♥ CAPÍTULO 9 ♥
Debía dedicarme unos días en calma. Lejos de todo, de todos. Debía perderme en mi templo sagrado de portátil, snacks y palabras.
La sugerencia de Joaquín había conseguido bajar el ritmo de mi escritura.
«Olvídate de las piedras en el camino, déjalos sucumbir al amor con una sonrisa»
¿Cómo si fuera tan sencillo? El dramatismo forzado era la mejor forma de coartar cualquier historia de amor, y sobre todo era lo que te abría la puerta a la continuación de la trama.
Un tenista de renombre internacional, soltero, mujeriego...en el otro lado del mundo.
Una mujer divorciada, madre, con una vida perdida en la monotonía...de éste lado del mundo.
Ambos...sucumbiendo al amor.
Después de un confinamiento de cuatro días el punto de giro último de la trama hizo lo suyo, los distanció con la promesa de un nuevo momento, uno a futuro.
“Aceptar que no todos los relojes confiesan la misma hora nos permite albergar la esperanza de que lo que hoy no encuentra su tiempo, mañana lo puede hallar”
Fin...
Le decía adiós a «Match Point. Amor en juego», y ese adiós me arrastraba a otro, uno que comenzaba a doler de una forma impensada.
Ser necia no era una opción, y creer lo que no era se manifestaba como la peor necedad de todas. La vida era cuestión de momentos...Clarisa e Iván, los protagonistas de mi nueva historia, lograron enseñarme eso. Lo que nos hace feliz no siempre es eterno, y tal vez en eso radica su verdadera esencia, que es finito, que tiene un tiempo de caducidad y al ser conscientes de ello nos aferramos a ese instante, a esos sentimientos con todas nuestras fuerzas. Por un pequeño lapso vivimos en plenitud.
Pequeños instantes de plenitud...eso es la vida.
Joaquín y yo habíamos sido eso...instantes, maravillosos instantes que encontraban su justificación en la demanda de sus servicios, y eso era indiscutible.
Lejos de él, lejos de la fantasiosa escena vivida en su casa, la realidad ponía sobre la mesa los argumentos importantes, y cada uno de esos argumentos venía antecedido por «cuatro cifras».
Sabía dar la vuelta de página. Escribir me había convertido en una mujer que miraba el horizonte en busca de una nueva historia que contar. Si podía poner comas y puntos finales en mis relatos, podía hacerlo también en mi vida.
Envié el resto de mi trabajo a Berenice, y al día siguiente, tal cual lo pactado, me hice presente en la editorial para contribuir con mis opiniones a los diseños, y a la vez para trabajar sobre las correcciones necesarias.
Pasé toda la mañana del jueves encerrada con Margarita y Eva. Ésta última hizo acotaciones sobre determinados diálogos que evidenciaban un salto brusco entre un momento y otro. La transición en los personajes a veces no parecía real. Coincidía con ella, nada bueno se obtenía al forzar la escritura, y yo lo había hecho en función de las demandas editoriales. Apresurar una historia provoca lagunas o ausencia de profundidad en lo importante. No iba a permitirme eso, me quedaría ahí, germinaría como una planta en ese asiento si era necesario.
A la hora del almuerzo fuimos interrumpidas por una fuerza casi sobrenatural: Berenice.
—¡Maldita niña traviesa!—me atacó sin moderación alguna—¡Te lo guardaste bien en el bolsillo!
No comprendía nada de lo que decía, mi cabeza estaba en otro mundo, el que yo había creado.
—¿De qué estás hablando?—estaba cansada, me había olvidado las gafas y la cabeza comenzaba a dolerme. Mi mal humor fue evidente.
Cerró la puerta detrás de ella para generar un clima de confidencia dentro de la habitación.
—¡Tú y Ribeiro Nieto!—susurró para que sus palabras no traspasaran las paredes del lugar.
—Ribeiro Nieto y yo...¿Qué?—estaba desconectada por completo.
Margarita giró su silla en dirección a nosotras, Eva abandonó su tarea en el ordenador.
—¿Escuché Ribeiro Nieto?—dijo.
—¡Sí, el mismísimo Ribeiro Nieto!— aseveró Berenice.
—¡No me digas!—Margarita tomó un hoja de papel de su escritorio y comenzó a abanicarse—¿En serio, el Ribeiro Nieto, él auténtico Ribeiro Nieto?
¡Por dios santo y la virgen santísima! ¿Cuántas veces puede repetirse el nombre de un hombre? El hartazgo y la incomprensión guiaron a mis palabras.
—¡Pueden dejar de hablar de Ribeiro Nieto...
Aggggg
Era una epidemia contagiosa su apellido.
—¡Pueden dejar de hablar de ese hombre—hice la obvia corrección y continué—, y de mí. Nada tenemos que ver.
—No lo parece—ironizó la editora en jefe—Si uno se valiera de sus palabras pensaríamos que la única autora de la editorial que le agrada eres tú.
Tres pares de ojos se posaron en mí, y decían lo mismo ¡Niña traviesa!
Debía poner en claro los hechos, no iba a adjudicarme una posición acomodada en la editorial a causa de favores indecorosos que sólo tenían cabida en la mente de éstas mujeres.
—Compartí el ascensor con él el día que éste se descompuso.
—¿Quién se descompuso?—Margarita aportó un punto a ampliar.
—Ahora que lo mencionas, los dos lo hicieron—bajé mi voz para lograr un clima de confidencia—¡El señorito es un claustrofóbico de pura raza!
—¡Noooo!—exclamó Berenice hilando lo que parecían ser pensamientos aislados—Con razón cada vez que mantenemos una reunión en mi oficina sugiere mantener la puerta abierta.
—Te lo dije, tú oficina es muy pequeña—fuera de lo que involucraba la corrección de textos Eva no era para nada buena aportando ideas—Deberías correr a la administración de lugar y quedarte con esa oficina, tiene más ventilación—se regaló un instante de reflexión y se manifestó— ¡Pobre Ribeiro Nieto!
Recordé su reloj, el pequeño indicio de lo que era y lo que poseía. No era una mujer materialista, pero para sacarme del tópico de charla actual estaba dispuesta a asumir cualquier papel.
—Bueno, de pobre...justamente no tiene nada.
Fueron coordinadas, sus cabezas se manifestaron al unísono en un movimiento afirmativo.
—En fin—Berenice retomó el eje de su confrontación—, hecho fortuito o no, lo mantuviste bien calladito.
—Me di cuenta de quién era cuando me marché de aquí, me lo crucé en la escalera e intercambiamos un par de palabras, y cuando me entregó su tarjeta personal recién ahí logré hacer la asociación correcta.
—¡Con que tarjeta personal, eh!—Eva me golpeó con su codo buscado complicidad—Ya sabemos quién va a ser el protagonista de tu próxima novela ¿no?
—¡Por supuesto que lo sabemos—aproveche la expresión para descargarme—,va a ser Iván el tenista, gracias a que nuestra estimada editora me obliga a ello!
—¡Sé lo que hago!
—¡Sí tú lo dices!—intenté que el sarcasmo se notara en mi voz.
—A mí me gusta el tenista—Eva contribuyó con la idea editorial—Creo a todas nos gusta.
Margarita nos regaló una afirmación, al tiempo que la puerta se abría detrás de Berenice y el rostro de Laura, del departamento de edición contiguo, se asomaba.
—Coincido, quiero más Iván—dijo, cerró la puerta y desapareció.
La sorpresa nos dejó a las cuatro en silencio. Laura abrió la puerta una vez más y nos brindó el privilegio de volver a ver su rostro.
—¡Les aviso, no importa cuánto murmuren, se escucha todo!—se dirigió a mí—¿Claustrofóbico? Gracias por el dato, voy a tratar de encerrarlo en algún lado así no le queda más alternativa que aceptar mi respiración boca a boca.
Desapareció de forma definitiva. Berenice refunfuñó entre dientes.
—¡Debemos poner un poco de límites a esto!—sus brazos hicieron un abrazo simbólico a la oficina—¡Necesitamos más profesionalismo, somos una editorial seria! ¡Y si no lo somos, por lo menos tengan la buena voluntad de aparentarlo!
Giró sobre sus talones dispuesta a abandonar el lugar, antes de hacerlo se dirigió a mí.
—¡Tú!...a mi oficina, tenemos cosas que hablar, y en breve tenemos compañía.
¿Compañía? ¿Qué clase de compañía?
No formulé preguntas reales, me valí de su pedido para descansar un poco, lo necesitaba.
♥ ♥ ♥ ♥
Mi ausencia de preguntas resultó ser una mala jugada. Debí ser más inteligente, unir los puntos, lo obvio me había sido arrojado en la cara y yo no había caído en cuenta de ello.
La pregunta del millón.
¿Qué clase de compañía?
La clase de compañía que ahora me sentaba frente a él en una mesa de restaurant.
No me sentía fuera de lugar, simplemente me sentía ajena, fuera del momento. Ribeiro Nieto hablaba y yo desarrollaba mi mejor papel, escuchar sin prestar atención real a lo que decía. Asentía, sonreía, y por supuesto, disfrutaba del almuerzo que se me estaba brindando. Mi reclusión de eternas horas en la editorial había despertado mi apetito y no tenía intenciones de ocultarlo. Esto no era una cita, era un almuerzo de naturaleza profesional no justificada, nada más que eso.
Me promocionaba sus negocios, los compartía conmigo como si eso me importara. Sus empresas hacían un desfile innecesario ante mí y mi rostro se veía obligado a expresar lo opuesto para mantener una línea de cordialidad vinculada a los roles de ambos.
El agotamiento mental por el trabajo de escritura estaba arrinconando a mi capacidad de compresión. ¿Qué me importaba a mí su capital accionario? Dediqué mi pensamiento a Berenice y a su maliciosa jugada de ponerme en la misma habitación con él para propiciar el almuerzo.
Entre el pensamiento de crear una muñeca vudú de Berenice para vengarme, y el deseo de evaporarme del lugar sin que él se diera cuenta, la solución me golpeó el rostro. Estábamos almorzando, y la finalización de la reunión encontraba su desenlace ahí.
Estimulé a mi apetito...devoré, engullí, mi mandíbula hizo uso de su destreza, y siguiendo el ritmo de lo que parecía ser un hambre voraz, Ribeiro Nieto no tuvo más alternativa que alcanzarme.
Mi móvil se agitó en mi bolso. Cualquier mensaje iba a servirme de distracción, y considerando que él había respondido llamados delante de mí, no consideré una falta de respeto el hecho de hacer lo mismo.
Error. Era un mensaje de Joaquín. Algo no común, salvo en situaciones de acuerdos de encuentros.
Es raro no saber de ti.
Contigo el silencio es peligroso.
Un error, un gran error. Joaquín había sido expulsado de mi cabeza, lo había apartado volcando todo mi pensamiento en el trabajo. Ahora volvía, y sacarlo no iba a ser nada fácil.
Joaquín era mi virus personal, algo dispuesto a convertirse en epidemia, era necesario erradicarlo.
Sumergida entre letras, así estoy.
Invirtiendo cada minuto en el trabajo.
Simple. Claro. Convincente. Por lo menos para mí.
Si necesitas ayuda estoy dispuesto.
Sumergirme en letras contigo es muy gratificante.
Si le hubiese permitido a mi cuerpo responder, en cuestión de minutos huiría del restaurante para ir a encontrarme con él entre las sábanas, mi deporte favorito.
Pero no, mi cuerpo estaba confinado a la actividad alimentaria, y mi mente, aunque cansada, se esgrimía como el líder actual de la toma de decisiones.
Si te necesito, te aviso.
Lo sé, a mí también me pareció horrible.
Gracias.
(Emoticon con sonrisa)
Sí, sí...también lo sé. Fue peor.
Como sea, mi espantoso mensaje sirvió de finalización de conversación y sentí que la sensación me quitaba un peso encima de mi pecho. Suspiré de forma involuntaria.
—¿Todo bien?—Ribeiro Nieto reapareció en mi escena.
—Todo bien—repetí con una falsa sonrisa.
—Sí tienes alguna otra actividad que te requiera, dímelo, no quiero mal invertir tu tiempo.
Y ahí volví a sonreír, ésta vez de forma auténtica. Ribeiro Nieto tenía un extraño encanto, uno que se encontraba ligado de forma inevitable a las “inversiones”.
Mi cuerpo estaba controlado por la comida, estaba respondiendo a esa orden de comando, abandonar dicha actividad conseguiría que el mismo estuviese dispuesto a ir detrás del postre...y aclaremos, el postre no era un volcán de chocolate con un corazón fundido en su centro, no, aquí el postre tenía nombre y apellido: Joaquín Nori.
—Tengo otras actividades que requieren de mi presencia, pero de momento creo que una pausa—estaba siendo realista, quedarme ahí era la acción más acertada—, ésta pausa, me es necesaria.
Era una escritora, conozco el efecto adverso que las historias causan. Es difícil desembarazarse de ellas, uno se afianza tanto a sus personajes, a esas vidas creadas que después de finalizada la novela no puede romper lazo. De ahí la necesidad de inventar trilogías, sagas o como quieran llamarlo. En algunos casos se justifica, ya lo he dicho, pero en gran parte no, y el motivo es que uno no sabe divorciarse de una historia para pasar a otra.
Yo me he jactado de hacerlo, esa es una de mis características, afronto el final y voy en busca de otra historia. Joaquín era una historia que también tenía que dejar atrás, la aparición de Ribeiro Nieto tal vez no era casual, tenía un porque...y ese porque podía ser la de historia de tránsito.
—Además—continué—, me resulta interesante recorrer el camino que te llevó a adquirir R&N. El rubro, según lo que me has contado—increíble, mi cabeza había procesado toda la información que me había brindado y ahora la utilizaba—, no parece ser algo común en tus adquisiciones.
—No lo es, adquirí «Savant Editores», mi primera editorial, por un gusto personal.
Conocía el sello editorial al que hacía referencia, tenía un claro enfoque dedicado al campo de las humanidades, abarcaba desde el arte hasta la política.
—Y me resultó por demás interesante expandir mi capital cultural. No voy a negarte que las siglas de R&N Books llamaron mi atención al instante—bromeó.
—¡Increíble, no! Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia—hice extensiva la broma.
—¡Absolutamente coincidencia!, y una que me simpatiza mucho.
La conversación comenzaba a agradarme más, no sé si era a causa de la predisposición que ahora tenía, predisposición que hasta hacía un par de minutos atrás negaba.
—Creo que los dos sellos pueden comulgar en plena armonía sin necesidad de perder su identidad—continuó—, la idea es que crezcan en un trabajo conjunto.
—¿Vas a unificar las editorial?
Dios, había sido una idiota, en vez de hurgar en la información que se me ofrecía me había quedado perdida en la nada de mis pensamientos.
—Sí, tengo un nuevo jefe de contenidos dispuesto a trabajar en el abordaje del próximo año. De todas maneras, no te preocupes—era seguro que mi cara paralizada le confesaba el temor a la inesperado—en la casa central española la unificación se llevara a cabo desde todos los aspectos, inclusive el físico, pero en lo que se refiere aquí y otras partes de Latinoamérica es injustificable, mantendrán su independencia.
Buena noticia para mis compañeras editoriales.
—Es reconfortante saberlo, lo digo por las personas que se merecen mi aprecio y amistad en la editorial, porque fuera de ello, yo soy una especie de ficha independiente.
—Cierto, tu contrato tiene otras cláusulas de vinculación—afirmó haciendo gala de los conocimientos que traía consigo—, tal es así que si deseas dejar de formar parte del catálogo editorial, en éste momento puntual de la fusión, podrías hacerlo sin ningún tipo de inconveniente legal.
La expresión calma en su rostro, la sonrisa en entrelíneas dibujada en sus labios, el agradable brillo en los ojos, todo indicaba que no había que mal entender esas palabras: «dejar de formar parte». Aun así me valí del suceso para romper el clima profesional entre nosotros. Considerando que no iba a disfrutar de mi postre de cuerpo torneado y trasero de acero, estaba dispuesta a disfrutar del volcán de chocolate como compensación, y si lo quería tenía que lograr que la conversación entre ambos fuese agradable y fluida.
—¡Esa es tu forma de sugerirme con sutileza que me desligue de la editorial!¿Para eso me trajiste aquí?—intenté que mi voz sonara lo más seria posible.
Lo incomodé. ¡Vaya que lo hice!
—¡No, no, por favor! Sólo hacía referencia a la brecha legal que se abre en situaciones como éstas—era un hervidero de palabras—.El contrato existente entre la editorial y tú pierde sustancia ante nuevas autoridades, algo que puede favorecerte si deseas marcharte para formar parte de otro sello. No quiero que te marches, todo lo contrario.
Revelé mi propia mentira, no pude más y me quebré en una suave carcajada.
Fui contagiosa. Ribeiro Nieto sonrió aceptando la rendición del hecho. Sí, sí...había caído en mi juego.
—¡Ya veo, estabas tomándome el pelo!—dejó que su sonrisa se manifestara libre—Con mayor motivo ahora, repito, no quiero que te marches.
—¿Te gusta tener empleados que te tomen el pelo?
No podía controlarme, supongo que el hecho de tener en mi mente la imagen patética de su persona en el suelo del ascensor, temiendo por su vida y por la falta de oxígeno, hacía que la seriedad que traía consigo perdiera impronta.
—No tanto —reconoció regalándome una mirada de complicidad—, aunque debo reconocer que los negocios necesitan de una cuota de humor, y en tu caso particular, una cuota de romance.
Mmmm...
Mi rostro lo dijo todo, ¿cómo entraba el romance aquí?
—Romance y negocios, me da la sensación que no conjugan—dije.
ZASSSS el tiro por la culata. Joaquín volvió a mi mente.
—Es verdad, no lo hacen, tal vez lo correcto fue decir, el negocio del romance.
—No sé, necesito que expandas tu reformulación, de una u otra forma, creo que las palabras no combinan.
Tomé distancia de mi plato de costillas de cordero con salsa murciana, la conversación tomaba otro rumbo, uno más interesante que la acción de agregar calorías descontroladas a mi cuerpo por el simple hecho de que pasara el tiempo.
¡Debí pedir ensalada! ¡Maldición...debí hacerlo!
—Estuve leyendo los estudios de mercado que me brindaron mis consultores. Es sorprendente el porcentaje que involucra a la mujer como lectora asidua.
—Siempre lo he dicho, en algunos aspectos, la mujer es más lectora que el hombre.
—Por supuesto que lo es, y no sólo ese dato es importante, también lo es el análisis sobre la lectura masculina que en la mayoría de los casos guía su estilo a la historia, a los temas de actualidad, y le regala una parte pequeña de esa lectura a la ficción en sí. La mujer es la máxima consumidora de “ficción”. Y R&N Books es principalmente un sello...
—De ficción—lo interrumpí.
—¿Sabes cuál es el género más redituable del mercado actual?
Evaluando el tópico de charla que nos había traído hasta éste lugar errarle era de idiota.
—Me arriesgo a decir «romance».
—¡Romance, eso mismo! El género que respalda al cien por cien la premisa de ser «ficción».
No nos conocíamos mucho, eso era más que obvio, pero lo poco que intuía sobre él me decía a gritos que si yo me consideraba una «enamorada del amor», Rafael Ribeiro Nieto, era todo lo opuesto.
¡Qué desperdicio! ¡Y pensar que parece galán de telenovela! Su falta de creencia en el amor la expulsa de dicha posibilidad.
—¿Qué quieres decir con “el género respalda la premisa de ser ficción”?—debía reconocerlo, me había perdido.
—Que se presta al absurdo, a lo irreal de forma continua.
—¡El amor es bien real!—lo confieso, me sentí un tanto atacada.
—El amor es real, lo forma de contarlo es lo que no lo es—abandonó el plato de comida al igual que yo, bebió de su copa de vino, y se acomodó en la silla— Dentro de los géneros de ficción, el thriller, el suspenso, la novela histórica, el drama...todos y cada uno de ellos respeta una trama que de forma irremediable los empuja a un final—no iba a poner en juego los conocimientos de Ribeiro Nieto, el hombre parecía que sabía de qué hablaba, y considerando que a lo largo de la última década él solito había conseguido millones y de seguro los seguiría multiplicando me permití regalarle mi atención en silencio—, ese final puede ser aceptable o no para el lector, pero es un final de naturaleza lógica, posible, logrado a causa de los hechos planteados. Ahora, el romance excede esa lógica, pareciera que se aprovecha de su característica para reformular una y otra vez el final que quiere, sin respetar los sucesos que lo construyeron.
—Creo que entiendo lo que quieres decir, aun así me gustaría oírlo de ti.
Vamos, confiesa la verdad oculta detrás de ese atractivo rostro. ¿Odias al amor o qué?
—Independientemente del ritmo de los acontecimientos, los finales siempre se pintan de color de rosa—dio su alegato final.
—Esa es la característica del género, es romance, para finales trágicos sin príncipes azules de por medio esta la vida.
—Pero el romance en sí es una historia de amor, y el amor no es color de rosa, no es simple, es más complicado de lo que queremos imaginar.
Ribeiro Nieto se estaba introduciendo en terrenos que no conocía, era mi deber marcarle el camino.
—Coincido contigo, y si hicieras un recorrido par un par de novelas de amor verías que los personajes sufren y transitan por esa característica: la naturaleza “complicada” del amor.
—Sí, pero no importa a cuantas tormentas se enfrenten, al final sale el sol. Siempre lo hace, aunque sean las tres de la madrugada—su sarcasmo fue muy evidente—el sol sale.
Existían unas reglas del juego que él parecía no entender, y yo estaba dispuesta a enseñárselas.
—La ficción nace para alejarnos de la realidad, y si su escritura se sentencia a esa realidad deja de ser ficción. Creo que dentro de todos los géneros, el romance es el que más consideraciones se permite por esa premisa.
—Si a consideraciones te refieres modificar a su antojo el desenlace obvio de los hechos, coincido contigo, se permite eso y mucho más.
Me estaba cabreando...éste hombre levantaba todas mis alarmas, no estaba criticándome de forma directa, pero estaba criticando lo que yo amaba.
—Supongo que el amor no es para muchos—lo ataqué con intenciones de poner el dedo en la herida, si es que esa herida en verdad existía.
Se inquietó en el asiento, pude notarlo.
—El amor es un invento del marketing—dijo y utilizando su copa de vino como escudo, balbuceó detrás de ella—, por eso tu trabajo es tan redituable para las compañías editoriales.
En sus palabras había aires de nostalgia. Ribeiro Nieto hablaba mucho, tenía argumentos, y de seguro, la abundancia de estos escondía la verdad que deseaba conservar para sí mismo.
No me importaba traspasar las barreras equivocadas, si atacaban al amor, me atacaban a mí; y cuidado, yo no era la mejor exponente en la práctica, aun así, lo defendería, ficción o realidad, lo defendería.
—Tengo la sensación que en esas manifestaciones no habla un empresario, sino un corazón roto.
—Más que corazón roto, diría una cuenta bancaria destrozada—se rio de su propio comentario—Así quedé después de mi divorcio.
¡Ajá! El misterio se va revelando.
—Llámalo como quieras—dije satisfecha de mi delicada destreza puesta en juego a favor de la confesión.
—Cuando indagas en la vida real corroboras lo que dije, el amor es complicado, muy complicado, tan complicado que luego de cinco años de matrimonio te reclama millones por una cláusula contractual. Y cuando eso sucede, te preguntas: ¿A dónde fue a parar el amor? o mejor aún ¿alguna vez existió?
Ponerme en sus zapatos me era imposible, y la verdad es que para ser sincera toda historia tiene más de dos puntos de vista, siempre. Se lo dice una especialista en historias, de ficción, pero historias al fin. El silencio tomó dominio de mis pensamientos y de mi boca dándole el camino libre a él.
—Dime que historias de amor conoces que valgan la pena de ser contadas. ¿Cuál es tu historia?
—Divorciada pero sin millones—dije sin dudar.
Lo hice reír y su risa me contagió. Elevó su copa y me instó a hacer lo mismo con la mía. Hicimos un brindis imaginario.
—Mis padres se divorciaron cuando yo tenía doce años—continuó—Ahí tienes otra historia.
—Los míos cuando tenía cuatro años—me entregué a la bebida dentro de mi copa—, y si tengo que confesar todos los hechos, debo decir que mi padre se divorció tres veces.
—Mi hermano va por su segundo matrimonio, y según me ha dicho, le va a poner fin en los próximos meses—siguió tirando leña al fuego.
Y yo ardí.
—Mi madre es actriz, desde hace quince años está radicada en Italia, su novio, tiene veinticinco años. A futuro, me arriesgo a decir...otra cuenta bancaria destrozada—la ironía se apoderó de mí—, perdón, quise decir, otro corazón roto.
—Te reto a que me cuentes una sola historia de amor, una auténtica historia de amor que conozcas.
¡Desgraciado, me ponía entre la espada y la pared! Podía inventar cualquier cosa, podía inventar. No lo hice, intenté ser sincera.
Érica descartada, mi padre descartado.
Iris...era tambaleante, es éste momento la única historia de amor que vivía era la que le permitían los gemelos. La fase padres con hijos les estaba poniendo el juego difícil, no eran una buena opción, tal vez de aquí a un par de años fuese la historia de amor jamás contada, pero no ahora. De aquí a un par de años...de momento seguía sin ejemplos.
—¡Confiésalo! Muy equivocado no estoy—finalizó triunfante.
Era irrefutable, sus pruebas eran contundentes, me había guiado por el camino deseado. Lo confesé.
—Puede que estés en lo correcto con algo, el amor es complicado, pero jamás voy a aceptar que el amor es un invento...existe, bienaventurados los que lo conocen, los que lo viven.
—Considerando el análisis conjunto, podemos decir que tú y yo no conocemos el amor como ellos, pero sí conocemos otra cosa...
—¿Qué cosa?—interrumpí sorprendida.
—¡El éxito!—dijo con énfasis y volvió a elevar su copa—Me parece que compensa bastante la ausencia de lo otro.
Poniéndome en comparaciones, a su lado mi éxito era una gran broma. Dudé, me mantuve en pausa. Cuando fui consciente que el único motivo de brindis en mi vida era mi «éxito editorial», levanté la copa y lo choqué contra la suya.
Sí, compensa. Definitivamente lo hace.
♥ ♥ ♥ ♥
La oratoria de Ribeiro Nieto sobrepasó todas mis expectativas. El discurso que le salía de la boca parecía poseer la capacidad de control mental, sus palabras te llevaban hacia dónde él quería.
«El sábado tengo que asistir a un cocktail inaugural»
Bla, bla, bla...
«Es en uno de esos edificios modernos con elevadores herméticos, y creo que necesito tu compañía, de lo contrario no podré superarlo».
Todo él era un mentalista, me había llevado a ese almuerzo con un argumento de dos palabras, y ahora, al jugar con la carta del claustrofóbico, el ser bondadoso dentro de mí que cada tanto se manifestaba, asomó su cabeza y asumió el rol de acompañante con una sonrisa.
Las correcciones finales de la novela ya estaban a la orden del día, quedaban ajustes que no lograban inquietarme del todo, lo que restaba no era más que trabajo editorial. No tenía excusas, y la situación «cocktail de media tarde con posible cena» se alzaba como la consagración del momento.
Era tiempo de disfrutar de la cosecha, ese era el “leitmotiv” de Iris...¡Tienes que disfrutar!
No quería disfrutar, quería no pensar, básicamente porque si de disfrutar se trataba, lo estaba haciendo con la persona equivocada.
—¡Es un cocktail de media tarde, no un día de campo!—la voz Iris me alcanzó desde lejos.
Era de esperarse que ella estuviera aquí, tenía un sexto sentido para ciertas cosas, por supuesto, cosas que involucraban a dos palabras en particular: “alcohol y evento”. Para ella era un deber cívico aleccionarme en tales sucesos.
—Lo sé—grité desde el interior de mi habitación. Ésta vez me había manifestado en contra de la invasión total, podía cambiarme sola.
—¡Te lo aclaro por las dudas, para que guardes en el armario el vestuario estilo HEIDI!
Mis JA JA JA burlones resonaron por toda la casa.
—¡Quédate tranquila, he escrito situaciones como ésta un sinfín de veces, creo que por una vez, para variar, puedo con una de verdad!
Era la inauguración de un hotel cinco estrellas en plena zona céntrica de la ciudad, las vinculaciones de RN con el dueño del lugar tenían una base de negocios, y así como él se hacía presente, muchos otros más lo harían. Un surtido de nombres que involucraban a personajes del jet set del país había llegado a mis oídos en las últimas horas.
Sí, lo confieso...la idea comenzaba a desagradarme más minuto a minuto.
—¡Ya era hora!—manifestó Iris con una energética voz.
—¿Ya es hora de qué?
Mi cabello estaba comportándose como un salvaje, intentaba lograr un recogido decente y no lo conseguía. Vestido corto y cabello recogido, esa era la idea.
Pero no, no estaba funcionando. Regresé al baño para alisar un poco mi cabello y devolverlo a la libertad de mi espalda.
—De que tengas tu historia de amor, tu millonario ¿Lo es, no?—quería información, yo se la había dosificado.
—Primero, de historia de amor...esto, no tiene nada—Aggg, me quemé el borde de la oreja con la alisadora caliente—y, sí, podría decirse que es millonario.
—¡Con que sea millonario basta! ¡Eso es amor a primera vista para mí!—sabía que bromeaba, la conocía—¡Además es el dueño de la editorial, imagínate a ti, pavoneándote por las oficinas como la primera dama de los libros!¡Glorioso! Puedes escribir cuanta tontería quieras y publicarla.
Un segundo, no voy a mentir, por un segundo la idea me resultó gratificante. Al otro segundo volví a quemarme con la alisadora y regresé a la realidad.
—¡Muy democrático lo tuyo, eh!
—La democracia no existe, es un sistema creado para los pobres...
Iris estaba filosofando. ¿Iris?
Detuve el proceso de alisado en mi cabello, de lo contrario terminaría con quemaduras por todo mi cuello.
—La idea de pensarse participe de la toma de las decisiones—continuó con un fervor poco común en ella—, no les permite ver que el poder, los ricos, manejan todo por detrás del cortinado. ¡Ilusos!—se bufó.
—¡Dios, debería presentarte a Ribeiro Nieto a ti, se llevarían bien, los dos tienen pensamientos extremistas!—me resigné, dejaría a mi cabello tal como estaba, entre lacio y enrulado—¿Sabes lo que me dijo?
—¿Qué?
—“El amor es un invento del marketing”.
Silencio. Raro silencio viniendo de Iris.
Controlé mi imagen general. El maquillaje estaba bien, el peinado aceptable, el vestido...
Mmmm...ya no me convencía.
—En cierta forma tiene razón—Iris lanzó la inevitable bomba.
Reí, y mi risa fue notoria.
—¡Sabía que ibas a coincidir con él!
Fui hasta el armario en busca de algo diferente.
—¡Los chocolates, los osos de peluche, la cenas de encanto son al principio! Los años te traen la realidad—se asomó por la puerta.
—¡Ey, tú tienes una orden de restricción de diez metros hasta que yo diga lo contrario! ¡Fuera!
¡Sin contemplaciones, fuera! Estaba tranquila, las opiniones de Iris podían invertir mis polos y llevarme al hemisferio contrario.
Desapareció de la puerta pero se mantuvo firme junto a ella.
—No te detengas, continua...los años te traen la realidad ¿Qué realidad?
—La única que existe: levantas el retrete y te das cuenta que no hizo correr el agua. Se tira gases en tu cara, se corta las uñas a tu lado, y por supuesto no las tira a la basura...no hay roces de pezones ni susurros al oído—Iris era el rostro de la verdad detrás de las mujeres de hogar, necesitaba tener un “Talk Show” para transmitir sus conocimientos al mundo—. Los pezones se transforman en una perilla de radio transistor que sirve de entretenimiento, y los únicos susurros que recibes, son a plena madrugada, y se llaman ronquidos. ¡Maldito marketing!
En sus palabras también estaba parte de mi verdad, mi vida en matrimonio con Ignacio había sido un completo fiasco, y sí, él había usado mis pezones como perillas de radio transistor durante todo ese tiempo. A pesar de esto, a pesar de todo eso, Iris continuaba en la línea de juego, ella aún se mantenía firme, sostenía su pareja, en el fondo porque yo sabía que lo amaba. El amor es un invento del marketing y a la vez no lo es. El amor es simple y es complicado. El amor es amor, y no se cuenta, no se analiza...el amor se debe de vivir.
Presioné el botón de “stop” a mi indecisión de vestuario, elegí uno de esos enterizos de moda, un mono negro con escote strapless. Me lo había comprado hacía un tiempo ya y nunca lo había usado porque mi cadera se convertía en la protagonista principal. Hoy no me importaba mi cadera prominente ni mis pechos haciendo juego, ésta era yo, si el millonario quería una modelo Barbie, que se comprara una.
Sandalias negras de tacón bien alto, bolso pequeño de mano...y listo. Directo al ojo evaluador de mi amiga.
Me miró de arriba abajo, ni una sola expresión se dibujó en su rostro. Giré para darle todos los detalles, especialmente mi gran trasero.
Nada. Comenzaba a preocuparme.
—¿Y?—necesitaba una respuesta, todavía estaba a tiempo de un cambio.
—¿Quién eres tú y qué hiciste con mi amiga?—finalmente habló, y luego estalló—¡Wow! ¡Te das cuenta, necesitabas un millonario en tu vida para que el buen gusto por la moda te golpeara a la cara!—Lágrimas, había lágrimas en sus ojos—Ven aquí, necesito abrazarte.
Una completa ridiculez, eso era su reacción, pero no iba a desilusionarla, abrí mis brazos, y vino a mí, me abrazó con delicadeza. Se quedó en mi cuello, apoyada...extrañamente apoyada.
—¿Iris?—intenté apartarla—¿Iris?—lo conseguí.
—¡Nada, ni una gota de perfume!—era un reproche.
—¿Me estuviste oliendo?
—¡Por supuesto que te estuve oliendo!¡Qué clase de mujer eres que no se pone perfume!¡Vergüenza debería darte!
—Lo olvidé—dije excusándome con la verdad, abrí el pequeño bolso—, aunque no lo olvidé aquí—saqué el frasco, Iris se me adelantó, lo quitó de mi maño y comenzó a recorrerme haciendo uso de él—¡No te abuses!
—¡Shhhh! Deja a las expertas trabajar.
Aproveché el momento para revisar mi móvil, con RN ya teníamos acordado un encuentro, aun así chequee que los mismos se mantuvieran. Tenía un mensaje y no era de Ribeiro Nieto.
Joaquín, Joaquín, Joaquín.
Aggggg
¡Muy inoportuno! Muy, muy inoportuno.
No lo abrí, no tenía intenciones de darle un lugar en mi mente.
El móvil vibró en mis manos, era otro mensaje de él. Los nervios me jugaron en contra, intenté guardar el móvil en mi bolso, pero éste rozó el borde y se deslizó por mis manos hasta llegar al piso.
Iris actuó más rápido que yo.
—Las ansias te afectan la motricidad—bromeó al tiempo que tomaba el móvil entre sus manos. Como era de esperarse le echó un ojo a la pantalla—¿Joaquín? ¿Quién es Joaquín?
—¡Nadie!—dije arrebatándole el aparato—Nadie de importancia.
Mi reacción la puso en alerta, inquietarme de repente como lo hice fue una obviedad que no podía escapársele. Juntó la información en cuestión de segundos.
—¿Joaquín? ¿Trasero redondo y musculoso, ese Joaquín? ¿El contratado a domicilio para favores impronunciables, ese Joaquín?
Si no la detenía seguiría hasta el fin de los tiempos.
—¡Sí, ese Joaquín!
—¿Y se puede saber que quiere ese Joaquín contigo después de tanto tiempo?
No tenía respuestas, por lo menos no la clase de respuestas que ella esperaba.
—¿Ana?—hizo presión.
Mis labios estaban sellados.
—¡¡¡¿Anabela?!!!—insistió.
—¡Nada quiere! Ok, nada que deba importarme—estallé por necesidad, me estaba conteniendo desde hacía días con él—, y como no debe importarme, sabes lo que voy a hacer, voy a apagar éste maldito aparatito, así sus mensajes quedan en la nada. ¡En la nada, que es dónde corresponde, porque Joaquín y yo no somos nada! ¿Quedó claro?
—¡Desgraciada!—Iris me abofeteó con suavidad—¿Qué es lo que no me contaste?
—No te conté el secreto de mi éxito reciente—murmuré con culpa.
—¡Nooooo! ¿Hiciste trabajo de campo con él?
—Hice trabajo de campo con él. Mucho trabajo de campo.
Volvió a abofetearme.
Ahhhhh...ésta vez dolió.
—¡Agradece que te espera el millonario, porque de lo contrario tu rostro quedaría enrojecido de por vida gracias a mis manos!¿Cómo me hiciste eso?
—Yo me pregunto lo mismo ¿Cómo me hice eso?
Confesar a voz cantante que no éramos «nada» lastimaba de una manera no pensada, a tal punto que el aire que llegaba a mis pulmones parecía hacerlo a fuerza de golpes y patadas.
Iris era mi amiga del alma, esa que descifra como si fuera código morse mis suspiros. Quedé en pausa, en silencio abrupto y ella lo interpretó a la perfección.
—¡Oh, oh!¿Necesitamos tiempo y helado para ésta historia?—preguntó ya sin fastidio encima.
—Necesitamos tiempo y helado—confirmé.
En esa confirmación se encontraba el reconocimiento de lo que sentía por Joaquín. Lo entrañaba, lo pensaba, lo odiaba, lo...
Era mejor plantarme ahí. De momento no podía lidiar con más confesiones internas.
Miré mi reloj, si me demoraba más llegaría tarde.
No quería a RN muy cerca de mi vida, por ello la había convencido de encontrarnos en el hotel, y eso me imponía ciertos tiempos a respetar.
—Tengo que marcharme.
—¡Sí, mejor hazlo! Estoy luchando con todas mis fuerzas contra mi HULK interno...vete antes de que sea demasiado tarde.
La besé en la mejilla a modo de despedida y tregua.
—Lo siento —murmuré en su oído.
—¡No, la que lo siente soy yo, maldita desgraciada! ¡Tuviste ese trasero en tus manos todo éste tiempo, todo éste tiempo y me lo perdí!
Me hizo sonreír...recordar ese lindo y redondo trasero me hizo sonreír.
Tomó su bolso y chaqueta para sumarse a mi salida.
—¡Quiero todos los detalles!—continuó—, y cuando digo todos los detalles, digo todos, sin censura. ¡Bien explicito!
—Voy a darte todos detalles, lo prometo.
Abandonamos mi departamento. El cocktail que me esperaba ya tenía otra cara, otro cuerpo, y no era Rafael Ribeiro Nieto. No, por desgracia no lo era.
♥ ♥ ♥ ♥
El presagio de la mala noche que llevaba al evento a causa de mi mal humor se fue diluyendo. Las apariencias engañaban, RN era un claro ejemplo de eso, era reconfortante descubrir que no era un hombre de naturaleza social, y los dos huíamos de forma coordinada cuando la concentración de personas superaba al número de tres.
Había aceptado la invitación con un único propósito, forzarme al olvido de las emociones, y lo estaba logrando.
Luego de los saludos y presentaciones obligadas nos dedicamos a recorrer las instalaciones. La sinceridad que caracterizaba a Rafael, a pesar de su apariencia de galán televisivo, lo convertía en la antítesis de los personajes masculinos de las novelas; sí, era caballero, educado y respetuoso, pero no tenía esas líneas de diálogos típicas de seductor que lograban que a las mujeres se les resbalaran las bragas por las piernas.
—¡Ven, prueba esto!—capturó mi atención.
Estaba haciendo fotografías mentales del lugar, la situación era para la anécdota. Iris iba a disfrutar mucho de mi narración de éste mundo alternativo al nuestro. Porque lo era, era casi otro mundo. Lujos, exhibicionismo de lujos, y más lujos. Ostentación en su punto más álgido.
Volteé para enfrentarlo, en su mano tenía lo que parecía ser un aperitivo. Su boca masticaba con delicadeza por lo que confirmé que mi sospecha era cierta.
—Pruébalo—insistió y lo introdujo dentro de mi boca.
Mástique una vez, dos veces.
Puajjjjj...era un espanto. Algo con pescado. Mi cara lo dijo todo.
—Cangrejo—aclaró leyendo mi pensamiento, tragó el suyo a la fuerza—, mal elaborado ¡Cocina gourmet de hotel cinco estrellas, un cuerno!—protestó.
Estaba de acuerdo. ¡Dios, y eso tenía que pasar por mi garganta! Lo mastiqué, mastiqué, y mastiqué con la absurda intención de que desapareciera sin tragarlo. ¡Ilusa!
Rafael se deleitó conmigo.
—¿Quieres escupirlo, no?
Por supuesto que quería escupirlo, en la cara del que lo preparó sobre todo. Quería, no podía. No podía escupir el aperitivo frente a todo el mundo.
Comprendió mi pensamiento a la perfección, era como si estuviésemos en “mute” pero con los subtítulos activados.
Me pasó una servilleta.
—Aquí tienes, úsame de escudo.
Se puso delante de mí, su espalda me cubrió y fui libre, largué los restos de cangrejo que torturaban a mi paladar.
—¡Listo!—dije y él viró hacia mí.
Sonreí, sonrió, y los dos fuimos conscientes de la evidencia que quedaba: la servilleta entre mis manos con su contenido de crustáceo. Hice el amago de meterlo en mi bolso, él me detuvo.
—¡Yo me encargo de eso!—extendió su mano.
RN lo pidió, RN lo tiene. Se la entregué con disimulo.
—Sígueme—dijo.
Tomándome con la otra mano por la cintura guio mis pasos junto a los de él, cuando llegamos al extremo de la mesa que contenía todos los aperitivos, abandonó el regalito que traía entre sus manos detrás de unos de los jarrones de decoración. Luego, seguimos avanzando hasta abandonar la estancia.
—¿Qué me dices? Vamos por comida de verdad—sugirió.
—Después de eso, necesito comida de verdad—afirmé.
Adiós cockteil. Hola restaurante no pretencioso.
Hablamos por horas, y llenamos nuestras barrigas con un menú delicioso. A medida que pasaban los minutos a su lado me relajaba más, Rafael no estaba en plan de conquista ni parecía tener intenciones de algo más. Deseaba compañía, éste tipo de compañía, la que yo le podía brindar, y la verdad, también era la clase de compañía que yo necesitaba. Tenía intenciones de encerrarme en una burbuja, una que me aislara del mundo por un tiempo. Con él lo estaba consiguiendo.
Conocí más de su vida, él descubrió más de la mía. El lunes a primera hora se marchaba del país, sus otras adquisiciones demandaban su presencia. Me invitó, por pura cortesía, a pasar unos días en España en dónde estaba radicado, aunque sus orígenes se remontaban a Uruguay, lugar que visitaba varias veces al año y que por proximidad también se esgrimía como invitación. Acepté también por cortesía, los dos sabíamos que dichos encuentros estaban condenados al fracaso.
Se ofreció a llevarme a casa, y dada la conversación de la noche me valí del ofrecimiento. No había segundas intenciones en RN, era un hombre directo, sin vueltas, lo que quería lo decía; y había dejado claro que conocerme había sido algo muy grato, tan simple como eso.
Y lo había sido, cada minuto a su lado había sido interesante y entretenido. Sin dobles sentidos, sin provocaciones. Dos adultos divorciados disfrutando de la noche en amistosa compañía.
A mitad de camino encendí mi móvil. Una secuencia de mensajes apareció en línea. Joaquín, más Joaquín...y Joaquín.
Iris.
Érica, y más Joaquín.
Uno sólo de los mensajes me fue suficiente para perfilar el contenido de todos los demás.
¿Te esperamos en casa, o te nos unes en el club?
Aquí tengo un niño ansioso que pregunta por ti.
¡No! ¡No! ¡No! ¡Por los mil demonios! ¿Cómo me había olvidado? Rodrigo y su partido final de campeonato.
Ahora comprendía la insistencia de mensajes de Joaquín.
Me odié por olvidarme, y en primera instancia me odié por haber aceptado.
Joaquín de seguro estaría furioso conmigo. No hice intento alguno de mirar el resto de sus mensajes. Sí, los otros. Los de Iris eran los esperables, preguntándome sobre el evento y demás, nada importante en sí. En cambio Érica fue otro asunto. Érica fue el broche de oro.
Joaquín pregunta por ti. ¿Joaquín?
¿Qué raro, no?
Extrañamente parece preocupado por ti.
¿Preocupado? ¿Desde cuándo se conocen tanto ustedes dos?
No sé qué está pasando, ya me lo explicarás.
De momento le bajé los niveles de preocupación
y le dije que estabas muy bien...
que nadie te había secuestrado.
Sólo estabas de paseo por ahí con un ricachón.
Bueno, no se lo dije tan así,
pero le dije que estabas en un evento.
Lo siento.
Por las dudas lo repito,
lo siento.
Ey!...¿estás viva?
Hola???????
Cuando me encerraba en mis emociones en vez de afrontarlas conseguía estos resultados. Aislarse del mundo no es una buena opción, tarde o temprano el mundo viene a buscarte.
Y mi mundo lo hizo, me estaba esperando.
Joaquín estaba sentado en la escalera, inmerso en la soledad de un hall vacío. Agradecía a los cielos mi suerte, alguien en el edificio lo había dejado ingresar. Si no hubiese sucedido eso, la imagen de Rafael despidiéndose de mí habría sido el detonador de su furia, una furia que se forzaba a contener.
Ni bien me vio se incorporó con un rumbo directo a mí. El movimiento brusco y veloz de su cuerpo provocó una brisa que me erizó la piel. Joaquín era pura sonrisa, siempre era sonrisa. La seriedad, el enojo parecían algo ajeno a él, le transformaba el rostro. Se ubicó delante de mí, centímetros nos separaban. Nuestros cuerpos estaban al límite del roce obligado.
Traía en mi mano el móvil. Me valí de ese recurso.
—Estaba a punto de responderte—Gran mentira, gran mentira—Lo siento, en verdad lo siento—él escuchaba sin mover un sólo músculo, su respiración ardiente me golpeaba el rostro—.Me crees si te digo que mi cabeza estuvo tan perdida en el trabajo que me olvidé por completo de la invitación de Rodrigo.
Si lo anterior había sido una gran mentira, esto último había sido una gran verdad. Lo había olvidado por completo, aunque la causa confesada era otra. Mi necesidad de apartarlo de mi mente había conseguido como consecuencia el olvido.
—Y como si eso no fuese el único detalle—continué adornando el falso discurso—, mi móvil estuvo apagado por horas sin siquiera darme cuenta.
¿Sin siquiera darme cuenta?
Una máquina expendedora de falsos argumentos y mentiras, en eso se había convertido mi boca. Que él aceptara mi «lo siento» se proyectaba como un suceso difícil. Que yo me perdonara a mí misma por esto era un suceso casi imposible.
Con cuatro cifras de por medio o no...Joaquín no se merecía mi actitud.
—Te doy el beneficio de la duda porque quiero dártelo—sus palabras se vestían con el desencanto—, puedo creerte que estuviste perdida en tu mundo de turno—el brillo tan característico de sus ojos no estaba, el color almendra se había opacado, ni siquiera podía ver mi reflejo en ellos—, ahora, amplíame el otro hecho...tu móvil ¿estuvo apagado por horas, o por días?
Esto iba más allá de la promesa no cumplida al niño. Nuestra comunicación en los últimos dos meses se había caracterizado por una catarata de mensajes que siempre derivaban en lo mismo, un encuentro.
No respondí a su pregunta. Yo lo sabía. Él lo sabía. Lo había anulado de mi vida de forma repentina.
—¡Vamos, dame tu mejor excusa de manual! Dime algo que justifique tu silencio, la distancia.
Alzó la voz, y como un acto absurdo de defensa yo hice lo mismo.
—¡Creía que nosotros no necesitábamos justificaciones!—si él estaba molesto, yo también iba a manifestarme de la misma manera.
—Ese es el problema contigo, tú crees—escupió esas palabras y fue como si hubiese escupido fuego—, crees lo conveniente según tu lado de la historia.
Ya lo dije... Cuando me encerraba en mis emociones en vez de afrontarlas no conseguía buenos resultados. Reaccioné de mala manera.
—¿Perdón? ¿Hay otro lado de la historia? Porque si es así yo no estoy enterada.
Mi mala manera conjugó con su fuego. Era otro Joaquín, uno que no conocía, que no pensé jamás llegar a conocer, y ese pensamiento me ofrecía un panorama distinto. Un panorama que me decía que él y yo habíamos tenido la posibilidad de ser...de ser por fuera de las sábanas.
—¡Estás jugando conmigo!—gruñó en entre dientes tomando distancia de mí.
Me sentía sobrepasada, carente de palabras que confesaran lo que en verdad me movía por dentro. Descubrir la posibilidad de una nueva historia con él me llenaba de temor, temor a lo nuevo, a lo impensado.
—¿Yo? ¿Jugando contigo? ¡Eso es de no creer!¿En qué mundo alternativo estamos tú y yo?—no controlé mi temor, y mi temor dijo esto. Fui distante, podría decir que hasta violenta.
Joaquín se apagó. El frío que envolvía a mis respuestas lo hizo.
—No lo sé, dímelo tú. Dime en qué mundo estamos, en qué realidad estamos.
Si esto era una discusión con un lado dispuesto a ganar, el triunfo parecía estar cayendo a mis pies.
—No te entiendo—dije mintiendo una vez más.
Necesitaba tiempo para pensar, visualizar nuestra historia. Así de cobarde era, no me arriesgaba si no podía percibir su final. No me gustaban los finales tristes, porque aquí, en la vida real no se podía volver a atrás y borrar, editar. Por eso me gustaban mis mundos de historias, yo decidía cada lágrima, cada sonrisa, yo decidía todo.
—Sabes qué, no te molestes en entender—dijo sin ocultar la decepción, todo él estaba cubierto por la sombra de la decepción—, porque es evidente que no lo vas a hacer, no quieres hacerlo. Pensé que eras diferente.
Un disparo al corazón. Una herida letal. Contuve la hemorragia interna, no iba a morir ahí, no frente a él.
—¿Diferente a quién, o quiénes?—le reproché de la forma más estúpida posible.
Y mis palabras le devolvieron la bala, pude verlo en sus ojos. Otro disparo a quemarropa.
—Si eso es una pregunta no necesito darte una respuesta, tú sola puedes elaborarla—ni furia ni desencanto, sólo frío, así fue el tono de su voz.
—Tú fuiste el que me diferenció de ellas, yo no te lo pedí—ese fue mi ataque final.
—No, es verdad fui un idiota. Idiota en intentar poner una realidad en tu vida cuando a lo único que aspiras es a una historia inventada. Ten...—introdujo la mano en su chaqueta, sacó un manojo de sobres y sin cuidado alguno me los arrojó a la cara—.Sé feliz con tus ficciones...y si algún día tienes el valor suficiente para dejar de escribir historias y vivir la tuya, búscame, tal vez te ayude a escribirla.
Cada uno de los sobres, cada uno de los sobres que le había entregado con dinero, cada uno de ellos yacían ahora en el piso, junto a mis pies.
Mi cuerpo estaba paralizado, mis labios sellados. Valiéndose de eso fue hasta la puerta y me regaló la estocada final.
—No, sabes qué...mejor, mejor mantente alejada.
No existía un final para nosotros, nunca lo había pensado, imaginado...pero si lo hubiese hecho otro habría sido. Éste dolía...inesperadamente dolía, dolía hasta el alma.
♥ ♥ ♥ ♥
La fuerza de voluntad decidió abandonarme. Hice el esfuerzo por llegar a mi cama, morir ahí. Me desplomé, así como estaba, y me quedé mirando el techo blanco con la esperanza de lograr que mis pensamientos se cubrieran con el mismo color...blanco. No deseaba pensar, si lo hacía...me entregaría más rápido a la muerte, a la peor muerte de todas, la del corazón.
En algún minuto impensado de la madrugada eterna mis ojos se concedieron al sueño. Minutos, horas...no lo sé. Dormí hasta que un ruido me despertó.
Mi noche se había desarrollado bajo la línea oculta de una cadena de eventos inesperados, que ahora golpearan a mi puerta se consagraba como el cierre definitivo de la misma.
Caminé a oscuras, tambaleándome por toda la casa, llegué a la puerta y encendí la luz. Tuve que forzar mi vista para poder observar por la mirilla. Descubrí una forma femenina con cabello rubio. El análisis fue simple y rápido: Érica.
¿Érica? ¿Qué la había traído hasta aquí?
Abrí la puerta mientras me reprochaba a mí misma no haber respondido a sus mensajes.
Ni bien estuvo frente a mí se lanzó contra mi pecho como una bolsa de boxeo.
¡Dios, estaba llorando! ¡Estaba llorando a mares!
—¿Qué ha pasado?—la preocupación le devolvió la vida a mi cuerpo.
La tomé entre mis brazos, cerré la puerta y la guie hasta el sofá. Nos sentamos envueltas en un abrazo que no parecía estar dispuesta a abandonar nunca.
—¡Érica! ¿Qué ha pasado?
Nada tenía que ver yo con sus lágrimas, no, era otra cosa.
No respondió, la sacudí, necesitaba sacarla de su hermetismo emocional.
—¡Érica!
Reaccionó. Como un animalito herido elevó su cabeza a mí y me atravesó con sus ojos enrojecidos. Si con todo lo que había vivido ésta noche mi corazón todavía seguía en pie, con esto se rendía de forma definitiva.
—Esteban...—apenas pudo murmurar.
—Esteban...¿Qué? ¿Qué sucedió con Esteban?
Pensé lo peor, porque sólo lo peor pondría a mi hermana de ésta manera.
—Me propuso matrimonio—confesó.
Así éramos...genéticamente iguales, sufríamos por lo equivocado porque nos movía el temor.
—¿Y qué le dijiste?
—¡Que no!—dijo y se quebró en más lágrimas.
No nos arriesgábamos...no, no lo hacíamos.
Un corazón roto, más otro corazón roto en plena madrugada...¡Qué combinación explosiva!
Todo lo que estaba conteniendo, el dolor que me desangraba por dentro, todo encontró la salida en ese instante...mis lágrimas salieron para seguir el camino de las suyas.
—¿Y tú porqué lloras?—preguntó en un susurro al notar mi pecho agitado como el de ella.
—Porque necesito hacerlo.
Mi hermana no era tonta...no lo era ni con un corazón roto a cuestas.
—¿Joaquín?—murmuró con pena.
—Joaquín—confesé.
Me abrazó. La abracé. Lloramos...lloramos hasta que el sol llegó y nos secó las lágrimas.
♥ ♥ ♥ ♥