CAPÍTULO 3

 

 

No me lo creía,  a lo largo de la gran historia de consanguineidad que nos unía la promesa de conseguirme una cita había sido no sólo un hecho de continua discusión, sino también un rotundo fracaso. Érica y yo teníamos desigualdades insalvables, y la genética lograba hacer muestra de ello, éramos hijas del mismo padre, pero de distintas madres, y cuando hago referencia a “distintas”, lo digo con todas las acepciones posibles que existen en el diccionario. Sus gustos no eran los míos, los lugares selectos de su vida cotidiana nada tenían en común con los míos, sintetizando, en definitiva, las amistades eran de por sí  incomparables. Pensar en alguien de su entorno que  calificara como una posible “cita – salida nocturna” conmigo era algo fuera de lo común, por no decir, imposible. Aun así, lo hizo.

Odiaba las citas a ciegas, ella lo sabía muy bien, por eso elevó la apuesta, era una cita a ciegas y a sordas...Nada, ni un pequeño detalle, menos que menos el nombre. La desgraciada me torturaba de la peor forma. Ahora odiaba las citas a ciegas y a mi hermana, aunque reconocía el beneficio de la situación,  cada una detalló sus demandas en función del acuerdo, y ambas logramos nuestro cometido. Fui simple, si yo me entregaba sin reticencias a su juego de celestina, ella tendría que hacer lo mismo con lo que yo sugiriera, en su caso puntual, darle lugar al pobre abogado cuarentón que trataba de conquistar su corazón recubierto de hielo.  Mi noche romántica había sido canjeada por la aceptación de pasar un fin de semana con el abogado divorciado, propuesta que él venía planteando desde hacía semanas. 

Rápido como un rayo, así había sido el desempeño de Érica, mi sábado a la noche ya estaba hipotecado en una cita que no deseaba, no quería, y que ante todo me quitaba tiempo para mi escritura.

La inspiración no había hecho acto de presencia en toda la semana, y esa ausencia comenzaba a apoderarse de mí. El encuentro iba a llevarse a cabo en un nuevo restaurante ubicado en pleno centro nocturno de la ciudad. La musa de la moda no me guio en lo absoluto, el auto boicot predominaba en cada uno de mis movimientos, dentro mío sabía que la cita estaba predestinada  a la ruina. Pondría lo mejor de mí, sonreiría, probaría dos o tres bocados por temor a que la comida me quedará atravesada en los dientes, y regresaría a casa con la intención de recuperar el tiempo perdido.

Un pantalón negro de vestir tres cuartos, blusa sin mangas con cuello mao en tono crema, y una chaqueta para el regreso. Sí, lo único que ese perfecto desconocido iba a poder ver de mí, eran mis talones y pantorrillas, nada más. Tenía curvas, y se notaban desde la distancia, para qué exhibirlas entonces.

No voy a mentir, estoy ansiosa, pero no por el motivo que creen, si no por todo lo opuesto. Quiero que el tiempo pase, que todo se suceda y regresar a casa, pero como si el universo me jugara una mala pasada, todo comenzaba a orquestarse de tal  forma que me decía a gritos que lo que quedaba del día iba a ser eterno. Iris fue el primer signo de ello, golpeando a mi puerta en el momento más inesperado, y como si su presencia no fuese suficiente, venía en compañía de los gemelos. Decir que son dos engendros del demonio no está bien, ante todo porque soy la madrina de ambos, pero cargaba con un historial bastante largo en compañía de ellos, un historial que me permitía asignarles dicho rol sin pena alguna.

Esto no era para nada un buen augurio.

Ni un saludo, ni una explicación, lo de Iris fue una invasión completa. Los gemelos corrieron al sofá y tomaron prisionero al control de la tv, mientras  su madre indagaba mi persona observándome desde la punta de  los pies hasta el último pelo del cabello.

—Tenías razón, pantalón y blusa al estilo hermana religiosa recluida en un convento—dijo, pero no me hablaba a mí, le hablaba a su teléfono móvil.

Iris accionó el altavoz, y todo cobró significado.

—¡Intentas hacerme quedar mal!—vociferó Érica desde el otro lado de la línea.

—¡No, intento sentirme cómoda conmigo misma en un cena que ya se manifiesta a gritos como un suceso incómodo!—Lo que faltaba, las dos iban a quebrar la poca tranquilidad mental que conservaba—. ¿Qué haces molestándome, acaso no tienes un evento que atender?—Eso fue un intento vulgar de defensa, prefería quedarme a solas con los gemelos antes que ser evaluada por Iris y Érica.

—¡Sí!...y mientras no falte el champagne, la carrera de Fragatas no me necesita—era evidente que nada iba a detenerla—Y según ...”HE OÍDO”—elevó la voz— tú si lo haces, nos necesitas a ambas.

Iris me aprisionó por los hombros, empujó mi cuerpo, me devolvió a la habitación.

—¡Vamos, no pienso dejarte salir de ésta casa así!

—¿Cuál es el problema con mi atuendo?

—¡TODO!—Increíble, coordinaron, alzaron la voz al unísono.

—Es una cita, no una convención de  la NASA—convino Iris.

Ni hermana religiosa, ni conferencista de la NASA, sólo algo intermedio. Eso pretendía ser, no quería dar una imagen desesperada. No estaba al tanto del discurso que Érica había utilizado para venderme. Sí, venderme, no hay porque negarlo, la organización de una cita a ciegas aloja en su interior las mismas características de una operación compra-venta, y desde dónde lo miraba, el producto en cuestión era yo, por tal motivo, pretendía darle un envoltorio correcto.

—¡Estamos en plena primavera, la noche va a estar preciosa—Érica estaba a kilómetros de distancia pero dentro de la habitación resonaba como si estuviese metida dentro de mi cabeza—, ponte un vestido!

—¡Un vestido!—el rostro de Iris se iluminó, fue directo al armario.

—Un vestido, no—afirmé.

Iris colocó el teléfono móvil sobre mi mesa de noche para hurgar con tranquilidad el interior de mi armario.

—¿Por qué no, un vestido?

No iba a dar argumentos en defensa de mis deseos, no quería lucir un vestido. PUNTO.

—¡Por qué no!—quise sonar firme—.No estoy de humor para vestidos o faldas—y lo arruiné.

La desgraciada de mi hermana interpretaba a la perfección mis entre líneas.

—¡Iris!—gritó con fuerza—¡Bájale los pantalones!

Y la desquiciada de “mi” amiga, esa que me acompañaba desde la infancia, lo hizo, respondió a las órdenes de la otra desquiciada, la peor de todas, la que compartía genes conmigo.

—¡Ni se te ocurra!—me aferré al borde superior de mis pantalones, lo que saldría a la luz iba a ser usado en mi contra.

El gato y el ratón, eso éramos tratando de correr por la habitación.

—¡Tu actitud te delata! No demores lo inevitable—la presión verbal de Iris no logró su cometido, atravesé la cama con los tacones puestos, ya nada me importaba.

—¡Iris, ve por la rasuradora, las dos sabemos muy bien que esconde bajo  esos pantalones! ¡Debería darte vergüenza, mujer del SXXI! —Érica estaba en llamas, gruñía desde la distancia.

Intenté escapar a un rumbo conocido, el living, por desgracia fui interceptada en la puerta por algo peor que Iris.

—¡Tía, Fabrizio no me deja ver  Hora de Aventura y me obliga a ver Dragon Ball Z!

No respondí, toda posibilidad de mediación sugerida por mí fue atravesada por  la palabra inapelable de la Corte Suprema Materna.

—¡Marcos! ¿Qué dijo mamá antes de llegar a lo de la tía?

—Calladitos y tranquilos en el sofá.

—Y nada de eso está sucediendo ¿Verdad?—fue hasta su bolso, que había quedado sobre mi cama, sacó una bolsa gigante de golosinas, y se las entregó—. Ten, aquí tienes una moneda de cambio, ve y compra tu tiempo en la tv.

¡Dios santo! Iba a atiborrar a sus hijos con golosinas, no podía creerlo.

—¿Qué clase de madre eres?—me valí del momento para salirme del asunto que involucraba a mis pantalones.

—La que les tocó, y la que quiere esperar despierta las novedades de tú cita—arqueé mis cejas, ¿ésta mujer está loca, o qué?—Sí ellos se duermen, yo me duermo. Los necesito despiertos, y nada mejor que una sobredosis de azúcar para ello.

—Voy a denunciarte al servicio de menores.

—Ok, pero primero te bajas los pantalones, o te los bajo yo.

La arpía que se resguardaba a la distancia en un club de élite motivó el asunto.

—¡Bájaselos de una vez por todas!

Lo hizo, y la verdad se hizo evidente.

—No se ha rasurado, ¿verdad?—Érica deseaba con desesperación la confirmación de su suposición.

—¡Eres una terrorista sexual! ¿Lo sabes?—dijo Iris en un estado de completa decepción.

Me habían llamado de muchas formas en mi vida, pero «Terrorista Sexual» acababa de ganarse el primer puesto. Estallé en una carcajada.

—¡Y sí, me lo imaginaba! ¡Un clásico Anabela!—pura satisfacción, eso resonaba en el altavoz del móvil.

Iris me devoró con la mirada, no existía piedad en ella. En sus ojos estaba dibujado el mapa de mis acciones siguientes, y como si fuese un gemelo más, seguí cada una de ellas. Mis piernas no parecían una selva salvaje, no, pero no eran la perfección, no eran lo indicado para una noche en compañía. Yo no deseaba eso, y por ello me lo recordaba de esa manera, sin embargo, ellas tenían un plan distinto asignado a mi noche, y me forzaron a cumplir sus deseos. Prefería hacerlo, prefería someterme a ellas, contaba con las suposiciones que yo misma había construido en base a mi cita, en la vida real nunca nada bueno  surge de ellas, y estaba a horas de escupirles a la cara esos resultados.

Sí, no es necesario que me lo recuerden, en las novelas románticas las citas a ciegas son un buen ingrediente para contar el inicio de una historia de amor, para mi suerte, lo mío no era ficción. No, no...no lo era.

 

♥ ♥ ♥ ♥

 

Vestido, tacones, y cabello suelto. Había sucumbido a la rebelión ajena.

Dejé mi coche a pedido expreso de Iris, temía que lo usara como excusa de huida rápida. Al parecer no confiaban ni en mí, ni en mis instintos. Lo bien que hacían.

Cuando llegué a la esquina del restaurante pactado para el encuentro, mi instinto de supervivencia empujó a cada célula de mi cuerpo a abandonar la acometida.

Tendría que haberle hecho caso, mi instinto era muy sabio, y mi hermana, mejor dicho, mi ex hermana, era una desgraciada traicionera, lo estaba comprobando.

Demasiado tarde para huir, mis ojos hicieron contacto con los suyos, y los conocía. Los conocía muy bien...«cafés, con poca personalidad».

Déjenme decirles que personalidad le sobraba, a todo él. Acá estamos hablando de más de un metro ochenta de músculos perfectos, sonrisa resplandeciente, y mirada de encanto. Pufff, en el diccionario de términos novelescos de romance, él era la definición de «hombre con personalidad», con el agregado de su foto a modo demostrativo, por supuesto una foto delantera y trasera.

Toda la perspectiva de la noche cambiaba, todavía presuponía que iba a ser un fracaso, pero dicho fracaso alcanzaba otra profundidad, glamoroso y único. Jugábamos en dos ligas muy diferentes, eso se notaba a una legua de distancia, la pregunta que comenzaba a motivarme en el instante presente era; ¿Cómo había logrado Érica esto?

Las conjeturas guiaron mis pasos, me llevaron hasta él.

Sonrió, y mientras él me iluminaba con la luz de su natural carisma, yo me forzaba a recordar su nombre.

—Joaquín...—mi silencio lo obligó a presentarse.

No, ese nombre no estaba almacenado en mí. Me sonrojé.

—Lo siento, estaba tratando de recordar si mi hermana nos había presentado la otra vez—mentí, seguro lo había hecho, pero como siempre yo había estado sumergida en un mundo más entretenido, el mío, el de mis historias.

—Lo hizo, pero tú estabas más interesada en mis ojos que en mi nombre.

Estampó un delicado beso en mi mejilla.

Mi piel ardía por la comunión de varias cosas, entre ellas  todas las tonterías que pasaban por mi cabeza, tonterías que no encontraban un filtro y parecían dispuestas a salir.

—Sí, es verdad, pero fue sólo por  estricto interés profesional.

Hay una frase muy común que dice algo así: «no aclares que oscurece». Bueno, acabo de ser la máxima exponente de ella.

—Entiendo, suelen decirme lo mismo, y muy a menudo...«estricto interés profesional»—dijo, y volvió a sonreír en una extraña complicidad con el mismo.

No aporté ningún comentario más, él me había dado el pase de  salida del mal momento y lo utilicé. Debía de reconocer que era muy cortés, en todos los aspectos, y a diferencia mía, él sí se sabía mi nombre. Me cedió el paso e ingresamos al restaurante.

—Tu hermana sugirió el lugar, espero que sea de tu agrado.

Cada una de mis entrañas comenzaba a retorcerse de odio ante la mención de “tu hermana”. Corrijo...ex hermana. Habíamos visto éste lugar en una de esas revistas contemporáneas dedicadas a la mujer, de forma puntual, ahí ubicaban al restaurante en el top 5 de lugares  que actuaban como antesala perfecta a una noche de sexo garantizado y romance.

¡Ayyy, Dios! El lugar perfecto, con la compañía perfecta, y con una noche que se preciaba de lo mismo, lo único imperfecto ahí era yo.

Blues como música ambiental, mesas acompañadas de sillones, luz tenue. Un lugar para el pecado. Confirmado, no iba a probar un sólo bocado.

 

 

Había tiempo de demora, el lugar estaba muy concurrido, y no nos quedó más alternativa que ir a esperar a la barra de tragos. La situación pareció incomodarle, se disculpó.

—Lo siento, traté de hacer una reservación con antelación pero con tan poco tiempo de por medio me fue imposible.

Sí, sí...no me lo digas, todo es por demás precipitado. ¡Todo!

Nos acomodamos en la barra y él giró nuestras butacas para propiciar el encuentro de rostros.

—¿Qué quieres beber?

¡Agua, agua, y agua! Para evitar cualquier tipo de decisión equivocada.

—Érica me hizo prometer que no cedería a tu elección de “nada o agua”.

Bueno, era evidente que mi noche ya estaba estructurada en un libreto bajo autoría de mi hermana. Se estaba aprovechando al extremo del acuerdo entre ambas,  era verdad, su parte del trato se extendía durante todo un fin de semana junto a Esteban, la mía una noche, y ella parecía dispuesta a explotarla al máximo.

—Veo en tu rostro que me adelanté a tus pensamientos—continuó—No se diga más, yo me encargo, vino blanco para ambos—hizo el pedido al bartender.

Muy conveniente la elección, el vino blanco era mi favorito y ya era por demás obvio presuponer que tal información había llegado a él  por la misma ruta, una ruta llamada Érica Bregan.

Bebí un sorbo, luego otro, sabiendo que esa acción le quitaba lugar a la otra, hablar.

Ni una sola oración...Podía notar que él estaba esperando mi colaboración en algo.

En algo...Gesticulé para demostrar el deleite de mi bebida.

—¿De tu agrado?—manifestó dejando nacer en sus labios una nueva sonrisa.

¡Mala sonrisa, mala! Vete de aquí que me quitas el habla.

—Dulce—musité.

Esperaba un monosílabo, me sorprendí a mí misma.

—Me gusta lo dulce—expandí la apreciación con toda mi fuerza de voluntad.

—Es bueno saberlo, voy a tratar de serlo entonces.

¿Más dulce? No, por favor.

El traicionero vino jugó en mi garganta, se atravesó, y me hizo toser.

Ardía, podía notarlo, ardía mi rostro, mis manos, todo. Necesitaba apagar el fuego que encendía mi vergüenza creciente, y aunque intuía que el vino no era la mejor ayuda para ello vacié de un trago toda la copa.

¡Listo!...Adiós tos. Adiós fuego. ¡Bienvenida frescura alcohólica!

—Wow...—bromeó él—¿Otra?

Negué con la cabeza. Recuerden, tolerancia al alcohol, nula. Una copa era un empujoncito,  dos copas, sería un suicidio social.

—Así que auxiliar de tenis—no fue mi mejor línea, es verdad, pero fue algo, ese algo que él esperaba.

—Auxiliar, después de eso agrégale lo que quieras.

—Eres multi-rubro—y con eso le robé una pequeña risa.

¡Vamos, Anabela...esto puede mejorar, tú puedes hacerlo!

—Podría decirse que sí, estoy para lo que necesiten.

Había cierto encanto particular en su voz, parecía trabajada, lograda. Sí, sí...se asemejaba a las voces de los comerciales. Perfectas, sensuales, dispuestas a vender lo que sea.

—Bueno, me imagino que eso debe ser redituable.

—Más de lo que te imaginas —ocultó la mirada al decir eso, y le dedicó su atención a la copa de vino que estaba en su mano—Pero no hablemos de mí, no soy tan interesante—retomó el poder en la conversación—hablemos de ti, Érica me dijo que eres escritora.

Mi terreno, eso era la escritura, y no me molestaba, me sentía orgullosa de ella.

—Sí, así es.

—¿Algo que conozca?

—Lo dudó, salvo que seas lector de narrativa romántica.

Y la palabra clave fue...«romántica». Todas esas características presentes en él, esas de galán de telenovela tocaron su punto más alto. Se reacomodó en la banqueta, y con un leve movimiento, el perfume que cubría su cuerpo, lo abandonó y danzó en el aire para embriagarme más que el alcohol.

—¿Romance?...Estoy en aprietos aquí—la sensual burla le regaló un brillo extra a sus hermosos y profundos ojos color almendra.

Sonreí ante la combinación de todo, sus palabras, el tono en su voz, su mirada.

—No, no lo estás. De hecho podría decirte que eres digno de un protagónico.

El comentario lo motivó, se acercó más.

¡Oh, sí!... no sé si era su perfume, o el aroma natural de su piel, pero todo él olía grandioso, olía como el paraíso.

Se preguntaran: ¿qué es oler como el paraíso?...La respuesta es simple: Él.

—¿En serio?—el bicho de la intriga lo había picado—Dime ¿qué haría un personaje como yo en un momento como éste?

Suspiré, estaba en un aprieto artístico. Mi mente de escritora se apoderó de la mente de mujer en cita a ciegas y tomó las riendas en el asunto.

—La verdad, me pones en una situación difícil—cuando nadaba en mi océano profesional las palabras siempre fluían—Éste tipo de momentos son los más difíciles de narrar—me abracé a mi rol, Anabela Bregan escritora, y hablé—. Un primer encuentro, así, fuera del ambiente cotidiano de los personajes, cara a cara, suele ser un punto de mucha relevancia en la historia, se deben seleccionar las palabras, las acciones con mucho cuidado.

Estaba más relajada, creo que los dos nos dimos cuenta de ello.

—Se ve que sabes muy bien de lo que hablas—fue dulce, ésta vez dejó la sensualidad de lado.

No sólo yo estaba relajada, él también parecía estarlo.

—Me arriesgo a decir que sí—ese fue mi ego hablando—. Por eso mismo es que nunca recurro a situaciones cómo estás en mis historias—y esa era mi lógica narrativa hablando.

—¿A qué te refieres?—volví a intrigarlo.

—A esto, una cena. Pésimo primer encuentro—sí, sí, mi boca cobró vida propia—Frente a frente, sin poder disimular expresiones, o peor, obligados a manifestar otras—respiré profundo, estaba hablando a cien kilómetros por hora—Ni hablar de lo incómodo del hecho, cenar, comer en cámara lenta  a causa del temor de dar una mala imagen.

El silencio se apoderó de él por unos segundos, sus traviesos ojos bailaron de un lado a otro hasta finalmente detenerse en los míos.

—Considerando que aquí, hoy, la especialista eres tú y no yo—rio y continuó—ilústrame, dime, ¿qué sugieres?

—Cualquier situación en la que los protagonistas no se vean obligados a contemplarse frente a frente.

—¿Cómo por ejemplo?

—Un paseo, una caminata, eso sirve para quitar los momentos embarazosos del medio y generar un clima distendido.

Bebió de su copa, saboreo el vino por unos segundos, y luego se acercó a mí con una intención directa de hacer contacto con mi oído.

—¿Quieres irte de aquí?—murmuró.

No esperaba ese cambio de planes, pero me  agradaba. Era bueno, el muchacho era muy bueno en su juego. Cualquier otro lugar era mejor que éste.

—¡Me encantaría irte de aquí!

 

♥ ♥ ♥ ♥

 

Abandonamos el centro de la ciudad en minutos para deleitarnos con el río que nos esperaba  un par de calles abajo. Llevaba tacones, estaba acostumbrada a ellos, no me limitaban en la aventura, y yo no pensaba hacerlo. No tenía excusas, no, tenía un compañero dispuesto a cambiar mi suerte, por lo menos en lo que se refería al instante presente. Ya no me sentía fuera de lugar junto a él, había dejado que mi rol de contadora de historias hablara por mí y me sentía más liberada.

Joaquín captaba todas mis señales, era perfecto en su papel, me tomaba de la mano en los momentos adecuados, rozaba mi espalda en otros, y sobre todo, me brindaba el contacto visual justo y necesario. Cuando no me dejaba cautivar por su mirada penetrante y su sonrisa encantadora, todo fluía.

—Creo que somos afortunados—confesó mientras contemplábamos el reflejo de la luna en el río calmo—Todo nos hace perfecta compañía, la noche, el clima...hasta la luna nos sonríe. ¿Qué opinas?

Era verdad, todo cubría de idílico al momento. La luna, los barcos a la distancia, la música de los restaurantes cercanos, las farolas que dibujaban nuestras sombras y las hacían jugar como si fuesen dos protagonistas más de la historia.

—Sí, te has ganado tu papel. ¡Felicitaciones!—bromeé.

—Es todo un honor—tomó mi mano con delicadeza, la besó —, y lo acepto con gusto. Aunque debo confesarte algo...

La picardía, hasta ahora no presente en su voz, apareció en ese último comentario. Mis alarmas se activaron, la intriga se trasladó de cuerpo, me invadió a mí.

—Soy toda oídos.

—Lamento defraudarte, no sé si soy apto para el papel, no tengo un jet privado esperándonos a la vuelta de la esquina. Es más, me avergüenza decirlo, pero ni siquiera tengo un helicóptero.

¡Touché! Bien, lo hizo...me quebré en una carcajada.

—Podemos suplantar eso con otras características—le di esperanzas.

—No lo sé—rodeó mi cintura obligándome a abandonar mi postura relajada sobre la barandilla, e iniciamos una vez más la marcha—.No creo que el dinero sea un ingrediente tan fácil de reemplazar.

—¡Ey! Apelamos ante todo a la calidad, lo demás, va y viene.

Salí en defensa de las mujeres, no éramos de naturaleza “interesadas en lo material”, lo éramos sólo en los libros, si una va a perderse en un mundo ficticio, por lo menos que sea el mejor de todos.

—Lo siento, esa historia a mí no me la vendes. Conozco a más mujeres de las que te imaginas.

Parecía sincero, me tomé la molestia de observarlo mientras lo decía, y la expresión encantadora que parecía innata en él ya no estaba, había otra, supongo que la original.

—Y créeme—continuó—la “cantidad” es lo que prima a la hora de tomar sus elecciones.

Me mantuve firme en la defensa de mi sexo, no éramos ni un extremo ni el otro.

—No todas las mujeres son iguales, de todas maneras podría decirse que la media apela a la “calidad” con algo de “cantidad”.

¡Vamos, no pretendemos al dueño del mundo a nuestros pies, sólo la idea de ello! ¿Cuál es el problema con desear? ¡Del dicho al hecho hay un gran trecho!

Detuvo su andar para ubicarse frente a mí.

—Me permites corregir tu expresión.

A ésta altura de los acontecimientos me encontraba en una posición tal que mi respuesta real era...¡Te permito lo que quieras!

Por supuesto no lo manifesté, asentí con la cabeza.

—Las mujeres apelan a la “cantidad” con algo de “calidad”, si no lo consiguen, se quedan con la “cantidad”, y cada tanto se compran un poco de “calidad”.

¡Wow! Sí, lo sé, inesperado el análisis, es más, aún intento darle la interpretación correcta al asunto. No quiero ser mal pensada.

Sin duda él le dio una lectura veloz a mis pensamientos, y actuó en función de ello.

—Dejemos de pensar en lo ideal, es más, no pensemos en lo real.

—¿Y en qué pensamos entonces?—dije todavía envuelta en un nube de rara incertidumbre.

—¡En lo que nuestro cuerpo pide!

¿Eh? ¿Qué clase de propuesta era esa?

Creo que mi rostro habló por mí, no comprendía a lo que hacía referencia, o comprendía lo equivocado, y estaba al límite de reflejar el espanto. Tal vez mis opiniones de origen romántico narrativo lo habían llevado a elaborar un concepto equivocado de mí.

Rio ante las evidentes mutaciones que se manifestaban en mi cara.

—No sé tú, pero a mí la caminata me abrió el apetito—dijo entre sonrisas.

Ufff...respiré, y no mentí. Mi estómago pedía a gritos algo, llevaba un ritmo devorador gracias a mi ansiedad de las últimas semanas, y el comentario de Joaquín había conseguido despertarlo de su letargo forzado.

Mis  formas estaban a la vista, no era mujer de ensaladas, mi genética no me llevaba a ninguno de los extremos, era un punto intermedio con relleno extra a la altura de las caderas y piernas. Según Álvaro Bregan, mi padre, un cuerpo cien por ciento de mujer latina, y valiéndome de su amplia experiencia femenina, con el tiempo comencé a creerle. Me siento satisfecha conmigo misma.

Y con mi apetito.

—Coincido contigo.

—¿Algún lugar de preferencia—miró su reloj—a ésta altura de la noche?

Hice lo mismo...miré la hora en mi teléfono móvil. ¡Dios santo! El tiempo había volado en  la caminata. ¡Dios santo! Tenía veintiocho mensajes de texto cuya autoría respondía a Érica e Iris. Decidí torturarlas con la falta de información.

—Me encuentro lejos de mi ámbito común—en ese lugar estaba fuera de contexto, no conocía nada, y el alrededor parecía demasiado pretencioso—. Así que te obligo a la decisión de elegir.

—Obligación aceptada—me tomó de la mano y aceleró el paso de ambos—.Ven, conozco el lugar indicado para nuestra comodidad y apetito.

Confié, mantuve mi mano aferrada a la suya y me dejé guiar. Un par de calles después estábamos cenando junto al río, disfrutando de un delicioso sándwich de ternera recién hecha en uno de esos puestos de comida ambulante.

Aderezos por doquier, servilletas de papel, y cerveza bien fría. ¡Una cena digna de dioses!

El cuadro general de la situación era bizarra y agradable, yo en vestido corto de noche y tacones, y él de pantalón sport, camiseta blanca y chaqueta negra, devorando con nuestras manos un apetitoso y grasiento sándwich, mientras hablábamos de mis primeros días en la escritura y de sus anécdotas del club.

El desenlace de la noche se escapaba de toda posible imaginación, había dejado la concepción de fracaso horas atrás, y el odio que había nacido  contra Érica desaparecía poco a poco, ya no la consideraba más ex hermana, no, ahora era una hermana con mayúscula.

Por primera vez, en MI HISTORIA, me preparaba para lo inesperado.

 

♥ ♥ ♥ ♥

 

Se empecinó en acompañarme hasta mi casa y pagar el taxi. Yo lo permití, habíamos hablado tanto de los protagonistas masculinos  y la estrecha relación que estos tenían con sus cuentas bancarias desbordantes, que sentí culpa. No quería que pensara que desmerecía su estatus social a causa de falsos galanes millonarios inexistentes.

Culpa va...culpa viene, lo invité a subir a mi departamento.

Quiero dejar bien claro que no pretendo nada de tal asunto, sólo intento ser solidaria en cuestiones de aseo. Sí, aseo. Nos habíamos limpiado las manos, pero los restos de grasa de nuestra cena saturada en calorías todavía hacían un festín. Lo invité a subir, sí, pero básicamente para que pasara al baño.

Lo hizo, limpió sus manos, se arregló un poco el cabello, y se sentó con total libertad en mi sofá.

Recurrí a lo común.

—¿Quieres un café?—esa era mi forma indirecta de decirle, puedes quedarte un poco si lo deseas.

—Lo que quieras, estoy aquí para lo que tú quieras o gustes hacer—la voz de encanto regresó. De hecho, todo él, el del inicio de la cita, había vuelto al juego.

La culpa me había llevado al mal entendido. No servía para el sexo de una noche, ya estaba bien claro, podía hacerlo con Ignacio porque teníamos historia encima; con un extraño, un recién conocido, no. Esto era demasiado.

El silencio fue la música de fondo de la situación, lo único que lo rompió fue el ruido de la cafetera y las tazas ubicándose sobre los platos. Mientras servía la caliente bebida mi cabeza urdía un sinfín de escapes  que respondían a la pregunta ¿cómo demonios lo echo de mi departamento? Ninguno era lógico, posible, o de buen gusto, no deseaba arruinar la noche. En verdad lo había pasado de maravillas, era justo que él se llevara los méritos, yo había ido predispuesta al complot total, él consiguió que  sucediera todo lo contrario.

Un perfume recientemente familiar recorrió mi cocina.

¡Demonios! Mi lugar de resguardo ya no era tal, él estaba ahí. Tomé las tazas, y antes de que pudiera mover un músculo me interceptó con su cuerpo. Su pecho, su....todo estaba contra mi espalda. Me quedé dura como una estatua, un mínimo movimiento  me llevaría a rozar sus partes íntimas.

—Permíteme ayudarte.

Acarició mi cintura y uso esa acción como una excusa para llegar a mi vientre, apoyó su barbilla en mi hombro, descansó su cuerpo contra el mío aprisionándolo contra el mesón de mármol, rozó mi brazos y avanzó por ellos hasta llegar a mis manos, cuando alcanzó mis muñecas me estremecí de forma inevitable, y ese estremecimiento provocó el derrame del café en mi ropa.

Me valí de ello como excusa, me alejé despavorida de su cuerpo.

—Lo siento—expresé al ver que el café caliente también había caído en sus manos.

—No es nada...

Sonrió, sonrió de esa manera que hace que tu mundo convulsione, o por lo menos, el mío lo hizo.

—Pero insisto—continuó—déjame ayudarte.

Vino a mí, me tomó de los brazos, me pegó a su cuerpo, y comenzó a bajar la cremallera de mi vestido.

La parte animal oculta en mí festejaba su acción, la racional hizo lo correcto, respetó las reglas del manual. Tomé distancia.

—Creo que perdimos el rumbo—musité envuelta en el fuego instintivo que comenzaba a envolverme.

—No, yo nunca lo pierdo, siempre llegó al rumbo pactado.

Volvió a embestirme con su cuerpo, mi espalda chocó contra la pared, y sus labios comenzaron a recorrer mi cuello siguiendo el ritmo de una danza embriagadora.

Lógica vs. Animal.

Animal vs. Lógica.

Estaba dispuesta a dejar ganar a la fiera, sí.

—Hagamos que tu trabajo de campo valga la pena, eso es lo que acordamos con tú hermana—dijo en un profundo, sensual y dulce murmullo.

Y la fiera murió a manos de la lógica inesperada.

Las piezas comenzaron a encajar una a una.

« Puedo ser lo que tú quieres que sea», « Conozco a más mujeres de las que te imaginas», « Estricto interés profesional», « Estoy para lo que me necesiten».

Y la cereza del pastel.

«Siempre llegó al rumbo pactado»

¡DIOS SANTO!

Quería gritarlo...¡DIOS SANTO!

No lo hice, no era lo correcto, la estúpida había sido yo, él nada tenía que ver.

Hice lo correcto. Lo alejé de mí con delicadeza y con una falsa sonrisa en el rostro, dentro ardía pero no de la forma que él intentaba provocar, ardía de furia. ¡Violenta furia!

—Me permites unos segundos...necesito unos segundos.

Era un caballero, más allá de todo, lo era. Me lo permitió.

Busqué el teléfono móvil en mi bolso, me encerré en el baño con una clara intención, acribillar a palabras a mi hermana.

Respondió la llamada al instante.

—¿Qué tal tú noche?

—¡Lo preguntas en serio, necesitas que te lo cuente, o te lo imaginas porque eso fue lo pactado! —no podía controlar la ira creciente, me la quería comer cruda y eso no podía ocultarlo ni siquiera en mi voz.

—Sí, lo pregunto en serio porque quiero detalles.

—Y yo lo pregunto porque no puedo creer la hermana que tengo. ¡Acaso te volviste loca!

Podía notar su risa del otro lado de la línea y eso me empujaba aún más al borde del brote psicótico.

—Loca no, práctica. Traté de ser funcional contigo y así me tratas—para excluirse de la culpa jugó el papel de enojada.

—¿Pagar para que alguien tenga sexo conmigo es funcional para ti?

—Con tus antecedentes amorosos y profesionales, yo diría que sí.

Deseaba estrellar el móvil contra el suelo, no lo hice porque deseaba finalizar la comunicación, como último recurso descargué la furia con mis pies, golpee mis tacones una y otra vez contra el piso.

—Nadie te pidió ayuda.

—Sí lo hiciste—tenía razón, pero eso no justificaba esto.

—¡Nadie te pidió ayuda de  éste estilo!—yo no andaba mendigando por sexo, era necesario dejarlo claro—¡Me dijiste que ibas a conseguirme una cita!

—Lo hice.

—No, me pagaste una, eso es muy diferente.

—Paga, gratis...da lo mismo, es una cita al fin, dale buen uso.

—¿Qué le dé buen uso?...¡¿Qué le dé buen uso?!

Colapsé de forma definitiva, tenía dos opciones, romper mis tacones, o romper el móvil. La segunda opción tenía un beneficio extra, dejar de escuchar las estupideces de Érica. Así que lo hice, destruí el pequeño aparatito contra el lavado.

Entre la furia y el descontrol abandoné el encierro del baño olvidándome por completo de la otra persona que se encontraba conmigo. Un tsunami de emociones violentas me agitaba, y ni bien puse un pie en la otra habitación, todas esas violentas manifestaciones entraron en período de invernación, se paralizaron.

Descalzo, con el torso desnudo, desabrochando los botones de su pantalón, así estaba él.

Notó mi presencia, sus ojos color almendra se encontraron con mis patéticos ojos abiertos de par en par, redondos como platos, imposibilitados del parpadeo.

Con delicadeza me  motivó al silencio elevando su mano al aire.

—No digas nada, antes escúchame...

No iba a decir nada...NO PODÍA.

—Primero —dijo con una tranquilidad impensada para mí ante el momento—, creo que no necesito mencionarte el hecho de que las paredes de tu baño no son a prueba de sonido.

¡Noooo! Pequeño detalle, yo había gritado, y él había escuchado.

¿Dónde está el milagro de la tele transportación cuando una lo necesita? Al desierto, a enterrarme bajo su arena,  ahí quiero ir.

—No sólo yo, también el resto de tus vecinos deben estar al tanto de la situación—bromeó sin ningún tipo de problema.

Luego sonrió, y su sonrisa, bueno, su sonrisa comenzó a hacer ese extraño efecto en mí, apaciguó a la fiera violenta y despertó a la otra, a la salvaje.

¡Dios, encima de todo...yo no podía dejar de mirar!

—Más allá de eso—continuó al tiempo que desprendía el último botón de su prenda—Coincido en algo con Érica...—finalizó el trabajo y se bajó los pantalones frente a mí exponiendo sin piedad su miembro, su gran miembro—, dame buen uso.

 

WOW...Eso no es normal, no es común.

No, no...Definitivamente, tiene que ser ficción. ¡Tiene que serlo!

 

 

 

 

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