♥ CAPÍTULO 6 ♥

 

 

Por mis venas no corría sangre, corría adrenalina pura. Una vez más había gozado de un fin de semana de actividad creativa frenética.

No podía parar, y cuando lo hacía porque la duda me ponía en blanco, mis ojos se desviaban a la esquina de mi escritorio y recobraban la motivación. Sé que es una locura, y de seguro nadie me creería, pero yo puedo verlo,  todavía puedo ver la forma de mi trasero sobre la mesa. Mi gran trasero dibujado por el rastro de sudor que quedó. Creo que voy a dejarlo de recuerdo...nadie tiene que saberlo.

En fin, el dibujo de mi trasero, el recuerdo de él en acción y mi cabecita hicieron una buena combinación. Nuevos capítulos, escenas reformuladas con un agregado de condimento picante. Mi dulce maestro del sexo aportaba ideas funcionales, y a la vez me quitaba los prejuicios, los personales, los que ponían una barrera a mis pensamientos.

Reconocer que la rigidez cotidiana de mi conducta era la que en realidad me jugaba en contra no hubiese sido posible sin mi incursión en los brazos pagos de mi amante experimentado.

Los roles daban un giro brusco, Érica, la que hasta ahora había sido la mala de la película, se convertía en el factor necesario, en el personaje dual, aquel que cambiaba para enaltecerse  como la salvadora de la situación.

Debía poner en la lista de prioridades a mi hermana, sin saberlo, con su absurda locura a sueldo llamada «Joaquín», había  puesto mi mundo patas arriba, y la nueva perspectiva que tenía desde ahí me sentaba mucho mejor.

 

 

El lunes a primera hora envié por mail lo nuevo a Berenice, así de ansiosa estaba. Llevaba cerca de trescientas páginas trabajadas, el final se hallaba tan sólo a un par de capítulos más, tenía la  típica exaltación del encuentro con el final. Mis novelas eran bebés, y  pronto uno más llegaría a éste mundo.

El martes tuve una respuesta, en ella no había mención alguna del agrado o aceptación de la obra, mi estimada editora se  reservaba la opinión, prefería manifestarla en un encuentro pactado para el mediodía del miércoles en la editorial.

En otro momento de mi vida me hubiese aterrorizado por el silencio y la convocatoria, el presente era otro cantar. Estaba satisfecha del trabajo que estaba llevando a cabo, sentía la transformación, estaba dispuesta a la pelea, a la defensa de la historia, y ante todo estaba preparada para la confrontación, compararme con otras autoras no era una forma criteriosa de evaluación.

Imágenes, diálogos...diálogos, imágenes. Mi cabeza era una conjunción de ello. La realidad se encontraba ausente en pos de la creatividad, y por eso mismo, ella se vio obligada a hacerse presente.

R&N Books tenía sus oficinas en un prestigioso edificio de la zona céntrica, un lugar que era considerado un emblema nacional por su arquitectura. Era una belleza, pero para que mentir, también era antiguo, y esa antigüedad cada tanto tenía sus achaques, se manifestaba. Así que ahí estaba yo, retenida a la fuerza en uno de los elevadores a la espera de un técnico que me brindara la libertad. Corrijo...que nos brindara la libertad. Sí, no estaba sola.

No era un hombre, era una fiera enjaulada. De todas las posibles compañías que uno puede llegar a tener en situaciones como éstas, a mí me tocó la peor, un claustrofóbico declarado.

—Soy yo, o aquí comienza a faltar el aire—el pobre hombre apenas podía hablar.

¡Eres tú, exagerado!

Tenía ganas de decirle: si hablas el oxígeno se consume más rápido, así que...¡cállate!

No lo hice, ver a semejante grandote desesperándose segundo a segundo ante la idea de una ilógica e incoherente posibilidad de muerte por falta de oxígeno despertaba ternura en mí.

Se sentaba, se paraba. Caminaba por el minúsculo espacio que nos rodeaba. Aflojaba su corbata, los puños de su camisa. Todo él era muy simpático.

No era la primera vez esto sucedía, el elevador solía descomponerse a menudo, de hecho para mí ésta era la segunda vez que me sucedía. En aquella oportunidad el rescate  había tardado casi cuarenta minutos, en consecuencia, el pronóstico actual me hacía presuponer un tiempo de demora similar.

Un suspiro, lo que llevábamos ahí dentro era un suspiro, pero para él parecía una década. Si yo no colaboraba en el asunto la experiencia de encierro a su lado podía ser una tortura. Una tortura para mí.

Vestía muy bien, mi análisis fugaz de su imagen me hizo conjeturar que tenía un  cargo importante en alguna empresa. Estaba acostumbrada a indagar en marcas costosas de ropa y accesorios para plasmar en mis novelas, por eso estaba segura, su reloj valía lo mismo que mi coche. Hice un repaso mental de las actividades que se llevaban a cabo dentro del edificio. El lugar contaba con tres Estudios Jurídicos de renombre, una Compañía de transporte Internacional, dos agencias de publicidad, un Estudio Contable, y una editorial. Conjeturé de su parte una actividad afín a dichas oficinas, y actúe.

—No te preocupes, si hay algo que no nos va a faltar es aire—le dije con el tono más relajado posible.

Aparentaba tener cuarenta y tantos de años, no iba a tratarlo de “usted”, menos que menos cuando intentaba crear un vínculo momentáneo de confianza con él. Las mejillas de su rostro se estaban acercando al color violeta, debía calmarlo, de lo contrario ya me veía haciéndole respiración boca a boca. No quería eso, no, yo tenía mis límites, y uno de ellos era «nada de intercambio de fluidos con desconocidos dentro de un elevador».

—¿Qué te hace estar tan segura de ello?

Se quitó la corbata de forma definitiva, y el matiz violenta en su rostro pareció ponerse en pausa por unos segundos.

—El elevador está recubierto en madera, detrás de ella hay estructuras metálicas que tienen la función de ser conductos de ventilación, créeme, el aire es lo que aquí sobra.

Mentí. Mentí con convicción. Como dice mi padre: «lo absurdo narrado con convicción deja de ser absurdo para ser real». Lo único que rogaba era que no fuese arquitecto, de serlo estaba condenada, lo que  acababa de decir era una estupidez más grande que una casa.

—Estos edificios antiguos nos dan esa ventaja, si éste fuese uno de esos edificios modernos, otra sería la cuestión—le di un cierre triunfal a la historia.

Los aires de calma parecían renovarlo, su cuerpo inquieto se detuvo frente a mí.

—Agradezco la información, en verdad lo hago— los nervios eran evidentes en sus palabras—, pero creo que soy un caso perdido. Los espacios reducidos y yo no somos buenos amigos.

Y los aires de calma se fueron lejos, bien lejos. Volvió a su rutina, caminar, caminar en pequeños círculos.

—Lo siento, esto me calma—justificó su acción.

—Por favor—le cedí el paso a modo de juego—el elevador es todo tuyo.

¡Dios, esto ya era eterno!...y como si la situación no fuese suficiente, nuestros móviles no tenían señal, motivo por el cual sólo quedamos él y yo...nada más que él y yo.

—¿Te ha sucedido esto antes?—preguntó.

—Sí, y como verás sobreviví—bromeé.

Si lo quieren saber, no, no le causé gracia alguna.

—¿Demoraron mucho esa ocasión?

Lenta, fui demasiado lenta.

—Un poco, lo aceptable.

Demasiado lenta, y demasiado tarde. Sin quererlo le di el tiempo suficiente para que elaborara una catastrófica hipótesis. En su mente íbamos a morir ahí, podía ver ese pensamiento en sus ojos. Se inquietó más, se quitó la chaqueta.

—Si quieres desisto de respirar para dejarte el oxígeno a ti—dejé salir el primer comentario que vino a mi cabeza.

Booommm...lo inesperado sucedió. Comenzó a reír.

Tenía una muy bella sonrisa, así, sonriente y en apariencia relajada me recordaba a un actor de telenovela. Un actor de telenovela muy atractivo.

—Gracias, sin lugar a dudas eres la mejor compañera de encierro que alguien puede pedir.

El segundo a segundo con él me indicaba que la distracción era la mejor arma de ataque para la situación. Aprovechando la verborragia generada por la ansiedad que traía conmigo, inicié el plan «hablarle al claustrofóbico para alejarlo de la idea de fatalidad».

—Hace un tiempo leí una nota periodística muy interesante, hacía referencia a personas con trastornos vinculados a la interacción social, personas que en la mayoría de los casos poseen un coeficiente intelectual muy alto, y la característica que los guía de forma cotidiana es el pensamiento analítico constante.

—El precio de la genialidad, cambiar emociones por análisis—dijo forzándose a prestarme atención.

—Exacto, y justamente la nota traía a colación eso, el desempeño productivo de éstas personas en situaciones límites—recordaba el informe periodístico a la perfección, lo había conservado para trabajar algún personaje a futuro—.Todo tiene un análisis matemático para ellos, la respuesta la tiene la ciencia. Algunos los llaman robóticos, mecánicos, pero en situaciones como éstas, su accionar es un beneficio—volví a vestir una mentira con convicción—Aquí las probabilidades nos dicen que sólo hay un ínfimo porcentaje de tragedia en la ecuación “elevador, encierro, oxigeno”.

Me observó por unos instantes, sus ojos dieron un par de vueltas en sus orbitas.

—Tienes razón, todo es cuestión de cifras, números.

¡Lo conseguí! Lo estaba llevando a un terreno de tranquilidad mental, la fiera intentaba descansar.

—De hecho mi vida se basa en eso—continuó—, análisis constantes de números. Movimientos de acciones en la bolsa, compra y venta en el momento justo.

—¿A qué te dedicas?— mi interés era funcional, quería distraerlo y esa era la mejor manera.

—Soy un «monopolizador»—bromeó.

—¿Existe eso como profesión?—seguí el ritmo distendido de la conversación.

—No, pero así me llaman. En realidad soy lo que se considera un accionista, compro empresas, construyo monopolios con ellas, las hago redituables otra vez, o en su defecto las fragmento para obtener un mejor resultado.

Accionista. Lo dije, y ahora lo confirmo, su reloj vale más que mi coche.

—¿Y qué te trae por éste elevador si se puede saber?—mi plan funcionaba mejor de lo que esperaba, de hecho, hasta comenzaba a disfrutar de la conversación.

—Mi nueva adquisición.

—Dime por favor que no es éste edificio, porque de ser así ya me voy despidiendo de éstos elevadores. De seguro es lo primero que fragmentas.

Una vez más, lo hice reír.

—No, no es el edificio, aunque ahora que lo mencionas debería considerarlo—el color intenso de su rostro estaba desapareciendo, la tranquilidad era un hecho inminente en él, se le notaba en el cuerpo, en el habla—, pero lo conservaría tal y como ésta, al fin y al cabo, en éste elevador conocí a una mujer dispuesta a dejar de respirar por mí.

El color que abandonó a sus mejillas se trasladó a las mías. Sonreí.

—Bueno, te mentí, lo reconozco—decidí mantener el tono de broma en la conversación de lo contrario la vergüenza se apoderaría de mí—no iba a dejar de respirar por ti.

—Lo sé, aun así fue agradable escucharlo.

El altoparlante general del edificio retumbó dentro del elevador, la salvación llegaba.

En minutos estuvimos fuera, ni bien hicimos contacto con la realidad circundante su teléfono móvil comenzó a sonar con desesperación. Se disculpó conmigo por la interrupción y  se alejó para responder al llamado. La presencia del encargado general del edificio, dos técnicos y un par de vecinos aburridos deseosos de información me brindó la cortina de escape perfecta, me perdí entre ellos, tomé las escaleras, y sin más demoras llegué al piso de la editorial.

 

♥ ♥ ♥ ♥

 

El silencio dentro de las oficinas de R&N Books era sepulcral, parecía un apocalipsis zombie, sólo se escuchaba el deambular de cuerpos. Escaseaba el personal a la vista, posiblemente porque era hora del almuerzo, y el que estaba parecía sumergido en un extraño trance. Josefina, la recepcionista, no levantó la vista de sus papeles, es más, ni siquiera me dio la bienvenida. Mientras atravesaba el pasillo rumbo a la oficina de Berenice observé una situación similar en el departamento de diseño y corrección, Margarita y Eva, las dos encargadas, tenían la vista clavada en sus ordenadores, lo mismo sucedía en el área de edición, Laura parecía compenetrada en su trabajo más de lo habitual.

Conservé el silencio, venía con intenciones de contar mi aventura con el empresario accionista pero el ambiente poco común del lugar me convenció de lo contrario.

Llegué a la oficina de Berenice, la puerta estaba entre abierta, me asomé a su interior y comprobé que ella estaba en un estado similar, enfrascada de lleno en la lectura de unos papeles.

¿Acaso le habían puesto  un sedante al café? ¿Qué demonios pasaba?

Berenice detectó mi presencia.

—¿Piensas quedarte ahí? ¡Vamos, pasa, que es evidente que ya has perdido la vergüenza!

¿Eh? ¡Vaya forma de recibirme!

Me invitó a sentarme frente a ella, al hacerlo comprobé que los papeles que tenía en sus manos eran una copia de mi nueva novela.

—Voy a decir esto con la mayor seriedad posible—dijo y el piso se tambaleó bajo mis pies.

La confianza que traía conmigo se hizo pequeñita y se escondió en mi bolsillo.

—Dime ¿qué clase de droga estás tomando? Porque la quiero ¡la quiero ya!—finalizó con una energía poco común en ella.

El piso bajo mis pies volvió a afirmarse, mi confianza mostró la punta de su nariz como un animalito temeroso.

—¿Te agrada la historia?—la duda actuaba como un sujeto tácito en mi voz.

La energía de Berenice recorrió todo su cuerpo, se levantó con la única intención de aplastar su trasero contra el escritorio y acercarse a mí.

—¿Agradarme? ¡Me encanta! Es más, la he leído dos veces—hizo una pausa obligada—, no te ofendas, pero lo hice porque me costó creer que esto lo habías escrito tú.

Estaba de acuerdo con ella, inclusive a mí me costaba reconocerme en esas líneas.

—No me ofendo, al contrario, coincido contigo, y reconozco que la experiencia de darle un giro erótico a mis historias ha sido más satisfactoria de lo que esperaba.

No iba a confesarle el trasfondo que me motivaba a ello, ese secreto se iría conmigo a la tumba.

—Lo noto, se nota —la verborragia también dominaba a sus palabras—, esto es más que erotismo narrado, una puede sentir las emociones de la protagonista.

—¿Te hice arder?—esa era la pregunta del millón para mí.

—¿Arder? No...¡Me quemaste viva! Me enviaste directo a la hoguera entre sus musculosas piernas.

Mi ego literario bailaba por dentro. Mis pies cobraron ritmo propio, taconeaban en el piso.

¡Sí, en tú cara J. Smith! ¡En tú cara Margot Laney...Cloe Peterson!...Y sin necesidad de fustas, azotes...ni lugares ambientados para el juego sexual. Hombre, mujer y el deseo mutuo, tan simple como eso, tan real como eso.

Lo sé, yo misma lo dije, compararme con otras autoras no era una forma criteriosa de evaluación,  pero no vamos a mentirnos, es una forma estimulante que aumenta la autoestima narrativa al instante.

—¿Vas a considerarla entonces?—oculté la ansiedad en mi voz.

Mi ego bailaba, aun así por fuera se mantenía firme, libre de emociones. Había aprendido muchas cosas de la mano de ésta profesión, llegar a la cima era un trabajo lento, constante, y así como llegamos a ella, con un pequeño tropezón volvíamos al inicio.

—Más que eso, quiero publicarla como novedad de fin de año.

¿Fin de año? Eso era ya.

—Yo encantada, pero ¿no lo crees demasiado precipitado?—no dudaba de mí, ponía en esa duda todo el trabajo posterior a la escritura: edición, trabajo de diseño, etc.

—No, ya puse al equipo a trabajar en ello. De hecho ya tengo un diseño tentativo de portada.

Giró el monitor del ordenador hacia mí para mostrarme el trabajo. Una imagen en tonos oscuros: sábanas, ropa interior femenina, dos copas, una botella de champagne, y una raqueta de tenis.

No lo iba negar, ese tipo de diseño no era común en mis portadas, pero me agradaba. Pura sugerencia y sensualidad.

¡Sí, en tú cara J. Smith! ¡En tú cara Margot Laney...Cloe Peterson!

—¿Para cuándo crees que puedes terminarla?—interrumpió a mis pensamientos competitivos y me devolvió al momento.

—¿Tres semanas? —ni yo misma estaba convencida de ello.

—Te doy dos.

—¿Dos? ¡No te abuses!—lo último se me escapó.

—Lo siento, tengo que hacerlo. Estamos en plena fusión y necesito best-sellers que demuestren que nuestro sello merece la pena.

La fusión, me había olvidado de ella. R&N Books había sido comprada por Elementary House Corp., una empresa dedicada a la elaboración de contenidos de prensa televisivos y editoriales. A su vez, dicha corporación pertenecía  a Ribeiro Nieto Group. En definitiva, Riberiro Nieto Group era el nuevo dueño de la editorial, paradójicamente las siglas del mismo coincidían con las del sello. Cosas del destino.

Como siempre, las fusiones de empresas traían consigo un temor inminente, la reducción de personal, y debido a eso los aires dentro de la editorial estaban tormentosos.

—¿Cómo ha resultado esa situación?—mi futuro estaba levemente en juego también.

—Después de hoy te cuento—La expresión de mi rostro hizo la pregunta que la motivó a continuar—Su nuevo y flamante dueño nos va a otorgar el privilegio de su visita, al parecer, después de la casa madre en España, somos la segunda oficina editorial más redituable en tanto autores y ventas, sin desearlo eso nos pone ante la lupa.

—¿Dos semanas?—repetí para sacarla del recordatorio de la fusión y sus posibles consecuencias.

—Sí, ponte a trabajar.

—Considerando que no tengo otra alternativa...así lo haré.

—Ah, y una cosita más, aprovechando que estás en el desenlace de la historia trabaja su final de tal forma que te permita construir una trilogía.

—¡No!—ese “No” me salió del alma—Sabes que detesto las trilogías, y más en el romance—Para mí era una cuestión personal y de ética laboral—, el romance es un género que no justifica una extensión de tres entregas.

—¡Es la nueva moda editorial!

—¡Es la nueva estafa editorial!—a veces no controlaba mis expresiones, ésta fue una de esas veces.

—Esa “estafa” como tú la llamas nos alimenta a todos—no estaba enfadada conmigo, nos conocíamos de años, ella sabía mi opinión, yo la suya.

—Lo siento, tienes razón, pero me conoces y sabes muy bien que no me gusta tomarle el pelo a mis lectoras—finalicé la discusión.

No estaba de acuerdo con las trilogías insustanciales, odiaba las tramas fragmentadas por el simple hecho de extender una  historia con fines lucrativos. La construcción de trilogías encontraba su justificación en géneros policiales, de suspenso, inclusive en los géneros vinculados a lo sobrenatural o similares; el romance, no.

—Puede trabajarse un segundo libro—continúe, me gustaba fundamentar mis opiniones—, la historia del personaje masculino puede explotarse en ella y darle un vuelco a la  trama principal, eso es todo.

Para templar las aguas entre Berenice y yo, sin quererlo, le abrí la puerta a una posibilidad.

—¡Bilogía, entonces! ¡Dos libros y todos felices!

Sabía que la fusión la traía nerviosa, y además no podía dejar de pensar que estaba volviendo a poner su fe en mí. Semanas atrás creí haber recibido una sentencia, y ahora me enfrentaba a todo lo opuesto. Era una idiota si me oponía a cualquier deseo o sugerencia editorial.

—Pero con final feliz en el primer libro...—acepté bajo mis términos—Nada de situación trágica que los separa de forma repentina en las dos últimas hojas.

Berenice estaba satisfecha, podía ver en su rostro una sonrisa y eso era motivador.

—¡Lo que gustes!...eso sí, pon bebés en el libro dos. No sé porque pero les encantan los bebés a las lectoras.

Vino hasta mí, envolvió mis hombros con un abrazo y me guio hasta la puerta.

—En serio, ahora dime ¿qué clase de droga estás utilizando?—insistió a modo de broma.

Reí, no tenía otra alternativa. ¿Qué clase de droga estoy utilizando?...Una muy costosa, de cuatro cifras para ser exacta.

Me despedí de Berenice, y al caminar rumbo a la salida la situación silenciosa de bienvenida cobró otro sentido. Laura levantó el pulgar al verme, en la pantalla de su ordenador podía leerse el título de  mi historia. Margarita y Eva sonrieron en perfecta combinación cuando pase junta a ellas. En la recepción, Josefina abandonó su estado de abstracción total para levantar la cabeza de las hojas que tenía en su poder. Recién ahora caía en la cuenta que esas hojas eran una copia de mi novela.

—Hoy mismo comienzo a tomar clases de tenis.

¡Sí, en tú cara ...

Ya conocen lo que sigue. Así estaba, y así continuaría el resto del día.

 

 

Tomé la escalera para abandonar el edificio, saltaba de un escalón a otro, parecía una niña bailando en una nube de felicidad. Llevaba una sonrisa de punta a punta, mi nuevo bebé iba a nacer y traía consigo un pan debajo del brazo.

A mitad del recorrido me topé con un cuerpo...él subía, yo bajaba.

—¡Pero si es mi compañera de encierro! Menos mal que apareces, pensé que habías sido un invento de mi imaginación.

Reí y me ruboricé al mismo tiempo.

—Lo siento, tuve que abandonarte, tenía una cita pendiente—era la pura verdad.

—Por suerte volvimos a encontrarnos—parecía otro hombre, sin el elemento claustrofóbico encima era el doble de atractivo—. De lo contrario la necesidad de agradecerte la ayuda se iba a convertir en una asignatura pendiente.

—No tienes por qué agradecerme, hice lo que cualquier otro compañero de encierro hubiese hecho.

La felicidad que traía conmigo favorecía mi fluidez de palabras, estaba siendo demasiado simpática, algo no tan común en mi persona.

—Puede ser, aun así me gustaría agradecértelo de alguna manera—se tomó su tiempo, sonrió—. Tal vez un café, un almuerzo, o lo que gustes.

O lo que gustes.

¿Qué estaba pasando? ¿El universo estaba aburrido y jugaba conmigo?

No elaboré respuesta alguna, la sorpresa de la propuesta me había puesto en “mute”.

—Ten...—hurgó en el interior de su chaqueta, sacó un porta tarjetas, extrajo una y me la entregó—, no voy a ponerte presión, aquí puedes localizarme cuando decidas si aceptas o no  compartir un  almuerzo conmigo.

¡Con que ahora era un almuerzo de forma definitiva!

Miré la tarjeta, la necesidad de conocer su nombre me llevó a hacerlo antes de guardarla.

«Ezequiel N. Ribeiro Nieto»

Definitivamente el universo estaba aburrido y jugaba conmigo.

—Ribeiro Nieto—repetí casi como un acto involuntario—Creo que en forma indirecta eres mi nuevo jefe.

—No me digas, que bueno saberlo, ahora puedo obligarte a ese almuerzo, y a que me digas tú nombre.

Volví a reír, no estaba a favor del acoso laboral, pero viniendo de él podía aceptarlo.

—Anabela, Anabela Bregan, ese es mi nombre, aunque todos me dicen Ana.

—Bueno, Ana, intuyo que nos volveremos a ver.

—Intuyo lo mismo, eso sí, espero que no sea dentro de ese elevador.

Sus ojos oscuros se atrevieron a recorrerme, por unos segundos mi piel se erizó ante su imaginario contacto.

—Te confieso algo, Anabela Bregan, contigo estoy dispuesto a tolerar otro encierro.

El sonido de su móvil intervino a favor mío, volvió a disculparse, y se despidió con un “hasta pronto”. Me alejé de él a la velocidad del rayo, si seguía un segundo más a su lado terminaría aceptando el café, el almuerzo y todo lo que sugiriese.

Pensé en Joaquín, todo esto era su culpa, él había iniciado el fuego y ese fuego parecía no estar dispuesto a extinguirse jamás.

 

♥ ♥ ♥ ♥

 

La sentencia de Érica había llegado a su término. Su fin de semana invertido en familia junto a Esteban había sido la demostración de afecto más grande en la historia de nuestra hermandad. La extrañaba, necesitaba de sus delirios y comentarios. Por suerte el código de hermanas no pedía explicaciones; discutíamos, nos enojábamos, y así como nada todo se dejaba de lado. Un llamado telefónico era suficiente para armar planes, éramos especialistas en almuerzos. Sobre todo cuando estos eran elaborados por las manos experimentadas de los chefs del club. Cocina gourmet a cualquier hora del día. Moría de hambre, mi estómago ansioso pedía a gritos alimento.

Cuando llegué a su oficina la sorpresa de una presencia desconocida me robó el apetito.

Era un niño, de no más de seis años, con uniforme escolar, sentado en su escritorio, haciendo dibujos en los folletos de actividades del club.

—¿Y tú quién eres?—intenté no sonar muy demandante para no asustarlo.

Una ternurita. Rubio, de ojos claros, y pecoso. Niño de publicidad televisiva.

—Tomás.

—¿Qué haces aquí?—era la intriga lo que me hacía hablar, no podía evitarlo, escupía preguntas.

Era extraño, muy extraño. Un niño en la oficina de Érica era equivalente a ver un episodio de la dimensión desconocida.

—Me agarré el dedo con la puerta.

Ahhh... a eso le llamaba yo una respuesta irresoluta.

Los pasos inconfundibles de los tacones de Érica resonaron a la distancia. Abandoné la oficina para esperarla en la puerta y obtener la información deseada.

—Sé que te gustan los asistentes jóvenes, pero con éste te fuiste al extremo.

No la reconocí, tenía ojeras y el cabello semi revuelto. Mi comentario de tono humorístico no le hizo la más mínima gracia.

—La culpable de esto eres tú—gruñó. Sí, gruñó como un animal atacado.

Me tomó del brazo para alejarme, era evidente que no quería que el niño oyese la conversación.

—¿Yo?—me defendí sin entender bien porqué.

—Sí, tú y tus malditas promesas me hicieron abrir la caja de pandora—elevó la voz sumida en el ritmo de su discurso—¡Jamás  debí ir a ese maldito fin de semana!

—¿No?—mi cabeza juntó las piezas del rompecabezas. Niño, fin de semana con Esteban. Reí, reí con ganas—. ¿No me digas que es el hijo de Esteban?

Mi carcajada hizo eco en el lugar inmortalizando la situación en la memoria de ambas.

—¡Sí, te lo digo, y no te rías, maldita condenada!

—De un fin de semana a esto hay una gran diferencia ¿qué me perdí?

La situación me llevó de nuevo a la puerta de su oficina, si ese era el hijo del abogado cuarentón debía observarlo con otro criterio, ese niño podía llegar a ser mi sobrino político en un futuro no muy lejano.

—La muy descarada de la ex mujer decidió tomarse unos días de vacaciones y se fue a Miami—murmuró cerca de mi oído.

—¿Y?—mantuve la línea susurrante en nuestra conversación. Ante la incomprensión de su rostro fui más específica—¿Y cómo demonios llegaste tú a ser su niñera?

—Tuvo un accidente en la escuela, y como Esteban está en medio de una conciliación muy importante, yo fui por él.

—¿Te ofreciste?

¡Dios, esto se estaba poniendo cada vez mejor. Érica en el papel “Hermana Teresa de Calcuta al rescate” era un estreno inesperado!

—No, él me lo pidió.

—Bueno, pero tú no te negaste.

La necesidad de gritar a los cuatro vientos que traía reflejada en su cara hizo que me tomara del brazo para alejarme una vez más.

—¡No podía! ¡Bajo que argumento! Le digo: Detesto a los niños, y sobre todo, detesto la imagen de Familia Ingalls que me obligas a tener.

Me obligué a poner seriedad en el asunto, cuando los niños se metían en el medio las decisiones debían ser consideradas de otra manera. El arrepentimiento comenzó a consumirme por dentro, esto era mi culpa, coincidía con mi hermana en ello. La había obligado a un fin de semana familiar sólo para sacármela de encima. Del dicho al hecho había un gran trecho...y mi hermana, respetando la promesa que yo la había instado a hacer, lo había recorrido. La consecuencia era un niño en su oficina.

—Si eso es lo que sientes creo que deberías hacérselo saber. Es un padre, es un juego difícil, pero si te animas a jugar más te vale que pongas todas tus fichas en él, de lo contrario te sugiero que te salgas.

—Yo no apuesto mis fichas a nadie, ya lo sabes, me conoces bien.

—Con más razón entonces, dile lo que sientes.

—Lo haré, por supuesto que lo haré, pero no ahora, lo haré cuando su  ex esté de regreso.

Sin palabras, el comportamiento de Érica me las quitó. Obviando más explicaciones, volvió a la oficina.

—Tomás, ¿qué quieres almorzar?

Dulzura, una inusitada dulzura había en su voz. Mi hermana, la anti niños, tenía un talento natural para ellos.

—Los miércoles mamá me hace comer pescado con vegetales.

—No te pregunté que “puedes comer”, te pregunté “que quieres comer”.

Y eso fue la bandera de largada para cualquier niño. Sonrió feliz.

—Ven, hagámoslo más sencillo, elige tú—le dijo y le extendió la mano para que se la tomara.

¡Emoción! El cuadro que se desarrollaba frente a mí  era pura ternura. Quería poner emoticones imaginarios en el momento. Pasaron junto a mí, y el pequeño me escudriñó con la mirada.

—¿Y tú quién eres?—preguntó.

Era lo justo, yo lo había atacado con preguntas.

—Anabela, la hermana de Érica.

—¿Vas a almorzar con nosotros?

—Por supuesto que va a almorzar con nosotros—Érica se adelantó con la única intención de sentenciarme junto a ella.

—Me encantaría almorzar con ustedes, es más, vine especialmente para eso—por supuesto, acepté la condena.

—¿Tú que comes los miércoles?

—Cualquier cosa menos pescado—le dije sonriendo.

—¡Qué suerte tienes!

Ahhhh....esas pecas, esos ojitos. ¡Mi sobrino era muy, muy, muy lindo! Ya lo quería devorar a besos.

—¿Qué clase de madre obliga a sus hijos a comer pescado?—murmuró Érica.

—Una clase de madre que se preocupa por la alimentación de sus hijos, una clase de madre que nunca conocimos.

Sí, nuestras madres merecían un capítulo aparte. Uno muy grande.

—Es verdad, y a pesar de ello míranos ahora...una soltera de treinta y nueve años, y una divorciada de treinta y cuatro.

—Con conflictos personales que no tratan en terapia porque todos los terapeutas les recuerdan a su padre—continué.

—Sin dudas...¡salimos perfectas!—finalizó ella.

Abandonamos las instalaciones y recorrimos los jardines rumbo a la zona de restaurantes. Cuando pasamos cerca de las canchas de tenis mi cuerpo activó su GPS.

Uffff....localizó a Joaquín en cuestión de segundos. Mi mente reproducía una y otra vez las mismas instrucciones.

Cien metros, y doble a la derecha...doble a la derecha ¡Doble a la derecha!

Mi cuerpo lo extrañaba, mi mente no dejaba de pensarlo, y mi historia...mi historia lo necesitaba. Tenía dos semanas para finalizar la novela, y sabía muy bien lo que tenía que hacer para conseguir el éxito seguro con ella.

Me detuve, como si él lo supiera, sus ojos se encontraron con los míos a la distancia.

—¿Qué sucede?

Disimulé el impacto que sus ojos habían causado en mí en cuestión de segundos.

—Acabo de recordar que tengo que hacer un llamado, vayan y ordenen algo por mí.

—No te demores—se aferró aún más a Tomás y se marcharon.

Tomé mi móvil, pensé un sinfín de mensajes, y finalmente escribí uno.

             

Tengo la tarde libre, tus tareas de

auxiliar me vendrían muy bien.

 

 

Desde la distancia podía observar sus acciones. Hurgó en su bolsillo y ante mi mirada lejana sacó el móvil y leyó mi texto mientras continuaba dando indicaciones a su alumna.

Creo que sonrió. Creo.

Respondió. 

 

 

Mi tarde está un tanto complicada,

pero sí de llenar tú agenda se trata,

siempre estoy dispuesto.

 

 

Confirmado, el desgraciado había sonreído ante mi mensaje. Una sonrisa de triunfo seguro.

Mi cuerpo danzaba de forma imaginaria. Imaginaba sus piernas alrededor de mi cintura y danzaba. Por fuera mantuve la compostura.

 

Te espero.

 

 

Fui simple en la confirmación. No iba a bailar de felicidad en su cara.

 

¿Te espero? Así, con esa frialdad.

Sin una sonrisa siquiera.

Era evidente que él si deseaba que yo bailara de felicidad en su cara. Por supuesto no le iba a dar ese placer.

Le sonreí. Le regalé la sonrisa más falsa del mundo.

A modo de respuesta final sonrió, se puso en posición de saque, hizo el servicio y cuando la pelota picó con fiereza del otro lado, festejó ante mi mirada con un movimiento de cadera. Un profundo movimiento de cadera.

¡Idiota! ¡Mil veces idiota!

Le di la espalda y me marché en busca de mi hermana.

 

♥ ♥ ♥ ♥

 

Regresé a casa pasada la tarde. Volví a  enviarle un mensaje de texto para estar al tanto de su llegada, no quería un desencuentro. La respuesta que me dio no tenía una hora aproximada de arribo, al aparecer la finalización de sus actividades en el club siempre tendía a extenderse. Le di vía libre a  su presencia, en líneas generales mi vida se estructuraba bajo mis tiempos, esa era la ventaja de dedicarse a la escritura, invertía mis horas a mi gusto, y la verdad es que él podía llegar a la hora que se le antojase.

Me senté frente a la portátil y navegué en la web, necesitaba teoría para llevar a la práctica. Las imágenes y posturas sexuales más extrañas aparecieron, al verlas recordé un viejo regalo oculto en la biblioteca, el Kamasutra ilustrado. Fui por él.

¡Wow! Yo no sé si el cuerpo me iba a dar para tanto, pero estaba dispuesta a probar.

A eso de las ocho, la otra parte de la ecuación sexual de la noche golpeó a mi puerta.

Ya hice referencia sobre la familiaridad con la que  Joaquín entraba a mi departamento, ésta vez no fue la excepción. Tenía la actitud de dueño de casa, lo único que le faltaba era la copia de la llave. Su imagen llamó mi atención, traía la misma ropa deportiva del club, estaba despeinado, agitado, y  el brillo de su rostro encontraba la causa en el sudor.

—¿Alguien te corre?—dije para quebrar la incomodidad del primer minuto de encuentro.

Le iba a pagar por sexo, los convencionalismos tales como el «Hola» podían dejarse de lado.

—Sí, las clientas que cancelé para cumplir contigo—estampó un beso sonoro en mi mejilla—¿Me facilitas tu ducha?

Arrojó su bolso sobre mi sofá, y sin esperar respuesta de mi parte, continuó  camino al baño.

—Por lo que veo, no tengo otra alternativa.

Fui detrás de él. Iba quitándose la ropa a medida que avanzaba, y yo, yo la iba recogiendo.

—No, no la tienes. A menos que disfrutes del sudor.

¿Sudor? ¿El tuyo?...No hay problema, huele delicioso.

Por supuesto, mentí.

—Gracias, no, prefiero que usurpes mi ducha.

Espalda, piernas, trasero...todo al aire. Y de pronto lo perdí, salió de mi vista cuando entró al baño.

Tenía un hombre bañándose en mi ducha, y eso no era nada habitual. Para quitar la extraña sensación que me generaba la situación, regresé a mi escritorio y continúe indagando en mi lectura.

 

«La posición de la Indra»

El hombre se yergue sobre sus rodillas, la mujer tumbada sobre la espalda echa sus pies contra el busto de su pareja. El hombre se inclina hacia adelante para comprimir los muslos de la mujer contra sus senos.

Favorece la penetración máxima y profunda. Provoca estimulación gracias a la comprensión del vientre y la vagina.

El detalle a destacar... Potencialmente doloroso si el pene toca el fondo de la vagina.

 

No, no. No quiero nada potencialmente doloroso.

—Me haces un favor —gritó desde el agua.

Volví al momento, aquel que me recordaba a gritos que tenía un hombre en el baño.

—¿Qué?

—En mi bolso hay un shampoo, me lo alcanzas, por favor.

—¡Ahí tienes uno!

—Sí, pero el tuyo huele a frambuesa.

—No huele a frambuesa, es de frambuesa. Para ser más especifica es de “frutos rojos”.

—Como sea, no importa—refunfuñó desde lejos—No quiero ir por la vida oliendo a frutos rojos. ¡Me gusta oler a hombre!

El señor quería oler a hombre, y no se lo íbamos a negar. Cerré el libro, lo puse bajo mi brazo y fui en busca del “shampoo mágico”.

—Aquí tienes...pretensioso.

Con mucho cuidado introduje mi mano por uno de los laterales de la cortina de baño. No quería inmiscuirme en su momento privado de aseo. Él consideró lo opuesto, corrió la cortina y dejó expuesto ante mí su cuerpo mojado.

Tomó el shampoo,  al hacerlo me observó, cayó en la cuenta del libro que  traía conmigo.

—¿Kamasutra? ¿En serio? No eres más cliché porque no te da el tiempo ¿no?

Volvió a refugiarse bajo el agua dejándome con la palabra en la boca.

—Estoy curioseando, nada más.

Lo hice reír.

—¿Y qué es lo que estás curioseando para ser exactos?

Bajé la tapa del retrete, me senté ahí y abrí el libro.

—Me crees si te digo...los nombres. ¡Son un espanto!—En verdad lo eran—. «La unión de la Urraca», «La postura del Árbol a Fruta».

Volvió a reír.

—Hablando de posturas, uniones y lugares—continué—¿Qué opinas de la ducha como posibilidad de escena?

—¿Tengo que responderte eso?—su voz sonó a maestro enojado con la alumna.

Mi cabecita hizo solita el análisis: paredes húmedas, piso mojado, parados.

Sexo en la ducha tachado de la lista.

—¿En la tina?—insistí, el momento del baño era una situación sexual muy explotada en libros y películas.

—En la tina puede ser, aunque no en ésta, es muy pequeña. Pequeña para mí y para cualquiera—asomó su rostro por el lateral de la cortina, tenía el cabello lleno de jabón—. Espera...—hizo una pausa, sonrió cuando mis ojos se encontraron con los suyos—, si esa es tu forma de decirme que quieres hacerme compañía, no andes con vueltas, desnúdate de una vez.

Él, yo, la ducha, desnudos. ¿Morí y estoy en el paraíso?

Anabela, regresa a la vida...¡vamos, regresa!

—Acabas de decir que la tina es muy pequeña.

—Es verdad, pero puedo ponerme creativo igual.

—No, gracias, ya tomé una ducha hace un rato.

—¡Tú te lo pierdes!

Traté de centrarme en lo importante, Joaquín estaba ahí para ser mi fuente de inspiración, debía poner una línea entre nosotros. Era una enamorada del amor, y como tal era propensa a confundirme cuando se trataba de emociones. Era imprescindible que las emociones que él me provocaba se quedaran en el terreno de lo físico. Retomé la lectura del libro, y eso fue suficiente para hacerlo desistir .Volvió a  desaparecer del otro lado.

Quedé impactada ante una nueva jugada sexual...«El móvil de la rueda».

El hombre debe girar muy lentamente alrededor de su pareja, sirviéndose de su pene como de un eje.

¿Eh? Se realiza en tres etapas. No apto para principiantes.

—¡Mira esto!—No pude contenerme—¡Es una locura!

Asomó su hermoso rostro, ésta vez con su cabeza libre de jabón.

La postura tenía una secuencia de imágenes, le acerqué el libro y las contempló con mirada evaluadora.

Yo estaba estupefacta, no podía parar de analizar la locura visual que tenía en mis manos.

—¡Literalmente giras sobre la mujer mientras continuas dentro de ella!¡Eso no es posible!—aseveré, el Kamasutra era un gran mentira.

—Sí se puede—afirmó con una convicción inesperada para mí.

—¿La has hecho?—No, no me lo creía.

—No, pero podría hacerla.

—¿Sí, seguro?—me burle.

—¡Éste cuerpo está preparado para afrontar cualquier reto!—dijo del otro lado con las ganas de reir contenidas  en la voz.

—Suerte la tuya, el mío no. Creo que necesito más gimnasio.

—Gimnasio, no; en todo caso yoga. No necesitas tono muscular excesivo, necesitas flexibilidad.

¿Yoga? Listo, anotado en mi libreta mental.

—De todas maneras, el sexo no es algo de manual—sonó a reprimenda, el maestro volvía a atacar—, y el erotismo no se lee, se vive, se disfruta. Por eso yo improviso sobre la marcha.

Era un sabio, ese hombre desnudo bajo mi ducha merecía cada centavo que demandaba por sus servicios.

—Lo sé, sólo estoy buscando ideas, no quiero ser repetitiva en mi historia—hablaba la profesional, no hablaba la mujer deseosa de su cuerpo mojado—, si tengo que plasmar situaciones de sexo por lo menos que sean diferentes, que no parezcan que “corto y pego”.

—¿Quieres ideas? ¡Yo voy a darte ideas!—cerró el grifo y corrió la cortina. Se exhibió desnudo frente a mí y yo  hice la vista a un lado—, pero primero pásame la toalla.

Estiré mi brazo, tomé un toallón y se lo entregué. Le dio una rápida recorrida a su cuerpo húmedo, y después se dedicó de lleno a su cabello.

Era una atracción fatal para mí. No quería mirar, en verdad no quería.

Lo hice. Mis ojos cobraron vida propia y se desviaron a él.

¡Dios! Quedé boquiabierta. Después de él, mi tina de baño tampoco volvería a ser la misma.

Al sacudir, al hacer fricción sobre su cabeza para secarse el cabello el resto de su cuerpo vibró. Todo vibraba, y cuando digo “todo”, es “todo”. La trompa de elefante bebé que tenía entre sus piernas parecía que se agitaba al tiempo que me  decía: «Hola...me acabo de poner lindo para ti».

Terminó de secarse, colgó la toalla en el caño que sostenía la cortina, y abandonó la tina.

—Dame eso—señaló el libro, sin decir palabra alguna se lo di, y lo lanzó al cesto de la basura del baño—Ahí es dónde pertenece. ¡Vamos, nosotros pertenecemos a otro lugar! ¡Tu cama!

Perdí la noción del tiempo, de la realidad...lo único que existía en  ese instante para mí era su lindo, redondo, y bronceado trasero en movimiento.

 

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Un Adonis en la cama, tenía un Adonis desnudo con su cuerpo perfecto semi húmedo esperando por mí, y yo...

¡Yo no se lo podía contar a nadie!

Agggg ...quería patalear como una niña.

Hice una fotografía mental para atesorarla en mi memoria.

Mi aventura sexual paga me jugaba en contra, Érica no podía saber de ella. Iris la intuía y confirmársela era una locura, en cuestión de minutos tendría un pasaporte directo a mi hermana.

¡Éstas eran la clase de situaciones que nosotras las mujeres debemos compartir con otras! Es casi una necesidad biológica, y la mía estaba coartada por mi propia mentira. Joaquín era mi secreto. Mi dulce y sensual secreto.

Recostado, con los brazos cruzados detrás de la nuca. Cada músculo de su cuerpo decía «aquí estoy», y su sexo, su gran y provocador sexo era una invitación al crimen. ¡Señores, esto es homicidio premeditado!

—Piensas seguir invirtiendo nuestro tiempo en pensamientos, o vas a venir a la cama conmigo—corrió su cuerpo a un lado y me hizo lugar—No me gusta la soledad—se burló.

¡La cama contigo, sin lugar a dudas!

Fingí lo contrario, hice de cuenta que mi cuerpo pesaba, que debía forzarlo para avanzar hasta él. Me detuvo.

—No, no, antes de poner un pie en ésta cama, desnúdate.

—¿Cuál es tu manía con los desnudos?

—No es una manía, a mí me gusta mi cuerpo, por eso lo muestro. Intento que tú sientas lo mismo.

Encima de maestro del sexo era un especialista en superación personal ¡Vaya combo era éste muchacho!

—Buena suerte con eso.

Lo reconozco, no soy mi fan n°1, pero podía entender a lo que él hacía referencia. La vergüenza no tenía lugar en la cama, ni siquiera la vergüenza con respecto al cuerpo.

Hice lo que me pidió, me deshice de mis zapatos, me quité el jean, luego continúe con la camisola hasta quedar en ropa interior.

—Espera, detente ahí.

—¿Qué?

—¡Ponle emoción al asunto!

Aturdida, así quedé. ¿Emoción al asunto?

—Los hombres también necesitamos un poco de juego—argumentó sobre su sugerencia—, y no lo digo por mí, lo digo por los hombres en general. ¡Vamos, cariño, ponle emoción!

Era un buen punto el que tenía, pero yo no se lo iba a dar por valedero. Intenté lograr el efecto opuesto, me quité las bragas y el sostén de la forma menos sensual posible, de hecho podría decirse que hasta fui brusca.

—¿Quieres emoción?—Le arrojé las prendas en la cara, él las esquivó—¡Ahí la tienes!

Y eso fue muy idiota de mi parte. Con él todo era provocación, y eso lo fue.

Extendió sus brazos, me capturó por la cintura y me arrojó a su lado.

—Ven aquí, eres un hueso difícil de roer—murmuró a centímetros de mi nuca, sentí su tibia respiración— y eso me entretiene más de lo que te imaginas.

Envolvió mi cuerpo con sus brazos y me puso de espaldas a él. Sentí su miembro crecer contra mi trasero.

—¡Hagamos cucharita!—dijo motivando a mi sexo por detrás con el roce del suyo.

Fui puro instinto, acomodándome entre sus curvas me acurruque contra él e hice presión con mi trasero, al tiempo que abría mi piernas para dejarle el camino libre a mi sexo.

—¿Cuchara? ¡Esa postura está en el libro!

Sí, lo sé, mis diálogos durante el sexo son patéticos.

Me mordió el hombro a modo de juego.

—Termínala de una vez por todas con ese libro, conmigo tienes de sobra—depositó un beso en donde previamente me había mordido, continuó besándome, llegó hasta mi otro hombro—.Veo que me estabas esperando—susurró en mi oído.

Giré hacía él, su mirada seguía la línea imaginaria a mi mesa de noche, ahí había un preservativo con su nombre escrito en tinta invisible por mí. Esa era la forma de recordarme el papel de Joaquín en mi vida.

—« Un buen sexo, es un sexo seguro»—dije utilizando sus mismas palabras.

—Eres una buena alumna—susurró con los labios pegados a mi piel.

—No, tú eres un buen maestro.

—Es verdad, lo soy, déjame hacer mi magia entonces—volvió a susurrar al tiempo que se apropió de uno de mis pechos.

Así de fácil me evadía del mundo cuando estaba entre sus brazos. Ahí conocía sólo el contacto de su piel,  su calor,  reaccionaba al roce de su sexo duro provocando al mío. Él y  yo, juntos, éramos la perfecta utopía. Y ésta no era la escritora hablando, no, era la mujer. La mujer que despertaba a su lado.

Acarició mis pechos como si estos fuesen dos piedras preciosas, fue delicado, suave, lento. Sus labios dominaron a mi cuello con el embrujo de sus besos,  eran puro fuego, sentía que dejarían marca, quedarían ahí como testimonio de lo me provocaba, y yo lo quería así, quería esas heridas, el recuerdo de la más dulce de las batallas.

Su otra mano siguió el camino de mi vientre, invadió a mi clítoris latiente...de arriba abajo, de arriba abajo, y yo perdí el control. Apreté su miembro erecto con la parte trasera de mis muslos, lo quería dentro de mí, moví mis caderas para  que comprendiera esa necesidad, la disfrutó; sin darme cuenta yo misma comencé a estimularlo al tiempo que potenciaba el contacto de sus dedos en la humedad de mi sexo. Su respiración se aceleró junto a la mía, y eso me excitaba más, los dos nos satisfacíamos en un juego mutuo. Estiré mis brazos para abrazarme a su cuello, mi cuerpo se contorsionó para él, mí clítoris quedó más expuesto, deseoso de la tortura total previa al estallido del primer orgasmo. Se detuvo, recorrió mi vientre en una caricia con la única intención de capturar una de mis manos, entrelazó sus dedos a los míos, y volviendo a descender junto a él, llevó mi mano a mi propio sexo. Me retraje ante la sorpresa inesperada.

—El cuerpo de  una mujer puede ser el peor de los enigmas—murmuró en mi oído, la sensualidad que vestía a sus palabras fue un afrodisíaco más para el momento—, y no todos los hombres saben cómo develarlo.

Guío mis dedos, rocé mi propio clítoris bajo los movimientos que él me forzaba a dar. Me arquee de placer.

—A veces tienes que ser la maestra, a veces debes enseñarles el camino a tú placer. No sientas vergüenza.

Lo hice, me sentí a mí misma, y fue maravilloso. Su mano abandonó a la mía...

—Continúa, no te detengas, no ahora—sus palabras parecieron súplicas, y yo las obedecí.

Se distanció por unos segundos, en medio del éxtasis de sus roces y mi propia estimulación, su miembro se apartó para regresar envuelto en la protección. Me penetró sin piedad, mientras me aferraba a su cuello con uno de mis brazos y con mi otra mano seguía en la aventura de la autosatisfacción. Entraba y salía de mí con fuerza, sostuvo mis caderas, las inmovilizó para regalarme más profundidad. Gemí, el primer orgasmo me deshizo entre sus brazos de forma momentánea. No podía más, mi clítoris pedía clemencia, abandoné la acción de mi propio goce, y aprovechando mi rendición, me tomó de la cintura y con un movimiento veloz pero delicado, giró nuestros cuerpos para colocarme de pecho contra la cama. Me rendí ahí. Elevó mi cadera y embistió con fiereza. Me aferré a las sábanas, volví a gemir, a gemir en cada una de sus penetraciones.

Salvaje, frenético...profundo. Cada penetración me arrebataba la respiración.

¡Esto no era sexo!¡Esto era vida!

Una catarata de sensaciones dominaban a mi cuerpo, el éxtasis sublime volvía a hacerse presente, colapsé, y en un último intento desesperado de llevarme todo su fuego conmigo, elevé mi trasero y quebré mi cintura, obtuvo más profundidad y llegó a ese punto nuestro en dónde la entrega es total. Estallé. Estalló.

¡Dios santo, su miembro había sido creado a la perfección, era mágico!

Caí rendida en una secuencia de orgasmos únicos, indecibles, inconfesables.

Joaquín me imitó, se desarmó a mi lado.

—Lo confieso—dijo con voz entrecortada y una sonrisa en el rostro—, eres una estupenda alumna.

 

Nos quedamos en la cama unos largos minutos, los dos necesitábamos recuperar nuestras fuerzas. Luego hicimos uso del baño en forma alternada, cada uno recompuso su imagen y nos hicimos presentables uno frente al otro una vez más.

Eran pasadas las nueve de la noche, y aunque sabía que entre ambos existía una relación puramente profesional, hice lo que cualquier persona hubiese hecho.

—¿Quieres algo para cenar?—dije con una obvia timidez.

La descortesía ya no tenía lugar entre nosotros, y ésta era una buena manera de demostrárselo.

Sonrió, en su rostro pude ver que mi acción le agradó.

—No, te lo agradezco, pero me esperan en otro lugar.

«Me esperan en otro lugar»...Otro lugar como éste.

—En otra oportunidad talvez —manifestó para darle un mejor cierre a la situación.

—En otra oportunidad—repetí.

Recordé que esto era una transacción a fin de cuentas, y eso me llevó a no olvidar lo importante. Fui hasta la mesa de noche y saqué dos sobres. Entregarle el dinero en mano por sus servicios me parecía algo muy desagradable, así lo consideraba más sutil.

—Aquí tienes—le entregué los sobres, se sorprendió, y le aclaré la situación—Lo de ésta noche, y lo de la noche anterior. ¡Cuentas claras conservan la amistad!

Mantuvo el silencio por unos segundos, me observó, luego vino hasta mí y tomó los sobres.

—Tienes razón, cuentas claras conservan la amistad—me besó en la mejilla y murmuró en mi oído—Ha sido un placer hacer negocios contigo.

No dijo nada más, se marchó, y mi departamento se sintió vacío. Sin él se sintió vacío.

Regresé a mi lugar, al único importante, frente a mi portátil.

Escribí...escribí...escribí.

 

 

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