderes de la manada de infantes. Estaban haciendo travesuras, y esas travesuras involucraban la mezcla de bebidas en las mesas cuando nadie los veía. Me quebré en carcajadas más de una vez al ver a las víctimas escupir con delicadeza las sorpresivas combinaciones.

—Dime que no viniste aquí a ahogar tus penas  a solas—la voz de Iris me alcanzó por detrás.

—En lo absoluto, sólo me escapo del protagonismo desmedido.

Estaba pasando un buen momento, en verdad lo hacía.

Corrió la silla que estaba junto a mí y me hizo compañía. Extendió su mano para capturar una de las copas de la mesa y la detuve.

—Yo que tú no haría eso—la alerté sin poder obviar la sonrisa en mi cara.

—¿Qué hicieron ahora?—preguntó gruñendo por lo bajo.

Reconocía al instante el rastro de sus gemelos en todo.

—Como sabes que me refiero a tus hijos.

—¡Por favor, haz visto la progenie de Elena, parecen sacados de una película de Disney! Las únicas dos mentes criminales aquí tienen un nombre y apellido que conocemos muy bien. ¿Qué hicieron?

—Mezclaron las bebidas.

No pareció importarle el hecho, retomó la acción, se aferró a la copa y dejó que el líquido se deslizara por su garganta. La observé atónita. Nada, ni un gesto de asco, ni un amague a escupir la bebida. Al contrario, hizo fondo blanco y la tragó de un trago.

—No está mal, podría haberlo estado, pero no está mal—me miró, analizó mi mirada estupefacta—¿Qué? ¡Bienvenida a mi mundo, querida!

Reí, la sola presencia de Iris me animaba. Siempre lo hacía, tenía ese ángel especial en ella, ese que la hacía tener una actitud alegre y dinámica ante todos los pronósticos, inclusive en los que auguraban tormentas.

—Debo reconocer algo—confesó apropiándose de otra copa repleta de bebida sospechosa—, elegiste bien—señaló mi vestido—, te queda mejor que el de color morado.

—Berenjena—la corregí con ironía.

—Como sea, estás muy linda, y me alegro que Elena retrate éste momento en un millón de fotos—bromeó.

—¿Un millón? Me parece que te quedas corta. A propósito de “linda”—retomé el tema para regalarle una mirada a su imagen—, veo que conseguiste lo que deseabas, lograste entrar en el vestido.

La conocía, era todo un mérito para ella haber alcanzado su meta. Estaba preciosa, había hecho hincapié en cada detalle, maquillaje, peinado recogido, accesorios.

—Sí, lo hice, pero necesité una ayuda extra—tomó mi mano y me hizo recorrer su cintura.

—¿Una faja?

—Exacto, una faja reductora. Si introduzco un bocado en mi boca estallo, así que por lo que a mí respecta, continúo con dieta de líquidos hasta que salga  de éste maldito.

Capturó otra copa entre sus manos de contenido dudoso y se lo bebió de otro sorbo.

—Veo que en la dieta ahora se incluye el alcohol.

—No, te equivocas, la dieta de hoy es alcohol, todo lo demás se excluye—compartió su copa conmigo, negué con mi cabeza—Tú te lo pierdes—dijo y se llamó al silencio, un silencio que rompió ni bien se terminó la bebida—.Ahora, hablando de lo importante, ¿Cómo estás?

—¿Cómo te parezco que estoy?—pregunté con aire nostálgico.

—Bien, demasiado bien, y por eso me preocupo. Cuando quieres eres una muy buena actriz.

La pista de baile, que hasta momentos se encontraba repleta, comenzó a vaciarse. El bullicio general  hizo aparición cuando la música dejó de sonar por lo alto.

—Estoy como puedo estar—nostalgia y resignación, eso había en mi voz—, aceptando las consecuencias de mis actos, y tratando de que la tristeza interna no  rompa la ola de felicidad ajena que me golpea.

Respiró profundo y exhaló con fuerza. Era evidente que trataba de darme un mensaje con ello.

—¿Qué sucede?—no tenía ganas de jugar al adivina adivinador.

—Por lo visto no soy la única aquí con una faja reductora, tú también tienes una...—golpeó mi frente con su dedo—, ¡la tienes ahí, maldita cobarde!—resopló enfurecida—No tienes que aceptar ninguna consecuencia, todo lo contrario, tienes que seguir provocándolas. «Tener o no un final feliz depende de dónde decidas detener la historia»—finalizó con esa frase y me dejó con la boca abierta.

Me equivocaba, todo el tiempo me equivocaba. La trama principal se había construido en la punta de mi nariz y yo no la había visto. ¿Y si éste no era el final? ¿Y sí éste era mi punto de giro? ¿Y sí éste momento era mi “game changer”?

Venía narrando ésta historia en tercera persona, tal vez necesitaba cambiar el tiempo narrativo. Tal vez debía  empezar a narrarla en primera persona.

Estaba dejando que un final simple y vacío diera por terminada la historia, y no iba a permitirlo. Odiaba esos finales, esos finales que te dejaban con gusto a poco, peor aún, con gusto a nada. De una u otra manera iba a tener mi final feliz, agotaría todos los recursos posibles, y eso me daría la satisfacción personal. Con Joaquín o sin él,  obtendría un final, uno mejor que éste.

Abracé a Iris, la besé con fuerza en la mejilla.

—Me diste la línea de diálogo perfecta. ¡Eres maravillosa!

—No, lo maravilloso es que recordara esa frase—dijo burlándose de sí misma—, no me preguntes de quién es, porque ese dato nada en un mar incalculable de extraños líquidos.

Me levanté dispuesta a abandonar el salón, la adrenalina del romance me corría por las venas. No iba a escribir más un “lo siento”, iba a hacer lo correcto, iba a tomar el valor suficiente para ir hasta él y decírselo.

—Si preguntan por mí, inventa alguna excusa—la volví a abrazar con claras intenciones de despedida.

—No creo que pueda inventar una  excusa ahora...—murmuró en entre dientes mientras me detenía con fuerza—, creo que te buscan.

¡Demonios! En mi instante de máxima revelación, mi padre y Elena decidían  tomar el escenario para dar un discurso. Iris puso mi trasero en la silla a la fuerza.

Micrófono encendido, alboroto general y primeras palabras.

¡Demonios! Otra vez...¡Demonios!

No era un discurso, Elena pretendía arrojar el ramo de novia y convocaba a las solteras a la pista. Iris me golpeó con su codo provocándome.

—¡No pienso ir! De ninguna manera...

Mis palabras se vieron interrumpidas por la voz de mi padre en los altoparlantes.

—¡Anabela Bregan, te estamos esperando!¡No te escondas ahí detrás!

Quería asesinarlo con la mirada. Un par de mujeres comenzaban a acercarse a la pista, de seguro, amistades de ella. Lo que me faltaba, compartir la lucha por un ramo que no quería con cincuentonas.

—¡Y aclaramos!—Elena  hizo uso de la palabra—¡Solteras! Las divorciadas con más de cinco décadas encima pueden volver a sus asientos.

Si no respondía a sus demandas continuarían al micrófono por horas. Contuve la furia interna aunque mis mejillas rojas la ponían en evidencia.

—¡Sí, mujeres...—mi padre continúo—, las estadísticas dicen que sólo una de cada doscientas mujeres divorciadas en edad madura vuelven a contraer matrimonio! ¿Adivinen qué? ¡Esa una está aquí al lado mío!

Aggggg

La pista central de baile estaba desierta,  y yo sentía que caminaba directo al pabellón de la muerte. Muerte por vergüenza total.

Busqué con la mirada a Érica, agité mi mano invitándola a hacerme compañía. La muy desgracia sonrió y me mostró el anillo de compromiso en su mano.

—¡Vamos Ana! ¡Las comprometidas no cuentan!—Y sí, Álvaro Bregan no estaba dispuesto a ceder.

Sola, en el medio del salón, con todas la miradas puestas en mí, y el fotógrafo bombardeándome desde todos los ángulos posibles.

—¡Veremos ahora que tal esos reflejos!—Elena se burló y giró para ponerse de espaldas a mí.

No moví un músculo, y el ramo se estrelló en mi cara. Todos festejaron, todos menos yo.

Mi padre bajó del escenario con una sonrisa gigantesca en el rostro, recogió el ramo que yo había dejado caer al suelo, y me abrazó. Manipulándome a su gusto, localizó al fotógrafo.

—Sonríe—susurró a mi oído—, éste es un momento único en la historia.

—Te odio, papá—murmuré una mentirita.

—Lo sé, pero yo me odiaría más si no hiciera esto. Vamos, dale una sonrisita a papá.

Iris, Érica, las dos luchaban por contener la risa.

Sonreí, sonreí para la foto.

♥ ♥ ♥ ♥

 

El vergonzoso suceso del ramo de novia fue productivo, me dio la vía libre para huir.

La adrenalina  del romance que se auto generaba en mis venas se potenció, avanzó por todo mi cuerpo y se apoderó del control. Estaba libre de culpas y miedos, existía una única meta en mi camino, ir en busca de lo que deseaba.

Escribiría mi historia, desde éste preciso instante en adelante, asumía el liderazgo. Me subí al coche y activé mi GPS, confiaba que me llevaría a él.

Mi primera parada fue su departamento. No lo encontré, pero su hermana me recibió con una sonrisa y me brindó la información necesaria. Era domingo, y como cada domingo estaba en el Club coordinando las actividades de su sobrino y del grupo de niños que lo acompañaban.

Retomé el camino  motivándome con algo de música, si esto podía llegar a imaginarse como una escena de película un montaje de imágenes nuestras haría aparición en éste preciso instante:

Él y yo en nuestra primera cita.

Él desnudo.

Mi trasero contra el escritorio.

Él desnudo.

Él y su sonrisa.

Mi trasero contra la pared... y él. Todas imágenes de él.

 

El viaje se me hizo eterno, el otro lado de la ciudad parecía estar a años luz de distancia, y mientras recorría cada kilómetro elaboraba mi discurso, mi confesión de amor. 

¡Increíble, nada decente se me cruzaba por la cabeza. Me había agotado con esos malditos mensajes de texto!

Aquí no era cuestión de repetir  “Te amo”...esa era la cursilería más barata existente en el mercado de discursos de reconciliación. No, tenía que innovar, debía crear un nuevo precedente en lo referido a confesiones de amor. Además presentía que Joaquín estaba en el papel de hombre demandante, su silencio me decía que no me iba a ser nada fácil obtener su atención, la atención que me permitiera elaborar mi alegato final.

 

¡Dios! Llegué al Club y mis ánimos se fueron al suelo. Era uno de esos días que hacían eventos familiares y el lugar parecía un hormiguero.

Gente por aquí, gente por allá. Niños por doquier. Juegos, toboganes inflables, puestos de comida y un escenario central con una banda de músicos que invitaba a los visitantes a subirse y cantar al mejor estilo karaoke de Kermesse popular.

El sector estaba atestado de personas, no todos estaban dispuestos a subirse para cantar, pero si lo estaban para divertirse de la falta de vergüenza de los que sí lo hacían. Entre medio de la multitud logré encontrar a mi objetivo.

Ahí estaba, coordinando el evento. Hermoso, con ropa deportiva. Sonriendo, sonriendo de esa manera que conseguía eclipsar hasta al sol mismo.

Mis ganas, mis ansias, mi cuerpo...mi pensamiento, todo lo invocaba a gritos....y esa invocación  avanzó por entre la multitud y atravesó su mente.

El universo, el destino...la maldita suerte, no lo sé, algo hizo que se volteara, y cuando lo hizo, de  forma irremediable, sus ojos se encontraron con los míos.

Decir que el piso vibró bajos mis pies es un recurso simple de novela.

Decir que mi cuerpo reaccionó al contacto dulce de sus ojos color almendra, también lo era.

Decir que mis bragas  deseaban deslizarse por mis piernas para rendirse a  sus pies, no era un cliché, pero sí era un recurso erótico básico.

Sonreí de la emoción, recién me daba cuenta que añoraba ésta situación desde la noche que se había marchado de mi lado.

¡Lo extrañaba y cada músculo de mi rostro se lo estaba diciendo!

Eso le estaba diciendo, y a él...a él no le importó.

Se volteó para devolverme la imagen de su espalda, y comenzó a marcharse.

 

Ir detrás de él no era lo adecuado, su acción me confesaba que no tenía ganas de palabras de amor bonitas. Necesitaba jugar otra carta...debía dejar mis recursos narrativos de lado con él. No lo iba a conquistar con un buen diálogo, no, necesitaba demostrarle que él era importante para mí, y la forma de hacerlo era con acciones.

Agarré la poca vergüenza que me quedaba, la guardé en mi bolsillo, y  mi obligué a guiar mis pasos hacia el escenario.

Por si se lo preguntan, no...las dotes de cantante no están en mis genes, aun así, me lancé como cordero al sacrificio.

Los tacones altos me hicieron trastabillar en las escaleras metálicas, y eso consiguió la atención masiva de la multitud. Uno de los músicos de la banda, él que parecía estar al control del evento, se acercó a mí y extendió su mano para ayudarme a subir.

—¡Ey, cobardes...aquí tenemos a una valiente!—Me observó de arriba abajo. Tacones, vestido de fiesta, el combo completo anti kermesse familiar—¡Una valiente muy bien vestida!—se burló—¿Te equivocaste de Club, dulzura?¿Estás perdida?

JA JA JA

Sí, sí, ríanse en masa...no hay problema, yo puedo con esto. ¡Vamos, Anabela Bregan, tú puedes con esto!

—Dime, ¿con qué piensas sorprendernos?—podía ver a Joaquín entre la multitud, su atención estaba finalmente en mí y nada más me importaba, ni siquiera lo que me decía el idiota anfitrión musical—Desde ya te digo que aquí pretendemos disfrutar de buena música, si me dices Taylor Swift me veo obligado a devolverte a tu lugar.

JA JA JA

Sí, sí...ríanse. Le festejaban cada comentario.

Murmuré en su oído: «Play that funky music». Wild Cherry.

—¡Ésta mujer sabe lo que es bueno!—dijo a grito estupefacto ante él público. Giró para enfrentarse al resto de los músicos—¡Muchachos, prepárense para un poco de Funk!

Según el hombre, yo sabía lo que era bueno. El detalle era el siguiente: no sabía la letra de la canción. Gracias a Dios existe la tecnología. Navegué en la web de mi teléfono móvil, y problema solucionado.

El micrófono estaba en medio del escenario, sostenido por un pie.

Los primero acordes de bajo marcaron el inicio de mi locura.

Mi señal de ingreso apareció y quedé muda. Los músicos repitieron los acordes una vez más...

—¡Lindura, vamos, cuento contigo para esto!— el líder de la banda me motivó.

Sin otra alternativa, canté.

 

Once I was a funky singer,playin' in a Rock and Roll Band

 

Lo peor era el principio.

Sólo el principio...(Sí, intentaba convencerme)

 

I never had no problems

Yeah…

 

Ey, esto tenía cierto encanto. La gente me estimulaba, y Joaquín continuaba ahí, detenido, inmóvil, con una mirada nunca antes vista en él. De seguro era su mirada de: «mujer, estás más loca que una cabra».

 

Burnin' down one night stands

And everything around me

Yeah…

 

Obtuve la colaboración de la banda. El que parecía ser el cantante principal se sumó a mí, y todo fue más sencillo, sólo tuve que seguirlo...él marcaba el ritmo correcto.

 

Got to stop to feelin' so low

And I decided quickly (Yes I did)
            To disco down and check out the show
      Yeah…

 

¡Esto comenzaba a agradarme! Le agradaba a mi cuerpo...mis caderas cobraron vida propia.

 

they was dancin' and singin' and movin' to the groovin'
And just when it hit me somebody

turned around and shouted
             Play that funky music white boy ♪

 

Y las dejé...dejé que mis caderas fuesen libre. Me liberé de los prejuicios de último momento, le dije adiós a la idea de estar haciendo el ridículo,  y me lancé a la coreografía, esa que había aprendido  a manos del mejor  de los maestros...él mío, él único. Mi dulce maestro del sexo.

Me olvidé del canto y me dediqué de lleno al baile.

El líder de la banda continuó cantando.

Paso de avestruz combinado con el paso de carrito de supermercado.

Me aferré a una correa imaginaria...¡Vamos! Paso: Paseador de perros.

 

Play that funky music right
Play that funky music white boy
Lay down the boogie and play that funky music till you die
Till you die
Oh ya, ya

 

Y le siguió mi movimiento favorito:

La patata caliente, que combinaba a la perfección con la atrapada de mosca.

¡Sí!...Patata caliente. Atrapada de mosca. Patata caliente. Atrapada de mosca.

 

Silbidos. Risas. Aplausos. Gritos de festejo.

El público estaba animado...demasiado animado, tanto que había hecho desaparecer a Joaquín entre ellos.

Siguiendo el ritmo del paso de...Conductor de autobús, afiancé mi vista y lo localicé en el fondo de la multitud.

 

Yeah they was dancin' and singin' and movin' to the groovin'
And just when it hit me somebody turned around and shouted
Play that funky music white boy
Play that funky music right
Play that funky music white boy
Lay down the boogie and play that funky music till you die
Till you die, ya
Till you die

 

El guitarrista se me acercó.

—¿Se te perdió alguien?—preguntó sin dejar de rasgar con frenesí las cuerdas.

—No aún, pero está a punto de hacerlo—lo señalé entre el público para que Joaquín mismo identificará mi intención.

—¡Ey, muchahote!—gritó al micrófono—, ésta agradable Señorita te busca—lo señaló, y gran parte del público giró a él—¡Quédate ahí, que te la enviamos!

¿Quédate ahí que te la enviamos?

¿Qué demonios quiso de...

Su pie golpeó mi trasero, me empujó...sí, me empujó y caí sobre la multitud que había comprendido lo que él había dicho.

 

they was dancin' and singin' and movin' to the groovin'
And just when it hit me somebody turned around and shouted
 

Play that funky music white boy
Play that funky music right
Play that funky music white boy
Lay down the boogie and play that funky music till you die
Till you die, ya
Till you die

 

Giraron mi cuerpo, me colocaron de espalda a ellos, y me hicieron avanzar sobre la multitud con la ayuda de sus manos, finalmente, gracias a algún distraído que no me agarró a tiempo, me estrellé contra el suelo.

No sé qué  fue peor, el golpe...o la sensación de haberme sentido manoseada por un grupo de extraños.

Me incorporé de a poco, para la multitud ya era notica vieja, seguían al ritmo de: «Play that funky music... sin mí»

Unas piernas en short deportivo se acercaron a mí. Podía reconocer esas piernas a kilómetros de distancia, esas piernas habían capturado como prisionero a mi cuerpo en más de una oportunidad.

—Ya terminaste de hacer el ridículo por ahí—fue distante, lo suficiente para demostrarme que mi debut artístico musical había sido en vano.

—No sé, dímelo tú, porque de ser necesario estoy dispuesta a más—dije limpiándome las rodillas y sacudiendo mi vestido.

Desde aquella noche que no lo tenía frente a mí...estaba con un look más salvaje. Cabello revuelto, barba  un poco crecida...y ojos más almendra que nunca. La seriedad, contrario a restarle puntos, lo hacía más atractivo.

¡Ayyyy... quería devorarlo! ¡Quería devorarlo como al pastel de bodas que no había comido por salir en su búsqueda!

—¿Qué haces aquí?—iba a hablar pero me detuvo—Por favor, no me digas que viniste a confesar más “Lo siento”, porque  de ser así llamo a seguridad y te hago expulsar del recinto.

Ironía, había ironía en su voz, y para mí eso sumaba un punto a mi favor. Que el tono de su voz cambiara de matices era algo bueno.

—Lo sé, fui un tanto reiterativa, lo siento...

Upsss...apreté mis labios para obligarme al silencio.

Una pequeña sonrisa luchaba por salir de sus labios, la contuvo, lo noté.

—Creo que lo conveniente aquí es que yo utilice esas dos palabras ahora.

¿Eh?...¿Escuché bien?

—Yo debería decir “lo siento”. Yo debería disculparme contigo también—ni tono distante, ni ironía, conocía la sinceridad en su voz, y esa sinceridad era la que hablaba—, yo confundí la situación entre nosotros y luego te responsabilice por ella. No fue lo correcto.

Me derretía como un helado en pleno verano, él era así, hacía todo más sencillo para mí, siempre lo hacía.

—Si es así, si reconoces que no fue lo correcto, ¿por qué no respondiste a mis mensajes?

—Primero porque estaba molesto...molesto contigo, conmigo, con todo. Y segundo porque deseaba esto, poder hablar contigo cara a cara, en vez de excusarte en la distancia.

—Si deseabas hablar conmigo podrías haberlo hecho.

Ayyy, las historias de amor y la misma necedad de siempre. Yo no hago, tú no haces...y el tiempo pasa, la vida pasa, y culpamos al destino.

—¡Estás loca! ¡Después de mi salida dramática!—bromeó.

—Es verdad, tienes un buen punto ahí—sonreí—, fue una muy buena salida, con los sobres y todo.

La distancia que nuestros cuerpos mantenían desapareció, se acercó a mí. Sentí su perfume, su calor...ese calor que combinaba tan bien con el mío.

—Nunca debí tomar ese dinero—murmuró con arrepentimiento, un dulce arrepentimiento—, lo hice para convencerme de que lo nuestro era...

—Una relación profesional de mutuo beneficio—interrumpí para finalizar su pensamiento.

Sonrió, y no pude evitar hacer lo mismo.

—Bueno, en cierto punto tuvo mutuo beneficio—confesó.

—Es verdad, yo conseguí mi novela, ese fue mi beneficio—dije mientras indagaba en mi mente sobre él—¿cuál fue el tuyo?

—Encontré mi «motivo».

A lo largo de mi  experiencia como escritora he utilizado millones de eufemismos para hacer referencia a un  corazón muerto de amor. Por muy extraño que parezca,  ahora no  se me ocurre ninguno, ninguno con buena lírica, sólo puedo decir que mi corazón late al extremo, que golpea, golpea por dentro con una fuerza nunca antes sentida.

Mantenemos una vida sostenida por sus latidos, y aun así, nuestro corazón pasa desapercibido para nosotros...hace su trabajo, late, late, late, hasta que un día...un día como hoy, estalla a gritos y te das cuenta de su verdadera existencia.

Sí...es posible que no suene muy romántico, pero hoy...hoy conocí a mi corazón por primera vez.

Me tomó de la cintura, sus brazos me envolvieron, y yo hice lo mismo con los míos. Acaricié su espalda...necesitaba sentirlo.

Sus labios estaban a centímetros de los míos....Sí, sus labios, esos labios que habían hecho maravillas en mi cuerpo, pero que desde aquella primera noche nunca más habían hecho algo tan simple como besarme.

De forma inconsciente, me eché para atrás.

—¿Qué haces?—hice la pregunta más idiota en la historia de las preguntas idiotas.

—¿Qué te parece que pretendo hacer? ¡Besarte! ¡Vengo conteniéndome desde hace meses!—sostuvo mi rostro entre sus manos y eliminó mi distancia forzada.

No se lo permití. Volví a rehuir de él.

—Espera, primero quiero saber dos cosas...

Así era yo, no podía evitarlo. Mi corazón se moría de amor, eso era verdad, pero mi cabeza estaba inquieta. Razón y emoción...era una dura batalla.

—¿Qué, mujer? ¿Qué dos cosas?—sonreía, en el fondo me conocía, me conocía muy bien.

—Si estabas deseando que yo viniera a ti a hablar cara a cara, ¿por qué te escapaste de mí cuando me viste?

—No me escapé de ti—dijo con clara certeza.

—Me diste la espalda y comenzaste a caminar.

—Sí...—reía—, te di la espalda para marcarte el camino fuera de la multitud. Quería hablar en un lugar más tranquilo.

—¡Hubieses sido más claro...y no me subía a ese maldito escenario!

Rio a carcajadas.

—¡Tú solista te subiste ahí, y creo que todo el mundo lo disfruto!

Imité su carcajada de forma sarcástica, para mí no era gracioso el asunto.

—Mírale el lado positivo—continuó—, tú y yo ya tenemos una anécdota para contar.

Reflexioné...era verdad. Si íbamos a tener una historia de amor, que fuese una buena historia de amor,  y una buena historia requiere de anécdotas...muchas anécdotas.

—Dime ahora esa segunda cosa...—me motivó a hablar apretándome fuerte.

—Me doy cuenta que a excepción de aquel beso de la primera noche que usaste para callarme, éste va a ser nuestro primer beso real...¿por qué no me besaste antes?

—Quise hacerlo, no lo hice porque me dejé guiar por la misma estúpida idea que me hizo tomar tu dinero. Así que...¡cállate de una vez por todas, mujer, y bésame!

Era de esas mujeres que no le gustaba que le repitieran las cosas...si me dicen:¡Cállate, y bésame! Me callo y lo beso.

Labios ardientes...

Lengua traviesa...

Y un sabor al cual podría hacerme adicta...

Existen esos besos que provocan el descontrol total, que despiertan cada parte de tu cuerpo...existen esos besos, y después...después existe Joaquín.

Jugó en mi boca y se despidió de ella con un pequeño mordisco.

Tomó distancia obligándome a abrir los ojos y a abandonar el Paraíso Terrenal al cual me había transportado.

Su mirada hacía una pregunta...y yo la respondí.

—Conociendo todos los usos que le das a tu lengua...es lo que me esperaba—dije conteniendo las ganas de reír y  de lanzarme una vez más a sus labios.

—¿Es lo que me  esperaba?—repitió insatisfecho.

—¿Qué  deseabas oír?

—No lo sé, algo como: «Y sentí que sus labios fueron hechos para besarme, porque mi mundo colapsó, se derrumbó a mi alrededor, y lo único que me sostenía, lo único que me mantenía en pie, era su boca contra la mía»

Lo palmeé en el trasero como reprimenda.

—¡Te robaste esa frase de una de mis novelas!

—No voy a negarlo, me gusta leerte.

—¿Te gusta leerme?—que lo confesara le atribuía al momento un extra de erotismo.

—Sí, pero  lo que más me gusta es...—murmuró en mi oído.

Lo siento, lo que me dijo no es Apto para todo público, y por tal motivo me lo reservó para mí.

 

Lo capturé del cuello y me adueñé de sus labios.

No tenía sentido buscar palabras para describir mis sensaciones, toda mi vida había estado creando historias de amor, imaginando, fantaseando una y otra vez...Existía una parte de mí en cada una de mi novelas, mis deseos estaban ocultos en entre líneas, y ahora entendía por qué, eran el preámbulo  para esto, para mi historia de amor.

Y sí...mi mundo colapsó, se derrumbó a mí alrededor, y lo único que me sostenía, lo único que me mantenía en pie, era su boca contra la mía...su dulce, traviesa y provocadora boca.