♥ CAPÍTULO 1 ♥
Puedo verlo en su rostro. Es una mujer fácil de leer. O yo un paranoica.
Sí, es posible que sea la paranoia hablando.
No, no...
Puedo verlo. Es un libro abierto, podría subtitular sus pensamientos con total libertad. Lo dije ya, estoy en problemas.
Berenice Estévez es la jefa editora de R&N Books, una importante editorial de renombre internacional originaria de España que tiempo atrás extendió sus tentáculos a otros continentes. Desde hace dos décadas vienen ampliado su catálogo con autores de calibre mundial, y descubriendo nuevos talentos de habla hispana.
En lo que respecta a “nuevos talentos”, sin pecar de ególatra, puedo considerarme uno de ellos. Por lo menos de momento.
Once años atrás, luego de una convocatoria de recepción de manuscritos, tuve mi primer encuentro cara a cara con Berenice, un encuentro de ensueño digno de una soñadora compulsiva como yo. Ése fue mi primer punto de giro. Aquella tarde, luego de dos cafés y una verborragia compartida, abandoné su oficina con mi primer contrato editorial, el primero de muchos.
En el arcón de mis éxitos atesoro ocho Best-Sellers. Bueno, siendo objetiva y crítica, tal vez lo más acertado es decir siete, el octavo pasó por entre las manos de las lectoras sin pena ni gloria, y creo que dadas las circunstancias actuales, mi reciente bebé editorial, el que en éste momento juega en las manos de mi fiel editora, no va a ver la luz. Dije que podía subtitular los pensamientos de Berenice...ahí voy entonces.
« Carente de ritmo », « protagonistas planos », « diálogos cursis »
Sobre todo, diálogos cursis, o empalagosos como le gusta decir a ella.
No lo digan, lo sé. No son los pensamientos de Berenice, son los míos. El enemigo interno es el peor de todos. Cuando la duda y el desencanto me toman como prisionera me planteo el hecho de abandonar la escritura, en especial el romance. Llega un momento en la trayectoria de todo escritor donde la necesidad de cambio de género golpea a la puerta, es posible que mi mala costumbre de escuchar música mientras escribo no me haya permitido oírlo. ¿Quién sabe? Tal vez lleva años golpeando. En los últimos tiempos las críticas me han descuartizado, cocinado a fuego lento, y en vista de que ya me acostumbré al desmembramiento de mi persona, puede que analicé la posibilidad de abrirle la puerta al policial negro.
—Dilo, sin medias tintas. Dispara a quemarropa—intenté poner presión a sus palabras, mis suposiciones me atacaban con descaro, yo sola me condenaba al exilio editorial—. Lo odias, ¿no?
—No, todavía no he llegado a ese punto.
Lo hizo, disparó a quemarropa, aunque fue breve, y en su brevedad estaba oculto el peligro.
Cuando Berenice le ponía límite a las palabras era evidente que no tenía apreciaciones buenas para obsequiar.
—Pero presientes que lo vas a hacer.
—Eres muy intuitiva.
Decirme eso era el equivalente a arrojar el manuscrito a la basura.
En mis pasadas etapas de escritura había transitado por diversos comportamientos típicos de escritor, pasé de escuchar y considerar cada opinión ha desecharlas por completo sin posibilidad de análisis. Los aires de superioridad que había obtenido con el éxito me habían otorgado la capacidad de todopoderosa, se hacía lo que yo quería. Tiempo pasado. Otra era la cuestión ahora, caía en la etapa de supervivencia narrativa, y cuál zombie come letras iba en busca de mi alimento, la ayuda.
—Es ella, lo sé. Intenté darle más fuerza al personaje femenino y se terminó devorando la historia—Y como siempre en vez de pedir ayuda, escupí una catarata de posibilidades para sostener lo escrito— Estoy pensando en darle un perfil más sumiso, pero desde el lado de lo personal, un sometimiento psicológico fundado en lo que cree correcto y que no...valores, no emociones.
—¡Detente ahí! No sé qué es peor, si leerte o escucharte—Una puñalada al corazón, así impactaron las palabras de Berenice en mí—.No es ella, no es él—continuó con falsa simpatía en su voz, esa que usa cuando se aproxima a dar sentencias—Es una combinación de cosas que abarca desde el título a todo lo demás.
—He pensado cambiarle el título para que no resulte un típico cliché romántico—interrumpí como una niña con una excusa mediocre para evadir la mala nota.
Existía una parte de mí que reconocía las falencias en la historia, esa parte objetiva que todavía se mantenía a flote, pero después estaba la otra parte, la que tenía la subjetividad a flor de piel y que siempre estaba a la defensiva brutal.
«Bajo el fuego del desierto»
Era un cliché desde dónde uno lo mirara.
—Eso es lo de menos importancia aquí, es más, si explotaras al máximo ese título, otra sería la cuestión. El título tiene lo que le falta a la historia—No entendía a que se refería, y creo que mi rostro se contorsionó a favor de ese no entendimiento—¡Fuego!...—gritó, y ese grito fue como una bofetada imaginaria. La falsa simpatía se evaporó para darle lugar a la ebullición real—¡Fuego, calor, pasión!
Considerarme una especialista en el género en éste momento no era lo más correcto, pero sin desmerecerme llevaba años contando historias que hacían suspirar y enamorar a miles y miles de mujeres. Era posible que mi estilo de escritura estuviera haciendo agua, no así la base de mis historias, el romance era mi sello personal.
—Me parece que estamos teniendo distintos conceptos sobre lo que significa pasión—fundamenté. Iba a defenderme, necesitaba ayuda, estaba claro, aun así estaba dispuesta a salvaguardar mi territorio.
—Sí, tú idea de pasión está arraigada a la literatura victoriana, la mía al presente.
Y con eso me fue suficiente para detectar la línea del alegato, ya conocía ese discurso, no me gustaba, no me sentía cómoda en él.
—Te refieres a sexo—el desagrado fue inminente en mi voz, no era mi estilo, prefería que mis lectoras crearan sus propias imágenes, yo las empujaba a la escena y ellas creaban a su antojo—.Sabes que prefiero dejar partes libradas a la imaginación.
—Bueno, es evidente que eso no te está funcionando ahora—la exaltación anterior que la había llevado a gritar «fuego», disminuyó. Entrábamos en la fase editora, esa fase de aleccionamiento que tanto le gustaba dar— Te estás convirtiendo en una película apta para todo público, cuando en realidad lo que tienes que ser, es apta para mayores de dieciocho, en su defecto, dieciséis con censura.
Venía luchando con éste asunto desde hacía tiempo, Berenice traía a colación siempre el mismo argumento, y el motivo por el cual yo me negaba a caer en el erotismo descriptivo no tenía un fundamento real en sí. El tan usado «no es mi estilo» comenzaba a cavarse su propia tumba.
—¿De verdad prefieres cuatrocientas páginas de sexo explícito en vez de una buena historia?—apelaba a su buen gusto editorial.
—No, quiero una buena historia con buen sexo—abandonó el lugar de poder detrás de su escritorio para sentarse a mi lado—. Tienes mucho talento, Anabela, tú pluma es bella y ha conquistado muchos corazones, pero el idilio se termina, siempre sucede, después del enamoramiento inicial sólo resta construir las bases para una nueva relación, la que vale, la que con suerte se prolongará en el tiempo.
Mis lectoras comenzaban a serme infieles, estaba claro. Ya no era la dueña de sus corazones, poco a poco me convertía en un romance del pasado, y Berenice trataba de recordármelo de la mejor manera posible.
—Cariño, están pasando sobre ti, pisan tu cabeza—Era condescendiente y a la vez dura, directa—Estamos frente a una revolución del género romántico, ya no es todo color de rosa, ahora el matiz que lo cubre es rojo, rojo pasión.
Me aferraba a lo que tenía, porque a quién engañaba, dentro, muy dentro no había nada más.
—Te he dado pasión, todos estos años, te he dado eso.
—Susurros al oído, roce de labios, caricias robadas...ya no es suficiente—Sus ojos comenzaron a bailar de un lado a otro, la imaginación cobraba vida dentro de su cabeza, y se motivaba con la única intención de lograr lo mismo conmigo—.¡Hazme arder! Quiero sofocarme en tu lectura. Quítame el sueño, arrástrame a los brazos aburridos de mi marido.
—Apelas a lo imposible—Sí, me di el permiso bromear, sino lo hacía comenzaría a llorar como un acto de propia decepción.
Y sirvió, Berenice rio.
—Tienes razón, pero únicamente en lo que respecta a lo último. Confió en ti—tomó el manuscrito y lo apretujo contra mi pecho— puedes hacer mucho más que esto. ¡Muéstrame la Anabela 2.0! Regálame una dosis de erotismo en estado puro...hazme...
—Hazme arder, lo sé—interrumpí ocultando mi escasa motivación.
—No, hazme seguir confiando en ti. No me obligues a enterrarte en el olvido.
Iba a morir, y en mi epitafio se leería lo siguiente.
«No supo arder...y se extinguió»
♥ ♥ ♥ ♥
Estaba llegando al desenlace de mi propia historia. Contra mi voluntad me había visto forzada a enfrentarme al «game changer» que me instaba a cambiar para guiarme hasta un final feliz...o detestable. Pasos, pasos me separaban de una categórica clasificación, mi vida dejaba de ser una comedia romántica para transformarse en drama.
Cinco días de re-lectura, modificaciones, corte y pega, y nada me había servido. De cabeza en caía libre al peor de lo abismos, ese era mi destino, aquel destino en el cual recurrimos a las viejas anotaciones, a las historias a medio a terminar para robarles un pedazo del alma. Vergüenza de mí.
La amarga idea de pensarme en el fin de mis días, en mi ocaso creativo, me estaba provocando una úlcera que me hacía sentir vacía por dentro. Y créanme, no lo estaba, llevaba saturando a mi estómago con toda la comida chatarra existente en el mundo.
En las pasadas noventa y seis horas sólo dos acciones habían sido repetidas de forma sistemática por mí, una, teclear con frenesí frente a mi pc en una maldita hoja semi en blanco; y la otra, la más productiva, había sido la opción de re-llamada en el teléfono que me abría la puerta al delivery desmesurado.
Había decidido aislarme del mundo por unos días para sumergirme en mis propios mundos, no lo había conseguido, la introspectiva sólo había colaborado con una alta dosis de mal humor, un mal humor que confesaba en su silencio una verdad nunca antes pensada: todo yo era una farsa.
Bueno, por lo menos mis historias.
La buena crítica y el éxito de venta me habían arrastrado al sedentarismo mental, ahora me daba cuenta de ello, repetía la misma fórmula de historia, variaba diálogos, pero sometía a mis personajes a las mismas acciones. Estaba ante un momento de crisis, por un lado me veía arrojada a una muerte temprana en el mundo de la narrativa romántica, por el otro, me sentía una estafadora. Les venía vendiendo a mis lectoras una reversión continua de una única historia.
¡Más vergüenza! Eso me agobiaba ahora...Mi musa era una gran mentira, debía reconocer que estaba perdida en la laguna de lo “no original”.
Y como si mis sentimientos autodestructivos no fuesen suficientes, el pedido que había hecho hacía ya más de una hora al restaurante de comida rápida, no tenía nada de rápido.
La energía contenida del encierro me hacía transitar las habitaciones de mi departamento una y otra vez, para apaciguar la actitud inquieta que me movía, tomé un paquete de snacks de la alacena de la cocina y me arrojé en el sofá. Dejaría que el tiempo pasara consumiendo calorías crujientes.
¡Sí!...Quince minutos después, la magia ocurrió.
Casi como un acto reflejo, mi cuerpo reaccionó al timbre del portero eléctrico. No necesité indagar mucho en la presencia que se hallaba a mi espera en la puerta de calle, accioné la apertura de puerta automática para permitirle el ingreso. No, no pensaba poner un dedo fuera de mi departamento. Lo único que me importaba era mi pizza extra queso con agregado de champiñones.
Tomé el dinero preparado, incluí un plus que me aseguraba siempre un servicio respetable, no en tiempo, eso estaba claro, sino en llegada a destino presentable. No quería que los champiñones de mi próximo pedido bailaran por fuera del queso.
Hice un chequeo general de mi vestimenta, camiseta arrugada pero sin posible transparencia, pantalón deportivo holgado, medias, y cabello...mmm... ¿a quién demonios le importa mi cabello?
Golpearon. Abrí, y mi estómago gruñó furioso.
Era Érica, mi hermana.
—¿Dónde está mi repartidor de pizza?—la furia creció en lo profundo de mi estómago, avanzó por mi esófago y abandonó mi garganta con desesperación.
—¿Dónde está mi hermana?—venía en actitud de reclamo con tintes de terapeuta personal.
La conocía, yo misma me había sentenciado a ésta visita, no había respondido a sus llamados telefónicos y eso bastaba para activar su fase hermana superhéroe al rescate.
Volví al sofá, me abracé a mis piernas, me hice un bollito, no para reflejar lo realidad de mis sentimientos internos, no, para ocultar lo patético de mi imagen.
—¡Por dios santo!¿Qué le sucedió a tu cabello?
La estrategia “pasar inadvertida” no funcionó, consciente de que lo inevitable no podría ocultarse, me estiré por completo en el sofá.
—¿Qué le sucedió a todo tu cuerpo?—Érica era una mujer muy insistente—Pareces una muñeca de trapo electrocutada—Y sin problemas para opinar con libertad lo que pensaba. Contempló el estado general del departamento—.¡Esto es un desastre!
Lo era, no me había preocupado por el aseo, repito, los dos ejes que estructuraron mi vida en estos días habían sido el falso intento de escritura y el delivery. Como verán, no exageré.
—¡No, mi vida es una desastre!—exclamé intentando dejar escapar una lágrima. El mejor ataque es la victimización, siempre.
—¿Y por eso apelas a una escenografía acorde al momento?
—Sí, el exterior es la manifestación de mi yo interno.
—Pues dile a tu yo interno que se bañe, porque está a pasos de oler como el exterior. Y, “spoiler alert”, no huele nada, pero nada bien.
Mi hermana era puro glamour, estaba a un par de escalones de cumplir los cuarenta, y por lo visto, su cuerpo parecía no haber recibido tal noticia. Tacones altos hasta para escalar el Everest, falda y chaqueta entallada hasta para ir de excursión a un safari, y un cabello rubio casi perfecto, digo casi porque el color original era otro, gracias a la industria cosmética había logrado su objetivo, y casi, casi parecía una rubia natural.
Arrojó su bolso al sofá y fue hasta el ventanal, lo abrió, al hacerlo pisó restos de cereal que de seguro habían caído ahí a la mañana. Me atravesó con una mirada de desaprobación, mirada de la cual me escabullí al instante.
—Desayuné en el balcón, necesitaba un poco de sol—seguía esgrimiendo excusas.
—Lo que necesitas es una ducha, y la necesitas ya—El enfado comenzaba a dominar su voz.
—No tengo tiempo para una ducha, debo invertir todo, absolutamente todo en lo importante.
—No tienes tiempo para una ducha, no tienes tiempo para responder un llamado telefónico—corrió los snacks que se apoderaban del resto del sofá, y contra su voluntad, se sentó a mi lado—Dime qué demonios sucede ahora.
—El fracaso ha entrado a mi vida, y no piensa irse.
—Siempre dices lo mismo—Se levantó más rápido de lo que se había sentado, me enfrentó de pie, y en ese instante, su cuerpo se asemejó al de un gigante. Era imponente—. Cada vez que una publicación de tus historias se hace presente empiezas con los mismos temores. ¡Deja el dramatismo para tus novelas!
—¡Está vez es diferente!
—¿Por qué? Si se puede saber.
—Utilizar el fracaso es un recurso para disfrutar más el éxito. Digo, pienso que me va ir mal cuando en realidad confió que va a suceder lo contrario, y si algo no llega a resultar, cosa que hasta ahora nunca ocurrió, puedo valerme de ello—todo mi interior comenzó a retorcerse, el abuso de comida estaba a punto de cobrarse el pase libre que había obtenido—. El fuego se apagó—decirlo y oírme fue la certificación final de mi quiebre—. O pensándolo bien, creo que nunca existió, sólo fui humo.
Una liberación, eso fue mi confesión. Recién caía en la cuenta de la tensión que me aprisionaba el cuerpo. Me desplomé sobre el sofá víctima del agotamiento físico y mental.
Érica volvió a mi lado, sacudió el almohadón antes de sentarse, era evidente que no deseaba restos de snacks pegados a su falda. Tenía razón, todo era un asco.
—Bueno, ahora que tu Yo interno dio su discurso, permítele a los hechos reales hacer la mismo. ¿Qué ha pasado? Y omite la lírica, por favor, ve a lo concreto.
Mi hermana conocía todos mis artilugios escénicos de vida, durante años había sido la Reina del Romance Latinoamericano, ahora era la Reina del Dramatismo Universal, y ella no lo toleraba.
—Berenice desechó por completo mi manuscrito bajo el argumento de que le falta pasión.
—Decodifica por favor, los conceptos de pasión son muchos.
—¡Sexo, le falta sexo!—elevé mi voz, es más, creo que usé el exacto tono que Berenice utilizó conmigo.
—No me digas, ¿y recién se da cuenta de ello?
Puso el dedo en la herida, y dolió.
—¡No es broma!—el enojo comenzaba a nacer, con ella sí podía desquitarme.
—No, es verdad, lo sé, pero tampoco es un drama, menos que menos la antesala al fracaso que tu pintas.
La capacidad de Érica de mirar todo con el cristal de la calma lograba el efecto contrario en mi persona.
—Para mí lo es, llevo días tratando de vestir de rojo pasión la historia y no lo consigo. ¡El sexo no es lo mío!
Otra confesión. No podía competir contra las novelas eróticas. No podía, quería, pero no podía, no sabía cómo.
—¡De eso ya me he dado cuenta, y si te miraras al espejo entenderías por qué!—lo disfrutó, Érica disfrutó el hecho de escupirme esas palabras.
La golpeé con un almohadón, no iba a permitirle que se aprovechara de la situación para traer sus comunes opiniones con respecto a mi vida amorosa, que dicho sea de paso, era lo opuesto a mis historias. No sólo no había sexo, el romance había desaparecido como por arte de magia también.
—¡No te burles de mi desgracia!—exclamé con el enojo al borde de los labios.
—Eso no es desgracia, agarra el periódico, sal a la calle, ahí hay desgracia, tú eres una consentida.
¿Lo era? Sí, lo era. Me había acostumbrado a vivir una buena vida en todos los aspectos, y haber sido mimada por el reconocimiento y el éxito había sido lo peor de todos. La ausencia repentina de ello me llevaba de cara al suelo sin ánimos de levantarme.
—Deja de pensar en lo que no puedes hacer, y piensa en lo que sí puedes—continuó forzándome a levantarme—. En primera instancia, darte un baño y arreglarte, lo único que puedes escribir luciendo de ésta manera es una historia de horror.
—Tal vez debería hacerlo, tal vez cambiar de género narrativo es la opción—los “tal veces” me sentaban bien, los usaba para todo en mi vida, eran la mejor excusa.
—Cambiar de actitud es la “opción”—resaltó la última palabra. Sus pasos guiaban a los míos en el camino directo al baño—. Recuerdas la tercera novela que escribiste, la histórica.
—¿«La Promesa»?
—¡Esa misma! ¿Cuánto estuviste estudiando sobre la semana trágica y la década del treinta?
Uffff...cómo olvidarlo. Había perdido parte de mi vista en la investigación de esa historia, semanas de biblioteca y archivos en la web.
—Mucho, más de lo que puedo recordar, pero valió la pena—me detuve, le puse un freno a su cuerpo. Comenzaba a motivarme con el recuerdo de mis viejos tiempos.
—¡Exacto! Y recuerdas la vez que tuve que ir a sacarte de la comisaria porque te habían detenido junto a una banda de “dealers” del narcotráfico.
Como olvidar...«Entre dos Fuegos». La investigación que había llevado a cabo sobre los carteles del narcotráfico latinoamericanos había sido la aventura más loca de mi vida.
—¡Ese fue un momento “épico”!—sonreí ante la evocación de mi mente.
Me perdí en mis pensamientos, viajé a mis historias y me anclé en ellas. Érica tomó mi rostro entre sus manos para provocar el contacto visual entre ambas.
—¿Qué conclusión sacamos, entonces?
—¡Que se me acabaron las buenas ideas!—así de fácil volvía a mi propio ataque.
Me abofeteó, mi hermana me abofeteó fuerte. Auuuhhhh
—No, grandísima tonta...investigación, trabajo de campo. ¡Eso necesitas!
El rompecabezas no encajaba. ¿Trabajo de campo?
—¡Necesito erotismo y sexo!—La sugerencia de Érica era absurda desde todos los ángulos posibles—¿Qué sugieres? ¡Que vaya a un club nocturno de hombres! ¡Qué incursione en el cine porno!
Una sonrisa hallaba su inicio en el rostro de mi hermana, una nueva idea brillaba en lo profundo de sus ojos. Sin darme cuenta había alimentado a la fiera.
—Lo primero no estaría mal—aseveró sumándose a mis opciones.
—¡Estás loca!
Sin desearlo le entregaba en bandeja la posibilidad de criticar mi estado civil de los últimos años. Y con tal de abandonar dicha charla estaba dispuesta a todo, inclusive a meterme al baño en busca de una ducha.
¡Bingo!
No fue necesario.
El portero eléctrico resonó.
¡La maldita pizza se hacía presente en el mejor de los momentos!
—Lo siento, mi apetito puede más que el trabajo de campo—tomé el dinero y fui una vez más hasta la puerta—Tú decides, te quedas y la compartes conmigo, o te vas llevándote tus inadecuadas sugerencias.
Dos golpes. Abrí esperando encontrar a mi extra queso y ruta de escape.
Pero no, no era el muchacho del delivery. Era Iris, mi amiga de la infancia. Tomó el dinero de mi mano, y se lo guardó en el sostén.
—Gracias, tú sí que sabes darle la bienvenida a alguien.
—¿Dónde está mi pizza?—no fue una pregunta directa a ella, fue una pregunta al universo. ¡Dónde demonios estaba mi condenada pizza!
—¿Dónde está tu atuendo de viernes a la noche?—me recorrió con la mirada espantada—¿Estás enferma o algo así?
La dejé pasar, cerré la puerta dispuesta a llorar por dentro. Sí, se puede llorar por dentro, yo soy una especialista en ello. No estaba con humor para lidiar con nadie. Quería calma, y estas dos mujeres eran todo lo contrario, eran dos huracanes, y juntas eran un peligro. La devastación total me esperaba.
—Ni enferma ni algo así—Érica dio la primera estocada—Le falta sexo, necesita sexo.
Era fácil arrastrar al complot a Iris, era una maestra del asunto.
—¡Dime algo que no sepa!—bromeó cómplice con Érica.
Debía poner un límite antes de que me acosaran en grupo, especialmente a Iris, su vida de esposa y madre la hacía exprimir al máximo toda oportunidad de disfrute y distracción.
—Perdón que pregunte...pero ¿qué haces aquí?—fui brusca, intentaba serlo para dejar claro el mensaje de que no estaba dispuesta a nada.
Iris no pareció prestarle atención al trasfondo de mi intención. Se acercó a Érica para ubicarse a su lado. Ambas me observaron desde la pequeña distancia.
—Déjame reformular la pregunta a mí—Iris contratacó—¿Qué haces tú...—hizo una evidente pausa para marcar el tenor dramático de su pregunta—...vestida así?
—Se auto compadece, eso hace—Érica se sentía en su salsa, ahora podía decir todo lo que quería, tenía un secuaz—. Y como verás, luce el vestuario adecuado para ello.
—¿Por qué? ¿Cuál es el problema del día?—Yo iba a hablar, Érica también iba a hacerlo, pero ella se nos adelantó, nos silenció con un dedo al aire, y una mirada penetrante—No me lo digas, no me importa, hoy es el tercer viernes del mes, y tú—me señaló con su dedo acusador—tú no vas arruinármelo.
Perdida en el tiempo, así estaba. Se me había escapado por completo el día y la promesa que tiempo atrás habíamos hecho. Iris estaba casada, y era madre de una traviesa pareja de gemelos, cuando los pequeños cumplieron un año, en pos de su beneficio psicológico, pactamos una salida mensual de amigas, esa salida se llevaba a cabo el tercer viernes de cada mes, por nada se suspendía, aunque el mundo se cayera en pedazos, nada la detenía, ni siquiera yo.
Deseaba quedarme a solas para ahogar mis penas y nadar en mi idea de fracaso, y eso no iba a suceder. Perdí la batalla. Una cosa era luchar contra mi hermana, otra muy diferente era hacerlo contra Iris. Me apoyé de espaldas contra la puerta, me había vencido.
—¡Quiero una copa de vino espumante, daiquiris de todos los colores, quiero de esas mini sombrillitas que te ponen en los tragos!—vino hasta mí, la confrontación visual y de palabras no le fue suficiente, utilizó todo su cuerpo—. Cámbiate de ropa...
—Antes que todo, que se dé una ducha, la necesita—interrumpió Érica.
Iris me olió, aunque suene desagradable, lo hizo.
—Date un baño—hizo énfasis en ese acto— cámbiate la ropa, y aparta por un par de horas la sensación de fracaso editorial que tienes en esa cabecita.
La referencia de Iris puso en sorpresiva alerta a mi hermana.
—¿Qué?¿A ti te lo dijo?—estaba enojada—.¡A tu hermana no le respondes un llamado telefónico, ni siquiera le contestas un miserable mensaje de texto, y a ella le cuentas todo!
La confrontación de cuerpos se hizo masiva, Érica vino también hasta mí. La situación comenzaba a no favorecerme y a asemejarse a un episodio de lucha libre, las dos sobre mí.
—No me lo dijo—Iris me otorgó el beneficio de la duda con mi hermana—Sé muy bien cómo sacar mentira por verdad, tengo dos hijos, no te olvides. Puedo ser muy persuasiva.
La cabeza comenzaba a estallarme, del silencio de los últimos días a esto había una gran diferencia, y yo no estaba preparada. Las empujé con delicadeza, me sofocaban.
—Por favor, si quieren hacer una competencia de esto, háganlo, pero lejos de mis oídos—aproveché la atención de ambas para librarme del compromiso—. No creo que dadas las circunstancias actuales de mi humor sea una buena compañía.
—¡Eso está bien claro!—alegó Érica.
—Pero nosotros si lo somos, para ti—contribuyó Iris. Sí, lo dije, dos huracanes—Necesitas fuente de inspiración para tu historia, bien, vamos a buscarla. Eres el colmo de las escritoras de romance, lo escribes pero no lo vives.
Y justamente por eso lo escribía, porque escaseaba en mi vida. Cargaba a cuestas un matrimonio fracasado casi adolescente, y un par de salidas infructuosas, nada más.
—Ya se lo dije, necesita trabajo de campo—Érica volvió a arremeter con su teoría.
—Coincido— el complot ya se había concretado, e Iris sabía cómo cerrar bien un trato—. Con más razón entonces, abandona el look de cenicienta del subdesarrollo, y vamos en busca de un príncipe azul que te mueva el palacio.
¡Dios santo! Cómo iba a terminar el día, mejor dicho...dónde iba a terminar el día, no la sabía, Iris y Érica juntas desplazaban de mi mente mi problema actual y se esgrimían como el peor de los problemas. Tenían mucho Sex & the City en su historial televisivo, y eso no auguraba nada bueno.
¡Ya estaba viejas para estas cosas!
Mi cuerpo se inmovilizó ante su lucha interna, se veía obligado a ir al baño por una ducha cuando en realidad quería arrojarse en el sofá sobre un colchón de snacks.
—¡Vamos, mueve ese lindo trasero!—Érica era muy enérgica a la hora de motivar.
—¡Vamos, necesitas un Príncipe en tu vida, o por lo menos en tu noche!—Iris se valía de mi historial para hacerlo—y tienes que ir a buscarlo, ningún Príncipe va a venir a golpearte la puerta.
A veces el universo se comporta de forma extraña, ésta vez fue una de ellas.
Golpearon la puerta. La inesperada situación nos sorprendió a las tres. Iris era la más cercana a la puerta, la esperanza de encontrarse un sex symbol del otro lado se le veía reflejado en la mirada, abrió la puerta en un acto de total lentitud, y la esperanza se le fue al suelo al instante.
¡Por fin, mi delivery estaba aquí!
—El encargado del edificio me permitió el acceso—se excusó el muchacho ante las miradas expectantes de las dos mujeres que lo acosaban con la mirada—. En ésta semana he venido aquí más que en el último año. ¿Dónde dejo el pedido?
—Dónde quieras—se apresuró a decir Érica—No, mejor en aquella mesa—se corrigió y lo hizo caminar hasta el otro extremo de la sala con una obvia intención: observarlo.
Se me había quitado el apetito, la imagen de mi hermana y mi amiga mirando con descaro las musculosas formas del repartidor me causaban nauseas.
—Extra queso con champiñones—dijo al tiempo que la colocaba sobre la mesa.
Era un muchacho de apariencia común, pequeño pero musculoso, nada que llamara demasiado la atención a mi gusto, sobre todo porque la pubertad parecía haberlo abandonado hacía poco, era un niño.
Se quedó firme junto a la mesa, el silencio se convirtió en un hecho molesto y embarazoso, comprendí que su ausencia de palabras se debía a que esperaba su paga.
—¡Iris!— señalé sus pechos. Me comprendió al instante.
—¡Cierto!— ante la mirada directa del repartidor, con sensual parsimonia, extrajo del interior de su sostén el dinero—Aquí tienes—Fue hasta ella, tomó el dinero y le sonrió.
Para hacer el momento más desagradable, Érica se sumó al juego.
—Que lo aproveches, eres bienvenido cuando quieras.
—Ya saben dónde encontrarme—murmuró y se marchó cerrando la puerta detrás de él.
Nunca más iba a pedir comida a ese lugar. ¡Nunca más!
—¡Están locas!— las dos lograron sacarme de mis casillas—¿Qué bicho les ha picado?
—Evidentemente uno que no te picó a ti—se burló Érica.
Esto no tenía sentido, ir contra la corriente de estas mujeres era el peor de los errores.
—¡Metete en ese baño de una vez por todas que en media hora salimos!—Iris fue concreta, era la que siempre llevaba la voz cantante.
Gemelos desgraciados, la habían convertido en madre y ahora era muy difícil discutirle.
Obligué a mi cuerpo a retomar la acción, el baño...antes de hacerlo capturé la pizza con mis brazos. Nadie iba a separarme de mi extra queso con champiñones...¡Nadie!
♥ ♥ ♥ ♥