♥ CAPÍTULO 4 ♥
Suelen decir que la realidad supera a la ficción, y en éste momento, la realidad que tenía frente a mí lo hacía.
En cuestión de segundos transité por varias fases; parálisis sorpresiva seguida por una etapa de hipnosis que encontraba el punto de contacto en su bajo vientre, para finalizar con un inesperado desconcierto que logró replantear los estándares masculinos en mi mente.
Me creen si les digo que deseaba cubrirme la vista con las manos pero una fuerza ajena a mí me lo impedía.
En serio, puedo jurarlo, quiero huir de él. No puedo. Una perversa, grande, y gruesa “cosa” me motiva a la búsqueda de la verdad.
La situación había dado un vuelco imprevisto, la vergüenza se había evaporado para darle el lugar a la Anabela Bregan que se expresaba en palabras, y como buena escritora iba en pos de la investigación que le permitiría darle el realismo adecuado a la historia.
Sí, insisto... ...Eso no es normal, no es común.
Fui por mis lentes, los que uso para mirar de lejos y trabajar en la portátil.
Regresé sin ocultar mis intenciones.
Otra vez ...¡WOW! Todo se merecía una gran ovación a la perfección y al tamaño.
Acercándome con una evidente actitud profesional, sentí la necesidad imperiosa de tocarlo, tocarlo por todos lados. Parecía macizo.
Ajena a mis acciones ataqué sus abdominales. ¡Y no eran abdominales, eran rocas!
—¡Esto está retocado con Photoshop! ¡No puede ser!—mi desfachatez cargó consigo a las palabras y las hizo salir de mi boca.
—Sí, puede ser—habló en defensa de su cuerpo, su ego encontraba el lugar ahí— Trabajo mucho en él, es mi fuente de sustento, no lo olvides.
Las barreras habían sido derrumbadas a la fuerza, básicamente gracias a sus pantalones bajos. El pudor no tenía lugar en la habitación, y la mujer tímida que solía ocultarse en mí, preparó sus maletas y abandonó mi cuerpo sin siquiera despedirse.
—Imposible olvidarlo—apelando a la poca decencia que quedaba en mí aproveché la oportunidad para finalizar la transacción de la noche, recorrí una vez más con mi mirada su torso desnudo y me detuve en su boca, perdón, en sus ojos—, lo que me recuerda, agradezco el ofrecimiento, pero creo que lo correcto es que te marches.
—Lo correcto aquí es igualar la situación, desnúdate.
Di un paso atrás. Necesitaba ver el cuadro completo de su rostro.
—¡Ni en tus sueños!—casi grité, casi.
Di otro paso más, recordé que la cremallera de mi vestido estaba semi abierta, la regresé a su estado original, y retomé mi sutil huida, de un paso a la vez.
—Si no te desnudas, no me marcho—esgrimió como una letal orden que lo único que logró fue robarle una sonrisa a él mismo.
No compré su discurso. No le creí ni una sola palabra. Sobre todo porque no pensaba quitarme el vestido.
—Sí lo vas a hacer—afirmé con fuerte convicción, era necesario que él se diera cuenta de ello.
Fui hasta el sofá, tomé su chaqueta y remera olvidada con la intención de devolvérselas en un claro mensaje.
—No, no lo voy a hacer—sentenció como un niño caprichoso.
Antes de que yo pudiera llevar a cabo mi acción, él continuó con la suya, aquella que al parecer interrumpí al salir del baño. Abandonó de forma definitiva los pantalones, su ropa interior, y ya sin ninguna prenda encima que le entorpeciera el andar, avanzó en dirección a mi habitación.
La dedicación al trabajo que manifestaba me dejaba sin palabras, no pretendía juzgarlo por ello, yo era similar en mis aspectos laborales, y cuando me sinceraba conmigo misma, no éramos diferentes en lo que hacíamos, yo contaba historias, fantasías, él las llevaba a cabo.
La sensación de no tener el control de la situación se calmó con mi pensamiento anterior. No éramos muy diferentes, éramos pares, y como tales podríamos encontrar un punto intermedio. Tomé coraje y fui a la habitación confiada de que juntos encontraríamos las palabras que lo sacaran de mi departamento de forma armoniosa.
La peor elección de todas. ¡Mi habitación nunca volvería a ser la misma!
Tuve que hacerlo, tuve que cubrir mi vista. Era demasiado, él, en mi cama, contorsionándose de una forma tal que resaltada cada una de sus partes, era demasiado. Demasiado para mi sanidad mental, visual, y por supuesto sexual.
Intenté ser eficaz, seleccionar la línea de diálogo perfecta para hacerle sacar su lindo trasero desnudo de mi cama.
—¿Cuánto tengo que pagarte para que abandones mi casa?—pregunté con unos aires de superioridad que no sabía que existían en mí.
Lo reconozco fui grosera, pero me convencí que era lo correcto, si Joaquín no comprendía las buenas formas, tal vez entendería las malas. Para decorar mis palabras le arrojé las prendas de ropa sobre su sexo semi erecto esculpido a mano. Sí, era fundamental para mi operativo “vete de aquí” evitar el contacto visual con “eso”.
Su falta de respuesta me obsequió con la leve esperanza de haber dado en el blanco de su amor propio.
—Lo siento, no permito que una transacción se entrecruce con otra—dijo luego de unos segundos de silencio— Además ya te lo dije, si quieres que me marche, quítate el vestido.
Aggggg...¡Lo odiaba ya!
—¡No, gracias!—viendo y considerando que Joaquín no estaba dispuesto a ceder a mis demandas, utilicé la realidad vergonzosa de mi vida para apelar a su pena y motivarlo a dejar el hecho—. Después de eso...—señalé su perfecto cuerpo torneado y bronceado— ni loca me desnudo ante ti.
—¿Te avergüenzas de tu cuerpo?
Todo tenía una contra respuesta para él. Era el acompañante sexual pago más tenaz del mundo.
—No, me avergüenzo del tuyo.
Era la verdad, no me avergonzaba de mi cuerpo, me avergonzaba de mi cuerpo al lado del suyo, algo por completo diferente. Esto era comparable a detenerse frente al semáforo en luz roja con tu coche estándar, y que de repente, a tu lado se ubicara una Ferrari. Aquí estábamos ante una misma situación, y para que se hagan una idea de ella, Joaquín era el hijo extramatrimonial entre una Ferrari y un Lamborghini.
—Nadie puede ser tan perfecto—manifesté con la objetividad cotidiana sobre la cual estructuraba mi vida—¡Es una ofensa para la humanidad!
Mis palabras lo incentivaron a la acción, apartó sus ropas, se arrodilló en la cama, y vino hasta mí.
—¡Vamos, cómo quieres que te lo pida! ¡Quítate el vestido, quítatelo para mí!—entrelazó sus manos a modo de plegaria, y sonrió—Mira, soy un hombre mendigando.
Los únicos argumentos que quedaban estaban en mi cabeza, y no encontraban la forma de salir. La ausencia de palabras fue mi verdugo.
Joaquín abandonó su acto religioso, estiró los brazos, y tomándome por la cintura me acercó a él con delicadeza.
Sus manos no me desagradan, así que las dejé.
—No has oído lo que dicen por ahí—dijo en un susurro que hizo que toda mi piel se erizara.
—¿Qué?—controlé mi voz, quería sonar fuerte aunque en realidad ya me había rendido. Yo no era una muy buena soldado, y él...bueno, él era un muy buen enemigo.
—Un vaso de agua, un beso y un orgasmo a nadie se le niega.
Me sorprendió, para qué negarlo. Dejé libre a mi risa.
—Eso lo acabas de inventar tú.
Y esa risa fue mi bandera blanca. Él se valió de ella sin dudarlo, sus manos abandonaron mi cintura y con evidente intención apresaron a mis nalgas.
—No, créeme, se dice por ahí.
Besó mi pecho y lo utilizó como ruta a mi cuello, ahí se detuvo, con besos, y más besos.
El contacto de sus labios en mi piel era...emulsionante. (Lo sé...¿emulsionante? Recuerden, las escenas eróticas no son mi mejor cualidad).
—Lo noto en ti, tu cuerpo pide a gritos éste otro.
Estaba sumergida en una extraña burbuja cósmica, a tal punto que no podía decidir si su último comentario había sido pretensioso, desagradable o sexy.
—Dime, ¿Cuándo fue la última vez que tuviste sexo?—continuó.
El juego de su boca por todo mi cuello me arrastraba poco a poco a un estado de embriaguez inusitado. No sólo tenía tolerancia nula al alcohol, también tenía tolerancia nula a sus besos.
Agggg...¡Lo odiaba! La expresión...«Dame buen uso» empezaba a cobrar un significado aceptable. Muy aceptable.
Valiéndose de la falta de acción que provocaba en mí, retomó el trabajo sobre la cremallera olvidada de mi vestido. La abrió con lentitud.
—El viernes pasado—susurré respondiendo a su pregunta.
De imprevisto detuvo su labor para dedicarle la atención a mi rostro.
¡Aja, su cara lo decía todo! Érica estaba mal informada
—¡Me sorprendes, otra era la información que tenía!
—Bueno, por lo visto no sabes tanto de mí como crees.
Sí, me permití un poco el juego a mí también, y eso despertó aún más la picardía en él.
—¿Fue un buen sexo?—sus ojos brillaron traviesos.
Reí nerviosa. Había sido un desastre.
—Entonces debemos compensar el tiempo mal invertido, no te parece.
Retomó su tarea, finalizado el trabajo con la cremallera rozó de forma ascendente mi espalda hasta llegar a los hombros, puso un beso en uno de ellos, después hizo lo mismo con el otro, y con un veloz movimiento, deslizó los breteles de mi vestido para dejar al descubierto a mis pechos.
—Eres muy convincente...de hecho, lo eres cada vez más.
Comenzó a besarme a la altura del nacimiento de mis pechos.
Mmmmm...Calor, calor y calor. Por todo mi cuerpo. Iba a morir incendiada en cuestión de minutos.
—No, no lo soy, sigues con tu vestido.
Mis alarmas se activaron, me alejé, la habitación estaba muy iluminada, cualquier mínimo detalle se convertiría en un gran detalle. El ejemplo de la Ferrari me seguía torturando. No satisfecho con mi comportamiento, abandonó la cama y vino hasta mí con su amenazante y tentador miembro erecto. Me arrinconó contra la pared, me presionó con su erección.
Agggg...¡Del odio al amor hay un paso!
Tomó las riendas del asunto, y deslizó el resto del vestido, cuando llegó a la altura de mi cintura, reaccioné de forma violenta y lo detuve.
—¡No!—fue un grito nacido de la desesperación—¡Mi celulitis y mis kilos de más no pueden competir con tus abdominales de dios del olimpo!
Joaquín resopló con fastidio. Una mirada de desaprobación transformó al brillo de sus ojos en fuego.
—Sólo es una excusa, una excusa que no estoy dispuesto a aceptar.
La decisión inquebrantable que lo dominaba logró ganarle a mi absurda oposición. Apartó mis manos y con un movimiento preciso, deslizó el resto del vestido hasta mis pies. A plena luz, quedé expuesta en ropa interior. Antes de que pudiera abrir mi boca con algún comentario desacertado y fuera de lugar, volvió a apretujarme el trasero con sus manos, y rozó mi sexo con el suyo.
—Tus formas y las mías encajan a la perfección—dijo en mi oído.
La terrorista sexual que había en mí y que hasta ese momento había optado por el silencio, se hizo presente, habló.
—Y ahí dejaste de ser convincente, aunque reconozco que tu discurso profesional es muy bueno.
—¿Discurso profesional? ¿Quieres un discurso profesional?—no era fastidio lo que había en su voz, era provocación, sensual y dulce provocación.
Me alzó en sus brazos y me arrojó a la cama.
—Escritora de romance...confía en mí, puedo ser muy instructivo, déjame hacerte una escena de amor.
Reconozcámoslo, su argumento final fue muy bueno. Todo él lo era...¡TODO!
—Me rindo...
Sí, rendición total. Quería ese cuerpo sobre el mío, quería ese trasero, esa boca.
—¿Te rindes?—la satisfacción de su voz fue estimulante para los dos.
Trabajo de campo...¡Allá vamos!
—Sí, haz tu mejor escena, vamos, hazme una escena de amor.
♥ ♥ ♥ ♥
El mínimo roce de su piel contra la mía me enloquecía. Mi cuerpo reaccionaba con la entrega total, siempre lo hacía. El perfume de su piel, el calor que su cuerpo desprendía en contacto con el mío, su sudor, eran para mí la más deliciosa de las torturas. Presionó su sexo palpitante contra mí. Lo besé, le mordí los labios, busqué su lengua. Esa boca, esos labios... todo él me llevaba al borde de la locura, de la insensatez.
Acarició mis pezones, los provocó.
Sus dedos jugaron con mi clítoris. Lo odie. Lo amé. Abrí mis piernas, guie mi sexo húmedo hacia él y se introdujo en mí. Me aferró a sus muslos. Clave mis uñas en su piel. Grité.
Me perdí en él. Peor aún, me perdí en mí misma.
—Perdón, no quiero interrumpir tu monólogo erótico...
Como un fantasma acechando en sueños, la voz de Joaquín se filtró en el escenario imaginario que mis palabras habían construido gracias al poderoso dominio de su lengua danzando alrededor de mis pezones.
—Continúa, pero por favor, hazlo lejos de mi oído—finalizó para retomar su zafarí aventurero en mis pechos.
Estaba en pleno momento creativo, era como si sus besos fueran un disparador natural de imágenes.
—Lo siento, eres un afrodisíaco mental inesperado.
Puso un freno a sus labios, levantó la cabeza y me escudriñó con esos ojos capaces de arrastrar a cualquiera al abismo.
—Sí, me doy cuenta de ello, eres muy creativa.
—¿Te parece que ha quedado bien?
Para que mentir, Joaquín era el especialista aquí. Era una fuente inacabable de rica, dulce, y rítmica información. No podía separar a la mujer de la escritora, no, mientras una pedía a gritos más, más de él sobre mí, la otra atentaba contra ello bajo la excusa de ir por un cuaderno de notas para tomar apuntes.
—Considerando que aún no he conseguido ni quitarte las bragas, sí, diría que sí—se estaba burlando—.Tu cabecita puede ir más allá de los hechos, y eso es maravilloso, veamos que conseguimos si la empujamos a la realidad.
Como una pantera acechando a su presa, retrocedió con lentitud para reclamar la conquista de mi cadera, la sostuvo con firmeza, enredó los dedos en mi ropa interior y a modo de juego inició el descenso de la misma.
—Abre tus piernas...—se valió de mis palabras para incentivarme.
Demás está decir que las suyas sonaban mucho mejor que las mías, en él eran una sensual melodía.
—Guía tu sexo húmedo hacia mí...
Cosquillas, mi cuerpo se retorció ante la sensación que me causaba, me sentía una serpiente que se movía al ritmo de la música de sus palabras. Era un encantador de serpientes, sí, lo era.
Y ese pensamiento sensual se transformó a la velocidad de la luz en un pensamiento anti-erótico. Anti-erótico para mí.
La palabra “serpiente” me recordó el gran cargamento que portaba, y activando mis sistemas reflejos junté mis rodillas para impedir que la tarea final se llevara a cabo.
—¿Estás bromeando? ¿En serio?—el no entendimiento le ganó a la sensualidad, se detuvo en seco, y me atacó con una reprimenda—¿ Tú quieres escribir erotismo?
Iba a morir atravesada por su miembro, lo intuía.
—Lo siento, no pienso arriesgarme, eso no va a entrar en mí.
Para ser explicita y acompañar a mis palabras hice una comparación visual de su gran pene con mis manos.
Estalló en una carcajada.
—Lo va a hacer, déjame hacer mi trabajo y lo verás.
Venció la fuerza de mis rodillas, me quitó las bragas y se acomodó entre mis piernas.
—No, no...—aferrándome a las sábanas hice fuerza para arriba con la intención de escaparme de su sexo—Siento contradecirte, Señor Asesino Serial de Vaginas, pero es científicamente imposible que “eso entre en mí”.
Ocultó su rostro de mí, se levantó de repente, abandonó la cama, y se marchó en dirección al living. Al cabo de unos segundos regresó con la protección colocada y una sonrisa contagiosa en su boca, se notaba que intenta contener la risa.
—He recibido muchos apodos en mi carrera artística sexual, pero “asesino serial de vaginas” se ha ganado todos los puestos de aquí hasta el fin de mis tiempos, tuve que ir a tomar nota de ello.
¡La especialista en escritura soy yo, y el que toma notas es él! El mundo está loco, mi mundo está loco.
Regresó a la cama, saltó sobre mi cuerpo, apoyó su barbilla entre mis pechos, y murmuró.
—¡Dios! ¿Qué tengo que hacer contigo?
Mi cuerpo gritó en silencio: ¡Lo que quieras...absolutamente todo lo que quieras!
Mi boca se abrió, y lo resumió a su manera.
—¡Nada!
El brillo en su mirada fue mi condena. Esto era el juego del gato y el ratón, y al parecer, los dos comenzábamos a divertirnos de igual manera.
—¿Amordazarte tal vez?—disfrutó de su comentario.
—¡Ni se te ocu...
—No...—me interrumpió—, mejor esto.
Me besó.
Fue tierno, delicado...me morí de amor entre sus labios, y ese beso me confirmó lo que yo negaba: Romance y erotismo, los dos son necesarios.
El modo escritora se desactivó y accionó el protocolo “mujer deseosa de una noche de sexo y pasión desenfrenada”. Era momento de dejar de pensar, era momento de sentir.
El calor de su boca en contacto con la mía provocó el incendio definitivo, ya no eran sus brazos los que me capturaban, no, eran las llamas las que lo hacían. Su beso me inyectó una dosis letal de la peor de las drogas...él. Era delicioso, me invadía con su lengua, rozaba su sexo con el mío, y la combinación de ambas sensaciones me incentivó a llevar a cabo aquello que había deseado desde el instante cero en que se había desnudado. Apreté sus nalgas, las capturé con mis manos, las palmeé. ¡Pura materia prima de exportación!¡Una maravilla!...y eran mías, por lo menos por un rato.
Mordió mis labios a modo de despedida, sus besos tenían una nueva meta a la cual llegar, invadieron mi cuello, lo acosaron, lo torturaron...¡Ay, malditos besos, malditos labios!. Sus manos retomaron el juego olvidado en mis pechos: rozó mis pezones, los provocó y los muy desgraciados se despertaron del sueño profundo de una década de sexo aburrido, se esgrimieron erectos, firmes para él. Sonrió.
—Creo que he hecho dos nuevos amigos.
—Puede ser—respondí entre dientes conteniendo el evidente efecto que lograba en mí—Pero no puedo asegurarte fidelidad.
—No te preocupes, yo me encargo de ello.
Los recorrió con su lengua...y ¡Boom! Se entregaron, firmaron un contrato de exclusividad con él, y yo, yo no pensaba oponerme a ello.
Acomodó mi cadera, y ubicándose a la altura correcta, presionó su miembro erecto contra mí. Abrí mis piernas, e hice exactamente aquello que minutos atrás había recitado junto a su oído, guie mi sexo húmedo hacia él. Porqué lo estaba...ufff, vaya que sí lo estaba.
Su arma letal se posicionó dispuesta al homicidio, la hora de la verdad se hacía presente, la punta de su miembro jugó con mi clítoris a modo de tortuoso preludio, busqué su mirada, la encontré al instante, él también buscaba la mía.
¡Sí, sí, sí...mátame, atraviésame, sofócame!
Se introdujo en mí de una sola embestida, y un grito ahogado de placer se me escapó.
—Te lo dije, tus formas y las mías encajan a la perfección.
Él encajaba a la perfección. PUNTO.
Comenzó a moverse dentro de mí, respondí acompañando cada uno de esos movimientos con mi cuerpo. La fiera salvaje en mí tomo control de la situación. Gemí, y ese gemido, mi propio gemido, algo no muy común en mí, me embriagó aún más. Joaquín no tenía desperdicio alguno. Si necesitaba una carta de recomendación yo estaba dispuesta a escribirle miles.
Acarició mi pubis, y sin contemplación, sus dedos jugaron con mi clítoris mientras su miembro seguía penetrándome una y otra vez. Me aferré a sus muslos, clavé mis uñas en ellos, la excitación me estaba haciendo perder todos los sentidos.
¡Me había olvidado que el sexo podía ser tan bueno! Esto debía ser inmortalizado en papel y yo pensaba hacerme cargo de ello.
Sus movimientos cobraron un ritmo implacable, era evidente que las clases de tenis le sentaban muy bien. Mi cuerpo se quebró de placer, quería morderlo, morderlo por todos lados, no lo hice, opté por apartar mi necesidad caníbal de lado y le di lugar a mi fase lírica. Grité tratando de liberar la electricidad que me desbordaba en un inevitable orgasmo.
—¿Qué paso? ¿Te quedaste sin palabras?—se burló a mi oído—¿Tú?
Volví a palmear sus nalgas, una vez, otra vez. Comprendió el mensaje.
Puso en la línea de batalla a su soldado y éste luchó, luchó con fuerza. Mi cabeza golpeó contra el respaldo de la cama.
Auuuuhhh
Nada importaba.
Le pellizque el trasero, empujé mis caderas todo lo que pude contra él haciendo la penetración más profunda.
Después de esto mis pretensiones sexuales se iban a ver limitadas. Cuando uno prueba calidad se mal acostumbra a ella y la quiere siempre. Una vez que una conoce el paraíso y el infierno al mismo tiempo, nunca más quiere volver a poner un pie en la tierra.
Joaquín era mi perdición. Sí, decidido, estaba dispuesta a vaciar mi cuenta bancaria por él.
Quería darle cheques en blanco a futuro, comprarme todo el tiempo posible.
Mi cuerpo se desarmó esperando con desesperación el clímax. Necesitaba terminar, necesitaba gritar; sentía que mi cuerpo había llegado a su punto final, iba a partirse en mil pedazos. Su última envestida fue brutal, logró que rompiéramos juntos en una ola de placer. Rendidos el uno ante el otro, nos vencimos sobre la cama.
—¿Qué me dices? ¿He sido instructivo?—el placer vestía a su voz.
—No lo sé, cuando recuperé la cordura te lo digo.
Entré en estado de coma, en algún momento post sexo maravilloso, cerré mis ojos y me desconecté del mundo.
Acababa de comprobar que un buen orgasmo te otorgaba los mismos beneficios que te daba un fin de semana en un spa. Relax y satisfacción total. Estaba relajada por completo.
Él no estaba, y aunque dentro mío albergaba el deseo de tenerlo prisionero en mi cama de por vida, acepté su desaparición en plena madrugada sin un adiós.
Me levanté dispuesta a narrar mi aventura sexual. Antes de sentarme frente a mi portátil, decidí darme una ducha. Mi visita al baño me obsequió la mejor de las sorpresas...en el espejo del baño había dibujado un corazón con delineador de ojos y labial rojo, en su centro estaba escrito un número telefónico. Sonreí.
Iba a memorizar ese número...sí, sí. Es más, ya lo había hecho.
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